Nacida en Barcelona, España, tuvo poca relación
con su padre, el italiano-argentino, Tito Livio Foppa; ya que su madre doña Julia
Falla de Foppa, destacada pianista y promotora de la cultura italiana –sin divorciarse
de él– decidió quedarse en Guatemala. Por ello, desde sus años juveniles, Alaíde
tuvo una estrecha vinculación con Italia y con España, países donde se educó y culminó
su formación humanística, al doctorarse en Letras. Sobre todo con Italia, su relación
fue permanente, al regresar a Guatemala, durante la época del Presidente Arévalo,
y después, como profesora de Literatura y Lengua Italiana en la Facultad de Humanidades
de la Universidad de San Carlos de Guatemala, y luego en la Universidad Autónoma
de México (UNAM), donde también, tuvo a su cargo Radio Universidad y cátedras de
literatura e italiano.
Además promovió, mientras vivió aquí, la
cultura italiana, por medio de publicaciones en diarios, revistas, cursillos y conferencias
en diversas asociaciones culturales, sobre todo en la Dante Alighieri y ya radicada
en México, durante sus constantes visitas a su madre, o para cumplir sus compromisos
de conferencista con algunas de nuestra instituciones culturales, universitarias
o feministas. También aprovechaba algunas vacaciones de la UNAM, para retirarse
a San Sebastián –finca de su familia en Antigua Guatemala– donde escribía o corregía
sus poemarios. Temporadas en las que gustaba invitarnos a las amigas, para pasar
un día entre amistosas charlas y lectura de poesías, en las que conocimos, a veces,
sus poesías inéditas.
Mujer privilegiada por su inteligencia,
cultura, belleza, posición social y riqueza, Alaíde Foppa, más allá de los caminos
a los que conducían esos privilegios, tomó aquellos a los que la llamaban las imperiosas
voces de su vocación poética y las del amor a la libertad y la justicia. Con ello,
sin presentirlo, ella misma se encaminaba a su destino trágico. El primer paso fue
una gran pasión amorosa, que terminó en desengaño. Decepción que superó al encuentro
de un amor estable, en su matrimonio con el intelectual guatemalteco y político
de izquierda Alfonso Solórzano. Matrimonio que la hizo madre de cinco hijos, lo
que la afianzó a Guatemala como su patria. De aquí sólo se alejó, al acompañar a
su esposo al exilio en México.
Pese a ello, mantuvo su amor a esta tierra,
por la que tuvo que sufrir el calvario de saber, a tres de sus hijos: Juan Pablo,
Mario y Silvia, arriesgándose en los frentes guerrilleros, hasta llegar a sufrir
la desaparición de Juan Pablo, en 1980, poco tiempo antes que ella misma fuera secuestrada,
desaparecida, torturada y asesinada, como llegó a saber–poco antes de morir–doña
Julia, su madre. Crímenes cometidos durante el sanguinario gobierno de Romeo Lucas
García, bajo el cual, al año siguiente de su desaparición, murió su otro hijo Mario,
en el ataque a un reducto guerrillero, en esta capital.
Sin embargo, pasado tanto tiempo de la desaparición
de Alaíde, aún no han aparecido sus restos, que se supone fueron tirados al mar.
Se ha dicho que uno de los motivos de su
secuestro y muerte fue porque suponían que, en las frecuentes visitas a su madre,
lograba ponerse en contacto con sus hijos y podía servir de correo a los exiliados
en México. Las sospechas se agravaron, ese último año 80, cuando después de la desaparición
de Juan Pablo, ella se integró al grupo de familiares de los desaparecidos políticos
y respaldó sus reclamaciones. Otro motivo, fue por formar parte de la directiva
de la revista feminista FEM, con la cual nos había mantenido, a las feministas guatemaltecas,
al tanto de los avances del feminismo, en especial en México, donde celebramos con
ella, en 1975, el Año Internacional de la Mujer. Ello, porque dicha revista, pasados
unos años, se había inclinado hacia la política de izquierda. Coincidentemente,
en el número de FEM, salido poco tiempo
antes de su secuestro, en uno de sus artículos, se refería a la guerrilla guatemalteca
y estaba ilustrado con un retrato de su hija Silvia, lo que acrecentó sospechas
y el disgusto del gobierno militar.
Todos estos datos son de importancia en
relación con su obra, porque confirman su voluntad de estilo poético, al hacer evidente
que –pese a estar ella relacionada y tan ligada afectivamente con la guerrilla–
no dejaba pasar ninguno de tales sentimientos a los versos de sus poemarios de esos
días: Elogio de mi Cuerpo (1970) y Las palabras y el Tiempo (1979). De igual
manera, también los mantuvo alejados de una directa temática y estilo feminista
que, en contraste promovía con vigor en sus conferencias, ensayos y artículos periodísticos.
Por esa convicción estética, ella siempre cultivó una poesía liberada de todo lo
que fuera ajeno, salvo un poema feminista titulado “Mujer” (distinto del de igual
título en Aunque es de noche) y el cual
no incluyó en sus poemarios, por su evidente estilo y temática distinta del resto
de su lírica, como puede apreciarse en su texto; que transcribo como punto de comparación:
“Mujer”:
Un ser que no acaba de ser
No la remota rosa
angelical,
que los poetas cantaron.
No la maldita bruja que los
inquisidores quemaron.
No la temida y ¡deseada! prostituta.
No la madre bendita.
No la marchita y burlada solterona,
No la obligada a ser buena.
No la obligada a ser mala.
No la que vive porque la dejan vivir.
No la que debe siempre
decir sí.
Un ser que trata
de saber quién es
y que empieza
a existir.
Si bien el tono es diferente, siempre no
deja de tener algún rasgo de su estilo, como la aparente espontánea sencillez expresiva,
cuando en realidad ella largamente decantaba sus poemas, tras un arduo trabajo formal
y temático. Ideal de auténtica poesía, un tanto con el influjo de la generación
del 98 español y, de poetas italianos como Pavese, Ungaretti, Saba, Quasimodo. Además,
coincidente con el ideal de una poesía esencial, como la mantuvo en sus poemas líricos,
ese otro gran poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, pese a ser un activo ideólogo
de izquierda y figura señera de los exiliados en México.
Debo señalar también, como características
de la poesía de Alaíde Foppa, su temple lírico y voz ¡ntimista, desde su primer
libro Poesías, publicado en España (1945). Obra dividida en tres partes: Juventud-Momentos
y paisajes-Amor, en la cual predomina un tono de matices melancólicos y un persistente
romanticismo femenino. Sobre todo en sus poemas de amor; en ios que expresa sentimientos
y reacciones de una tradicional mujer enamorada, que hasta siente dulce el dolor
del desamor, como en “Quizás sea justo”, donde se minimiza ante el amado:
Quizás sea justo
que casi no me quieras
si tan grande es la dicha
de quererte.
Mas este fuego
tú lo has encendido.
Te bendigo por haberte
conocido: y te amo tanto,
que al
llorar por ti es dulce el llanto.
Por la fecha de publicación del poemario,
pese a ser su edición española, podemos pensar que ese poema y otros de ese mismo
estilo los escribió en Guatemala, a raíz de su apasionada y frustrada relación amorosa.
Es evidente que Poesías, aun en su parte
Juventud, es obra de madurez literaria, con versos en los que ya figura el tema
maternal posterior a su matrimonio guatemalteco, como “Las niñas en flor” y en especial
en el singular “Para un niño que no llegó a vivir”, donde dejó la huella de ese
dolor:
Tú, la más débil de las criaturas
no tuviste asilo seguro
ni en las entrañas obscuras
donde crecías misteriosamente
junto a tu vida
por nadie defendida
crecía mucho más fuerte
una ciega muerte.
También su profunda religiosidad aparece
en Poesías, sobre todo en los dos poemas
titulados “Oración”. En el primero, se puede encontrar la clave de su tan femenina
y sumisa resignación amorosa y su catarsis del dolor, como fuente estética, que
expresa metafóricamente:
(…) cavaré en mí misma dolorosamente
como en tierra dura.
Y cuando llegue hasta lo hondo
y me haya desangrado,
ágil y clara será mi vida
Entonces, como un río sonoro y transparente,
fluirá libremente
el canto encarcelado.
Otra característica de su poesía –también
presente en este libro– es la de evitar cualquier forma de crudo alarde erótico,
ya que ella siempre expresa su erotismo velado por una imagen simbólica o una metáfora
o una hermética alusión, como en su brevísimo poema “Nocturno”, donde la entrega
amorosa, la sugiere la ocultación de la luna:
Mi mano
encontró en su mano
un nido;
más rápida y cálida
pasó por mis venas
la vida.
Sólo el silencio
se oía;
y yo, perdida
en esa vasta noche,
miraba el cielo claro.
Pero cuando él se inclinó
sobre mi rostro,
se apagó,
la pálida corola de la luna.
Esta forma delicada de expresar la unión
sexual, que parece teñirse de un matiz místico, la refuerza al usar en vez del “tú”,
formas de la tercera persona y verbos en pasado; con lo que vuelve evanescente el
suceso, al alejar la temporalidad y adoptar la forma narrativa. Hay que notar también,
que el uso de la tercera persona singular, en vez de la segunda, lo usa asimismo
con otros fines, en diferentes poemas y lo lleva hasta sustituir el “yo” de la primera,
de manera que, aunque se refiera a sí misma, lo hace, como narradora que se contempla
en una fotografía o en un cuadro, tal en este fragmento de “Convaleciente”:
(…) Ella está encerrada
en la quieta obscuridad de la estancia,
dulcemente abandonada.
Su rostro aflora
de una zona incierta y confusa,
como pálida flor
sobre las aguas móviles.
(…) Más allá de la ventana entornada
está la vida llena de asechanzas;
y para ella, encerrada
en un círculo de sombras,
la vida es solamente
el ritmo permanente de su aliento.
Pasados diez años, en 1955, Alaíde publica
un segundo poemario. La Sin Ventura, sobre
la vida de Doña Beatriz de la Cueva, quien llega a Guatemala para vivir y casarse
con el conquistador español y Adelantado Pedro de Alvarado. Es evidente que dicha
temática –propia del estilo de un poema épico– en varias partes en este poemario,
ella la convierte en una poesía de intensidad lírica, donde expresa sus propios
sentimientos, emociones y observaciones de cuando regresó a Guatemala, después de
residir en Europa y sufrir la desilusión de su propio sueño de amor, que usa para
expresar la similar situación emotiva de Doña Beatriz:
(…) En la tierna ciudad de Guatemala
pasa la vida
como escondido río:
bajo la estricta arquitectura
de esa corte inventada
una urdimbre se teje
de opuestos deseos
y de codicias calladas.
Ajena y sola está doña Beatriz:
comienza ahora a conocer
que la espera
es condición de mujer.
También es evidente el parentesco de estilo,
de este poema, con su primer poemario, al reiterar el sentimiento romántico del
goce en !a dependencia de la fuerza masculina, y el sueño de un amor que nunca muere,
pero anticipando su frustración en la misma Doña Beatriz:
(…) niña orgullosa y esquiva,
el goce conoció por vez primera
de bajar la frente
y de sentirse
como agua en la mano que la recoge
para beberla,
como fuente
que se ofrece sin miedo,
como tierra recién surcada.
Don Pedro es ardiente:
ella sueña en la llama que no se apaga,
en el tiempo largamente compartido,
en la fertilidad de su vientre joven.
Ay, Beatriz, enamorada,
la felicidad es un viaje
sin puerto de llegada,
Ese mismo goce en la dependencia amorosa
–aunque en forma más metafórica que explícita– se encuentran en la “Canción de Beatriz”:
(…) A la guerra puedes llevarte
una esposa pequeñita y desnuda
que cabe en el hueco de tu coraza.
Espérame, amor en la espesura,
escóndeme en el verde profundo.
Amor, llévame contigo
por el áspero mundo
que te llama.
Las colgaduras pesan
sobre mi lecho vacío.
Para mi sueño basta el nido
de tu brazo derecho.
Amor, llévame contigo
y dormiremos juntos
bajo la ruda tienda.
Amor, llévame contigo…
Tres años después, en 1958, publica Los dedos de mi mano, un poemario dedicado
a sus cinco hijos, con el que logra su mayor éxito. Sobre todo por el poema “Mis
hijos”, muchas veces reproducido, citado y declamado y en el que figura el verso
que dio título al libro. Dicho poema es el más afamado, aunque los otros sean de
igual calidad y algunos aún mejor logrados. A lo largo del poemario, se nota un
evidente trabajo de pulimento, pero sin que se pierda la auténtica voz de su ternura
que, en fino estilo, eleva el tan trillado tema maternal. Es así, cómo los versos
de Los dedos de mi mano constituyen una
especie de documento lírico, que ofrece las diversas maneras en que la maternidad
es un invisible cordón umbilical, que ata la mujer a sus hijos, por quienes sacrifica
sus mejores años y lo que pudo llegar a ser.
La forma que, en el poema “Mis hijos”, expresa
el tema maternal, que pudo haberlo tratado como protesta, ella lo hace como una
queja que no llega a reproche, y que de inmediato borra con una abnegada reiteración
de su amor maternal en entrega absoluta. Entrega que va de la angustia de las noches
en vela junto al hijo enfermo, a la alegría de los primeros pasos del niño, los
juegos y luego, ya crecido, el dolor de su alejamiento. Etapas que, para ella, siempre
fueron donación del tiempo que, dejó de dedicar a su poesía, como ella con abnegación
expresa:
(…) Sangre, amor y tiempo,
de mi vida les di.
Mas no me dejó desnuda
la inagotable entrega
por sí misma nutrida:
entera me daría,
cada día,
por cada uno de ellos,
y entera y florecida
quedaría.
Cinco hijos tengo,
cinco caminos abiertos,
cinco juventudes,
cinco florecimientos.
Y aunque lleve el dolor
de cinco heridas
y la amenaza
de cinco muertes,
crece mi vida
todos los días.
Sin renunciar a esa embriaguez del sacrificio
maternal, al que la hizo propicia su gran religiosidad, en cambio, en este mismo
poemario, empieza a evidenciar la enajenación de su vida de madre de varios hijos,
sobre todo frente a una inesperada maternidad, en el poema “¿Quién eres tú?”, donde
acentúa su queja por todo lo que eso conlleva, aunque, al final, exprese el deseo
muy maternal de que la vida del hijo compense su sacrificio y la “devore alegremente”.
Expresión con la que destaca la exigencia absorbente del hijo, por la ferocidad
que añade al significado de la forma verbal “devore” ese inesperado adverbio “alegremente”
que, Alaíde escogió consciente de dar, así, un sentido más dramático y hasta irónico
al sacrificio de la madre:
(…) Mi corazón, ya lo verás,
es una sangrienta granada abierta.
Y yo estoy cansada.
Además,
tú me vas a quitar
ese retazo de mi vida
que me han dejado los otros:
casi nada,
pero me duele desprenderme
de lo último que me queda.
Tendrás que ayudarme a conocerte.
Y ha de ser tu vida,
tan vigorosa y fuerte,
que devore la mía alegremente
Pero más claro y patético es su reconocer
haberse convertido en un ser desposeído de sus fines y sueños “un ser para” –diría
Sartre– por una maternidad que, al final, deja a la mujer vacía tal como expresa:
(…) ya soy sólo esa sombra
que os sigue,
ese nombre sólo vuestro
que siempre suena llamando
y estén las manos tendidas
en constante respuesta.
Tengo miedo y me busco:
no sea que un día
de tanto pedirme,
sólo encontréis la huella
de un rostro confuso
desvanecido en el agua
del tiempo que huye.
La conciencia del tiempo centrado en los
hijos, en merma de su obra poética, la urgieron a suplirlo a fuerza de trabajo y
a publicar, al año siguiente, 1959, su nuevo libro Aunque es de noche, cuyo título
y cita, inspirados en San Juan de la Cruz, nos anuncia un retomar, en sus versos,
la temática religiosa de su primer libro Poesías,
como hace en sus tres partes, pero en especial en la segunda Tres Oraciones. Por
esa insistencia de Alaíde en repetir los títulos de sus poemas, en este caso, presenta
otro problema más, pues si bien el texto de “Oración I” es el mismo de la primera
“Oración” que figura en su libro Poesías
–de la cual antes cité una parte– en cambio, a diferencia del texto de la segunda
“Oración” de Poesías –en la que clama
a Dios por ayuda–, en el final de la “Oración II” de Aunque es de noche, es evidente su reproche:
En mi pecho encendiste
una llama sombría.
¿Por qué, Señor,
no me consume entera,
si no hay para tu amor .
otra respuesta
que mi callada espera?
Tono que, ya en la “Oración III”, aumenta
pues, aunque vuelve a usar el sumiso término de Señor, sorprende con esta inesperada
antítesis:
Piadosamente cruel,
tu mano
me apartó siempre
del camino fácil.
Amargura pusiste
en el fruto maduro,
llanto
en lo que pudo ser
la copa llena
de la dicha.
(…) oh exigente Dios,
que al pensativo curso
de mi vida
diste un áspero lecho,
yo no merezco
que me pidas tanto
si nada crece en mí
que no socorra
tu mano.
Hay una notoria evolución interior –apreciable
en su enraizada religiosidad– y que se nota en otros matices de estilo y también
de su temática y sentimientos. Dicho giro se da aún en el mismo tema maternal, que
ya no será en son de queja sino, en Aunque
es de noche, con matices
señaladores del tradicional destino anulador de la mujer, como en el poema “Mujer”
(anterior al feminista de igual título) en el que es evidente que su denuncia se
diluye en un lirismo melancólico y resignado. Sin duda, razón por la cual pudo incluirlo
en este poemario sin romper su estilo, como puede apreciarse en el siguiente fragmento:
(…) amor es rumbo ciego
hacia un solo destino,
que impide otro camino.
Criatura cautiva
de tu misma esperanza
y de tu libre anhelo.
(…) No hay libertad.
Ya tu paso cansado,
el aliento en suspenso
y tu pesado vientre
le enseñaron un día
que la esperanza estaba
en sangre sepultada.
Oh dócil criatura,
es la fecundidad
callada servidumbre.
Por otra parte, también en Aunque es de noche, vuelve sobre otros temas
y muestra aquella característica del uso de la tercera persona singular, para referirse
a sí misma. Dicha forma aparece en varios poemas del libro y es muy clara en el
poema “Ella se siente”, donde, aunque trata el enajenamiento femenino como si fuera
de otra mujer, se refiere al de sí misma. Por ello, dentro de lo quejoso, ya no
sólo es “devorada” por los hijos, sino por todos y por su destino de mujer:
Ella se siente a veces
como cosa olvidada
en el rincón oscuro de la casa,
como fruto devorado adentro
por pájaros rapaces,
como sombra sin rostro y sin peso.
Su presencia es apenas
vibración leve
en el aire inmóvil.
Siente que la traspasan las miradas
y que se vuelve niebla
entre los torpes brazos
que intentan circundarla.
En este mismo texto –además de ese matiz
feminista sin el estilo de esa tendencia literaria– siempre con delicado lirismo,
al final de ese poema se encuentran tres frases iniciadas por negativas:
Quisiera ser siquiera
una naranja jugosa
en la mano de un niño
–no corteza vacía–
una imagen que brilla en el espejo
–no sombra que se esfuma–
y una voz clara
–no pesado silencio–
alguna vez escuchada.
Aunque estaba agobiada por múltiples actividades
académicas y feministas, en 1965, publicó la tan preciosa edición de su pequeño
poemario Guirnalda de Primavera, cuya
temática está alejada de la de sus anteriores libros y su estilo es más objetivo,
libre de sentimentalismos y pasiones. Muy centrado en la expresión estética y gozosa
de los dones de la naturaleza, es un vital canto a la flora y los frutos tropicales,
sobre todo guatemaltecos. En este poemario, su poesía se llena de coloridas y brillantes
metáforas, que antes usara sólo con mayor parquedad. Su cambio es hacia una poesía
sensual, gozosa y de ocultas sombras, como puede apreciarse en el poema “Durazno”:
Pelusa tierna de recién nacido,
suave mejilla virginal,
dicen que es tu cascara.
Pero en tu carne blanca
veteada de rosa,
pero en la pulpa amarilla
que llena la boca
de jugosa dulzura,
el esplendor del estío
se derrama.
Oculta permanece
la amargura
de tu almendra secreta.
La sensualidad de un estilo que se abre
hacia el color, la forma, los olores de las flores y a los sabores de los frutos,
la hace abrir los ojos también a la luminosidad de la alegría de la vida, que palpita
en su propio cuerpo. De manera que la lleva hacia una poesía exaltadora de la vida
y la belleza, alejada de la melancolía y el dolor de sus libros anteriores; como
es la tan sensual de su poemario Elogio de
mi cuerpo 1970. Hermoso canto a sí misma, que hace recordar aquel verso de Withman
“Me canto y me celebro”, pues Alaíde canta y celebra las partes de su cuerpo, con
un sentido de reconocimiento al mismo y a su propia belleza, a la que su muerte
no dejó que la mancillara el tiempo. De tal modo, que podríamos decir que el brevísimo
poemario de apenas 18 cortos poemas, Elogio
de mi cuerpo –libro artísticamente ilustrado con los bellos dibujos de Elvira
Gascón– fija un documento poético de la imagen física de Alaídc, como vista por
ella misma en el espejo, y por nosotros en el recuerdo. De este libro el poema “La
Boca” es ejemplo de su fino estilo en sublimado erotismo:
Entre labio y labio
cuánta dulzura guarda.
Lo más novedoso en Elogio de mi cuerpo es, precisamente, ese tono de deleitosa complacencia
narcisista en la descripción de cada parte de su cuerpo, que con un gran sentido
estético logra, especialmente por lo difícil de abordar sin una sola vulgaridad
y con una singular belleza, como en este breve poema “El sexo”:
Oculta
rosa palpitante
en
el oscuro surco
pozo
de estremecida alegría
que
incendia en un instante
el
turbio curso de mi vida,
secreto
siempre inviolado,
fecunda
herida.
Indudablernente,
en esos años predominaba en la temática poética tanto femenina como feminista lo sensual y lo erótico y eso
llevó a Alaíde a tratar esta temática tan pocas veces tocada por ella. Además, por
esos años, fue el mayor auge mundial feminista y, tanto en Guatemala como en
México, Alaíde fue una de las figuras más sobresalientes del movimiento feminista,
al que se dedicó con gran fervor en conferencias y en varias publicaciones
en prosa en los diarios. Al igual que ella hacía en México, las guatemaltecas feministas
nos ocupábamos en dar
conferencias y publicar artículos y ensayos en prosa.
Por
otra parte, tanto en EEUU como en México, algunas poetisas publicaban poesía con esa tendencia,
como aquí en Guatemala, Ana María Rodas hizo en su libro Poemas de la izquierda erótica, 1973.
Por
nuestra parte, las feministas, luego de fundar el grupo Acción solidaria de la mujer, ampliamos
nuestra labor de divulgación masiva feminista a escuelas, talleres, fábricas,
asociaciones, etc., y seguíamos con la publicación de artículos en diarios y revistas.
Todo ello, en preparación del Primer Año Internacional de la Mujer que celebramos en 1975, en México, donde nos
reunimos con Alaíde.
Fue
precisamente esta celebración la que influyó para decidirla a publicar ese segundo poema “Mujer”
que posiblemente guardaba entre papeles sin publicar, por su estilo diferente al resto de toda su obra poética.
En
estos días, Además, Alaíde acrecentaba su actividad feminista en conferencias y
artículos en prosa en especial en la revista FEM, de cuya directiva formaba parte.
También publicaba ensayos en libros antológicos como Imagen y realidad de la mujer (SepSetentas, México, 1975), donde aparece su ensayo “Feminismo
y liberación”, el cual, pese al estilo tan directo de su prosa, podríamos relacionarlo
–por las ideas que sostiene sobre un feminismo centrado en la enajenación de la mujer– con los sentimientos
expresados en su
poesía de queja sobre la anulación de la mujer dentro de su papel tradicional hogareño y la maternidad.
Para comprobarlo basta este fragmento:
Lo fundamental es una protesta contra la situación misma
de la mujer, y más dentro
del círculo de la familia, que en el ámbito amplio de la sociedad. Si bien
es la sociedad de consumo la que impone a la mujer el papel de objeto
sexual, es la educación familiar la que lo sanciona y estimula. Se protesta
entonces en el marco de la familia o del matrimonio, por ese vivir en función
del hombre.
La
evolución de su pensamiento a la par que la de su prosa, también se trasluce en su poesía en la
que, sin perder lo lírico, podemos diferenciar expresiones que van desde sus versos
de mujer tradicional a la que es dulce padecer por el amado y las de la total abnegación
de madre, a los de las quejas por el destino de la mujer, hasta aquellos donde
se duele de su enajenamiento y del haber perdido lo que pudo y soñó llegar
a ser, sin haberlo logrado.
Dichos sentimientos que ya vimos en sus libros anteriores,
los concreta en forma
de reflexiones filosóficas, en su último libro de poesías, publicado en forma de un opúsculo titulado
Las palabras y el tiempo, impreso en México en 1979, pequeño conjunto de
brevísimos poemas, cuya parte Las palabras, es la más extensa, con veinticinco
textos solo numerados, varios de los cuales corresponden a repetición de otros
poemarios; con lo que los nuevos que lo completan, retoman el clima de reflexión
de su poesía de 1959. En especial en su primera parte Las palabras, reproduce apenas con alguna modificación, poemas o
fragmentos de textos
publicados anteriormente en la quinta parte de Aunque es de noche, lo que puede comprobarse si
se confronta el texto 1, de ese libro, con la del texto IV de Las palabras y el tiempo, que, aunque modificado, no pierde el mismo influjo
de aquel que tiene del
poeta español Juan Ramón Jiménez, como aún se siente en esta versión:
Temo las palabras
porque lastiman con su roce
lo que es apenas nacimiento.
Temo que destruyan
sentimientos intactos.
Dura corteza
para la poesía
pesada máscara
sobre su rostro claro.
Ay, quien pudiera
volverse música
y rasgar el aire
sin esfuerzo…
Otra transcripción es la de la Parte III
de Las Palabras en Aunque es de noche,
y que aquí aparece inexplicablemente abreviadísima con el número XVI:
Perfecta perla
redonda y dura
le he deseado tanto,
limpia perla
palabra clara.
Y todavía aguarda
mi mano tendida
Alaíde llega en Las Palabras y el Tiempo, a desarrollar esos dos temas en una forma
poética depurada que, a la vez que mantiene rasgos constantes y motivos que rondan
en toda su poesía, ofrece una muestra de una más honda preocupación por lo fugaz
de la vida personal, dentro del inmenso tiempo abarcador, y sobre todo por la lucha
por perdurar en la palabra. En estas poesías, pareciera como si ella tuviera un
presagio de su cercana muerte, tal en este corto texto VIl de Momentos de la parte de El Tiempo:
Antigua nostalgia de muerte
habita mi vida,
gusano escondido
en el durazno dorado
de este lento verano.
Indudablemente la muerte la cercaba: había
muerto su esposo en un accidente y había desaparecido uno de sus hijos. Ella misma
había sido amenazada de muerte, como nos había confesado a los amigos. Coincidentemente,
Las Palabras y el Tiempo es publicado
en diciembre de 1979, un año antes del fatídico diciembre 1980 de su secuestro y
muerte, en el que después cayó en combate guerrillero su hijo Mario.
Las amenazas recibidas, que la habían hecho
venir a Guatemala “bajo protección oficial” cuando trajo las cenizas de su esposo,
y la angustia por lo que pudiera suceder, en la guerrilla, a sus hijos Silvia y
Mario, era natural que la hicieran dejar atrás el breve tiempo del gozo presente
en Guirnalda de Primavera y en Elogio de mi cuerpo, y centrarse en ia temática
del tiempo que, en cualquier instante, se le podía ir de las manos y con él la posibilidad
de la palabra en la que soñaba permanecer, y que se le resistía a la entrega. Precisamente,
en Las Palabras y el Tiempo, la cita de
Cesare Pavese: “Las palabras son nuestro oficio”, con la que introduce la parte
Las Palabras nos hace pensar en esa preocupación
y prisa por publicar, en contraste con sus obras anteriores, esos tres pulidos y
por eso breves poemarios.
Su anhelo de llegar a una poesía esencial
quedó patente, en Las Palabras y el Tiempo donde, con un deseo semejante al de otros
poetas, en lo que podríamos llamar su Poética, nos dejó una clara explicación sobre
su intención de forma y fondo, y de su empeño en la desnudez del verso sin perder
lo estético, como fija en el poema XIV:
Poesía
con las palabras
de todos los días:
pero cada palabra,
al caer en una agua quieta,
ha de abrir esa rosa
vibrante
que se ensancha
en lentas resonancias
y no sabemos
hasta dónde llega.
En las partes Días y Momentos de Las Palabras y el Tiempo, hay un ir y venir
del cansancio al goce de ver abrirse cada mañana con una esperanza, pero también
con el agobio de las cargas diarias. Predomina, así, una dolida conciencia, ya no
sólo del dolor de lo que se ha ido perdiendo, sino también de lo deseado que no
se pudo alcanzar. Por eso, estos poemas están cargados de desilusión y entre un
paradójico desgano de vivir y su miedo al tiempo que es olvido. Sentimientos que
ella expresa, en diversas formas, ya como sentir el peso de la realidad sobre su
espalda, o bien con la dolida certeza de lo que no pudo ser y que ni siquiera dejó
un recuerdo.
Su visión de la muerte, la simboliza por
el silencio. Porque la vida para el poeta es la palabra, de allí que en el poema
XX de Las Palabras, Alaíde se describa invadida por el silencio.
Un lento silencio
viene desde lejos
y lentamente
me penetra.
Cuando me habite
del todo,
cuando callen
las otras voces,
cuando yo sea sólo
una isla silenciosa,
tal vez escuche
la palabra esperada.
Sin duda es notoria esa alusión a su muerte,
que sin embargo está impregnada de su antigua resignación religiosa y la suposición
de una muerte tan suave como si entrara a un estado de beatitud última, entre un
gran anhelo de paz y la esperanza de que la muerte no fuera un final, sino principio
de otra vida.
Por eso, seguramente, Alaíde fue hacia la
muerte sin siquiera un intento por evitarla, pues ya sabía –como me lo confesó la
última vez que vino a Guatemala– que tras las amenazas recibidas, no debía volver.
Agobiada, al final, ella se sentía tan cansada como, años atrás describió sentirse
a Doña Beatriz, en su poemario La Sin Ventura:
“era ya un cuerpo vacío / la abandonada mano ⁄ no buscó un ramo ⁄ para asirse a
la vida, “.
Deseo de abandono a una muerte presentida,
pero extrañamente opuesta a la que –no quisiéramos hubiera sido la suya– entre las
agobiadoras indagatorias, insultos, atroces torturas y sangre que no pudo soportar,
como se ha rumoreado sucedió siguiendo las órdenes del cruel general Romeo Lucas.
Muerte buscada, como la que en el verso de Santa Teresa invoca: “Ven muerte tan
escondida que no sienta venir”. Muerte llena de paz, deseada por su gran fe religiosa
con la esperanza de poder encontrar “la esperada palabra, que ojalá haya podido
escuchar en el momento de su silencio final.
Pero, si por incrédulos, algunos podemos
suponer que no la haya llegado a escuchar, en cambio sabemos con certeza, que ella
ni en la muerte es “isla silenciosa”, porque su voz está viva en su poesía. Belleza
de su palabra ya negada a sus oídos, pero que nosotros escuchamos cada vez que leemos
sus versos.
LUZ MÉNDEZ DE LA VEGA Nació en 1919. Licenciada en Letras por la Universidad de San Carlos, con estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, España. Académica de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Obra literaria: Poesía: Eva sin Dios (1979), Tríptico: Tiempo de amor, Tiempo de llanto, y Desamor (1980), De las palabras y la sombra (1984, Helénicas (1998) y Toque de queda: poesía bajo el terror (1999). Teatro: Tres rostros de mujer en soledad: monólogos importunos (1991). Crítica literaria: Estética y poesía de Petrarca (1974), El Señor Presidente y Tirano Banderas (1977) Características del estilo de Galdós y su influjo en la novela guatemalteca (1978), Lenguaje, religión y literatura como deformadores de la mujer y la cultura (1980), La mujer en las obras de José Milla (1982) y La amada y perseguida Sor Juana de Maldonado y Paz (2002). Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 1994.
VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 238 | setembro de 2023
Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário