sábado, 9 de setembro de 2023

LUZ MÉNDEZ DE LA VEGA | Alaíde Foppa: realidad y poesía

 


Para valorar las características literarias resultantes del ideal estético que, en su poesía, perseguía Alaíde Foppa, no se debe pasar por alto su vida, pues de su plácida existencia de mujer de clase alta adinerada, especializada en Europa en lenguas y literaturas española e italiana, en plena juventud y éxito poético, se vio arrastrada a un trágico destino.

Nacida en Barcelona, España, tuvo poca relación con su padre, el italiano-argentino, Tito Livio Foppa; ya que su madre doña Julia Falla de Foppa, destacada pianista y promotora de la cultura italiana –sin divorciarse de él– decidió quedarse en Guatemala. Por ello, desde sus años juveniles, Alaíde tuvo una estrecha vinculación con Italia y con España, países donde se educó y culminó su formación humanística, al doctorarse en Letras. Sobre todo con Italia, su relación fue permanente, al regresar a Guatemala, durante la época del Presidente Arévalo, y después, como profesora de Literatura y Lengua Italiana en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala, y luego en la Universidad Autónoma de México (UNAM), donde también, tuvo a su cargo Radio Universidad y cátedras de literatura e italiano.

Además promovió, mientras vivió aquí, la cultura italiana, por medio de publicaciones en diarios, revistas, cursillos y conferencias en diversas asociaciones culturales, sobre todo en la Dante Alighieri y ya radicada en México, durante sus constantes visitas a su madre, o para cumplir sus compromisos de conferencista con algunas de nuestra instituciones culturales, universitarias o feministas. También aprovechaba algunas vacaciones de la UNAM, para retirarse a San Sebastián –finca de su familia en Antigua Guatemala– donde escribía o corregía sus poemarios. Temporadas en las que gustaba invitarnos a las amigas, para pasar un día entre amistosas charlas y lectura de poesías, en las que conocimos, a veces, sus poesías inéditas.

Mujer privilegiada por su inteligencia, cultura, belleza, posición social y riqueza, Alaíde Foppa, más allá de los caminos a los que conducían esos privilegios, tomó aquellos a los que la llamaban las imperiosas voces de su vocación poética y las del amor a la libertad y la justicia. Con ello, sin presentirlo, ella misma se encaminaba a su destino trágico. El primer paso fue una gran pasión amorosa, que terminó en desengaño. Decepción que superó al encuentro de un amor estable, en su matrimonio con el intelectual guatemalteco y político de izquierda Alfonso Solórzano. Matrimonio que la hizo madre de cinco hijos, lo que la afianzó a Guatemala como su patria. De aquí sólo se alejó, al acompañar a su esposo al exilio en México.

Pese a ello, mantuvo su amor a esta tierra, por la que tuvo que sufrir el calvario de saber, a tres de sus hijos: Juan Pablo, Mario y Silvia, arriesgándose en los frentes guerrilleros, hasta llegar a sufrir la desaparición de Juan Pablo, en 1980, poco tiempo antes que ella misma fuera secuestrada, desaparecida, torturada y asesinada, como llegó a saber–poco antes de morir–doña Julia, su madre. Crímenes cometidos durante el sanguinario gobierno de Romeo Lucas García, bajo el cual, al año siguiente de su desaparición, murió su otro hijo Mario, en el ataque a un reducto guerrillero, en esta capital.

Sin embargo, pasado tanto tiempo de la desaparición de Alaíde, aún no han aparecido sus restos, que se supone fueron tirados al mar.

Se ha dicho que uno de los motivos de su secuestro y muerte fue porque suponían que, en las frecuentes visitas a su madre, lograba ponerse en contacto con sus hijos y podía servir de correo a los exiliados en México. Las sospechas se agravaron, ese último año 80, cuando después de la desaparición de Juan Pablo, ella se integró al grupo de familiares de los desaparecidos políticos y respaldó sus reclamaciones. Otro motivo, fue por formar parte de la directiva de la revista feminista FEM, con la cual nos había mantenido, a las feministas guatemaltecas, al tanto de los avances del feminismo, en especial en México, donde celebramos con ella, en 1975, el Año Internacional de la Mujer. Ello, porque dicha revista, pasados unos años, se había inclinado hacia la política de izquierda. Coincidentemente, en el número de FEM, salido poco tiempo antes de su secuestro, en uno de sus artículos, se refería a la guerrilla guatemalteca y estaba ilustrado con un retrato de su hija Silvia, lo que acrecentó sospechas y el disgusto del gobierno militar.

Todos estos datos son de importancia en relación con su obra, porque confirman su voluntad de estilo poético, al hacer evidente que –pese a estar ella relacionada y tan ligada afectivamente con la guerrilla– no dejaba pasar ninguno de tales sentimientos a los versos de sus poemarios de esos días: Elogio de mi Cuerpo (1970) y Las palabras y el Tiempo (1979). De igual manera, también los mantuvo alejados de una directa temática y estilo feminista que, en contraste promovía con vigor en sus conferencias, ensayos y artículos periodísticos. Por esa convicción estética, ella siempre cultivó una poesía liberada de todo lo que fuera ajeno, salvo un poema feminista titulado “Mujer” (distinto del de igual título en Aunque es de noche) y el cual no incluyó en sus poemarios, por su evidente estilo y temática distinta del resto de su lírica, como puede apreciarse en su texto; que transcribo como punto de comparación: “Mujer”:

 

Un ser que no acaba de ser

No la remota rosa

angelical,

que los poetas cantaron.

No la maldita bruja que los

inquisidores quemaron.

No la temida y ¡deseada! prostituta.

No la madre bendita.

No la marchita y burlada solterona,

No la obligada a ser buena.

No la obligada a ser mala.

No la que vive porque la dejan vivir.

No la que debe siempre

decir sí.

Un ser que trata

de saber quién es

y que empieza

a existir.

 

Si bien el tono es diferente, siempre no deja de tener algún rasgo de su estilo, como la aparente espontánea sencillez expresiva, cuando en realidad ella largamente decantaba sus poemas, tras un arduo trabajo formal y temático. Ideal de auténtica poesía, un tanto con el influjo de la generación del 98 español y, de poetas italianos como Pavese, Ungaretti, Saba, Quasimodo. Además, coincidente con el ideal de una poesía esencial, como la mantuvo en sus poemas líricos, ese otro gran poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, pese a ser un activo ideólogo de izquierda y figura señera de los exiliados en México.

Debo señalar también, como características de la poesía de Alaíde Foppa, su temple lírico y voz ¡ntimista, desde su primer libro Poesías, publicado en España (1945). Obra dividida en tres partes: Juventud-Momentos y paisajes-Amor, en la cual predomina un tono de matices melancólicos y un persistente romanticismo femenino. Sobre todo en sus poemas de amor; en ios que expresa sentimientos y reacciones de una tradicional mujer enamorada, que hasta siente dulce el dolor del desamor, como en “Quizás sea justo”, donde se minimiza ante el amado:

 

Quizás sea justo

que casi no me quieras

si tan grande es la dicha

de quererte.

 


Sumisión que, con el más apasionado desprendimiento de su felicidad de mujer amante, ratifica en este fragmento final del poema:

 

Mas este fuego

tú lo has encendido.

Te bendigo por haberte

conocido: y te amo tanto,

que al llorar por ti es dulce el llanto.

 

Por la fecha de publicación del poemario, pese a ser su edición española, podemos pensar que ese poema y otros de ese mismo estilo los escribió en Guatemala, a raíz de su apasionada y frustrada relación amorosa. Es evidente que Poesías, aun en su parte Juventud, es obra de madurez literaria, con versos en los que ya figura el tema maternal posterior a su matrimonio guatemalteco, como “Las niñas en flor” y en especial en el singular “Para un niño que no llegó a vivir”, donde dejó la huella de ese dolor:

 

Tú, la más débil de las criaturas

no tuviste asilo seguro

ni en las entrañas obscuras

donde crecías misteriosamente

junto a tu vida

por nadie defendida

crecía mucho más fuerte

una ciega muerte.

 

También su profunda religiosidad aparece en Poesías, sobre todo en los dos poemas titulados “Oración”. En el primero, se puede encontrar la clave de su tan femenina y sumisa resignación amorosa y su ca­tarsis del dolor, como fuente estética, que expresa metafóricamente:

 

(…) cavaré en mí misma dolorosamente

como en tierra dura.

Y cuando llegue hasta lo hondo

y me haya desangrado,

ágil y clara será mi vida

Entonces, como un río sonoro y transparente,

fluirá libremente

el canto encarcelado.

 

Otra característica de su poesía –también presente en este libro– es la de evitar cualquier forma de crudo alarde erótico, ya que ella siempre expresa su erotismo velado por una imagen simbólica o una metáfora o una hermética alusión, como en su brevísimo poema “Nocturno”, donde la entrega amorosa, la sugiere la ocultación de la luna:

 

Mi mano

encontró en su mano

un nido;

más rápida y cálida

pasó por mis venas

la vida.

 

Sólo el silencio

se oía;

y yo, perdida

en esa vasta noche,

miraba el cielo claro.

Pero cuando él se inclinó

sobre mi rostro,

se apagó,

la pálida corola de la luna.

 

Esta forma delicada de expresar la unión sexual, que parece teñirse de un matiz místico, la refuerza al usar en vez del “tú”, formas de la tercera persona y verbos en pasado; con lo que vuelve evanescente el suceso, al alejar la temporalidad y adoptar la forma narrativa. Hay que notar también, que el uso de la tercera persona singular, en vez de la segunda, lo usa asimismo con otros fines, en diferentes poemas y lo lleva hasta sustituir el “yo” de la primera, de manera que, aunque se refiera a sí misma, lo hace, como narradora que se contempla en una fotografía o en un cuadro, tal en este fragmento de “Convaleciente”:

 

(…) Ella está encerrada

en la quieta obscuridad de la estancia,

dulcemente abandonada.

Su rostro aflora

de una zona incierta y confusa,

como pálida flor

sobre las aguas móviles.

(…) Más allá de la ventana entornada

está la vida llena de asechanzas;

y para ella, encerrada

en un círculo de sombras,

la vida es solamente

el ritmo permanente de su aliento.

 

Pasados diez años, en 1955, Alaíde publica un segundo poemario. La Sin Ventura, sobre la vida de Doña Beatriz de la Cueva, quien llega a Guatemala para vivir y casarse con el conquistador español y Adelantado Pedro de Alvarado. Es evidente que dicha temática –propia del estilo de un poema épico– en varias partes en este poemario, ella la convierte en una poesía de intensidad lírica, donde expresa sus propios sentimientos, emociones y observaciones de cuando regresó a Guatemala, después de residir en Europa y sufrir la desilusión de su propio sueño de amor, que usa para expresar la similar situación emotiva de Doña Beatriz:

 

(…) En la tierna ciudad de Guatemala

pasa la vida

como escondido río:

bajo la estricta arquitectura

de esa corte inventada

una urdimbre se teje

de opuestos deseos

y de codicias calladas.

Ajena y sola está doña Beatriz:

comienza ahora a conocer

que la espera

es condición de mujer.

 

También es evidente el parentesco de estilo, de este poema, con su primer poemario, al reiterar el sentimiento romántico del goce en !a dependencia de la fuerza masculina, y el sueño de un amor que nunca muere, pero anticipando su frustración en la misma Doña Beatriz:

 

(…) niña orgullosa y esquiva,

el goce conoció por vez primera

de bajar la frente

y de sentirse

como agua en la mano que la recoge

para beberla,

como fuente

que se ofrece sin miedo,

como tierra recién surcada.

Don Pedro es ardiente:

ella sueña en la llama que no se apaga,

en el tiempo largamente compartido,

en la fertilidad de su vientre joven.

Ay, Beatriz, enamorada,

la felicidad es un viaje

sin puerto de llegada,

 

Ese mismo goce en la dependencia amorosa –aunque en forma más metafórica que explícita– se encuentran en la “Canción de Beatriz”:

 

(…) A la guerra puedes llevarte

una esposa pequeñita y desnuda

que cabe en el hueco de tu coraza.

Espérame, amor en la espesura,

escóndeme en el verde profundo.

Amor, llévame contigo

por el áspero mundo

que te llama.

Las colgaduras pesan

sobre mi lecho vacío.

Para mi sueño basta el nido

de tu brazo derecho.

Amor, llévame contigo

y dormiremos juntos

bajo la ruda tienda.

Amor, llévame contigo…

 


Pese a estos sentimientos –en este mismo poemario– aparece un atisbo de denuncia feminista al plasmar la transformación de la enamorada Doña Beatriz, en la amargada esposa que sobrelleva con dignidad su herido orgullo, en la farsa de su matrimonio –aún después de muerto don Pedro– hasta morir ella, en 1541, entre la correntada de lodo, que sepultó la recién trasladada capital al valle de Almolonga. Final histórico que, sobre lo lírico personal de la autora, retoma el estilo épico del poema.

Tres años después, en 1958, publica Los dedos de mi mano, un poemario dedicado a sus cinco hijos, con el que logra su mayor éxito. Sobre todo por el poema “Mis hijos”, muchas veces reproducido, citado y declamado y en el que figura el verso que dio título al libro. Dicho poema es el más afamado, aunque los otros sean de igual calidad y algunos aún mejor logrados. A lo largo del poemario, se nota un evidente trabajo de pulimento, pero sin que se pierda la auténtica voz de su ternura que, en fino estilo, eleva el tan trillado tema maternal. Es así, cómo los versos de Los dedos de mi mano constituyen una especie de documento lírico, que ofrece las diversas maneras en que la maternidad es un invisible cordón umbilical, que ata la mujer a sus hijos, por quienes sacrifica sus mejores años y lo que pudo llegar a ser.

La forma que, en el poema “Mis hijos”, expresa el tema maternal, que pudo haberlo tratado como protesta, ella lo hace como una queja que no llega a reproche, y que de inmediato borra con una abnegada reiteración de su amor maternal en entrega absoluta. Entrega que va de la angustia de las noches en vela junto al hijo enfermo, a la alegría de los primeros pasos del niño, los juegos y luego, ya crecido, el dolor de su alejamiento. Etapas que, para ella, siempre fueron donación del tiempo que, dejó de dedicar a su poesía, como ella con abnegación expresa:

 

(…) Sangre, amor y tiempo,

de mi vida les di.

Mas no me dejó desnuda

la inagotable entrega

por sí misma nutrida:

entera me daría,

cada día,

por cada uno de ellos,

y entera y florecida

quedaría.

 

Cinco hijos tengo,

cinco caminos abiertos,

cinco juventudes,

cinco florecimientos.

Y aunque lleve el dolor

de cinco heridas

y la amenaza

de cinco muertes,

crece mi vida

todos los días.

 

Sin renunciar a esa embriaguez del sacrificio maternal, al que la hizo propicia su gran religiosidad, en cambio, en este mismo poemario, empieza a evidenciar la enajenación de su vida de madre de varios hijos, sobre todo frente a una inesperada maternidad, en el poema “¿Quién eres tú?”, donde acentúa su queja por todo lo que eso conlleva, aunque, al final, exprese el deseo muy maternal de que la vida del hijo compense su sacrificio y la “devore alegremente”. Expresión con la que destaca la exigencia absorbente del hijo, por la ferocidad que añade al significado de la forma verbal “devore” ese inesperado adverbio “alegremente” que, Alaíde escogió consciente de dar, así, un sentido más dramático y hasta irónico al sacrificio de la madre:

 

(…) Mi corazón, ya lo verás,

es una sangrienta granada abierta.

Y yo estoy cansada.

Además,

tú me vas a quitar

ese retazo de mi vida

que me han dejado los otros:

casi nada,

pero me duele desprenderme

de lo último que me queda.

Tendrás que ayudarme a conocerte.

Y ha de ser tu vida,

tan vigorosa y fuerte,

que devore la mía alegremente

 

Pero más claro y patético es su reconocer haberse convertido en un ser desposeído de sus fines y sueños “un ser para” –diría Sartre– por una maternidad que, al final, deja a la mujer vacía tal como expresa:

 

(…) ya soy sólo esa sombra

que os sigue,

ese nombre sólo vuestro

que siempre suena llamando

y estén las manos tendidas

en constante respuesta.

Tengo miedo y me busco:

no sea que un día

de tanto pedirme,

sólo encontréis la huella

de un rostro confuso

desvanecido en el agua

del tiempo que huye.

 

La conciencia del tiempo centrado en los hijos, en merma de su obra poética, la urgieron a suplirlo a fuerza de trabajo y a publicar, al año siguiente, 1959, su nuevo libro Aunque es de noche, cuyo título y cita, inspirados en San Juan de la Cruz, nos anuncia un retomar, en sus versos, la temática religiosa de su primer libro Poesías, como hace en sus tres partes, pero en especial en la segunda Tres Oraciones. Por esa insistencia de Alaíde en repetir los títulos de sus poemas, en este caso, presenta otro problema más, pues si bien el texto de “Oración I” es el mismo de la primera “Oración” que figura en su libro Poesías –de la cual antes cité una parte– en cambio, a diferencia del texto de la segunda “Oración” de Poesías –en la que clama a Dios por ayuda–, en el final de la “Oración II” de Aunque es de noche, es evidente su reproche:

 

En mi pecho encendiste

una llama sombría.

¿Por qué, Señor,

no me consume entera,

si no hay para tu amor     .

otra respuesta

que mi callada espera?

 

Tono que, ya en la “Oración III”, aumenta pues, aunque vuelve a usar el sumiso término de Señor, sorprende con esta inesperada antítesis:

 

Piadosamente cruel,

tu mano

me apartó siempre

del camino fácil.

Amargura pusiste

en el fruto maduro,

llanto

en lo que pudo ser

la copa llena

de la dicha.

(…) oh exigente Dios,

que al pensativo curso

de mi vida

diste un áspero lecho,

yo no merezco

que me pidas tanto

si nada crece en mí

que no socorra

tu mano.

 

Hay una notoria evolución interior –apreciable en su enraizada religiosidad– y que se nota en otros matices de estilo y también de su temática y sentimientos. Dicho giro se da aún en el mismo tema maternal, que ya no será en son de queja sino, en Aunque es de noche, con matices señaladores del tradicional destino anulador de la mujer, como en el poema “Mujer” (anterior al feminista de igual título) en el que es evidente que su denuncia se diluye en un lirismo melancólico y resignado. Sin duda, razón por la cual pudo incluirlo en este poemario sin romper su estilo, como puede apreciarse en el siguiente fragmento:

 

(…) amor es rumbo ciego

hacia un solo destino,

que impide otro camino.

Criatura cautiva

de tu misma esperanza

y de tu libre anhelo.

(…) No hay libertad.

Ya tu paso cansado,

el aliento en suspenso

y tu pesado vientre

le enseñaron un día

que la esperanza estaba

en sangre sepultada.

Oh dócil criatura,

es la fecundidad

callada servidumbre.

 

Por otra parte, también en Aunque es de noche, vuelve sobre otros temas y muestra aquella característica del uso de la tercera persona singular, para referirse a sí misma. Dicha forma aparece en varios poemas del libro y es muy clara en el poema “Ella se siente”, donde, aunque trata el enajenamiento femenino como si fuera de otra mujer, se refiere al de sí misma. Por ello, dentro de lo quejoso, ya no sólo es “devorada” por los hijos, sino por todos y por su destino de mujer:

 

Ella se siente a veces

como cosa olvidada

en el rincón oscuro de la casa,

como fruto devorado adentro

por pájaros rapaces,

como sombra sin rostro y sin peso.

Su presencia es apenas

vibración leve

en el aire inmóvil.

Siente que la traspasan las miradas

y que se vuelve niebla

entre los torpes brazos

que intentan circundarla.

 

En este mismo texto –además de ese matiz feminista sin el estilo de esa tendencia literaria– siempre con delicado lirismo, al final de ese poema se encuentran tres frases iniciadas por negativas:

 

Quisiera ser siquiera

una naranja jugosa

en la mano de un niño

–no corteza vacía–

una imagen que brilla en el espejo

–no sombra que se esfuma–

y una voz clara

–no pesado silencio–

alguna vez escuchada.

 


Lo hago notar porque este uso de los negativos es similar al que usó más extensamente en la tardía y mencionada poesía feminista “Mujer”. Este coincidir hace suponer que las dos poesías tituladas “Mujer” fueran contemporáneas, pero que, por ser una tan doctrinaria, no la incluyó en éste ni en otro de sus poemarios, y la dejó postergada.

Aunque estaba agobiada por múltiples actividades académicas y feministas, en 1965, publicó la tan preciosa edición de su pequeño poemario Guirnalda de Primavera, cuya temática está alejada de la de sus anteriores libros y su estilo es más objetivo, libre de sentimentalismos y pasiones. Muy centrado en la expresión estética y gozosa de los dones de la naturaleza, es un vital canto a la flora y los frutos tropicales, sobre todo guatemaltecos. En este poemario, su poesía se llena de coloridas y brillantes metáforas, que antes usara sólo con mayor parquedad. Su cambio es hacia una poesía sensual, gozosa y de ocultas sombras, como puede apreciarse en el poema “Durazno”:

 

Pelusa tierna de recién nacido,

suave mejilla virginal,

dicen que es tu cascara.

Pero en tu carne blanca

veteada de rosa,

pero en la pulpa amarilla

que llena la boca

de jugosa dulzura,

el esplendor del estío

se derrama.

Oculta permanece

la amargura

de tu almendra secreta.

 

La sensualidad de un estilo que se abre hacia el color, la forma, los olores de las flores y a los sabores de los frutos, la hace abrir los ojos también a la luminosidad de la alegría de la vida, que palpita en su propio cuerpo. De manera que la lleva hacia una poesía exaltadora de la vida y la belleza, alejada de la melancolía y el dolor de sus libros anteriores; como es la tan sensual de su poemario Elogio de mi cuerpo 1970. Hermoso canto a sí misma, que hace recordar aquel verso de Withman “Me canto y me celebro”, pues Alaíde canta y celebra las partes de su cuerpo, con un sentido de reconocimiento al mismo y a su propia belleza, a la que su muerte no dejó que la mancillara el tiempo. De tal modo, que podríamos decir que el brevísimo poemario de apenas 18 cortos poemas, Elogio de mi cuerpo –libro artísticamente ilustrado con los bellos dibujos de Elvira Gascón– fija un documento poético de la imagen física de Alaídc, como vista por ella misma en el espejo, y por nosotros en el recuerdo. De este libro el poema “La Boca” es ejemplo de su fino estilo en sublimado erotismo:

 

Entre labio y labio

cuánta dulzura guarda.

 

Lo más novedoso en Elogio de mi cuerpo es, precisamente, ese tono de deleitosa complacencia narcisista en la descripción de cada parte de su cuerpo, que con un gran sentido estético logra, especialmente por lo difícil de abordar sin una sola vulgaridad y con una singular belleza, como en este breve poema “El sexo”:

 

Oculta rosa palpitante

en el oscuro surco

pozo de estremecida alegría

que incendia en un instante

el turbio curso de mi vida,

secreto siempre inviolado,

fecunda herida.

 

Indudablernente, en esos años predominaba en la temática poética tanto femenina como feminista lo sensual y lo erótico y eso llevó a Alaíde a tratar esta temática tan pocas veces tocada por ella. Además, por esos años, fue el mayor auge mundial feminista y, tanto en Guatemala como en México, Alaíde fue una de las figuras más sobresalientes del movimiento feminista, al que se dedicó con gran fervor en conferencias y en varias publicaciones en prosa en los diarios. Al igual que ella hacía en México, las guatemaltecas feministas nos ocupábamos en dar conferencias y publicar artículos y ensayos en prosa.

Por otra parte, tanto en EEUU como en México, algunas poetisas publicaban poesía con esa tendencia, como aquí en Guatemala, Ana María Rodas hizo en su libro Poemas de la izquierda erótica, 1973.

Por nuestra parte, las feministas, luego de fundar el grupo Acción solidaria de la mujer, ampliamos nuestra labor de divulgación masiva feminista a escuelas, talleres, fábricas, asociaciones, etc., y seguíamos con la publicación de artículos en diarios y revistas. Todo ello, en preparación del Primer Año Internacional de la Mujer que celebramos en 1975, en México, donde nos reunimos con Alaíde.

Fue precisamente esta celebración la que influyó para decidirla a publicar ese segundo poema “Mujer” que posiblemente guardaba entre papeles sin publicar, por su estilo diferente al resto de toda su obra poética.

En estos días, Además, Alaíde acrecentaba su actividad feminista en conferencias y artículos en prosa en especial en la revista FEM, de cuya directiva formaba parte. También publicaba ensayos en libros antológicos como Imagen y realidad de la mujer (SepSetentas, México, 1975), donde aparece su ensayo “Feminismo y liberación”, el cual, pese al estilo tan directo de su prosa, podríamos relacionarlo –por las ideas que sostiene sobre un feminismo centrado en la enajenación de la mujer– con los sentimientos expresados en su poesía de queja sobre la anulación de la mujer dentro de su papel tradicional hogareño y la maternidad. Para comprobarlo basta este fragmento:

 

Lo fundamental es una protesta contra la situación misma de la mujer, y más dentro del círculo de la familia, que en el ámbito amplio de la sociedad. Si bien es la sociedad de consumo la que impone a la mujer el papel de objeto sexual, es la educación familiar la que lo sanciona y estimula. Se protesta entonces en el marco de la familia o del matrimonio, por ese vivir en función del hombre.

 

La evolución de su pensamiento a la par que la de su prosa, también se trasluce en su poesía en la que, sin perder lo lírico, podemos diferenciar expresiones que van desde sus versos de mujer tradicional a la que es dulce padecer por el amado y las de la total abnegación de madre, a los de las quejas por el destino de la mujer, hasta aquellos donde se duele de su enajenamiento y del haber perdido lo que pudo y soñó llegar a ser, sin haberlo logrado.

Dichos sentimientos que ya vimos en sus libros anteriores, los concreta en forma de reflexiones filosóficas, en su último libro de poesías, publicado en forma de un opúsculo titulado Las palabras y el tiempo, impreso en México en 1979, pequeño conjunto de brevísimos poemas, cuya parte Las palabras, es la más extensa, con veinticinco textos solo numerados, varios de los cuales corresponden a repetición de otros poemarios; con lo que los nuevos que lo completan, retoman el clima de reflexión de su poesía de 1959. En especial en su primera parte Las palabras, reproduce apenas con alguna modificación, poemas o fragmentos de textos publicados anteriormente en la quinta parte de Aunque es de noche, lo que puede comprobarse si se confronta el texto 1, de ese libro, con la del texto IV de Las palabras y el tiempo, que, aunque modificado, no pierde el mismo influjo de aquel que tiene del poeta español Juan Ramón Jiménez, como aún se siente en esta versión:

 

Temo las palabras

porque lastiman con su roce

lo que es apenas nacimiento.

Temo que destruyan

sentimientos intactos.

Dura corteza

para la poesía

pesada máscara

sobre su rostro claro.

Ay, quien pudiera

volverse música

y rasgar el aire

sin esfuerzo…

 

Otra transcripción es la de la Parte III de Las Palabras en Aunque es de noche, y que aquí aparece inexplicablemente abreviadísima con el número XVI:

 

Perfecta perla

redonda y dura

le he deseado tanto,

limpia perla

palabra clara.

Y todavía aguarda

mi mano tendida

 

Alaíde llega en Las Palabras y el Tiempo, a desarrollar esos dos temas en una forma poética depurada que, a la vez que mantiene rasgos constantes y motivos que rondan en toda su poesía, ofrece una muestra de una más honda preocupación por lo fugaz de la vida personal, dentro del inmenso tiempo abarcador, y sobre todo por la lucha por perdurar en la palabra. En estas poesías, pareciera como si ella tuviera un presagio de su cercana muerte, tal en este corto texto VIl de Momentos de la parte de El Tiempo:

 

Antigua nostalgia de muerte

habita mi vida,

gusano escondido

en el durazno dorado

de este lento verano.

 

Indudablemente la muerte la cercaba: había muerto su esposo en un accidente y había desaparecido uno de sus hijos. Ella misma había sido amenazada de muerte, como nos había confesado a los amigos. Coincidentemente, Las Palabras y el Tiempo es publicado en diciembre de 1979, un año antes del fatídico diciembre 1980 de su secuestro y muerte, en el que después cayó en combate guerrillero su hijo Mario.

Las amenazas recibidas, que la habían hecho venir a Guatemala “bajo protección oficial” cuando trajo las cenizas de su esposo, y la angustia por lo que pudiera suceder, en la guerrilla, a sus hijos Silvia y Mario, era natural que la hicieran dejar atrás el breve tiempo del gozo presente en Guirnalda de Primavera y en Elogio de mi cuerpo, y centrarse en ia temática del tiempo que, en cualquier instante, se le podía ir de las manos y con él la posibilidad de la palabra en la que soñaba permanecer, y que se le resistía a la entrega. Precisamente, en Las Palabras y el Tiempo, la cita de Cesare Pavese: “Las palabras son nuestro oficio”, con la que introduce la parte Las Palabras nos hace pensar en esa preocupación y prisa por publicar, en contraste con sus obras anteriores, esos tres pulidos y por eso breves poemarios.

Su anhelo de llegar a una poesía esencial quedó patente, en Las Palabras y el Tiempo donde, con un deseo semejante al de otros poetas, en lo que podríamos llamar su Poética, nos dejó una clara explicación sobre su intención de forma y fondo, y de su empeño en la desnudez del verso sin perder lo estético, como fija en el poema XIV:

 

Poesía

con las palabras

de todos los días:

pero cada palabra,

al caer en una agua quieta,

ha de abrir esa rosa

vibrante

que se ensancha

en lentas resonancias

y no sabemos

hasta dónde llega.

 

En las partes Días y Momentos de Las Palabras y el Tiempo, hay un ir y venir del cansancio al goce de ver abrirse cada mañana con una esperanza, pero también con el agobio de las cargas diarias. Predomina, así, una dolida conciencia, ya no sólo del dolor de lo que se ha ido perdiendo, sino también de lo deseado que no se pudo alcanzar. Por eso, estos poemas están cargados de desilusión y entre un paradójico desgano de vivir y su miedo al tiempo que es olvido. Sentimientos que ella expresa, en diversas formas, ya como sentir el peso de la realidad sobre su espalda, o bien con la dolida certeza de lo que no pudo ser y que ni siquiera dejó un recuerdo.

Su visión de la muerte, la simboliza por el silencio. Porque la vida para el poeta es la palabra, de allí que en el poema XX de Las Palabras, Alaíde se describa invadida por el silencio.

 

Un lento silencio

viene desde lejos

y lentamente

me penetra.

Cuando me habite

del todo,

 cuando callen

las otras voces,

cuando yo sea sólo

una isla silenciosa,

tal vez escuche

la palabra esperada.

 

Sin duda es notoria esa alusión a su muerte, que sin embargo está impregnada de su antigua resignación religiosa y la suposición de una muerte tan suave como si entrara a un estado de beatitud última, entre un gran anhelo de paz y la esperanza de que la muerte no fuera un final, sino principio de otra vida.

Por eso, seguramente, Alaíde fue hacia la muerte sin siquiera un intento por evitarla, pues ya sabía –como me lo confesó la última vez que vino a Guatemala– que tras las amenazas recibidas, no debía volver. Agobiada, al final, ella se sentía tan cansada como, años atrás describió sentirse a Doña Beatriz, en su poemario La Sin Ventura: “era ya un cuerpo vacío / la abandonada mano ⁄ no buscó un ramo ⁄ para asirse a la vida, “.

Deseo de abandono a una muerte presentida, pero extrañamente opuesta a la que –no quisiéramos hubiera sido la suya– entre las agobiadoras indagatorias, insultos, atroces torturas y sangre que no pudo soportar, como se ha rumoreado sucedió siguiendo las órdenes del cruel general Romeo Lucas. Muerte buscada, como la que en el verso de Santa Teresa invoca: “Ven muerte tan escondida que no sienta venir”. Muerte llena de paz, deseada por su gran fe religiosa con la esperanza de poder encontrar “la esperada palabra, que ojalá haya podido escuchar en el momento de su silencio final.

Pero, si por incrédulos, algunos podemos suponer que no la haya llegado a escuchar, en cambio sabemos con certeza, que ella ni en la muerte es “isla silenciosa”, porque su voz está viva en su poesía. Belleza de su palabra ya negada a sus oídos, pero que nosotros escuchamos cada vez que leemos sus versos.

 

 


LUZ MÉNDEZ DE LA VEGA Nació en 1919. Licenciada en Letras por la Universidad de San Carlos, con estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, España. Académica de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Obra literaria: Poesía: Eva sin Dios (1979), Tríptico: Tiempo de amor, Tiempo de llanto, y Desamor (1980), De las palabras y la sombra (1984, Helénicas (1998) y Toque de queda: poesía bajo el terror (1999). Teatro: Tres rostros de mujer en soledad: monólogos importunos (1991). Crítica literaria: Estética y poesía de Petrarca (1974), El Señor Presidente y Tirano Banderas (1977) Características del estilo de Galdós y su influjo en la novela guatemalteca (1978), Lenguaje, religión y literatura como deformadores de la mujer y la cultura (1980), La mujer en las obras de José Milla (1982) y La amada y perseguida Sor Juana de Maldonado y Paz (2002). Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 1994.

 


VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 238 | setembro de 2023

Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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