Narradora de primerísima
línea, autora de una obra de teatro apegadamente realista y de gran energía dramática
(Felipe Ángeles), de misteriosos y mágicos
cuentos (La semana de colores), [1] de una novela perfecta en su conjunto
y línea por línea (Los recuerdos del porvenir),
de unas memorias vivaces y chispeantes (España
1937), quizá en buena medida la mala o marchitada lectura de la obra de Elena
Garro, pese a sus ardientes defensores, se deba ante todo a causas extra literarias:
sus denuncias, no exentas de inútiles calumnias, contra intelectuales, artistas
y escritores mexicanos en el mes de octubre de 1968, de las que hasta donde sé nunca
se retractó, o no del todo, [2] por lo
que en amplia medida nunca pudo arrancarse el sambenito de delatora, o peor, de
traidora; el autoexilio de veinte años que les causó, a ella y a su hija (Helena),
una tragedia personal irreparable; la obsesión negativa contra su ex marido Octavio
Paz a quien no dejó de ver en los lustros finales como un enemigo en múltiples direcciones,
y de quien se volvió hasta el final su Némesis, [3] pero de quien reconoció asimismo altas cualidades intelectuales y
artísticas, y por último, sus delirios persecutorios que le hacían querer luchar
contra molinos de viento donde ni siquiera había. Luego de las dos décadas de autoexilio,
cuando uno lee lo que dice, cuando uno ve en su rostro en las fotografías finales
las devastaciones de la derrota, acaba sintiendo, contra lo que ella hubiera querido,
piedad, pena, ternura.
¿Elena se dio cuenta que sus enemigos no eran los
intelectuales ni Octavio Paz sino ella misma? No sé. En una carta dirigida a Emmanuel
Carballo desde Madrid el 29 de marzo de 1980 se auto cataloga en la categoría de
No Persona, es decir es nadie, no es. ¿Pero quién o quiénes son los culpables?
Los otros, sobre todo los intelectuales,
quienes han logrado que las “No Personas carezcan de honor, de talento, de fiabilidad,
de sentimientos y de necesidades físicas. A la No Persona se le insulta, se le despoja
de manuscritos, que más tarde se publican deformados en otros países y firmado por
alguna Persona.” Nos resulta difícil leer sin tristeza líneas como estas de la Garro
(la cita es más larga) por lo que uno siente ante su aislamiento y delirio de persecución.
Pasados más de treinta años de haber dicho esto ¿quién, al menos uno o una, le robó
un manuscrito y dónde y cuándo lo publicó?
De una inteligencia y talento privilegiados dejó
para siempre varias obras inmarchitables, muy en especial Los recuerdos del porvenir. Alucinante, estremecedora, es una novela
que leemos en vilo a lo largo de sus 300 páginas, y la cual crea de continuo, como
dirían Bourneuf y Ouellet, una “sed de maravillas” (L’univers du roman, París, 1972).
Se ha documentado la honda huella que tuvo en varias
vías el Pedro Páramo de Juan Rulfo en
la novela; yo diría que es mucho más notable en la primera de las dos partes en
la cual se divide, pero no afecta en nada la singularidad y grandeza de la ficción.
Una, por ejemplo, es la idea de un pueblo dominado por un hombre hecho casi de manera
íntegra para el Mal: de un lado, un cacique (Pedro Páramo), y del otro, un joven
general callista (Francisco Rosas), a quienes los habitantes de Comala o de Ixtepec
los ven como los mayores causantes de todas sus desgracias; ambos sufren hasta el
límite la historia de un amor imposible por mujeres con quienes conviven pero que
no dejan de recordar a otro: una, al ex marido que no volverá, la otra, al forastero
que llega al pueblo y se acaba llevándosela; si Pedro Páramo ve a Susana San Juan
como “una mujer que no era de este mundo”, para el general Francisco Rosas la bellísima
Julia Andrade representó de continuo un resplandor hiriente. Asimismo, algunas evocaciones
poéticas de Francisco Rosas por Julia tienen el tono de lejanía y tristeza [4] de aquellas de Pedro Páramo por Susana.
Técnicamente en ambas novelas lo oral y lo poético se unen admirablemente para crear
la fabulación y creemos hallar también a Rulfo en algunas descripciones paisajísticas.
Igual que Comala,
Ixtepec es un pueblo síntesis de varios pueblos, en su caso, del sur y el sureste
de México. Se entiende que Ixtepec es un pueblo del trópico, con “un sol que enloquece”,
el cual podría suponerse que es el municipio oaxaqueño de la geografía real, pero
en una carta a Emmanuel Carballo desde Madrid en 1980, Elena Garro aclara que, al
redactar la primera versión de la novela en 1953 en Berna, Suiza, lo pensó y lo
hizo “como un homenaje a Iguala [Guerrero], a mi infancia y a aquellos personajes
que admiré tanto” (Protagonistas de la literatura
mexicana, Alfaguara). El calor opresivo y sofocante del trópico
en el que los que los habitantes se hunden corre parejo con la atmósfera política
que sufren cotidianamente.
Como el caso de Comala
en Pedro Páramo o como el de Zapotlán
en La Feria, Ixtepec puede considerarse
en una vía el personaje central, salvo
que el pueblo en Los recuerdos del porvenir
–como Emmanuel Carballo lo definiría con precisión en la página 519 de sus Protagonistas–, es el “personaje narrador
inanimado”. En abstracto o utilizando hábilmente las voces de los moradores, Ixtepec
cuenta las desdichas continuas y las escasas alegrías de sus pobladores, es decir,
gracias a esas voces asistimos a los hechos en el Hotel Jardín, en la iglesia, en
el curato, en el atrio de los almendros, en la plaza de Armas cubierta de tamarindos,
en los portales del centro, en la calle del Correo –donde moran las familias bien–,
en las trancas de Cocula –donde se ahorcan a los indios con el fin de quitarles
sus tierras–, en el cementerio –donde al final se dan los fusilamientos–, en las
lejanas minas de Tetela… En la relación de los hechos conviven imágenes y escenas
de un realismo estremecedor con imágenes y escenas de realismo mágico. El pueblo
es testigo y memoria, voz única y coro, el cual muchos años después relata lo que
sufrió en la Revolución a causa de zapatistas y carrancistas, y en el decenio de
los veinte por los destacamentos del ejército federal de Álvaro Obregón y Plutarco
Elías Calles. Humillado y ofendido, Ixtepec no recordará en el porvenir un solo
día de dicha y libertad. Un periodo presidencial peor que otro, pero el peor de
todos resultará el de Calles (1924-1928). Eran tan sanguinarios los militares bajo
el mando de Rosas que los moradores echaban de menos a los zapatistas. “Al menos
eran del sur”, decía Elvira Montúfar sin ironía.
Hartos los habitantes
de la crueldad de los militares, nada resume mejor la pretendida rebelión del pueblo
que la respuesta del joven Nicolás Moncada durante el juicio sumario del 5 de octubre
de 1927: “Sí, señor, soy ‘cristero’ y quería unirme a los alzados de Jalisco. Mi
difunto hermano y yo compramos las armas”. La noche de la fiesta, un grupo de gentes,
entre las que se contaban el padre Beltrán, Nicolás y Juan Moncada esperaban reunirse
con el general cristero Abacuc, el cual es probablemente (H)abacuc Román, exgeneral
zapatista, que operaba, como escribe Jean Meyer en La Cristiada, en Morelos, pero también en estados del centro de la república.
¿De qué acusaron a los condenados, es decir, a don Joaquín, al doctor Arístides
Arrieta, al padre Beltrán, a Nicolás Moncada, al alcalde Juan Cariño y a la beata
Charito? Entre otros cargos, de traición a la patria, pero como murmuraba la sapiencia
del pueblo: “¿Qué traición y qué patria? La patria de esos días llevaba el nombre
doble de Obregón-Calles.” Hasta el último instante del juicio el pueblo creyó que
el general cristero Abacuc entraría a salvar a los condenados.
¿Novela cristera?
En toda la segunda parte hay un clara
apego al movimiento; sin embargo, también la novela puede dividirse en otras tres
grandes historias: una, como la triste vida diaria de Ixtepec, otra, como la desdichada
historia de la familia Moncada, y una tercera, como el triángulo ominoso y fatídico
Francisco Rosas-Julia Andrade-Felipe Hurtado. Una historia no puede prescindir de
la otra. Simpatizante a ultranza de los indios y los campesinos, la autora declaró
a Carlos Landeros algo que nos explicaría mucho sobre el asunto cristero: “Yo soy
agrarista guadalapana, porque soy muy católica. Devota del Arcángel San Gabriel
y de la Virgen de Guadalupe, patrona de los indios”. [5] No en balde tuvo desde niña un odio indomable por la pareja Calles-Obregón
y los militares que persiguieron a la iglesia católica y robaban y mataban a los
indios. El héroe de la niña Garro fue el Padre Pro y su detestado enemigo Plutarco
Elías Calles. Sin embargo, la devota de la Virgen y del Árcángel no llegaba a bien
a darse cuenta que en su corazón pleiteaban íntimamente Jesucristo y el Demonio,
algo que hay asimismo en varios personajes de sus ficciones, en especial en Isabel
Moncada (Los recuerdos del porvenir) y
en Laura (“La culpa es de los tlaxcaltecas”).
Si hay algo que signe
las historias a lo largo de las páginas es la preeminencia del Mal, o aún más, el
triunfo del Mal, aun en algunas ocasiones contra la voluntad de los protagonistas
que no lo quisieran haber llevado a la práctica. En este caso lo representan ante
todo el joven general norteño Francisco Rosas, pero aún más aviesa y graníticamente
su segundo, el coronel Justo Corona, y entre los civiles, Rodolfo Goribar, joven
arrimado a las faldas de la madre, pero de una avidez ilímite de riqueza y de sangre,
quien para vengarse de lo que le robaron a su familia los zapatistas, hace ahorcar
por sus matones tabasqueños a los indios con el fin adueñarse de sus tierras. Rosas
y Goribar no tienen necesidad de “licenciados zopilotes”; las leyes las decide Rosas
y las aprovecha el otro. [6] No sólo
Goribar; desde la llegada de Rosas se multiplican en una cotidiana imagen alucinante
los ahorcados y los fusilados, todo lo cual culmina con la matanza en el atrio,
cuando el pueblo se rebela contra las leyes anticlericales de Calles, de cierre
de iglesias y suspensión de cultos, y con los fusilamientos de los instigadores
y autores de esa rebelión disparatada y sin futuro el 5 de octubre de 1927. Los
símbolos militares de Ixtepec son el fusil y la cuerda para ahorcar. No en balde
se afirma de esos años: “El tiempo era la sombra de Francisco Rosas”. Para el mal
y la gloria del Mal Rosas fue el hombre que cambió la historia de Ixtepec. No sólo
él: en todo momento los militares son vistos por los moradores como la vertiente
espinosa y siniestra que no les deja llevar una vida libre y pacífica. El Ixtepec
otrora próspero, el cual era muy visitado y con un comercio importante –así lo recuerda
el dueño del Hotel Jardín vuelto prostíbulo (Pepe Ocampo)–, se vuelve aislado, pobre,
fantasmal. “¿Te acuerdas del tiempo cuando no teníamos miedo?”, dice doña Carmen
a su esposo, el doctor Arístides Arrieta, al saber descubierta la incipiente hierba
verde de la rebelión. Pero la integridad del Mal no es absoluta en Rosas; a diferencia
de Corona, puede quebrarse, mostrar el costado débil, como cuando se derrumba ante
la pérdida de Julia o al ceder ante Isabel para salvar del fusilamiento a su hermano
Nicolás, pero el azar, aun en este caso, favorece de nuevo al hado funesto. El derrumbe
de Rosas es absoluto luego de los fusilamientos del 5 de octubre de 1927. En los
meses posteriores –supondríamos marzo o abril de 1928- “Francisco Rosas dejó de
ser lo que había sido; borracho y sin afeitar, ya no buscaba a nadie. Una tarde
se fue en un tren militar con sus soldados y sus ayudantes y nunca más supimos de
él”. Elena Garro sabía muy bien que los hombres inútiles y los crueles pueden también
ser unos sentimentales.
La otra figura del
Mal, quien tenía en el rostro la viva escritura del demonio –al menos así la ve
el pueblo–, es Isabel Moncada, la cual acaso, o al menos para mí, es la figura más
atrayente de la novela, y hace recordar en su temperamento ferozmente destructivo
y autolesivo a la Alejandra de Sobre héroes
y tumbas, sólo que Isabel se convierte en piedra y Alejandra en cenizas. El
pueblo le quedaba pequeño –la ahogaba– pero nunca supo huir de él. Por su naturaleza
o por el mero gusto de la degradación, la llamativa Isabel Moncada, una muchacha
de hermosos 19 años, es en el juego de su sexualidad la representación del desafío
y la trasgresión. Isabel y su hermano Nicolás tienen desde niños una atracción incestuosa,
y al final, a la primera insinuación de Rosas luego de salir de la aciaga fiesta,
se acaba yendo a acostar con él, cuando su hermano Juan acaba ser muerto por los
soldados del general (no lo sabía) y su hermano Nicolás aprehendido. Los días que
conviven juntos en el Hotel Jardín, Rosas se da cuenta de su terrible e inútil error
que cometió al llevársela: Isabel lo arrastra en la caída a los rápidos del río.
Contrariamente, por su rebeldía pura y su cercanía de fuego con Dios, su hermano
Nicolás acaba siendo visto por el pueblo como un héroe.
¿Pero quién era Felipe
Hurtado? ¿De dónde venía? ¿Adónde huyó con Julia? Nadie logró tampoco en el pueblo
responder a aquellas preguntas. Cierto, Hurtado le contesta al alcalde chiflado
(Juan Cariño) que venía de Ciudad de México, pero nadie llegó a enterarse si eso
era real o no, y si su nombre y apellidos lo eran también. Sólo se sabe que era
alto, probablemente de buena apariencia, de fácil risa, que en momentos de pesadumbre
gustaba de leer en las afueras de Ixtepec, que habló sólo dos veces con Julia (el
día cuando llegó y la noche rara y mágica cuando se fugaron), y quien le dio una
ilusión a esa gente sin ilusión montando los ensayos de una obra de teatro en el
pabellón de la casa de don Nicolás y doña Matilde, obra que nunca llegó a estrenarse.
Como Julia, era distinto en ese mundo.
Aun si queda en el porvenir de la memoria colectiva ni Julia ni él vuelven a aparecer
en la otra mitad de la novela. En el corazón del recuerdo del lector queda más hondamente
la imagen del gran amor de ambos que sus caracteres.
Si bien las figuras
más grabables son Francisco Rosas, Julia Andrade, Felipe Hurtado e Isabel y Nicolás
Moncada (coincido con Emmanuel Carballo), hallamos asimismo representativamente
en la novela: familias bien venidas a menos, la mayoría católicas a ultranza, algunas
ferozmente racistas y clasistas, de las cuales las más destacadas son los Moncada
(los padres Martín y Ana y los hijos Nicolás, Juan e Isabel), [8] don Joaquín y su esposa Matilde (donde
se hospeda Felipe Hurtado hasta su insólita desaparición), la viuda Elvira Montúfar
y su hija Conchita, los Goribar (Dolores y su hijo Rodolfo), y, por último, el doctor
Arístides Arrieta y su mujer Carmen. Son visibles asimismo personajes-tipo, como
el deschavetado y querible alcalde Juan Cariño, el cura Beltrán, el diácono don
Roque, el dueño del hotel-prostíbulo Pepe Ocampo, el boticario Segovia, el cantinero
Pando, las beatas Dorotea y Charito. En otro orden, se hallan la matrona Luchi,
que regentea en el Hotel Jardín a las mal llamadas prostitutas (Julia, Luisa, Antonia,
la Taconcitos, Rosa y Rafaela), lugar que en momentos parece ser o es notoriamente
el centro político, militar y sexual de Ixtepec: en él mora el alcalde lúcidamente
ido y es donde pasan las noches los militares de más alta graduación, encabezados
por Francisco Rosas. En el nivel más bajo están los indios, que aparecen casi siempre,
salvo excepciones, como una masa amorfa, y son afrentados por las buenas familias (sobre todo por la viuda Montúfar y el boticario Segovia),
como raza vil e inferior. Por raro o insólito que pueda parecer, en ese ambiente
hostil y oscuro varias de las “cuscas” o “güilas”, en especial Julia, por algún
tiempo, llegan a ser los puntos luminosos. ¿Pero la mayoría eran realmente prostitutas?
Decididamente no. Eran las queridas de
los militares que las raptaron. Ni cobraban ni se acostaban con otros. Incluso una
(Luisa), que en vez de lengua tenía alacranes, había dejado a su familia por irse
con el capitán Cruz, ayudante de Rosas. Más allá de eso, todavía hay un copioso
número de borrosos protagonistas incidentales.
En la novela hay
buen número de momentos mágicos, sobre todo dos, de los que el lector puede decidir
si, por lo increíbles, deja o continúa la lectura: uno, cuando una noche de pronto
el tiempo queda íntegramente fijo, el reloj no avanza, y Felipe Hurtado y Julia
desaparecen, ante el pasmo de todos los pobladores de Ixtepec y de los militares
que rodean la casa de don Joaquín y doña Matilde para atraparlo, y sólo se sabe
después que se les vio en las afueras huyendo en un mismo caballo cuando en el mismo
momento era de día; el otro, cuando Isabel
Moncada, después de fusilado su hermano Nicolás, en el último desafío desesperado
de su corazón irreparablemente envenenado, quiere alcanzar a Francisco Rosas pero
se convierte en piedra. [9] El lector
decidirá qué interpretación simbólica, si la hay, quiere dar a cada uno de estos
momentos.
Se ha hablado de
esta novela como precursora o perteneciente al realismo mágico, lo cual es el mismo
que Alejo Carpentier definió en el prólogo de El reino de este mundo en 1949 como lo real maravilloso. Quizá en esto
los dos grandes antecedentes de la novela y los primeros cuentos de Elena Garro
sean Pedro Páramo y la narrativa de Carpentier.
Nadie que haya leído Los recuerdos del porvenir
olvidará las muchas emociones que le dejó, ni olvidará, para decirlo con una cuña
de Paul Valéry, el “sortilegio de las palabras”. No sólo eso: una vez terminada
la novela puede volver a leérsela inmediatamente, y luego de nuevo, sin que pierda
su aire de encantamiento. “No se da en esa década –observa José María Espinasa–
una obra con tanta riqueza visual, con tanta gama en sus colores y diversidad en
sus tonos”. [10] Es una de las cinco
o seis novelas mayores mexicanas del siglo XX.
“Elena Garro fue un ser lleno de contradicciones
y enigmas. Para ella no hubo medias tintas. Elena es un icono, un mito, con un talento
enorme”, escribe Elena Poniatowska en el artículo “Una biografía sobre Elena Garro”.
[11] Y añade: “Con su muerte no ha crecido
su leyenda”; también es verdad que eso no importa ante la admirable obra que legó.
NOTAS
1.
Donde sobresalen un par de obras maestras: “La culpa es de los tlaxcaltecas”,
con sus angustiantes espejeos dobles que producen un hondo desasosiego, y “El
zapaterito de Guanajuato”, que toca con gran ternura, para decirlo con López
Velarde, “el diapasón del corazón”. Pero también hay al menos tres cuentos
sobrecogedores: “¿Qué hora es…?”, “Perfecto Luna” y “El árbol”.
2.
Sobre el movimiento del ‘68 Elena Garro nunca entendió nada, o como le dijo
Carlos Landeros a Emmanuel Carballo: “Yo creo que ni ella misma supo lo que
hizo”. Aun su hija Helena dijo en una entrevista con Landeros en 1980: “Mi mamá
es muy inteligente, pero según mi punto de vista, políticamente está perdida,
porque es muy idealista, no ve la realidad…” (Yo, Elena, Garro, Edit. Lumen, p. 80). Elena en la década de los
sesenta era priísta, pero simpatizaba con Carlos Madrazo (su verdadero dios
político), a quien el expresidente Díaz Ordaz odiaba, y a su vez Elena la
llevaba bien con los dos Echeverría (Luis y Rodolfo). Aun así, su locura política
la metió en un hoyo del que no pudo salir. No sólo de su parte: sus críticos al
definirla o categorizarla también anduvieron chiflando en las nubes y en la
luna. La tildaron de fascista, de ultraderechista, de agente de la CIA, de
comunista… Pero luego de sentir el aislamiento al que eran o se creían
sometidas en México, ambas, madre e hija, empezaron en 1972 a huir, a huir
–Nueva York, Madrid, París-, y a vivir condenadas, salvo pequeños oasis, a dos
décadas de soledad.
3.
Parece ironía o bien una paradoja: Paz y Elena murieron en 1998 con sólo cuatro
meses de diferencia. Su archienemigo fue ella misma, que, como dicen quienes
bien la conocieron nunca supo en qué realidad vivía: eso era veta profunda para
la literatura y para fascinar en sociedad, pero no para llevar con un mínimo de
pragmatismo la vida diaria. Elena Garro
parecía vivir a la vez en dos mundos que a la par describía magníficamente: un
mundo irreal y un mundo irreal. Mucho hay de esto en Los recuerdos del porvenir (1963), en La semana de colores (1964), en Andamos huyendo Lola (1980), en Testimonios
sobre Mariana (1981). ¿No dice en un momento Laura, la protagonista de “La
culpa es de los tlaxcaltecas”, cuando se halla a mitad del puente de Cuitzeo:
“Lo terrible es, lo descubrí en ese instante, ¿que todo lo increíble es
verdadero”? Eso podría decirse de buena parte de la ficción de Elena Garro. Los
Testimonios de Mariana, por su parte, es una cacería contra Paz. La misma
Helena Paz Garro, en un diálogo con Patricia Rosas Lopátegui en 2006, que sirve
como prólogo a una nueva edición de La
semana de colores, dice que en Testimonios
su madre pinta a Paz “como un verdadero malvado”.
4.
El aspecto de ella, leemos, es también de lejanía y tristeza.
5. Yo, Elena
Garro, pág. 63, Grijalbo, 2007.
6. En dos momentos “Rodolfito”, como lo llaman
despectivamente los pobladores, es cuando se aprovecha de Rosas para sus fines
de muerte y apropiación: cuando el joven general anda en estado pítimo o cuando
lo sabe furioso y dolido por la desgarradora indiferencia de Julia. “
7.
Si en la novela aparece como rubia, a Carlos Landeros, en su entrevista de
1989, le dice que no, que Julia, igual que Isabel Moncada, era de cabello
castaño oscuro. En eso Elena Garro no recordó en 1963 lo que diría ella misma
en el porvenir veinte y seis años después.
8.
En una conversación sostenida con el general Rosas, Ana Cuétara de Moncada
recuerda a sus hermanos de Chihuahua; Rosas, ex villista, quien viene también
del Norte, le refiere lo que ella sabe: murieron en las tres batallas
importantes en el Norte. A la postre perderá también en pocos días a sus tres
hijos. Desolada, desgarrada Doña Ana se lamenta que la Revolución hubiera
acabado “con su casa en el Norte y su casa en el Sur”. A partir del 5 de
octubre de 1927 don Martín y doña Ana Moncada no saldrán de su casa sino para
ser enterrados. Respecto a la fecha del 5 de octubre en la novela, en la carta
a Emmanuel Carballo, fechada en Madrid el 3 de julio de 1979, y quien la
reproduce en las páginas 503 y 504 de sus Protagonistas
de la literatura mexicana, Elena Garro escribe: “Mira, Emmanuel, para mí el
tiempo se detuvo en una fecha lejana, que extrañamente es la misma que di en
los latosos Recuerdos del porvenir
para fastidiar a los Moncada. Lo leí hace muy poco y la fecha me dio [me puso] carne de gallina”. A Carlos
Landeros, Elena Garro sólo le dice que los Moncada existieron. Como lectores,
la familia Moncada a lo largo de las páginas nos causa una simpatía trágica.
Pero ¿quiénes eran los Moncada en la vida real?
9.
Cuando Felipe Hurtado organizaba la obra de teatro en el pabellón de la casa de
don Joaquín y doña Matilde, Isabel ya recordaba entonces lo que en el porvenir
se convertiría: “¡Mírame antes de quedar convertida en piedra!”
10.
El tiempo escrito, pág. 115, Ediciones
sin Nombre, 1995.
11. La Jornada Semanal, núm. 602, 17 de septiembre de 2006.
MARCO ANTONIO CAMPOS (México, 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1989), Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016); las novelas Que la carne es hierba (1982), Hemos perdido el reino (1987) y En recuerdo de Nezahualcóyotl (1994); los volúmenes de cuentos La desaparición de Fabricio Montesco (1977), No pasará el invierno (1985) y Joven la muerte niega el amor joven (2015); de ensayos, Señales en el camino (1984), Siga las señales (1989), Los resplandores del relámpago (2000), El café literario en ciudad de México en los siglos XIX y XX (2001), Las ciudades de los desdichados (2002) e Indicaciones (2014); los libros de entrevistas De viva voz (1986), Literatura en voz alta (1996), El poeta en un poema (1998) y Respondo por lo que digo (2011). Es autor del libro del cuaderno de aforismos Árboles (1994, 2006). Actualmente es investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filológicas de la UNAM.
VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 238 | setembro de 2023
Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário