sábado, 9 de setembro de 2023

YLONKA NACIDIT-PERDOMO | Delia Weber, idolatrada

 


Miradas
al desnudo

Diego Velázquez realizó una pintura extremadamente subjetiva, luego de su visita a Italia entre 1629/31: Una mujer desnuda recostada sutilmente del lado izquierdo de su cuerpo; dejando ver toda su espalda, mira con deliciosa “ternura” su rostro reflejado en un espejo enmarcado; en la parte superior del enmarcado se observa caer superpuestas o colgadas unas cintas rosado nácar. Su rostro de adolescente inocente, muestra sus mejillas encendidas por el rubor de ver reflejado su rostro en el espejo y su largo pelo recogido por un moño que se forma al descuido sobre la nuca. Un Cupido alegre desnudo, a su vez, con cara de niño crecido y el pelo oscuro peinado a lo romano, deja entrever en su rostro satisfacción por su complicidad con la musa de Velázquez. Es una pintura del mirar, sobre el mirar, aparentemente realizada en el estudio del artista, ambientada en un espacio íntimo, sólo con el decorado de una amplia cortina de rojo intenso carmesí, colocada como utilería para evitar que la luz de otro espacio o estar, infringiera un contraluz no deseado en la habitación donde la grata criatura femenil está “posando” en una cama cubierta con sábanas de seda de tono de azul oscuro y blanco. La obra se titula The Toilet of Venus (“The Rokeby Venus”). La pintura es parte de la Colección de The National Gallery de Reino Unido.

Otro artista que nos legó en su obra una apreciación similar sobre la atracción exquisita para la mirada de la desnudez femenina, apreciándose la Musa ante un espejo, en estado natural, puro, cuál Eva del mítico paraíso, fue Peter Paul Rubens, Rubens. Su obra se llama “Toilette of Venus”. La composición de la pintura donde la Venus está sin ajuar, es similar a la recreación del artista español: mujer desnuda-de espalda versus espejo sostenido por Cupido; sólo que esta Venus es de pelo color oro, rubio resplandeciente de ángel renacentista, y el Cupido de pelo castaño claro ensortijado. La figura femenil ahora luce sentada ligeramente de su lado derecho, sobre un mueble que aparenta ser una banqueta, con una expresión en el rostro de satisfacción y cierto dejo de regocijo al contemplarse, asistida para su arreglo y para peinar su pelo por otra mujer de color que puede ser su criada. Aquí la Venus, no la creemos inocente, ella sola se hace cómplice a sí misma de sus encantos al descubierto, de lo que descubren sus ojos, que de seguro son de azul como el mar en primavera.

Ambas Venus, la de Velázquez y Rubens, simulan y enuncian, se imaginan envueltas en la sensualidad, en el amor que aceptan, o están dispuestas a aceptar, en el inicio de una estupenda oportunidad para sentir.

 

Cartas inéditas a Delia, la de mirada seductora

Nuestra literatura en las cuatro primeras décadas del siglo XX tuvo una Musa, no una diosa Venus. La Musa de la poesía estaba vestida de irrealidad, seducida, a veces, por Cupido, y se llamaba Delia Weber.

La escritora Delia Weber [1] fue la protagonista de la primera película dominicana titulada “La emboscada de Cupido” que dirigió Francisco Arturo Palau en 1923. Antes de filmar el cortometraje, Delia fue fotografiada por Alfredo Senior (1878-1966), cual Musa de Diego Velázquez. Ella llevó al iris de sus ojos, de un color de embrujo, a veces, de tenue amarillo, a verse al través de un espejo, donde refleja su rostro, y de él sus ojos, su boca y su nariz encerrada en un espejo redondo revestido su borde de plata.

Ella fue la musa de sí misma para los otros, y se asignó ser una persona poética, donde se desacraliza sin estar al desnudo; hace de su rostro un preciosismo evocador; se autobiografía en la literalidad de su propia mirada, se evoca, se proyecta líricamente sin Cupido, sin telares de cortinas, solo arrojándose sutilmente a la mirada suya que se hace guirnalda, corazón, añoranza ficticia del deseo, seducción fugitiva, prodigiosa Narcisa.

Un traje de seda suave, cuasi transparente de color blanco, de pequeñas mangas, sólo adornado en forma de V por tenues encajes, es todo lo que requiere para que el observador hilvane de su cuerpo sólo su rostro en el configurado espejo donde la instantánea es perfecta, y proyecta el arquetipo de mujer frágil, romántica, a la que sólo le basta su belleza al natural para sentirse querida, deseada y admirada.

La “bella y formidable Delia”, como la llamaban sus admiradores de antaño, supo zurcir al través de esta fotografía tipo Post Card de Senior, un poema, un velo de ilusión, por medio de su mirada grabada en el espejo, provocando la estética de su figura un embelesamiento hacia ella en los círculos de intelectuales y poetas, que se disputaban conquistarla. Ella sabía cómo revivir a Eros, sin Cupido, transformarlo en una colectiva fantasía donde pudiera inventar al amante deseado, y que ellos le respondieran con epístolas, con cartas, donde no se ocultara lo que late, lo que no se pide detener, lo que el emisor no desea relegar.


Musa que conjura demonios de amor, así fue Delia Weber, la poeta que atraía devotos admiradores, palabras encendidas de tonos, evocaciones sensuales, signos de duelos emocionales, anhelos de posesión, miradas voraces, promesas de amor, fuentes derramadas por metáforas convertidas en elixir de besos, miradas que lo revelan todo.

Delia Weber fue, sin lugar a dudas, en las cuatro primeras décadas del siglo XX, en esta antigua ciudad de piedras centenarias, una mujer que conjugaba como una Diosa en su quehacer distintas artes: poeta, dramaturga, pintora, militante feminista, y actriz, autora de guiones que llegado el momento si Francisco Arturo Palau continuara en su interés de hacer realizaciones cinematográficas, lo más seguro pudo ser que llegaran a nosotros en formato de cortometraje. Fue una primerísima figura en las tertulias en torno al café, en las revistas y en espacios donde le testimoniaban elogios los tres grandes vates románticos dominicanos: Fabio Fiallo, Apolinar Perdomo y Juan Bautista Lamarche. Su nombre lo evocó toda una generación de intelectuales hoy olvidados. Su nombre se escribía en hilo de oro de 24 quilates, y era su obra poética razón de las más elevadas celebraciones. Ella tuvo su proyecto de vida en paralelo con el arte. Se narró a sí misma a través de cada poema suyo; le dio significados a las cicatrices que se abre en el corazón, las hizo reflexivas, pero intimistas, paradojas de recuerdos o reminiscencias.

Rafael Damirón (1882-1956) en una Carta que le enviara a Delia, el 1 de febrero de 1939, le declara: “Ofrezco a usted mi mano llena de flores para arrojarlas en su camino con tributo de mi reconocida admiración y de mi más preferente simpatía”.

Juan Bautista Lamarche (1894-1957) en una Carta fechada 21 de septiembre de 1939, escrita en el mismo año de la publicación del poemario en prosa de Delia Weber “Ascuas Vivas”, le expresa con vehemencia:

 

Querida y admirada Delia:

De ayer a hoy es cuando he podido gustar, con un vino sacro, tu libro “Ascuas Vivas”./ Que exacto título! En sus páginas se enciende el fuego interior de un alma hecha para guardar, bajo una capa de hielo y de ceniza, la reverberación abrasadora, en un perenne llamear invisible. / Alma tuya compleja y sensitiva. Llena de paisajes extraños y de insondables lejanías. Alma turbadora y suave, dulce y mística, pagana, a veces, cuando el dardo del amor hiere la carne, honda de ensueños y de melancolía. /Tu libro está en mí como un sollozo, como una queja, como una lágrima, como un grito. /No se decirte otra cosa. / Comprender es amar. Y amar es sentir. Y sentir es vivir. /Con él me has hecho amarte, sentirte y vivirte. Eso es todo. Lo demás, debo acaso decírtelo? … /Aquí tengo, cerca de mi lecho, en el velador, “Ascuas Vivas”. La noche me rodea. El silencio es tan profundo que se siente latir el corazón de la vida. /Bajo el fulgor de la lámpara, que tamiza la pantalla, veo, de una parte, una planicie helada; de la otra, un incendio de sangre: es un símbolo. Allí están tu alma y tu carne, en “ascuas vivas”… Tu admirado J. B. Lamarche.

 

1. D. En cuál de estas noches, podré verte para cambiar impresiones íntimas?”

Y, un atribulado Juez, de la Corte de Apelación de Santiago, que le envía una postal manuscrita en ambas caras, escrita de manera horizontal y vertical, que firma solo como “Enrique”, remitida a la capital a mano, que deducimos corresponde al mes de agosto o de septiembre de 1939, de manera densa, con un contenido próximo al signo de una leyenda elocuente que se empieza a contar, y que deja correr con libertad lo que desea expresar, le dice, solícitamente, a la Musa poeta:

 

Mi admirada y noble amiga: Que tierna impresión ha regalado su alma buena a mi corazón. Recibo siempre la correspondencia en la mañana, muy temprano. – De manera, pues, que su libro vino a mí al amanecer. Hizo en mí los efectos de una comunión. Y encontró a mi alma postrada, realmente –Lázaro–; y me llamó –Cristo– y heme aquí vuelto a la vida por conjuro. Lo he leído seis veces. Pero siempre me detengo, aturdido de emoción, en el poema 9. – Hizo bien en decir usted “quizás” cuando me da las gracias porque le pido su libro “sin haberme visto usted nunca”. Yo, al menos, recuerdo una mañana del mes de agosto de 1922 en que, por una ventana del Arzobispado de las que tienen su frente a la Universidad, usted “me vio” de manera que nunca más he podido olvidar. Ni en sus ínfimos detalles. Y recuerdo, además, que más tarde, ya en noviembre de 1923, yendo usted con doña Mascimina de Figuereo para la acera sur de la calle Mercedes, frente a la Escuela Normal, y de Oeste a Este, se detuvieron, y usted evocó, con sana maldad, la escena aquella en que usted sabía me había producido un gran mal interior con los ojos cabalmente. Fraternalmente la reverencio ahora. Enrique [José Enrique Hernández]… “Admirador y amigo, q. b. s. p.”.

 


La lectura de estas dos Cartas a Delia Weber me conduce a reflexionar o procurar saber ¿Qué hace reconciliable el mundo femenino con el mundo masculino? Siendo ésta una pregunta que se insinúa, que nos llena la cabeza de interrogantes, de afortunadas o infortunadas respuestas, de ideas que al principio traen como un film vidas convencionales.

El romance, creo, encarna siempre una recurrente búsqueda de identidades. Es una inmersión hacia lo imaginario del amor; se sueña desde el amor ardientemente, y para ellos (José Enrique Hernández y Juan Bautista Lamarche) el ideal femenino obedece a sus requerimientos de pasión, a los atributos de lo bello como un artificio del sexo opuesto, otras veces, a un sentir que se engrandece, que se sublimiza, que late de manera arrebatadora.

Sin embargo, ya se dirá que esa es una manera arcaica de exaltar la atracción sensual, que frecuentemente hace rivalizar a los amantes. Muchos dirán que es algo del pasado, algo decadente, jugar al “amor cortés”, porque los amantes no desfallecen ahora en la cama por amor, sino por placer. El amor ya no invade al alma, no se alimenta de la espera; no tiene quien lo custodie, quien se convierta en nirvana.

El vellocino de oro del “amor” lo traen ahora sólo los atributos del cuerpo, y los amantes por el placer del cuerpo se dejan vencer, el uno al otro. Tentaciones, solícita lujuria, invaden a las horas donde un toque de labios es un reproche. Nadie se abandona de rodillas a la espera, porque ya no se lastima al corazón. Se lastima al interés material.

¿Derretirse de amor? Es una ficción. Lo amoroso puede que ahora no tenga filtros ni pasividad, porque la pasión empieza por la provocación, por el suicidio del alma. Hablar de “sentimientos” es un puñal que se da a lo superficial; estremecerse es solo sentir la hirviente sangre, como un derecho a vivir la vida dejando a un lado las serpientes de la emboscada. Es una “infamia” creer en el amor platónico, en no tocar el cuerpo. Nadie ama a otro porque sí, sin remordimientos, con desesperación, enloquecedoramente.

¿Qué amor tiene el mandato de un oráculo? ¿Qué amor consuela, y cuál se deja raptar? A veces, el amor se abandona a un peñasco, a un fiero embrujo, a un cazador de lunas que despierta arrebatos a la divinidad. Siempre, que se hace la noche, el amor llega con ruegos; llama al viento, pide mediar para que antes que llegue el alba un ave desnuda anuncie la llegada de Eros. Es inútil, hacerse fugitiva del amor, decir que no respondemos a sus lazos, planear no dejarnos seducir por el instante de atrevernos a una petición que no admite excusas. Cada noche de amor trae sus encargos, y no se explica nada, aún cuando se esté en peligro de atraer el agua. Se han escrito muchas historias sobre esa manera de creer que se puede tocar el cielo a través de él, lo cual es imposible porque todo cuanto está alrededor nuestro es una ilusión; un momento que se enciende en la mañana, y oscurece cuando empieza a agrietarse el tiempo, y a alimentarse de las vidas nuestras.

Acatar al amor es desvanecerse detrás del objeto deseado, aceptar los designios de ese cortejador de las dudas que es Cupido. Y, como creo saber “amar” [a la manera romántica, de antaño] o procuro ser solo presa de los sueños, de las claves que trae el viento hacia la irrealidad dormida, comparto con mis lectores y lectoras dos Cartas de Alberto Bordas, inéditas, escritas a la escritora luego de la publicación de su poemario “Ascuas Vivas”, cartas que son de la colección del archivo personal de Delia Weber, salvadas de los derrumbes de su legendaria casona señorial del siglo XVII, a causa del huracán de 1979, en la calle Arzobispo Meriño número 85.

Delia Weber había escribió su poemario Ascuas vivas en 1923, pero lo publica en 1939, luego de divorciarse de Máximo Coiscou Henríquez. Finalmente, Delia hizo la catarsis, y sus palabras se vuelcan en el poema. Desde su encierro interior nombraba al mundo, lo asociaba a su garantía de vida, lo autodescubría, luego de amordazarlo. Ya no era más prisionera entre las barreras del goce no deseado, porque quebrantaba ese otro-yo que llevaba dentro. ¿Qué argumento puede ser irrebatible a esa manera hostil de orbitar todo en torno al autoengaño? No lo sé, pero sus ojos salvaron su virtud de poeta y de mujer, y se ofrendaban voluntariamente al amor.

Tal vez, quizás, posiblemente, Delia Weber vivió en su matrimonio un mundo perturbador, quién sabe. Pero lo cierto es, que muchos aclamaban no sólo su belleza sino, además, el arte de sus veros. Leamos esta Carta:

 


[Carta de Alberto Bordas a Delia Weber]

 

Mi siempre recordada Delia:

Acabo de recibir “ASCUAS VIVAS”. Es día sábado en que la labor se intensifica violentamente en mi oficina. He dejado las montañas de papeles, para “pasar la vista” en “Ascuas Vivas”. He encontrado su “papel”. Lo he leído con la ansiedad con que leía otrora sus “cartas” y “papelitos”, que conservo con toda la ternura de un hombre enamorado. En “ASCUAS VIVAS” se ha tornado mi espíritu y mi carne, al influjo de su “papelito”, y de la dedicatoria en que me habla de “afecto”. Esta tarde salgo para el Cibao en urgente comisión de servicio. Dormiré en Santiago; “Ascuas Vivas” irá en mi maleta, y esta noche, después del ajetreo material del día y del ajetreo espiritual también, él cerrará mis párpados después que, envuelto en fantásticas ilusiones, al terminar de leerlo, el sueño llegue para sumirme en el momentáneo misterio de lo desconocido.

Yo también he estado enferma del cuerpo y del alma”… Me alegro de que ya esté curada del cuerpo y del alma, para que siga desparramando a su alrededor todo el encanto luminoso de su sensual hermosura; y, me alegro también que ya esté curada de la enfermedad del alma. Sí, que haya salud en su alma que Ud. ha querido enfermar; que Ud. ha querido que estuviera sin calor, porque arrojó, quizás sin saber por qué lo que llegó a su corazón.

Yo no voy a la Capital desde hace tiempo, por varias causas: primero porque efectivamente estoy sometido a una labor agobiadora, y después por otras razones de orden personal que me han impelido a estar alejado de la Capital, por ahora.

El día que Ud. estuvo aquí, me dejó las rosas que le había ofrecido, pienso que fue un olvido: ¿no es verdad?

Dígame un día para ir especialmente donde Ud.; puede ser de día o de noche; pero para conversar largo y sin testigos que rompan o puedan romper el discurrir de nuestra conversación; así podríamos hablar extensamente.

Espero su respuesta, que deseo no se haga esperar mucho. Cuando regrese de Santiago le diré lo que haya sentido en mi espíritu con la lectura de “ASCUAS VIVAS”. ¡Que se conserve hermosa, sugestionadora, y sugeridora de paraísos infinitos!…

 [P. D.] Perdone que le escriba a maquinilla, pero lo hago por ser más rápido, ya que se acerca el despacho del correo. ¡Saludos!

 

Al parecer, ante estas Cartas de amor, Delia guardó silencio. El silencio de la mujer es un silencio subversivo que se hace una “cárcel de palabras”, una voz en silencio desde la que se gesta un mundo privado.

Víctima de la conspiración silenciosa del amor, de lo “oído” y de lo “leído”, de lo verbalizado, de lo que se prende en las palabras, y se transforma en monólogo del otro, Delia entendía que todo hombre es sublime, hasta tanto no posee el objeto deseado -dirá ella-, o que un poeta enamorado puede hacer que una mujer agonice en sus brazos ante una evocación de lo eterno.

… Antes el anhelo de un amor, era un hermoso sueño. Los ojos del enamorado se hacían sonámbulos faroles. La mirada un golpe de luz, una fluyente búsqueda de un encuentro. El amor no se conceptualizaba, se conocía o no conocía; se hacía pasivo o activo. La mirada erigía el estímulo visual, despertaba lo de adentro, hacía creer que Eros quedaba dormido cerca de un jardín maravilloso.

 

NOTA

[1] Delia Weber fue hija única de Johann Stephan Weber Sulié (Curazao, 1878-Santo Domingo, 1940) y Enriqueta Pérez (Santo Domingo, 1883-1950), nació el 23 de octubre en 1900 en Santo Domingo. Casó con Máximo Coiscou Henríquez (1898-1973) en 1923, divorciándose en 1934, luego de una estancia de diez años en Europa. Fue protagonista junto a Paíno Pichardo de la primera película dominicana “La emboscada de Cupido” que dirigió Francisco Arturo Palau, donde actuaron, además, Pedro Troncoso Sánchez y Angelina Landestoy. Filmada en 1923, se exhibió en el Cine Capitolio y en el Cine Independencia en febrero de 1924. Contrajo segundas nupcias en 1942 con el exiliado español Álvaro Cartea Bonmatí. Delia falleció el 28 de diciembre de 1982. Su bibliografía publicada comprende los poemarios Ascuas vivas (1939), Encuentro (1939), Apuntes (1949), Espigas al sol (1959), Estancia (1972); dos obras de teatro Los viajeros (1944) y los Bellos designios/Lo eterno (1949) y un texto narrativo Dora y otros cuentos (1952). 

 


YLONKA NACIDIT-PERDOMO (República Dominicana, 1967). Poeta, ensayista, una de las promotoras culturales más importantes de la República Dominicana. Abogada y politóloga de formación universitaria, pero sobretodo humanista, Nacidit-Perdomo publicó su primer poemario, Contacto de una mirada, en 1989, al que siguió una profusa producción poética que incluye, entre otros, Luna Barroca y Carta al Silencio (2018).


 


VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 238 | setembro de 2023

Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


∞ contatos

https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/

http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

 





 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário