sábado, 9 de setembro de 2023

WINSTON MORALES CHAVARRO | Matilde Espinosa o la poética del alumbramiento

 


A Matilde Espinosa la conocí en 1998, tardíamente, igual que a su obra. De muchacho, uno tiene la extraña impresión de que la buena poesía viene de afuera, de otras latitudes, de otras realidades, y por eso el desconocimiento de muchos escritores hacia la obra de poetas excelsas como Meira del Mar o la misma Matilde Espinosa. Era puro esnobismo, nada de posturas excluyentes o arrogantes.

Matilde Espinosa fue siempre una escritora auténtica; su sinceridad desbordaba los límites de la prudencia y la diplomacia. Cuando algo no le gustaba, lo decía: “artificios, asociación de versos sin ningún sentido, verborrea”. De ella se ha dicho de todo, aunque no se ha escrito mucho. En alguna ocasión Rafael Maya le remitió una bella carta con estos acertados calificativos: “Si hay escritora auténtica, eres tú. Y a la autenticidad sólo tienen derecho personas como tú, ajenas a la farsa literaria, ajenas a la vanidad, ajenas al vano ruido de la lisonja. Tú no engañas. Eres fiel a ti misma como el cielo es fiel al azul incomparable de su altura”.

Les decía que la conocí en 1998. Llegué a ella gracias a Aniquirona, mi primer libro de poemas publicado. El libro aún era un borrador, estaba bajo revisión de Guillermo Martínez González, mi editor. Guillermo es uno de los grandes poetas colombianos de la década de los 80, y en ese entonces fungía como propietario de Trilce Editores. No sé por qué extraña razón Guillermo le mostró el borrador a Mamá Matilde, como llegué a llamarla después, y ella, para sorpresa mía y la de Aniquirona, quedó fascinada con el poemario. Días después, cuando el libro aún no estaba impreso, Matilde me llamó al teléfono de la casa (aún no tenía celular). En ese momento supe quién era Matilde Espinosa y supe también que era la abuela de Guillermo Martínez González. Desde ese momento nació un vínculo tan humano y tan poético, que hoy, tantos años después de su muerte, la recuerdo no sólo como mi madre poética, sino como mi hada, mi mentora, mi acompañante.

Luego de esa llamada comenzamos una charla tan nutrida que era casi obligación hablar con Mamá Matilde una vez por semana. Sus palabras no sólo eran referidas a la poesía o a la narrativa, sino también a la vida, a la existencia; incluso a mis altibajos literarios. Nuestras conversaciones casi siempre eran cátedras poéticas. Matilde afinaba sobre la literatura, el compromiso del poeta. En este punto, me sorprendía mucho cuando afirmaba que el único compromiso del poeta era el poema, la creación, la poesía misma. Y digo que me sorprendía porque Matilde no sólo era de izquierda, sino incluso había militado de frente en el partido comunista, sin ningún tipo de temor frente al status quo. Su preocupación por los menos favorecidos venía de su niñez, cuando su madre era profesora en un caserío llamado Huila, en el Cauca, cerca del nevado que lleva el mismo nombre del departamento y cerca del Río Páez. Allí Matilde oficiaba como mano derecha de su madre María Josefa Fernández, la primera mujer blanca que llegó a Tierradentro a principios del siglo XX. Matilde, como hija y asistente de su mamá, la maestra de los aborígenes del Caserío de Huila, también les enseñaba a leer, los cuidaba y jugaba con ellos. De allí ese vínculo tan profundo con la tierra, el río, la naturaleza, la gente pobre; Los olvidados, como los llamaría Luis Buñuel en una de sus películas.

Desde sus principios literarios, año 1923, Matilde tuvo como único mentor a la cultura mítica de los aborígenes. Sus mejores maestros, sin querer decir con esto que no poseyera una formación académica o bibliográfica, fueron el Río Páez, El Nevado del Huila, el Río San Vicente, el monte, los mitos y leyendas de Tierradentro, las enseñanzas de su madre, las canciones de su padre, Avelina, la negra que los cuidó por más de veinte años, los pájaros, la lluvia, el viento. De allí viene la vitalidad de Matilde Espinosa, de allí ese maridaje con la naturaleza y el cosmos como mirada filosófica. Y todo esto se ve reflejado en sus primeros poemarios: Los ríos han crecido (1955), Por todos los silencios (1958), Afuera las estrellas (1961), Pasa el viento (1970), El mundo es una calle larga (1976).

Matilde se constituyó, desde un comienzo, en una de las fundadoras de la poesía social. Cuando la poesía en Colombia aún tenía visos del modernismo, que llegó tardíamente al país, Matilde ya hablaba de las injusticias sociales, de la inequidad, del olvido y del abandono de las regiones más inhóspitas de la patria por parte del estado. Incluso le escribió un poema a Avelina, la mujer de raza negra que se ocupaba de los partos de María Josefa lo que constata que, en el Huila, contrario a lo que a veces se afirma, sí hubo negros, pues Avelina, según nos contaba Matilde, era de la Plata, Huila:

 

LA NEGRA AVELINA

 

Tú, que en la tierra fuiste

Un tallo de la noche,

Ahora eres la luz

En el grande silencio.

Yo sé que mis palabras

No podrán despertarte

Aunque todas las voces

Se quiebren en tu pecho.

Más alta que mis días,

Tú pueblas mi recuerdo

De niña campesina,

Cuando fueras un mito,

La fábula y el cuento

La música y la cinta

Que anudó mis cabellos.

 

(Afuera las estrellas, 1961)

 


Matilde Espinosa Fernández no sólo fue una poeta social; su obsesión fueron las causas humanas y las manifestaciones profundas del espíritu humano. Hay una extraña amalgama en su poética: por ella circulan el desarraigo (su primer esposo la insultaba diciendo que venía de familia gitana), la violencia (política/sistémica/del estado/de la guerra civil/de las guerrillas/de las tragedias personales) que vivió en carne propia en los departamentos del Huila y del Cauca y la injusticia (que conoció de frente ante el maltrato de negros e indígenas a comienzos del siglo XX). Sin embargo, pese a sus vínculos con las temáticas de orden social y político, no pudo dejar de lado su mirada profunda, trascendental, filosófica y universal con la cual fue revestida desde sus primeros años de vida:

 

II

 

Valga la soledad

Cuando despunta el alba

O se inclina

Para besar la noche.

El mensaje transita y no

Es de multitudes

Su esencia, su intención, su delirio

Sólo por un instante

O por una eternidad.

 

(Febrero 15 de 2004)

 

Esa mirada trascendental, profunda, emergió de su manera singular de enfrentarse al mundo que se reflejaba, por ejemplo, en maravillarse frente a la majestuosidad del nevado del Huila o en su primer encuentro con las bombillas eléctricas, cuando ingenuamente pensó que el cielo había bajado a la tierra. La noche, su carga metafísica, los dolores de su madre, la desgracia de su primer matrimonio, las muertes prematuras de sus únicos hijos, la persecución política a su segundo esposo: todas esas fueron motivaciones muy fuertes para llenarla de una carga existencial, profunda, la cual comienza a configurarse en sus posteriores publicaciones: Memoria del viento, (1987), Estación desconocida, (1990), Los héroes perdidos, (1994), Señales en la sombra, (1996), La sombra en el muro, (1997), La tierra oscura, (2003).

En la poesía de Matilde Espinosa palpita el mundo; allí habitan el hombre y la historia y se cumplen las grandes hazañas de un hombre que ha nacido solitario y se enfrenta a su soledad, a su orfandad, a su destierro. Matilde logra despojarse de la poesía preciosista de comienzos del siglo XX y funda un nuevo lenguaje para la literatura colombiana. Se despoja de la poesía rimada y transita un verso libre, musical, de honduras filosóficas. A través de sus versos, Matilde se dirige a una nación que todavía silencia el discurso emitido por una mujer, cuyo papel en la sociedad colombiana hasta hace poco era muy modesto. Cuando Matilde publicó su primer poemario en 1955, las mujeres no tenían derecho al voto, el ingreso a la universidad era muy limitado y la política casi que era un derecho del ser masculino. Es decir, Matilde no sólo habló por ella misma, sino por todas las mujeres, según constata en su propia poesía. Sus puntos de interés eran: la belleza, la virtud del lenguaje, la estética del poema, la mujer latinoamericana, el hombre moderno.


Matilde no excluía a nadie. Por su casa transitaban: el poeta, el docente, el estudiante, la profesora de escuela, el campesino, el abogado, el hombre de derecha o de izquierda, el ateo o el creyente. Escuchaba a todos y les hablaba a todos. Su único juicio era: la belleza, la cadencia, el ritmo, la música y el concepto filosófico de la obra. La casa de Matilde fue un templo de la poesía. Por allí transitaron los grandes poetas de las décadas de los 70, 80, 90 y del nuevo siglo. En su casa estuvieron León de Greiff, Enrique Uribe White, Octavio Gamboa o Hernando Santos, pero también estudiantes de literatura, derecho y filosofía. Matilde era un faro, un norte. Muchos hombres y muchas mujeres desfilaban por su casa en busca de un consejo, un prólogo o un juicio crítico. Su casa se convirtió en tertuliadero y en templo literario: allí vi por primera vez a poetas de mi generación y de generaciones pasadas. Allí tuve noticias de Fernando Charry Lara, Mario Rivero, Rogelio Echavarría, Maruja Vieira, María Mercedes Carranza, Robinson Quintero Ossa, Federico Díaz Granados, Milcíades Arévalo, Juan Felipe Robledo, Felipe García Quintero, y un largo etcétera que no terminaría en estas páginas.

A continuación, una pequeña muestra de sus preocupaciones e inquietudes literarias:

 

DISTANCIAS

 

A Luis Rafael Gálvez

 

 I

 

No vengo de los hondos valles

Ni de las playas sonoras.

Vengo de las montañas azules

Y de las espumas violentas

De un poderoso río.

Eso me cuentan quienes volvieron

A esa tierra mía y vivieron

El ayer que se inclina en mi cuerpo

Bajo un sol desvanecido.

Me tropiezo y las horas

Se alargan inútiles y solas.

No hablo de la soledad

De los balcones ni de los aires

De los salones vacíos

Sino de las voces

Y movimientos de quienes

Ya pasaron opacos o brillantes.

 

II

Tanto mundo girando en derredor del mundo 

Alguien llega, alguien

Se marcha. Otros amanecen

Cantando, soñando con amantes

Que hace tiempo murieron

 Y apenas les dejaron

Una herida sangrando.

Más allá de las montañas azules

Otros cielos he visto

Y otras nubes rodando silenciosas

O precipitándose en bolas de fuego

Como en las pinturas infernales.

Mis manos tocaron ruidosas sedas

Que pertenecieron a figuras

Imperiales y me vi en los espejos

Por donde pasaron imágenes de reinas

Y reyes -tan mentira- como el oro

Del marco donde cruje el tiempo

Al mínimo soplo del viento.

 

(Uno de tantos días, 2006)

 

Matilde, pese a su compromiso con la palabra, con la sociedad y con el oficio creativo, no fue ajena al amor. Pese al fracaso de su primer matrimonio, Matilde amó desde siempre a los seres humanos y siguió confiando en ellos. Sintió desde siempre un amor infinito por los niños (sus hermanos menores), la sociedad (los niños indígenas del Cauca) y la condición humana. Amó desde siempre las estrellas, la noche, la poesía, las artes y los jóvenes creadores que llegaban a su casa en busca de una voz orientadora.

 Pudo haber renunciado a los afectos de Eros desde esa primera ruptura amorosa. Pero Matilde tanto confiaba en el hombre y en la condición humana que seguía buscando un buen horizonte a través de la literatura, a través de sus pálpitos musicales y a través de los versos que desprendía de su dolor, de su sufrimiento y de su orfandad. Matilde siempre fue un ser en tensión, no sólo desde esa primera relación con el gran pintor payanés Efraím Martínez, sino también por lo que significaron para ella la muerte prematura de su hermana, las dificultades económicas tras su primer divorcio y las tensiones en la crianza de sus hijos Manolo y Fernando, quienes no asimilaron del todo la relación con el jurista Luis Carlos Pérez, segundo esposo de Matilde.

 

RECIÉN VENIDOS

 

Las palabras se escapan

Pero el alma es tan cierta

Como la gota de agua

Que me sigue mirando.

El habla nos traspasa

Y la imagen trasciende

A lo desconocido.

Las paredes del mundo

Son muros de piedra que duelen.

Nos conturban los soles violentos;

El asombro, el milagro,

El murmullo, frontera

Que orienta los pasos

A la estancia de algún

Paraíso perdido.

Somos los recién venidos

Pulsando el recuerdo

En la hora implacable

Que se vuelve de espuma;

En el aire y en el pecho

Toma forma de largo camino.

Somos los recién venidos

Cultivando los sueños

Viendo correr el torrente de lluvias

Que maltrata las rosas

Desde la luz hasta el primer sollozo.

 


Digamos que una de las máximas virtudes de Matilde Espinosa Fernández fue la libertad. Y también la rebeldía, pese a su origen campesino y humilde en los montes de Tierradentro. Rebeldía que se expresa no sólo en la ruptura que le impone a la palabra, alejándose del género y del canon (Matilde no obedece a una estética convencional), sino también en su vida misma. En una época en la que las mujeres no tenían ninguna posibilidad de enfrentarse a un divorcio, Matilde escoge la libertad. Y su libertad se expresa no sólo en sus propios intereses, sino en los intereses de la sociedad, del pueblo colombiano. Matilde camina la poesía y camina la senda del partido comunista. Es decir, anhela y busca la libertad no sólo en la estructura del poema, no sólo cuando rompe la lógica poética imperante, no sólo cuando poetiza temas hasta esa hora vedados para las mujeres, sino que impone la libertad como un estilo de vida, como una elección individual como mujer y como creadora. Y funda su lenguaje, su estilo literario, sus constantes y obsesiones poéticas: la tierra, los ríos, la noche, las estrellas, la soledad, la orfandad, el desarraigo, la inutilidad, las injusticias sociales y la igualdad entre los hombres.

Ese es el mundo de Matilde Espinosa, un ser sublime, transparente y honesto. Una mujer que nació en Huila-Cauca, pero que igual pudo haber nacido en París o en Nueva York. Una mujer que les cantó a los niños indígenas del Cauca, pero que también coreó por los hombres solitarios de Berlín o de Moscú. Una mujer que comprendió que el dolor y la soledad no son exclusivos de modernidades periféricas como Bogotá o Medellín, sino que sobre todo pueden hallarse en las cordilleras de pueblos del Huila o de Cundinamarca. Matilde comprendió desde siempre que la poesía habla de hombres y no de privilegios, de mujeres y no de reinados; que habla del corazón y no de los oropeles que adornan el corazón. A eso le cantó Matilde desde siempre: a la condición humana, al espíritu, a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad, a la paz, a los procesos transformadores y sobre todo a la palabra, al lenguaje y, al mismo tiempo, a la poesía trascendental y de hondas revelaciones. 

 

HACIA LA TARDE

 

Al poeta Winston Morales Chavarro

 

Un desteñido sol

Recorre conmigo las estancias

Que ya no tienen nombre;

Los pasadizos vueltos hacia la tarde

Solos como los nacimientos

Y ausentes como un grito.

 

Emergen parecidos distantes

Bajo el ardor de las cenizas.

Se conmueven las frondas

Arrebatadas por los vientos

Sin destino como los sueños.

 

Lastiman los escombros

De las primaveras enterradas

Y el gemir de los volcanes

En su incandescente agonía.

Y al fondo la esperanza

Medusa desgarrada en busca

De otro mar y otra orilla

Pulsando las arenas

En esta navegación de los olvidos.

 

 


WINSTON MORALES CHAVARRO (Colombia, 1969). Poeta, narrador, ensayista, Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Fonca, de México, con el proyecto “Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín”. Algunos de sus libros de poesía: Aniquirona (1998), Summa poética (2005), La ciudad de las piedras que cantan (2011), ¿A dónde van los días transcurridos? (2016). En narrativa: Dios puso una sonrisa sobre su rostro (2004). En ensayo: Poéticas del ocultismo en las escrituras de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz (2008), Tránsitos y persistencias de lo cotidiano: aproximación hermenéutica a la obra lírica y periodística de Jorge García Usta (2020). En periodismo: La Bella despierta y otros textos (2015). Poemas suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia, España, Venezuela, Italia, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico, Polonia y México, y han sido traducidos al polaco, alemán, rumano, chino, francés, italiano, portugués e inglés. Ha impartido lecturas y conferencias en las Universidades de Antioquia, Surcolombiana y Cartagena (Colombia); Szczecin, Cracovia, Varsovia, Wroclaw, Zielona Gora y Poznan (Polonia); Harvard, California, Salem, Merrimack y Northern Essex Community College (Estados Unidos); Sonora (México), y Granada (España).

 


VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 238 | setembro de 2023

Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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