Matilde Espinosa fue siempre una escritora auténtica;
su sinceridad desbordaba los límites de la prudencia y la diplomacia. Cuando algo
no le gustaba, lo decía: “artificios, asociación de versos sin ningún sentido, verborrea”.
De ella se ha dicho de todo, aunque no se ha escrito mucho. En alguna ocasión Rafael
Maya le remitió una bella carta con estos acertados calificativos: “Si hay escritora
auténtica, eres tú. Y a la autenticidad sólo tienen derecho personas como tú, ajenas
a la farsa literaria, ajenas a la vanidad, ajenas al vano ruido de la lisonja. Tú
no engañas. Eres fiel a ti misma como el cielo es fiel al azul incomparable de su
altura”.
Les decía que la conocí en 1998. Llegué a ella gracias
a Aniquirona, mi primer libro de poemas publicado. El libro aún era un borrador,
estaba bajo revisión de Guillermo Martínez González, mi editor. Guillermo es uno
de los grandes poetas colombianos de la década de los 80, y en ese entonces fungía
como propietario de Trilce Editores. No sé por qué extraña razón Guillermo le mostró
el borrador a Mamá Matilde, como llegué a llamarla después, y ella, para sorpresa
mía y la de Aniquirona, quedó fascinada con el poemario. Días después, cuando el
libro aún no estaba impreso, Matilde me llamó al teléfono de la casa (aún no tenía
celular). En ese momento supe quién era Matilde Espinosa y supe también que era
la abuela de Guillermo Martínez González. Desde ese momento nació un vínculo tan
humano y tan poético, que hoy, tantos años después de su muerte, la recuerdo no
sólo como mi madre poética, sino como mi hada, mi mentora, mi acompañante.
Luego de esa llamada comenzamos una charla tan nutrida
que era casi obligación hablar con Mamá Matilde una vez por semana. Sus palabras
no sólo eran referidas a la poesía o a la narrativa, sino también a la vida, a la
existencia; incluso a mis altibajos literarios. Nuestras conversaciones casi siempre
eran cátedras poéticas. Matilde afinaba sobre la literatura, el compromiso del poeta.
En este punto, me sorprendía mucho cuando afirmaba que el único compromiso del poeta
era el poema, la creación, la poesía misma. Y digo que me sorprendía porque Matilde
no sólo era de izquierda, sino incluso había militado de frente en el partido comunista,
sin ningún tipo de temor frente al status
quo. Su preocupación por los menos favorecidos venía de su niñez, cuando su
madre era profesora en un caserío llamado Huila, en el Cauca, cerca del nevado que
lleva el mismo nombre del departamento y cerca del Río Páez. Allí Matilde oficiaba
como mano derecha de su madre María Josefa Fernández, la primera mujer blanca que
llegó a Tierradentro a principios del siglo XX. Matilde, como hija y asistente de
su mamá, la maestra de los aborígenes del Caserío de Huila, también les enseñaba
a leer, los cuidaba y jugaba con ellos. De allí ese vínculo tan profundo con la
tierra, el río, la naturaleza, la gente pobre; Los olvidados, como los llamaría Luis Buñuel en una de sus películas.
Desde sus principios literarios, año 1923, Matilde tuvo
como único mentor a la cultura mítica de los aborígenes. Sus mejores maestros, sin
querer decir con esto que no poseyera una formación académica o bibliográfica, fueron
el Río Páez, El Nevado del Huila, el Río San Vicente, el monte, los mitos y leyendas
de Tierradentro, las enseñanzas de su madre, las canciones de su padre, Avelina,
la negra que los cuidó por más de veinte años, los pájaros, la lluvia, el viento.
De allí viene la vitalidad de Matilde Espinosa, de allí ese maridaje con la naturaleza
y el cosmos como mirada filosófica. Y todo esto se ve reflejado en sus primeros
poemarios: Los ríos han crecido (1955),
Por todos los silencios (1958), Afuera las estrellas (1961), Pasa el viento (1970), El mundo es una calle larga (1976).
Matilde se constituyó, desde un comienzo, en una de
las fundadoras de la poesía social. Cuando la poesía en Colombia aún tenía visos
del modernismo, que llegó tardíamente al país, Matilde ya hablaba de las injusticias
sociales, de la inequidad, del olvido y del abandono de las regiones más inhóspitas
de la patria por parte del estado. Incluso le escribió un poema a Avelina, la mujer
de raza negra que se ocupaba de los partos de María Josefa lo que constata que,
en el Huila, contrario a lo que a veces se afirma, sí hubo negros, pues Avelina,
según nos contaba Matilde, era de la Plata, Huila:
LA NEGRA AVELINA
Tú, que en la tierra fuiste
Un tallo de la noche,
Ahora eres la luz
En el grande silencio.
Yo sé que mis palabras
No podrán despertarte
Aunque todas las voces
Se quiebren en tu pecho.
Más alta que mis días,
Tú pueblas mi recuerdo
De niña campesina,
Cuando fueras un mito,
La fábula y el cuento
La música y la cinta
Que anudó mis cabellos.
(Afuera las estrellas, 1961)
II
Valga la soledad
Cuando despunta el alba
O se inclina
Para besar la noche.
El mensaje transita y
no
Es de multitudes
Su esencia, su intención,
su delirio
Sólo por un instante
O por una eternidad.
(Febrero 15 de 2004)
Esa mirada trascendental, profunda, emergió de su manera
singular de enfrentarse al mundo que se reflejaba, por ejemplo, en maravillarse
frente a la majestuosidad del nevado del Huila o en
su primer encuentro con las bombillas eléctricas, cuando ingenuamente pensó que
el cielo había bajado a la tierra. La noche, su carga metafísica, los dolores de
su madre, la desgracia de su primer matrimonio, las muertes prematuras de sus únicos
hijos, la persecución política a su segundo esposo: todas esas fueron motivaciones
muy fuertes para llenarla de una carga existencial, profunda, la cual comienza a
configurarse en sus posteriores publicaciones: Memoria del viento, (1987), Estación
desconocida, (1990), Los héroes perdidos,
(1994), Señales en la sombra, (1996),
La sombra en el muro, (1997), La tierra oscura, (2003).
En la poesía de Matilde Espinosa palpita el mundo; allí
habitan el hombre y la historia y se cumplen las grandes hazañas de un hombre que
ha nacido solitario y se enfrenta a su soledad, a su orfandad, a su destierro. Matilde
logra despojarse de la poesía preciosista de comienzos del siglo XX y funda un nuevo
lenguaje para la literatura colombiana. Se despoja de la poesía rimada y transita
un verso libre, musical, de honduras filosóficas. A través de sus versos, Matilde
se dirige a una nación que todavía silencia el discurso emitido por una mujer, cuyo
papel en la sociedad colombiana hasta hace poco era muy modesto. Cuando Matilde
publicó su primer poemario en 1955, las mujeres no tenían derecho al voto, el ingreso
a la universidad era muy limitado y la política casi que era un derecho del ser
masculino. Es decir, Matilde no sólo habló por ella misma, sino por todas las mujeres,
según constata en su propia poesía. Sus puntos de
interés eran: la belleza, la virtud del lenguaje, la estética del poema, la mujer
latinoamericana, el hombre moderno.
A continuación, una pequeña muestra de sus preocupaciones
e inquietudes literarias:
DISTANCIAS
A Luis Rafael Gálvez
I
No vengo de los hondos
valles
Ni de las playas sonoras.
Vengo de las montañas
azules
Y de las espumas violentas
De un poderoso río.
Eso me cuentan quienes
volvieron
A esa tierra mía y vivieron
El ayer que se inclina
en mi cuerpo
Bajo un sol desvanecido.
Me tropiezo y las horas
Se alargan inútiles y
solas.
No hablo de la soledad
De los balcones ni de
los aires
De los salones vacíos
Sino de las voces
Y movimientos de quienes
Ya pasaron opacos o brillantes.
II
Tanto mundo girando en
derredor del mundo
Alguien llega, alguien
Se marcha. Otros amanecen
Cantando, soñando con
amantes
Que hace tiempo murieron
Y apenas les dejaron
Una herida sangrando.
Más allá de las montañas
azules
Otros cielos he visto
Y otras nubes rodando
silenciosas
O precipitándose en bolas
de fuego
Como en las pinturas
infernales.
Mis manos tocaron ruidosas
sedas
Que pertenecieron a figuras
Imperiales y me vi en
los espejos
Por donde pasaron imágenes
de reinas
Y reyes -tan mentira-
como el oro
Del marco donde cruje
el tiempo
Al mínimo soplo del viento.
(Uno de tantos
días, 2006)
Matilde, pese a su compromiso con la palabra, con la
sociedad y con el oficio creativo, no fue ajena al amor. Pese al fracaso de su primer
matrimonio, Matilde amó desde siempre a los seres humanos y siguió confiando en
ellos. Sintió desde siempre un amor infinito por los niños (sus hermanos menores),
la sociedad (los niños indígenas del Cauca) y la condición humana. Amó desde siempre
las estrellas, la noche, la poesía, las artes y los jóvenes creadores que llegaban
a su casa en busca de una voz orientadora.
Pudo haber renunciado
a los afectos de Eros desde esa primera ruptura amorosa. Pero Matilde tanto confiaba
en el hombre y en la condición humana que seguía buscando un buen horizonte a través
de la literatura, a través de sus pálpitos musicales y a través de los versos que
desprendía de su dolor, de su sufrimiento y de su orfandad. Matilde siempre fue
un ser en tensión, no sólo desde esa primera relación con el gran pintor payanés
Efraím Martínez, sino también por lo que significaron para ella la muerte prematura
de su hermana, las dificultades económicas tras su primer divorcio y las tensiones
en la crianza de sus hijos Manolo y Fernando, quienes no asimilaron del todo la
relación con el jurista Luis Carlos Pérez, segundo esposo de Matilde.
RECIÉN VENIDOS
Las palabras se escapan
Pero el alma es tan cierta
Como la gota de agua
Que me sigue mirando.
El habla nos traspasa
Y la imagen trasciende
A lo desconocido.
Las paredes del mundo
Son muros de piedra que
duelen.
Nos conturban los soles
violentos;
El asombro, el milagro,
El murmullo, frontera
Que orienta los pasos
A la estancia de algún
Paraíso perdido.
Somos los recién venidos
Pulsando el recuerdo
En la hora implacable
Que se vuelve de espuma;
En el aire y en el pecho
Toma forma de largo camino.
Somos los recién venidos
Cultivando los sueños
Viendo correr el torrente
de lluvias
Que maltrata las rosas
Desde la luz hasta el
primer sollozo.
Ese es el mundo de Matilde Espinosa, un ser sublime,
transparente y honesto. Una mujer que nació en Huila-Cauca, pero que igual pudo
haber nacido en París o en Nueva York. Una mujer que les cantó a los niños indígenas
del Cauca, pero que también coreó por los hombres solitarios de Berlín o de Moscú.
Una mujer que comprendió que el dolor y la soledad no son exclusivos de modernidades
periféricas como Bogotá o Medellín, sino que sobre todo pueden hallarse en las cordilleras
de pueblos del Huila o de Cundinamarca. Matilde comprendió desde siempre que la
poesía habla de hombres y no de privilegios, de mujeres y no de reinados; que habla
del corazón y no de los oropeles que adornan el corazón. A eso le cantó Matilde
desde siempre: a la condición humana, al espíritu, a la libertad, a la igualdad,
a la fraternidad, a la paz, a los procesos transformadores y sobre todo a la palabra,
al lenguaje y, al mismo tiempo, a la poesía trascendental y de hondas revelaciones.
HACIA LA TARDE
Al poeta Winston Morales Chavarro
Un desteñido sol
Recorre conmigo las estancias
Que ya no tienen nombre;
Los pasadizos vueltos
hacia la tarde
Solos como los nacimientos
Y ausentes como un grito.
Emergen parecidos distantes
Bajo el ardor de las
cenizas.
Se conmueven las frondas
Arrebatadas por los vientos
Sin destino como los
sueños.
Lastiman los escombros
De las primaveras enterradas
Y el gemir de los volcanes
En su incandescente agonía.
Y al fondo la esperanza
Medusa desgarrada en
busca
De otro mar y otra orilla
Pulsando las arenas
En esta navegación de
los olvidos.
WINSTON MORALES CHAVARRO (Colombia, 1969). Poeta, narrador, ensayista, Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Fonca, de México, con el proyecto “Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín”. Algunos de sus libros de poesía: Aniquirona (1998), Summa poética (2005), La ciudad de las piedras que cantan (2011), ¿A dónde van los días transcurridos? (2016). En narrativa: Dios puso una sonrisa sobre su rostro (2004). En ensayo: Poéticas del ocultismo en las escrituras de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz (2008), Tránsitos y persistencias de lo cotidiano: aproximación hermenéutica a la obra lírica y periodística de Jorge García Usta (2020). En periodismo: La Bella despierta y otros textos (2015). Poemas suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia, España, Venezuela, Italia, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico, Polonia y México, y han sido traducidos al polaco, alemán, rumano, chino, francés, italiano, portugués e inglés. Ha impartido lecturas y conferencias en las Universidades de Antioquia, Surcolombiana y Cartagena (Colombia); Szczecin, Cracovia, Varsovia, Wroclaw, Zielona Gora y Poznan (Polonia); Harvard, California, Salem, Merrimack y Northern Essex Community College (Estados Unidos); Sonora (México), y Granada (España).
VERÓNICA CABANILLAS SAMANIEGO (Perú, 1981), es poeta y artista visual. Ha expuesto individualmente en Lima y colectivamente en Europa y Latinoamérica: El surrealismo hoy, homenaje a Eugenio Granell, Museo Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España (2012), El asombro del colmillo, Le Petit Canibaal, Valencia (2014); Ludwig Zeller, componiendo la ilusión, Galería Taller de Rokha, Santiago de Chile (2017); Cien años de Surrealismo, Centro Cultural Espacio Matta, Santiago de Chile (2019-2020), International exhibition of surrealism, Galería Kudak, El Cairo-Egipto (2022), Eco del surrealismo contemporáneo, Instituto francés de Alexandria, Egipto (2022). Verónica es la artista invitada de este número de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 238 | setembro de 2023
Artista convidada: Verónica Cabanillas Samaniego (Perú, 1981)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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