Con sus escasos
treinta y siete años, JGD fue sin duda uno de los más notables intelectuales de
la lengua en el siglo pasado. Y quizás el único nacido en Colombia que puede contrastarse
sin desmerecimientos con sus pares, americanos y peninsulares, como Carlos Barral,
Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, el brasileño Ferreira Gullar o el venezolano
Juan Liscano. Hijo de un ingeniero de ferrocarriles y de una rica terrateniente,
nació en Pamplona, donde hizo sus estudios de primaria en un colegio de señoritas
de Cúcuta y el bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón de los Hermanos Cristianos.
Yo tenía quince años en
1940, escribió en 1959. [1] Durante los cinco años que siguieron fuimos lo que la guerra quiso. No alcanzamos
a ponernos el uniforme, pero la propaganda modeló nuestra imagen del mundo. No volvimos
del frente cojos o ciegos, pero en tan decisiva etapa de la formación de un hombre,
nuestro horizonte ético y estético se redujo a libros, películas, conversaciones,
conferencias, lecciones, cuyo único objetivo era la victoria. Necesariamente nuestras
concepciones de la sociedad, de la literatura o del amor resultaron esquemáticas,
convencionales, sentimentales. Trabajo nos costó desprendernos de ese lastre. Nos
correspondió el aspecto más mediocre –también el menos peligroso corporalmente– de la pavorosa contienda. Quizá esto explique que nuestra
primera reacción literaria fuera una poesía desengañada y melancólica y nuestra
primera reacción política y social una desconfianza un poco fúnebre ante cualquier
orden establecido. […]
En 1941 se
inscribió en Bogotá en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional y pasó
allí un año, al lado de su amigo Eduardo Ramírez Villamizar, el más grande escultor
que ha tenido Colombia. De allí fue a la Universidad Javeriana para estudiar derecho
y comenzó a escribir sobre cine, pintura, arte y literatura en diarios como El Tiempo, El Liberal o la Revista de las
Indias donde celebra la obra de sus contemporáneos Alejandro Obregón, Ramirez
Villamizar o Lucy Tejada, mientras departe con Fernando Arbeláez, Hernando Tellez
o León de Greiff en los cafés Asturias, Fortaleza y Automático, las verdaderas escuelas
literarias de entonces. Durante los sucesos del 9 de abril participa en el levantamiento
tratando de orientar al pueblo en la lucha y tiene luego que esconderse por varios
días hasta que logra llegar a Cúcuta donde es protegido por amigos de su familia.
Al año siguiente regresa a Bogotá y luego de algunas actividades partidistas decide
viajar a París donde hace estudios de cine, se casa con Dina Moscovici, viaja por
varios países europeos, por Rusia y China, donde vio a Mao Zedong en persona ante
doscientas mil personas en la Plaza del Pueblo.
En junio
de 1954, con treinta años y con Gustavo Rojas Pinilla en el poder, regresa a Colombia.
Dos meses después [agosto 29] escribe a Eduardo Cote Lamus, retratando la Bogotá
y el país de entonces y quizás de siempre:
La selva es Bogotá. Acabo de regresar de allí.
Vengo deprimido. Sólo ahora comprendo las tonterías que hice al regresar de Europa.
En Cúcuta se está dentro de una atmósfera nacional. El país con todos sus defectos
y cualidades. Bogotá es una atmósfera asfixiante, donde el chisme, el chiste y el
trago impiden toda actividad humana verdaderamente digna. Tú recuerdas cuántas críticas
hice al ambiente cultural de España; pues bien, el de Bogotá es aun inferior: conformismo,
ignorancia, petulancia que se cree talento. Naturalmente hay dos o tres personas
con las cuales se puede conversar provechosamente. Conclusión: si no tienes disposición
de explorador, quédate allá lo más posible.
El primer
número de Mito apareció en abril de 1955. A mediados del año siguiente regresa a
Europa, pero para 1957 ya está de nuevo en Colombia luchando por la democratización
del país y así de manera intermitente permanece, unas veces en el país, otras en
España o en Francia, hasta cuando en 1962 muere en el accidente de un avión de Air
France durante una maniobra de la nave en Point-à-Pitre. Gaitán Durán fue sepultado
en Cúcuta el 29 de junio de ese año. Con el fallecía toda una generación de colombianos
que nunca pudieron cambiar su país y fueron sometidos a diversos tipos de vejámenes,
desde los ministerios que aceptaron a los gobiernos del Frente Nacional donde hicieron
todo lo contrario de lo que habían soñado, como es el caso de Pedro Gómez Valderrama,
ministro de gobierno y educación de Guillermo Valencia e ideólogo de los bombardeos
a Marquetalia, Riochiquito y Guayabero que condujeron a la creación de las llamadas
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC o Indalecio Lievano Aguirre al
servicio del avieso gobierno de López Michelsen o Álvaro Mutis, encarcelado en Lecumberri
por sus extrañas maniobras y manejos de dineros a favor de las empresas imperialistas
que controlaban el petróleo, o el triste destino de Valencia Goelkel y Charry Lara,
silenciado el uno para siempre o plegados a los intereses torvos de Eduardo Carranza,
o mendigando cuotas burocráticas y viajes para sí y sus hijas en los ministerios
de exteriores o en esa cosa horrenda que se llamó Colcultura. Para no hablar de
otros que envejecieron en cargos diplomáticos o adivinando el futuro y las suertes
a presidentes, etc. Las malas jugadas del destino, o de los obstinados dioses, como
escribió Valencia Goelkel en uno de los homenajes que hizo a su amigo.
Como se sabe,
más que poeta, Gaitán Durán, fue un intelectual, es decir un político. Uno que trabajando
con la inteligencia tendría la responsabilidad, son sus palabras, [2] por sus semejantes, mediante el ejercicio
de una conciencia alerta para protestar y denunciar aquellos actos u omisiones que
los sin voz no pueden levantar ante el mundo. Un ejercicio de la libertad que podía
darse porque nada le debía a nadie.
Y si su obra
literaria es una de las más bellas contribuciones de colombiano alguno al caudal
de la lengua fue por un azar del destino. Gaitán Durán imitó durante su juventud,
o primera juventud, los tonos y quizás hasta los motivos del piedracielismo carrancista,
a quien extrañamente admiraba. Pero luego, cuando pudo conocer la literatura francesa
de su tiempo y en espacial a Camus, los cuadernos fueron su principal ocupación
y del ejercicio de esas reflexiones saltó a la poesía verdadera, así también esté
manchada por ideologismos como la lucha facciosa y muy francesa entre eros y thanatos.
Gaitán Durán y su amigo venezolano Juan Liscano pusieron de moda entre nosotros
ese sentimiento que acerca el vivir a plenitud a la muerte, al morir. Así lo ha
sostenido también Gutiérrez Girardot:
Dentro de la poesía de lengua española de los
años cincuenta que por su acento político se llama comprometida, la de Gaitán Durán
constituye una excepción del mismo modo como lo es dentro de la poesía hispánica
llamada erótica. Y esa excepción se funda precisamente en la liberación de Eros
de las cargas morales y dogmáticas que lo convirtieron en pornografía y obscenidad
como también en la liberación de la política de las cargas igualmente moral-dogmáticas
que la convirtieron en principios abstractos y finalmente antihumanos.
Pero Gaitán
Durán y Liscano no estaban solos. En Barcelona, por los tiempos de la creación de
Mito, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y Agustín Goytisolo estaban empeñados en
escrituras similares. Sin olvidar que otro de los grandes poetas del cincuenta vivía
en Bogotá y fue publicado en las ediciones de Mito: José Manuel Caballero Bonald.
Poeta de
la existencia, es decir, de la consunción de la muerte a través de la vida, sus
mejores poemas están reunidos en libros como Asombro, Amantes y Si mañana despierto.
Mi obra –dijo a Cecilia Laverde en una entrevista
para Lecturas Dominicales de El Tiempo,
el 22 de mayo de 1960–, afirma simplemente
que el hombre debe saber a todas horas que va a morir, lo cual conduce a que el
erotismo sea, como la poesía, el único instante en que podemos pulverizar una historia
implacable.
SÉ QUE ESTOY VIVO
Sé que estoy vivo en este bello día
acostado contigo. Es el verano.
Acaloradas frutas en tu mano
vierten su espeso olor al mediodía.
Antes de aquí tendernos, no existía
este mundo radiante. ¡Nunca en vano
al deseo arrancamos el humano
amor que a las estrellas desafía!
Hacia el azul del mar corro desnudo.
Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo,
nazco en el esplendor de conocerte.
Siento el sudor ligero de la siesta.
Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta
en que más recordamos a la muerte.
HACIA EL CADALSO
Tú no has conseguido nada, me dice el tiempo,
todo lo has perdido en tu lid imbécil
contra los dioses. Solo te quedan palabras.
Tú no has sido nada: ni padre ni guerrero
ni súbdito ni príncipe ni Diógenes el perro
y ahora la muerte cáncer y silencio en tu garganta
te hace besar las ruinas que escupiste.
Mas yo he sido: vilano, un día; otro, vulnerable
titán contra su sombra. Yo he vivido:
árbol de incendios, semen de amo
que por un instante tiene el mundo con su cuerpo.
El idiota repite estas palabras hasta el cadalso
interminable: ¡He vivido!
Voy por tu cuerpo como por el mundo.
OCTAVIO PAZ
Es la siesta feliz entre los árboles,
traspasa el sol las hojas, todo arde,
el tiempo corre entre la luz y el cielo
como un furtivo dios deja las cosas.
El mediodía fluye en tu desnudo
como el soplo de estío por el aire.
En tus senos trepidan los veranos.
Sientes pasar la tierra por tu cuerpo
como cruza una estrella el firmamento.
El mar vuela a lo lejos como un pájaro.
Sobre el polvo invencible en que has dormido
esta sombra ligera marca el peso
de un abrazo solar contra el destino.
Somos dos en lo alto de una vida.
Somos uno en lo alto del instante.
Tu cuerpo es una luna impenetrable
que el esplendor destruye en esta hora.
cuando abro tu carne hiero al tiempo,
cubro con mi aflicción la dinastía,
basta mi voz para borrar los dioses,
me hundo en ti para enfrentar la muerte.
El mediodía es vasto como el mundo.
Canta el cuerpo en la luz, la tierra canta,
danza en el sol de todos los colores,
cada sabor es único en mi lengua.
Soy un súbito amor por cada cosa.
Miro, palpo sin fin, cada sentido
es un espejo breve en la delicia.
Te miro envuelta en un sudor espeso.
Bebemos vino rojo. Las naranjas
dejan su agudo olor entre tus labios.
Son los grandes calores del verano.
El fugitivo sol busca tus plantas,
el mundo huye por el firmamento,
llenamos esta nada con las nubes,
hemos hurtado al ser cada momento,
te desnudé a la par con nuestro duelo.
Sé que voy a morir. Termina el día.
AMANTES
Somos como son los que se aman.
Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos
desconocidos que se estrechan a tientas,
cicatrices con que el rencoroso deseo
señala a los que sin descanso se aman:
el tedio, la sospecha que invencible nos ata
en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.
Enamorados como dos locos,
dos astros sanguinarios, dos dinastías
que hambrientas se disputan un reino,
queremos ser justicia, nos acechamos feroces,
nos engañamos, nos inferimos las viles injurias
con que el cielo afrenta a los que se aman.
Sólo para que mil veces nos incendie
el abrazo que en el mundo son los que se aman
mil veces morimos cada día.
AMANTES II
Desnudos afrentamos el cuerpo
como dos ángeles equivocados,
como dos soles rojos en un bosque oscuro,
como dos vampiros al alzarse el día,
labios que buscan la joya del instante entre
dos muslos,
boca que busca la boca, estatuas erguidas
que en la piedra inventan el beso
sólo para que un relámpago de sangres juntas
cruce la invencible muerte que nos llama.
De pie como perezosos árboles en el estío,
sentados como dioses ebrios
para que me abrasen en el polvo tus dos astros,
tendidos como guerreros de dos patrias que el
alba separa,
en tu cuerpo soy el incendio del ser.
SE JUNTAN DESNUDOS
Dos cuerpos que se juntan desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin reposo al deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
o atroces arden como dos mundos
que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
Sólo en la palabra, luna inútil, miramos
cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,
se penetran, escupen, sangran, rocas que se
destrozan,
estrellas enemigas, imperios que se afrentan.
Se acarician efímeros entre mil soles
que se despedazan, se besan hasta el fondo,
saltan como dos delfines blancos en el día,
pasan como un solo incendio por la noche.
SI MAÑANA DESPIERTO
De súbito respira uno mejor y el aire de la
primavera
llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo
que el sufrimiento concede para que digamos
la palabra.
He ganado un día; he tenido el tiempo
en mi boca como un vino
Suelo
buscarme
en la ciudad que pasa como un barco de locos
por la noche.
Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin
dientes
a quien la dinastía, el poder, la riqueza, el
genio,
todo le han dado al cabo, salvo la muerte.
Es un enemigo más temible que Dios,
el sueño que puedo ser si mañana despierto
y sé que vivo.
Mas de súbito el alba
me cae entre las manos como una naranja roja.
EL REGRESO
El regreso para morir es grande.
(Lo dijo con su aventura el rey de Itaca).
Mas amo el sol de mi patria,
el venado rojo que corre por los cerros,
y las nobles voces de la tarde que fueron
mi familia.
Mejor
morir sin que nadie
lamente glorias matinales, lejos
del verano querido donde conocí dioses.
Todo para que mi imagen pasada
sea la última fábula de la casa.
DIARIO
(Fragmentos)
*
Vamos
temprano al mar, en bicicleta, por caminitos polvorientos, bordeados de vides cuyas
uvas negras maduran al sol. Tras perezosos juegos de verano, nado con una felicidad
que yo creía abolida. Regresamos al mediodía, en vestido de baño, untados de aceite
y arena. Nos detenemos para comer higos de concha morada y cristalina pulpa, tan
dulces, blandos y jugosos que se deshacen en la mano si uno no los coge con pericia.
*
En Ibiza
las higueras tienen dueño, pero los higos son de todos.
*
Nos bañamos
desnudos en el mar, bajo la luna. Nadamos con libertad en el agua plateada, más
tibia que al mediodía. Los brazos de Betina [3]
brillan como delfines blancos entre las olas.
*
Nunca
he vivido ni trabajado tan intensamente como en Ibiza. Ley o azar, en los últimos
días resurgieron los indicios, presagios que creí inventar hace años. No me abrumaron,
sin embargo, las trazas de sangre en la saliva, ni la fatiga, ni la asfixia precedida
por un súbito desdibujamiento de las cosas. Iba al mar con Betina y pasábamos siestas
incomparables, tendidos en la arena. ¿Qué más podía desear después del instante
pleno, irrepetible? Vivía simplemente, ebrio y feliz, sin pasado ni futuro. Soy
me repetía mientras sienta contra mí este caliente cuerpo dorado. Precisamente porque
no olvido la muerte, creo con pasión en este mundo.
Bibliografía de Jorge
Gaitán Durán
Amantes, separata de
Mito, n°s 22/23, Bogotá, 1958. Asombro, París, 1951. Insistencia en la tristeza,
prólogo de Helcías Martán Góngora, Bogotá, 1946. Obra literaria, selección y prólogo
de Pedro Gómez Valderrama, Bogotá, 1975. Obra crítica, literaria y periodística
recuperada, prólogo y selección de Mauricio Ramírez, Bogotá, 2004. Presencia del
hombre, prólogo de Hernando Téllez, Bogotá, 1947. Si mañana despierto, Bogotá, 1961.
Bibliografía sobre Jorge
Gaitán Durán
Alfonso Bonilla Naar:
Jorge Gaitán Durán, en Lecturas Dominicales
de El Tiempo, Bogotá, julio 1, 1962. Andrés Holguín: El grupo Mito, en Antología crítica de la poesía colombiana, Bogotá,
1978. Cecilia Casas: La poesía de Jorge Gaitán
Durán, en Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, Junio 19, 1977. Gonzalo
Arango Arias: Los inmortales también muren,
en Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, junio 23, 1962. Gonzalo Canal Ramírez:
Jorge Gaitán Durán, en El Tiempo, Bogotá,
julio 1, 1962. J.C. Cobo Borda: Jorge Gaitán
Duran, en Historia de la poesía colombiana, Bogotá, 2004. Jorge Zalamea: Poesía y prosa de Jorge Gaitán Durán, en
Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, Febrero 11, 1962. María Mercedes Carranza:
La acción del intelectual aquí y ahora,
en Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, junio 28, 1987. Mauricio Ramírez:
Jorge Gaitán Durán, Medellín, 2013. Rafael
Gutiérrez Girardot: Gaitán Durán: eros y política,
en Ensayos de literatura colombiana, II, Medellín, 2011.
NOTAS
1. En El Cid y nuestra
juventud, El Espectador, Bogotá, 20
de diciembre de 1959.
2. De la inteligencia,
en El Independiente, Bogotá, enero 10
de 1958.
3. Feliza
Bursztyn (Bogotá, 1932-1982), una de las más notables escultoras colombianas, que
estudió en Art Students League de Nueva York y la academia La Grande Chaumière en
París, murió en París perseguida y acosada vilmente por el gobierno de Julio César
Turbay Ayala que la acusaba de fabricar armas en su taller de soldadura. En Los 166 días de Feliza, publicada en Madrid
en El País del 20 de enero de 1982, Gabriel García Márquez narró su tragedia: “Feliza
Bursztyn tuvo que escapar de Colombia -como hubiera podido hacerlo el protagonista
de El proceso, de Franz Kafka- para no ser encarcelada por un delito que nunca le
fue revelado. El viernes 24 de julio de 1981 una patrulla de militares al mando
de un teniente se presentó a su casa de Bogotá a las cuatro de la madrugada. Todos
vestían de civil, con ruanas largas, debajo de las cuales llevaban escondidas las
metralletas, y estaban autorizados por una orden de allanamiento de un juez militar.
Su comportamiento fue correcto, amable inclusive, y la requisa que hicieron de la
casa duró casi cuatro horas, pero fue más ritual que minuciosa. Feliza y su esposo,
Pablo Leyva, tuvieron la impresión de que eran unos muchachos inexpertos que no
sabían lo que buscaban ni tenían demasiado interés en encontrarlo. Lo único que
registraron a fondo fue la cama matrimonial, hasta el extremo de que la desarmaron
y la volvieron a armar. “Tal vez buscaban mis polvos perdidos”, comentó más tarde
Feliza con su humor bárbaro. Otra cosa que les llamó la atención fue una caja de
fotografías que Feliza había llevado de La Habana, pocos días antes, a donde había
viajado para asistir a una exposición de sus obras en la Casa de las Américas. Eran
las fotos de una exposición colectiva de fotógrafos colombianos que se había realizado
en La Habana el año anterior, también bajo el patrocinio de la Embajada de Colombia
en Cuba, y con asistencia de sus funcionarios. La Casa de las Américas le había
pedido a Feliza el favor de que las devolviera a sus autores, cuyos nombres y direcciones
estaban escritos al dorso de cada foto. Los soldados les echaron una ojeada superficial
a casi un centenar y pusieron aparte tres, que se llevaron. Feliza, que ni siquiera
había tenido tiempo de abrir el paquete, no pudo ver muy bien qué fotos eran, pero
le pareció que alguna la había visto publicada en la Prensa de Colombia. También
se llevaron una pistola Beretta inservible que un amigo le había regalado a Feliza
en 1964, en una época en que vivía sola en Bogotá, pues todavía no se había casado
con Pablo Leyva. “No me atreví ni a tocarla nunca”, me dijo Feliza, “por temor de
sacarme un ojo”. Fue todo cuanto se llevaron. Es cierto que Feliza no encontró después
dos cadenas y tres anillos que había puesto en su mesa de noche antes de dormirse,
y que eran las únicas cosas de oro, pero también las que costaban menos en su paraíso
de chatarra. Pero siempre insistió, con su buena fe inquebrantable, que no podía
suponer algo que no había visto.
Terminada
la requisa, Feliza fue llevada, sin su esposo, a las caballerizas de la Brigada
de Institutos Militares. Permaneció sentada, sin comer ni beber, durante las once
horas del interrogatorio. Le vendaron los ojos y le pegaron en el pecho una banda
adhesiva con su número de presidiaria: 5. Ese parche, con ese número, está todavía
pegado en la pared de la cocina en su casa de Bogotá. Siempre insistió en que la
trataron con mucha corrección, que le pidieron excusas por tener que vendarla, y
que ninguna de las incontables preguntas le permitió vislumbrar de qué la acusaban.
Se lo preguntó a uno de sus interrogadores invisibles, y éste le dio una respuesta
deslumbrante:
–Lo vamos a saber ahora por lo que usted nos diga.
Es sorprendente
que hubiera resistido aquella prueba con tanta fortaleza, porque Feliza tenía una
limitación pulmonar muy seria, debido a las sustancias tóxicas con que trabajaba,
y además una lesión de la columna vertebral de la que no se recuperó nunca. Pero
no perdió el sentido del humor en ningún momento de aquellas once horas desgraciadas
de nuestra historia patria.
Le preguntaron
si conocía a algún escritor, y contestó que sí: a Hernando Valencia Goelkel. Le
preguntaron si no conocía a otros, y contestó que sí, pero que no los mencionaba
porque eran muy malos escritores. Le preguntaron si no temía que la violaran, y
contestó que no, porque toda mujer casada está acostumbrada a que la violen todas
las noches. Sin embargo, los distintos interrogadores que nunca pudo ver coincidieron
en poner en duda su nacionalidad colombiana. Nunca, en las horas interminables de
su exilio, Feliza pareció olvidar que alguien en su propio país le hiciera esa ofensa.
“Soy más colombiana que el presidente de la República”, solía decir en sus últimos
días. Más aún: mucho antes de que tuviera que abandonar a Colombia, una revista
les preguntó a varios artistas colombianos en qué ciudad del mundo querían vivir,
y Feliza fue la única que contestó: “En Bogotá”.
Dos
días después del interrogatorio, cuando ya se consideraba a salvo de toda sospecha,
Feliza fue citada por un juez militar, que la acusó de tener en su casa un arma
sin licencia. El juez le mostró la disposición según la cual aquel delito tenía
prevista una pena de cinco años de cárcel. Le hizo firmar una notificación, la citó
para dos días más tarde y le advirti6que no podía moverse de Bogotá. Dos días después,
con todo el dolor de su alma, se asiló en la sede de la Embajada de México.
No es
comprensible, pues, que alguien se pregunte ahora por qué se fue Feliza de Colombia.
El mismo
Hernando Santos, que fue uno de sus amigos más queridos, tuvo la entereza de llamar
por teléfono al ministro de la Defensa, general Camacho Leyva, para interceder en
favor de ella, cuando todavía estaba detenida. El general le contestó que no podía
hacer nada, porque había contra Feliza una denuncia concreta. Pocos días después,
sin embargo, cuando todavía Feliza estaba asilada en la Embajada de México, la Cancillería
colombiana dijo, en un comunicado oficial, que no había ningún cargo contra ella,
que podía viajar sin salvoconducto a donde quisiera y volver a Colombia con toda
libertad. Pero otros días más tarde, el redactor de asuntos militares de El Espectador,
de Bogotá, publicó una declaración muy explícita de un alto oficial de las Fuerzas
Armadas de Colombia, que nunca se identificó, pero que tampoco ha sido desmentido
por nadie. Este militar sin nombre afirmaba tener pruebas de que Feliza Bursztyn
era correo, entre los dirigentes cubanos y el M-19, pero que se le había tratado
con la mayor consideración por ser mujer y artista. Otras gestiones que amigos de
Feliza han hecho después ante autoridades militares han recibido la misma respuesta.
Es alarmante, pero ya se sabe: en Colombia, los militares guardan secretos que las
autoridades civiles no conocen.
Feliza
no estaba en París por placer. Su propósito original era viajar a Estados Unidos,
donde viven sus tres hijas, su hermana y su madre, todas ellas de nacionalidad norteamericana.
Pero el consulado de Estados Unidos en México, después de consultarlo con el de
Bogotá, le negó la visa. Amigos de Feliza le consiguieron entonces, con el Ministerio
de Cultura de Francia, una beca de duración indefinida, con un estudio para que
siguiera haciendo sus chatarras, y tarjeta de la Seguridad Social para que se vigilara
mejor su mala salud. En París la encontró su esposo apenas diez días antes de su
muerte, cuando vino de Bogotá a pasar Con ella el último año nuevo de su vida.
La mujer
que Pablo Leyva encontró en París no era la misma que había despedido en Bogotá.
Estaba atónita y distante, y su risa explosiva y deslenguada se había apagado para
siempre. Sin embargo, un examen médico muy completo había establecido que no tenía
nada más que un agotamiento general, que es el nombre científico de la tristeza.
El viernes 8 de enero, a nuestro regreso de Barcelona, Mercedes y yo los invitamos
a cenar, junto con Enrique Santos Calderón y su esposa, María Teresa. Era una noche
glacial de este invierno feroz y triste, y había rastros de nieve congelada en la
calle, pero todos quisimos irnos caminando hasta un restaurante cercano. Feliza,
sentada a mi izquierda, no había acabado de leer la carta para ordenar la cena,
cuando inclinó la cabeza sobre la mesa, muy despacio, sin un suspiro, sin una palabra
ni una expresión de dolor, y murió en el instante. Se murió sin saber siquiera por
qué, ni qué era lo que había, hecho para morirse así, ni cuáles eran las dos palabras
sencillas que hubiera podido decir para no haberse muerto tan lejos de su casa.”
HAROLD ALVARADO TENORIO (Colombia, 1945). Poeta, traductor, ensayista, creador y director de la revista Arquitrave, Alvarado ha publicado innumerables libros en todos los ámbitos de su actividad, desde las traducciones de Kavafis y Eliot, pasando por estudios como 25 Conversaciones (Colombia, 2011), Ajuste de cuentas (España, 2014) y Retratos de memoria (México, 2022), hasta su relevante poesía, expresada en libros como Summa del cuerpo (2002), Ultrajes (2007) y De los goces del cuerpo (2012). Como consta en la biografía registrada en su sitio web, En la Universidad Nacional de Colombia impulsó la creación de la carrera de estudios literarios tras años de desprecio por las literaturas nacionales, fue Director de Departamento de Literatura, realizando actividades como periodista en el diario La Prensa donde llevó por más de un lustro la página de Cultura, que le valiera el Premio Simón Bolívar. En Beijing trabajó como asesor cultural de la Editorial China hoy, y publicó una antología de Poemas chinos de amor, que luego ha sido reeditada en varios países.
GINA PELLÓN (Cuba, 1926-2014). Fue una artista muy conocida que vivió y trabajó en París, Francia, desde 1959 hasta su muerte. Fue precisamente en Europa donde conoció a los surrealistas parisinos y luego conectó con el grupo COBRA, uno de los principales movimientos de vanguardia e hitos del expresionismo abstracto europeo. Su carrera en Europa fue muy prolífica con amplias exposiciones en París, Lausana, Bruselas, Ámsterdam, Toulouse, Silkebour (Dinamarca) y Larvik (Noruega). También ha realizado exposiciones individuales y colectivas en otras ciudades como Miami, Nueva York y Caracas, entre otras. Su actitud incansable y entusiasta es una constante que marca la producción de toda su vida. En sus propias palabras, pinto todos los días… desde el amanecer hasta el atardecer. En este proceso tengo la necesidad de crear, de retratar emociones, y una vez que estoy a punto de terminar una obra, siento la necesidad de atacar otra. El estilo y la paleta de Pellón están marcados por una excelente espontaneidad y colores brillantes. Con pinceladas enérgicas y fluidas, crea composiciones vibrantes donde la mujer es el tema principal. Además de la pintura, la dilatada trayectoria de Gina Pellón también ha incluido el grabado y la poesía. La artista ha recibido numerosos premios y distinciones y su obra forma parte de numerosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
Número 242 | outubro de 2023
Artista convidada: Gina Pellón (Cuba, 1926-2014)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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