Are you –Nobody-too? …
How dreary –to be-Somebody!
To tell your name –the
livelong June–
To an admiring Bog!
EMILY DICKINSON
Soy la Virgen.
Estoy sola. Silba el viento.
¿Adónde voy? ¿Adónde voy? y jamás habrá respuesta.
MAROSA DI GIORGIO
I. El libro
Desde 1954, la uruguaya
Marosa di Giorgio (1932-2004) sorprende con una obra que subvierte la división de
los genéros literarios, y rehusa clasificaciones. Sus poemas en prosa cuentan extrañas
historias, y, sin embargo, debido a que las mismas no se desarrollan en dimensiones
temporales, sino espaciales, dando prioridad a imágenes en constante movimiento,
subrayan su naturaleza lírica. Por supuesto, que se trata de poemas híbridos, [1] engendro de poesía y prosa para captar
el mundo interior y exterior en el momento de atracción de ambos, o de superación
de los límites entre lo subjetivo y lo material. Ángel Rama se preguntaba si Di
Giorgio escribía poemas secretos e inconfesables o relatos fragmentarios contados
por las voces de la furia y la libertad. [2]
Por su parte, Wilfredo Penco se cuestionaba si se debería hablar de una larga novela
inconclusa, o breves narraciones que nacen de la poesía, para contar una misma historia
de maravillas y misterios. Sus doce poemarios hasta el 2000, año en que se publicó
la última edición, en dos volúmenes, de Los papeles salvajes constituyen un único
libro, una obra indivisible y orgánica que se reitera incansablemente y con nuevos
bríos, en un despliegue erótico de múltiples capítulos.
El libro único de Di Giorgio que como un gigantesco árbol crece constantemente,
ha echado asimismo brotes en prosa. En 1993 publicó la colección de relatos Misales,
en 1997, Camino de las pedrerías y en 1999, la novela, Reina Amelia. No obstante,
estas obras en prosa también son muestras de la mezcla de géneros que la caracteriza,
ya que no sólo el discurso de estas ficciones es exquisitamente lírico, sino que
las imágenes y el punto de vista narrativo reitera la mirada de los enunciantes
poéticos de Los papeles salvajes. Así, Amelia, esa “zona semiprohibida” que se convierte
en el eterno fluir del mar (“Mesa de esmeralda”), y es probablemente el verdadero
nombre de la hablante poética en “La liebre de marzo”, o sea que es uno de los centros
cambiantes y eternos desde donde Di Giorgio percibe el mundo de Los papeles salvajes,
ocupa una posición más sostenida en la novela. Sin embargo, tanto novela poética
como poemario en prosa logran por medio de su unicidad y extrañeza la atención necesaria
requerida por Joseph Conrad para “hacernos ver”. Di Giorgio “nos hace ver un mundo
sorprendente, paradójicamente remoto y cercano, en el cual al asombro del primer
choque prosigue la familiaridad de una verdad velada, secreta y conocida. Ella “nos
hace ver”, especialmente, la invisibilidad e inaudibilidad de la mujer poeta, ser
camaleónico, cuya fuerza va a radicar en sus múltiples máscaras y disfraces.
Si la poesía de Di Giorgio sorprendía por la hibridación de géneros, también
lo hace por cultivar un mundo rural, en tiempos en los que la poesía urbana es hegemónica.
Los papeles Y presenta un mundo agrario, onírico y concreto. Sus personajes, y por
los cuales se mira el mundo, son animales reales y fantásticos, oriundos de su Salto
natal como imaginarios de una Italia contada en historias de familia. [3] Las mismas características se observan
en el mundo vegetal que convive con el animal y el humano. Las flores se vuelven
estrellas, los tomates, caras rojas sufrientes y sexuadas, las mariposas, hombres
y mujeres. Es un mundo donde se dan cita la familia extensa de Marosa, generalmente
fantasmagónica, con hadas, demonios rojos, ángeles negros, y la sempiterna presencia
de la Virgen María: “¿Dónde apareció la Virgen? Y Estaba por todos lados. A la vez,
por todos lados. Con el vestido blanco, y capuchón, y en la mano, no sé qué, una
fresia o un pollito. Yo quedé harta de esa repetición, reverberación”. [4] No hay orden jerárquico entre el mundo
vegetal, animal, humano, y espiritual. Todo se da en un mismo plano, el del espacio
del poema, movido por el deseo de armonía, de contiunidad. Así como la Virgen María
“estaba por todos lados”, demandando que la hablante, testigo y portavoz de ese
mundo, se convierta ella misma en Virgen, como en el poema que nos sirve de epígrafe,
“Soy la Virgen… ” (I), también animales, insectos, plantas, demonios, ángeles, se
convierten en “ojos” que logran hacernos ver a nuevo, de manera diferente todo,
desde la relación madre-hija, al ritual de la comida, la comunión, las bodas, o
a deseos de uniones insólitas, generalmente hermafroditas. [5] El acto de la lectura ilumina un mundo
esencialmente erótico y erotizado, en el que todo se abre, se des-naturaliza, está
en movimiento para integrarse a otro ser u objeto que actúa como centro de atracción.
La hablante es mujer y lechuza, violada por un lobo, deseada sexualmente por un
gato, mariposa y mujer, muñeca de loza, muñeca de masapan, y también, liebre:
Ser liebre.
Le veo las orejas como hojas,
los ojos pardos, los bigotes de pistilo, un tic en la boca oscura, de alhelí…
Se mueve con un rumor de tambor.
¿Será un jefe liebre? ¿una liebre madre? ¿O un hombre liebre? ¿una mujer liebre?
¿Seré yo misma? Me toco las orejas delicadas, los ojos pardos, el bigote fino, la
boca de alhelí, la dentadura anacarada, oscura.
Interesa reiterar que estas transmutaciones no privilegian ninguna de las miradas
que integran a un enunciante en eterna metamorfosis. Por lo contrario, las diferentes
perspectivas, ya sea la del pájaro, insecto, animal, muñeca, virgen, etc. son las
que permiten que el mundo de Los papeles… se enriquezca con múltiples interpretaciones,
ya que quien lo proyecta deviene sus múltiples máscaras. El “yo” enunciante puede
ser tanto la propia Marosa Di Giorgio, como su imaginación desbordada. Las máscaras,
como nos han enseñado la poesía escrita por mujeres, y la crítica feminista (Sylvia
Molloy, Gwen Kirkpatrick, Mary Jacobus, Nancy K. Miller, entre otras), se han hecho
carne y articulan el complejo cuestionamiento de la identidad de la mujer que escribe.
La falta de jerarquización y divisiones entre lo vegetal, animal, humano, fantástico,
metafísico, parecería apuntar en una primera lectura a un estado primigenio e inocente,
“allí donde el incesto aún no estaba prohibido, donde los animales se comunicaban
con los hombres y donde el sexo no estaba separado de la totalidad del cuerpo” (Silvio
Mattoni). Parecería el mundo paradisíaco, anterior a la caída, regido por la centralidad
armoniosa de Dios: “Dios en el centro, y aunque se moviese todo giraba a su alrededor”.
Este mundo que insiste en la recreación de los momentos de gestación, huevos puestos
por la hablante, huevos de los que ella nace, huevos que son ella, para dar unos
pocos ejemplos, estaría captado aparentemente por la mirada de la niña que no es
consciente todavía de las prohibiciones sociales. Sin embargo, quien mira no es
una niña, sino una mujer adulta que puede ser niña, así como también es insecto,
ave, animal y huevo. La hablante hija se convierte en mujer/madre de su madre: “A
veces, cuando veo una pequeña niña, me digo: ¿No será Clementina Médici que ha vuelto?/
Y siento deseos de robarla y de criarla”. El constante desplazamiento del punto
de vista de la enunciación hace imposible que se pueda considerar el mundo de chacras,
animales, plantas lujuriosas, de los familiares de la Marosa/hablante y personaje
(padres, abuelos, tías, primos, vecinos), y de seres mitológicos, como signo de
un mundo ajeno a la ley, a los tabúes y el pecado. Por lo contrario, el adjetivo
“salvaje” del título no se refiere a una escritura (papeles) desde la posición ingenua/salvaje
de los niños, sino desde las múltiples perspectivas que adopta la enunciación para
oponerse a la cosificación de un orden positivista.
Las miradas nómadas, constantemente transubstanciadas, no dejan de ver y hacer
ver las imposiciones de roles sociales, los tabúes, así como también los poderes
liberalizantes del deseo. El mundo agrario y sensual de Los papeles… no queda al
margen del orden patriarcal: “Papá volaba en un carro, un avión hecho por él mismo,
durante pocos días; le veíamos pasar entre dos alas largas y angostas, rozando el
techo, se reía, y al instante, ya de pie, entre nosotros, daba sus serias órdenes;
parecía otro”. No sólo el padre es signo del orden, sino también la madre. En una
relación paradójica, pero no inusual en la poesía de mujeres, por ejemplo. en la
de la chilena Gabriela Mistral, o la de la norteamericana Sylvia Plath, al profundo
amor por la madre, de quien es una extensión, y al deseo de la hablante por agradarla
se mezcla la impotencia hacia esa madre que impone límites y reglas. “Mi madre rezonga
como una hoguera”; “Se deshizo mi trenza; nuevamente, salí sin vestido; por esto
mamá me persigue y me condena”. “Al entrar dije: –Mamá, no me persigas, no me sigas.
Déjame vivir, jugar, ata aquí tus figuras–. Pero ella acomoda huevos y manzanas,
ubica vestidos./Y/Y reaparece otra vez por todas partes”. La hablante que se auto-identifica
como Marosa en varios de los poemas se sabe limitada desde su nacimiento por el
romance familiar:
Mi padre y mi madre me cercaban.
Si iba hacia el norte estaba mi padre; si iba hacia el sur, también, estaba. Si
iba hacia el este, estaba mamá; y en el oeste, también estaba. Y ambos estaban en
las cuatro partes. … Creo que era sonámbula y en sueños me escapaba, me iba desnuda;
pero, al volverme, aún en el sueño, venía mamá y me daba miedo, me daba vergüenza.
… Me parece que, hoy, es el día de mi nacimiento. Papá y mamá dicen: “Se llamará
Marosa”.
En El pensamiento salvaje, Lévi-Strauss explica que hay dos modos diferentes
de conocimiento científico o sea “dos niveles estratégicos en que la naturaleza
se deja atacar por el conocimiento”, siendo “el salvaje” “el más ajustado al de
la percepción y la imaginación”. Semejante al “pensamiento salvaje”, la estrategia
poética de Di Giorgio está movida por una “intuición sensible”. La percepción e
imaginación de Di Giorgio la llevan a querer entender el mundo desde los elementos
que lo constituyen, los que para ella son las imágenes de las chacras de su niñez.
Su poesía le permite re-crear un mundo concreto y mítico. Como en la poesía del
bricolage, Di Giorgio habla por medio de las cosas que constituyen su mundo agrario
y mítico (Lévi-Strauss). Esta cercanía entre el “yo” enunciante y el mundo enunciado,
que siempre culmina en la metamorfosis de la hablante, permiten reificar el mundo
profano y el sagrado, o sea el mundo del trabajo, de la escuela, de las tareas y
rituales sociales, y el de la transgresión, el de la exhuberancia de los deseos
que se articulan por medio de una naturaleza animada. Así se plasma el erotismo
de Di Giorgio.
Con resabios surrealistas, el erotismo de Di Giorgio es, compartiendo el dictum
bretoniano, el gran centro de la investigación estética. En la naturaleza se encuentran
las fuerzas anárquicas de la sexualidad que llevan a la muerte para afirmar la vida,
en un proceso cíclico e infinito. Así en el último capítulo de Los papeles…, la
sección dedicada a la muerte de la madre, “Diamelas a Clementina Médici”, Marosa
se dirige a la madre/Blodeuwed[d], diosa de la tierra en flor, a la madre/mariposa
celeste, a la madre/buho, a la madre/cisne para recordarle la fuerza erótica/vital
de la naturaleza:
Mamá, querido cisne, vamos a
discurrir por la Naturaleza, que fue nuestro ámbito desde el nacimiento. Aquellos
siempre verdes prados, aquellas azucenas.
Es la fuerza erótica de la naturaleza la que puede explicar la muerte. En su
trabajo canónico sobre el erotismo, Georges Bataille explica la vida como una inflamada
agitación que está continuamente al borde de una explosión. Así: “beings given life whose explosive
force is exhausted shall make room for fresh beings coming into the cycle with renewed
vigour”. Esta verdad obvia y sobre
la cual la humanidad ha reflexionado desde tiempos inmemoriales es la que mueve
a los individuos, en su deseo ambiguo por la muerte, por el deseo de no ser eliminados
en su proceso, hacia su torbellino. La muerte atrae por la calma de su atemporalidad,
por la vida que sólo gracias a ella existe. Por otra parte, repugna por ser precisamente
lo que marca la finitud humana, por ser las fuerzas de la aniquilación. Atracción
y repulsión que se reproduce en el coito, como un acto canibalístico de comerse
al otro, de volverse ese otro, después de la destrucción:
Desprendía una herminia de los
árboles. … Era carne deliciosa, misteriosa, de manzana con otra cosa; tenía por
ahí espinitas y esto la emparentaba también a los pescados. Luego, ella sacaba unos
segundos, la lengua angosta, roja y movible, y se relamía, mirando si nadie la divisaba.
Volvía a las operaciones extrayendo otros armiñitos, desde las hojas infinitas,
tupidas y vitales.
La pasión era tanta que sufría
espasmos y alguna gota de sangre bajaba de su sexo…
Sin embargo, la muerte de la madre causa una crisis. Clementina, como diosa
telúrica, era origen de la vida humana, vegetal, animal y mítica, por lo tanto la
que permitía la creación de una genealogía, la ubicación de la hablante en el mundo
real e imaginario, y la interpretación y apropiación furtiva de su sistema de preceptos
[8] “Mamá, te llevo en brazos, estrella,
nena del puerto del Salto, hija de Eugenio y Rosa, melliza de Josefa, hermana de
Ida, esposa de Pedro, veo tus años junto al río, tu ir y venir al colegio (Preve),
La Primera Comunión fija en la fotografía. La monja que te asistió. Y la boda…”
La desaparición de la madre que era guía del mundo natural, catalogadora de flores
y animales, así como representante del sistema de reglas que aseguraba el equilibrio
de La Quinta”, y encendía el deseo de subvertir esas mismas reglas, quiebra el ciclo
erótico de la vida. La persona poética queda des-ubicada, imposibilitada de desentrañar
“la palabra críptica, “Mamá”:
Las dos sílabas iguales se cierran
como dos valvas, ocultando una carne, un cuerpo inenarrable. Y el espíritu inserto
en una perla. Quiero analizar esa palabra críptica y no se puede. Giran en torno
de mí las dos tapas de nácar, idénticas e inasibles: Ma-Má.
Ese cuerpo “inenarrable” es el de la mujer que se dirige a la madre muerta.
Ella es el espacio (el guion), el silencio que queda entre las dos sílabas iguales,
“Ma-Má”, como enunciación primigenia de la niña que no deviene persona si las dos
sílabas no se juntan, no la integran. La separación de las sílabas, como la apertura
de las valvas que arrojan a la perla, expulsan a la persona poética al vacío. Para
Marosa, hija de Clementina ahora muerta, la fuerza explosiva de la gestación sólo
se hace posible en un mundo fantasmagónico que toma forma en el poema. En ellos,
la hija puede gestar las imágenes de la madre, de todos los desaparecidos, de “la
transparente” e imaginaria “Quinta”. Así el “yo” poético deviene sujeto en su poder
creador de fantasmas. El puje erótico que mueve hacia la muerte como la posibilidad
de transformar al “yo” que escribe en fantasma y recuperar así casa, valva, y la
palabra “Mamá”, también empuja a la circunvalación, al exceso y a la imposibilidad
de poner punto final al poemario. El último poema de Papeles… reafirma la continuidad
del ciclo:
…fantomas inocente
y madre desaparecida,
y brezal de la princesa. …
Vuelve y vamos juntas
por la noche oscura
por la luz del alba.
Dirán: Ahí va una hija con su
madre
y una madre con su hija
hacia el nunca más. Hacia
El “yo” poético tendrá que seguir escribiendo, como la Scheherezade, o Sheherazade,
de Las mil y una noches –hay que recordar que las historias inventadas cada noche
por Scheherazade le aseguran la vida–, no sólo para seguir existiendo, sino para
mantener vivo un mundo mágico, necesario y extraño en la literatura uruguaya.
La posibilidad de
conocer, de hablar con la mujer que escribió y seguirá escribiendo Los papeles salvajes
era excitante e inhibidora al mismo tiempo. La imagen de la mujer-niña de largos
cabellos rojos, que reiteradas veces se anuncia en los poemas, me recordaba incesantemente
la descripción que hiciera Thomas Wentworth Higginson de Emily Dickinson, otra pelirroja,
aparentemente tímida, en el momento de conocerla:
A step like a pattering
child’s in entry & in glided a little plain woman with two smooth hands of reddish
hair… in a very plain & exquisitely clean white pique & a blue net worsted
shawl. She came to me with two-day lilies which she put in a sort of childlike way
into my hand & said: “These are my introduction” in a soft frightened breathless
childlike voice… [Thomas Wentworth Higginson, citado en Emily
Dickinson, Letters, vol. 2.] [9]
¿Cómo Marosa me recibiría? Sabía que Marosa Di Giorgio era una mujer retraída.
Sabía igualmente, por lo que se desprendía de mis múltiples lecturas de su obra,
que era una escritora poderosa y que había podido hacerse un lugar en el difícil
sistema cultural uruguayo, especialmente para las mujeres. La oportunidad de entrevistarla
alimentaba mi deseo y curiosidad de ver detrás de las máscaras. Sin embargo, la
entrevista no podía caer en los vicios que el poeta mexicano, José Emilio Pacheco,
denuncia en su poema “Una defensa del anonimato”:
Extraño mundo el nuestro: cada
día le interesan más los poetas;
la poesía cada vez menos. El
poeta dejó de ser la voz de su tribu,
aquel que habla por quienes no hablan. Se ha vuelto
nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones,
su historia clínica,
sus alianzas o pleitos con los
demás payasos del circo, o el trapecista o el domador de elefantes,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas. (Los trabajos
del mar)
Por supuesto, que tratándose de una mujer no podía existir la nostalgia de la
poeta como voz de su tribu, ya que ellas nunca lo fueron. Tampoco, por ser una mujer,
importa mucho la figura de la poeta. Paradójicamente, la misma interesaba más cuando
se vivía el tiempo de la entrada en la modernización y las mujeres que tomaban la
pluma eran “poetisas” (Molloy). Con respecto a la poeta como entertainer, con un
sentido diferente al adjudicado por Pacheco, me fascinaba saber de ese arte tan
antiguo del recitado y renovado en los últimos años en el performance, del cual
Di Giorgio es representante.
Por otra parte, estaba el riesgo de transformarla durante la entrevista, y a
pesar mío, en sujeto de estudio, en conejillo de la India para probar teorías literarias
feministas, mayoritariamente del norte, que habían iluminado mis lecturas de la
poesía de mujeres. Otro poema, esta vez de una mujer ríoplatense, la argentina,
Susana Thénon, me advertía, con su burla cargada de ironía, el problema:
porque tú sabes que en realidad
lo que a mí me interesa es no
sólo que escriban
sino que sean feministas
y si es posible alcohólicas
y si es posible anoréxicas
y si es posible violadas
y si es posible lesbianas
y si es posible no muy desdichadas
es una antología democrática
pero por favor no me traigan
ni sanas ni independientes
Para no caer en los errores señalados por el poeta mexicano y la poeta argentina,
escribí preguntas que servirían de base para la entrevista, y la noche de un 6 de
julio de 2001 me reuní con Marosa Di Giorgio en su apartamento montevideano. Di
Giorgio es una mujer “sana” e “independiente”, aunque conviene hacer una aclaración.
El término “sana” puede caer en el estereotipo de “normalidad” dictado por un momento
y sociedad determinados, y la obra de Di Giorgio cuestiona y destruye constantemente
las expectativas de “normalidad” de los lectores. Ciertamente, se trata de una mujer
“saludable” e “independiente”. A pesar de las coincidencias con Emily Dickinson,
nunca habría podido ser descrita en los términos de Higginson. Desde la puerta de
entrada se hacía presente ese mundo de figuras míticas, religiosas, mágicas. Cerca
del timbre había diminutas calcamonías de santos. En el interior de su apartamento
los retratos de su madre, y tías dominaban la sala, así como una reproducción de
la Mona Lisa. Todos los fantasmas la acompañaban y no estaba sola. El tiempo transcurrió
sin sentirlo. Entrar en el habitat de Marosa Di Giorgio era penetrar en “el mar
de Amelia”. Las preguntas se leyeron, pero Di Giorgo las contestó por escrito, más
tarde, reafirmando sus máscaras literarias, y legitimizando la magia del mundo que
ella minuciosamente ha ido creando.
La insistencia en lo literario me hizo pensar en Borges. El falseamiento y la
magnificación literarias serían las únicas posibilidades de la existencia. En oposición
al concepto de Borges de existir perdiéndose en la literatura, el verso dariano:
“si hay un alma sincera, ésa es la mía”, se imponía en el caso de la uruguaya. La
ficcionalización de la biografía de Marosa Di Giorgio por Marosa Di Giorgio es la
muestra de su mayor sinceridad. Paradójicamente, no habría tanta diferencia con
Borges, ya que también para ella como para él, su “vida es una fuga y todo lo pierdo
y todo es del olvido, o del otro” (Borges). [10] Sin embargo, tratándose de una poeta mujer que comenzó a publicar
en los 50, no hay “una otra” anterior con gustos legitimados, una “Marosa y yo”
[6], sino las múltiples máscaras que
le dan miradas que iluminan el mundo desde el más allá de lo preconcebido. Sin ellas
sería “Nadie”, con ellas está atada a la “Nada” social, pero libre en el reino de
la imaginación que hace posible una realidad más rica y siempre misteriosa.
III. Preguntas
MROW | Imaginación y realidad aparecen íntimamente
conectadas en tu obra. Se podría decir que realidad e imaginación se asientan en
un mundo rural concreto y a la vez creado, entonces quisiera que me contaras de
tu infancia en Salto y también de los relatos sobre Italia que debieron coadyuvar
al vuelo de tu imaginación de niña.
MDG | Todo lo que cuento y canto es mi infancia
en una zona agraria, oscura, oclusa y a la vez libérrima e irisada, donde transcurrieron
mis primeros pasos. Vi la Creación, Maravilla, el altar de Dios, poblado de liebres,
azucenas, de dientes y corolas. Todo estaba allí, todo estará por siempre allí.
Los recuerdos italianos de padre y abuelo se imbricaban perfectamente también allí.
Soñé con lobos blancos más altos que la casa, soñé con nieve, que era suave y leve,
como pétalo de gladiolo; también era un ensueño la luna enorme de aquellos campos,
en medio del aire de plata y de cristal. Estrellas y luciérnagas ardiendo por doquier,
sin discernirse unas de otras.
MROW | ¿Cómo te relacionas y relacionabas con la
naturaleza, los animales?
MDG | Todos los vegetales y animales me dieron su
encanto y vienen resucitados, siempre vivos, a los poemas, los eróticos cuentos,
en que hacen de novios, de donceles.
MROW | ¿Cómo se mantiene viva esa imaginación primigenia
que confunde fundiendo mundo humano con el animal, vegetal, mítico, en la ciudad
y en la etapa adulta?
MDG | Cómo, no sé. Pero es mi columna, mi fontana,
mi luz de gloria.
MROW | Marosa es una poeta solitaria. Me refiero
a soledad en el sentido de creadora de una obra única, difícil de catalogar, así
como de voz poética que se crea desde la soledad. Entonces, ¿la soledad sería un
prerrequisito en tu caso para la creación?
MDG | Sí. Es lo que venía diciendo. Y en la soledad
soy una reina de pie desnudo, saya campesina, un ramo de margaritas en la mano.
MROW | Si bien, como te acabo de comentar, tu poética
rechaza encasillamientos clasificatorios, se podría decir que la misma es escencialmente
erótica, ¿verdad?
MDG | Y… el erotismo se presenta. Más bien, está.
Todo lo que existe está erotizado, tiene un relámpago visible, o no, permanente.
Un “rayo que no cesa”. Con ese relámpago, ese rayo, tramé Los papeles salvajes,
los Misales, el Camino de pedrederías, la Reina Amelia, y tramaré lo que vendrá.
MROW | ¿Cuándo comenzaste a escribir?
MROW | En una etapa del desarrollo cultural (después
de las vanguardias) en el que las palabras “originalidad” y “original” han perdido
su poder, de todas maneras, en tu caso, cabe hablar de “unicidad”… , entonces quisiera
saber si has encontrado “almas gemelas” o “primas distantes” en la literatura.
MDG | Ando sola. Pero voy a nombrar sólo cinco almas,
que me miran y miro. Hay otras Emily Dickinson, Emily Bronté, Edna Saint Vincent
Millay, Silvia Plath, la uruguaya Concepción Silva Belinzon. Las nombro porque son
almas ya desaparecidas.
MROW | ¿Has sido o eres lectora de la Biblia?
MDG | Sí. Hay gigantes poemas dentro de ese tremendo
libro.
MROW | En los ecos de otras obras literarias que
tu poesía recrea, me parece sentir resonar ecos románticos. ¿Te sientes vinculada
al romanticismo, especialmente a algunas muestras del romanticismo ruso?
MDG | Tal vez esa nostalgia, esa leve lluvia sobre
los seres y las cosas. Tal vez estoy sentada en la sala mirando un eterno álbum.
Pero hay un diablo, rojo como un ají, un ícono erotizado, que me enhebran y dirigen.
MROW | ¿Qué piensas de los géneros literarios? ¿Tus
cuentos y novelas podrían ser nuevos capítulos de Papeles salvajes?
MDG | Pienso, siento que [mi obra] es un trabajo
en bloque; una sostenida atmósfera. Todos son papeles salvajes, todas son misas;
por allá y acá va un camino de pedrerías. La reina Amelia, Amelia la reina, se levanta
en cualquier sitio.
MROW | Me gustaría que me hablaras, especialmente
porque no te he visto, de tus performances. ¿Te continúas por medio de ellas en
el mundo mágico de tus creaciones?
MDG | Se trata de un rito, un ritual, un reescribir
diciendo. Es como haber encontrado vino de ocultas misas y beberlo en vaso de piedras
rojas, delante del prójimo. Miren qué bebo. Es hablar con un clavel.
MROW | ¿Qué momentos consideras los más importantes
de tu vida?
MDG | No sé qué señalar. Cada momento es muy importante.
El alma trabaja siempre. No sé cómo. Es un trabajo inexplicable, un trabajo de alma.
MROW | ¿Cómo ves el curso de tu obra desde Poemas
(1954) hasta Reina Amelia (1999) o Diamelas a Clementina Médici (2000)?
MDG | Me olvido del tiempo, pero me despliego en
él. El tiempo, ese ser rico y angustioso.
MROW | ¿Cuál es tu libro más querido?
MDG | Es siempre el mismo libro. Escribo sólo un
libro con muchas porciones. Acaso, La liebre de marzo.
MROW | ¿Cómo crea Marosa al personaje/poeta Marosa
Di Giorgio?
MDG | No me propongo nada. Uso vestimenta muy sencilla,
cabello largo, uñas rojas, y ahora conseguí unos aros o caravanas, en forma de rosas.
Nada más.
MROW | ¿Cuáles son tus hábitos de escribir, de trabajo?
MDG | Sin hábitos, al azar. Cuando la cosa en mi
interior empieza a suceder, aparecen la hoja y el lápiz.
MROW | Las mujeres poetas se han quejado desde siempre
de estar marginadas, ignoradas, silenciadas por la hegemonía poética masculina,
proyección de un mundo de cultura patriarcal . Para ejemplos, citemos a dos de tus
almas gemelas”, Emily Dickinson quien se autodefine como “nadie”, “I’m Nobody”,
y Sylvia Plath, quien muestra la dificultad de una autodefinición autónoma, en su
deseo de desaparecer en el poema, “And I have no face, I have wanted to efface myself”.
¿Qué pasa con Marosa? ¿Necesita del diálogo con otros?
MDG | Soy callada, de apariencia tímida, distraída,
creo. Pero, también, de tanto en tanto, me gusta charlar, vaso de negro vino, o
negro café, por medio.
MROW | ¿Cuáles son los temores de Marosa?
MDG | Todos sentimos un cierto miedo siempre. Como
si esa noche fuera a ingresar el Vampiro. ¿Cuál? El que está oculto y alerta en
el follaje desde siempre.
MROW | ¿Estás trabajando en una nueva obra?
MDG | Estoy esbozando otras diabluras o diableces
erótico-místicas. En fin.
MROW | ¿Cómo ves el mundo cultural uruguayo en este
momento?
MDG | Uruguay es, en su sencillez, un hermoso país.
Pero hay como un manto, una cosa gris, que ninguna tijera puede rasgar.
NOTAS
1. Roberto Echevarren encuentra que la mezcla de géneros,
poemas en prosa, poema-ensayo, o prosa cortada, es una de las características más
interesantes de “los poetas transplatinos”. (Marosa Di Giorgio, Osvaldo Lamborghini
y Néstor Perlongher), quienes podrían entrar en la categoría más amplia de representantes
de la poesía neobarroca. Echevarren entiende que la poesía neobarroca latinoamericana
se presta para articular la búsqueda de verdad en el siglo veinte, cuando el “subjetivismo
ilusorio” y el “utopismo autoritario” decimonónicos han sido superados. Por lo tanto,
las muestras neobarrocas están laxamente relacionadas, siendo quizás el único punto
de contacto “una tendencia al concepto singular, no general” y una imperiosa necesidad
de superar cualquier límite, ya sea el de las expectativas de los lectores del poema
y el lenguaje del mismo, o las experiencias que se despliegan en el espacio del
poema. Transplatinos.
2. Rama en su ensayo canónico La generación crítica
1939-1969 señala a Marosa Di Giorgio como ejemplo de la renovación y reconversión
de la poesía uruguaya de los 60 al ser hibridizada por otros géneros, como “el cuento,
el poema en prosa, o las expresiones más estrictamente líricas”.
3. Teresa Porzecanski explica la hibridación del paisaje
salteño por parte del abuelo de Marosa, Eugenio Medici, en los siguientes términos:
“With tremendous zeal, Eugenio Medici worked to recreate the orchards of Florence
Y A businessman whose schemes often lacked substance, he was a dreamer as well as
a grower. In the family
orchards, the fields full of olive trees, and the nests where the silkworm cocoons
took shape, a little girl would grow up, and poetic imagination would transform
the way in which the countryside had, until then, been portrayed in Uruguayan literature.”
“Marosa Di Giorgio: Uruguay’s
Sacred Poet of the Garden”.
4. “La liebre de marzo” en Los papeles salvajes. I. Todas las citas pertenecen a esta edición y
aparecerán en el texto con el número del volumen, y el de las páginas.
5. “Verdes, color rosa, anilladas, dibujadas. Se dice
de ellas que tienen relaciones consigo, y se las ve en el espasmo./… / Las consideran
sólo ensueños, representación de los pecados de los hombres./Pero yo, de niñita,
a la luz del sol y de la luna, creo en ellas, sé que son, de verdad./ Las vi abrir
los labios negros como la noche … enfrentar la propia línea, jugando y peleando
y en el amor a solas, retorcerse hasta morir”. Asimismo, en el poema al caracol,
el molusco terrestre es Hermes y Afrodita, y se desea a sí mismo: “En ese pedacito
blanco están Hermes y Afrodita; así se detiene y se conjuga solo.” (I).
6 … “me puse el disfraz de lobo, el disfraz de león,
los lentes de mariposa, me pinté las uñas y la boca./… /La presa iba por todo el
prado. Bien se veía que era un niño de muy breve edad, blanco como nieve y algodón…
/Y la presa, ya, era presa. La hinqué en las uñas. Y la engullo. Aún tiene un pequeño
gusto a dulce huevo” (I).
7. Naturalmente y de manera similar a Emily Dickinson
la falta de poder se vuelve virtud. Para Dickinson, Nadie es superior a Alguien,
quien se vanagloria en un discurso pomposo y vacío para satisfacer a un público
de tontos. Alicia S. Ostriker observa que el poema de Dickenson se basa en la duplicidad,
ya que significa tanto lo que dice como su contrario. Y explica: “I use the term duplicitous rather than
ironic because in irony the unstated meaning cancels the stated one, here, contrary
meanings coexist with equal force within the poet. Dickinson genuinely despises
publicity and power, prefers the private and powerless life Band the reverse is
equally true”. Stealing the Language.
En el caso de Marosa Di Giorgio, el concepto de duplicidad ilumina asimismo su relación
con la poesía. Gracias a ella es Alguien y no tiene Nada, más allá de la riqueza
de su imaginación.
8. Uso el término genealogía movida por el significado
que le da Foucault. Para
él: “… if interpretation is the violent or surreptitious appropriation of a system
of rules, which in itself bas no essential meaning, in order to impose a direction,
to bend it to a new will, to force its participation in a different game, and to
subject it to secondary rules, then the development of humanity is a series of interpretations.
The role of genealogy is to record its history… ”. “Niezsche, Genealogy, History”.
9. Thomas Wentworth Higginson, citado
en Emily Dickinson, Letters, vol. 2.
10. Es tentador detenerse en la diferencia entre el
uso del apellido en Borges y el nombre de pila, “Marosa”, en las boras de ambos
“transplatinos”. Sin embargo, queda para otro momento.
MARÍA ROSA OLIVERA-WILLIAMS (Uruguay). Profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Notre Dame. Sus intereses de investigación se centran en las representaciones de subjetividades e identidades nacionales en la producción cultural latinoamericana moderna y contemporánea; proyectos artísticos del Cono Sur; y cuestiones de dictadura, transición democrática y memoria traumática. Olivera-Williams recibió el Premio de Investigación J. William Fulbright por su trabajo actual "Los ritmos de la modernización: tango, ruina y memoria histórica en los países del Río de la Plata". Esta monografía de tamaño libro estudia el tango como música, poesía y danza, e interpretación y como símbolo de los desiguales procesos de modernización de Argentina y Uruguay.
GINA PELLÓN (Cuba, 1926-2014). Fue una artista muy conocida que vivió y trabajó en París, Francia, desde 1959 hasta su muerte. Fue precisamente en Europa donde conoció a los surrealistas parisinos y luego conectó con el grupo COBRA, uno de los principales movimientos de vanguardia e hitos del expresionismo abstracto europeo. Su carrera en Europa fue muy prolífica con amplias exposiciones en París, Lausana, Bruselas, Ámsterdam, Toulouse, Silkebour (Dinamarca) y Larvik (Noruega). También ha realizado exposiciones individuales y colectivas en otras ciudades como Miami, Nueva York y Caracas, entre otras. Su actitud incansable y entusiasta es una constante que marca la producción de toda su vida. En sus propias palabras, pinto todos los días… desde el amanecer hasta el atardecer. En este proceso tengo la necesidad de crear, de retratar emociones, y una vez que estoy a punto de terminar una obra, siento la necesidad de atacar otra. El estilo y la paleta de Pellón están marcados por una excelente espontaneidad y colores brillantes. Con pinceladas enérgicas y fluidas, crea composiciones vibrantes donde la mujer es el tema principal. Además de la pintura, la dilatada trayectoria de Gina Pellón también ha incluido el grabado y la poesía. La artista ha recibido numerosos premios y distinciones y su obra forma parte de numerosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
Número 242 | outubro de 2023
Artista convidada: Gina Pellón (Cuba, 1926-2014)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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