Los vanguardistas nicaragüenses
de 1929, al acoger a Joaquín Pasos como uno de los suyos, permitieron (pienso que
sin plena conciencia de lo que hacían) que, en el seno de su movimiento renovador,
arraigara un vigoroso y verdadero principio poético: aquel joven - es cierto - haría
mangas y capirotes del orden tradicional; pero no se contentaba con suplantarlo
por la servidumbre a un nuevo y amanerado formulismo (el que sus mentores trajeron
a Nicaragua, desde Europa o desde los Estados Unidos): construye, de modo
original, un orden inverso, alimentado por la espontaneidad de una palabra poética
en estado puro que, el propio autor confesaría, más tarde, haber rescatado “entre
los pequeños vestigios de la poesía popular que habíamos heredado del tiempo colonial”.
Construcción estrófica precisa, sentido poético de la rima inconsciente alumbraron
al poeta el camino de esa voluntad lúdica desde la cual se apresta a abordar el
lenguaje (“voy lejos, entrando a la selva montado en este / árbol callado”); le
descubrieron las posibilidades metamórficas que encerraba y que él –en un rapto
de violencia infantil– haría suyas, desarticulando el juguete de la realidad y de
la lengua, de forma tal que siempre –entre sus manos– se ha de tocar en algo nuevo
para su excitada imaginación (“Me he encontrado detrás de los espejos / allí donde
hay museos de museos / y las antiguas corbatas se agotan en silencio / ésa es mi
cara, mi vieja cara nueva / que yo clavaba en un bastón y la paseaba por las aceras
/ y esta es mi carne, la que era / transmitida por teléfono / empacada en lindas
valijas de viaje / pedida cablegráficamente por los salchicheros de Oxford / y falsificada
en los restaurantes / todo eso era yo...”), por más que el objeto hallado (y perdido)
sea la propia identidad. Capricho destructor, sí; pero nunca resuelto en artificio
verbal; el objeto poema es una encarnación de aquella dramática experiencia de “joven
ignorante” que decíamos: espejo corrosivo donde contemplarse sin rubor; y donde,
con él, nos contemplamos. El testimonio se da por añadidura, en la sacudida implícita
que –sólo poniéndonos en su lugar– recibimos. En apariencia, todo puede resultar
evasivo, o despreocupado; en los huecos de silencio, en la perplejidad que el poema
abre, se instaura el vértigo del reconocimiento.
Palabra original que es palabra
común. Lenguaje en libertad que, gracias a su condición juvenil e ignorante,
dibuja los límites de un espacio que es lugar solidario. En esa palabra comulgamos.
Porque aun en la ingenua alegría que la mueve, aun con la mirada naïf que
toca las cosas para otorgarles mágica apariencia, y sin desdeñar esa población de
objetos y fetiches que allí habitan (o los guiños y complicidades que lo sustentan),
lo que en este territorio predomina (y crece constantemente) es una particular condición
ceremonial de la palabra; incluso –por momentos– una intensidad mística, si de tendencia
a lo misterioso hablamos. Y si hay éxtasis y desprendimiento, no puede extrañar
que sean las iluminaciones del azar, o el abandono a la sorpresa inaugural de cada
instante, los guías del discurso poético de Joaquín Pasos. Los poemas de este joven
ignaro hallan su principio en la sabiduría popular, una zona fronteiriza, híbrida,
que desconoce la diferencia entre lo transcendente y lo irónico, que anida en lo
trivial pero que padece la inquietud trágica de la existencia. Si, por ejemplo,
Pasos parece acercarse –en sua “Canzonetas” – a la gravedad sentenciosa de las “canciones”
machadianas, la contenida y matizada sensualidad que late en aquella (poemas de
amor, al fin), tiñe de intencionada doblez el rigor filosófico de sus consejos:
Así viviremos fuerte
verdad que estuvo
callada,
ya que apenas fue
expresada
en estas líneas sentidas,
que al leerlas, encendidas
quedarán con tu mirada.
Vanguardia crítica de sí misma,
ha dicho Octavio Paz, refiriéndose a ese momento poético hispanoamericano: el lenguaje
no se reduce a simple invención objetiva; el poeta explora en su interior (no hacia
sus referentes) para abrazarlo como destino, como existencia. Pero el lenguaje es
su forma, su norma, y el poeta actúa sabiéndose instrumento de esa normalidad:
la canción o la conversación, la métrica y la rima muestran –en manos de Joaquín
Pasos– su doble fondo. Ambigüedad irónica (y hasta humor) que hace saltar el riguroso
orden gramatical, que multiplica y contradice el valor semántico de las palabras.
Desde dentro mismo del lenguaje, y con agresividad quevedesca, arremeter contra
la petrificación de la verdad y contra los estereotipos literarios que suelen amenazar
la voluntad libérrima de quiénes, como nuestro escritor, asumen la práctica poética
en tanto que única forma de existir en la verdad. No he recordado al poeta conceptista
por causalidad. Su presencia aquí es muy pertinente: Quevedo no fue ajeno a la dimensión
sensual (y pasional) de la vida y de la muerte; pero la vida (y la muerte) era la
escritura: servir a la poesía sin negar la forma, pero sin acartonarse en la pura
frialdad normativa de esta última.
De aquella primigenia espontaneidad
de la poesía tradicional, cuyo vigor se revela en la palabra misma y en sus sugerentes
combinaciones, pues el autor –anónimo o no– se ve superado siempre por una capacidad
verbigerativa ante la cual su única opción es el asombro; de ese principio - digo
- deriva la peculiar construcción rítmica de los poemas de Joaquín Pasos. Al conjuro
del ritmo, el orden salta en pedazos y se iluminan las más increíbles transfiguraciones
metamórficas: sorpresa y perplejidad constantes como vías para penetrar en (y apropiarse
de) el mundo, entendido éste como totalidad que supera el simple reconocimiento
de lo real objetivo. Las mismas cosas, o los lugares (reales o figurados), o las
recurrentes referencias al contexto, aun en su contundencia, resultan ser transparentes
en la obra de Joaquín Pasos; porque existen en tanto que lenguaje y en tanto que
ritmo, y no son nunca significados opacos; el corsé de la estructura versal (rima
forzada, estrofas precisas, antítesis, paralelismos) no muestran su rigor, dejan
en evidencia la falsa nitidez casticista para cuya preservación se generaron. Y
la irracionalidad, heredada del inmediato principio vanguardista, es negación y
resistencia ante la rutinaria aceptación del mundo como realidad útil. El autor
no se limita a manejarla como recurso cristalizado en norma; con ella se solaza
en la contemplación satisfecha de los efectos que produce su atrevimiento, puesto
que la manipula como ese joven ignaro que el poeta es: eliminado el principio
de contradicción, queda al descubierto la marginalidad primordial desde donde debe
actuar todo poeta que quiera serlo de verdad: dolorosa, porque resultará imposible
de vencer; pero lúcida, pues sólo desde ella la palabra poética alcanza la transparencia
necesaria que la identifica y la diferencia:
Las cosas son mar,
la mar de cosas,
la primera es la
cosa soledad.
En la arena, en la
ola y en la espuma,
en una hoja, un vidrio,
una teja,
un cadáver de pez,
un alga rota,
un zapato, un zapato
submarino,
una callada concha
que suena a soledad.
La soledad con mar,
el agua sola.
Here are the words
and I want to be protected against them
.........................................................................................
Throw them away,
and give to man the right to speak his own languaje, yet unknown.
Take from me the
whole lexico. Cut from my tongue any tongue.
And this afternoon,
let me see the pictures of the white book of Silence.
Ni la reducción prosaica de la
retórica, ni la espontaneidad que –de forma implícita– denuncia la estirada petulancia
a la que siempre acaba acomodándose toda creación poética, ni la configuración digresiva
del ritmo, progresando de sorpresa en sorpresa, distraen de lo fundamental en estos
poemas: ser una suma de lenguaje, visión y dinamismo verbal. Cuerpos que el ojo
del lector hará revivir cada vez que, con su caricia visual o con la incontinencia
del deseo, se llegue hasta ellos. Hablamos de una suerte de sensualidad que habita
en el texto, y que funciona como elemento provocador del acto de lectura; sin ella,
la poesía de Joaquín Pasos se mantendría ajena al lector y éste –por su parte– no
encontraría el camino adecuado para iniciar el viaje imaginario (ascensión vegetal)
a través de este territorio verbal que, transfigurándose gracias a ese contacto
recíproco, lleva a ambos (poeta y lector) hasta el encuentro con el incierto destino
en que desemboca toda experiencia poética compartida: se palpan los sonidos, a su
conjuro nos abandonamos; se reconocen las formas, intenso pero fugaz roce con lo
invisible; al final, siempre la revelación como triunfo y como derrota:
Señores, basta una
nube para averiguar la verdad.
Basta mirar el aire
con los ojos bien abiertos.
Basta un pájaro,
una sombra en el agua, un rumor de ola.
Basta!
Mística y erotismo; tensión hacia
lo misterioso y arraigo en el cuerpo, en la pureza de los cuerpos de las cosas:
soledad y distancia como acicates de una y otra sacudida reveladoras. Irreverencia
y actitud reflexiva se confunden entonces: la intensidad del hallazgo se desdobla
en concepto inquietante e imagen apasionada (“Pasión gozada en la pasión sufrida
/ porque en la amante sombra iluminada / está la muerte uniéndose a la vida”):
dos polos de la tensión única desde la cual se proyecta esta escritura, que en amor
y muerte se resuelve. Erotismo y alegría, extremos de la plenitud conseguida. Irrumpir
al unísono, por ambos senderos, en la totalidad del otro lado, en la sensualidad
cósmica y en su vacío: hallazgo íntimo, el misterio de la existencia. Poseer la
palabra (materia del juego), asentarse en la alegría (atmósfera de una ingenuidad
primordial); adoptar, desde la distancia, la actitud irónica y superior (osadía
juvenil) de quien las sabe suyas; pero ni así se dilucida el misterio. Al poeta
–como al amante– sólo le es dado llegar, rozar apenas el alumbramiento último y
primero de la palabra, del amor; su única certeza: habitar el espacio de lo incompleto
abierto a lo posible. Goce sensual del objeto amado, de su encarnación verbal y
corporal; conciencia inmediata de su instantánea extinción. Límite de la vida (y
la muerte), de la palabra (y el silencio): zona ambigua y fronteriza donde se revela
(y se arriesga) la existencia; allí, la identidad colectiva empieza a ser, también,
evidente.
La biografía de Joaquín Pasos,
un “joven que no ha amado nunca”, discurre precisamente por esa delgada línea del
deseo y la incertidumbre, entre uno y otro lado, sin decidirse nunca. ¿Temor a realizarlo
por no perderlo? ¿Conciencia de la plenitud poética como destino existencial? Como
la poesía, el amor: una exploración verbal desde la conciencia de la distancia;
delicada idealización que no excluye el desmayo prosaico (o irónico) de la ignorancia
sabia del poeta. En este extremo, el juego infantil de los atrevimientos se
vuelve juego cortés de la poesía, sutileza conceptual y rítmica; musicalidad
del lenguaje, elevación ideal del objeto amado. La mujer en el centro de la pasión,
en la distancia de la melancolía: su presencia, ritmo, como las palabras que dan
cuerpo a su imagen. El misterio, sin embargo, anida en lo anecdótico inmediato:
su derecho y su revés son uno. La vitalidad provenzal o la sensualidad modernista,
en extraña connivencia con una retórica que no rehúye la imaginería irracional de
las metáforas radicales: el artificio se ve; con él, el desengaño. Amar es vivir
lo invisible; escribir es decir lo inefable: la experiencia poética (amorosa) abre
un espacio, vacío que deja la forma corporal (o verbal) deseada (“Se ha perdido
ya el hueco de tu cuerpo / que era la voz de tu carne desnuda hablándole íntimamente
a la ropa planchada”; “Esta no es ella, es el viento, / es el aire que la llama
(...) Es el brazo que se abre, / es la mano que me llama, / pero no es ella...”)
entre la plenitud y la nada: un relámpago, apenas, de luz; un giro, apenas, de aire
(“Tu mano que al viento diga de ese modo / nada, Todo”).
En el ritmo en tambor,
tu pie derecho
sube y baja el pedal,
como el corpiño
que sube y baja el
escondido pecho.
Jugando estás con
música de niño,
la música en tu pecho
se menea,
se menea, se sale
del corpiño;
el sonido te envuelve
en su marea,
te baja al suelo
y hasta el cielo te alza
esta vuelta de vals
que te rodea,
este amor cadencioso
que te valsa,
esta armonía que
en los ojos juega,
esta nota infantil
que te descalza.
En esa frontera cruzada por el
atrevimiento juvenil, la imagen de una identidad colectiva y conflictiva aguarda:
historia y mito se confunden (“Me siento sobre mi propio cuerpo; / inmóvil, a contemplar
mi sombra que hace gestos de pereza”). De nuevo ausencia (como la amada);
de nuevo misterio (como el amor). Pero la ausencia es matriz y origen; palabra primordial
queriendo abrirse a la vida y aplacar la incertidumbre de la existencia, de la experiencia
habida en la parte de acá. Ese conjuro, no balbuceo o silabeo, vuelve del revés
el lenguaje, dice lo invisible interior, desde el asombro con que culmina la lúdica
inversión (invención) del poeta. Sólo que, ahora, ese hueco primordial lo llena
el humus donde se asienta la raíz comunitaria (poder encantatorio del lenguaje)
del individuo que avanza indeciso por su orbe de palabras. Balbuceo; pero también
reverencia ceremonial, y expansión emotiva del canto (villancico u oración;
corrido o canción recuperan la imagen –y la voz– del indio, no en tanto que personaje
sino en su verdad radical y misteriosa: misterio de la miseria, y de la soledad,
y de la ausencia, en las cuales el poeta –y el hombre– se encuentra y se reconoce).
La serie denominada, precisamente, “Misterio indio”. celebra por eso la pureza y
la virginidad del origen: potencia germinal preservada de la suplantación a que
obliga el tiempo. Frente el rigor de Jorge Luis Borges, frente a la erudición de
Octavio Paz (alardes de sabiduría y, como tales, acechanzas para el poeta), la sabiduría
escolar de Joaquín Pasos: memorización de lo aún no localizado o entendido:
cuerpos y objetos habitando un territorio ausente, mítico para el joven que lo observa
por vez primera. No el resabio de la experiencia; la sorpresa del hallazgo, apenas
nombre, apenas figura: deseo, siempre. Ambición por lo desconocido. Allí, el principio
de la existencia (“Cuando se hacía al mundo, se oían algunos silbidos / que las
ramas recuerdan. / También el aire raspa las axilas del río / como amaneciendo en
un día silencioso lleno de dinosaurios / de luz pura acabada de ordeñar”).
El poeta, una vez más, toma
la palabra, devora las formas, y en su curiosa manipulación descubre un extraño
poder: es el lenguaje quien lo guía; él ha de ser fiel a la peculiar oralidad
que, libre de la disciplina del código, se enciende (relámpago) para decir, sin
ceder a la tentación de la forma. Dimensión trágica de esta escritura. Como sucede
en García Lorca, el carácter mítico de las visiones poéticos de Pasos, las fuerzas
naturales que su palabra conjura, quedan ensombrecidas por la premonición emanada
del capricho destructor con que el poeta acomete su ejercicio; pero así se desvela
su verdadero sentido (“Que en la escamosa arena, un pez de lodo / fabrique al duro
viento de la aurora; / que el secreto del mar quede en sus ojos / hecho una dulce
córnea; / que se haga piedra el agua. Se haga polvo”). Poesía de lo ausente,
hacia delante (el amor, el mundo) y hacia atrás (la memoria, la identidad); lo elegíaco
como revelación última: misterio indio, imagen de la muerte en el espejo
del despojamiento sucesivo padecido por todo un pueblo (“En la tierra aburrida de
los hombres que roncan / se rizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo”).
Final de una lenta y sucesiva extinción, la muerte no es sólo idea, también es objeto
físico, sensualidad agotada que, sin embargo, continúa manteniendo su cálida presencia
corporal: recurrencia en la piedra como materia deleznable; en el polvo sucesivo
de la ceniza quevedesca. A más notoria sensualidad, más angustioso el vacío; porque
nos alonga al misterio del retorno a la naturaleza anterior, a nuestra cósmica otredad.
Se ve, y se canta; pero resulta imposible contarlo: su dimensión excede
la palabra, y ésta ha de establecerse como forma otra, como transparencia
o elevación que –sin embargo– crece hacia la honda raíz del mundo.
“Canto de guerra de las cosas”,
poema coral con que cierra su obra Joaquín Pasos, abre la epopeya del hombre y,
al mismo tiempo, configura su elegía final. Un largo texto, una dilatada progresión
de ritmos, abierta en versículos; sucesión (a veces enumerativa, a veces intensiva)
del duro asentamiento de la existencia (vida o muerte o vida), del protagonismo
histórico imposible. Discurrir que se hurta a la narración; es canto, discurre hacia
dentro: la palabra como forma y como ausencia de forma: alumbramiento, tan sólo
un instante, de lo misterioso; y lo misterioso que es una presencia arborescente,
vertical, una realidad disgregada en imágenes sucesivas, tramadas por el capricho
inaugural del poeta, por esa explícita intención lúdica, tan característica en la
escritura de Joaquín Pasos (nunca despreocupación, nunca indiferencia; voluntaria
intervención sobre la realidad - sea él mismo, sea su memoria, sean las evidencias
de un tiempo final dentro del cual se debate). La palabra del “Canto de guerra de
las cosas” es voz antes que escritura, vibración inaugural antes que consolidación
de su forma: fuerza destructora de la apariencia mineral con que la tierra resiste
al hombre: dadora la vida (“pero venimos, sí, desde mi fondo espeso, / pero vamos,
ya lo sentimos, en los dedos podridos / y en esta cruel mudez que quiere cantar”),
alentadora de conciencias. Una sabiduría diferente, ahora. La joven ignorancia del
poeta se muda en escepticismo de fondo triste. Pero la palabra crece, la visión
se enriquece; una voluntariosa peregrinación por la experiencia de la muerte nos
ha llevado hasta el principio cósmico, hasta la ausencia más radical (“fuga de carne,
de miedo, / días, cosas, almas, fuego. / Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó
allá lejos”).
JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN (España, 1943). Ensayista, crítico. Estudioso de la poesía hispanoamericana. Autor de una magistral obra, la Antología de poesía hispanoamericana, 1915-1980 (1984). Es igualmente reconocido como uno de los máximos conocedores de la literatura canaria. De su obra ha afirmado el crítico Sabas Martín que pocos ensayistas como Jorge Rodríguez Padrón han sabido profundizar con tanta exigencia, independencia y atrevimiento en la literatura asumida como un hecho de vida, en lo que tiene de verdad y necesidad de quien escribe, por lo que se constituye en elemento indispensable para el mejor conocimiento y entendimiento de las letras canarias y, con ello, de nuestra propia condición insular. De su vasta obra ensayística destacamos Del ocio sagrado (algunos poetas hispanoamericanos) (1991), El pájaro parado. Leyendo a E. A. Westphalen (1992), El barco de la luna. Clave femenina de la poesía hispanoamericana (2005), y De una rara escritura. Rabelais. Cervantes. Sterne (2023).
GLADYS MENDÍA (Venezuela, 1975). Poeta, ensayista, editora, artista plástica. Traductora del portugués al castellano, contando entre sus trabajos de traducción la antología poética de Roberto Piva titulada La catedral del desorden (2017). Fue becaria de la Fundación Neruda (2003 y 2017). Participó en el Taller de creación poética con Raúl Zurita (2006). Ha publicado en diversas revistas literarias, así como también en antologías. Sus libros: El tiempo es la herida que gotea, 2009; El alcohol de los estados intermedios, 2009; La silenciosa desesperación del sueño, 2010; La grita. Reescritura de Las Moradas, de Teresa de Ávila, 2011; Inquietantes dislocaciones del pulso, 2012; El cantar de los manglares, 2018, Telemática. Reflexiones de una adicta digital, 2021; LUCES ALTAS luces de peligro, 2022 y sus más recientes libros co-creados con Inteligencia Artificial: Fosforescencia tigra, Aire y Memorias de árboles (2023). Es editora fundadora de la Revista de Literatura y Artes LP5.cl y LP5 Editora, desde el año 2004. Cofundadora de la Furia del Libro (Feria de editoriales independientes, Chile). Como editora ha desarrollado más de veinticinco colecciones entre poesía, narrativa, ensayo y audiovisuales, publicando a más de 500 autores. Integra, con Floriano Martins y Elys Regina Zils, el equipo de traductores del “Atlas Lírico de Hispanoamérica”, de la revista brasileña Acrobata. Gladys Mendía es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 245 | novembro de 2023
Artista convidada: Gladys Mendía (Venezuela, 1975)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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