Y es esa concreción del tiempo en el genio
andaluz, este concebir el mundo en la expresión de la intensidad, lo que se nos
muestra personificado en Federico García Lorca, quien con su actitud vital y con
su obra (poética, teatral y crítica), nos enseña y dibuja el “ser andaluz” cual
un nuevo Quijote de raíces milenarias que rebasa la leyenda.
Con Federico logra
expresarse nuevamente España “de un modo más
íntimo y más puro” según palabras de Dámaso Alonso. “Nunca antes había tenido la poesía española tanto arraigo dentro de su
pueblo como ahora, y éste a su vez nunca se había sentido tan fielmente expresado
como con la obra de este poeta que surgió, desde sus comienzos, como la encarnación
misma del “ser español”. Fue un poseído del duende, para utilizar sus mismas
palabras, que cantó enmarcado siempre entre dos líneas: “el arco del cielo en el exterior y el zigzag que culebreaba dentro de su
alma”, fue un “alucinado de un punto brillante
que temblaba en el horizonte”.
Tanto para quienes
lo conocieron, como para los que hoy podemos degustar su obra, su figura se nos
presenta enarbolada con el carácter mágico de la intensidad, era un poseedor del
instante, del presente hecho acto, que sin embargo reposaba sobre raíces antiguas
que se perdían en el tiempo: “Yo le he visto(…)
y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero sus pies se hundían en
el tiempo, en los siglos , en la raíz remotísima de la tierra hispánica(…).Sólo
un viejo “cantaor” flamenco, sólo una vieja “bailaora” hechos ya estatuas de piedra,
podrían serle comparados. Sólo una remota montaña andaluza, sin edad, entrevista
en un fondo nocturno, podrían entonces hermanársele”, dice de él Vicente Aleixandre.
Todo esto resulta
mucho más comprensible si analizamos la definición que del espíritu andaluz y de
su propio genio artístico hace Lorca en una conferencia en la que expone una nueva
teoría estética: “Teoría y juego del duende”.
En ella vemos cómo el poeta, después de sondear por las manifestaciones y los laberintos
del arte andaluz y español, llega a descubrir en el duende “el espíritu oculto de la dolorida España”.
Para García Lorca
el duende está conformado por fuerzas oscuras y transformadoras de origen telúrico
e incontrolable, es un descendiente directo de los ritos dionisíacos y del “daimon” socrático, que con la influencia
mágica de oriente, toma en España rasgos característicos. La dinámica de la perfección
de la expresión se da por esta lucha a muerte con el duende: es entonces un poder
y no un obrar.
Según Lorca, esta
capacidad de expresarse y “ser” posee también otras formas como son el “ángel” y
la “musa” que le dan características totalmente diferentes a otros pueblos. Así
vemos que el “ángel”, reflejo del espíritu italiano, ante todo deslumbra y echa
luces, La “musa” expresión de lo alemán, dicta normas a la inteligencia y es, sobre
todo, una hacedora de formas perdurables y constantes. Es el anhelo fáustico de
darle duración al instante, quitándole su carácter temporal. La “musa” ama lo inmortal
y pétreo del mármol, el ser eterno de las estatuas.
El “duende” es el
demonio del instante, al contrario que el “ángel” y la “musa” que operan como como
fuerzas exteriores de inspiración, su expresión es interior y delirante, “se despierta en las ultimas habitaciones de la
sangre”, “sube por dentro, desde las plantas
de los pies” se apodera del hombre en una forma total. A quien lo posea el “duende”,
debe prepararse para penetrar en zonas hasta el momento ignoradas y virginales,
está expuesto al peligro de romperse el alma. Operan en él, simultáneamente, los
aspectos del tiempo: destrucción y creación; como fuerza del instante se concretiza
en acto y desprecia todo lo que promete duración. Es, precisamente por esto, por
lo que a pesar de ser accesible a todas las artes, su manifestación más pura se
logra en aquellas que poseen la fugacidad del instante: el cante, el baile, la instantaneidad
geométrica de los toros, la poesía declamada. Y al llegar a este punto comprendemos
la resistencia de Lorca a publicar sus poemas, a verlos morir dentro de los imperecederos
moldes de las páginas de un libro.
En el ser andaluz
operan fuerzas mágicas que se oponen a la sublimación, en su consciencia existe
un carácter discontinuo del tiempo. Muchas veces espera durante toda una vida el
instante de la intensidad, instante al que luego se entrega en cuerpo y alma, aun
a riesgo de morir. Una vida rica se mide en España por las veces que se muere, o
bien, por la intensidad de una única muerte. Y es este enfrentamiento de fuerzas
en un mismo presente lo que le da al duende su gesto de reto, su carácter de lucha
que le dibuja su propia sombra de muerte.
España como tierra
poseída por el duende, es un país abierto a la muerte. En ella ésta no es un fin
al cual llegar y en el que acaba todo. La muerte es el reto mismo del duende, es
el vacío que nos aferra a la vida en un eterno contraste de luz y sombra. Existe
en España un culto a la muerte que tiene raíces milenarias. El culto de este rito
se remonta a la herida jonda de sus diferentes culturas perseguidas y anuladas.
Se expresa en su cante, en su baile, en su culto al toro, artes que actúan como
fuerzas encantatorias que extasían a la muerte en su eterno rondar. El ritual de
la muerte está en el encontrarla y mantenerla cerca y no abandonarse a su vacío
sin sentido. Es la seducción de mirar desde el borde del abismo, más no el placer
de precipitarse en él. España es el único país del mundo donde el embeleso por la
muerte es un espectáculo nacional. En el cante, en el baile o en el toreo es a la
muerte a quien se exalta y a la lucha constante de ese hombre mordido por el duende.
Este arte enduendado
lucha por bautizar las cosas con nuevos tonos “porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado y
comprendido” dice Lorca. Esta lucha por expresarse es lo que le da al arte hispano
caracteres mortales de los que hay grandes ejemplos. Pero la expresión máxima del
duende es la pena, esa herida jonda que se extiende como la elipse de un grito que
divide la noche en el desasosiego de la soledad “sin compaña”. La pena es la manifestación del cruce de fuerzas que ocasionan
la desesperación. Tiene raíces muy antiguas, es “pena de cauce oculto y madrugada remota”.
Para José Martínez
Hernández, en su libro “La cultura de la sangre”,
“El Cante Jondo habla de la herida abierta que hay dentro de cada hombre (andaluz)
pero que no reflexiona sobre ella, sino que la muestra del modo más directo, con
el grito, con ese ¡ay! prelógico y prelingüístico que expresa nuestra herencia trágica”.
En los años previos
a la gestación del Flamenco está la desesperación, el latido quejumbroso del espíritu
andalusí que estaba siendo ferozmente aniquilado. Y sigue Martínez Hernández: “El
Cante Jondo es inarmónico (,,,) es la expresión de un sentimiento trágico de la
vida. Su interprete se sitúa en la frontera entre el grito y el lenguaje articulado,
la naturaleza y la cultura; la pasión y la razón y de esa condición limítrofe, de
ese desgarro, obtiene toda su fuerza y originalidad”
Lo que motiva el
hecho flamenco en las “últimas habitaciones
de la sangre”, como diría Lorca, es la pena, la desgracia, la tragedia, el dolor
de un pueblo, de sus gentes en momentos y causas concretas, y ello no puede tener
otra escapatoria antropológica que el grito. Y aquí se encuentra el territorio donde
habita el duende.
Con él no se intenta
divertir, él se encarga por el contrario de hacer sufrir al hombre extasiándolo
sobre el borde, logrando de él su mejor expresión y sus mejores lágrimas. Por medio
de este sufrimiento de fuerzas encontradas se llega a la dimensión del drama que
al llegar a la pena de un destino impuesto, eleva su horizonte hasta ubicarlo en
lo trágico.
El duende lorquiano: amor y muerte
García Lorca como poeta del milenario corazón
de Andalucía encuentra en ella su destino perfilado de luces y sombras. Se encuentran
unidos por un mismo origen. Esta tierra cobija dentro de si la alegría y la desbordante
fantasía, pero también lo nocturno y lo oscuro que le da la tristeza y el vagar
de la pena. No en vano es también “la Andalucía
del llanto”.
Es en el corazón
de este pueblo lleno de sombras y guitarras en el que confluyen las fuerzas ocultas
donde toma su verdadera expresión el duende como un estilo vivo “de viejísima cultura y creación en acto”.
Y es este duende
y su fuerza telúrica y mágica la que logra el impulso creador de toda la obra lorquiana:
se manifiesta en sus temas, en sus símbolos, en el lenguaje, las imágenes, las metáforas
y en sus propios personajes. Toda ella es la expresión de estas fuerzas escondidas
y profundas que saben a una Andalucía de gritos y sombras.
Los dos ejes a través
de los cuales se mueve toda la creación lorquiana son el amor y la muerte. El amor
que más que un tema es una actitud vital que se transforma en centro y eje en su
obra. Ese amor se extiende a todo lo contemplado en esta vida e incluso lleva ese
amor a la “otra orilla”, a todos aquellos
que muriendo construyen otra vida dentro de la propia muerte y es esta muerte la
que pone “los toques de bordón” en su
obra. Esos tonos que hablan de la presencia del duende. El amor es generador de
vida y ésta termina necesariamente en la muerte. Entonces es imposible separar estos
antitéticos que en el grueso de la obra de Lorca se van a encontrar cada vez más
ligados. Son dos aspectos de una misma realidad sin posible huida.
Este amor enduendado
presenta características específicas como son su ascendiente hacia la intensidad,
su fuerza telúrica y vital y sobre todo su impulso dionisíaco imposible de frenar:
Que yo no tengo la culpa
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale de
los
pechos y las trenzas
(Bodas de Sangre)
Es una fuerza irracional
que hace exclamar a la novia de Bodas de Sangre:
“Yo no quería (…) pero el brazo del otro me
arrastró (…) y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido
vieja y todos los hijos de tu hijo me hubieran agarrado de los cabellos”.
En su concepción
del amor sensual se desarrollan esas fuerzas incontrolables que hacen del amor,
del deseo y la lujuria una misma cosa. Esta visión del amor recorrerá toda la obra
del poeta granadino desde sus poemas de juventud hasta los “Poemas del amor oscuro”
pasando por el “Diván del Tamarit”:
y se abrió mi corazón
como una flor bajo el cielo,
los pétalos de lujuria y los
estambres de sueño
También vemos la persecución lujuriosa del
viento en el “Romancero gitano”:
Niña deja que levante tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos la rosa azul
de tu vientre
Es precisamente en
el “Diván del Tamarit” donde las imágenes
se vuelven más atrevidas. Hay que comprenderlas antes de sentirlas, pero aun así
la fuerza erótica continúa:
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
Las fuerzas incontrolables
del amor se encuentran reforzadas por las pasiones silenciadas de una Andalucía
que sufre y calla. El temor de la frustración amorosa es una constante en la obre
de Lorca, aunque se encuentra mucho más desarrollado en sus personajes femeninos.
Ellas son seres sumidos en la inútil espera:
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca
...
Yunques ahumados sus pechos
gimen canciones redondas
(Romance
de la pena negra)
Las mujeres lorquianas
viven en un mundo enajenado, aguardándolo todo y es esta eterna espera la que estallará
de forma trágica en lo dramas rurales (Bodas
de sangre, Yerma, La casa de Bernarda Alba…)
Como he dicho anteriormente
el tema de la muerte es inseparable del amor. Y ésta es una muerte con duende, ella
es la enamorada que ronda, seduce…Es una presencia de fuerzas desconocidas y no
un vacío lejano de lo que ya no es:
Por todas partes yo veo
el puñal en el corazón
(Poema de la soleá)
Incluso los astros
poseen sus fuerzas demoníacas:
Como canta la zumaya
ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano
(Romance de la luna, luna)
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri, cri de las margaritas
comprendí que me habían asesinado
(Fábula y rueda de los tres amigos)
Peor que la muerte
misma, que en España es un encantamiento, es sentir la dolorosa sensación del ataúd
vacío. Lorca contrapone y se aferra a cualquier forma para evitar el hueco, para
huirle:
Para ver que todo se ha ido
para ver los huecos de nubes y ríos
Dame tus manos de laurel, amor
para ver que todo se ha ido
…
Prepara tu esqueleto
hay que buscar de prisa, amor
de prisa, nuestro perfil sin sueño.
(Poeta en Nueva York)
La muerte es algo
contante. Incluso en el propio destino trágico de su muerte. Es una eterna premonición
que atraviesa su obra de principio a fin. Si la estudiamos detenidamente se puede
ver claramente como el mismo poeta narra paso a paso su propio fin y hasta logra
adivinar cuál será el insierto destino de sus restos. Su presencia no le abandona
y encuentra su máxima expresión en uno de sus mejores poemas: “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” en donde
la muerte es además el personaje central y la elegía es su canto. Lorca quiere vivir
la muerte de su amigo y morir un poco con él.
En su penúltimo libro
de poemas, “Diván del Tamarit”, la muerte
y el amor se funden plenamente. El amor es la reafirmación de la vida ante la muerte,
pero inevitablemente nos conduce a ella y entonces el poeta conforme con su destino,
adivino de su suerte, exclama:
La sangre de tus venas en mi boca
tu boca ya sin luz para mi muerte
…
Ignorante del agua voy buscando
Una muerte de luz que me consuma
(Diván del Tamarit)
Y también encontramos
su desesperado arraigo a la vida:
Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca
de mi agonía
Yo no quiero más que esa mano
Para tener una ala de mi muerte
(Diván del Tamarit)
Federico, habitado
por sus pasiones esenciales extiende este encantamiento de ser pellizcado por el
duende y heredero de una cultura milenaria, a toda su obra. Vemos que sus símbolos,
los personajes que elige como protagonistas de su canto, son personajes poseídos
por fuerzas telúricas que remiten a lo primigenio, a lo puro e instintivo del hombre.
Son ellos los andalusíes que sufrieron el trauma de la persecución y posterior expulsión
y también los gitanos que se mezclaron con ellos y fueron igualmente marginados:
ellos “mezcla de dolor y almizcle” cuyas
ciudades tienen “torres de canela”. Gitanos
andaluces poseídos por el duende “morenos
de verde luna” con “voz clavel varonil”
o consumidos por la pena negra, esa pena que es el grito de toda una cultura perseguida
y marginada, personificada en su poema “Romance
de Soledad Montoya”. También son los negros, espíritu puro de Nueva York y de
la España reencontrada por el poeta en América.
Poseídos por el duende
están también los personajes de sus piezas teatrales: el amante y la novia de “Bodas de Sangre” con su pasión irrefrenable.
“Yerma” con su frustración y toda su infertilidad
a cuestas. Las hijas de Bernarda Alba con sus apetitos reprimidos. En todos ellos
se encuentran las fuerzas escondidas de una Andalucía doliente y eterna.
El lenguaje lorquiano
cumple también todas las fases de la magia y el encantamiento de esta teoría estética
creada por él: la estructura singular de sus poemas con sus constantes repeticiones
va creando unas atmósferas oníricas que envuelven al lector. Su “verde que te quiero verde” o el “no, que no quiero verla” más que repeticiones
son ritornelos que descubren ante nosotros el poder encantatorio de la palabra.
Las imágenes llenas
de bordones negros, de sombras y cuerdas de guitarra nos obsesionan como lectores
y se adhieren a nuestra memoria, regalándonos todas las tonalidades de la lucha
del arte con el duende. Ellas están hechas de contraposiciones de luces y sombras;
de colores y elementos fríos, mortales con sus contrarios vivos y ardientes. Además,
los objetos expuestos en sus poemas tienen adheridos a ellos “las diminutas hierbas de la muerte”. Sus
puñales, sus candiles, las alacenas hablan de una Andalucía rodeada por la muerte
y el encantamiento del juego y la magia del duende.
Federico García Lorca
llega así durante el desarrollo de toda su vida y su obra artística a ser la personificación
de su propia teoría estética. Personificó en sí mismo el fenómeno poético en su
totalidad. Su manera de vivir, amar y sufrir. Su corta vida recreada en el instante,
fue la de un astro que con su arte vino a cantarnos el espíritu alegre y doloroso
de su Andalucía. Él, duende que atraía miradas maternales que presentían su fugacidad,
fue el pequeño daimon en el convergió
toda su raza para poder expresar su dolor y su historia.
Alguna vez él, hablando
de los “cantaores” flamencos se definió a sí mismo, sin saberlo: “Ellos (…) destrozaron
su propia alma entre las tempestades del sentimiento- Casi todos murieron del corazón.
Es decir, estallaron como enormes cigarras, después de haber poblado nuestra atmósfera
de ritmos ideales…”.
Bibliografía
Auclaire Marcelle. Vida y muerte de Federico García Lorca, Ed. Era, México, 1972.
Bachelard Gaston. La intuición del instante, Ed. Fondo de Cultura Económica, Mexico, 2000.
Eich Christoph. Federico García Lorca, poeta de la intensidad. Ed. Gredos, Madrid, 1976
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canto andaluz llamado “Cante Jondo”, Ed. Diputación de Granada, 2022
Federico García Lorca. Obras completas, Ed. Aguilar,
Madrid, 1967
Manuel Antonio. Flamenco, arqueología de lo Jondo, Ed. Almuzara, 2018.
Martínez Nadal Rafael. El Publico, amor y muerte en la obra de Federico
García Lorca, Ed. Joaquín Mortiz, Madrid, 1974
Silva Martínez Rafael. El arte Jondo, identidad y sentimiento, Ed
Almuzara, 2022
FLAVIA FALQUEZ (Colombia, 1958). Reside en Granada (España) desde 1997 y tiene doble nacionalidad. Licenciada en Filosofía y Letras, con especialización en literatura; su tesis de grado, García Lorca y el sortilegio del duende, mereció la distinción Summa Cum Laude de la Universidad de los Andes de Bogota. Más tarde realizó un doctorado en Historia Medieval de España en la Universidad de Granada, un posgrado en Técnicas Audiovisuales en la misma universidad y un máster en Fotografía Digital en la Academia Filmosofia de Granada. En 1978, su poemario Hojas de nostalgia obtuvo el primer lugar en el concurso de poesía de la Universidad Javeriana de Bogotá. En 1994, su libro “Coplas a Leonor” obtuvo el segundo lugar en la VII versión del Premio Nacional de Poesía Carlos Castro Saavedra de la ciudad de Medellín, publicado por el PEN Club de Bogotá en 1995. Ha sido miembro del Pen Club (Colombia), de la Asociación de Escritores de Madrid, del Círculo Artístico de Granada y de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna (España). Ha participado en diversos encuentros poéticos en España, Italia y Colombia. Su poema “Montaje” ocupó el segundo lugar en el XXV Concurso de Poesía “Ciudad de Arnedo” (La Rioja). Su obra literaria y fotográfica ha sido publicada en diversas revistas, antologías y periódicos en varios países. En febrero de 2017 la editorial MRV publicó su tercer poemario: Para nombrar la madrugada con prólogo del poeta granadino, Emilio Ballesteros. En la actualidad tiene dos poemarios inéditos: Llamas que no apaga el viento y La vida todavía.
LEILA FERRAZ (São Paulo, 1944). Poeta, fotógrafa, artista plástica, ensaísta e tradutora. Junto com Paulo A. Paranaguá e Sérgio Lima formou o trio responsável pela organização da Exposição Internacional do Surrealismo de São Paulo (1967), bem como pela edição de sua revista-catálogo, A Phala. Nessa época viajou duas vezes para Paris, convivendo intimamente com muitos dos membros do grupo surrealista francês. Na década de 1970, inaugurou a galeria Pindorama, em São Paulo, com Eduardo Lunardelli e outros, onde foram realizadas exposições de inúmeros artistas brasileiros, iniciativa que mais tarde se transformou na criação da Cooperativa de Artistas Plásticos de São Paulo. Publicou dois livros de poesia: Cometas e Poemas Plásticos. Está agora a preparar um livro com Floriano Martins, de poemas, colagens, fotografias. Ao lado da escultora Maria Martins, não há dúvidas em apontar seu nome como as duas maiores expressões femininas do Surrealismo no Brasil. Leila Ferraz é a artista convidada da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Número 246 | dezembro de 2023
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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