JUAN LISCANO
I
De los tres ámbitos que conforman los estudios literarios, la teoría, la
historia y la crítica, los dos primeros han tenido escaso o nulo desarrollo en
nuestro país. El valorar las obras literarias, al contrario, ha sido práctica
común, tal como lo demuestra el trabajo Bibliografía
de la crítica literaria venezolana 1847-1977, realizado por Roberto Lovera
De Sola (1982), en el cual se registran 1.749 textos de crítica literaria en un
lapso de 130 años, ello sin contar los desperdigados por la prensa y las
revistas, con lo cual este número seguramente aumentaría exponencialmente. Sin
embargo, la reflexión sobre los fundamentos de lo literario y la meditación
sobre sus periodizaciones no han encontrado en estas tierras sustento que las
conviertan en tradición.
En el caso particular de la historiografía literaria
en Venezuela, su ejercicio ha estado signado por la escasez. Así lo afirma
Rafael Arráiz Lucca, quien señala: “Las
aproximaciones a la literatura venezolana con un propósito totalizante no
abundan. (...) Escasean, pues, los que de un solo envión examinan el devenir
histórico de nuestras letras” (Arráiz Lucca, 2009: 13). Esta afirmación es
acertada, pues desde 1906, año en el cual se inicia la historiografía literaria
en Venezuela, hasta el presente, se han elaborado sólo seis trabajos que
intentan organizar temporalmente el corpus de la literatura nacional, tal como
podemos evidenciar en la siguiente tabla:
AÑO |
AUTOR |
TÍTULO |
1906 |
Gonzalo Picón Febres |
La literatura venezolana en el siglo diez y nueve |
1940 |
Mariano Picón Salas |
Formación y proceso de la literatura venezolana |
1948 |
José Barrios Mora |
Compendio histórico de la literatura venezolana |
1952 |
Pedro Díaz Seijas |
Historia y antología de la literatura venezolana |
1969 |
José Ramón Medina |
Cincuenta años de literatura venezolana |
1973 |
Juan Liscano |
Panorama de la literatura venezolana actual |
Se han excluido de esta lista a José León Escalante, Ideas sobre el movimiento literario actual
en Venezuela, de 1936; Manuel García Hernández, con su Literatura venezolana contemporánea, de 1945; Arturo Úslar Pietri, Letras y hombres de Venezuela, de 1948; Mario Torrealba Lossi, Literatura venezolana, de 1954 y a Pedro
Pablo Barnola, con Altorrelieve de la
literatura venezolana, de 1970, y otras del mismo tenor, por cuanto estas
obras no constituyen historias orgánicas completas. Aunque en algunos estudios
y antologías se las mencionan como “historias de la literatura venezolana”, en
realidad son compilaciones de artículos publicados previamente en la prensa,
dedicados a un trabajo exegético de autores y obras aislados y sin interés de
búsqueda de orígenes y causas. El mismo Arturo Úslar Pietri, en la obra antes
citada, dirá enfáticamente de su libro, afirmación que puede ser aplicada al
resto de las obras mencionadas:
Están por eso lejos
de ser una historia de la literatura venezolana. Para serlo les faltarían
muchas cosas. Entre las más inexcusables: un recuento de la extensa y valiosa
obra de los historiadores y ensayistas y un panorama de la poesía, sobre todo
la de los últimos años, tan decidora y alta. A lo que más se acercan estas
páginas es al esbozo de una cronología del espíritu venezolano, acompañada de
una corta galería de siluetas de los hombres en quienes encarna con torturada
vocación. (Úslar, 1995).
Seis son entonces las obras que desde hace poco más de
un siglo han intentado construir el discurso de la historia de la literatura
venezolana. Abre este escaso y luminoso corpus Gonzalo Picón Febres y culmina
con Juan Liscano, inicio y cierre que señalan un trayecto aún inconcluso.
II
Con La literatura venezolana en el siglo diez y nueve, libro de
1906 escrito por el merideño Gonzalo Picón Febres (1860-1918), se inicia la
práctica de la historiografía en Venezuela. Comparado con el registro de
historias literarias de otros países latinoamericanos, la inauguración de la
historiografía literaria en Venezuela es tardía. Esto se explica, en parte, por
haber sido la Venezuela del siglo XIX escenario de continuas guerras que hacían
más lenta la estabilización política del Estado y, por lo tanto, imposible el
ejercicio sosegado del recuento del ayer. Antes de él, sin embargo, se hallan
variadas muestras de una conciencia por el registro histórico, razón por la
cual hace afirmar a la investigadora Mirla Alcibíades:
En mi opinión, la
cuestión referida a la historiografía literaria venezolana debe correrse
algunos años antes de los señalados. Veíamos páginas atrás la oferta del editor
e impresor Valentín Espinal cuando, desde Correo de Caracas en 1839, se
comprometía con una ‘Colección de artículos originales venezolanos, inéditos y
publicados’. Creo que es la intención historiográfica la que subyace en ese
impreso (y en los que, con el mismo propósito de coleccionista, le sucedieron
en el tiempo). Digo esto porque la importante existencia de un importante
número de impresos reunidos bajo la denominación de Flores, Aguinaldos,
Biblioteca o Álbum, es la muestra de que la idea de reunir, de juntar,
producciones literarias como cuadros de costumbres, relatos y poemas, bajo un
título que daba cuenta del carácter miscelánico con el que se presentaba a sus
lectores, dejan ver los afanes de evitar que esos materiales se perdieran en el
fárrago cotidiano de la prensa periódica. (Alcibíades, 2007).
Discrepamos de esta afirmación. Si confundimos el
ejercicio historiográfico con la mera relación de autores y obras, o con la
simple faena de la antologización, pudiéramos llegar entonces a la afirmación
de que la práctica historiográfica de la literatura venezolana se remonta a la
época de la Conquista y la Colonia con los textos de Juan de Castellanos y José
de Oviedo y Baños. Sin embargo, estas prácticas no pueden ser consideradas como
textos historiográficos propiamente dichos. Son en realidad crónicas,
inventarios, listas de títulos y autores ordenados cronológicamente. La
Historia no debe ser confundida con la Crónica. Ésta no es más que una relación
de hechos; aquella, una reflexión acerca de causas y consecuencias.
III
Si La literatura venezolana en el
siglo diez y nueve representa el alfa de la historiografía literaria en
Venezuela, nuestro omega está personificado por Panorama de la literatura venezolana actual, publicada en 1973 y
escrita por el caraqueño Juan Liscano (1915-2001). En esa obra hallamos una
reflexión que puede leerse casi como recuento testamentario del recorrido
realizado por nuestra historiografía literaria. Dice el autor:
Se impone señalar,
sin embargo, que nuestro país es pobre en estudio de conjunto –como el que
estamos llevando a efecto-, de indagaciones en determinados aspectos, de valoraciones,
de movimientos, etapas y líneas de desarrollo literario. No abundan libros
dedicados a investigar la obra de un escritor o el proceso de nuestras letras.
Y en los que existen, se elude el juicio sobre los movimientos más recientes.
Esas carencias producen efectos negativos porque propician la ignorancia, el
desconocimiento, la negación arbitraria del pasado literario. (Liscano, 1973).
En la segunda edición del libro, realizada en 1995,
Juan Liscano agrega un nuevo capítulo titulado “20 años después”, el cual
inicia con estas palabras:
Concluimos Panorama de la literatura venezolana actual en octubre de 1972. Las apreciaciones
finales señalaban que se carecía de toma de conciencia del proceso literario
como unidad cultural determinada por circunstancias internas y externas,
colectivas e individuales. Seguimos pensando lo mismo, aunque reconozcamos que
los estudios críticos investigativos y especializados en este campo, han
logrado mayor desarrollo metodológico con las corrientes semióticas y estructuralistas
europeas de los últimos treinta años, no siempre para su bien, porque los más
importantes trabajos carecen aún de visión de conjunto. Se estudia siempre a un
determinado autor como si fuera producto solitario y excelso. Lo más
confirmativo de esta apreciación es que las nuevas promociones no han producido
otro Panorama de nuestras letras.
Como vemos, Liscano era partidario de una historia
literaria más dinámica, que enlazara lo local, lo universal, lo biográfico, lo
social y lo textual en una suerte de tejido sociocultural que cobijara a la
totalidad del hecho literario. Quizás por ello subtitula el inicio de la
introducción con la frase “relatividad de la literatura”, casi como queriendo
con ello impregnar a los estudios literarios de las nuevas perspectivas que ya
la física moderna había asumido años atrás, anhelando un “giro einsteiniano” en
los estudios de la literatura. Esta crítica a los fundamentos metodológicos del
ejercicio historiográfico, en la cual se alude a problemas como la objetividad
de la labor científica, el punto de vista del investigador y la definición del
objeto de estudio de la Historia, es constante en el pensamiento de Liscano,
por lo que años después podemos seguir encontrando este tipo de ideas, como las
expresadas en un libro titulado El horror
por la historia (1980):
Mirar la historia
pasada es como ver mapas locales, regionales, desligados de la visión
continental y planetaria. Cuando se piensa en Grecia no se tiene
simultáneamente la imagen de la vida en Persia, en ese mismo momento. No hay
sincronía. Las historias de la remota antigüedad, inclusive en la llamada época
histórica, parecen desarrollarse aisladamente y por eso el lector de hoy en día
que busca instruirse sobre Sumeria, China o Irán, tiene la impresión de que se
trataba de mundos aislados y armónicos en ellos mismos, de solipsismos.
Si se cuestiona el método o instrumento de
observación, el objeto observado ya no será el mismo. Cuando en una Historia de
la literatura se comienza por repensar los métodos y fundamentos de la ciencia
histórica, esto irremediablemente afecta los límites que definen lo literario.
Así, en Panorama de la literatura
venezolana actual, Liscano expone sus concepciones de cómo percibe lo
literario, alejado de ideas ontológicas y esencialistas e inclinando más la
balanza hacia una visión sociocultural, empirista:
Los movimientos
literarios no aparecen por generación espontánea ni siguen una línea ascendente
de progreso y desarrollo óptimos. Por lo tanto, no nacen de la nada o del
cerebro genial de un superdotado ni constituyen un vuelo del espíritu que se
remonta cada vez más alto. Obedecen a procesos cuantitativos y cualitativos en
que intervienen muchos factores, desde la capacidad creadora y la invención del
individuo estimulado por experiencias y hallazgos anteriores, es decir, por el
pasado inmediato o remoto, hasta las presiones sociales más exteriores, las
modas, las maneras, pasando por los sentimientos y la sensibilidad de la gente
en un momento dado, las circunstancias históricas, la solidaridad de generación
o de grupos, las afinidades intelectuales entre hombres de diversas edades, los
estímulos, los adelantos tecnológicos, el llamado ‘environment’ que, en nuestra
época, tiene importancia determinante. (Liscano, 1995).
Es decir, se imagina el hecho literario no como una
estructura límpida, “como pensaba Hegel,
sino más bien se procede por ramificaciones cada vez más complejas y parecidas
a haces de proyecciones y prolongaciones verbalistas. Se piensa por momentos en
ciertos diseños del universo propuesto por Teilhard de Chardin” (Liscano,
1995: 7). Una visión más compleja de la literatura, más cerca a lo real, sujeta
a los vaivenes del espacio y el tiempo.
Sin embargo, y luego de semejante declaración de
principios, Liscano estructura los capítulos de Panorama de la literatura venezolana actual de la siguiente manera:
CAPÍTULO |
TEMA |
I |
Antecedentes temáticos y lingüísticos |
II |
Tiempos del narrar actual venezolano |
III |
Medio siglo de poesía |
IV |
Ensayo. Biografía. Crítica |
V |
20 años después |
Aunque se percibe una pesada carga en la clasificación
por géneros (narrativa, poesía y ensayo), el mismo autor es consciente de la
inexactitud de esta clasificación realizada a finales del siglo XX y confiesa:
Vano empeño, en
nuestros días, es querer delimitar los géneros literarios como si se tratase de
especies zoológicas. En efecto, la poesía tiende a ser de pronto narrativa y
prosaica, la narrativa poética y liberada del argumento. Asimismo el
ensayo-crítico, la crítica-ensayística, la biografía-novelada, la
novela-biográfica coexisten en este período convulsionado de la cultura y
definido por Einstein, con su admirable modestia, como época de ‘perfección de
los medios y confusión de los fines’. (Liscano, 1995).
Sin embargo, a pesar de estas contradicciones, hay en
la obra de Liscano una innovación metodológica con respecto a las historias
literarias que le preceden. No se propone el autor una lista de autores y obras
en relación con una clasificación histórica del itinerario político del país. En
cambio, Liscano agrupa obras en relación con temas y tendencias:
Sin duda alguna, la
literatura venezolana pierde mucho al compararla con niveles superiores. Y si a
eso fuésemos, más valdría quedarse en los niveles altos de lectura selecta que
abocarse, como lo hacemos, a una tarea si bien patriótica y de plausible
fomento de intercomunicación americana, también reductora, limitadora,
localista y para colmo, seguramente propiciatoria de disgustos y reclamos,
porque en general importa más al escritor saber si se nombró y cómo o si se le
omitió, que el esfuerzo y el valor en sí de este tipo de trabajo. Aceptamos el
riesgo, resueltos a preferir el delineamiento de tendencias, la exposición de
temáticas y procedimientos, que la enumeración y el registro de fechas y de
nombres. Independientemente de nuestro gusto o disgusto, trataremos de situar
las obras y los escritores estudiados, actores en este proceso narrativo en
función exclusiva de lo que se proponían, lograron o fallaron. Por lo tanto,
este trabajo no refleja nuestra opinión sobre la literatura venezolana (...)
sino a su existir propio. Trataremos de comprender, precisar, difundir,
establecer relaciones temáticas y formales con la única finalidad de que en
otros países, y en el nuestro también, se tenga una visión de conjunto de
nuestras letras actuales. Por eso nuestra obra pecará por demasiado informativa. (Liscano, 1995).
IV
Panorama de la literatura venezolana actual de Juan Liscano se inscribe, por lo antes expuesto,
en un modelo historiográfico empirista, que intenta concebir lo
literario como un fenómeno cultural imbricado por múltiples factores, por
infinidad de signos y territorios. Sus continuas
exigencias por renovar las perspectivas de los estudios históricos y la visión
que tiene de la literatura, aún con sus limitaciones y carencias, dejan ver una
idea integral del hecho literario, que no arguye generaciones ni
movimientos ni se convierte en una farragosa lista de autores y obras. Por el
contrario, la historia pensada desde la complejidad debe visibilizar la
diversidad literaria, cuyas manifestaciones escritas y orales deben tener
cabida en sus páginas. Ya Alberto Rodríguez Carucci había señalado esta
carencia:
Se ha coordinado una práctica falsamente
unificadora y homogeneizante de la literatura nacional, controlada por un
reduccionismo más o menos evidente, que termina cumpliendo la función de
segregar algunos componentes de la pluralidad literaria venezolana, cuyos
recorridos a través de la historia son complejos y quedan expresados en las
tensiones y conflictos originados por la diversidad cultural y lingüística del
país. Con respecto a esto último, las treinta y cuatro lenguas indígenas que
existen paralelamente al castellano, constituyen una prueba contundente del multilingüismo
y de la pluralidad cultural de una Venezuela que comúnmente no registra esto
como parte de su realidad cotidiana. (Rodríguez Carucci, 1988).
¿Dónde están las
historias literarias venezolanas que hacen las periodizaciones, que muestran
los cambios y evoluciones y que ciernen géneros acerca de la producción
literaria de esas treinta y cuatro lenguas indígenas? ¿Dónde las historias que
registran las tradiciones y cantos populares, los chistes, las décimas de la
Cruz de Mayo y las coplas del extenso llano venezolano? ¿Dónde están las
historias que, aun trabajando con el corpus canónico de la literatura
venezolana, logra entrever aristas que lo vinculen con la literatura del mundo?
Eva Kushner propondrá la alternativa a seguir: “En realidad, la renovación de la historia literaria es posible
precisamente a condición de postular la apertura del sistema descriptivo”
(Kushner, 1993).
Una historia
compleja de la literatura venezolana exhibiría un criterio histórico dinámico,
con el cual pueda percibirse el sentido activo de las expresiones literarias,
sus matices y su espesor, relacionando la obra literaria con su contexto, sí,
pero no encerrando el fenómeno literario, al decir de Bajtin, en la única época
de su creación, corriendo el riesgo del reduccionismo o la taxidermia cultural:
Las obras rompen los límites de su tiempo,
viven durante siglos, es decir, en un gran tiempo, y además, con mucha
frecuencia (tratándose de las grandes obras, siempre), esta vida resulta más
intensa y plena que en su actualidad. Una obra literaria se manifiesta ante
todo en la unidad diferenciada de la cultura de su época de creación, pero no
se puede encerrarla en esta época: su plenitud se manifiesta tan sólo dentro
del gran tiempo. Pero tampoco la cultura de una época por más alejada que esté
de nosotros en el tiempo, debe encerrarse en sí como algo prefigurado,
totalmente concluido e irreversiblemente distanciado y muerto. La unidad de una
cultura determinada es unidad abierta. (Bajtin, 1982).
Esta falsa idea de
las historias literarias de ver las obras como signos anclados a su contexto,
incapaces de trascender en el tiempo y que hace invisible, por ejemplo, las
lecturas e influencias de una novela como Doña
Bárbara en las generaciones posteriores, son un síntoma de la perenne
ausencia del lector en el desarrollo de la historiografía.
Ninguna historia de
la literatura estaría completa si no tuviera en cuenta al destinatario del
texto, es decir, la lectura, los lectores, los públicos, la recepción (enfoques
hermenéuticos, estética de la recepción, trabajos sociológicos sobre la
lectura...). (Kushner, 1993).
Una historia
compleja de la literatura venezolana se sabría presa de las concepciones de la
periodización, pues es imposible una historia sin la mediación de marcos cronológicos
sistematizables; la cronología es conditio
sine qua non para la existencia de la historia. Sin embargo, la
periodización de una historia literaria compleja debería partir, aunque suene a
verdad de Perogrullo, de los signos ofrecidos por el hecho literario mismo. Una
propuesta de periodización debe ir al ritmo que brinden las obras, no que las
obras sean las que deban adaptarse, cual cama de Procusto, a la medida de los
periodos previamente establecidos:
El historiador gana si procede
inductivamente, es decir, si deja que la observación y la descripción de los
fenómenos preceda a la determinación de los contornos de conjunto de un
fenómeno en el tiempo y en el espacio y no que la siga. (Kushner,
1993).
Adicionalmente, una
historia compleja de la literatura venezolana debería problematizar acerca de
la incesante relación que casa los periodos literarios con los periodos
políticos y sociales.
Por ello, cuando se
habla de la Literatura Colonial o de la Colonia, de la Literatura de la
Independencia, de la Literatura de la Primera República, de la Literatura de la
Federación, de la Literatura del Gomecismo o del PostGomecismo; se aplican
categorías históricas nacionales seguramente válidas, pero inexpresivas en el
sentido literario, y en ninguna forma referidas a verdaderos períodos en el
desarrollo de la literatura venezolana. (Carrera, 1984).
Como vimos, pensar las historias literarias radica en
problematizar las nociones de literatura y el tipo de periodización a
implementar, para lograr explicar así el “cómo” y el “por qué” de los cambios
literarios. La tarea por venir está en:
Habilitar otro
concepto de ‘literatura nacional’, que permita restablecer el carácter múltiple
de las tradiciones y sistemas literarios en una literatura. Una historia
literaria nacional que gane para sí la categoría de la pluralidad, es la
condición básica para superar la imagen de falsa unidad homogénea de las
historias literarias. (González Stephan,
1985).
Juan Liscano hizo el último esfuerzo en ese sentido en
el ámbito de la historiografía literaria venezolana. Un esfuerzo con matices,
con aciertos y debilidades, pero esfuerzo necesario para seguir con la labor,
iniciada por Picón Febres, de entendernos a nosotros mismos. Toca tomar la
antorcha y continuar el recorrido.
Referencias bibliográficas
Alcibíades, Mirla (2007) Ensayos y polémicas literarias venezolanas 1830-1869. Caracas: Casa
Nacional de las Letras Andrés Bello.
Arráiz Lucca, Rafael (2009) Literatura venezolana del siglo XX. Caracas: Alfadil.
Bajtin,
Mijail (1982) Estética de la creación
verbal. México: Siglo XXI.
Barrios
Mora, José (1950) Compendio histórico de
la literatura venezolana. (2da. Ed.). Buenos Aires: Padilla y Roig.
Carrera, Gustavo Luis (1984) Imagen virtual. Signos literarios y aproximaciones críticas. Mérida:
ULA.
Díaz Seijas, Pedro (1962) Historia y antología de la literatura venezolana. (4ta ed.).
Madrid: Jaime Villegas.
González Stephan, Beatriz (1985) Contribución al estudio de la historiografía literaria en
Hispanoamérica. Caracas: Academia Nacional de la Historia.
Kushner, Eva (1993) “Articulación histórica de la
literatura”. En: Marc Angenot, Jean Bessière, Douwe Fokkema y Eva Kushner. Teoría literaria. México: Siglo XXI.
Liscano, Juan (1995) Panorama de la literatura venezolana actual. Caracas: Alfadil.
___ (1980) El
horror por la historia. Caracas: Ateneo de Caracas.
Lovera De Sola, Roberto (1982) Bibliografía de la crítica literaria venezolana 1847-1977. Caracas:
Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios Bibliotecarios.
Medina, José Ramón (1969) Cincuenta años de literatura venezolana (1918-1968). Caracas: Monte
Ávila.
Picón Febres, Gonzalo (1947) La literatura venezolana en el siglo diez y nueve (Ensayo de historia
crítica). 2da. Ed. Buenos Aires: Ayacucho.
Rodríguez Carucci, Alberto (1988) Literaturas prehispánicas e historia literaria en Hispanoamérica (y
otros estudios sobre literaturas marginadas). Mérida: Universidad de Los
Andes.
Úslar Pietri, Arturo (1995) Letras y hombres de Venezuela. Caracas: Monte Ávila.
DIEGO ROJAS AJMAD (Venezuela, 1974). Doctor en Letras. Profesor de la Universidad de Guayana y de la Universidad Católica Andrés Bello (Guayana). Es autor de varios libros y artículos relacionados con la historia, la teoría y la crítica literarias. Entre sus libros se cuentan: Mundos de tinta y papel. La cultura del libro en la Venezuela colonial (USB, Editorial Equinoccio, 2007), Estampitas merideñas (Instituto Merideño de la Cultura, 2010), Revista Válvula: edición facsimilar (ULA, 2011), Estampitas guayanesas (UNEG, 2016), Para una historia literaria desde la complejidad. La historiografía de la literatura venezolana y sus tramas (Editorial Académica Española, 2017) y Posciudades. Manual de uso para ciudadanos nostálgicos y esquizofrénicos (UCV, 2017), entre otros. En el 2006 ganó el premio único de la Bienal Latinoamericana de Ensayo Enrique Bernardo Núñez. En el 2007, el concurso “Cuentos sobre rieles” y en el 2017 obtuvo el primer lugar en el premio de ensayo “Caracas 1567-2017”. Es columnista de Prodavinci y del Correo del Caroní.
LEILA FERRAZ (São Paulo, 1944). Poeta, fotógrafa, artista plástica, ensaísta e tradutora. Junto com Paulo A. Paranaguá e Sérgio Lima formou o trio responsável pela organização da Exposição Internacional do Surrealismo de São Paulo (1967), bem como pela edição de sua revista-catálogo, A Phala. Nessa época viajou duas vezes para Paris, convivendo intimamente com muitos dos membros do grupo surrealista francês. Na década de 1970, inaugurou a galeria Pindorama, em São Paulo, com Eduardo Lunardelli e outros, onde foram realizadas exposições de inúmeros artistas brasileiros, iniciativa que mais tarde se transformou na criação da Cooperativa de Artistas Plásticos de São Paulo. Publicou dois livros de poesia: Cometas e Poemas Plásticos. Está agora a preparar um livro com Floriano Martins, de poemas, colagens, fotografias. Ao lado da escultora Maria Martins, não há dúvidas em apontar seu nome como as duas maiores expressões femininas do Surrealismo no Brasil. Leila Ferraz é a artista convidada da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Número 246 | dezembro de 2023
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário