quarta-feira, 13 de dezembro de 2023

GUILLERMO PIÑA-CONTRERAS | Las ondas concéntricas de la Autobiografía en el agua de Soledad Álvarez

 


De los cuatro elementos del planeta, el agua tiene elevada preferencia lírica. Reflejar imágenes figura también entre sus propiedades intrínsecas. Líquida, es espejo. Grandes escritores del realismo, como el francés Stendhal, decían que una novela debía ser el reflejo de la realidad. Teoría muy discutida hoy día. Si a ese “espejo” se le lanza un guijarro, o cualquier sólido, evidentemente sufrirá una deformación que se manifestará por ondas concéntricas expandiéndose en círculos a partir del núcleo o punto de caída del objeto. Toda buena literatura es lúdica. Establece una suerte de juego en la relación lector-texto. La colección de poemas Autobiografía en el agua (2015), de Soledad Álvarez, se distribuye pues en esas ondas generadas por el guijarro en su orden sucesivo, vale decir, cronológico.

El punto de partida de una autobiografía es, por lo general, el nacimiento de aquel que decide mirarse en el espejo de su propia vida. En ese sentido, “Sentencia (1950)” es el punto de partida. “Deseo inconcluso”, por su ubicación, el último, es la onda más distante del punto inicial de la serie concéntrica generada por el guijarro. Entre ambos poemas se suceden los textos que dan cuenta de los acontecimientos de un largo recorrido en los que se entrelazan los eventos personales e íntimos con los sociales y políticos de la segunda mitad del siglo XX dominicano agregándoseles los avatares del yo lírico de una actriz y testigo de su tiempo. Inseparables, sujeto e historia convergen en una apertura lógica: “Deseo inconcluso”.

La biografía comienza, a mi entender, con la caída del objeto que altera el líquido en reposo. Sin ruptura no hay literatura. Cuando el yo-poeta se mira en el pozo de su vida y ve, en orden cronológico, los momentos trascendentales de su propia historia en las ondas que parten del punto de impacto. La historia del árbol se lee en los anillos del tronco. En Autobiografía en el agua en la serie concéntrica. En “Sentencia (1950)”, el yo-poeta revela su identidad: “eres Soledad”. Ese yo nominal estará siempre presente como una suerte de nube sobre su historia: “sobre tu soledad edificaré mi ausencia”, que reaparece en “Deseo inconcluso”, final abierto de esta autobiografía poética.

En “Octubre (1961)”, el yo-lírico, el de la imagen en el agua, el que le habla al yo-poeta, trata de señalarle, meses después de la muerte de Trujillo, con el regreso de los desterrados, con la inevitable democracia, con el cambio y la incertidumbre, que la infancia ha terminado: “Lo que deslumbra es el desplome de los pilares/ las efigies tiradas al suelo por el tropel atropellándose en las esquinas impávidas,/ sin orden pero en concierto la cólera alzada/ las banderas como chispas que empuja y no apaga el viento”. Versos que nos proporcionan una suerte de instantáneas de la situación generada por el fin de la dictadura de Trujillo y la torpe búsqueda de una democracia incierta.

Con la adolescencia se impone un poema más personal: “A modo autobiográfico (1964)”, La pubertad, los primeros efluvios de la mujer en flor: “todo por hacer todo nuevo:/ camino del colegio el deleite del sol en la piel/ la brisa como abrazo que llega del mar derramada cosquillea/ se enreda entre las piernas el frescor,/ y es un goce la falda al vuelo el verde que reverbera la risa,/ en onda luminosa la exultación esparce su ámbito efusivo/ su cascada de cristales y remonte”. Se trata de la adolescencia con discretas pinceladas eróticas para volver, unos versos más adelante, a la velada ausencia paterna insinuada en el poema inicial: “contra las acechanzas del pensamiento y la carne/ detrás la abuela repitiendo ensalmos:/ ven directo del colegio a la casa no te detengas a hablar/ con extraños recuerda que el hombre es fuego/ y la mujer estopa;/ verdades sobre verdades con escarmiento/ ¿cuántas tendré que olvidar en el camino?/ en la vuelta y revuelta de los días se deslían/ en tornado de dudas sin resguardo se deshacen”, para saltar de lo personal e íntimo, a su entorno.

El lirismo no logra descartar lo vivencial, inherente a toda autobiografía y en la que convergen, evidentemente, dos miradas: la lírica, para lo íntimo; la histórica, para los acontecimientos sociales de su época. Autobiografía en el agua no esconde que camina en la frontera de ambos dominios. Entonces lo personal deja el escenario a “Noción de abril (1965)”, la revolución, presente ya en el poema anterior: “era el cambio de piel del mundo eran nuevas las palabras/ y otro el viento que cambió mi destino,/ para siempre”. Y por qué no el de sus coetáneos, sin excepción.

Las imágenes, como en toda buena poesía, van de par con el ritmo de los versos. Exponen los eventos sociales. La revolución de abril, por ejemplo, aparece en: “los cadáveres como bultos a la puerta del infierno/ de la ciudad dividida en dos despedazada en su mismo centro agarrotado por el invasor el cinturón de púa”. Entonces, consciente, abandona lo histórico en favor de lo lírico al expresar su estado de ánimo: “la que yo era dejó de ser por la que sería/ y patria no fue la palabra la noción inasible”.

“Noción de abril (1965)”, es el parteaguas entre la adolescente y la mujer. En “Maternidad (1970)”, la mujer posterior a 1965, “la que dejó de ser por lo que sería”, se suceden las experiencias: primer cigarrillo, primer beso y otros ritos de pasaje, como dice, que conducen a ninguna parte; otros que cuestionan su existencia, exacerban su rebeldía: “¿y no se espanta Dios no llora no toma partido/ la eternidad imperturbable?”


La caída de Trujillo, la nueva sociedad, la revolución, los ritos de pasajes, la indiferencia, las reflexiones filosóficas, Dios, lo prohibido, el amor. La maternidad, naturalmente, cierra otro ciclo de las ondas concéntricas que produjo el guijarro. Cada ciclo, como hemos visto hasta ahora, descansa en acontecimientos exteriores al yo del poeta. La violenta pacificación que siguió a la guerra civil, por ejemplo, no la deja indiferente: “que lloré por el amor que no llegó a ser por la vida trunca./ Demasiada atrocidad para el milagro”.

El juego entre lo lírico y la historia reciente, para el lector aguzado y coetáneo de la poeta, el sentimiento de frustración es inevitable cuando las imágenes de los versos de esta obra desfilan, como un film. Autobiografía en el agua va dejando, a su paso el desengaño de una generación que no comprendió que la puerta que parecía abrirse en 1965 había sido violentamente cerrada por un vendaval exterior: “No es lo que perseguimos sino lo que nos persigue/ no es la épica sino el pasmo la pedacería rehaciéndose/ sin centro sin el nosotros que una vez soñó la salvación;/ simple sujetos a la deriva insomne/ no volverá a ser nuestra la ciudad como el naufragio”. Los que no aceptaron la derrota ni aceptaron ver sus esperanzas truncadas están muertos; también los que la defendieron de otros ángulos (cfr. “Oblación Inútil [1975]”).

La poeta recurre a una ruptura geográfica para mantener la intensidad de sus versos. “La Habana (1977)”, es pues una suerte de pausa para recobrar el ritmo. Un cambio de ciudad años después. Una mirada retrospectiva en busca del lirismo de los poemas anteriores para darle paso de nuevo a su propia historia: “treinta y cinco años después queriendo sujetar el recuerdo que me define y escapa,/ la ficción de aquellos días un segmento interminable”.

Autobiografía en el agua continúa su ruta a través de viñetas, imágenes, nostalgias, trozos de historia y los avatares de ese yo-poético que nos ha venido revelando sus deseos, experiencias, frustraciones, dolor, odio, rechazo a la injusticia, al asesinato del amigo... Entonces, recurre de nuevo a la necesaria y útil pausa que le permite, sin que decaiga el ritmo de la obra, poner un término a la violenta pacificación iniciada luego de la guerra civil: “Limpias las calles de los restos de la ira […]/ Se olvidaron las estrellas en la frente”. Quien conoce y vivió ese período sabe que estos versos nos reenvían a la derrota de Balaguer (1978), al final de aquellos trágicos doce años de gobierno, a la muerte de héroes míticos como Amaury Germán (1972), sus compañeros y los cientos de mártires de la post guerra.

El erotismo, carnal, elegante y discreto, tiene función iterativa en la poesía de Soledad Álvarez. Esa iteración, naturalmente, es indisociable a su libro (cfr. “Deseo inconcluso”). El punto álgido del intercambio amoroso es carnal, se sienten los fluidos, se elude el prosaísmo en busca de lo sublime: “uno en el otro uno solo dentro sintiéndose/ encima cabalgando el húmedo latido la avidez eréctil/ plenitud de mí en ti que eres yo/ ser para el ayuntamiento” (“Deseante [1984]”).

No es por azar que “Casada (1985)”, está en el centro de autobiografía en el agua. En este texto el esposo viene “de un mar en calma”; ella “como si llegara de un mar en furia”, se presenta como sobreviviente del naufragio de la guerra del 65: “sirvo el café pienso en barcos que zozobran”. En “Decisión (1990)” se divisa, de fondo, el fraude electoral de ese fatídico año: “en la hora del vacío sólo queda regresar, lamernos las heridas.” Una serie de estampas, de pinceladas históricas se suceden vertiginosamente. Lo histórico parece imponerse a lo lírico y “De Vuelta (1995)”, sirve de bisagra a la voz resignada por la impotencia que se protege en la infancia; que busca la protección materna: “la llamo le digo que estoy de vuelta a su refugio”. “Naufragio” es recurrente porque la vida lo es y la poeta se considera sobreviviente “de un mar en furia” (cfr. “Casada [1985])”.


El encadenamiento de los poemas que integran esta autobiografía en el agua atrapan al lector. Lo narrativo es muy importante en este tipo de escritura en los que cohabitan lo personal, lo íntimo; la historia, el relato. Así, la ausencia paterna sobre la que se construye esta autobiografía, acontecimientos como la muerte de Trujillo, la revolución, la intervención, la represión de los años posteriores que acompañan, por un lado, la evolución del yo; del otro, la pubertad, el amor, el luto, la esperanza truncada, la resignación. Por suerte la fantasía, el sueño, es posible: “Lo otro es pulir las aristas de lo vivo embotadas/ cerrar las puertas encender la luz que desvanece los espejismos/ si te amaron si algunos viven si alguno ha muerto./ Lo otro es bailar sobre la pira.” (“Fantasmagoría [1999]”), como si cerrara las puertas al pasado ante el nuevo siglo. Busca tranquilidad y orden; contemplación, belleza, paz y amor. No lo logra porque no puede ser indiferente. La miseria la indigna (cfr. “Haití [2010])”. La esperanza le permite continuar: “si en el vacío la Presencia,/ alcanza para la plenitud la vida” (“Contingencia [2012]”).

Una autobiografía es una obra abierta. El texto de mayor aliento de esta colección de poemas es “Deseo inconcluso”. No puedo terminar mi lectura sin detenerme en ese texto clave de esta excelente obra que es a la vez nostalgia, catarsis e introspección. Nostalgia, en tanto mirada retrospectiva; catarsis, en tanto purificación para iniciar un nuevo punto de partida; introspección, como un análisis crítico de la relación amorosa. Técnica narrativa que consiste en que un solo amor tenga función iterativa.

La vida no es un río tranquilo. Es un mar agitado por corrientes encontradas, por remolinos, que impiden su curso lineal. Ubicar pues “Deseo inconcluso” al final, no es gratuito y, más aún, se inscribe en la lógica que crea todo texto literario para hacerse verosímil. Único poema de largo aliento que es, también, un hermoso punto de vista tan exageradamente íntimo y personal como debe ser la relación carnal entre humanos. El deseo, el amor y el dolor son, por ejemplo, sentimientos tan íntimos que sólo conoce el yo-poeta: “Nadie lo sabe pero lo supo el viento”; también el mar, la arena y los muertos testigos que, por su propia naturaleza, se guardan el secreto cuando no lo pierden…

Este canto al amor, que corresponde a un amor traumático, duro y devastador. Tan traumático como los acontecimientos sociales, bélicos y políticos de los que la poeta ha sido testigo desde 1961. “Deseo inconcluso” no se pretende desligar esta autobiografía sentimental de la otra, en la que se exponen desde “Sentencia (1961)” pasando por los 30 textos que, repito, se colocan en orden cronológico, a saber, acontecimientos políticos e históricos que ocupan las ondas concéntricas que constituyen Autobiografía en el agua, un largo período de muerte, represión, desengaños y frustración que sólo la Poesía le ha permitido soportar.

Ese período no está separado de los hechos que vivió junto a sus contemporáneos que, no necesariamente, fueron víctimas de los desengaños, pero igualmente conmovidos por el asesinato de amigos y que, como la poeta, sobrevivieron al naufragio de una generación cuando aquel vendaval exterior destruyó la esperanza que asomaba en abril del 65.

Los textos al amor carnal, al deseo, al “encantamiento de los sentidos/ Embriaguez iniciática del amor?”, a la búsqueda y aceptación del otro con lo que “entregarse” implica: “Pero desear significa salir indefensa a la noche de la incertidumbre”. Es exponerse; amar, hacer concesiones, sufrir. Dolor amortiguado por la esperanza que genera el deseo: “A veces nuestros deseos se cumplen/ para que continúe el suplicio de la esperanza”, le dice el otro, el amante.


En los primeros poemas de “Deseo inconcluso” hay una relación dialéctica entre deseo, amor y dolor. En los demás, sin dejar ese doloroso tono de oda al amor, hay lucidez a pesar del filtro del amor, del encantamiento: “con las heridas de lo imposible para tu sal abiertas”. Entonces se impone la nostalgia por la ausencia y la partida del amante: “Lo peor era despertar cada día con la musiquilla enamorada”. En realidad, lo peor era la esperanza en tanto expresión del deseo “que me hace llorar como la huérfana sola que fui”, a lo que le sigue otro deseo más poderoso, el de hacer desaparecer, de olvidar. El dolor es íntimo. Sólo el yo-poeta lo sabe.

Por íntimo “Deseo inconcluso” es una historia de amor, de dolor, de deseo y esperanza; un texto desgarrador en el que comparten el escenario la entrega al ser amado, sin protección.

La madurez y la experiencia del poeta están presentes en “Deseo inconcluso”, con altas y bajas, que deja libre curso a una suerte de amor circular estrechamente ligada al entorno, a los acontecimientos históricos de su época en los que la esperanza nunca abandonará el escenario a pesar de los desengaños, de las frustraciones, de los fracasos: “mundo mío de colofones derrotados”. No hay derrota: la esperanza está presente: “Que sea pues: que el cielo vuelva a ser inalcanzable”.

“Deseo inconcluso” no cierra la obra, aunque “de tanto tropiezo destrozados los pies”, es necesario el olvido, liberarse de ese amante iterativo cuya desaparición va asociada al fin de una época: “cuando te olvide, existirás menos”, o más explícitamente: “que ahora sentada sólo espero/ ver el cadáver de mi amor pasar”. Para dejar sentado que todo empezaría de nuevo recurrió a este hermoso y atractivo verso: “Una puntada sigue a otra puntada/ y pronto habré de olvidarte”; la idea de infinito, de repetición, que evoca ese verso, me recuerda aquel de “El cementerio marino” de Paul de Valérie: “¡El mar, el mar siempre recomienza!”).

Los textos de Autobiografía en el agua alternan lo personal e íntimo con el entorno de una poeta a la que no la arredra exponerse, expresar sus amores, desengaños, el dolor, en hermosos y delicados versos en los que lo erótico así como la soledad son una constante en estos logrados poemas.

Autobiografía en el agua explica, como toda obra de arte, sus mecanismos. “Poesía” no es una simple picada de ojo; es una explicación, dentro del registro en el que se ha clasificado esta extraordinaria colección de poesía que ha permitido a Soledad Álvarez enfrentar y exponerse en medio de acontecimientos sociales, de fracasos y derrotas, verbigracia la ausencia paterna que siempre estuvo presente en el recorrido de su historia: “ni siquiera Dios o su anverso la fe/ que desde siglos ha movido ejércitos como montañas./ Una y otra vez solo el vislumbre/ destello de tu presencia./ Sólo tú me salvas, poesía”.

Autobiografía en el agua, sin pecar de exagerado, es una de las mejores colecciones de poemas de la literatura dominicana reciente. Es una obra de escritor maduro que se sirve de la técnica novelística, logrando que lo personal, lo íntimo; la historia y lo narrativo cohabiten y permitan la catarsis introspectiva del extraordinario “Deseo inconcluso” luego de haber dado su visión personal e íntima de la historia dominicana de la segunda mitad del siglo XX y los inicios del actual. La historia, en lugar de cerrarse, recurre a esa suerte de catarsis introspectiva, de purificación, para que, como su propia vida, permanezca abierta.


NOTA

Álvarez, Soledad, Autobiografía en el agua, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2015; también ha publicado: Vuelo posible (1994); Las estaciones íntimas (2006, Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña”).




GUILLERMO PIÑA-CONTRERAS (República Dominicana, 1952). Escritor, diplomata de carreira, periodista e tradutor. Embaixador da República Dominicana no Reino dos Países Baixos de março de 2015, na Argentina (2009-2015), na França (1996-2000 e 2004-2009) e, simultaneamente, em Marruecos e Mónaco (2005-2009). 
Comendador da Legião de Honra da França e Gran Cruz da Ordem do Libertador San Martín da Argentina. Articulista de El Caribe, 2002-2004. Chefe da Edição do Diário Livre e Rumbo, 2001-2002. Diretor do Departamento de Espanhol da Universidade Apec, 2002-2005. Ha publicado: 12 en la literatura dominicana (Santo Domingo, UCMM, 1982; 2ª edição, Santo Domingo, CPEP, 2015), Enriquillo: el texto y la historia (ensayo, Santo Domingo, 1985), Juan Bosch: un hombre de siempre (Santo Domingo, 1989), Fantasma de una lejana fantasía (novela, Paris, 1995, traduzida para o francês: The Revenant ), Cronología de Juan Bosch (Santo Domingo, 1995); Um lugar de honra no mundo , a visita oficial à França, Itália e ao Vaticano do Dr. Leonel Fernández Reyna, Presidente da República Dominicana (Santo Domingo, 1999). Entre outras obras, ha traducido al francés: Rumo ao porto de origem , de Juan Bosch, (Prêmio de melhor coleção de contos da Fundação FNAC, Paris, 1988), Trujillo e Haiti de Bernardo Vega (Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1995), Bestiário, gravuras e textos de Iván Tovar (Paris, Antoine Soriano Editeur, 1996). Al español: Nazismo y cultura de Lionel Richard (México, Editorial Diana, 1993), El Castillo de Pau de Paul Mironneau (Paris, Editions de la Réunion des Musées nationaux, 1994), Louvre : la visita , de Pierre Quoniam (Paris, Éditions de la Réunion des Musées nationaux, 1996), Direção Louvre: visita comentada de Catherine Boulot, et all. (Paris, Éditions de la Réunion des Musées nationaux, 1999). Crise do signo, política do ritmo e teoria da língua, de Henri Meschonnic (Santo Domingo, Ed. Ferilibro, 2000). 




LEILA FERRAZ (São Paulo, 1944). Poeta, fotógrafa, artista plástica, ensaísta e tradutora. Junto com Paulo A. Paranaguá e Sérgio Lima formou o trio responsável pela organização da Exposição Internacional do Surrealismo de São Paulo (1967), bem como pela edição de sua revista-catálogo, A Phala. Nessa época viajou duas vezes para Paris, convivendo intimamente com muitos dos membros do grupo surrealista francês. Na década de 1970, inaugurou a galeria Pindorama, em São Paulo, com Eduardo Lunardelli e outros, onde foram realizadas exposições de inúmeros artistas brasileiros, iniciativa que mais tarde se transformou na criação da Cooperativa de Artistas Plásticos de São Paulo. Publicou dois livros de poesia: Cometas e Poemas Plásticos. Está agora a preparar um livro com Floriano Martins, de poemas, colagens, fotografias. Ao lado da escultora Maria Martins, não há dúvidas em apontar seu nome como as duas maiores expressões femininas do Surrealismo no Brasil. Leila Ferraz é a artista convidada da presente edição da Agulha Revista de Cultura.




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Número 246 | dezembro de 2023

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