destructivo y salvador, ¡escúchame, escúchame!
PERCY BYSSHE SHELLEY
Hay un credo que considera que el nido de influencias del
poeta se construye esencialmente con los palos de muchos otros poetas que lee.
Sin embargo, el simple hecho de construir un buen nido no garantiza la llegada
de buenos huevos. Además, el bosque es inmenso, como paisaje y como metáfora, y
requiere dominio de técnicas de supervivencia, atención permanente a las
variaciones climáticas etc. El pájaro-poeta en sí es, ante todo, un estado
espiritual, ese estado dedicado a una búsqueda iniciática, definida tanto por
el canto como por el vuelo. Por eso, la creación nunca se limita a la
observación, por atenta que sea, de un lenguaje de forma aislada.
Existe una
multiplicidad de voces poéticas, como un bosque donde se concentra el trinar de
todos los pájaros, pero cada trinar es diferente, hay un solo pájaro que canta
para después volar a otras ramas. Puede haber un sinnúmero de voces poéticas,
pueden estar todas juntas en un mismo lugar, pero el poeta sabe que cuando
canta –cuando llega el momento de la creación– está solo en el mundo. Por eso
su canto es único, ni mejor ni peor que otros cantos. No hay nada más bello en
el bosque de la poesía que distinguir cada uno de los cantos que emergen, no
importa de cuál nido provienen, solo alcanza con percibir el vuelo del
pájaro-poeta.
En este momento
tiene que buscar una doble enseñanza: la del pájaro mímico políglota,
Cenzontle, con su canto único que se llena de mil voces, y la pincelada única
del maestro Shintao, quien le enseña a romper el manto del tiempo con la
duración del rayo en su imagen irrepetible. El poeta adicto a la metáfora de su
construcción verbal puede llegar a olvidarse de respirar. Los pelícanos y los
murciélagos hacen planes diferentes para cuando cae la noche. El poeta los
observa. Quizás algún día enseñe a sus poemas cómo dormir con una pata torcida
o alimentarse en pleno vuelo.
Pero no todo lo
resuelve la noche. Los pájaros supieron descubrir y dominar el silencio. Sin él
es inimaginable hallar la paz al borde de una rama. Desde la oscuridad del
bosque, ellos esperan la llegada del sol, siempre en completo silencio, para
despertar el día con sus vigorosos y repentinos cantos. Es indispensable que el
poeta haya aprendido de ellos, examinando profundamente qué hacer desde la
sensibilidad de su silencio, para no ahogarse en un canto desesperado de
auxilio, porque ninguna metáfora podrá salvarlo del naufragio que ha provocado
el poema no revelado. Entonces dará cuenta del tiempo perdido, que un rayo lo
ha fulminado antes de amanecer. Y que la paz obra en los pájaros, no en los
poetas.
Seguramente en la
oscuridad de una cueva el poeta escribió su primer poema. Rodeadas de un
silencio pegajoso y sin poder oler el olor bochornoso de aquel ambiente, las
imágenes saltaban como relámpagos que coloreaban la cueva con un aluvión de
sentidos que iban despertando al poeta para regurgitar otras visiones. Poco a
poco empezó a comprender que las palabras sabían volar.
Y pronto habrá que
aprender el grado de fugacidad de las imágenes, como los aforismos que ondulan
en la taza tras el transcurso del té. El ritual de belleza rehecho por la
somnolencia de este desprendimiento contemplativo del silencio. El poeta
termina también descifrando algunas sílabas de la familia de sus puntos
ocultos, ese lugar encargado de abrir el verbo hasta que su paladar revela el
follaje del árbol-madre que, según afirma, alberga la transmigración de todos
los rincones.
Leer es sólo uno de
los caminos en este fértil bosque de la creación, donde el sueño y la vigilia
fertilizan los demás sentidos, lo que oímos y tocamos, el olor y el sabor de
todo lo que está en movimiento, y lo que percibimos como la entrañable mecánica
de la existencia misma.
Pero, ¿qué creamos
mientras creamos? ¿Creamos estilos de escritura, formas de expresión, niveles
de pensamiento? ¿Apostamos al creacionismo huidobriano y hacemos florecer la
rosa, o solo nos alcanza con alabar su sensualidad? ¿Inventamos perseos,
luciferes, dragones, volando en la noche abierta por encima del bosque o nos
refugiamos en viejos dogmas que transpiran junto a una tenue fogata al fondo de
la caverna? ¿Acaso sabemos realmente lo que deseamos crear cuando la musa
golpea la puerta? Sucede que la creación no es asunto de la magia, tampoco un
llamado sobrenatural que trasciende al poeta, menos aún la aparición de
exuberantes imágenes que intentan simbolizar nuestras contradicciones.
Simplemente es la fatalidad que se transforma en poesía.
En otras palabras,
el poema puede ser a la vez síntoma de materia y pozo vital de valores
afectivos. De alguna manera habrá una atracción cósmica sobre lo creado. No del
todo mística, porque el poema es un curioso artefacto que relata de una manera
llena de misterio el paso del hombre por la tierra.
El poema requiere
una liturgia que lo resignifique a través de su lectura. La ceremonia de
escribir debe ser la reverberación de lo onírico, del deseo incompleto, donde
el poeta aprende a diferenciar ángeles y demonios, los terribles rugidos de la
horda creadora cabalgando sobre el barro de un papel en blanco. Para dejar
asentado su paso por la tierra, quien escribe está signado a clavar la espada
en el aire, treinta veces para hacer llover, porque treinta veces fueron las
puñaladas que recibió Calígula después de encender el fuego fatal. De eso trata
el proceso de la creación: un misterioso acto erótico donde se devela la
profecía autocumplida y el poema tal vez ocurra.
Como fuego en manos
de un ilusionista. El mago está dispuesto a cortar el maniquí en tres partes
para luego juntarlas dentro de una caja de la que, tras sus precisos gestos,
salta la mujer y comienza a bailar por todo el escenario. El fuego en el bosque
identifica el alma de los muertos y los numerosos jeroglíficos que el poeta
convierte en profusas atribuciones de su representación del mundo. Víctor Hugo
habló de un bosque enorme para comer,
pero fue el fuego que se arraigó en sus abismos rocosos y encarnó una
frondosidad desnuda y múltiple de enigmas que devoró toda la abundancia
vegetal. El verbo dado al viento era el gran seductor de los espectros, como sugirió Shelley. Así, el poema
aparece a veces como un diagnóstico de su propia paradoja.
Es probable que aquel
poeta romántico nunca haya logrado separarse de sus propias alucinaciones. El
delirio del poeta se asemeja al mito de Prometeo, a partir del deseo
(¿consciente o inconsciente?) de contrariar el orden del mundo que supo establecer
el legado divino desde el origen del tiempo. Aspira que el poema se represente
como redentor de la humanidad, pero se extravía en la espesura del bosque,
obsesionado con el afán de dilucidar sus miedos y sus excesos. Solo liberado de
sí, por el impulso del decir, es cuando el poeta sostiene la voluntad de la
memoria contra la conspiración del olvido. Entonces puede imaginar un nuevo
orden, abrazar la belleza de lo asible y perdurar en la infinitud del lenguaje.
Tan cercana la experiencia poética a la criatura creada por la amada esposa de
Shelley.
Ciertamente hay dos
tipos de monstruos, los que plagan nuestra memoria, como nudos invisibles que
aprietan el alma y hablan un lenguaje de subterfugios, y los que nosotros
mismos tejemos, con los jirones de lenguas adquiridas a lo largo del camino.
Ningún poeta está libre de esta doble exploración del espíritu que cambia
incluso el ritmo de su corazón. No importa si la escritura tiende a la sátira o
a la adivinación. Los poetas son impulsados por el
azar como druidas confiados al reflejo de sociedades, secretas o no. Por eso
las perturbaciones del inconsciente ayudan en el tejido de estas estrellas
anunciadoras que, si no derriban imperios, al menos advierten sobre la
enfermedad de sus ecos.
Nadie puede
advertirnos si el poeta es una criatura piadosa o despiadada, un simulador o una
entelequia, un espectro flotando en las aguas del Aqueronte o un bello
durmiente sobre los jardines de Babel. El poeta cree simbolizar el sueño
secular de su monstruoso desvarío, pero no es él, sino el lenguaje que emerge
de la memoria y busca convertirse en poema. Sabe que la escritura siempre tiene
un patíbulo preparado para él. Varias veces ha sido ahorcado y decapitado, con
la guillotina o el hacha. El poema en gestación lo asusta, sobre todo cuando su
sueño se transforma en realidad y la sentencia está echada. Entonces intuye los
preparativos para su ejecución, huele el aroma agrio de las tablas recién
cortadas, oye golpes de martillo introduciendo los clavos. El patíbulo adquiere
forma y sentido. Ahora lo insignificante se vuelve transcendente. Y siente la
misma embriaguez del trance anterior, donde siempre hay una cabeza que cae y
rueda por la tinta derramada. El poema ha nacido y su creador retorna a la
clandestinidad, a la sinrazón de su conciencia poética.
O quizás la ruptura
entre poema y poeta nunca se produce y siguen conformando este círculo
esotérico que, a través de los siglos, puso en duda la existencia de los
profetas y la omnipotencia de los dioses. Tal vez aprendieron a caminar sin
bastón o nos convenzan que han ardido en la hoguera hasta confesar todos los
pecados. El poeta necesita elevar los estímulos reprimidos por su mala
conciencia; por lo tanto, renueva las viejas conexiones con un Ulises furtivo
que tañe con la espada las entrañas del poema. Quiere llegar a Itaca, pero
antes debe derramar todas sus imperfecciones en las límpidas aguas de la
virtud. El lenguaje lo exige, de lo contrario no podrá sobrevivir. Y el hacedor
está muy lejos. Lo ha dejado solo, apenas sostenido por las paradojas del mito.
Los mitos son
sombras muertas que han perdido la clave para interpretar los símbolos
opuestos. Cada mito sólo aprende a identificar su propia sombra resumida en
algún lugar del gran espejo de los rituales. Los metales ya no corresponden al
tesoro escondido en los trucos del lenguaje. El poeta que va más allá en evocar
la pureza de sus intenciones acaba despertando el vacío negro que lo traga como
una herrería mesiánica. El poeta sabe (debe saber) que el bosque que lo protege
es oscuro como la sombra del renacimiento. Y no permite que Eneas le diga qué
profundidad es benigna y cuál debería evitar.
El poeta también
sabe que deberá desafiar las impolutas reglas del reino divino, escudándose
en el oráculo de Delfos. De esa manera, podrá evitar los trucos que atisbe a su
alrededor. Luego, cuando pueda mirarse en el espejo de su corazón, se dará
cuenta que no es el mismo de antes. Su misión es ver el afuera de infinitas
maneras, para descubrirse por dentro. Tener la libertad de enamorarse de la
belleza del monstruo; hundirse en el espacio vacío de la noche alumbrado por la
luz de una luciérnaga; talar el alto árbol de la ignorancia que cubre la
inmensidad del bosque. En ese lugar, donde mejor respira y sueña el poeta,
vibrará su ímpetu creativo, su compasiva irracionalidad. Revelarse siempre resultó
ser la estrategia más eficaz para no sucumbir ante los estremecimientos
lúbricos del lenguaje. El poeta tiene que volar por encima de la turbia espesura
de contradicciones ancestrales, entre lo místico y lo mítico, lo sagrado y lo
profano. Volar al más allá, con sus miedos y perplejidades. Así, desde su
propia levedad podrá enfrentar a la Gorgona, ayudado por las nubes y el viento,
no con el arco y las flechas, porque en la lucha de medir fuerzas lo bestial no
es aconsejable: el poema lo convertirá inevitablemente en una piedra.
¿Cuál es el verdadero dilema del poeta? ¿Causa o
consecuencia del poema? Tal vez pueda autodefinirse como su gestor irreductible,
porque el texto le concierne del principio al fin. Pero, lamentablemente, el
poema tiene otro destino cuando adquiere su propia identidad. Una vez que
atraviesa el fuego de la creación y constituye su estructura, su lenguaje y su
estilo, el poema recrea la correspondencia a solas con el receptor, llámese
lector u oyente. Deja de parecer objeto en otro para ser sujeto de sí. Porque desde
una página se transforma en mensaje liberador, en acto de suprema belleza, en
grito de auxilio, en canto de amor, en plegaria desolada, en pasaporte a la
verdad o en simulacro de locura. Y el poeta conjetura o simula acompañarlo en
todos los momentos y protegerlo ante la acción de cualquier horda asesina. Ha
sido testigo de las hogueras que ha
presenciado la humanidad. Cada libro incinerado ha significado perder una
minúscula partícula de nuestra memoria. Un granito de sal que se lleva el agua
de la injusticia. Borges creó una alegoría que relata el intento de los hombres
por liberarse del pasado, arrojando a las llamas los bienes materiales, aunque advierte
que les resultará imposible deshacerse del corazón. La llamó Holocausto de la tierra. Nos sirve para
comprobar que todo aquello que atañe enteramente a la esencia del hombre no
puede ser destruido. ¿Acaso la poesía no pertenece a la misma raíz del ser, no
representa el verdadero corazón de la historia?
Un corazón ungido de bondad, pero incapaz de salvar al mundo, aunque el
poeta proclame lo contrario.
CÉSAR BISSO (Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De luvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); Andares; La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano y árabe. Este ensayo fue escrito al alimón con Floriano Martins, en una sesión automática.
FLORIANO MARTINS (Fortaleza, 1957). Poeta, editor, dramaturgo, ensaísta, artista plástico e tradutor. Criou em 1999 a Agulha Revista de Cultura. Coordenou (2005-2010) a coleção “Ponte Velha” de autores portugueses da Escrituras Editora (São Paulo). Curador do projeto “Atlas Lírico da América Hispânica”, da revista Acrobata. Esteve presente em festivais de poesia realizados em países como Bolívia, Chile, Colômbia, Costa Rica, República Dominicana, El Salvador, Equador, Espanha, México, Nicarágua, Panamá, Portugal e Venezuela. Curador da Bienal Internacional do Livro do Ceará (Brasil, 2008), e membro do júri do Prêmio Casa das Américas (Cuba, 2009), foi professor convidado da Universidade de Cincinnati (Ohio, Estados Unidos, 2010). Tradutor de livros de César Moro, Federico García Lorca, Guillermo Cabrera Infante, Vicente Huidobro, Hans Arp, Juan Calzadilla, Enrique Molina, Jorge Luis Borges, Aldo Pellegrini e Pablo Antonio Cuadra. Criador e integrante da “Rede de Aproximações Líricas”. Entre seus livros mais recentes se destacam Un poco más de surrealismo no hará ningún daño a la realidad (ensaio, México, 2015), O iluminismo é uma baleia (teatro, Brasil, em parceria com Zuca Sardan, 2016), Antes que a árvore se feche (poesia completa, Brasil, 2020), Naufrágios do tempo (novela, com Berta Lucía Estrada, 2020), Las mujeres desaparecidas (poesia, Chile, 2022) e Sombras no jardim (prosa poética, Brasil, 2023).
MIREYA BAGLIETTO (Argentina, 1936). Artista, ceramista, pintora, escultora e investigadora, creadora del Arte Núbico. De formación casi autodidacta, es considerada una artista atípica dentro del escenario de las artes visuales de su país. Ha realizado numerosas exposiciones, muchas de ellas a nivel internacional y ha sido reconocida con diversos premios por su trayectoria, incluyendo el premio Konex como una de las cinco figuras más importantes de la historia del arte cerámico argentino y el Gran premio de Honor del Salón Nacional de Artes Visuales. Durante su etapa de ceramista (1958-1978) creó el Taller para Estudios Cerámicos que lleva su nombre, donde se formaron numerosos ceramistas argentinos. A partir de 1985, cuando el Arte Núbico quedó establecido como una tendencia, desarrolló una vasta tarea de docencia tanto en su propio estudio como en diversos centros y universidades argentinas, trabajando sobre el despertar de la sensibilidad creativa en relación con la materia y el espacio atemporal.
Agulha Revista de Cultura
Número 248 | fevereiro de 2024
Artista convidado: Mireya Baglietto (Argentina, 1936)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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