El capitalismo, a pesar de su crisis sistémica y, por ende,
civilizatoria, se expande por todo el planeta de manera violenta, provocando
colosales migraciones y agudas contradicciones en todos los ámbitos y rincones.
Millones de seres humanos se convierten en desechables mientras una minoría se
enriquece cada vez más. Los desequilibrios ecológicos corren parejos a los
socioculturales y económicos. La realidad, en sus múltiples facetas, se muestra
fracturada y en precario equilibrio, como si estuviésemos al borde de un
verdadero holocausto. La virtualidad nos muestra un mundo simulado donde el paraíso
se objetiva en mercancías mientras las nuevas religiones cantan hosannas al
nuevo dios: el mercado total. La consigna es: ¡sálvese quien pueda, no importan
los medios! Y, en tanto lo logre, ¡disfrute del espectáculo!
Esa irrupción agresiva y deshumanizada propicia el
surgimiento de estados totalitarios y de “dictadores democráticos” que buscan
el desmantelamiento del Estado Social de Derecho o Estado Benefactor, lo cual incide
de manera drástica en los presupuestos destinados a la promoción cultural y
artística, a la educación y a la protección del patrimonio en buena parte de
Europa y América Latina, para no hablar del resto del mundo. La ofensiva
neoliberal y totalitaria esgrime un fundamentalismo anti ciencia y anti
humanidades rayano en la esquizofrenia fascista, tal y como antes nunca lo
habíamos visto, parangonable, quizás, con el oscurantismo medieval de la
reforma y la contrarreforma, verdadera guerra fría de aquella época. La
iconoclasia neoliberal solamente admite las ciencias y las tecnologías al
servicio del gran capital y de su reconfiguración totalitaria, es decir, para
los “buenos negocios” –léase evasión y elusión fiscales o migración y legitimación
de capitales, entre muchos otros–, aparatos de control para la vigilancia y el castigo
tales como fraudes mediáticos y electorales, golpes de estado blandos, bloqueos
comerciales, etc., en una palabra, para la guerra; lo demás es prescindible.
La producción artística, por supuesto, no está exenta de esa
estrategia de tabula rasa cultural o, mejor dicho, de tierra arrasada en
todos los campos del saber humanístico y de las ciencias sociales. Así, el arte
se reconvierte también en una mercancía vaciada de todo contenido estético y semiótico
donde lo primordial es la operación financiera oculta en la chistera del gran
prestidigitador que nos presenta objetos vacuos permutados, por magia de birlibirloque,
en obras de arte. Un banano maduro adosado a una pared con cinta adherible puede
presentarse como pieza artística y venderse en cifras astronómicas; lo mismo
una escultura invisible e intangible que podría emplazarse en cualquier plaza o
edificio: se vende el espacio vacío. Ningún ismo, pos o transvanguardia alcanzó
tales niveles de simulacro, cinismo y demencia.
La literatura, las artes escénicas y audiovisuales tampoco
se salvan de ese cernido neoliberal; se privilegia lo liviano, lo que divierte
y entretiene; por ello los “nuevos” poetas, escritores, actores, bailarines, realizadores,
entre otros, bien pueden prescindir de una formación integral o de una
estructura de pensamiento para expresarse. Muchos poetas y escritores, por
ejemplo, no necesitan ya leer porque eso le resta tiempo a su “creación”; mucho
menos pensar, meditar, investigar o interrogarse por su razón de ser en el
mundo junto o frente a los otros. Lo que importa, para el éxito inmediato, es la
técnica per se, aunque la misma sea unilateral, endeble, mediocre, en fin,
diletante. ¡Pero el espectáculo no puede detenerse, la función debe continuar!
Me apresuro a aclarar que cuando hablo de arte, mejor dicho,
de las artes, lo hago desde el amplio sentido de la poiesis. No me
refiero en sentido estricto a las artes visuales, sino al amplio universo de la
creación artística. Entiendo que la Poesía (así, con mayúscula) es la
sustancia, la argamasa, que unifica el quehacer artístico en su conjunto. La
teoría estética, en ese sentido, debe revalorizarse y decolonizarse para
comprender que el arte sin poesía no es arte; será una expresión bella e incluso
sublime, pero sin ese halo vital trascendente que conocemos como poesía, acción
o hecho poético, se torna en divertimento o artefacto para la decoración y el
“buen gusto” burgués, en especial para esa novísima fauna de la legitimación y
el fraude, conocida como “nuevos ricos” y su decadente gusto naif o ecléctico, rayano
en una suerte de lumpenart. La poiesis, en su sentido originario,
debe comprenderse como la fascinación provocada por el proceso que,
mediante múltiples fenómenos asociativos aportados por la percepción, permite
que los diversos elementos de un conjunto se interrelacionen e integren para
generar una entidad nueva, denominada estética, o mejor, aiesthesis. En
palabras decoloniales, se trata de la metáfora en su acción pluriversa e
intensa, es decir de las formas de relacionarnos con el mundo y de hacer mundo
a través de los sentidos. Se trata de la expresión de sentidos, emociones, reflexiones y elementos
simbólicos que permitan la emergencia de nuevas formas de ver y entender el
mundo fuera del patrón de poder colonial (1). Así, la aiesthesis decolonial se distingue de los
principios del arte contemporáneo y en particular de su sujeción a la
temporalidad moderna, abriéndose hacia temporalidades relacionales. Dispone
ejercer una temporalidad distinta que permita, no sólo una crítica radical al
orden de la representación y de la visualidad modernas, sino que ofrezca la
posibilidad de entender la decolonialidad como un movimiento cargado de
esperanza y de posibilidades de nombrar y vivenciar los espacios
interculturales negados por la modernidad.
Es desde estas realidades desiguales y neuróticas, en
términos de procedencia e identidades, donde se produce un arte que, hasta el
siglo XX, ha seguido las pautas del arte europeo, más tarde usamericano, como
un juego de espejos cóncavos invertido. La búsqueda de las razones o
justificaciones identitarias, que nos permitan ser y estar para re/encontrarnos
en nuestra compleja diversidad diferenciados del resto del mundo, nos ha
llevado por senderos conceptuales y proyectos sociopolíticos y culturales como
los de una “raza cósmica”, un mestizaje mágico y folclorizante o una hibridación
cultural fantástica, que siempre terminan difuminando aquellas mismas
búsquedas.
Se nos dice que el arte latinoamericano no ha existido ni
existe como tal, y si lo hay es un constructo que se moviliza a mediados del
siglo XX por medio de intelectuales, críticos y agentes como Marta Traba y José
Gómez Sicre (3). Ciertamente la labor de Traba fue muy fructífera en tanto
logró desactivar el discurso de un arte derivativo del europeo, para enraizarlo
en un contexto propio con cualidades también propias. Pero, probablemente,
sesgó mucho esa identidad artística al proponer un “arte de la resistencia”
ante un “arte entregado” o una “estética del deterioro” permeado por las pos y
transvanguardias abstractas usamericanas. No supo valorar, quizás, que el
artista latinoamericano también podía apropiarse de esos lenguajes para
expresarse desde su propia interioridad y desde su propia historia.
Es claro que a finales del siglo XX y a principios del XXI, el arte
latinoamericano inició un giro en esa dirección, respondiendo a los nuevos
tiempos de internacionalización globalizantes para participar de un
metalenguaje artístico multinacional desde la diferencia. Los contenidos
culturales y de procedencia tienden a expresarse de manera más interna,
tamizados por las subjetividades de los artistas que arriesgan conceptualmente,
aunque ya sin la militancia de la objetividad sociocultural. Muchos de ellos se
desmarcan desde la decolonialidad, sin desdeñar los aportes de las culturas
metropolitanas, tanto técnicos como conceptuales, pero desde sus propias
vivencias antropocósmicas. Se trata de una especie de arte fronterizo que
comprende a cabalidad el intercambio y la simbiosis entre lo euro/usamericano/occidental
y lo propio, entre lo impuesto y lo renovado, sin perder sus esencias, sus
vigorosas raíces.
Ya esa visión fronteriza había sido
vislumbrada por la “antropofagia” brasileña expuesta por el poeta Oswald de
Andrade en 1928 (4) y desarrollada por el modernismo brasileño como una forma
de apropiación crítica y metabólica de las tendencias artísticas europeas,
occidentales. El concepto se ha convertido en fórmula para apuntalar la siempre
esquiva resistencia anticolonial de la cultura latinoamericana, con su proclividad
a imitar para “ser” y “estar” en la movida del occidente hegemónico. De tal
modo que la antropofagia brasileña supone una estrategia ofensiva
descolonizadora y paradójica: engullir la cultura dominante en beneficio de la propia.
Luego del manifiesto poético, la interesante metáfora antropofágica ha sido
desarrollada por la crítica como concepto central en la dinámica sociocultural
del continente. Su novedad consiste en que, además de describir una tendencia ya
presente, desde los primeros días de la colonia, propuso una línea de acción. Por
otra parte, se vigorizó con el auge de las ideas posestructuralistas y
posmodernas acerca de la apropiación, la resignificación y la validación de la
copia, que subrayan las tácticas antropofágicas de resignificación,
transformación y sincretismo.
En el fondo, el concepto de Marta Traba sobre la “resistencia”
continúa vigente, pero sin negar ni rechazar las matrices occidentales
hegemónicas, más bien aprovechándolas en beneficio propio. La resistencia es
más dúctil: se encaja el golpe con harta flexibilidad (como los largos y cimbreantes
troncos del bambú), pero se retorna un producto desde lo local con una
perspectiva internacional. La obra de muchos artistas “más que nombrar,
describir, analizar, expresar o construir contextos”, se realiza desde sus
intersticios y posibilidades en términos internacionales. “El
contexto deja así de ser un locus `cerrado`, relacionado con
un concepto reductor de lo local, para proyectarse como un lugar de
enunciación desde el que se crean las obras, un espacio desde donde
se construye naturalmente la cultura internacional” (5).
Es patente, sin embargo, que la globalización
neoliberal, con toda la parafernalia de la cultura masiva y del discurso único
en sus provocativas tecnologías, plantea problemas también globales, entonces el
artista latinoamericano debe asumirlos desde su propio devenir con rasgos
propios, aunque se exprese en lenguajes metropolitanos o procedentes de las
culturas hegemónicas. Esas propuestas poseen, más bien, un carácter
marcadamente contra hegemónico y de esfuerzo heterogéneo. Los lenguajes se
pluralizan y adquieren connotaciones propias en una suerte de “nacionalización”
artística o de empoderamiento étnico. Muchos artistas se atreven a participar,
desde el aquí, en las dinámicas de los lenguajes artísticos internacionales, tratando
de re/significar las complejidades socioculturales del subcontinente con su
pluralidad de contrastes y desigualdades, para intentar comprender las
contradicciones y los matices de sus intensas realidades. Ya no se trata de
construir un “lenguaje latinoamericano” distintivo, sino de incidir, desde sus
propias raíces, con los debidos intercambios y apropiaciones, en los lenguajes
internacionales sin nacionalismos, quejas o acusaciones sobre la subalternidad.
Lo anterior
debe precisarse, dado que no se trata de una simple asimilación de lenguajes
hegemónicos, como en la antropofagia. Más bien se trata de revalorizar Latinoamérica
como un amplio espacio/tiempo de asimilaciones, confrontaciones, resistencias, aperturas,
tradiciones, traiciones (6) y cierres al
paradigma moderno central o metropolitano, es decir, a la
modernidad/colonialidad y su “colonialidad del poder” (7). En ese amplio
cronotopo hay una lógica de inclusiones y exclusiones, de desprendimientos y disidencias,
incluso de migraciones e inmigraciones, que marcan la movilidad del arte
latinoamericano del siglo XX como puntos de llegada (¿o de salida?) al siglo XXI.
Para que el
arte latinoamericano se situé en el horizonte de expectativas del denominado
“arte internacional”, debe comprender que se trata de cambiar los términos de
la conversación: no insistir más en mirarse a los espejos de la modernidad,
sino de voltearlos para que la modernidad logre difractar y contemplar la
colonialidad, parte oculta en el anverso del azogue. Para producir otro
arte es necesario el desprendimiento epistemológico desde la pluralidad de
puntos de enunciación geo/históricamente situados. En una palabra, abrir el pensamiento
a otros saberes, prácticas, estéticas y tecnologías, especialmente
olvidados por la estrategia colonial de la modernidad. Esa apertura del
pensamiento ya no se correspondería con las disciplinas del arte y la imagen
eurocéntricas, sino que, a partir de un enfoque inter y transdisciplinario,
abordaría la propia constitución de estos campos del saber articulados al
surgimiento de la modernidad/colonialidad. Para ello se precisa de un diálogo
inter/epistémico con saberes, imágenes, escrituras y visualidades otras,
producidas por movimientos, grupos y culturas subalternos que desobedecen la
autoridad cultural del mundo occidental y que se expresan por fuera de las
instituciones de producción de saberes establecidas.
Frente al
mito universalista y eurocéntrico de la modernidad, se debe operar un cambio
radical en la conversación y un reposicionamiento de la mirada y lo mirado con
una doble situación geopolítica y de la “corpopolítica” (8), asunto central
para la poiesis planteada. De este modo se comprenderá la profunda
imbricación que tienen la sensibilidad y la producción simbólica y reflexiva con
las jerarquías no sólo geográficas, espirituales, étnicas, lingüísticas, sino
también raciales, de clase, de género y sexuales. A partir de la indagación de
la relación de los dispositivos estéticos con la colonialidad del poder,
permanentemente negada por el eurocentrismo y el occidentalismo, será posible
entender las diversas jerarquías producidas en la época de la reproductibilidad
técnica de la imagen y de las diversas tecnologías de producción audiovisual.
Finalmente,
debe puntualizarse que tanto los artefactos artísticos como los dispositivos
audiovisuales, operan a partir de una red de mediaciones que actualizan la capacidad
de recepción en su doble mirada (la del artista y el espectador, mediados por
el crítico, curador, galerista, o profesor) en un momento caracterizado por el
capitalismo cognitivo, la era de las comunicaciones, las novísimas tecnologías
de la imagen y el sonido, la cultura audiovisual, las industrias culturales y
la incorporación occidental del otro en el contexto de la globalización. Dicho
de otro modo, que existe una colonialidad del sentir, del hacer, del ver, del
oír, del degustar, que, tanto el artista como el receptor, deben superar para
liberarse de jerarquías y linealidades en el amplio espectro del arte
contemporáneo y sus circuitos de producción, circulación y consumo.
NOTAS
1. Según Walter Mignolo
la aeshtesis, la cual podemos entender
como naturaleza de los sentidos o de la “percepción”, de la “sensibilidad”, fue
apropiada por el pensamiento imperial a partir del siglo XVIII y transformada
en aestética, estética: sentimiento de
lo bello y lo sublime. Con el correr del tiempo lo sublime pasó a segundo plano
y lo bello encadenó la estética la cual quedó limitada al concepto occidental
de arte. (Mignolo,
Walter. 2009: Desobediencia epistémica: Retórica de la modernidad, lógica de la
colonialidad y gramática de la decolonialidad. Buenos
Aires, Argentina: Ediciones del signo).
2. Ardao, Arturo. (1991). Nuestra América
Latina, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1986; Lulú
Jiménez: Caribe y América Latina, Monte Ávila Editores y Centro de
Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Caracas.
3. Mosquera, Gerardo. (1996). “El arte
latinoamericano deja de serlo”, en ARCO Latino, Madrid.
4. de Andrade, Oswald. (1928). “Manifiesto
antropófago”, en Revista de Antropofagia, Sao Paulo, año 1, Nro. 1,
mayo de 1928.
5. Mosquera, Gerardo. “Arte desde América Latina. Identidad, globalización y dinámicas culturales”.
Versión escrita de la conferencia impartida el 7 de octubre de 2019 en
el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, como parte del
curso Atlas portátil del arte en Latinoamérica, organizado por
la Fundación Amigos Museo Reina Sofía, y dirigido por
Estrella de Diego. Publicada con autorización del autor y Fundación Amigos
Museo Reina Sofía en la revista de arte contemporáneo ARTISHOCK. https://artishockrevista.com/2019/12/04/arte-america-latina-gerardo-mosquera/
6. Paz, Octavio. (1990). Los hijos del limo. Barcelona, España:
Biblioteca de Bolsillo.
7. Según
Aníbal Quijano (2000. Colonialidad del
Poder, Eurocentrismo y América Latina. En: Edgardo Lander, comp. Colonialidad
del Saber, Eurocentrismo y Ciencias Sociales. CLACSO-UNESCO), colonialidad
del poder es un concepto que da cuenta de uno de los
elementos fundacionales del actual sistema de poder global: la clasificación
social básica y
universal de la población del planeta en torno a la idea de “raza”; las “razas superiores”
ocupan los
mejores puestos en la cadena productiva, las inferiores los marginales. Esta
noción y la clasificación social que comporta se originan,
junto con los conceptos de América, Europa y el capitalismo, hace quinientos
años. Son la más profunda y perdurable expresión de la dominación colonial impuesta en el curso de
la expansión del colonialismo europeo. Desde entonces, en el
actual patrón mundial de poder, impregnan todas y cada una de
las áreas de la vida social y constituyen la más profunda y eficaz forma de
dominación sociocultural, material e intersubjetiva, y son,
por eso mismo, la base universal de dominación política dentro en el actual
sistema-mundo. Es útil subrayar que los términos “colonialidad”
y “colonialismo”
dan cuenta de
fenómenos y de cuestiones diferentes. El “colonialismo”
no se refiere
a la clasificación social universalmente básica que existe en el mundo desde
hace quinientos años, sino a la dominación
político-económica de unos pueblos sobre otros y
es miles de años anterior a la colonialidad. Ambos términos están relacionados: la colonialidad
del poder no habría sido posible, por supuesto, sin el específico colonialismo europeo. Es
decir, la colonialidad del poder tiene origen y carácter colonial y es el rostro oculto de
la modernidad capitalista, pero ha probado ser más duradera y estable que el
colonialismo, en cuya matriz fue establecida. Implica un elemento en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico. Se trata de una perspectiva
del mundo, la especie y la historia que, elaborada sistemáticamente en Europa desde el siglo
XVII, logró ser impuesta en el “centro”
y “las
periferias”, como racionalidad única, y logró
hegemonía en el mundo
como resultado de la misma colonialidad del poder.
8. Grosfoguel, Ramón. (2007). “Implicaciones de
las alteridades epistemológicas en la redefinición del capitalismo global:
transmodernidad, pensamiento fronterizo y colonialidad global”. Uno
solo o varios mundos. Diferencia, subjetividad y conocimientos en las ciencias
sociales contemporáneas. Eds. Mónica Zuleta et al. Bogotá: Siglo del
Hombre Editores y Santiago: Universidad Central. Medio impreso.
ADRIANO CORRALES ARIAS (Costa Rica, 1958). Poeta, escritor y crítico. Ha publicado más de 25 libros en poesía, novela, cuento, ensayo y teatro. Fue profesor catedrático e investigador de la Escuela de Cultura del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano, ruso, japonés y portugués. Colabora con varias publicaciones latinoamericanas.
SÉRVULO ESMERALDO (Brasil, 1929-2017). Escultor, grabador y dibujante, Sérvulo Esmeraldo se inició profesionalmente en Fortaleza, a finales de los años 1940, en los talleres libres de SCAP – Sociedade Cearense de Artes Plásticas. Trasladado a São Paulo en 1951 para estudiar arquitectura, se sintió atraído por la efervescencia de la 1ª Bienal y su revolución artístico-cultural. Su exposición realizada en el MAM (SP), en 1957, le acreditó para un año de estudios en París, becado por el gobierno francés. Una temporada que se saldó con una estancia de más de veinte años. Y en el desarrollo de una obra plural y con muchas vertientes. En París, asistió a los talleres de Litografía de la École Nationale des Beaux-Arts y de Grabado en metal de Johnny Friedlaender, dedicándose en gran medida a este último, habiendo realizado incluso grabados a partir de gouaches y pinturas para Serge Poliakoff. Poseedor de una considerable obra grabada, editada y distribuida por importantes editoriales europeas, a mediados de los años 1960, Esmeraldo estaba decidido a no dedicarse exclusivamente al grabado. Estaba interesado en poner en práctica sus proyectos cinéticos. De la misma época datan las esculturas de plexiglás en blanco y negro, cuyo interés es la topología del volumen. Inició su regreso a Brasil en 1977, trabajando en proyectos de arte público que incluían esculturas monumentales en el paisaje urbano de Fortaleza, ciudad donde estableció su estudio en 1979. Fue creador y curador de la I y II Exposición Internacional de Arte Efímero. Esculturas (Fortaleza, 1986 y 1991). Con importantes exposiciones realizadas y participación en salones, bienales y otras exposiciones colectivas en Europa y América, su obra está representada en los principales museos del país y en colecciones públicas y privadas de Brasil y del exterior. Artista invitado en esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 249 | março de 2024
Artista convidado: Sérvulo Esmeraldo (Brasil, 1929-2017)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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∞ contatos
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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