sábado, 13 de abril de 2024

INMACULADA GARCÍA HARO | Misoginia y vanguardia: Dora Maar como prototipo de disipación

 Los movimientos de vanguardia artística y literaria que se desarrollaron a principios de los años 20, fueron, en la mayoría de los casos, movimientos de transgresión, no solo de los supuestos formales del arte, sino de la sociedad burguesa occidental. Sin embargo, muchas mujeres han pagado un alto precio al haberse involucrado en estas corrientes socioculturales marcadas, en muchos casos, por un alto componente misógino. Era una doble discriminación: la de la sociedad, por saltarse del todo las reglas realizando una actividad pública, prestigiosa y capaz de proporcionar dinero, algo impropio de las mujeres, y la de sus propios compañeros de filas. “Muchas artistas se acercaron al surrealismo, pero siempre quedaron fuera del círculo de artistas que redactaron los manifiestos y la teoría. Es más: las mujeres surrealistas se sintieron ajenas a la teoría que este movimiento tenía sobre la mujer y no lograron librarse de los conflictos que generaba el despegarse del rol femenino tradicional. El movimiento las consideraba musas, niñas, brujas y, a la vez, estaban en contra del matrimonio y la familia”.

La profesora Victoria Combalía se cuestiona las diferentes causas por las que las mujeres de la vanguardia no tuvieron el mismo nivel de repercusión que sus homónimos varones. Uno de los motivos que arguye es que estas mujeres estuvieron solas en sus procesos de creación, “eran seres muy aislados o compañeras de ruta de artistas masculinos, pero jamás líderes o cabezas de fila de movimientos artísticos. No existen paralelos femeninos de Picasso, Mondrian, Malevich o Pollock, pero no dejamos de preguntarnos qué hubiera sido de Hilma af Klimt, que hacía abstracción en 1910 pero que se consideraba una médium, si hubiera sido hombre, o qué hubiera sido de Lee Krasner de no haber sido la esposa de Polllok. O Dora Maar, si no hubiera conocido a Picasso, ¿hubiera estado e la altura de Cartier Bresson, tal vez?, suponemos que sí, aunque es difícil conjeturar sobre la genialidad”.

Ésta última, Dora Maar, es sin duda un clarísimo ejemplo de la misoginia reinante en estos movimientos, quedando totalmente anulada por su relación sentimental con Picasso y, con anterioridad, con el controvertido filósofo y revolucionario francés Georges Bataille.

Henriette Theodora Markovitch nació en París el 22 de noviembre de 1907, hija del arquitecto yugoslavo Joseph Markovitch y de Julie Voisin, originaria de Tours. Joseph Markovitch, “Marko” para la familia, trabajo en Zagreb con el mejor arquitecto Croata de su época. En 1986, se traslada a París con excelentes recomendaciones de la Embajada austrohúngara, diseñando el pabellón Nacional de Bosnia Herzegovina en la Exposición Universal de París de 1900. Pero, donde verdaderamente hizo fortuna y desarrolló una importante trayectoria profesional, fue en Buenos Aires. Dora vivió su infancia y adolescencia en Argentina donde su padre recibió numerosos encargos, aunque eran frecuentes sus regresos a París. A pesar de que su familia paterna probablemente era judía, y su padre era masón, ella se educó en el catolicismo, cuyo misticismo fue su refugio en los últimos años de su vida. Dora hablaba perfectamente español, algo que cautivó enormemente a Picasso, además de francés, el idioma que se hablaba en la familia, e inglés. Era una familia muy cosmopolita que viajaba a países de todo el mundo.

En 1927 Dora se matriculó en la academia de André Lhote de
París donde trabó amistad con Henri Cartier Bresson y en la École de Photografie de la Ville de París. Cartier Bresson dijo de ella que era una notable fotógrafa. Su carrera profesional la inició con Pierre Kefer, con el que colaboró entre los años 1931 y 1934, aunque, previamente, había trabajado en el estudio de Harry Ossip Meerson, que había adquirido renombre al fotografiar a Marlene Dietrich en 1929.

Ya, con su propio estudio, como tantos fotógrafos de los años 30, Dora Maar compatibilizaba la fotografía creativa con la de encargo realizando retratos, fotografía de moda, fotografía de calle y una importante serie de obras surrealistas. Firmó y expuso públicamente sus fotografías que aparecieron en las mejores revistas especializadas y en las publicaciones surrealistas. Muy interesante es la relación de amistad de Dora con Man Ray que le hizo “la corte”, la fotografió y la alabó como fotógrafa y con Brassaï, otro fotógrafo muy importante de esta época.

La galerista parisina Denise René afirmaba que Dora “era una gran fotógrafa, muy respetada en su tiempo” y, respecto a su apariencia física la describía como “muy seria y distante”. Siempre fue descrita como una mujer de gran belleza y elegancia, hasta el punto de ganarse el apodo de “esfinge”; sus manos destacaban por su finura, las llevaba lacadas en rojo y afiladas, moda que se impuso en los años 30.

Sin duda en estos años la vida de Dora da un giro de trescientos sesenta grados dado que, de ser una joven de la alta sociedad, se convierte en una artista comprometida políticamente al tomar contacto con el movimiento surrealista, el grupo Masses y con el Groupe Octobre; pasó de esquiar en Los Alpes a ser una militante de izquierdas, algo muy común en los artistas de origen burgués de la época, en contraposición al auge de la extrema derecha.

Con la crisis económica de los años 30 Francia tenía una situación económica pésima: “La revolución social, de uno u otro signo, se consideraba como la única alternativa posible a las condiciones de vida infrahumanas que sufrían la mayoría de los ciudadanos: en efecto, los que estaban en paro, los desposeídos y los vagabundos… eran legión. Ellos no serían un tema más en la carrera fotográfica de Dora, sino que constituirían uno de los motivos más importantes de su obra…”

En sus Fotografías de calle captó las miserias de las urbes, a personajes tullidos y vagabundos, muy del gusto surrealista. Lo popular y lo excéntrico protagonizan la serie que realizó en Barcelona en 1934 de la que destaca Muchacho durmiendo en La Boquería.

A finales de los años veinte la fotógrafa había entablado amistad con Paul Éluard y entre los años 1933 -1934 fue amante del célebre filósofo y revolucionario Georges Bataille, líder de los grupos más extremos de la izquierda francesa y conocido por sus excentricidades, relación que, sin duda, dejó huella en la autora. Aunque nunca se afilió al partido comunista, firmó el manifiesto Llamada a la lucha, en el que numerosos intelectuales hacían un llamamiento a la huelga general a raíz de los motines fascistas del 1934.


La relación con Bataille (1897-1962) marcó la vida de Dora. Este autor contribuyó al pensamiento del siglo XX con sus estudios sobre Sade y Nietzsche, así como con la fundación del grupo de agitación política Contre-Attaque, en el que participó André Bretón, y, con posterioridad, la sociedad secreta Acéphale. Sin duda, fue un hombre con grandes desequilibrios afectivos dada su infancia difícil, en la que, probablemente, sufrió abusos sexuales por parte de su padre. En algunas de sus obras manifiesta su tendencia al sadomasoquismo en el ámbito sexual y, durante el periodo de tiempo que mantuvo una relación con Dora Maar también tuvo otra con Colette Peigot. La relación de ambos se mantuvo a lo largo de todas sus vidas dada la admiración que Bataille sentía por Dora por su inteligencia e intelectualidad, además de compartir un particular humor negro y un gusto por lo deforme y monstruoso que Dora reflejó en su obra.

En 1933 viaja a España, en concreto a Cataluña, sola y sin encargo, como hizo el año anterior Henry Cartier-Bresson, y, ese mismo año, Man Ray. Fotografió, entre otros, edificios de Gaudí, pero, sin duda, las escenas de calle y de tullidos, así como del Mercado de la Boquería, en plenas Ramblas de Barcelona, fueron su mayor fuente de inspiración. Una de sus mejores obras es su Mendiant aveugle (Mendigo ciego).

También realizó fotos en Tossa del Mar, localidad de inspiración de muchos artistas.

Dora Maar formó parte del grupo surrealista, con el que entró en contacto a través de su amigo, el poeta Paul Éluard. Fue un miembro activo en el grupo al igual que otras mujeres, pero no fue hasta las décadas de 1980 y 1990 esto no se reconoció.

Entre sus obras surrealistas más interesantes la que se considera una de sus mejores fotografías es, sin duda, Retrato de Ubú (1936), así como 29, rue d’Astorg (1935-1936) y El Simulador.

Del grupo surrealista cultivó, sobre todo, amistad con Paul y Nusch Éluard, André Breton y su mujer Jaquelin Lamba, Man Ray, Meret Oppenheim, etc., y participó en todas las exposiciones del grupo que se desarrollaron en Tenerife, Nueva York, París y Londres. Sin duda la obra de Dora Maar ha ejercido una gran influencia en la fotografía actual.

La fotografía de moda y publicidad la ejerció durante toda su carrera como fotógrafa. Siempre destacó su vanguardia formal. Es el caso del retrato que hizo a Nusch Éluard titulado Los años os acechan, para un anuncio de crema de belleza… o la serie titulada Publicité pour Pétrole Hahn (publicidad para Pétrole Hahn (loción capilar)

Una de las mejores fotografías de Dora sería un retrato de una modelo de mucha fama en su momento: “Assia”, a la que hizo un fantástico retrato titulado: “Desnudo a la sombra”.

En el verano de 1936 Picasso y Dora Maar iniciaron una tormentosa relación dado que Dora no solamente era seductora, sino independiente y con ideas propias. Paul Éluard los había presentado en la proyección para la prensa de El crimen del señor Lange de Jean Renoir, a principios de ese mismo año, pero no fue hasta mediados de 1936, en la cafetería Les Deux Magots, cuando empezaron la relación. La mítica y ya conocida escena en la que Dora se quitó lentamente los guantes de lana negros y, mientras hablaba, se divertía lanzando sobre la mesa una navajita entre sus dedos separados cautivó y sedujo a Picasso; a veces se hacía sangre y, fascinado, Pablo pidió a la joven que le diera sus guantes que guardó en una vitrina de su estudio donde conservaba sus objetos más preciados. Es evidente que Picasso quedó deslumbrado por Dora, no solo por su belleza y su aventura con Bataille, sino por su inteligencia y personalidad. Con ella podía hablar de cualquier asunto político, social o cultural.

A pesar de no ser muy alto Picasso poseía una presencia imponente. El mechón moreno sobre su frente, sus ojos negros y su mirada penetrante fascinaban. Su simpatía era natural y arrolladora. Era accesible y amable, pero, al igual que Dora, era proclive a los accesos de ira. Era egocéntrico e histriónico, le encantaba hacer payasadas y ser el centro de atención. Tenía mucha luz y, según Ruth Henry, cuando él entraba se iluminaba todo; era como el sol. Él, ya un dios indiscutido en todo el mundo del arte, seguía casado con la rusa Olga Khokhlova, madre de su hijo Paulo, y compartía casa con la sueca Marie-Thérèse Walter, madre de Maya. La pasión amorosa entre ambos estalló con tal furia que parecía que nada de lo que ocurría a su alrededor importaba. Como a sus anteriores (y posteriores) mujeres, Picasso la retrató decenas de veces. Era su modelo y su musa.

Pero el indudable genio con los pinceles, hizo muchísimo daño a las mujeres a las que supuestamente amó, a quienes también trató de forma tiránica y despiadada. Fuentes de inspiración y objeto de deseo, iba hilvanando amantes y esposas, siendo infiel si no a todas, a casi todas ellas. La evolución de su representación por parte del artista malagueño refleja el proceso que fue sufriendo Dora. “El cuerpo de Dora enseguida se llenó de intrincadas aristas hasta deformarse brutalmente, fruto del afán destructor de Picasso como de erigir a su amante como símbolo de la angustia individual y colectiva”.

Al inicio de su relación con el artista, Dora escribe esta frase: “Querido Picasso. Si se reuniera en un llano a todos los perros que han existido con un solo hombre, un solo dueño, qué fuerza tendría ese gran amor, la bondad, la resignación de cada uno de esos perros por su dueño. Lo amo, y así es como quiero amarlo (…)”.

La frase es sobrecogedora por lo que indica de sumisión y masoquismo. Y, en efecto, la relación que los unió fue sadomasoquista, en la que Picasso actuó como un maltratador psicológico y ella como la víctima. Pero, al igual que sucede en la vida real, el maltratador era inteligentísimo, simpático y hasta ocasionalmente colaborador intelectual. Y ella era una mujer hecha y derecha, con gran carácter y una vida propia de fotógrafa ya reconocida. Su admiración incondicional por él se plasmó también en los dibujos que ella realizó durante su relación con él.

Además, la fotógrafa creó la magnífica serie de fotografías del Guernica en el que dató todo su proceso de realización, además de gestionar la ocupación del estudio de la Rue des Grands-Augustins de París para poder llevar a cabo una obra de esas dimensiones en 1936, estudio que Picasso mantuvo hasta 1955. Junto al genial artista retomó también su afición a la pintura que no abandonaría hasta la vejez.

En 1943 Picasso conoce a Françoise Gillot y abandona a Dora que, en 1945 sufrió un arrebato de locura y, a instancias de Picasso, estuvo internada en el hospital de Sainte Anne del que Paul Éluard la sacó para ponerla en manos del entonces joven psicoanalista Jacques Lacan.

Durante los cincuenta años restantes de su vida Dora Maar se recluyó en su pintura y la religiosidad y el misticismo, alternando entre en la casa que Picasso le había regalado en Ménerbes, al sur de Francia, un imponente caserón de tres plantas, con 18 ventanas de porticones pintados de verde oscuro y una entrada de piedra tallada, y un apartamento de la rue de Savoie en París. Hoy en día la casa es una magnífica residencia para escritores y artistas, decorada con excelente gusto, cuya imagen está impresa en los productos de merchandising que el lugar exhibe y vende (Portada de la casa de Ménerbes).

Allí se exponen los Dibujos de atelier, que han sido prestados por unos coleccionistas y se muestran por primera vez públicamente. Algunos pertenecen al período de su convivencia con Picasso y otros son posteriores. Dora Maar había aprendido a pintar en la Academie Lhote y, hacia 1937 retomó la pintura, que ya no abandonaría.

A pesar de que fueron muchas las personalidades que intentaron conectar con ella, la artista era muy reservada con la vida pública, sobre todo porque evitaba seguir siendo “una de las mujeres de Picasso”. A pesar de todo sí acudía a algunos actos públicos durante los años 50 y 60 y la relación con algunos familiares de Picasso era fluida. Sin embargo, la doctora Victoria Combalía realizó una ingente labor de recuperación de su obra y su memoria que se vio reflejada en su libro Dora Maar. Más allá de Picasso, tras las largas conversaciones telefónicas que pudo mantener con ella desde 1993, que se tradujeron en numerosas exposiciones retrospectivas en diferentes ciudades españolas, francesas y alemanas que la artista pudo disfrutar en vida. Entre 1998 y 1999 se celebraron en París grandes subastas públicas de sus bienes en las que se vendieron casi todas sus fotografías y más de ciento cincuenta obras de Picasso, constituyendo un evento mundial de primer orden, pero, para entonces, la artista ya había fallecido el 16 de julio de 1997.

 

 


INMACULADA GARCÍA HARO (España, 1963). Es licenciada en Filosofía y Letras (Sección Geografía e Historia –especialidad Historia del Arte–) por la Universidad de Málaga y, desde 1987, ha desempeñado funciones de Técnico Superior en la Administración Pública. Cuenta con numerosas publicaciones de poesía entre las que destacan: La ruta sagrada (Málaga, 1996), Verbo ungido (nº 2 de la Colección Wallada. Edic. Alas, 2001), Sirenas ancestrales (Hummus Proyect, 2001), Guardián de riquezas (primer premio del III Certamen de poesía Amatista, Coín, 2003), Mástil de Araucaria (nº 8 de la Colección Wallada. Edic. Alas, 2005), Centros –haikus– (Edit. Rubeo, 2010), Las hijas de Yemayá (Edit. El desván de la Memoria, Madrid, 2013), Uno de corazones (cuadernos Monográficos Publicapitel. Málaga, 2015), La sangre de Erato (Ediciones del Genal. Málaga, 2016), Las moradas del agua (Colección de poesía Wallada de Alas. Edit. ExLibris, Antequera, 2020) y Los perfiles del frío (Granada. Valparaíso ediciones, 2022). Su obra ha sido traducida al inglés, al rumano, al holandés, al alemán, al húngaro, al italiano, árabe, catalán, asturiano, valenciano, gallego y vietnamita. En narrativa ha publicado, entre otros títulos, Historias de babilú (Colección Torremocha. Edit. Rubeo, Barcelona, 2010) y ha participado en numerosas publicaciones colectivas.

 

JAVIER MARÍN (México, 1962). Con una trayectoria activa de más de treinta años, la obra de Javier Marín gira en torno al cuerpo humano como entidad integral, involucrando el análisis en el proceso creativo basado en la construcción y deconstrucción de formas tridimensionales. Aunque la escultura ha sido su punto focal, ahora incluye el dibujo y la fotografía como disciplinas centrales. Javier Marin es el artista invitado de nuestra presente edición de Agulha Revista de Cultura.





Agulha Revista de Cultura

Número 250 | abril de 2024

Artista convidado: Javier Marin (México, 1962)

editora | Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

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