La profesora Victoria Combalía se cuestiona las diferentes
causas por las que las mujeres de la vanguardia no tuvieron el mismo nivel de repercusión
que sus homónimos varones. Uno de los motivos que arguye es que estas mujeres estuvieron
solas en sus procesos de creación, “eran seres
muy aislados o compañeras de ruta de artistas
masculinos, pero jamás líderes o cabezas de fila de movimientos artísticos. No existen
paralelos femeninos de Picasso, Mondrian, Malevich o Pollock, pero no dejamos de
preguntarnos qué hubiera sido de Hilma af Klimt, que hacía abstracción en 1910 pero
que se consideraba una médium, si hubiera sido hombre, o qué hubiera sido de Lee
Krasner de no haber sido la esposa de Polllok. O Dora Maar, si no hubiera conocido
a Picasso, ¿hubiera estado e la altura de Cartier Bresson, tal vez?, suponemos que
sí, aunque es difícil conjeturar sobre la genialidad”.
Ésta última, Dora
Maar, es sin duda un clarísimo ejemplo de la misoginia reinante en estos movimientos,
quedando totalmente anulada por su relación sentimental con Picasso y, con anterioridad,
con el controvertido filósofo y revolucionario francés Georges Bataille.
Henriette Theodora Markovitch nació en París el 22
de noviembre de 1907, hija del arquitecto yugoslavo Joseph Markovitch y de Julie
Voisin, originaria de Tours. Joseph Markovitch, “Marko” para la familia, trabajo
en Zagreb con el mejor arquitecto Croata de su época. En 1986, se traslada a París
con excelentes recomendaciones de la Embajada austrohúngara, diseñando el pabellón
Nacional de Bosnia Herzegovina en la Exposición Universal de París de 1900. Pero,
donde verdaderamente hizo fortuna y desarrolló una importante trayectoria profesional,
fue en Buenos Aires. Dora vivió su infancia y adolescencia en Argentina donde su padre recibió numerosos encargos, aunque
eran frecuentes sus regresos a París. A pesar de que su familia paterna probablemente
era judía, y su padre era masón, ella se educó en el catolicismo, cuyo misticismo
fue su refugio en los últimos años de su vida. Dora hablaba perfectamente español,
algo que cautivó enormemente a Picasso, además de francés, el idioma que se hablaba
en la familia, e inglés. Era una familia muy cosmopolita que viajaba a países de
todo el mundo.
Ya, con su propio estudio, como tantos fotógrafos
de los años 30, Dora Maar compatibilizaba la fotografía creativa con la de encargo
realizando retratos, fotografía de moda, fotografía de calle y una importante serie
de obras surrealistas. Firmó y expuso públicamente sus fotografías que aparecieron
en las mejores revistas especializadas y en las publicaciones surrealistas. Muy
interesante es la relación de amistad de Dora con Man Ray que le hizo “la corte”,
la fotografió y la alabó como fotógrafa y con Brassaï, otro fotógrafo muy importante
de esta época.
La galerista parisina Denise René afirmaba que Dora
“era una gran fotógrafa, muy respetada en su tiempo” y, respecto a su apariencia
física la describía como “muy seria y distante”. Siempre fue descrita como
una mujer de gran belleza y elegancia, hasta el punto de ganarse el apodo de “esfinge”;
sus manos destacaban por su finura, las llevaba lacadas en rojo y afiladas, moda
que se impuso en los años 30.
Sin duda en estos años la vida de Dora da un giro
de trescientos sesenta grados dado que, de ser una joven de la alta sociedad, se
convierte en una artista comprometida políticamente al tomar contacto con el movimiento
surrealista, el grupo Masses y con el
Groupe Octobre; pasó de esquiar en Los
Alpes a ser una militante de izquierdas, algo muy común en los artistas de origen
burgués de la época, en contraposición al auge de la extrema derecha.
Con la crisis económica de los años 30 Francia tenía
una situación económica pésima: “La revolución social, de uno u otro signo, se
consideraba como la única alternativa posible a las condiciones de vida infrahumanas
que sufrían la mayoría de los ciudadanos: en efecto, los que estaban en paro, los
desposeídos y los vagabundos… eran legión. Ellos no serían un tema más en la carrera
fotográfica de Dora, sino que constituirían uno de los motivos más importantes de
su obra…”
En sus Fotografías
de calle captó las miserias de las urbes, a personajes tullidos y vagabundos,
muy del gusto surrealista. Lo popular y lo excéntrico protagonizan la serie que
realizó en Barcelona en 1934 de la que destaca Muchacho durmiendo en La Boquería.
A finales de los años veinte la fotógrafa había entablado
amistad con Paul Éluard y entre los años 1933 -1934 fue amante del célebre filósofo
y revolucionario Georges Bataille, líder
de los grupos más extremos de la izquierda francesa y conocido por sus excentricidades,
relación que, sin duda, dejó huella en la autora. Aunque nunca se afilió al partido
comunista, firmó el manifiesto Llamada a la
lucha, en el que numerosos intelectuales hacían un llamamiento a la huelga general
a raíz de los motines fascistas del 1934.
En 1933 viaja a España, en concreto a Cataluña, sola
y sin encargo, como hizo el año anterior Henry Cartier-Bresson, y, ese mismo año,
Man Ray. Fotografió, entre otros, edificios de Gaudí, pero, sin duda, las escenas
de calle y de tullidos, así como del Mercado de la Boquería, en plenas Ramblas de
Barcelona, fueron su mayor fuente de inspiración. Una de sus mejores obras es su
Mendiant aveugle (Mendigo ciego).
También realizó fotos en Tossa del Mar, localidad
de inspiración de muchos artistas.
Dora Maar formó parte del grupo surrealista, con
el que entró en contacto a través de su amigo, el poeta Paul Éluard. Fue un miembro
activo en el grupo al igual que otras mujeres, pero no fue hasta las décadas de
1980 y 1990 esto no se reconoció.
Entre sus obras surrealistas más interesantes la
que se considera una de sus mejores fotografías es, sin duda, Retrato de Ubú (1936), así como 29, rue
d’Astorg (1935-1936) y El Simulador.
Del grupo surrealista cultivó, sobre todo, amistad
con Paul y Nusch Éluard, André Breton y su mujer Jaquelin Lamba, Man Ray, Meret
Oppenheim, etc., y participó en todas las exposiciones del grupo que se desarrollaron
en Tenerife, Nueva York, París y Londres. Sin duda la obra de Dora Maar ha ejercido
una gran influencia en la fotografía actual.
La fotografía de moda y publicidad la ejerció durante
toda su carrera como fotógrafa. Siempre destacó su vanguardia formal. Es el caso
del retrato que hizo a Nusch Éluard titulado Los años os acechan, para un
anuncio de crema de belleza… o la serie titulada Publicité pour Pétrole Hahn
(publicidad para Pétrole Hahn (loción capilar)
Una de las mejores fotografías de Dora sería un retrato
de una modelo de mucha fama en su momento: “Assia”, a la que hizo un fantástico
retrato titulado: “Desnudo a la sombra”.
En el verano de 1936 Picasso y Dora Maar iniciaron
una tormentosa relación dado que Dora no solamente era seductora, sino independiente
y con ideas propias. Paul Éluard los había presentado en la proyección para la prensa
de El crimen del señor Lange de Jean Renoir, a principios de ese mismo año,
pero no fue hasta mediados de 1936, en la cafetería Les Deux Magots, cuando
empezaron la relación. La mítica y ya conocida escena en la que Dora se quitó lentamente
los guantes de lana negros y, mientras hablaba, se divertía lanzando sobre la mesa
una navajita entre sus dedos separados cautivó y sedujo a Picasso; a veces se hacía
sangre y, fascinado, Pablo pidió a la joven que le diera sus guantes que guardó
en una vitrina de su estudio donde conservaba sus objetos más preciados. Es evidente
que Picasso quedó deslumbrado por Dora, no solo por su belleza y su aventura con
Bataille, sino por su inteligencia y personalidad. Con ella podía hablar de cualquier
asunto político, social o cultural.
Pero el indudable genio con
los pinceles, hizo muchísimo daño a las mujeres a las que supuestamente amó, a quienes
también trató de forma tiránica y despiadada. Fuentes de inspiración y objeto de
deseo, iba hilvanando amantes y esposas, siendo infiel si no a todas, a casi todas
ellas. La evolución de su representación por parte del artista
malagueño refleja el proceso que fue sufriendo Dora. “El cuerpo de Dora enseguida se llenó de intrincadas aristas hasta deformarse
brutalmente, fruto del afán destructor de Picasso como de erigir a su amante como
símbolo de la angustia individual y colectiva”.
Al inicio de su relación con el artista, Dora escribe
esta frase: “Querido Picasso. Si se reuniera en un llano a todos los perros que
han existido con un solo hombre, un solo dueño, qué fuerza tendría ese gran amor,
la bondad, la resignación de cada uno de esos perros por su dueño. Lo amo, y así
es como quiero amarlo (…)”.
La frase es sobrecogedora por lo que indica de sumisión
y masoquismo. Y, en efecto, la relación que los unió fue sadomasoquista, en la que
Picasso actuó como un maltratador psicológico y ella como la víctima. Pero, al igual
que sucede en la vida real, el maltratador era inteligentísimo, simpático y hasta
ocasionalmente colaborador intelectual. Y ella era una mujer hecha y derecha, con
gran carácter y una vida propia de fotógrafa ya reconocida. Su admiración incondicional
por él se plasmó también en los dibujos que ella realizó durante su relación con
él.
Además, la fotógrafa creó la magnífica serie de fotografías
del Guernica en el que dató todo su proceso de realización, además de gestionar
la ocupación del estudio de la Rue des Grands-Augustins de París para poder llevar
a cabo una obra de esas dimensiones en 1936, estudio que Picasso mantuvo hasta 1955.
Junto al genial artista retomó también su afición a la pintura que no abandonaría
hasta la vejez.
En 1943 Picasso conoce a Françoise Gillot y abandona
a Dora que, en 1945 sufrió un arrebato de locura y, a instancias de Picasso, estuvo
internada en el hospital de Sainte Anne del que Paul Éluard la sacó para ponerla
en manos del entonces joven psicoanalista Jacques Lacan.
Durante los cincuenta años restantes de su vida Dora
Maar se recluyó en su pintura y la religiosidad y el misticismo, alternando entre
en la casa que Picasso le había regalado en Ménerbes, al sur de Francia, un imponente
caserón de tres plantas, con 18 ventanas de porticones pintados de verde oscuro
y una entrada de piedra tallada, y un apartamento de la rue de Savoie en París.
Hoy en día
la casa es una magnífica residencia para escritores y artistas, decorada con excelente
gusto, cuya imagen está impresa en los productos de merchandising que el
lugar exhibe y vende (Portada de la casa de Ménerbes).
Allí se exponen los Dibujos de atelier, que
han sido prestados por unos coleccionistas y se muestran por primera vez públicamente.
Algunos pertenecen al período de su convivencia con Picasso y otros son posteriores.
Dora Maar había aprendido a pintar en la Academie Lhote y, hacia 1937 retomó la pintura, que ya no abandonaría.
A pesar de que fueron muchas las personalidades que
intentaron conectar con ella, la artista era muy reservada con la vida pública,
sobre todo porque evitaba seguir siendo “una de las mujeres de Picasso”.
A pesar de todo sí acudía a algunos actos públicos durante los años 50 y 60 y la
relación con algunos familiares de Picasso era fluida. Sin embargo, la doctora Victoria
Combalía realizó una ingente labor de recuperación de su obra y su memoria que se
vio reflejada en su libro Dora Maar. Más allá
de Picasso, tras las largas conversaciones telefónicas que pudo mantener con
ella desde 1993, que se tradujeron en numerosas exposiciones retrospectivas en diferentes
ciudades españolas, francesas y alemanas que la artista pudo disfrutar en vida.
Entre 1998 y 1999 se celebraron en París grandes subastas públicas de sus bienes
en las que se vendieron casi todas sus fotografías y más de ciento cincuenta obras
de Picasso, constituyendo un evento mundial de primer orden, pero, para entonces,
la artista ya había fallecido el 16 de julio de 1997.
Agulha Revista de Cultura
Número 250 | abril de 2024
Artista convidado: Javier Marin (México, 1962)
editora | Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário