Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento.
Las imágenes más bellas,
en un espejo cóncavo, son absurdas” (Luces de Bohemia, XII)
La tragedia nuestra
no es tragedia, es un esperpento (idem)
Nacida
en San Sebastián en 1953, esta autora ha cultivado
abundantemente la narrativa breve, la cual ocupa una posición destacada en su obra
con libros como Kískili-Káskala (1994, prologado por Javier Tomeo), Un
león en la cocina (1999, con ilustraciones de Ricardo Ugarte), Variaciones
sobre un cuadro de Paul Klee (2002), La sombra del espantapájaros
(2004), Un extraño envío (Relatos breves) (2006, prologado por José
Mª Merino, reúne una amplia muestra de su narrativa breve publicada entre 1994 y
2006), Escenas de familia con fantasma (2013, [1] con una introducción de Ángeles encinar), y Confesiones de una
mosca (2018, [2] prologado por Luis
Mateo Díez). Pertenece a la generación de autores que ha consolidado el microrrelato
en España, [3] aunque su creación se
extiende asimismo al ámbito de la poesía, de la literatura infantil, de la crítica
literaria (Poetas vascas, 1990, y Narrativa corta en Euskadi, 1994)
y las artes plásticas en general.
En su obra confluyen corrientes artísticas diversas: el existencialismo, el surrealismo y la literatura
del absurdo, si bien sus últimos volúmenes han derivado hacia un mayor protagonismo
de lo grotesco, de lo esperpéntico, cuyo propósito es simbolizar la realidad insólita
y deshumanizada en la que estamos inmersos:
Me planteo (…) la literatura como arte
combinatoria de universos simbólicos abiertos a múltiples lecturas e interpretaciones.
Como el viaje a través de la ficción hacia el ámbito público o privado de nuestro
tiempo, a la memoria, a la Historia, al Arte, a la propia realidad del lenguaje
como equipaje heredado, susceptible de ser reimaginado y transformado en la narración;
en definitiva, concibo la literatura como proyecto móvil, como indagación en el
camino de la fragilidad y el enigma prodigioso que somos”.
[4]
A
lo largo de su periplo creativo, Otxoa ha demostrado una fuerte predisposición para
ensayar nuevos moldes narrativos capaces de expresar con eficacia y precisión sus
ideas, lo que ha dotado a su universo narrativo de un amplio registro de formas
breves presentes en casi todos sus libros, en los cuales los microrrelatos coexisten
con prosas poéticas, fábulas, leyendas, ensayos, diarios, cartas, minipiezas teatrales,
textos que configuran una obra literaria lúdica e iconoclasta, concebida como un
“fluir de vasos comunicantes entre los más diversos géneros”. [5] No en vano, afirma trabajar las formas
breves de un modo no sujeto a género, como reflexión doble hacia el conocimiento
de sí misma y hacia cuanto la rodea, al modo de un explorador abriéndose paso en
un paisaje desconocido, y también como un campo de experimentación que elige la
síntesis como universo de expresión abierto a formas y conceptos diversos, transfronterizos,
“textos mestizos en los que un poema puede acabar siendo una microficción, o un
miniensayo filosófico (…) y una microficción convertirse en un poema o una obra
de teatro en miniatura”. [6]
Frecuentemente
me suelen preguntar –dice- por el motivo de haber escogido
precisamente la microficción, las formas hiperbreves en mi narrativa. La respuesta
es sencilla, no se trata tanto de elección sino de hallar un modo de expresión intensa
y concentrada que satisfaga el impulso creativo y, en mi caso, trabajando a un mismo
tiempo la poesía y la microficción la causa de mi elección es clara. Con mis textos
breves persigo la agilidad y la concisión máxima en la forma de narrar, de traducir
simbólicamente el mundo. Esa rotundidad expresiva esencial me permite, a través
de la abstracción de un hecho o un instante dentro de un todo, dar lectura de una
multiplicidad de universos invisibles latentes tras la realidad y sus infinitas
apariencias. [7]
Para
ella, las formas de la brevedad son, pues, especialmente representativas de nuestro
convulso tiempo ya que reúnen las características que conforman las señas de identidad
de la cultura actual, es decir, “la estética del escepticismo y la ironía ante todo
tipo de dogma, alquimia intelectual dentro del caos como paisaje desde el que partir
en multiplicadas bifurcaciones que, a su vez, se multiplican en otras tantas hasta
el infinito mediante un complejo universo de interrelaciones y combinatorias a través
de lo fragmentario y lo simultáneo”. [8]
En
esta ocasión nos ocuparemos únicamente de sus dos últimos
libros narrativos, [10] especialmente
novedosos y poco estudiados aún: Escenas de familia con fantasma (2013) y
Confesiones de una mosca (2018), en los que predominan lo grotesco y lo esperpéntico.
En buena medida, constituyen una vuelta de tuerca en la denuncia social y política
de la sociedad actual, presente ya en sus libros anteriores. Con ironía e imaginación,
la autora fustiga la deshumanización, la violencia, el mercantilismo y la depauperación
de una buena parte de la sociedad española y carga aún más las tintas cuando aborda
la realidad política, minada por la corrupción, la irresponsabilidad o los nacionalismos
extremistas que manipulan a los ciudadanos, falsifican la historia e imponen el
reino de la confusión y del miedo.
El
primer volumen consta de cuarenta y cinco textos y el segundo de cincuenta y dos,
precedidos ambos de un prólogo de Ángeles Encinar
(“Paisajes hilvanados”) y de Luis Mateo Díez (“Fabulaciones actuales”) respectivamente.
Entre ellos existen fuertes vínculos que atañen a los motivos, personajes, estructuras,
recursos literarios, etc., pero se advierten también algunas diferencias, por ejemplo,
el segundo no incluye piezas teatrales y toma mayor protagonismo lo grotesco y lo
esperpéntico. Para evitar repeticiones, los analizaremos conjuntamente, si bien
deseamos centrarnos antes en los microrrelatos teatrales del primer recuento (“Fontanería”,
“Escena para un establo”, “Investigación celeste”, “El tren peonza” y “Teatro de
Manhattan”). Se trata de piezas monosituacionales, en cuyo escenario, marcado por
el esquematismo, se mueven personajes arquetípicos sumidos en un entorno deshumanizado
y depredador que simbolizan una categoría específica de individuos. En su conjunto,
conforman un retablo truculento de la condición humana y los protagonistas funcionan
como soporte para la reflexión sobre el mundo oscuro que les ha tocado en suerte,
regido por la insolidaridad, la banalización de la violencia, la chabacanería, el
mal gusto, el miedo, etc. De todos ellos, quiero destacar “Escenas para un establo”,
“El tren peonza” (que analizaremos más tarde) y “Teatro de Manhattan”. El primero
es una metáfora sobre el cacareo que reina en el mundo actual y está sustentado
en un diálogo absurdo e incongruente entre dos interlocutores: un “nativo” y un
“extranjero”, que resultan ser de naturaleza distinta: un humano y una gallina,
clara alusión a los paradigmáticos “gallitigres” tomeanos. La conversación entre
ambos se mueve, pues, en planos de realidad diametralmente distintos y, por lo tanto,
está condenada al fracaso. El nativo pregunta a su interlocutor cómo es el paisaje
de su país y este le responde con una enumeración detallada de sus propias vísceras;
después, le entrega un huevo (¿filosofal?) y cacarea. La escena se desarrolla en
un teatro totalmente vacío y su conversación absurda parece simbolizar la dificultad
de comunicación en el mundo actual o tal vez deba entenderse como la imposibilidad
de entendimiento cuando los interlocutores se mueven en parámetros opuestos. Y otro
texto especialmente grotesco es “Teatro de Manhattan”, una parodia del teatro experimental
actual, indescifrable para el público. Consta de dos escenas separadas por un entreacto,
un descanso. La primera se desarrolla en la habitación de un motel barato y los
actores son dos hombres (Tom y Erik) sin ninguna caracterización y un perro, propiedad
del primero, que parece molestar al segundo, ya que insiste para que su acompañante
lo eche del cuarto argumentando que el animal lo pone nervioso. Tom se niega a ello
y Erik le espeta: “-Tal vez ocurra que no puedas estar sin él, que tengas miedo
a quedarte solo conmigo”. La respuesta no se hace esperar: “–Deja eso ya de una
vez Erik, no sigas por ahí”. A continuación, el animal se sienta a los pies de su
amo y el otro “se levanta, mira por la ventana y simula ladrar como antes lo ha
hecho el perro”. El primer acto termina aquí, cae el telón y los espectadores salen
del escenario y comentan la actuación de los actores. Dos de ellos aplauden la actuación
del perro y otros dos opinan que Tom no estuvo muy afortunado en esta ocasión, si
se compara con la excelencia de su papel como perro en la pieza Té en casa de
los Monroe. Acto seguido suenan tres timbres y los espectadores regresan a la
sala, donde “para asombro del público”, se pone en escena una obra totalmente distinta
de la anterior, que transcurre en una carnicería donde un soldado habla con una
empleada afanada en partir una cabeza de vaca a hachazos. El público manifiesta
su descontento revolviéndose en los asientos o protestando: “-Es una tomadura de
pelo”, pero uno de los espectadores, “con aire de enterado”, les explica:
-Se trata de un teatro moderno: a este
tipo de cosas se las llama técnicas sorpresa de representación: la función comienza
de una forma y termina Dios sabe cómo. Incluso asistí una vez a una en un importante
teatro de Berlín que ni siquiera empezó, fíjense ustedes.
- Pero entonces qué ocurrió? –le pregunta intrigada una
señora sentada a su izquierda.
- Nada, nos fuimos todos del teatro.
Bueno, los que acudimos a este tipo de obras sabemos a qué atenernos; se trata de
un teatro experimental. Si se han fijado bien, eso es lo que pone en el cartel a
la entrada de este edificio.
… todo escritor ha de ser testigo de
su tiempo, entiendo la estética unida a la ética y desde esa unión concibo la cultura,
el arte, la escritura, como una actitud ante la existencia. No va con mi modo de
entender la escritura mirar para otro lado cuando lo terrible a menudo sucede a
nuestro lado (…) en nuestros días, la pérdida del bienestar social, la injusticia,
la desesperanza de una sociedad que ha visto mermados seriamente sus derechos esenciales:
trabajo, casa, educación, sanidad, etc., marcan un tono, un contexto, en el que
el absurdo de la situación en general pesa más que otros factores.
[11]
Otxoa
arremete contra toda la sociedad y denuncia el egoísmo,
la frivolidad y palabrería vacua; para ella, todos somos co-responsables de la realidad
política, vital y humana que nos ha tocado vivir, si bien los que salen peor parados
son los políticos y financieros, a cuya desmitificación dedica numerosos
textos. A los primeros les recrimina su falta de preparación (“Veterinaria comparada”),
su mediocridad (“Primavera”) y falta de ética. La corrupción y sus consecuencias
es un motivo recurrente en ambas libros y se materializa en la desviación de dinero
pÚblico, sobornos, pagos de especies, sobresueldos clandestinos o financiación ilegal
en campañas electorales (“Fantasmas del pasado”). Cuestiona asimismo las estrategias
utilizadas (artimañas y malas artes) para acceder al poder (manipulación del lenguaje,
seducción, promesas, el juego de las apariencias, una teatralidad bien ensayada…)
y la metamorfosis que en ellos se opera cuando lo consiguen. Afanados en perpetuarse
en sus cargos, defraudan la confianza de la sociedad y envilecen el concepto de
lo político. Otxoa establece una analogía entre las ciencias políticas y la “veterinaria
comparada” y fustiga la precariedad laboral (los elevados índices de paro) y la
degradación de los servicios públicos como, por ejemplo, la sanidad (“Danza blanca”)
o la educación (“El libro”, “Dubium”, Rhodom”, “Infancias extrañas”), a causa de
los recortes presupuestarios y, sobre todo, pone el énfasis en la terrible realidad
de muchos profesores y científicos a los que la crisis ha llevado a trabajar en
empleos alejados de su formación”, [12]
según pone de manifiesto “Centenario del Matadero Municipal”, donde un profesor
de filosofía, para sobrevivir, se ve obligado a aceptar un trabajo degradante (operario
en un matadero), algo que nos recuerda la experiencia vivida por Borges después
de ser expulsado del cargo de director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.
Y, en Confesiones de una mosca, el gremio de los políticos se presenta como
una “fauna circense enloquecida” (Circo”), como un universo de simulacros y de engaños
(“Zoco”) dominado por el dogmatismo y por “la palabra única” (“Discurso”), cuyos
oradores profieren discursos vociferantes que derivan en ladridos aplaudidos por
el público (“Mitin”). Por otro lado, “Cita en la Embajada” constituye una crítica
feroz de la insensibilidad de las autoridades políticas y diplomáticas ante las
oleadas de inmigrantes que llegan a las fronteras de Europa, cuya única repuesta
es la construcción de vallas y alambradas de espino. Aquejados por la demencia o
por la inacción, los gobernantes tienden a encastillarse y apoltronarse en “el palacio
de Zarambeque” (“Agenda diplomática”), delegando en otros sus obligaciones.
Y
el tema de la emigración aparece de nuevo en el microrrelato
“Confesiones de una mosca”, situado aproximadamente a la mitad del libro homónimo,
en el que se aborda la muerte por ahogamiento de miles de inmigrantes, de desesperados
que huyen de las guerras y de las hambrunas y persecuciones y acaban en la gran
fosa del mar. Es una mosca la que, en tercera persona gramatical, hace el recuento
de los agravios, daños y consecuencias del silencio cómplice de todos aquellos que
prefieren mirar para otro lado y lo hace utilizando el molde literario de la confesión,
un género de raigambre histórica, inaugurado, según María Zambrano, por San Agustín,
“porque es el hombre viejo desamparado y ofendido, tanto como pueda estarlo el moderno,
que al fin se amiga con la verdad”. [13]
En el texto de la escritora donostiarra, es la mosca la que se amiga con la verdad,
desenmascarando a los responsables de tan brutales padecimientos y reprobando a
los ciudadanos que, por miedo o cobardía, se refugian en el silencio cómplice:
Y
similar espíritu predomina en el texto “Extravío”, donde
se pone en cuestión a la comunidad internacional, más preocupada por debatir estas
cuestiones en foros de gran audiencia mediática que por solucionar realmente el
problema: “aquel ir y venir de expertos de toda clase ayudaba a incrementar la llegada
de un turismo llamado de aventura amante del riesgo y las calamidades de todo tipo”.
“Somos hijos del extravío y la ciudad un laberinto regido por el orden del caos”.
Otro
sector fuertemente denostado en ambos libros, según
se dijo, es el financiero, causante de una de las crisis mundiales más devastadoras
de la historia de la Humanidad. Otxoa denuncia los crímenes de oligarcas y corruptos
de toda índole, tolerados a veces por los dirigentes, y critica la avaricia, la
especulación y el expolio continuado del bien común, una de las mayores lacras de
la sociedad española actual. Los verdaderos monstruos modernos nada tienen que ver
con los legendarios, son los gobernantes corruptos y “los empresarios y banqueros
sin corazón que construyen su poder sobre montañas de esclavos y de muertos (“Las
desventuras de Frankenstein”). En el segundo volumen, indaga en el maltrato laboral
(“Anochecer en la ciudad”), el empobrecimiento creciente del país y el deterioro
generalizado de sus infraestructuras (“Una nueva era”, “Oficina de empleo”) y pone
el énfasis en las vejaciones sufridas por los parados en las oficinas estatales
de desempleo (“Decorados”), en la tragedia de los desahucios, a causa de esos banqueros
“rompedores de sueños”, embaucadores (“Los jueves, milagro”), estafadores (“Cajeros
automáticos”) desaprensivos e inhumanos, cuyas consecuencias recaen especialmente
sobre los más débiles, forzados a tragarse metafóricamente los “escombros” del sistema
(“Los escombros del día”).
Por
otra parte, explora con valentía y determinación los
nacionalismos excluyentes, caracterizados por el populismo identitario, la diabolización
del forastero y el enardecimiento de un presunto orgullo patriotero, basado en el
enaltecimiento de la lengua propia (“El día de la lengua”), la distorsión de la
historia, el fanatismo, la intolerancia, la violencia y el odio (“Balcones engalanados”),
o bien la tiranía de lo políticamente correcto que conlleva la prohibición de abordar
ciertos asuntos convertidos artificialmente en tabúes. En este sentido, “Breve manual
para el fanático” constituye un auténtico retablo de la devastación progresiva que,
como una plaga, se fue extendiendo durante décadas por el País Vasco, especialmente
durante los llamados “años de plomo, entre 1979 y 1992, en los que el terrorismo
de ETA lo golpeó con su máxima dureza hasta gangrenarlo. En ambos libros se refleja
una sociedad enferma de violencia y de miedo que evita nombrar explícitamente al
agresor y recurre a eufemismos como “la Cosa” (así lo denominan los escritores vascos
Sokin Muñoz o Iban Zaldua) para designarlo. Otxoa fustiga a quienes, guiados por
dogmas (políticos, religiosos, etc.), actúan en la eliminación del disidente y denuncia
las ideologías radicales y la intolerancia en una sociedad, la española, que aún
no ha sabido o podido restañar las heridas de la Guerra Civil, según atestigua el
microrrelato “El escalador”. “Cuando se reconozca aquella barbarie –señala la donostiarra
en la entrevista que le hace Verónica Enamorado - y se ayude a las familias de los
desaparecidos a encontrarlos y darles digna sepultura, a registrar sus nombres como
víctimas (…) se podrán ir cerrando heridas, pero, mientras se siga dando la espalda
a todo ello, quedará pendiente esa negra página de nuestra historia”. Ella se niega
a admitir dicha barbarie y rinde un sentido homenaje a quienes la padecieron.
La
preocupación por el lenguaje [14] es otro motivo clave en ambos libros. No en balde, el protagonista
del texto “Lámpara suiza” pone el énfasis en el desajuste existente entre las cosas
y los nombres, razón por la cual somete simbólicamente al lenguaje a una intervención
quirúrgica con el propósito de vaciar las palabras desgastadas por el uso y rescatar
su sentido primigenio. Como Octavio Paz o Jorge Luis Borges, entre otros grandes
escritores, Otxoa se ve asaltada por una fuerte desconfianza hacia el lenguaje.
Para el argentino, “El universo es fluido y cambiante y el lenguaje, rígido” (epílogo
de Historia de la noche, 1977) y la prolijidad del universo supera
la capacidad expresiva de las palabras cuyo alcance es limitado y aproximativo.
“La primera actitud del hombre ante el lenguaje –leemos en El arco y la lira
de Octavio Paz, libro citado por la escritora vasca-, fue la confianza: el signo
y el objeto representado eran lo mismo (…). Pero al calor de los siglos los hombres
advirtieron que entre las cosas y sus nombres se abría un abismo”. En el transcurso
del tiempo, el lenguaje se corrompe y nos corrompe y es necesario reinventarlo,
según preconiza Octavio Paz en El mono gramático, un libro híbrido entre
ensayo y poema en prosa, en el que un poeta explora la realidad a través del lenguaje
corporal y presenta el viaje (espacial, temporal y conceptual) como una metáfora
de la creación en aras del conocimiento y de la verdad poética. Siguiendo su senda,
nuestra autora busca en los sonidos el remedio para restituir el aura de misterio
a las palabras, su sentido primigenio (“Niño anzuelo”). En varias ocasiones ha declarado
concebir la escritura como un acto de nomadismo “hacia otros lenguajes, hacia otros
signos que desconozco y que en mí pugnan por expresarse”. Y a la resiliencia del
lenguaje viene a sumarse la preocupación por la metaliteratura, presente en textos
como “Dos viajeros”, donde la autora entabla un curioso diálogo con el lector y
le comunica su poética. Además de hacerle tomar conciencia de los nexos ocultos
existentes entre distintos libros suyos o textos de un mismo volumen o de varios,
le señala las intenciones que persigue al escribirlos. Tanto la escritura como la
lectura representan para ella una especie de viaje iniciático, una aventura creativa,
un puente con el lector, al que invita a completar todo aquello que ella deja deliberadamente
en el tintero con el deseo de convertirlo en coautor de la creación. Ello es patente
en “La mujer con botas”:
… Aquí se abre un vacío que el narrador
debería haber llenado siguiendo una lógica de sentido, pero, sin embargo, el texto
se corta bruscamente, dejando al lector inmerso en la perplejidad”.
Tal
vez pueda interpretarse esta frase como una metáfora
de la complejidad intrínseca del microrrelato, un género que requiere un lector
dispuesto a rellenar por su cuenta lo que falta. Y otra bella metáfora de la lectura
la constituye “El tren peonza”, pieza microteatral en la que un individuo intenta
escribir una reseña sobre El mono Gramático de Octavio Paz durante un trayecto
en tren que gira sobre sí mismo. Si bien se trata de un viaje a ninguna parte, este
le permite comprender que la fijeza siempre es un momento del cambio y le proporciona,
además, “las claves de la lectura”, actividad que nos permite viajar mentalmente
y vivir experiencias que nuestra realidad nos niega sin movernos del lugar.
Paralelamente,
somete a escrutinio el mundo del Arte, denunciando el oscurantismo que reina en
este ámbito en la actualidad (“Rueda de prensa en
la Bienal de Venecia”), la arquitectura conceptual (“Accidente”), el menosprecio
del patrimonio arqueológico y cultural, sin peso alguno ante los intereses inmobiliarios
(“Metrópolis”), o el excesivo culto que rinden algunos vascos a la gastronomía,
elevada a la categoría de arte (“Bibliotheke” y “Artes cárnicas”). Y otros
temas con fuerte raigambre en su obra son el mundo de la naturaleza y el de los
animales, a los que dedica hermosas fábulas eminentemente satíricas (“Comitiva”,
“Primer encuentro” o “El notario de los nuevos tiempos”), exentas de moraleja. En
su obra, como en la de los grandes fabulistas modernos, los animales no solo están
dotados de inteligencia, sino que a menudo manifiestan mayor sensibilidad y sentido
común que los humanos y algo similar se produce con la Naturaleza, con el paisaje,
en su más hondo sentido vital y espiritual, con el que la autora posee vínculos
muy fuertes tal vez por el hecho de haber nacido el País Vasco, donde tan arraigado
está este sentimiento. “Creo sinceramente -declara Otxoa a V. Enamorado- que, para
nuestro equilibrio espiritual y supervivencia como viajeros de este pequeño planeta
llamado Tierra, es imprescindible una relación filial de amor y respeto por la Naturaleza”.
En
relación a las estéticas dominantes en su producción
literaria, la autora ha declarado que concibe el microrrelato “como un espacio abierto
en el que a menudo la parodia, lo absurdo, lo grotesco, se deslizan en la narración
a través del humor”, y prosigue: “Ignoro la razón, pero mi actitud ante un relato
o ante un poema a la hora de escribir es radicalmente diferente. Pocas veces se
encuentra humor en mis poemas, pero sí es este un factor muy presente en mis relatos”
(entrevista de V. Enamorado). El humor es para ella el gran cuestionador de las
verdades inmutables y del pensamiento único tan peligroso para la libertad y en
sus libros deriva a menudo hacia en el registro incongruente, absurdo, algo poco
común entre las escritoras españolas, según Á. Encinar: “la narrativa de Julia Otxoa
se caracteriza precisamente por una continua presencia del absurdo que alcanza niveles
exacerbados, en ocasiones, para hacernos conscientes del disparatado mundo donde
aceptamos vivir que con frecuencia nos empuja a la alienación y el aislamiento”.
[15]
Excelentes
ejemplos del humor negro o grotesco son los microrrelatos “Ortopedia”,
“Un pequeño banquete”, “Palabras contra un muro” o “Una nueva era”. Algunos de ellos
podrían haberlos firmado Javier Tomeo, por ejemplo el que sigue:
UN PEQUEÑO BANQUETE
La mujer sacó el ojo izquierdo y friéndolo
en la sartén se lo puso en un plato con patatas fritas a su marido. Este, entusiasmado
por el inesperado festín, se lo comió todo rápidamente, chupándose los dedos con
fruición y eructando luego con tal fuerza, que su frágil mujer tuerta perdió pie
y salió volando por la ventana.
El hombre la vio desaparecer sobre los
tejados de la ciudad, pensando para sí que tampoco importaba tanto, ya que se trataba
de una mujer de quita y pon con un solo ojo. Al día siguiente en el mercado encontraría
otra; eso sí, le gustaban de ojos grandes. Con solo pensarlo se le hizo la boca
agua, así que cerró la ventana y se acostó pensando ilusionado en el nuevo día (en
Confesiones de una mosca).
Lo
grotesco, según David Roas,
es una categoría estética que depende
de la combinación de dos elementos esenciales: la risa y el horror (o sentimientos
vecinos a este como la inquietud, el asco o lo abyecto. Aunque hay que advertir
que esta categoría no se ha mantenido inmutable a lo largo de la historia, puesto
que dichos elementos no aparecen en una proporción semejante en todas las obras:
cada época ha acentuado en lo grotesco la tonalidad humorística o la terrible, pero
sin eliminar la otra, puesto que, si ello sucede, la obra abandona el estricto ámbito
de lo grotesco para desembocar en el de categorías y géneros limítrofes como lo
fantástico, el humor negro o lo absurdo. [16]
La
distancia emocional entre el lector y el objeto de la risa, imprescindible en la
literatura humorística, se intensifica en el caso de lo grotesco
mediante la hipérbole y la deformación, según hemos podido apreciar en “Un pequeño
banquete” o en otras muchas piezas de ambos libros. En ellas predominan los recursos
de la estética esperpéntica, entre otros, lo grotesco como forma de expresión, la
degradación de los personajes, la distorsión de los escenarios fuertemente carnavalescos
(mataderos municipales, carnicerías…) o el abuso del contraste, instrumentos todos
ellos cuya función estriba en acentuar el sentido trágico de la vida española actual
e impactar al lector.
Como
lo hiciera en su día Valle-Inclán, Otxoa se distancia de
la realidad que pretende reflejar y la deforma sistemáticamente, acentuando sus
rasgos grotescos o absurdos con el fin de poner en evidencia sus lacras y mezquindades.
Y no solo deforma la realidad, sino que la caricaturiza. Con ello, pone en evidencia
el carácter monstruoso, macabro, siniestro o simplemente repugnante de los seres
y situaciones representados y, a la vez, nos hace tomar conciencia de que el mundo
en el que se mueven sus personajes no es más que un reflejo deformado del nuestro.
Como
poeta y pintora que es, sus microrrelatos están preñados de imágenes
plásticas y de una simbología de gran belleza y expresividad. “Hay en toda mi obra
narrativa –dice la escritora- una gran carga simbólica, alegórica, que encuentro
imprescindible para la expresión de cuanto quiero narrar. Lo poético, lo simbólico,
está muy ligado a la imagen (…), como artista plástica, todo lo referente a lo visual
tiene una gran influencia en mi obra, junto con lo simbólico y poético” (entrevista
citada). Un buen exponente de todo ello son esos “hombres a medio coser”, “esbozados
entre las cosas”, “deshaciéndose en largos hilos mecidos por el viento cual leves
cometas o hermosos espantapájaros” (“Hilvanados”), que evocan claramente la inconsistencia
de la identidad humana, sometida a un constante movimiento y transformación. Otros
textos simbólicos y metafóricos son, por ejemplo, “Fontanería”, “Niebla” o “El pájaro
llovedor”. El primero evoca la suplantación del hombre por las máquinas en la era
de la robotización, un mundo que ha convertido a los individuos en “objetos de quita
y pon”, el segundo su irracionalidad, expresada mediante el viento huracanado que
se agita en el cráneo de un militar, y el tercero el alivio de los excluidos, encarnado
por un ave que come nubes durante el invierno y hace que llueva en verano. Y el
frac alude a los disfraces, simulacros y engaños de los políticos (“Paisaje para
frac”), situados en las antípodas de ese ideal postulado por Platón en La República
o por Aristóteles en la Política: el del bonus vir dispuesto a luchar
contra el desorden, la confusión y la perversión.
En
definitiva, desde una perspectiva surrealista y absurda, presente ya en sus primeros
libros, la autora vasca se ha ido deslizando subrepticiamente hacia el terreno de
la caricatura esperpéntica y lo grotesco para poner en evidencia
el carácter siniestro y disparatado del mundo en el que vivimos, un mundo que, como
bien sabía Valle-Inclán, solo puede percibirse en su plenitud mediante una estética
sistemáticamente deformada.
NOTAS
1. Palencia, Menoscuarto.
2. Ibídem.
3. Además, ha publicado algunos artículos sobre este género
literario, entre otros, “Literatura de la brevedad.
Nuevas representaciones contemporáneas”, en Irene Andres-Suárez y Antonio Rivas ( eds.), La era de la brevedad.
El microrrelato hispánico, Palencia, Menoscuarto, 2008 y “Algunas notas sobre
mi narrativa”, en Salvador Montesa (ed.), Narrativas de la posmodernidad. Del
cuento al microrrelato, Málaga, AEDILE, 2009.
4. Julia Otxoa, “Literatura de la brevedad.
Nuevas representaciones contemporáneas”, en I. Andres-Suárez y A. Rivas (eds.),
La era de la brevedad. El microrrelato hispánico, op., cit.
5. Ibídem.
6. Julia Otxoa: “Algunas notas sobre
mis textos breves”, en Quimera, núm. 222, nov. 2002.
7. Ibídem.
8. “Entrevista realizada por Lauro Zavala
a Julia Otxoa”, en el diario Deia, Bilbao, 2000.
9. “La literatura, como la existencia,
es un lugar de indagación y experimentación constante. Entrever el mundo desde el
enigma significa para mí traducirlo desde la relatividad absoluta que supone cualquiera
de sus interpretaciones posibles. Pretendo también con mis escritos esa mirada lenta
de la sensibilidad que observa y dibuja las cosas para fijarlas y hacerlas existir
ante mis ojos en medio de un ritmo vertiginoso que niega su existencia, estética
de la catástrofe de nuestros días sin asideros, caos de nuestras sociedades modernas
(…).
El tema de esta profunda crisis de identidades
colectivas me hace recordar los oscuros tiempos en los que se gestó la obra de Walter
Benjamin, el valor del fragmento en sus escritos. Su elección de las partes fragmentadas
del puzzle de la cultura en crisis de la modernidad nunca supuso la renuncia al
posible análisis de la totalidad, sino que siempre buscó en la agitada época que
le tocó vivir los detalles más nimios, casi invisibles, que lo identificaban” (Julia
Otxoa, “Algunas notas breves sobre mis textos breves”, Quimera, art. cit.).
10. Me he ocupado de sus primeros libros
en “Menudos universos de Julia otxoa”, en Irene Andres-Suárez, El microrrelato
español. Una estética de la elipsis”, Palencia, Menoscuarto, 2010.
11.
Entrevista de Verónica Enamorado:
“Julia Otxoa en el continuum de la creación”, en Contrapunto, Universidad
de Alcalá, núm. 12, mayo de 2014, sección “Voces”.
12. Ibídem.
13. María Zambrano, La Confesión:
género literario, Madrid, Siruela, 2001, “Biblioteca Ensayo”.
14. Para ella, abusar del lenguaje, desnaturalizar
el sentido de las palabras y clasificar a las personas en buenas y malas son actos
de demagogia política que buscan demonizar al adversario y el debate.
15. Á. Encinar, “Un extraño envío
de Julia Otxoa”, art. cit.
16. David Roas, Tras los límites de
lo real. Una estética de lo fantástico, Madrid, Páginas de Espuma, 2011 (“La
risa grotesca”).
IRENE ANDRÉS-SUÁREZ (España, 1948). Profesora emérita de la Universidad de Neuchâtel (Suiza), donde estuvo al frente de la Cátedra de Literatura Española en dicha universidad desde 1992. De su dilatada labor, cabe destacar la creación del Centro de Investigación de Narrativa Española y la organización del Grand Séminaire, un prestigioso coloquio internacional consagrado al estudio de los escritores españoles actuales más relevantes, cuyos resultados ha venido publicando la editorial Arco/ Libros. Especialista en literatura española de los siglos xx y xxi, es autora de más de cien artículos publicados en revistas especializadas y de una veintena de libros, entre otros, Los cuentos de Ignacio Aldecoa. Consideraciones teóricas sobre el cuento literario (1986), La novela y el cuento frente a frente (1995), La inmigración en la literatura española contemporánea (2002), Migración y literatura en el mundo hispánico (2004), El microrrelato español. Una estética de la elipsis (2010), Antología del microrrelato español (1906- 2011). El cuarto género narrativo (2012), El microrrelato en la España plurilingüe (2018) o La narrativa española en la democracia actual. Crónica del Grand Séminaire de Neuchâtel (2013). Ha publicado asimismo un ensayo filológico titulado: El verbo español. Sistemas medievales y sistema clásico, (1994).
ILCA BARCELLOS (Brasil, 1955) | Artista Visual, Graduada em Ciências Biológicas pela Universidade Federal de Santa Catarina e mestre em Biologia Vegetal pela Université Pierre et Marie Curie – Paris VI, por muitos anos foi professora de biologia no Colégio de Aplicação da UFSC onde já recorria aos desenhos e às formas orgânicas tridimensionais de seres vivos – representando organelas, sistemas e organismos, em massa de modelagem – como recurso didático. Em 2006, ingressou no campo artístico por meio da cerâmica, participando de exposições coletivas nacionais e internacionais. Ampliando sua produção artística, explora atualmente outros materiais – tecidos, espuma expansiva de poliuretano, EVA, madeira, metal – e diversas linguagens – instalação, pintura, desenho, fotografia, vídeo. Em seu processo investiga as possibilidades conceituais que tangem um duplo percurso: científico e artístico; e busca indagar através de sua produção a poética do pulsar, do devir. Participa de salões nacionais e internacionais desde 2007. Em 2008 através do Salão dos Jovens Artistas de Santa Catarina ganhou o Prêmio Aquisição do Museu de Arte de Santa Catarina – MASC e em 2016 ganhou terceiro lugar do 1º Salão de Artes Visuais de Navegantes, SC. Participou de residências artísticas no Canadá e Cuba. Artista convidada da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 252 | junho de 2024
Artista convidada: Ilca Barcellos (Brasil, 1955)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
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