segunda-feira, 17 de junho de 2024

MÓNICA ZEPEDA | Susi Bentzulul. Cada vez estamos más cerca de ese día

 


La poesía es, en el fondo, una crítica de la vida.

Matthew Arnold

 

Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas es un poemario bilingüe (tsotsil-español) escrito y traducido por Susi Bentzulul. Tiene una ilustración de portada hecha por Andrea Alcántara Aguirre. Fue publicado por el Fondo de Cultura Económica en la colección Tierra Adentro en noviembre de 2022. El primer tiraje consta de 2000 ejemplares.

El libro está conformado por 26 poemas, divididos a su vez en tres secciones: Almas heridas (8 poemas), Cuerpos y sentimientos despojados (8 poemas) y Voces silenciadas (10 poemas). A modo de introducción, hay un epígrafe para cada una de las secciones. En Almas heridas resuena la voz poética de Alfonsina Storni: “¡Llévame! Está la noche / muy negra y muy sombría: / La muerte por los mundos / anda de cacería. / Hazme olvidar lo mucho que / me pesa en los hombros. / Esta carga pesada de / pesados escombros”. En Cuerpos y sentimientos despojados retumba la voz poética de Alejandra Pizarnik: “Pero sucede que oigo a la noche llorar / en mis huesos. / Su lágrima inmensa delira. / Y grita que algo se fue para siempre”. Y en Voces silenciadas estalla la voz poética, en náhuatl y en español, de Araceli Patlani: “No quiero amanecer / con una piel bolsa de oscuridad, / con una boca gris que no habla. // No quiero dormir en pedazos / dentro de la tierra / mientras vienes a encontrarme”. Además, en el poema titulado Velorio, la poeta Bentzulul testimonia las palabras de una madre de una hija asesinada con un epígrafe que enchina la conciencia y la piel: “No sé quién la mató o quiénes la mataron y no pienso investigarlo. ¿Para qué? Si así no voy a revivirla.” (p. 65).

Ante este panorama estructural y general del poemario, cualquier persona puede figurarse, desde ya, que Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas es un libro contra el feminicidio y, como acertadamente indica la contraportada, “Es, al mismo tiempo, un poderoso libro de denuncia y un acto de resistencia ante la hegemonía lingüística”. Es, además y sin duda, una imperiosa y legítima exigencia de justicia por las mujeres asesinadas en que la autora afirma: “Nuestras voces enterradas / claman.” (p. 23).

Repito: “Nuestras voces enterradas / claman”. Los dos versos que acabo de citar son de las contadas ocasiones en que la voz poética del libro habla en primera persona del plural. Es decir, se incluye, te incluye, me incluye, nos incluye (a quienes estamos vivos) y, evidentemente, incluye a cada una de las mujeres que han muerto, no por causa natural, sino por la violencia y por el odio, ambos atroces, lamentables. Nótese también que, más allá de ser una misma imagen, no está escrita en un único verso y, gracias a la exactitud y a la disposición de las palabras, la poesía emerge en el texto. Pues la autora proporciona espacio y tiempo suficientes, unos cuantos segundos, para que “nuestras voces enterradas” resurjan de la tierra, resuciten, se hagan sentir, y clamen. O, dicho de otra forma, da pie para que recapacitemos, de manera urgente, porque el feminicidio, mientras no logremos erradicarlo, debería como mínimo concernirte a ti, a mí, a cada uno de nosotros y no pasar desapercibido, ni ser una situación indiferente ante los ojos de la humanidad.

Cabe mencionar que estos versos cierran el poema Destierro, y justo en el primer verso de éste aparecen las palabras que dan título al libro: “Hemos sido mujeres olvidadas.” (p. 23). Aquí surge una dinámica gramatical muy interesante porque es una oración completa. Al utilizar punto en lugar de coma, se está conteniendo a todas y cada una de las mujeres. Y, a partir del segundo verso, la poeta contextualiza y nos conduce en un santiamén a su verdad, a sus raíces, a San Juan Chamula, Chiapas, su lugar de nacimiento: “Sufrimos por ser mujeres tsotsiles, / despojadas de nuestros territorios: / el dolor pisotea nuestras almas, / nos destierra a un inframundo de soledad. // Ellos arrancan y entierran / nuestros sueños. / El odio que anida en sus corazones / envenena a la sagrada madre tierra.” (p. 23). Se demuestra cómo lo que ocurre en una geografía determinada repercute “a la sagrada madre tierra”, repercute por ende al mundo entero.

Ahora, ¿qué otras herramientas utiliza la autora para que este libro halle sendero y se abra paso para trascender en cada uno de los lectores? La mayor parte del tiempo y a través de los textos, la voz poética está escrita en primera persona del singular. Es decir, a partir del “yo”. Ese “yo” traspasa las fronteras de lo autobiográfico porque, como expresó Gerard de Nerval: “La vida de un poeta es la de todos”. Y claro que lo es. Qué persona, por ejemplo, estaría exenta de pronunciar y de identificarse por lo menos alguna vez en su vida cuando la autora escribe en la página 31: “Una mañana extravié mis esperanzas”. O cuando en la página 35 exclama: “No quiero ver cómo el tiempo deshace mi cuerpo. / No quiero ver cómo la esperanza abandona mi alma”.

Además, la voz poética, al dirigirse a la mujer, a su padre, a su madre o a sus abuelas, en realidad le está hablando a la humanidad, que muchas veces y cuando le conviene es indiferente. Lo cual me hace sentir que, ante la indiferencia y la omisión, sería menos trágico que la humanidad se empeñara en enfocar la compasión y los ojos, aunque fuese completamente ciega. Ya se preguntó José Martí: “¿Quién es el ignorante que sostiene que la poesía no es necesaria a los pueblos? Hay gente de tan corta vista mental que cree que toda la fruta se acaba en la cáscara”.

Indaguemos entonces el sabor de boca que producen algunas de las figuras retóricas más empleadas por Susi Bentzulul a lo largo del libro. Probemos desde su experiencia de vida y su sensibilidad poética a qué nos saben la anáfora, la epístrofe, la metáfora y el oxímoron. Nos demos permiso de sentir y de paladear a qué saben el fogón, las brasas, el humo, el barro, los matorrales de su tierra, desde donde ella ha visto cómo se echa al olvido a mujeres a quienes, así porque sí, asesinan y arrojan en un terreno baldío, desnudas, violadas, descuartizadas, a cuestas.

A continuación, cito versos seleccionados de los poemas Muero, Fosa y Maldigo a mi padre, en los que la poeta recurre a la anáfora, figura retórica por excelencia, que consiste en repetir la misma palabra o las mismas palabras al inicio de distintos versos, dotando de sonoridad a lo que se dice y que logra hacer las imágenes más impactantes y memorables:

 

Muero con el rostro marginado.

Muero silenciada por el desprecio.

Muero en todos y cada uno

de los rincones de mi vida.

Muero en cada suspiro. (p. 11).

 

Mi cuerpo es una fosa.

Una fosa donde mi padre arrojó mi infancia,

una fosa donde mi alma se pudre.

Una fosa con olor a olvido.

[…]

Ahí muere mi historia.

Ahí muero yo. (p. 33).

 

Maldigo a mi padre por lo devastada que me dejó.

Maldigo a mi padre desde el silencio de mi alma.

Maldigo a mi padre tantas veces como respiro. (p. 35).

 

La anáfora, reina de las figuras retóricas en este libro, aparece también en poemas como No me preguntes, Una herida sangra, Danza, Una mañana, Mi padre, Silencio, No hay dolor más grande, Como otras niñas o Mujer.

En el siguiente ejemplo, sustraído del poema Cuando muera, se mezcla el uso de la anáfora con la epístrofe. Ésta última pudiese considerarse una hermana gemela de la primera y se caracteriza por repetir los mismos finales, ya sea de los versos o de las estrofas. Asimismo, la poeta toma el primer terceto para llevar estos versos al último cuarteto, donde vuelve a entrar en juego la disposición de las palabras y que es capaz de recrear el significado dentro del texto logrando a su vez un mecanismo cíclico, de eterno retorno:

 

Recuérdame

aunque las flores de mi entierro se pudran

y con ellas se pudra mi dolor.

[…]

Recuérdame en los días y las noches.

Recuérdame, aunque las flores

de mi entierro se pudran

y con ellas se pudra mi dolor. (p. 17).

 

Como pudo observarse, la anáfora está contenida en la palabra “recuérdame” tanto del terceto como del cuarteto, enunciada en tres ocasiones. Y la epístrofe está en los versos que dicen “y con ellas se pudra mi dolor”.

Desconozco si sería válido considerar como epístrofe al hecho de utilizar las mismas palabras al final de un verso en distintos textos dentro de un libro. Pero tratándose del análisis de un poemario que, como la misma editorial dijo, es “un acto de resistencia ante la hegemonía lingüística” y porque me da la impresión de que Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas es también un libro de resistencia ante los academicismos y de ruptura ante las reglas poéticas ya preestablecidas, no quisiera pasar por alto un detalle que llamó mi atención mientras leía y que me da por sentirlo como una nueva propuesta de la figura retórica en cuestión.

La autora, en el apartado Cuerpos y sentimientos despojados, termina dos poemas consecutivos justo con tres palabras iguales. En Angustia clausura con el dístico: “Una espesa angustia se desborda en mi vagina, / la noche se desangra dentro de mí.” (p. 41). Y en Féretro concluye con el verso: “Mi infancia yace podrida y vacía dentro de mí.” (p. 43).

¿Sería entonces puesto en consideración que la recreación de la epístrofe fuese, además de un guiño que proyecta y sustenta el subtítulo del libro, pedazos de un solo cuerpo, de un sentimiento despojado? Pongo la pregunta y mi interpretación como cartas sobre la mesa. Quizás tengan cabida, aun si no alcanzaran la certeza y la verdad de la autora cuando, recurriendo a una voz poética impersonal, afirma: “Cada trozo de ese cuerpo / es un escombro hundido en el silencio.” (p. 45).

Para ejemplificar la metáfora y el oxímoron, que son de las imágenes poéticas más conocidas por el público en general, recurriré a un cuarteto del poema Silencio. Ahí están superpuestas ambas figuras: “Una niña despojada de su infancia / es una llaga que se desangra bajo el olvido, / es un cuerpo hueco / invadido de miedo.” (p. 45). La metáfora identifica a “una niña” a la vez con “una llaga” y con “un cuerpo”. Y el oxímoron yuxtapone en primera instancia “cuerpo hueco”; y, en una segunda, “hueco invadido”. Es decir, ante la palabra “cuerpo”, “hueco” hace la función de oxímoron y, ante la palabra “hueco”, “invadido” sirve como oxímoron del oxímoron. Estos versos, en cuanto a contenido se trata, son sumamente dolorosos. Sin embargo, en cuanto a la forma, el uso de las imágenes resulta exquisito. Añade belleza a las imágenes y hace que quien lo lea o escuche, reflexione.

Por último, habiendo mencionado los contrastes del oxímoron, aprovecho para mostrar el contraste de la voz poética al dirigirse a la mujer. Por un lado, en un poema de la primera sección, la voz, dotada de luz y de optimismo, incita al movimiento: “¡Mujer! / Danza. / No te detengas.” (p. 25); y por otro, en un poema de la tercera sección, esa misma voz se conduele y exige una respuesta: “¡Mujer! / ¿Cómo desahogar esta impotencia? / ¿Cómo aguantar tanta rabia sin reventarme las venas?” (p. 55).

“¿Cómo aguantar tanta rabia sin reventarme las venas?”. ¿Tú lo sabes? ¿Alguien de ustedes lo sabe? ¿Habrá alguien en el mundo que lo sepa? Yo no lo sé. Sin embargo, me gusta creer y sentir que cada vez estamos más cerca de ese día, ese día en que los seres humanos dejemos de ser clasificados por género. Ese día en que la mujer no tenga que afirmarse mujer, ni el hombre tenga que afirmarse hombre, y que quienes no se identifican con el sexo masculino o femenino no se vean en un aprieto. Ese día en que podamos al fin tener conciencia plena de quienes hemos sido, somos y seremos. Es decir, ese día en el que las personas nos consideremos enteramente personas y así mismo valoremos y respetemos a nuestros semejantes. Ese día, insisto, en que la humanidad sea una sola, sin distinción por color de piel o de bandera, mucho menos, por distinción de género.

Mientras tanto, mientras llega ese día, suscribo y hago eco a las palabras de la poeta Susi Bentzulul en su ópera prima: “No hay dolor más grande / que ver tu cuerpo sin vida, / frío, mutilado, / hundiéndose en el olvido.” (p. 51).

 

Referencias

Bartolomé, Efraín. La Poesía. Segunda Edición. Editorial Praxis, 2001.

Bentzulul, Susi. Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas. Tierra Adentro, Fondo de Cultura Económica, 2023.

 


SUSI BENTZULUL (San Juan Chamula, Chiapas, 1995). Poeta, traductora maya tsotsil. Licenciada en Lengua y Cultura por la Universidad Intercultural de Chiapas 2013-2017. Cursó la Maestría en Estudios E Intervención Feministas en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, UNICACH-CESMECA, 2019-2021. Asistió al Programa de Escritura Creativa del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa, EE.UU., en 2021. Premio Estatal de la juventud 2021 en la categoría Fortalecimiento a la Cultura Indígena.



 


MÓNICA ZEPEDA (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México, 1987). Licenciada en Literatura y Creación Literaria por Casa Lamm. Meta-NLP Master Practitioner por The International Society of Neuro-Semantics. Es autora de Si miento sobre el abismo - If I lie About the Abyss (2014; Nueva York Poetry Press, Estados Unidos, 2024) y Las arrugas de mi infancia (Coneculta Chiapas, México, 2020; Ediciones El Pez Soluble, El Salvador, 2023). Ha participado en festivales de poesía nacionales e internacionales como Jornadas Pellicerianas 2022, The Americas Poetry Festival of New York 2022 y Encuentro Internacional de Poesía en Paralelo Cero 2023. Parte de su obra poética ha sido traducida al polaco, inglés e italiano e incluida en diversas antologías. Poemas suyos también han sido publicados en reconocidos medios impresos y electrónicos de México, España, Honduras, Guatemala, Perú, Bolivia, Colombia, Chile, Estados Unidos, Italia, Puerto Rico, El Salvador y Ecuador.

 

 


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Número 252 | junho de 2024

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