segunda-feira, 15 de julho de 2024

EMILCE STRUCCHI | Abelardo Castillo. Crueldad y parodia como crítica: lupas amplificadoras



En cuanto al problema de los personajes, hay escritores que crean personajes y escritores que crean situaciones. Quiroga crea, además de situaciones cuentísticas, personajes extraordinarios. Borges, en cambio, no necesita crear personajes, como no necesitaba (sic) crear personajes Kafka ni Poe.

 

ABELARDO CASTILLO [1]

 

La originalidad no consiste en escribir sin puntos ni comas o en contar sucesos que nadie haya podido imaginar, sino en ver la realidad entera desde uno mismo, y que el lector sienta: eso es exactamente lo que yo sentía.

 

ABELARDO CASTILLO [2]

 

Abelardo Castillo es un escritor argentino nacido en 1935 y fallecido en 2017. Si bien nació en la Ciudad de Buenos Aires, siempre le gustó decir que era Sanpedrino (pueblo, San Pedro, donde vivió varios años).

Su obra, con revisiones constantes y reescrituras, llegó hasta las primeras décadas del siglo XXI. Nos dejó un enorme legado mientras transitó los géneros literarios en sus más diversas formas: cuento, novela, teatro, ensayo y poesía (en este último caso, de publicación póstuma). Además, fundó y editó tres revistas literarias (que fueron y son testimonio de épocas muy complejas para nuestro país que alternaba gobiernos militares con períodos de democracia); revistas a través de las cuales fueron publicadas/os escritoras y escritores representantes de la “Literatura callada” durante los tiempos de prohibición. Estas publicaciones son: El grillo de papel (1959-1960), El escarabajo de oro (1961-1974), y El Ornitorrinco (1977-1986).

Para la elaboración de este artículo, necesariamente acotado, tomamos como referencia principal –aunque no la única– su libro Cuentos completos (en la edición del año 2000, subtitulado “Los mundos reales”). Él quiso ordenar su obra de cuentos ya que en cada nueva publicación o reedición Castillo seguía haciendo modificaciones. Su pareja, la escritora Sylvia Iparraguirre, sugirió ese subtítulo por demás paradigmático en tanto abre el diálogo/ debate sobre la ficción y lo que llamamos la realidad. En palabras de Peter Orner […]. “Me parece mezquino juzgar una historia por el hecho de que haya sucedido realmente. Para mí todas las historias son ficción. La única pregunta que vale la pena hacerse es: ¿le hace cosquillas a tu alma o no?” [3]

Muchos fueron sus precursores elegidos dentro de la Literatura (en Argentina, pueden mencionarse especialmente a Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Horacio Quiroga entre otros). Y a muchos de ellos los re-escribió como homenaje y bajo la premisa que nos recuerda su prologuista en Cuentos completos, Marta Morello-Frosch: “La tradición asegura que el plagio es la forma más sincera de la admiración: lo mismo vale para los desacuerdos.” [4] En este sentido, cada vez que hizo esos reconocimientos los señaló implícitamente (con guiños reconocibles) o de manera explícita. Fue un trabajo conmemorativo, de re-creación y adaptación de textos a nuevas condiciones de la sociedad en su momento; también lo practicó con escritores extranjeros como Poe o Nietzsche entre varios otros.

Por otra parte, lo que aquí mostraremos es que la crueldad y la parodia, en temas como la sexualidad, la traición, el amor y la violencia en los vínculos interpersonales, fueron un sello personal del escritor que manejó esas características dándoles un valor re constitutivo para el ser como totalidad plena de contrasentidos. Otro importantísimo elemento de identidad en sus obras fue la referencia a las crisis de nuestro país, sus aconteceres histórico-sociales. Citando nuevamente a su prologuista podemos señalar que […] “en algunos cuentos, Castillo se presenta como un escritor maldito. Pero no es ese el caso. La crueldad no es gratuita ni fortuita, sino una moneda de variado intercambio social […]. Y, por último, quizá la mejor definición de esta particular forma de acción la proporciona el propio Castillo en el epígrafe de William Blake que abre su libro Cuentos crueles:

 

La crueldad tiene un corazón humano

y los celos un rostro humano,

el terror tiene la divina forma humana

y el misterio tiene el vestido del hombre. [5]

 

Escritor de su época, Abelardo Castillo narra múltiples contradicciones humanas que indican, según nuestra perspectiva, el comienzo de un cambio de enfoque social en la aceptación de las diferencias, o al menos la necesidad de lograrlo. De hecho, la voz narrativa a veces pide perdón o muestra arrepentimiento e incluso limitaciones profundas para cambiar. Entendemos que, como mínimo, está refiriéndose a la sociedad argentina…

Algunos de sus recursos, entre otros el del narrador testigo y/o protagonista, la parodia más impiadosa en ciertas oportunidades, la crueldad, son elementos muy importantes en su obra. No todos ellos se pueden desarrollar con amplitud en esta presentación.


Destacaremos en este trabajo su manera inimitable de recurrir a la crueldad y la parodia como crítica: ambas funcionando como lupas amplificadoras.

 

***

 

La hipótesis central de este análisis es que, con la enorme tarea del autor en el tratamiento de los personajes, realiza la reivindicación del lugar y la fortaleza de la mujer –tantas veces rechazada, y además menospreciada en la literatura y el arte en general, representación del contexto social más amplio–. Secundariamente habrá referencias al entonces denominado “marica” (homosexual también escarnecido y ridiculizado por nuestra sociedad y se puede decir también “las sociedades” sin temor a equivocarse). Ambos (aunque nos centraremos en la mujer) son reconocidos, desagraviados y valorados positivamente en esta cuentística. Se tomaron, como ejemplos para desarrollar estas temáticas, algunos cuentos distintivos ya que es ineludible hacer un recorte.

En primer y destacado lugar comentamos “La madre de Ernesto”, que da comienzo al libro Las otras puertas (de 1961). Un cuento tan duro como atrapante, una historia que abre el primer capítulo: Los iniciados. Los temas que se abordan son varios e intentaremos resumirlos por si alguien no leyó aún esta narración que, nos permitimos decir, llega como una trompada en el estómago y también como un derrame angustiante. Un grupo de jóvenes adolescentes envalentonados, escondidos en esa complicidad que muchas veces produce lo grupal y resueltos a transgredir (y más, atravesar un límite del que eventualmente no podrían volver, alcohol por medio), se disponen a tener experiencia con una prostituta que hace poco se había instalado en El Alabama (restorán y club nocturno del pueblo). Esa mujer es la madre de uno de ellos, la madre de Ernesto. Ernesto hace mucho que no aparece por los alrededores. La voz narrativa, testigo actuante, en primera persona del singular y del plural y en tercera persona alternativamente, nos dice que alentaban al instigador del hecho cautivados por algo “monstruosamente atractivo”. El nivel de destrato hacia esa mujer (que conocieron de chicos en la casa de su amigo y les parecía atrayente y provocadora), es enorme en el desarrollo del cuento y los diálogos, ya desde el comienzo; también es muy ambivalente. […] “–Esto es una asquerosidad, che. –Tenés miedo, dije yo. –Miedo no, otra cosa. Me encogí de hombros. –Por lo general, todas estas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser. –No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos. Dije que eso no era lo peor. […]. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase, iba a pasar algo.”

Y ellos van y, aunque haya que adelantarlo, es imprescindible decir (para captar el planteo de reivindicación) que esa mujer se engrandece, se nos planta con un empoderamiento materno impactante cuando los mira y claro, los reconoce. […] “Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto. Cerrándose el deshabillé lo dijo.”

Entonces: no armó un escándalo de aquellos que facilitaban por entonces tildar a la mujer como “histérica”; ese era su trabajo (fuera cual fuese el motivo de su elección o incluso su no elección pero sí necesidad). Su único terror, la situación más temida, era en este caso imaginar que podía haberle pasado algo a su hijo. Se enaltece la figura de la madre, sí, pero también la de la trabajadora sexual en esta visión que proponemos. Ambas son una y la misma mujer.

En el cuento “Hernán”, también de Las otras puertas, se presenta una situación asimismo contradictoria y a la vez insoportable, pero con otro derrotero. El narrador habla en primera persona del personaje que es referido al comienzo como otro, Hernán, y a medida que avanzamos se va descubriendo que es él mismo, narrador-narrado- protagonista quien humilla públicamente en el aula a su profesora (con la complicidad de sus compañeros). La descripción de esa docente tanto como muchos comentarios y situaciones, generan risa o sonrisa y piedad en el mismo movimiento. Además, se perciben como una denuncia, […] “Me parece que la vieja…, le dijeron, y Hernán debió fingir un asombro que jamás sintió, puesto que él lo había adivinado desde el comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras de pájaro […] cuando él, acercándose sin motivo, recitaba la lección en voz baja, íntima, como si la recitara para ella. –Este Hernán es un degenerado. Te admiraban, Hernán. –Pobre vieja, te fijaste: ahora se le da por pintarse. Porque, de pronto, la señorita Eugenia que leía a Bécquer empezó a pintarse absurdamente los ojos, de un color azulado, y la boca” […].


No es difícil para algunas generaciones, trasladarse a la adolescencia y recordar acciones cometidas contra ciertas y ciertos profesores. Y cuando se cuentan esas historias es, literalmente, entre risas, vergüenza y arrepentimiento. Tampoco es difícil inferir (ahora en el cuento) que el protagonista Hernán abusa –y no se sabe si viola o convence a la protagonista adulta que se mostraba muy enamorada de ese joven seductor–, abusa, decíamos, con descaro y con la colaboración de sus compañeros, apuesta y burlas por medio. El narrador que es testigo y además protagonista tuvo un momento de autodesprecio por lo que de todos modos hizo. Ella en esta historia no aparece reivindicada ni engrandecida, al contrario, la vemos en situación de total vulnerabilidad. Es puro desamparo.

Pero el narrador nos deja la tarea de reparación a los lectores. ¿Por qué proponemos esta hipótesis que nos sugiere la realización de un esfuerzo para los lectores? Porque sostenemos uno de los enfoques que plantea la parodia como “un lenguaje que ataca a su objeto no refiriéndose directamente a él, […] para criticar sus falencias y ponerlo en ridículo.” [6] Usualmente la ironía y la risa acompañan a la parodia así considerada. En el presente caso la burlada es la señorita Eugenia, sin embargo, el que asume una crueldad ridícula e innecesaria es él, Hernán (y son ellos, el público que la risa paródica requiere según Henri Bergson). Riéndose de “la señorita Eugenia”, imitándola en ocasiones y humillándola, quedaron, sus alumnos, en el lugar de la auto humillación: la acción se volvió contra ellos en un rebote como de espejo, desnudando sus debilidades de manera amplificada. El atisbo de arrepentimiento de Hernán no alcanzó a tapar su cobardía de macho ganador, incrementada por el rebote del recurso paródico.

Otra labor enorme que hace nuestro autor con el personaje femenino está en “Patrón”, del libro Cuentos crueles (1966). En dicho texto se trata de una mujer-niña que es entregada/vendida por su abuela al hombre más rico del pueblo, dueño de aquella estancia, dueño también de las personas que trabajaban para él. Y la abuela era una de sus posesiones a quien había “ayudado” al morir su marido (peón de ese lugar) y padre de nuestra protagonista, Paula. Y ahora ella era solicitada por el viejo que al fin consiguió casarse con la muchacha. […] “–Todo lo que quiero es mujer en la casa, y un hijo, un macho en el campo –Antenor señaló afuera, a lo hondo de la noche agujereada de grillos; en algún sitio se oyó un relincho–. Vení, arrimate. Ella se acercó. –Mande, le dijo. –Todo va a ser para él, entendés. Y también para vos. […] –Vení a la cama. […] No la consultó. La tomó, del mismo modo que se corta una fruta del árbol crecido en el patio.”

Sabemos que es una simplificación, pasan muchísimas cosas en el cuento, pero es necesario destacar que ese personaje femenino va creciendo desde la cosificación y el ultraje violatorio, hasta el lugar de una mujer muy inteligente y también calculadora que, no habiendo logrado escapar del designio de “servir a su amo y señor”, planifica con precisión una venganza supuestamente liberadora. No podemos dejar de lado una observación: Castillo además siembra cierto aspecto reparatorio en el personaje masculino (que ofrece casamiento y herencia para esa mujer cuya condición es “darle” un hijo, un macho). Es decir, en algún momento hay cierta paridad en las actitudes “crueles” de ambos, aunque todavía a favor de Antenor. Sin embargo, después el equilibrio de fuerzas se modifica y el personaje femenino se agranda, posee más fortaleza y una gran capacidad para elegir, dentro del contexto en el que vive: puede planear y concretar una serie de acciones que pondrán en riesgo la vida del esposo-padre-diablo y del fruto de su relación con él, ese hijo no deseado (“llevar una criatura adentro como un bicho enrollado”, dice el cuento en su inicio).

Una vez más, Abelardo Castillo y su literatura nos dejan sin aliento mientras la incertidumbre ocupa su reinado dentro y fuera de “Patrón”. El abandono coloca punto final en el cuento a una historia que puede derivar en distintos caminos para cada uno de los tres personajes principales.

Si hasta acá vemos protagonistas femeninas de una fortaleza lograda a costa de sobreponerse (aunque no del mismo modo) al infortunio, el maltrato y la humillación, pero de un valor que supera toda apariencia masculina de “macho bravío”, al leer “El marica” (Las otras puertas) nuestro escritor nos conmueve trabajando su personaje por medio del narrador testigo, también protagonista y cómplice, que en una suerte de carta-confesión se dirige a César. Y sus lectores, sentimos que somos César. De nuevo al amparo de un grupo de muchachos, se esconden la discriminación, el engaño y la violencia contra este joven diferente (para ese grupo y buena parte de la sociedad), de manos y gestos suaves, de un caminar y una forma de hablar también distintos a los de la mayoría.


El narrador, en este caso, llamado Abelardo (recurso que Castillo utiliza en más de una ocasión), en gesto egoísta y generoso en un mismo movimiento, pide perdón, se excusa de algún modo y además nos muestra a un César que califica como de un valor humano superior al de todo el grupo participante. […] “Pero ellos se reían, y uno también, César, acaba riéndose, acaba por reírse de macho que es y pasa el tiempo y una noche cualquiera es necesario recordar, decirlo todo.”

El joven Abelardo de esta historia de iniciación sexual confiesa su equivocación, su bestialidad, la culpa, y acaso su amor por César.

Recorriendo estos cuentos una y otra y otra vez nos encontramos con una buena cantidad de narraciones donde la mujer, el “marica” y el hombre (no olvidemos ni la fecha de nacimiento del autor ni la ubicación tempo espacial donde se hallan los protagonistas –en general es en pueblos o incluso en sitios alejados de pueblos y aunque no se explicita, es fácil identificar las décadas del 40 al 60 del siglo pasado–, y tampoco hay que olvidar las fechas de publicación de los cuentos que ya fueron mencionadas), historias, decíamos, donde los personajes se destacan en una dimensión tan atrapante como dolorosa y además re- constitutiva. Decimos dolorosa como podemos designar cruel, atrapante como se puede calificar de humanamente contradictoria (identificatoria e insoportable muchas veces), re-constitutiva –como ya quedó mencionado– debido al valor otorgado a esos personajes (por presencia o ausencia de ciertas características personales).

¿Cómo hace el narrador para que podamos tolerar y agradecer a la vez el trabajo que realiza con sus personajes? Porque los reivindica, los enaltece y en ocasiones, incluso, les pide perdón (y a través de ellos nos demanda perdón y nosotros lo pedimos también) por el destrato que en la época recibieron esas “minorías”: nos referimos, se entiende, a las mujeres y los homosexuales en este caso.

Al mismo tiempo pone su lupa amplificadora también sobre el rol asumido por los varones de un tiempo en el cual el “macho” asumía un lugar de poder socialmente aceptado (tengamos presente que el binarismo era “masculino-femenino”, “masculino-maricón” y ocasionalmente “femenino-lesbiana”). Dicha posición ocultaba en muchas ocasiones una identidad endeble que era necesario tapar bajo un manto de mentiras y violencia contra los demás. Y estos son los sitios donde la ironía se vuelve despiadada, duele, pero nos hace sonreír o reír porque es crítica y paródica. Podemos vernos, o ver a otros, en esos territorios.

De manera complementaria con esta perspectiva, se hará una breve referencia a algunos textos en los que el cuentista nos muestra limitaciones no reconocidas por el hombre, se trate de narrador testigo o protagonista u omnisciente (para la muestra que pretendemos dar no es eso lo más importante). Dificultades personales, entonces, también ocultas detrás de una fachada hostil, por ejemplo, en “Fermín” (Las otras puertas), “Una estufa para Matías Goldoni” (Cuentos crueles) y “Los ritos” (Cuentos crueles). Por razones de espacio se resumen solo éstos.

Dichos textos nos conectan con la impotencia de ciertos hombres (narradores o narrados), de muy diversas maneras, pero con elementos en común: su relación violenta y/o sometida en estos casos con “el sexo opuesto; el sexo débil” (dos caras de lo mismo, extremos que se tocan).

Fermín, alcohólico, maltrata a su mujer, intenta cambiar a partir de escuchar un discurso político, pero es incapaz de lograrlo y termina emborrachándose con un amigo y yendo a un prostíbulo (se infiere que nada cambiará en su vínculo con “la Paula”). Él dirá que “unos cuantos garrotazos por el lomo y la mujer se calma”, pero un político, que hace un discurso donde plantea que muchos se hacen los machos en la casa pero si el dueño de una sala de juego “los grita no hacen la pata ancha”, lo hace reflexionar. Esas palabras sí le llegan y entonces hace el intento (fallido al menos cuando el cuento termina).

Matías Goldoni por su parte es incapaz de superar la relación de inferioridad asumida frente a su mujer, y no puede “arreglar” el vínculo con ella; él la desprecia. Matías no puede romper ese círculo vicioso ni siquiera aceptando, por ejemplo, que no fue capaz de reparar una estufa que funciona mal (siendo que se vende como preparado para eso, aunque se trata de su primer cliente y su primera reparación). Tampoco puede escuchar ni aprender de sus errores. El camino que encuentra es denostar a su pareja, que también termina menospreciándolo.

El protagonista que narra en “Los ritos” es un violento seductor que culpa a las mujeres de sus desdichas: “son todas unas hijas de puta”, dice, mientras no puede dejar de pensar en una novia con la cual se enoja por su mal gusto, la manera obsesiva de acomodar los adornos en su casa (figulinas y otros objetos de los que se desprende). Pero, de esa mujer que seriamente expresó “– Vos no sabés querer. ¿Nunca te lo dijeron?” De ella, no pudo deshacerse. Y entró en un circuito donde el alcohol y el engaño lo dejaron sumergido en su verdadero ser, donde ni su intelectualidad supo ponerlo a salvo de la deshonra.

En síntesis, este estudio muestra el enorme trabajo de nuestro autor con esos personajes “hombres” que no pudieron superar sus debilidades, por contraposición a las “mujeres” y un “marica”, marginados, oprimidos, pero de una fortaleza y un valor que les permitieron superar humillaciones y ultrajes. Es como mínimo difícil no sentir, no identificarse con varios de esos personajes y por ende es imposible no agradecer esta labor de Abelardo Castillo. No sentir como lector, en definitiva y en varias ocasiones, tal como figura en uno de los acápites citados al comienzo: “eso es exactamente lo que yo sentía”.

 

NOTAS

1. Castillo, Abelardo. En Villanueva, Liliana. Maestros de la escritura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2018.

2. Castillo, Abelardo. Ser escritor. 1ª edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Seix Barral, 2020.

3. Orner, Peter. ¿Hay alguien ahí? 2ª reimpresión. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Chai Editora, 2022.

4. Morello-Frosch, Marta. En Castillo, Abelardo. CUENTOS COMPLETOS. 1ª edición. 1ª reimpresión. Argentina: ALFAGUARA, julio de 2000. Prólogo.

5. Ob. Cit.

6. López Winne, Hernán. Lo cómico, la risa, la crítica. La parodia como ejercicio crítico en la revista Barcelona. 1ª edición. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2010.

 

BIBLIOGRAFÍA

BERGSON, Henri. La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad. 1ª edición. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2011.

CASTILLO, Abelardo. CUENTOS COMPLETOS. 1ª edición. 1ª reimpresión. Argentina: ALFAGUARA, julio de 2000.

CASTILLO, Abelardo. Ser escritor. 1ª edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Seix Barral, 2020, pp. 200.

LÓPEZ WINNE, Hernán. Lo cómico, la risa, la crítica. La parodia como ejercicio crítico en la revista Barcelona. 1ª edición. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2010.

MORELLO-FROSCH, Marta. En Castillo, Abelardo. CUENTOS COMPLETOS. 1ª edición. 1ª reimpresión. Argentina: ALFAGUARA, julio de 2000.

ORNER, Peter. ¿Hay alguien ahí? 2ª reimpresión. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Chai Editora, 2022.

VILLANUEVA, Liliana. Maestros de la escritura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2018.

 

 


EMILCE STRUCCHI (Argentina). Lic. en psicología. Es narradora, poeta, ensayista y conferencista. En 2023 recibió en su país el RAL, Reconocimiento a la trayectoria y actividad literarias. En 2019 recibió en Uruguay la Distinción Horacio Quiroga por su aporte a la Literatura. Editó Relatos y Cuentos: Pleno de ausencia (Simurg, 2001); Poesía: Los trofeos del abandono (Ed. Del Dock, 2003), La luz es otra cosa (Ed. del Dock, 2004), AMANSALVA (Deldragón, 2006), No toda belleza redunda en felicidad (Compiladora de poetas argentinos contemporáneos, Ediciones Godot, 2008), PALABRAS POZO. Historia de apasionadas (Ediciones Godot, 2010), Antología de su obra en poesía: Baile de tules (Summa Poética, Editorial Vinciguerra, 2016), Neuronal (edición de autor, 2017), Poemas naturales (Editorial Vinciguerra, 2023); Novela: Andar ligero (Ediciones Godot, 2007; 2ª edición, 2010; reimpresión revisada 2019; 3ª edición 2021), El mundo incinerado (Ediciones Ruinas Circulares, 2020), MOIKO. Misterios en Isla de Pascua (Ediciones TRES GUINEAS, 2023); Ensayo: VIVIR DUELE. Clarice Lispector. (Ediciones Godot, 2014; reimpresión revisada, 2019). Fue parcialmente traducida al inglés, italiano, catalán y portugués. Primer premio en poesía, Concurso Internacional Raúl Rivero (Cuba, 2004); Segundo premio en poesía, Concurso Nacional Leopoldo Marechal (Buenos Aires, Argentina, 2003); Los trofeos del abandono fue finalista del grupo latinoamericano en el Concurso Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, 2003; su primera novela Andar ligero fue finalista del Concurso Internacional Territorio de La Mancha (con sedes en España y EE. UU., 2006); su cuento “El otro lado”, de Pleno de ausencia, fue seleccionado por la Fundación Jorge Luis Borges (Argentina, 2006) para su revista Proa.

 


DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.

  


Agulha Revista de Cultura

Número 253 | julho de 2024

Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)

Editores:

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