quinta-feira, 15 de agosto de 2024

ADRIANO CORRALES ARIAS | Impacto del Manifiesto Surrealista en Centroamérica y el Caribe

 


El Manifiesto del surrealismo (Manifeste du surréalisme), mejor conocido como Primer manifiesto del surrealismo, se publicó hace exactamente cien años –un 15 de octubre de 1924– firmado por André Breton. En principio fue redactado como prefacio para el libro Poisson soluble, pero muy pronto adquirió vitalidad e importancia propias. Breton, junto a Paul Éluard, redactaría un Segundo manifiesto del surrealismo, publicado cinco años más tarde. A partir de la década del sesenta, ambos textos y otros afines producidos con posterioridad, también con carácter programático, se unieron para conformar un libro publicado bajo el título de Manifiestos del surrealismo traducido a varios idiomas. La primera edición de estos manifiestos en castellano se publicó en 1965, con prólogo de su traductor, el poeta argentino Aldo Pellegrini. Aunque el Manifeste de Breton es el que finalmente ha tenido mayor difusión, no es estrictamente el primero, puesto que dos semanas antes, Yvan Goll (1891-1950), poeta francoalemán, había publicado el primer número de la revista Surrealism, que vio la luz el 1º de octubre de 1924 y que también contenía un Manifiesto del Surrealismo. De todas suertes el movimiento surrealista ya había sufrido quiebres y, con esta publicación, se marca una primera escisión entre el grupo en torno a Yvan Goll y el de André Breton y allegados. Con la publicación del segundo manifiesto la polarización en el movimiento adquiere un claro contenido político, como bien se sabe. En todo caso, Surréalisme fue la definición con la que Apollinaire y, posteriormente André Breton, definieron, más que a una corriente de expresión pictórica y literaria, a una nueva forma de ver e interpretar el mundo.

En 1939, ante el auge del nazismo, del fascismo y la inminencia de la guerra, se inicia el éxodo de los surrealistas hacia América. El grupo se reúne en Marsella donde se entrelazará una serie de colaboraciones y trabajos mancomunados (Wifredo Lam, Breton, Roberto Matta, Max Ernst y otros comparten las instalaciones de la villa Bel Air; allí emprenden juegos de creación colectiva como el juego de Marsella en versión surrealista y la poética del Tarot; Lam ilustra Fata Morgana, el libro de Breton que será publicado en Buenos Aires llevado por Roger Caillois), hasta que en 1941, en un barco de sardinas, se embarcan rumbo al “nuevo continente”, pero deben hacer una parada obligatoria para reabastecerse de agua en Martinica. Allí los espera el ejército de Vichy pues Francia ya ha sido ocupada por los nazis. Los internan en un antiguo leprosario (Camp Balata) a modo de campo de concentración. Este hecho tendrá una repercusión de suma importancia para la literatura y el arte de Las Antillas así como para el mismo movimiento surrealista. En una salida a la capital que se le permite a Breton para comprar algunas cosas que necesita su hija Aube, se encuentra en un establecimiento comercial la revista denominada Tropiques editada por Aimé Césaire (1913-2008), Suzanne Césaire (1915-1966) y René Ménil (1907-2004), tres personajes vitales en el intercambio del Caribe con el surrealismo. Breton ve en el notable poeta martiniqués, Aimé Césaire, una especie de alma gemela; concibe la palabra del poeta antillano “bella como el oxígeno naciente”. Es un descubrimiento deslumbrante y fundamental, es el encuentro con la magia afroamericana que subraya en mucho los postulados surrealistas, ese mundo paralelo que tanto buscaban y que no encontraban en Europa.

Césaire había regresado hacía poco de Francia, en 1939. Había estudiado en La Sorbona junto a los otros editores de la revista y acentuado sus posiciones anticoloniales para fundar lo que se reconocerá como el movimiento de la Negritud, poniendo en valor la cultura negra en una sociedad cuya burguesía, blanqueada, la negaba de plano. Recordemos que, en París, en 1934, junto a Leopold Sédar Senghor (1906-2001) y León Damas (1912-1978), Césaire había fundado la revista El Estudiante Negro, pero, sobre todo, había participado de la revista Légitime Défense, título tomado de un ensayo de Breton, aunque entonces no lo conocían personalmente; René Ménil había sido uno de sus creadores y editores. Con un único número fue calificada de subversiva y prohibida por las autoridades coloniales francesas y sus integrantes perdieron las becas de estudio. Légitime Défense marcó el surgimiento de la vanguardia literaria responsable de los primeros debates sobre la identidad martiniqueña, anclados en la crítica anticolonial. De modo tal que el impacto del Manifiesto Surrealista llegó al Caribe en la propia persona de su creador y de un grupo de intelectuales y artistas, entre los cuales, como ya vimos, se encontraba el cubano Wifredo Lam (1902-1982), uno de los pocos americanos –junto con el chileno Roberto Matta (1911-2002)– admitidos en el grupo no sólo por su talento y su original y sincrética obra, sino debido a su origen étnico: hijo de un inmigrante chino y de una mulata pero, además, “ahijado” de un sacerdote santero. Lam, que ya había ilustrado textos de Breton, muy pronto colaborará, también, con Césaire en un interesante diálogo antillano.

Una vez liberado, el grupo se dirige a New York (1942) pasando por República Dominicana. Ya sabemos que Breton no se interesará sobremanera por aquella ciudad y por las “entrañas del monstruo”, por ello más tarde se marchará a México país que, según sus palabras, es “el más surrealista del mundo”. Pero, aprovechando una exposición de Lam invitado por Pierre Mabille (1904-1952) –agregado cultural de Francia en Puerto Príncipe, Haití, para entonces– viaja en 1945 a la isla que gestara la primera revolución negra con la abolición de la esclavitud, interesado en las prácticas religiosas de origen africano en las cuales pretende iniciarse: el vudú. Allí funcionaba un grupo de poetas e intelectuales que editaba la revista La Ruche (La Colmena) editada por Jacques Stephan Alexis (1922-1961), Gérald Bloncourt (1926-2018), René Despestre (1926) y Paul Laraque (1920-2007), entre otros. Imparte una incendiaria conferencia sobre los conceptos de libertad y rebelión en el hotel Savoy de esa capital el 20 de diciembre de 1945. El grupo de jóvenes de La Ruche reseñan dicha conferencia y la saludan por su carácter libertario, entonces el gobierno incauta la edición, la quema y encarcela a sus editores y a muchos jóvenes artistas e intelectuales. Casi de inmediato hay una sublevación popular por la cual el presidente –en realidad dictador– Elie Lescot, representante de los intereses estadounidenses, es depuesto. Así, el surrealismo ingresa con su aire de libertad, rebelión y revolución social de una manera inusitada y en un sitio que sus autores jamás imaginaron: una región colonial con una auténtica tradición mágica –realista/maravillosa dirá el notable narrador cubano Alejo Carpentier (1904-1980), alejándose de los postulados primigenios del surrealismo– y de lucha anticolonial donde prende la llama de su discurso liberador cual verdadero acto poético colectivo que producen y consuman los sectores subalternos. Breton es expulsado. No obstante, en su breve estadía conoce, entre otros, al pintor Hector Hippolite (1894-1948) quien diseñaba escenas de las ceremonias religiosas afros, pero que, sobre todo, era sacerdote de tercera generación del vudú y no se consideraba artista, sino que decía pintar –con plumas de gallina– bajo la influencia de San Juan Bautista y de una sirena. Breton, más que azorado, consideró que ese era el canal de transmisión de la realidad paralela que andaba buscando, un verdadero vaso comunicante o un traductor entre lo occidental y el fascinante mundo afroamericano del Caribe. Le compró tres obras que siempre lució en su apartamento de París. (Ver la interesante conferencia dictada por la profesora colombiana María Clara Bernal; 2021).


Es sabido que Cuba, la mayor de Las Antillas, posee una tradición literaria y artística amplia y profunda, sin embargo, el Manifeste no ancló en sus puertos ni penetró puertas, salvo, como ya lo vimos, por la extraordinaria obra visual de Wifredo Lam. Su recepción fue tardía; hasta en los años cincuenta y sesenta encontraremos experiencias y producciones con esas señales. Antes podríamos mencionar poetas como Felix Pita Rodríguez (1909-1990) abanderado del surrealismo, o Manuel Navarro Luna (1894-1966). No obstante, uno de sus grandes escritores e intelectuales, como también ya lo mencioné, conoció de primera mano el movimiento en París: Alejo Carpentier. Incluso escribió artículos para la revista Revolución surrealista a petición del mismo André Breton. Perseguido por la tiranía de Gerardo Machado a finales de los años veinte, el escritor se había mudado a Europa. Sin embargo, Carpentier se alejó muy pronto de los postulados del movimiento dado que, según él, lo que se planteaba en los Manifiestos ya se encontraba en la historia y naturaleza de América. Desde su experiencia caribeña y latinoamericana, se dio a la tarea de repensar otra perspectiva, así concibió la teoría de lo real maravilloso o de la realidad maravillosa. En el prólogo a su novela El reino de este mundo (1948), se aleja en definitiva de la corriente ya que no creía en lo “maravilloso” de los trucos europeos tales como el encuentro de un paraguas con una máquina de escribir en una mesa de disección, cucharadas de armiño, caracoles en un taxi lluvioso, o la cabeza de un león en la pelvis de una viuda. Las consideraciones de Carpentier son fundamentales para comprender la incidencia –conviene quizás decir, la poca incidencia– del surrealismo en el arte y la literatura cubanas. En el trasiego hacia territorio caribeño, ciertamente, se experimentó un proceso de decantación y asimilación crítica que en determinados momentos, según las apreciaciones del mismo Carpentier, escalonó etapas que difícilmente calificarían para ser incluidas dentro de la marea surrealista.

En Puerto Rico, como ha sido la tónica, las vanguardias y el surrealismo en específico, arriban de manera tardía. En esa isla, encontraremos la profunda huella que dejara el artista y escritor gallego Eugenio Fernández Granell (1912-2001), durante su estancia entre 1950 y 1959, cuando ejerció como catedrático de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Después de abandonar Guatemala el 6 de enero de 1950 junto a su familia, Granell permanece cerca de diez años allí y establece una escuela pictórica con variados discípulos. Un grupo de ellos, en 1957, funda El Mirador Azul, primer colectivo de arte surrealista puertorriqueño, el cual únicamente alcanza un año, luego cada uno de los miembros se labra su propio camino. Entre ellos encontramos nombres destacados como Cossette Zeno (1930, nacida en República Dominicana) –que llegó a formar parte del círculo de André Breton recomendada por Granell–, Frances del Valle (1931), Rafael Ferrer (1933) o Luis Maisonet Crespo (1927). Granell, con cinco exposiciones, aireó la isla con las nuevas corrientes, en especial, como era de esperar, la del surrealismo. La obra del artista gallego/español también evoluciona y se robustece durante esa década pues, ya sin presiones políticas –como le había tocado en su estancia guatemalteca–, encuentra la tranquilidad que tanto necesitaba para crear. En literatura debe mencionarse, sin ser surrealistas, a José I. de Diego Padró (1896-1974) escritor importante quien, junto con Luis Palés Matos (1898-1959), funda el diepalismo, lo que introdujo el vanguardismo en Puerto Rico. El diepalismo exploraba los sonidos de modo que privilegiaba las onomatopeyas y los ritmos del canto y de la danza. Palés Matos, por demás, introduce la negritud como temática en la poesía puertorriqueña, lo que robustece la identidad transcultural criolla frente a la dependencia estadounidense; por ello se le reconoce como el “poeta mayor” de la isla del encanto.

En República Dominicana la “llegada” del surrealismo está, una vez más, marcada por la presencia del artista gallego Eugenio Fernández Granell, quien arriba a esa isla binacional en 1940. En 1941 se encuentra con André Breton en Santo Domingo procedente de Martinica y camino a Estados Unidos. Granell entrevista a Breton, Pierre Mabille y Víctor Serge (1890-1947), para el periódico La Nación, sellando una amistad imperecedera con el primero quien conservará varias de sus pinturas hasta su muerte. Así, de manera vivencial, reafirma –en 1939 había conocido en París a Benjamin Péret y a Wifrido Lam– los postulados surrealistas con todas las consecuencias estéticas y políticas, aunque, desde su juventud y como combatiente en la guerra civil española, fuese un trostkista convencido, militante del Partido Obrero de Unión Marxista –POUM– (Biografía en el sitio web de la Fundación Granell). En agosto de 1943 se inaugura la Galería Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo con una Exposición de Autorretratos, congregando a los principales pintores asentados en la isla. Entre ellos Granell quien presenta varios retratos que difieren del común de los expuestos. Ese mismo mes y año se inaugura la primera exposición individual de Granell en la Galería Nacional de Santo Domingo. La muestra contó con cuarenta y cuatro obras, lo que indica la enorme capacidad de trabajo de su autor. Imparte una conferencia sobre El Surrealismo y la pintura en el centro cultural Alfa y Omega. En noviembre de 1945 se inaugura la segunda exposición individual de Granell en la Galería Nacional de Bellas Artes (Canela-Ruano; 2018). En cuanto a la literatura Granell también va a colaborar con el surgimiento del grupo y la revista La Poesía Sorprendida (1943-1947; veintiún números), cuyos principales miembros tuvieron la oportunidad de conocer y reunirse con la autoridad suprema del movimiento surrealista, André Breton, en sus visitas al país en 1941 y 1945. Se le considera el segundo movimiento de vanguardia dominicano, ya que reacciona contra el Postumismo, primer movimiento de agitación vanguardista en Santo Domingo durante la década del veinte. Los poetas agrupados bajo la publicación fueron: Franklin Mieses Burgos (1907-1976), Mariano Lebrón Saviñón (1922-2014), Manuel Rueda (1921-199), Freddy Gatón Arce (1920-1994), Antonio Fernández Spencer (1922-1995), Rafael Américo Henríquez (1899-1968), Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), Manuel Valerio (1918-1978), Manuel Llanes (1898-1976), Juan Manuel Glass Mejía (1923-1994), el chileno Alberto Baeza Flores (1914-1998) y, por supuesto, el propio Granell, quien además de publicar textos diseñaba las viñetas que ilustraban la revista. No perdamos de vista que esta publicación y su movida tienen como trasfondo la nefasta dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961); precisamente Eugenio Fernández Granell debe marcharse cuando intentan obligarlo a firmar un documento en apoyo a la tiranía.


En Centroamérica propiamente, quizás sea Guatemala el país donde mayor resonancia tendrá el Manifeste con la señera presencia y figura del pintor y escritor español Eugenio Fernández Granell, tal y como ya lo adelantamos. En su paso por Guatemala, de 1946 a 1950, realiza una intensa actividad artística, periodística, docente, organizativa y crítica; sostuvo una intensa polémica con la Asociación Guatemalteca de Estudiantes Universitarios y Artistas Revolucionarios (AGEAR) y el grupo de escritores y artistas denominado Sakertí (Amanecer en kakchiquel) –donde “militaba” el escritor surrealista Luis Cardoza y Aragón, pero cuyos principales miembros optaban por el “realismo socialista”– a quienes acusó de estalinistas. En esa espesa polémica, por cierto, participa la poeta costarricense Eunice Odio, a la sazón instalada en Guatemala, en defensa de Granell ante las embestidas de la AGEAR y de los de Sakertí. (Taracena, Arriola; 2014). Carlos Mérida (1891-1984), el pintor abstracto y recipientario de la gran tradición precolombina mesoamericana, será el par de Granell en Guatemala. Nacido en la Ciudad de Guatemala bajo la herencia mixta de español y maya k’iche’ –lo que le otorga una influencia decisiva en su trabajo artístico– se convierte en el artista visual más reconocido de su país. Estudió música de niño, pero después de haber perdido sus facultades auditivas comenzó a estudiar pintura. En 1910, con diecinueve años, presenta una obra como su primera exhibición de arte. En ese mismo año, se muda a París donde vive durante cuatro años, conoce y trabaja con los artistas Pablo Picasso, Piet Mondrian, Amedeo Modigliani, y otros artistas latinoamericanos que residían en Europa. En 1919 regresa y se instala en México cuando concluía la Revolución Mexicana. Allí trabaja con Diego Rivera y Rufino Tamayo y realiza sus primeros murales. En las décadas posteriores expande su práctica con trabajos gráficos, bosquejos, tapices, escenografías y disfraces para espectáculos de danza. La amplia gama del trabajo artístico de Carlos Mérida fusiona el surrealismo con el muralismo, el cubismo, y el modernismo europeo, junto con elementos de la cultura mayense precolombina. Fue conocido por integrar elementos figurativos en su arte abstracto, como coloridas representaciones orgánicas o geométricas de personas en grupos, y utilizó una gran variedad de medios como el óleo, las acuarelas, gouache, lápiz, pergamino y plástico. El otro artista que acompaña a ese dúo es el escritor Luis Cardoza y Aragón (1904-1992). Durante su exilio Cardoza había viajado a París –donde conoce a Breton–, África y la Unión Soviética. A su regreso a Guatemala se plantea servir a la causa revolucionaria, pero siempre bajo el dilema de hacerlo desde la interpretación intelectual o directamente en la militancia. Es electo diputado y desde el Congreso reivindica a la clase trabajadora. Propone al presidente Arévalo Martínez la creación de la Revista de Guatemala, publicación “académica y revolucionaria”; sin embargo, no logra consolidarla por el cuestionamiento de intelectuales y dirigentes quienes planteaban la necesidad de atender demandas sociales urgentes. Arévalo nombra a Cardoza en cargos diplomáticos: Embajador en la Unión Soviética, donde permanece por un año, y luego como ministro en Chile y Colombia. Con el ascenso de Jacobo Arbenz, en 1951, regresa a México, donde permanecerá hasta su muerte. Cardoza, como otros marxistas, buscó la libertad creativa desafiando la disciplina partidaria a través de la producción literaria en clave surrealista. Debemos, finalmente, mencionar a Miguel Ángel Asturias, primer y único premio Nobel centroamericano, quien justamente arriba a París en 1924 para recibir el impacto del Manifiesto de Bréton. Sin embargo, no podría considerársele un representante del surrealismo, sino más bien del realismo-maravilloso carpenteriano o, si se quiere, del realismo-mágico macondiano de Gabriel García Márquez.

Costa Rica será el otro país donde, con timidez, se recepciona el Manifeste, aunque de manera tardía y sin grandes discusiones ni conformación de grupos. Max Jiménez Huete (1900-1947), quizás el artista costarricense más importante del siglo XX, va a ser el primer mensajero ya que se forma, expone y publica por primera vez en Europa (Londres, París, Madrid; 1919-1925); allá, además de compartir con artistas como Valle Inclán, Concha Espina, Pablo Picasso, Alfonso Reyes, Miguel Ángel Asturias, Cardoza y Aragón, César Vallejo, entre otros, conoce de primera mano los movimientos de vanguardia y, por supuesto, el surrealismo. Narrador, poeta, ensayista, “aforista”, pintor, escultor, grabador, dibujante, periodista, promotor y mecenas, entre otras cualidades, su talento se movía por las más intrincadas expresiones artísticas visuales y literarias. Como poeta, Jiménez Huete produce una obra que abre los caminos de las vanguardias europeas al quehacer lírico nacional. Lamentablemente la crítica no se ha ocupado a cabalidad de ella, se le ha brindado mayor atención a la narrativa y a la producción visual que a su poesía. Su rebelión estética y su rebeldía social lo convierten en un surrealista criollo que revisita la negritud (vivió, pintó y expuso en Cuba de 1943 a 1945), la hostilidad de la tierra y la naturaleza, la animalización del ser humano y el desarraigo del europeo en tierras americanas, entre otros tópicos. Eunice Odio (1919-1974), posiblemente la mejor poeta que ha dado la literatura costarricense, toma la estafeta de Max Jiménez. Con tres libros a su haber –Los elementos terrestres, 1948 Guatemala, Editorial El libro de Guatemala; Zona en territorio del alba, Argentina, Brigadas Líricas, 1953; El tránsito de fuego, El Salvador, Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, Col. Poesía, Núm. 5, 1957– su poesía se apropia de lo mejor de las vanguardias europeas, sobre todo del surrealismo. Como ya lo señalamos, había viajado a Guatemala a retirar un premio en 1947 y se queda a vivir allí; en 1948 opta por esa ciudadanía; más tarde se convertirá en mexicana (1955), país donde fallece misteriosamente. Labora en el Ministerio de Educación y efectúa varios viajes por Centroamérica y Panamá. Permanece en Guatemala hasta 1954. Traba amistad, entre otros intelectuales y artistas, con Eugenio Fernández Granell quien, con su ejemplo y labor la acerca al surrealismo, ya no solo como una técnica de escritura o de creación artística, sino como actitud, como forma de pensamiento y de conducta sociocultural.


La presencia del surrealismo en los demás países centroamericanos fue efímera y con experiencias limitadas, no cuajó en profundidad, aunque, hasta donde sé, no contamos aún con un estudio pormenorizado al respecto, es decir, que de cuenta sobre la impronta del surrealismo en Centroamérica, en especial acerca del impacto de sus manifiestos. En Panamá, por ejemplo, Rogelio Sinán (1902-1994), trasladó a sus libros de poesía Semana Santa en la niebla y Onda, los experimentos que había realizado en París, aunque muy pronto se orientó hacia la poesía española. En El Salvador habrá que esperar la rebelión poética –ante el modernismo y el academicismo– hasta los años sesenta con poetas como Manlio Argueta (1936), Roberto Armijo (1937-1997), el dramaturgo Álvaro Menen Desleal (1931-2000) o el reconocido Roque Dalton (1935-1975). Solamente en Nicaragua se puede hablar de una presencia vanguardista consistente, aunque bastante tardía, debido sobre todo a la actividad de José Coronel Urtecho (1902-1994), quien con Joaquín Pasos (1914-1947), a través de los “poemas chinfónicos”, inaugura una poesía que más tarde será llamada “conversacional” o “exteriorista”. No obstante, no reciben o no asumen el influjo surrealista; podríamos decir incluso que son poetas posvanguardistas con una influencia muy marcada por parte de la poesía estadounidense de la época, especialmente de Ezra Pound (1885-1972) y William Carlos Williams (1883-1963). En Honduras no se encuentran trazos del surrealismo en la época; en términos vanguardistas está la presencia de la poeta Clementina Suárez (1902-1991) y de Jacobo V. Cárcamo (1916-1959); más tarde Roberto Sosa (1930-2011). Hubo que esperar hasta los años setenta a escritores como Julio Escoto (1944), Eduardo Bähr (1940-2023), Rigoberto Paredes (1948-2015) o José Luis Quesada (1948).

Como se ha expuesto, el impacto del Manifeste du surréalisme, en Centroamérica y en el Caribe, mejor dicho en Las Antillas, no se produce por la recepción –traducción/publicación y lectura directa del mismo– sino por la presencia en esta tierras de su creador y máximo exponente, André Breton, y sus acompañantes. Pero igual se impone la presencia del pintor y escritor gallego/español Eugenio Fernández Granell cual embajador surrealista y, por ende, difusor de sus principios y métodos creativos. Los arduos, dramáticos y nutritivos viajes, tanto de Breton como de Granell, por el Caribe y Centroamérica –en el caso del segundo–, cual Odiseos modernos, sembrarán y dispersarán la simiente del movimiento de vanguardia más importante del siglo XX; simiente que hallará un terreno propicio donde el contenido anticolonial y de fusión de culturas ha eclosionado un entramado étnico y artístico de proporciones aún insospechadas. Muchos de estos países continúan siendo satélites del poder colonial, ya no bajo la férula administrativa, jurídica y económica, sino, y es lo peor, ideológica y epistemológicamente, en lo que se ha conceptuado como el poder de la colonialidad –la “herida colonial”–, rostro oscuro de la modernidad. El discurso único de la globalización neoliberal intenta suscitar una suerte de tabula rasa en términos culturales, pero estos pueblos indómitos resisten desde su lengua y desde sus ancestrales prácticas socioculturales y artísticas. El surrealismo, acaso sin proponérselo, ha coadyuvado en ello, tanto que a veces nos preguntamos si el mismo –en su esencia, en su actitud, en su pluralidad y en su lucha por la generación de mundos alternos, armónicos, solidarios– no es anterior a Breton y sus correligionarios. ¿Eran ya surrealistas nuestros pueblos primigenios, así como los afro y asiático descendientes, tanto en sus profundas e intrincadas vivencias ancestrales como en su compleja relación con la naturaleza y el cosmos? Lo cierto, e invaluable, es que –por fortuna– el mito y sus poéticas los sobreviven.

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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ADRIANO CORRALES ARIAS (Costa Rica, 1958). Poeta, escritor y crítico. Ha publicado más de 25 libros en poesía, novela, cuento, ensayo y teatro. Fue profesor catedrático e investigador de la Escuela de Cultura del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano, ruso, japonés y portugués. Colabora con varias publicaciones latinoamericanas. Ensayo escrito a nuestro pedido, para la presente edición, fechado de mayo/julio de 2024.





JULIA OTXOA (Espanha, 1953). Poeta, narradora y artista gráfica Entre sus últimas exposiciones : “Llocs de Pas” Espectáculo colectivo audiovisual-MACBA-Barcelona 2006, “Absinthe Review” Nueva York 2007; “New Sleepingfis Review”, Nueva York 2007; “Certamen Internacional de Fotografía Surrealista”, Eibar 2007; “Fragmentos de Entusiasmo”-Catálogo de la exposición Antología de la Poesía Visual española 1964-2006”-“Poesía Visual Española” (Antología) Editorial Calambur,Madrid,2007; “La Fira Mágica”, Exposición colectiva de Poesía Visual Ayuntamiento de Santa Susana Barcelona, 2007; “Homenaje a Manuel Altolaguirre”, Exposición Poesía Visual – Instituto Cervantes en Fez (Marruecos, 2007 ); “Miguel Hernández – Muestra de Poesía Visual” (Universidad Miguel Hernández-Elche, 2008); “Exposición libros de artista”, Museo de San Telmo San Sebastián, 2023; “Tres senderos que convergen”, Centro cultural Oquendo, San Sebastián. Julia Otxoa es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 


 

Agulha Revista de Cultura

Número 254 | agosto de 2024

Artista convidada: Julia Otxoa (España, 1953)

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