En 1939,
ante el auge del nazismo, del fascismo y la inminencia de la guerra, se inicia el
éxodo de los surrealistas hacia América. El grupo se reúne en Marsella donde se
entrelazará una serie de colaboraciones y trabajos mancomunados (Wifredo Lam, Breton,
Roberto Matta, Max Ernst y otros comparten las instalaciones de la villa Bel
Air; allí emprenden juegos de creación colectiva como el juego de Marsella
en versión surrealista y la poética del Tarot; Lam ilustra Fata Morgana,
el libro de Breton que será publicado en Buenos Aires llevado por Roger Caillois),
hasta que en 1941, en un barco de sardinas, se embarcan rumbo al “nuevo continente”,
pero deben hacer una parada obligatoria para reabastecerse de agua en Martinica.
Allí los espera el ejército de Vichy pues Francia ya ha sido ocupada por los nazis.
Los internan en un antiguo leprosario (Camp Balata) a modo de campo de concentración.
Este hecho tendrá una repercusión de suma importancia para la literatura y el arte
de Las Antillas así como para el mismo movimiento surrealista. En una salida a la
capital que se le permite a Breton para comprar algunas cosas que necesita su hija
Aube, se encuentra en un establecimiento comercial la revista denominada Tropiques
editada por Aimé Césaire (1913-2008), Suzanne Césaire (1915-1966) y René Ménil (1907-2004),
tres personajes vitales en el intercambio del Caribe con el surrealismo. Breton
ve en el notable poeta martiniqués, Aimé Césaire, una especie de alma gemela; concibe
la palabra del poeta antillano “bella como el oxígeno naciente”. Es un descubrimiento
deslumbrante y fundamental, es el encuentro con la magia afroamericana que subraya
en mucho los postulados surrealistas, ese mundo paralelo que tanto buscaban y que
no encontraban en Europa.
Césaire había regresado hacía poco de Francia,
en 1939. Había estudiado en La Sorbona junto a los otros editores de la revista
y acentuado sus posiciones anticoloniales para fundar lo que se reconocerá como
el movimiento de la Negritud, poniendo en valor la cultura negra en una sociedad
cuya burguesía, blanqueada, la negaba de plano. Recordemos que, en París, en 1934,
junto a Leopold Sédar Senghor (1906-2001) y León Damas (1912-1978), Césaire había
fundado la revista El Estudiante Negro, pero, sobre todo, había participado
de la revista Légitime Défense, título tomado de un ensayo de Breton, aunque
entonces no lo conocían personalmente; René Ménil había sido uno de sus creadores
y editores. Con un único número fue calificada de subversiva y prohibida por las
autoridades coloniales francesas y sus integrantes perdieron las becas de estudio. Légitime Défense marcó el surgimiento de la vanguardia literaria responsable de
los primeros debates sobre la identidad martiniqueña, anclados en la crítica anticolonial.
De modo tal que el impacto del Manifiesto Surrealista llegó al Caribe en
la propia persona de su creador y de un grupo de intelectuales y artistas, entre
los cuales, como ya vimos, se encontraba el cubano Wifredo Lam (1902-1982), uno
de los pocos americanos –junto con el chileno Roberto Matta (1911-2002)– admitidos
en el grupo no sólo por su talento y su original y sincrética obra, sino debido
a su origen étnico: hijo de un inmigrante chino y de una mulata pero, además, “ahijado”
de un sacerdote santero. Lam, que ya había ilustrado textos de Breton, muy pronto
colaborará, también, con Césaire en un interesante diálogo antillano.
Una vez liberado, el grupo se dirige a New
York (1942) pasando por República Dominicana. Ya sabemos que Breton no se interesará
sobremanera por aquella ciudad y por las “entrañas del monstruo”, por ello más tarde
se marchará a México país que, según sus palabras, es “el más surrealista del mundo”.
Pero, aprovechando una exposición de Lam invitado por Pierre Mabille (1904-1952)
–agregado cultural de Francia en Puerto Príncipe, Haití, para entonces– viaja en
1945 a la isla que gestara la primera revolución negra con la abolición de la esclavitud,
interesado en las prácticas religiosas de origen africano en las cuales pretende
iniciarse: el vudú. Allí funcionaba un grupo de poetas e intelectuales que editaba
la revista La Ruche (La Colmena) editada por Jacques Stephan
Alexis (1922-1961), Gérald Bloncourt (1926-2018), René Despestre (1926) y Paul Laraque (1920-2007), entre otros.
Imparte una incendiaria conferencia sobre los conceptos de libertad y rebelión en
el hotel Savoy de esa capital el 20 de diciembre de 1945. El grupo de jóvenes de
La Ruche reseñan dicha conferencia y la saludan por su carácter libertario,
entonces el gobierno incauta la edición, la quema y encarcela a sus editores y a
muchos jóvenes artistas e intelectuales. Casi de inmediato hay una sublevación popular
por la cual el presidente –en realidad dictador– Elie Lescot, representante de los
intereses estadounidenses, es depuesto. Así, el surrealismo ingresa con su aire
de libertad, rebelión y revolución social de una manera inusitada y en un sitio
que sus autores jamás imaginaron: una región colonial con una auténtica tradición
mágica –realista/maravillosa dirá el notable narrador cubano Alejo Carpentier
(1904-1980), alejándose de los postulados primigenios del surrealismo– y de lucha
anticolonial donde prende la llama de su discurso liberador cual verdadero acto
poético colectivo que producen y consuman los sectores subalternos. Breton es expulsado.
No obstante, en su breve estadía conoce, entre otros, al pintor Hector Hippolite
(1894-1948) quien diseñaba escenas de las ceremonias religiosas afros, pero que,
sobre todo, era sacerdote de tercera generación del vudú y no se consideraba artista,
sino que decía pintar –con plumas de gallina– bajo la influencia de San Juan Bautista
y de una sirena. Breton, más que azorado, consideró que ese era el canal de transmisión
de la realidad paralela que andaba buscando, un verdadero vaso comunicante o un
traductor entre lo occidental y el fascinante mundo afroamericano del Caribe. Le
compró tres obras que siempre lució en su apartamento de París. (Ver la interesante
conferencia dictada por la profesora colombiana María Clara Bernal; 2021).
En Puerto Rico, como ha sido la tónica, las
vanguardias y el surrealismo en específico, arriban de manera tardía. En esa isla,
encontraremos la profunda huella que dejara el artista y escritor gallego Eugenio
Fernández Granell (1912-2001), durante su estancia entre 1950 y 1959, cuando ejerció
como catedrático de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Después
de abandonar Guatemala el 6 de enero de
1950 junto a su familia, Granell permanece cerca de diez años allí y establece una
escuela pictórica con variados discípulos. Un grupo de ellos, en 1957, funda El
Mirador Azul, primer colectivo de arte surrealista puertorriqueño, el cual únicamente
alcanza un año, luego cada uno de los miembros se labra su propio camino. Entre
ellos encontramos nombres destacados como Cossette Zeno (1930, nacida en República
Dominicana) –que llegó a formar parte del círculo de André Breton recomendada por
Granell–, Frances del Valle (1931), Rafael Ferrer (1933) o Luis Maisonet Crespo
(1927). Granell, con cinco exposiciones, aireó la isla con las nuevas corrientes,
en especial, como era de esperar, la del surrealismo. La obra del artista gallego/español
también evoluciona y se robustece durante esa década pues, ya sin presiones políticas
–como le había tocado en su estancia guatemalteca–, encuentra la tranquilidad que
tanto necesitaba para crear. En literatura debe mencionarse, sin ser surrealistas,
a José I. de Diego Padró (1896-1974) escritor
importante quien, junto con Luis Palés Matos (1898-1959), funda el diepalismo,
lo que introdujo el vanguardismo en Puerto Rico. El diepalismo exploraba
los sonidos de modo que privilegiaba las onomatopeyas y los ritmos del canto y de
la danza. Palés Matos, por demás, introduce la negritud como temática en la poesía
puertorriqueña, lo que robustece la identidad transcultural criolla frente a la
dependencia estadounidense; por ello se le reconoce como el “poeta mayor” de la
isla del encanto.
En República Dominicana
la “llegada” del surrealismo está, una vez más, marcada por la presencia del artista
gallego Eugenio Fernández Granell, quien arriba a esa isla binacional en 1940. En
1941 se encuentra con André Breton en Santo
Domingo procedente de Martinica y camino a Estados Unidos. Granell entrevista a
Breton, Pierre Mabille y Víctor Serge (1890-1947), para el periódico La Nación,
sellando una amistad imperecedera con el primero quien conservará varias de sus
pinturas hasta su muerte. Así, de manera vivencial, reafirma –en 1939 había conocido
en París a Benjamin Péret y a Wifrido Lam– los postulados surrealistas con todas
las consecuencias estéticas y políticas, aunque, desde su juventud y como combatiente
en la guerra civil española, fuese un trostkista convencido, militante del Partido
Obrero de Unión Marxista –POUM– (Biografía en el sitio web de la Fundación
Granell). En agosto de
1943 se inaugura la Galería Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo con
una Exposición de Autorretratos, congregando a los principales pintores asentados
en la isla. Entre ellos Granell quien presenta varios retratos que difieren del
común de los expuestos. Ese mismo mes y año se inaugura la primera exposición individual
de Granell en la Galería Nacional de Santo Domingo. La muestra contó con
cuarenta y cuatro obras, lo que indica la enorme capacidad de trabajo de su autor.
Imparte una conferencia sobre El Surrealismo y la pintura en el centro cultural
Alfa y Omega. En noviembre de 1945 se inaugura la segunda exposición individual
de Granell en la Galería Nacional de Bellas Artes (Canela-Ruano; 2018). En
cuanto a la literatura Granell también va a colaborar con el surgimiento del grupo
y la revista La Poesía Sorprendida (1943-1947; veintiún números), cuyos principales
miembros tuvieron la oportunidad de conocer y reunirse con la autoridad suprema
del movimiento surrealista, André Breton, en sus visitas al país en 1941 y 1945.
Se le considera el segundo movimiento de vanguardia dominicano, ya que reacciona
contra el Postumismo, primer movimiento de agitación vanguardista en Santo
Domingo durante la década del veinte. Los poetas agrupados bajo la publicación fueron:
Franklin Mieses Burgos (1907-1976), Mariano Lebrón Saviñón (1922-2014), Manuel Rueda
(1921-199), Freddy Gatón Arce (1920-1994), Antonio Fernández Spencer (1922-1995),
Rafael Américo Henríquez (1899-1968), Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), Manuel
Valerio (1918-1978), Manuel Llanes (1898-1976), Juan Manuel Glass Mejía (1923-1994),
el chileno Alberto Baeza Flores (1914-1998) y, por supuesto, el propio Granell,
quien además de publicar textos diseñaba las viñetas que ilustraban la revista. No perdamos
de vista que esta publicación y su movida tienen como trasfondo la nefasta dictadura
de Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961); precisamente Eugenio Fernández Granell
debe marcharse cuando intentan obligarlo a firmar un documento en apoyo a la tiranía.
Costa Rica será el otro país donde, con timidez, se recepciona
el Manifeste, aunque de manera tardía y sin grandes discusiones ni conformación
de grupos. Max
Jiménez Huete (1900-1947), quizás el artista costarricense más importante del siglo
XX, va a ser el primer mensajero ya que se forma, expone y publica por primera vez
en Europa (Londres, París, Madrid; 1919-1925); allá, además de compartir con artistas
como Valle Inclán, Concha Espina, Pablo Picasso, Alfonso Reyes, Miguel Ángel Asturias,
Cardoza y Aragón, César Vallejo, entre otros, conoce de primera mano los movimientos
de vanguardia y, por supuesto, el surrealismo. Narrador, poeta, ensayista, “aforista”,
pintor, escultor, grabador, dibujante, periodista, promotor y mecenas, entre otras
cualidades, su talento se movía por las más intrincadas expresiones artísticas visuales
y literarias. Como poeta, Jiménez Huete produce una obra que abre los caminos de
las vanguardias europeas al quehacer lírico nacional. Lamentablemente la crítica
no se ha ocupado a cabalidad de ella, se le ha brindado mayor atención a la narrativa
y a la producción visual que a su poesía. Su rebelión estética y su rebeldía social
lo convierten en un surrealista criollo que revisita la negritud (vivió, pintó y
expuso en Cuba de 1943 a 1945), la hostilidad de la tierra y la naturaleza, la animalización
del ser humano y el desarraigo del europeo en tierras americanas, entre otros tópicos.
Eunice Odio (1919-1974), posiblemente la mejor poeta que ha dado la literatura costarricense,
toma la estafeta de Max Jiménez. Con tres libros a su haber –Los elementos terrestres,
1948 Guatemala, Editorial El libro de Guatemala; Zona en territorio del alba,
Argentina, Brigadas Líricas, 1953; El tránsito de fuego, El Salvador, Departamento
Editorial del Ministerio de Cultura, Col. Poesía, Núm. 5, 1957– su poesía se apropia
de lo mejor de las vanguardias europeas, sobre todo del surrealismo. Como ya lo
señalamos, había viajado a Guatemala a retirar un premio en 1947 y se queda a vivir
allí; en 1948 opta por esa ciudadanía; más tarde se convertirá en mexicana (1955),
país donde fallece misteriosamente. Labora en el Ministerio de Educación y efectúa
varios viajes por Centroamérica y Panamá. Permanece en Guatemala hasta 1954. Traba amistad, entre otros intelectuales y artistas,
con Eugenio Fernández Granell quien, con su ejemplo y labor la acerca al surrealismo,
ya no solo como una técnica de escritura o de creación artística, sino como actitud,
como forma de pensamiento y de conducta sociocultural.
Como se ha expuesto, el impacto del Manifeste
du surréalisme, en Centroamérica y en el Caribe, mejor dicho en Las Antillas,
no se produce por la recepción –traducción/publicación y lectura directa del mismo–
sino por la presencia en esta tierras de su creador y máximo exponente, André Breton,
y sus acompañantes. Pero igual se impone la presencia del pintor y escritor gallego/español
Eugenio Fernández Granell cual embajador surrealista y, por ende, difusor de sus
principios y métodos creativos. Los arduos, dramáticos y nutritivos viajes, tanto
de Breton como de Granell, por el Caribe y Centroamérica –en el caso del segundo–,
cual Odiseos modernos, sembrarán y dispersarán la simiente del movimiento de vanguardia
más importante del siglo XX; simiente que hallará un terreno propicio donde el contenido
anticolonial y de fusión de culturas ha eclosionado un entramado étnico y artístico
de proporciones aún insospechadas. Muchos de estos países continúan siendo satélites
del poder colonial, ya no bajo la férula administrativa, jurídica y económica, sino,
y es lo peor, ideológica y epistemológicamente, en lo que se ha conceptuado como
el poder de la colonialidad –la “herida colonial”–, rostro oscuro de la modernidad.
El discurso único de la globalización neoliberal intenta suscitar una suerte de
tabula rasa en términos culturales, pero estos pueblos indómitos resisten
desde su lengua y desde sus ancestrales prácticas socioculturales y artísticas.
El surrealismo, acaso sin proponérselo, ha coadyuvado en ello, tanto que a veces
nos preguntamos si el mismo –en su esencia, en su actitud, en su pluralidad y en
su lucha por la generación de mundos alternos, armónicos, solidarios– no es anterior
a Breton y sus correligionarios. ¿Eran ya surrealistas nuestros pueblos primigenios,
así como los afro y asiático descendientes, tanto en sus profundas e intrincadas
vivencias ancestrales como en su compleja relación con la naturaleza y el cosmos?
Lo cierto, e invaluable, es que –por fortuna– el mito y sus poéticas los sobreviven.
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ADRIANO CORRALES ARIAS (Costa Rica, 1958). Poeta, escritor y crítico. Ha publicado más de 25 libros en poesía, novela, cuento, ensayo y teatro. Fue profesor catedrático e investigador de la Escuela de Cultura del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha sido traducido parcialmente al inglés, italiano, ruso, japonés y portugués. Colabora con varias publicaciones latinoamericanas. Ensayo escrito a nuestro pedido, para la presente edición, fechado de mayo/julio de 2024.
JULIA OTXOA (Espanha, 1953). Poeta, narradora y artista gráfica Entre sus últimas exposiciones : “Llocs de Pas” Espectáculo colectivo audiovisual-MACBA-Barcelona 2006, “Absinthe Review” Nueva York 2007; “New Sleepingfis Review”, Nueva York 2007; “Certamen Internacional de Fotografía Surrealista”, Eibar 2007; “Fragmentos de Entusiasmo”-Catálogo de la exposición Antología de la Poesía Visual española 1964-2006”-“Poesía Visual Española” (Antología) Editorial Calambur,Madrid,2007; “La Fira Mágica”, Exposición colectiva de Poesía Visual Ayuntamiento de Santa Susana Barcelona, 2007; “Homenaje a Manuel Altolaguirre”, Exposición Poesía Visual – Instituto Cervantes en Fez (Marruecos, 2007 ); “Miguel Hernández – Muestra de Poesía Visual” (Universidad Miguel Hernández-Elche, 2008); “Exposición libros de artista”, Museo de San Telmo San Sebastián, 2023; “Tres senderos que convergen”, Centro cultural Oquendo, San Sebastián. Julia Otxoa es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
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Número 254 | agosto de 2024
Artista convidada: Julia Otxoa (España, 1953)
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