FY | Agathi, háblame un poco de Mesolongui, la
ciudad donde naciste y donde sabemos murió Lord Byron el 19 de abril de 1824, quien
se había unido a la lucha griega por su independencia frente a la ocupación otomana…
AD | Nací en Pentálofo (Cinco Colinas, si fuera en español), un pueblo del municipio
de la heróica ciudad de Mesolongui, en cuya lucha y sacrificio se inspiraron muchos.
Joaquín Lorenzo Luaces, poeta cubano del siglo XIX, escribió un fervoroso poema
titulado “Oda a Mesolongui” incitando a sus compatriotas a luchar por la independencia
de Cuba. Lo he traducido y publicado en una revista literaria, y una profesora,
amiga, lo ha presentado con sus alumnos de primaria celebrando el día nacional.
Perdóname, me he desviado, y aún estamos en el principio.
FY | Te criaste en una familia y un hogar muy
humilde, tu madre trabajaba arduamente en el campo con su burrita Psijí… Por favor,
háblame un poco más de tu madre…
AD | Me crie en una familia triangular, mejor dicho en una familia de tres peldaños:
yo en el más alto, mi padre en el mediano y mi madre en el inferior soportándonos
y cuidándonos. Una jerarquía acordada entre ellos dado que habían gastado doce años
de su vida tratando de tener un hijo o una hija, también porque mi padre era inválido
por poliomielitis y necesitaba la ayuda de mi madre y a veces la mía. Con respecto
al hogar, para mí no era tan humilde: yo tenía mi cepillo de dientes y mi toalla
personal, cosas muy raras en un pueblo de entonces, y de la comida me daban siempre
la mejor parte. Además, teníamos nuestra casa, rural, por supuesto, y mi madre trabajaba
en nuestras tierras, no era una simple trabajadora de campo obedeciendo a un jefe.
Eso sí, trabajaba arduamente de sol a sol por la sobrevivencia de los tres, y lo
hacía con amor tanto hacia mi padre y a mí, como hacia los animales y las tierras
que cultivaba. Así un día, que no era para el campo, la escuché decirle a su burrita
con cariño: “Ay, mi Psijí, (como se pronuncia la palabra griega psique=alma), me
olvidé yo de comer y me olvidé también de alimentarte a ti, pobrecita”. Y al instante
yo bauticé a la burrita Psijí. Pues, como nací en 1958, mis primeros recuerdos son
de los años sesenta.
FY | Y qué me puedes decir sobre la mujer griega
del campo de aquellas décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial…
AD | Las mujeres griegas del campo eran sumisas a la necesidad, a la urgencia
más que a sus maridos. Se colaboraban e intercambiaban jornadas: un día iban a trabajar
en el cultivo de una mujer y al siguiente en las tierras de otra. Los cultivos eran
de legumbres, cereales, sandías, melones, tabaco y algodón. También intercambiaban
jornadas durante la vendimia de uvas y la cosecha de aceitunas. Y regresando del
campo, cuidaban la familia. Los sábados horneaban el pan de la semana, lavaban la
ropa y limpiaban la casa. En cambio, los hombres se ocupaban de trabajos que exigían
mayor fuerza, como el arar y el cavar la tierra alrededor de vides y árboles, o
de proveer el pasto de los ganados. Pero no eran pocas las mujeres que se ocupaban
a la vez del trabajo de los hombres, pues en muchos casos sus maridos estaban en
prisión o exiliados en una isla de roca por motivos políticos. La Segunda Guerra
Mundial devastó el país, y la Guerra Civil que la siguió y luego la dictadura militar
desolaron los pueblos generando migraciones hacia la capital o hacia otros países.
FY | ¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía
o a la literatura y de qué forma la concebiste desde aquel momento?
AD | Como mi madre iba al campo, yo me quedaba en casa con mi padre, quien cocinaba,
reparaba algo o cuidaba el huerto, es decir, hacía todo lo que le permitía la invalidez
de sus piernas; empleaba todo el esfuerzo del mundo para alivianar el trabajo de
mi madre y para mostrarse ante mis ojos como una persona útil. Así pues, él tenía
57 años de edad y yo casi 4, cuando una mañana me dijo: “Ven , hija, voy a enseñarte
a escribir”. Desde ese día, se repitió el mismo ritual: él, sentado en una silla
sencilla a lo largo de la mesa, sacaba del cajón de esta un cuaderno de rayas, un
lápiz y una regla; en una página, con la mayor precisión posible, trazaba suaves
líneas verticales formando rectángulos para una sola letra. Luego, sentándome en
su regazo, él escribía la letra que correspondía a ese día en el primer rectángulo;
después, me daba el lápiz y me guiaba la mano hasta llenar el primer renglón. En
seguida, me sentaba en una silla en el lado estrecho de la mesa y yo continuaba
sola bajo su mirada alegre y atenta, hasta que llenaba todos los rectángulos de
la página. Cuando terminamos con las letras, empezamos con las palabras, y de ellas
a canciones históricas, poemas sobre Mesolongui y odas a Lord Byron y otros héroes.
Así me capturó esa magia, ese modo de soñar y llenar mi soledad, antes de ir a la
primaria. Así la figura de Lord Byron empezó a habitar mi imaginación como el más
noble símbolo de libertad.
FY | ¿Recuerdas cómo llegaron a tus manos los
libros con los que tu padre te enseñaba a leer? ¿Recuerdas el primer libro que leíste
tú sola?
AD | Los libros con los que mi padre me enseñaba a leer y escribir los traía
un profesor de secundaria, amigo de él. El primer libro en prosa fue uno de relatos
de Navidad que había ganado en un bazar que hicieron en mi pueblo unos estudiantes
de universidad. Más tarde, leí un libro gordo y misterioso, era la novela de Miguel
Zevaco El puente de los suspiros; recuerdo que pasé todo un año
leyéndola, digamos de los 8 a los 9 años de edad.
AD | Sí, mi padre era un hombre justo y por ese motivo muchos de los vecinos
le contaban sus problemas o dilemas para que les diese su opinión. Bueno, te narré
una historia que me contó mi madre muchos años después, porque cuando eso aconteció
yo no había nacido. Ocurrió en la época de la Guerra Civil Griega, que fue de 1946
a 1949, y que siguió a la ocupación nazi. Mi padre era presidente del Comité Local
de Izquierda. En una reunión secreta de ese comité, que estaba presidida por un
capitán de la guerrilla de esa zona, cuyo seudónimo era “Guerodimos”, se estaba
deliberando a qué personas de la derecha se debían asesinar como represalia a los
asesinatos cometidos por la banda paramilitar del gobierno. Cuando alguien propuso
el nombre de un señor del pueblo, mi padre lo defendió. Mi padre dijo que él era
una buena persona, que era honesta y tranquila, que nunca le había hecho daño a
otros, y que era injusto matar a un inocente y dejar a sus hijos huérfanos. El capitán
abofeteó e insultó a mi padre delante de todos y lo expulsó del comité. Ahora que
lo pienso, ese señor debió ser hermano del profesor amigo de mi padre, así que mi
padre estuvo en posición de conocerlo bien y decir la verdad. Pero siempre, como
en todas partes del mundo, una guerra civil resulta fratricida. A ese pobre señor
luego lo asesinaron, pero se infiltró, entre la gente del pueblo, que mi padre lo
había defendido. Así pues, cuando los paramilitares arrestaron a mi padre como represalia
y estaban a punto de fusilarlo, el hijo de ese señor, también de derecha y también
honesto como su padre, corrió y les dijo: “A tío Sotiris nadie lo va a matar”. Así,
mi padre, cuyo nombre en español significa “Salvador”, se salvó; aunque no salió
ileso, pues lo habían torturado, se llevó de por vida una cicatriz redonda en la
espalda hecha con un hierro ardiente.
FY | Parece obvia la respuesta, pero ¿qué te enseñó
ese acontecimiento?
AD | Ahora que me preguntas qué he aprendido yo de esa historia, te diría que
aprendí a odiar el fanatismo y a alejarme de personas con ideas o decisiones preconcebidas.
FY | En tu adolescencia apareció el radioreceptor,
todo un avance tecnológico de la época que te dio la entrada a la música y a la
poesía, ¿nos podrías contar un poco más de ese momento?
AD | Apareció en mi infancia, ¡qué suerte!, un transistor portable que me enriqueció
la imaginación con canciones líricas y obras de teatro, y cultivó mi criterio. Fue
de esta forma, que una tarde me di cuenta de que las canciones que más me emocionaban
tenían letras escritas por el poeta griego Nikos Gatsos; también las obras teatrales
que me atraían llevaban su nombre como traductor, adaptador o director. Me acuerdo
muy bien de “Bodas de sangre”, por ejemplo. Y los versos de Gatsos que me marcaron
como estos, por ejemplo: “En el espejo de mi alma / la sombra se ha empezado a caer”.
Me identificaba con este par de versos. El porqué lo explico en mi libro autobiográfico,
y que se quede allí.
FY | Sin lugar a dudas, la vida te ha convertido
en un testigo privilegiado de una época dorada de la poesía y la música griega,
pero, por favor, detállanos un poco más aquella historia donde conoces por primera
vez a Nikos Gatsos, recuerdo que me dijiste que le escribiste una carta, ¿qué decía?
¿Cómo fue ese primer encuentro con Gatsos?
AD | A mis 16 años, y afectada por el golpe de estado en Chipre, escribí mis
primeros poemas bajo el título Tres canciones para Chipre.
Estaba tan convencida de su calidad y originalidad, que ni siquiera me di cuenta
de que había transcrito rimas y expresiones que el mismo Gatsos solía poner en sus
letras. Así pues, busqué la dirección de mi “maestro” y con toda la osadía adoscelente
se las envié sin intuir que desde ese instante iba a empezar una relación larga
y profunda. Pero yo era impaciente, y busqué su teléfono y lo llamé después de unos
días en aquel otoño de 1974. A mi pregunta, el poeta me respondió: “Sí, he leído
sus poemas, señorita Dimitrouka, parecen de principiante pero tienen algo… Usted
siga escribiendo y algún día encontrará su camino”. A la primera carta y a la primera
llamada las siguieron otras… Y en Navidad llegó a mi pueblo un taxi ateniense, una
sorpresa tipo de cuento infantil: su conductor, el señor Spyros quien viajaba solo,
bajó con varias bolsas y dijo que traía unos regalitos navideños de parte de Nikos
Gatsos. ¡Imagínate mi emoción! Había un radiocasete y varias casetes con sus canciones,
también unos discos de música y cuadernos y bolígrafos, y un montón de caramelos
y chocolates que repartí entre mis amigas! [Risas] Recuerdo que por aquel tiempo
yo ya tenía un tocadiscos portátil comprado por mis padres con una colección de
pequeños discos con los cuales aprendía inglés.
FY | Eras una chica muy osada para la época, me
parece…, [Risas] pero aún no contestas mi pregunta…
AD | Mira otra osadía mía… [Risas] y otra sorpresa de Gatsos. Cosas que solo
Floriano Martins las puede entender bien, el poeta brasileño y gran amigo mío que
respira y vive por el surrealismo. Invité a Gatsos a mis cumpleaños el 17 de mayo
de 1975, y él, a pesar de que viajaba solamente a su pueblo natal para los aniversarios
de la muerte de su madre y su hermana, vino con el señor Spyros para conocerme tanto
a mí como a mis padres. Viéndolo ya de cerca, su rostro se me pareció más al de
Pablo Neruda, a quien había visto en periódicos de la época. Bueno. Esa vez me trajo
una máquina de escribir tipo Royal con cintas y todo un paquete de hojas de papel,
y se puso a explicarme cómo funcionaba. Al siguiente fin de semana, lo visité en
Atenas y él me presentó a su amigo y colaborador, el admirado compositor Manos Hadjidakis.
Regresé a Atenas el verano siguiente y otros fines de semana hasta que, una vez
cumplida la mayoría de edad, me fui a vivir con él. Bajo la compañía de Gatsos conocí
al más destacado núcleo de poetas, músicos, pintores y hombres de teatro de Grecia,
y también a poetas y artistas extranjeros que visitaban el país y pasaban por el
restaurante a saludar a Gatsos y charlar con él. Vivimos juntos los últimos diecisiete
años de su vida, y seguiríamos a pesar de la gran diferencia de edad; con tantas
vivencias casi idénticas, era como si fuéramos coetáneos en nuestra infancia.
FY | En mi breve estancia en Grecia pude percatarme de que la gente canta de memoria
las canciones de Nikos Gatsos y además que es más citado que los premios Nobel de
Literatura griegos… Me gustaría que me explicaras el motivo y, aunque creo que ya
lo has hecho, brevemente ¿cómo presentarías al público latinoamericano a Nikos Gatsos?
FY | Me habías dicho que Nikos Gatsos, tú y Odysseas
Elytis solían almorzar una vez a la semana en un restaurante de Atenas… ¿Qué recuerdas
especialmente de aquellos encuentros, de qué hablaban, qué trabajos, si los hubo,
se forjaron allí?
AD | Sí, cada martes, pero no estábamos solo los tres. Elytis también venía acompañado,
y Hadjidakis como lo hacía cada día, y otros, y unos así de paso. Gatsos tenía su
mesa, no se la daban a otro cliente, y en esa mesa cada uno ocupaba un asiento fijo:
yo me sentaba siempre al lado de Gatsos con la única excepción cuando venía Elytis.
Aquellos encuentros eran muy amistosos y alegres; como los dos poetas eran amigos
íntimos desde su juventud, hablaban diariamente por teléfono y conversaban de poesía
con tranquilidad. En el restaurante, los temas eran más generales, y a veces chistosos,
o algo que surgía de los tres periódicos que Gatsos compraba cada día. En cuanto
a los trabajos que se forjaron allí, no tenían que ver con Elytis. Eran trabajos
de Gatsos con Hadjidakis, ¡sublimes!, o de Gatsos con otro compositor de música
o director de teatro.
FY | En tu papel como letrista también realizaste
con el compositor Manos Hadjidakis varias colaboraciones, ¿cómo nos lo podrías presentar
desde tu relación de creadora y colega? ¿Cómo trabajaron ustedes dos?
AD | ¡Tuve la gran suerte de vivir esa magia! ¡Por azar! Hadjidakis quiso lanzar
a un joven cantante y, un día de 1977, en el restaurante, le pidió una letra a Gatsos
sin un acuerdo previo con alguna discográfica. Así que Gatsos, quien no quería perder
su tiempo en experimentos, le contestó muy serio: “Yo soy un profesional, no escribo
para jovencitos”, y entonces Hadjidakis se dirigió a mí: “Tú, Agathi, ¿escribes…?”.
“¡Yo escribo!”, le respondí antes de terminar la pregunta. Bueno, no sufro de arrogancia
ni de vanagloria para comparar mi colaboración con Hadjidakis con la que tuvo Gatsos
con él; yo simplemente vivía mi cuento entero. Tampoco me creí colega de Hadjidakis,
aunque le he escrito letras que son pura poesía para treinta canciones, en su mayoría
no grabadas todavía; yo digo siempre que era una trabajadora a su disposición.
FY | ¿Esa letra es “Oración de un acróbata”? ¿La canción con la que abres tu libro
Laureles de silencio? Es de las
que más me gustan de tu libro.
AD | No, no, “Oración de un acróbata” la escribí en 1989, la que me pidió Hadjidakis
en aquella oportunidad es de 1977. Después de una década, lo que sentí al escribir
la “Oración de un acróbata” siguiendo la música de Hadjidakis era tan intenso, tan
fuerte, tan impactante, como si fundiesen dos planetas en uno. Y eso, no se repite.
I Prosefhi Tou Akrovati
FY | ¿Y con Mikis Teodorakis? Quien es más conocido
en Latinoamérica…
AD | ¡Hombre! Mikis Theodorakis le puso música a Canto General
de Neruda… Pues con él, aunque había un proyecto con María Farantouri, mi colaboración
se limita a tres canciones.
FY | Sorprende gratamente encontrar tus letras interpretadas por Nana Mouskouri,
quien a sus más de 90 años sigue confirmando con cada trabajo el gran pedestal en
el que ha puesto a la poesía griega en el extranjero a través de su voz…
AD | Nana Mouskouri se convirtió en la mayor embajadora de la lengua griega en
el extranjero. Por amor a la lengua y a la poesía de Gatsos, incluía en sus discos
y en conciertos por todo el mundo unas canciones de él en griego y otras traducidas
a varios idiomas. Y hay personas que aprendieron griego gracias a esas canciones,
y en países que no imaginamos. En Japón, por ejemplo, han puesto letras de Gatsos
—que la conocieron por Nana Mouskouri— en métodos de aprender griego para japoneses,
y eso lo conozco porque me pidieron el permiso, ya que soy albacea del poeta griego.
A Nana también la conozco desde mi llegada a Atenas, y ella, como verdadera amiga
de Nikos, nos ha ayudado tanto a él como a mí en las dificultades de la vida. Es
un honor y privilegio tanto la colaboración como las charlas que tenemos por teléfono,
me dan muchísima alegría sus llamadas.
FY | Con respecto a tu trabajo como traductora,
donde has traducido a Cervantes, García Lorca, Neruda y Jorge Boccanera, entre otros,
deseo preguntarte principalmente por tu amor por la poesía de Lorca… nos gustaría
que nos cuentes del ángulo tan creativo con el que has traducido a Lorca para la
editorial Patakis de Grecia.
AD | A Lorca lo conoce todo el mundo por sus grandes obras; en griego y en su
mayoría, están traducidas por Gatsos de modo insuperable. Un elemento característico
de la obra lorquiana que suele filtrarse en traducciones es la sensualidad. No es
necesario que uno sea erudito en la obra lorquiana para entender que está delante
de un genio. Solo un lector malintencionado lo dudara. Con esta convicción, llegué
a leer más de cinco mil páginas de poesía, obras de teatro, prosas, conferencias,
cartas y notas de García Lorca; y admirando de nuevo la inmensidad de obra que logró
crear en una vida tan corta, la admiración empezó a dar espacio a una emoción muy
rara. Fue cuando leía sus primeros escritos, aquellas confesiones de juventud, y
mis ojos se llenaron de lágrimas una y otra vez.
FY | Con respecto a tu trabajo como autora de
literatura infantil, donde has publicado casi una decena de títulos, ¿a tu consideración
cuál es el secreto y la gran dificultad de escribir para este público tan exigente?
AD | Secreto, no sé si lo hay, pero la gran dificultad para mí es tener siempre
en cuenta de que me dirijo a chiquitines. Trato siempre de evitar los dobles sentidos,
las ideas confusas, las arbitrariedades u otras cosas que a veces dan un tipo de
originalidad a un texto para adultos. Y entiendo que he logrado mi objetivo cuando
al final siento algo así como una catarsis; como si me hubiera desprendido de las
vivencias y los conocimientos de mi adultez y de los traumas de mi infancia para
empezar la vida en un jardín sinónimo del paraíso.
AD | ¡La gran recompensa de mi vida!, eso es lo que significa.Y que la magia
se aparece en nuevos capítulos.
FY | En Abisinia Editorial te publicamos Laureles de silencio, tu primer libro de poesía, en edición bilingüe griego-español, publicado
en Latinoamérica en 2023. Hay en el libro una sección titulada “El grito del perro”,
la cual compartimos como parte del presente homenaje que te hacemos en la revista,
cuéntanos, por favor, sobre ese fuerte vínculo con los perros en tu vida…
AD | Mi vínculo con los perros diría que es innato y hereditario: ha pasado de
mi abuelo a mi padre y de este a mí y de mí a mi hijo. Como has visto, a mí me gusta
dormir al lado de los perros que ahora son Luz y nuestro huésped Óscar. Mi abuelo,
que estaba muerto cuando yo nací, tenía nueve perros y la leyenda dice que solía
dormir con su perrita favorita al lado hasta que ésta dio a luz sobre la colcha.
El primer perro de mi vida se llamaba Dick, y el primer poema de El grito del perro se lo he dedicado a mi bienamada Isabel.
Todavía tengo el deseo de una edición que combine esos poemas con cuentos de mi
convivencia perruna. Veremos. Retomo la historia de esos poemas: cuando tuve tres
de los diez en forma de soneto, los leí al destacado poeta, escritor y crítico de
literatura Eugenio Aranitsis, amigo desde la juventud, él me incitó a escribir un
conjunto de diez y publicarlo en una revista literaria. Así lo hice en 2003, y María
Caracausi, gran helenista, profesora de Literatura y Lengua griegas en la Universidad
de Palermo, Italia, ya hermana mía, tuviste la oportunidad de conocerla en Atenas…
FY | Y no una sino tres veces.., y otra más por azar paseando por Acrópolis. Me
sorprendió que viaja con gran frecuencia desde Italia, creo que la primera vez fue
para presentarte a tí en la Pinacoteca Municipal de Pireo, en un proyecto que ella
dirige…
AD | María, que me honra con su amistad, nació para amar a Grecia y ese amor
lo transmite a sus estudiantes y a toda la gente, y por eso es también, y por los
premios que ha ganado como traductora de griego, presidenta de los helenistas italianos.
Pues María, en 2007, y el poeta Paolo Scrima tradujeron los diez sonetos sobre perros
y los publicaron en Palermo en una edición bilingüe, ya agotada. En El grito del perro todos los perros, aparte de mis sentimientos
hacia ellos, me sirven de pretexto para comentar situaciones socio-políticas o autobiográficas,
a veces con humor.
FY | Aprovecho, entonces, ya que tocas ese tema, para preguntarte sobre el trasfondo
del poema titulado “Para los perros colgados”, que me parece de los más bellos y
fuertes de tu obra.
AD | “Para los perros colgados” lo empecé a escribir en casa del ya mencionado
Eugenio Aranitsis, por eso se lo dedico a él. El primer verso arranca de una imagen
real: un verano en mi pueblo, manejando mi bicicleta, ví un perro grandote ahorcado
con un alambre a un olivo. El desdichado estaba inflamado y lleno de moscas y avispas.
Lo único que pude hacer, fue descolgarlo. Unas décadas después, lo recordé y compuse
este poema lleno de simbolismos y alusiones a los tiempos de guerra y postguerra
civil y de la dictadura militar en Grecia, o sea de 1944 a 1974. Las islas de roca,
inhabitadas islas del mar Egeo, se llenaban de presos políticos; dado que en el
poder estaba la derecha, todos los exiliados y torturados eran de izquierdas; entre
ellos el poeta Yannis Ritsos y el compositor Mikis Theodorakis bien conocidos por
todo el mundo. Así el dístico final resulta metafórico y amenazador a la vez como
la espada de Damocles: “Colgad los perros en los olivares. / Para la gente las horcas
se preparan”.
FY | Finalmente, deseo que me adelantes los detalles
sobre la publicación de la antología Bolívar, eres bello como un griego, que saldrá,
según creo, en marzo de 2025, y en la cual has trabajado casi cinco años, allí has
traducido a más de 80 poetas latinoamericanos y caribeños.
AD | Es un trabajo faraónico, como lo califica la poeta argentina Ángela Gentile,
una diosa que conociste también en Atenas. Empezó como una serie de diez presentaciones
mensuales en la revista literaria digital Hartis con motivo del
bicentenario de la Independencia Griega que tanto inspiró en su tiempo a los pueblos
suramericanos. Para el título tomé prestado el famosísimo verso “Bolívar, eres bello
como un griego” del espléndido poema Bolívar del poeta y pintor
surrealista griego Nikos Engonopoulos escrito en 1943. La primera poeta que presenté
fue la colombiana amiga Berta Lucía Estrada; ella me habló primero de la idea de
una analogía. El mes siguiente, me lo dijo con insistencia el director de la revista,
el poeta, traductor oficial de Borges y amigo Dimitris Kalokyris. En la búsqueda
y el contacto con los poetas me ayudaron Berta, por supuesto, Floriano Martins y
Mario Meléndez.
FY | Recuerdo que me comentaste sobre tu particular
entusiasmo por incluir poetas de Haití, un país hoy en día, lamentablemente, humillado
por la pobreza y la violencia… Creo que hay que hablar de Haití hoy más que nunca.
AD | Sí, sí, en el camino pensé que sería injusto si no mencionara a poetas de
Haití, dado que este país fue el primero en reconocer la Independencia Griega después
de casi 400 años bajo el yugo otomano enviando 300 soldados a luchar en Grecia,
donde nunca llegaron pues naufragaron en el Atlántico. Así ahora la poeta haitiana
Elsie Surena y yo nos llamamos hermanitas y la antología llegó a incluir 87 poetas
latinoamericanos y caribeños que me enviaron poemas y textos de temática o simples
referencias a Grecia, su cultura e historia, moderna o antigua. Todo ese trabajo,
conversación e intercambio de ideas con los poetas participantes, además de la alegría
vivida, me obsequió un honor grande e inesperado: La Academia Hispanoamericana de
Buenas Letras de Madrid y su presidente, el poeta argentino Guillermo Pilía, me
honraron con el título de Académica Correspondiente. Una gran emoción y una gran
responsabilidad, sin lugar a dudas.
FY | Puedo dar fe del tiempo que te ha llevado tamaña empresa y el gran trabajo
que has realizado, pues te has convertido en un puente sensible y hermano de la
poesía latinoamericana… Independientemente, si un poeta está o no incluido en dicha
antología, es una bella conquista que esta poesía te haya enamorado…
AD | El cuerpo del libro lo he dado hace siete meses a mi editorial, la Editorial
Patakis, que resulta ser tuya también, dado que publicó recientemente tu poemario
La sal de la locura, en traducción mía iniciando una colección
de poetas más o menos jóvenes. La publicación de la antología Bolívar, eres bello como un griego la pensábamos para marzo
2025, pero las correctoras necesitan más tiempo y así vamos para octubre. Espero
que asistas a la presentación central que se planea para el tercer “decamerón” de
noviembre.
FY | Eso esperamos, yo quedé prendado de amor
por esta Grecia y esta griega tan generosa. Muchas gracias, Agathi, por tu tiempo
y tu hospitalidad.
AD | ¡Muchas gracias a ti y feliz 2025 para todos!
NOTA
Entrevista originalmente publicada en la revista Abisinia
# 21, diciembre de 2024, Buenos Aires, Argentina.
FREDY YEZZED (Colombia, 1979). Escritor, poeta y activista de Derechos Humanos. Después de un viaje de seis meses por Suramérica en 2008, se radicó en Buenos Aires, Argentina. Tiene publicado los libros de poesía: La sal de la locura, (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010), El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (Buenos Aires, 2012), Carta de las mujeres de este país (Ed. Bilingüe español-inglés, Nueva York, 2019) que fue Mención de Poesía en el Premio Literario Casa de las Américas 2017, La Habana, Cuba, y la antología La orilla de los heterónimos (Bogotá, 2020). Como investigador literario escribió los estudios Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010), La risa del ahorcado: antología poética de Henry Luque Muñoz (Editorial Universidad Javeriana, Bogotá, 2015) y en coautoría Yo vengo a ofrecer mi poema. Antología de Resistencia (Editorial Escarabajo, Bogotá, 2021).
TARŌ OKAMOTO (Japão, 1911-1996). Filho do cartunista Ippei Okamoto e da escritora Kanoko Okamoto. Estudou na Sorbonne nos anos 1930 e criou muitas obras de arte, após a II Guerra Mundial. Foi um artista e escritor prolífico até sua morte. Entre os artistas com os quais Okamoto se associou durante a sua estadia em Paris estiveram André Breton e Kurt Seligmann, este último uma autoridade surrealista em magia e que conheceu os pais de Okamoto durante uma viagem ao Japão, em 1936. Okamoto também se associou com Pablo Picasso, Man Ray, Robert Capa e sua parceira, Gerda Tarō, que adotou o primeiro nome de Okamoto como seu próprio sobrenome. Em 1964, Tarō Okamoto publicou um livro intitulado Shinpi Nihon (Mistérios no Japão). Seu interesse em mistérios japoneses foi provocado por uma visita feita ao Museu Nacional de Tóquio. Depois de ficar intrigado com a cerâmica Jōmon que encontrou lá, ele viajou por todo o Japão para investigar o que entendia como o mistério que se encontra sob a cultura japonesa e, em seguida, publicou Nihon Sai hakken – Geijutsu Fudoki (Redescoberta do Japão – Topografia de Arte). Tarō Okamoto é o artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura, e sua presença entre nós se deu graças à generosidade do bailarino e tradutor Daniel Aleixo. Sugerimos visitar o Museu de Arte Tarō Okamoto: https://taro-okamoto.or.jp.
Agulha Revista de Cultura
Número 259 | janeiro de 2025
Artista convidado: Tarō Okamoto (Japão, 1911-1996)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário