segunda-feira, 17 de novembro de 2014

Carlos Contramaestre, El Techo de la Ballena y un homenaje a la poesía | Edmundo Aray

Carlos Contramaestre

Hurgo y busco la piedra de Unamuno, al borde del sol rojizo en verano, rompo el silencio en otro espacio, monjes dormidos en los sotos melancólicos, las batallas carnales del tiempo, ruido de los días, la soledad del yermo en el amor antiguo, en los vinos ásperos.” Es de aliento la nostalgia, la palabra de Contramaestre, susurro de Fray Luis, evocación pura, de agua fresca. “Salamanca solitaria, piedra y oro, cielo explanada, tejados partidos, tizones enrojecidos, levedad de las lozas carcomidas, muerde el hueso de la tiniebla”-dice. De puro amor la mordedura. La señal de aventuras bien vividas, de aturdimientos y exaltaciones. “Allí encontramos el germen, el pedazo de la noche, casi un cosmos de aroma silvestre, las tabernas perdidas, el aire embalsamado, la tristeza abandonada, las enfermedades de la poesía, la sífilis de los sonetos, los trenes fantasmales, santuario del agua del Alba de Tormes, sonido suave que tampoco es amor, mas bien el descubrimiento de lo inesperado, sueños como una iluminación, muro alto y liso de Salamanca, cegante. La silueta de las torres de las catedrales, la cabeza fantasmal de los toros íberos, el puente romano, invención del agua y del sueño que duerme El Techo de la Ballena a las riberas del Tormes y a las sombras del tiempo.” Es del poeta la evocación. Acendrados están los recuerdos. Raíz pura.
Guillermo CenicerosDe la sierra andina llegaba, de la mudanza del encanto, liviano el equipaje, ávido como una mandrágora – narcótico irremisible -, dispuesto para la ciencia médica, pero contagiado por las iluminaciones de Rimbaud, las deliciosas tropelías del Quijote, las innumerables de la picaresca. Al igual que sus compañeros de aventuras y desventuras, Caupolicán Ovalles y Alfonso Montilla, “camina velozmente entre los rayos de la tormenta” que su transito de vida desata por las aulas, las calles, los bares y las plazas salmantinas.
De Salamanca el mayor acto poético, pues tiene aliento de por venir: la creación de El Techo de la Ballena, en medio de los vapores de la noche y las turbaciones del vino, porque, además, los pájaros fornican en la catedral, lanzan sus plumas contra el viento mientras, en mitad de la noche, las brujas con los huesos de los gatos hacen flautas. Aletea la poesía, son de aquelarre los delirios. Es salmantina la hoguera.
¿El suceso naufraga acaso con el amanecer? ¿Sólo es resaca en la vastedad del olvido? Un tal Borges, llamado Jorge Luis alienta el exorcismo:

Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer,
ningún muerto,
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén
 dormidos o muertos
-aunque se oculten en la corrupción y en los siglos-
y condenarlos a vigilia espantosa.
      (De Adrogué, 1936)

 Entendamos al artista de nuestro tiempo -el que nos tocó vivir en los años 60 y 70- insuperable en la denuncia de ése trayecto de Coprofagía, que fue el período inventado por la democracia en el 58 hasta cumplir 40 años de amargor y de muerte.
 Leamos la versión de Adriano González León sobre el Contramaestre de aquellos años, y los muchos más de su vida: “Los anteojos gruesos, oscuros, preceden siempre cualquier otro detalle de su figura, para ofrecernos desde el comienzo, su imagen de búho inflado, sabio en su árbol de los trazos y las contemplaciones, pícaro y socarrón en el laboratorio del mago. Contramaestre, además, tiene un andar de oso. Doble condición de animal brujo y extensión polar. Con encantamiento, pócimas, hojas puestas a freír a medianoche, mucha impaciencia y desarreglo, se metió en la pintura, más seguro de su espíritu crítico que de las formas por crear, más intelectual que trabajador de líneas y colores, más preocupado por decir cosas que por mostrar cosas, a juzgar por los primeros cuadros que nuestros agentes registran en salones y galerías, durante la década de los cincuenta. Contramaestre con empuje marino y desenfado, sin pasar por la Escuela de Bellas Artes, quería dar su testimonio solitario en una mezcla explosiva de fantasía y expresión poemática, al margen del rigor y la academia, quizás con cierta torpeza, pero lleno de resonancias magnéticas. Resultaba difícil seguirle la pista porque había enormes trechos de vacío en su trabajo, con disipaciones de buen ron y buen verbo al lado de sus amigos poetas, y asistencia regular, aunque increíble, a la Facultad de Medicina. Un día cualquiera se fugó a España y por mucho tiempo nada se supo del estudiante ni del pintor. Las reseñas internacionales solicitadas nos lo ubican por Salamanca y Madrid, con buenas cantidades de vino rojo, lecturas en los archivos, amistades inteligentes, y una dosis de humor chispeante, duro, más incandescente que negro, el humor peculiar contramaestriano que sería el puntal definitivo en su estructura de creador. Cuando regresó al país, era médico. Anduvo entonces por dispensarios rurales, con una eficacia que nadie se esperaba. Médico de campesinos, curandero sin brujerías, admirado por las gentes humildes y los caudillos. Nada se supo del pintor hasta que un día de 1961, en un garaje de El Conde, estalló El Techo de la Ballena. El pintor Contramaestre animaba un grupo de escritores y artistas que, ante la codificación de la pintura y las letras nacionales, se proponía restituir el magma. Con ello querían anunciar que la válvula generatriz de toda buena creación iba más allá de la respetabilidad estancada, del abstraccionismo geométrico anclado en su perfección, de la literatura sumisa al buen decir y las reglas honorables. Aquella vez el Techo rebosó, los pisos se inundaron, los cuadros y los textos flotaron como materia desechable y las gentes del barrio bailaron al compás del Hombre Orquesta”. (Publicado en el Papel Literario El Nacional. Caracas, 1º de febrero de 1970, en la columna Señas de Identidad, por Gabriel Zarcos, seudónimo de Adriano González León)
He aquí, pues, a Contramaestre, artista, que por exigencia de coyuntura, propuesta de existencia o existencia social, afronta el hecho creador a todo riesgo. Personaje insólito que durante más de 15 días del año 1962 estuvo a ocho columnas en los diarios de la ciudad de Caracas porque, a fin de cuentas, a los medios, con el apoyo bobalicón de los moralistas y trepadores de la cultura, les interesaba no sólo desprestigiar a la Universidad Central de Venezuela, en ése entonces barricada contra la barbarie de la democracia representativa, sino también poner muro de contención a quienes desde El Techo de la Ballena y Tabla Redonda y las propias aulas de la Universidad  arremetían contra el orden establecido y sus emblemáticas figuras –muchas de cartón.
Es de rigor leer la palabra, implacable sarcasmo, de Salvador Garmendia: “ (…) Tiempo mas tarde, avanzados ya los sesenta, Carlos vuelve de España con el mito de la Ballena. Bajo el techo de esa Ballena subversiva se llevan a cabo los primeros actos sacrílegos que habían conocido el arte y la literatura en Venezuela. En Homenaje a la Necrofilia, el carro de aseo municipal, especie de mancillado coche fúnebre cargó con las piezas que Carlos había confeccionado a base de vísceras, huesos y sangre de animales domésticos. ¡Lástima que entre los materiales no se hubiesen deslizado los despojos de cualquier honesto personaje de la clase media! El local de la exposición había sido clausurado días antes por la fuerza pública, actuando en representación del pudor nacional ultrajado. A todas éstas, un olor a muerto verdadero, a ciudadano muerto o acribillado se paseaba impunemente por el país proviniendo del subsuelo político podrido y vergonzante. (…)”
 En el catálogo de la exposición Homenaje a La Necrofilia (Caracas, 2 de noviembre de 1962) González León escribe, con lucidez apabullante y dialéctica de lujo: … “hay una categoría de gentes, quizá la mayoría, a quienes se nos pretende negar cualquier forma de encuentro, postergación, o búsqueda de la propia muerte y el propio amor. La actividad de los amantes limitada por las Ligas de Buenas Costumbres. La acción del necrófilo ofendida en su limpidez rectificadora, porque una muerte cotidiana, fabricada en los laboratorios policiales, asedia constantemente nuestra voluntad de elección. Y ante los gendarmes que disparan, los grandes barcos que bloquean los hongos que se abren hacia el cielo, el pintor Carlos Contramaestre se transa por reivindicar las categorías de una forma de amar y de morir donde cada cópula y cada hueso recuerdan, aún más allá de la vida, un acto soberano del hombre. Tripas, mortajas, puntos, cierres relámpagos, abestina o caucho en polvo, desparramados sobre cartones y trozos de madera, con figura un empaste violento y el cuadro deja de ser un bello objeto de coleccionistas o un orgullo de museo para transformarse en una persecución ardida de la materia humana, justamente en el corazón mismo de la sordidez, porque se hace menester rescatar tripas y heces fecales al lado de una dulce conjunción de pantaletas y resitex, en un intento por ganarle la partida a tanta finura acobardada a tanta buena realización, que andan de brazo con el asesinato, sea producido con ametralladoras o con aparatos de tortura. Y más aún: toda una alineación de pestilencias informes, donde una belleza nueva asoma en cada repliegue del cuero y las vísceras de los carneros sacrificados, que no pasará inadvertida porque al menos provoca la repugnancia de las personas decentes o la sonrisa desdeñosa del que se piensa ya corrido en arte, con una tal ceguera y una tristeza mentales, que le impiden pronunciar otras palabras de defensa que no sean ‘dadaísmo’ o ‘infantilismo’. Con eso, por encima y a pesar de eso, aquí están estos golpes provocadores de Carlos Contramaestre, lúcido, alienado, médico, no enajenable, inscrito en la gran órbita de quienes prefieren probar y experimentar ‘todas las quintaesencias’, a quedar paralizados de perfección premiada, de seguridad comercial o de tarjetas de acceso a los salones de damas y pinturas. Su intento de recobrar ciertos territorios cargados de descrédito, lo sitúan en una atmósfera de audacia y valentía donde todas las viejas claves de la plástica importan poco y hasta se hacen añicos ante esta confrontación desnuda de la muerte y del amor”.
También la poesía es existencia social. Revelación es cuando responde a su más pura encarnación. Tal es, como testimonio, la poesía de Contramaestre, al igual que la de su amigo de embates con la palabra, el arbitrario y excepcional Víctor Valera Mora. Bienvenida la asociación (Imaginemos a Carlos y al Chino Valera hermanados en volcánica creación -o descreación- a puro trago y desvelo el ejercicio poético. Conciencia asumida de la consunción, urgencia subversiva, enardecido intento de romper compuertas y convenciones. También de consunción de vida porque la muerte nos persigue o nos espera. Lo mismo da. En los años sesenta se trataba de urgencia subversiva para que la vida floreciera. Ilusión fiera. Ilusión de poetas y guerrilleros. Navegantes de la ultra. Herederos del desencanto).
Inicio el hurgamiento en la obra publicada de Carlos Contramaestre por puro afán de poeta, libre como estoy de las muy serias investigaciones de lingüistas o las más serias de los críticos de oficio.

Armando Reverón, el hombre mono (1969)

Ya en su primer libro, Armando Reverón, el Hombre Mono, publicado en la colección El macrocéfalo, en las ediciones del Techo de la Ballena, diciembre de 1969, con prólogo del inescrutable Dámaso Ogaz, Contramaestre “altera la realidad del lenguaje”, independiente del lenguaje ideológico o poético, atenido a una inusitada estructura de signos y un modo sedicioso de invocar al pintor de Macuto.
“Su figura -cuadro vigoroso y realidad que se trasciende a si misma-, vertida de la pluma de Contramaestre, parece nacida de la paleta de Apeles o de Goya, a la que acuden la ironía, el humor, el sarcasmo y la sátira a los críticos oficiales del arte” -escribe Alfonso Ortega Carmona en la Presentación de la Antología Poética (1967-1995), Costumbre de piedra, que de Contramaestre publicara la Cátedra de Poética Fray Luis de León, de la Universidad Pontificia, Salamanca, el año 1996.
Reverón, pintor de sangre viva y sensual, ajena a las tentaciones del reconocimiento, todo él imagen subyacente y subversión de ella, hombre leyenda, intenso, concentrado en la luz, levantó los fuegos iniciales de la escritura de Contramaestre.
Guillermo Ceniceros“Un poema satírico -escribe Juan Cazadilla- donde se maneja una serie de conjeturas, probabilidades y hechos absurdos atribuidos con un valor mítico al personaje Reverón. Estaríamos tentados a pensar que se trata de hacer encarnar en la leyenda del artista el tipo de un exitoso representante del sistema, si no fuera porque, en tanto poeta, Contramaestre no se propone demostrar nada. Este es un Reverón sin ningún orden cronológico ni lógico, a diferencia de las onografías. Un Reverón que exhibe condiciones histriónicas y que descubre, por una cierta coincidencia, que es una mezcla de salvaje con play-boy, que toma el aperitivo bajo los almendrones y se pasea en su Rolls-Royce, y cuya personalidad extrovertida y sensual (…) es el polo opuesto del misógino retraído que nos han pintado otros autores. El tono hiperbólico no está demás si se puede argumentar, como lo hacen los críticos, que gran parte de la vida de Reverón permanece en el mayor misterio. Esta parte oscura da pábulo a Contramaestre para imaginar una serie de aventuras del tipo de las reconstrucciones históricas del cine de Hollywood. En realidad, la significación de todas estas exageraciones reside en la paradoja resultante del contraste entre los términos en que vivió el pintor y lo que hubiese podido hacer él con la inmensa fortuna que valen hoy sus cuadros. Sobre todo si se piensa que entre el momento de la miseria y el alza fabulosa de los cuadros sólo se interpone el débil umbral de la muerte. En este planteamiento (si se puede hablar de planteamiento en un poema) estriba el aspecto por decirlo así humorístico del texto pero también lo trágico, puesto que hace honor a la verdad (Reverón se hubiera deleitado mucho con el poema de Contramaestre) ya que éste afirma la autonomía de la libertad en que se movió el gran pintor. (…)”. (“Reverón, el Mito y el Mono” Papel Literario de El Nacional, Caracas, 8 de marzo de 1970). Me permito apuntar que fui testigo de la lectura de este texto por parte de Contramaestre para regocijo auditivo de Calzadilla. Ambos disfrutaron poema y crítica, pues, como es de suponer, el crítico luego leyó el poema para complacencia del poeta y seguro destino de las botellas de cerveza en las tripas sedientas.
Contramaestre juntaba, en Armando Reverón, el Hombre Mono, humor, ingenio, innato impulso, pasión consciente, palabra erguida, soberana. El verso es chispeante, la palabra aguda, mediadora de imaginario acontecer. Para Contramaestre el dilatado poema representaba el encuentro con la literatura al través de su modo cierto de afrontar la existencia: ingenio, agudeza, gracejo, espíritu lúdrico, recóndito lirismo. Helo aquí:

Caen hojas,
sopla el viento y se percibe en espacio de tensa luz,
un olor a heces voladoras, las mariposas amaestradas
de Armando, amasa sus mensajes sobre la selva
que enceguece y frota los ojos de los turistas.
Es cal lo que cae, es vitriolo, es luz – dicen los entendidos-,
es piedra, es fuego, es barro, es horno, es Velásquez zurdo,
es Goya ciego, son aves, apenas polvo, apenas.  

Por decreto y por sueños de Maximina Salas (1977)

“Un mural, un gigantesco mural de palabras” proclamó Hesnor Rivera en un texto sobre Por decreto y por sueños de Maximina Salas (Editorial Genital Maracaibo, 1977). Este libro de sostenido resuello y acendrado amor filial solivianta al Decano de la Cátedra de Poética “Fray Luis de León”, Alfonso Ortega Carmona: … “madre del pintor y poeta, no constituye solamente filial homenaje y poesía testimonial. En la Posada del Centauro, centro bellamente monstruoso que regentaba Maximina Salas, se convocaban caracteres variopintos, tahúres, guerrilleros, prostitutas, viajantes, poetas, fotógrafos y sastres, fauna humana que halla consuelo y acomodo en esa gruta que parece resonar con la voz de un nuevo Quirón, curador de penas, mientras cada uno muestra su dolorida estampa. Y por los ojos del niño aquel asombrado, hoy varón pacificado por la vida larga, por su pincel y la lira, asoman ahora en estos versos los perfiles humanísimos de Pedro Gil, de Esperanza, de Don Pío Toro, de la Señora Rivas, de José Chamizo, del Negro Pantera, de la Doblepaso y del Enano Torpedo, toda una excitante galería poblada de color y poesía estremecedoras.”
Al través de Contramaestre escucho a Maximina, candorosa, con la virtud a cuestas, ardiente como la pensión, con lágrimas y valeriana sobre la almohada, en mitad del patio la palabra rumorosa y leve:

No trates de pegarle a José Chamizo
porque él usó agua de teléfono y agua bendita
y tiene sanos los uñeros
No fabriques circos
solamente para ocultar la tristeza de su partida
No imites al Negro Pantera
ni al Enano Torpedo
No des más botes de carnero en El Arado
No claves estacas para la carpa de los leones
Porque no tienes enanos
Porque no tienes elefantes ni payasos
No inventes sueños tardíos
porque no viajarás a Antofagasta
ni encontrarás nunca a esa pequeña bailarina perdida.

Alfredo Armas Alfonso escribe en “Reo de las nostalgías” (Uno, ninguno, Monte Avila Editores, Caracas, 1980) sobre este “tocador de vihuelas de la memoria del pueblo”…quien “arranca del olvido o hace que el olvido no se acerque a estas vivencias de los recuerdos de alguna vida sacramentalmente destinada a ser la madre de lo que el hombre no debe olvidarse”. Y agrega, como una sentencia: “Junto al maestro Eizaga y todo el mundo contenido entre la primera y la última página del libro, Maximina Salas desafiará todas las arenas del tiempo. Este es el privilegio de los hombres, los poetas y los magos de la estirpe de Carlos Contramaestre”.

Cabimas Zamuro (1977)

El mismo año de 1977 Contramaestre dio muestra contundente de sus afanes poéticos, de su definitiva inscripción en la escritura de alta arboladura. La palabra descubría un rostro iluminado, de radiantes sonoridades expresivas. Millar de mechurrios en la noche. Estallido del Catatumbo. También fuerza plástica y dramática.
Para Adriano González León, Cabimas Zamuro: “(…) es un texto singular en donde el pintor, el medico rural, el intelectual vigilante, el humorista agresivo, el hombre de la necrofilia, el gran magma, se nos muestra ahora dentro de un ejercicio que abre una brecha definitiva en la poesía de combate del país. La tragedia petrolera vista al revés, desde el costado del malo que se hace su harakiri desde el dolor confuso y terrible de la tierra explotada. Una amarga exploración con imágenes audaces, vivas y legitimas, con potentes reclamos irónicos, con gracia creadora inigualable. Estas visiones de Cabimas-Zamuro en revancha, marcan de un modo definitivo el camino de la gran poesía reclamante, el único a seguir: el de la imaginación y la autenticidad”. Vehemente es González León. El libro lo había conmocionado. Todo su énfasis, todo su ardor se volcó para reclamar lugar primero a la poesía de Contramaestre. No era para menos: el poeta había dado un paso definitivo en su busca creadora. Libro de incontenible rebeldía, protesta fiera, denuncia de la ignominia. La palabra amonesta, protesta, arremete, expide fuego: quema.
  Con igual intensidad y similar encantamiento escribió Ortega Carmona sobre Cabimas-Zamuro: “El tema, insaciable y fecundo de la muerte, se presiente ya pletórico de vigor y pasión en la mayoría de los lacerantes ritmos ascendentes:

 Te regalo la ciudad con los huesos de mi padre
sonajas de pájaros
 y mi furia de rescatador
 …
Nos quedan los desperdicios enterrados
para levantar otra ciudad al Sur de la Muerte
 Mudaremos las aguas y los guacos crecerán como avispas

“Tan espléndida es su etnografía descarnada, vibrante en el color de estos versos que pocos poemas, como éstos, han tenido mejor fortuna llevados a la escena, si recordamos su representación el ano 1992 en Maracaibo por el Teatro Estable de la Universidad del Zulia.”- apunta, finalmente, Ortega Carmona.

Como piel de ángel (1980)

Ejercicio rutilante de la palabra, germinación de la noche, mandrágora, también catedral de la poesía. Obra que se escondió en un 8 x 8 centímetros (formato de la edición) con afán de sobresalto. La imagen adquiere soltura. Es lluvia de mayo, sortilegio para quien se baña con sus primeras aguas. El verso tiene aire de eternidad - tal su encantamiento. Maneja el idioma como Baltazar su festín ¡pero qué gozo descubrir la metáfora como si de la vida fuera su respiración! ¡Qué de volcaduras, de alegría de la palabra y su imagen!: ADAGIO “Desde las tapias del viejo cementerio / vuelo a los olivillos /salto alegre sobre sus ramas húmedas / y miro la dalia exuberante / la rosa de marfil / el huerto de la infancia / la quebrada que iba por el cielo / la vida que se abre entre tus brazos / los pequeños gusanos que saco de la tierra / la música que tu entonas desde la copa del uvito /antiguo adagio de amor”.
¡Qué de piernas abiertas para las venturas del amor! Contramaestre traspasa el umbral de la poesía como si entrara por casa, sonriendo con dulzura. Conduce al poema del reino de la oscuridad al reino del mediodía. Como si dijera a una mujer: “Desaparecerás en medio del furor de la neblina.” Piel de ángel, urdimbre de mandrágora. Contramaestre crece el poema por encima del “Reino que perdimos” ¿Alguna mujer que nos dejó en el abandono porque de ella no era el amor? ¿Algún dolor sin sanación? ¿Alguna muchacha que se adornara “con plumas híbridas de pájaros para entrar en celo y en cólera…..” Su palabra es reclamo, alarido en poesía convertida. Elogio a Petrarca y su tibia tristeza ¡Ay! bienamada ¿De qué color es la lealtad? El poeta responde: “ El amor es un problema”.
Como piel de ángel (1980) la seducción de Ortega Carmona: “…habría procurado nuevas delicias surrealistas a Bretón, padre del Surrealismo, si este precioso libro hubiese llegado a sus manos. Sin perder su fuerza plástica, la poética de Carlos Contramaestre inicia aquí, hasta culminar en Tanatorio, una compleja evolución que le asegura su puesto irrenunciable entre los más profundos poetas de finales de siglo. Desde Como piel de ángel, en firme ascenso, la poesía de Contramaestre se levanta a una nueva consciencia lírica, con una musicalidad y flexibilidad de lenguaje singular y sin paralelo:

  Todos saben que llegaste rozando estrellas cometas y navíos
  Lluvia de azafrán
 Yo comienzo a florecer después del estío
 Tú empiezas a germinar en la noche como una planta salvaje
(Raíz de mandrágora)

Guillermo Ceniceros
Hagamos propio el poema titulado Invocación, oigamos, desde la nave de un templo alzado en la montaña, sus imágenes sonoras: Allí estarás para perpetuar a la rana / a la lluvia patas blancas / al reino que perdimos / Seguirás acostada bajo la tierra / cavando pasadizos para atraer la luna / Soplarás al sol como barro / y crecerán las escamas / las rosas de las serpientes / las túnicas de los papagayos que vegetación húmeda que reverdece al cielo / Buscarás santos para quemarlos en tus vasijas untadas de cacao/ desandarás y lograrás una victoria contra el pasado/ buscarás los altares/asaltarás los museos/ y destruirás las colecciones privadas del mundo”.
Como seguramente escribió Hernández D' Jesús:…”poesía que dicta la intuición, y hace del artista un brujo adivinador en las tinieblas, de donde extrae luces misteriosas y desconocidas.” Diríamos que los registros oníricos, emancipación de la conciencia, antes que dictados de la clarividencia.

Metal de soles (1983)

Libro de amor, de contenido erotismo. Cántico. Sentimiento lírico, armonioso, de semblante puro, iluminado.Apareces en medio de turba de pájaros / y serpientes conduciendo el oro del sol / los atavíos del alma / el fuego de la tierra.
 Libro de tonadas tristes, como el fulgor de las luciérnagas. Es necesario buscar una estrategia de soledad, una casa construida por el viento para los desahuciados del olvido. Busco en lo más profundo de mí -confiesa el poeta-. El asombro palpita, se dilata, golpea, es cuerpo de vigilia: te escucho y soy tu pulso / Te amo y soy tu latido / Te palpo y soy tu carne / Te huelo y soy tu perfume/ Eso lo sueño: Triste carroña dolorosa.
Protesta, sí, porque las constelaciones ocultan las formas primarias del amor. Porque…un sollozo enrarecido / como aire de flores para muertos / cubre la noche. Murmura: Tu sed de mineral iluminado seca mis labios / y me transformo en duna solitaria.
Un día domingo, en el diario El Universal, con el título Aconteceres de Sahumeriante, se publicó un texto de Manuel Ruano sobre Metal de soles. Leamos: …”más que un libro de poemas, es un libro de cuentos brujeriles. Digo esto, porque tengo la intuición de estar en presencia de una teología de los sueños, que mucho tiene de premonición y de las magias curanderas, que juega, es verdad con el primun nobile de todas las cosas. Acaso, asumiendo en toda su intensidad una sinfonía purificadora del tiempo y esa celebración misma de la vida, que organiza las bodas de la Claridad y consagra sus mejores pócimas a la alegría del ser. Al menos, creo desentrañar esa vocación de encantamiento por ciertas aguas remotas y ciertas permanencias que se agitan en el aire. Eso le he visto con algunos brujos y eso, ahora, se descubre a mis ojos en esta escritura: ‘Un ojo pervierte las nubes / si ellas no caen en el sitio acordado’, dice al empezar en ‘Para otras tribulaciones’. El poema mantiene esa tensión de atropamiento interior. Uno lee y a la vez es leído. Permanece observado y a la vez es sorprendido en su pensamiento. ‘y si eres efluvio garza sueño soledad / es porque ahora somos mañana fresca y roja hoy eres vino labios deseo de mil lenguas / dragón hechizado niña almendra…’.
  “Al parecer, se trataría más bien de una teoría de las visiones. De una teoría de los pájaros atrevidos y salvajes que llegan con la desesperación o que buscan obsesivamente el teñido y refulgente árbol frutal. Una teoría del aire, que surge así, de lo inesperado: ‘De pronto el humo asciende de los tejados / y los peces helados / ejecutan sus acrobacias de barbasco y hierbabuena’, suelta su cuenta en ‘Los hijos del aire’ con ese resplandor a la vez clandestino y revelador”. Se pregunta Manuel Ruano si todo este joyerío ritual de las imágenes no vienen de la dualidad muerte-vida, amor-odio, sueño-realidad. “o simplemente de la transferencia de una carga emocional que proviene de una razón oculta. ¿A qué lugares extraños nos remonta Contramaestre? ¿A qué inaudita zona de la comprensión? ¿A qué predio iniciático?”
Tiempo de oprimir el pecho. Tiempo de cerrar los párpados para buscar la levadura del alma.

La torre de Babel (1986)

Avancemos en el hurgamiento, en los modos de manifestarse los asombros interiores. Hallazgo del poeta, cópula con el lenguaje, licencia imperecedera. La realidad atrapada con todos los sentidos. Carga onírica, más cercana al desdichado Artaud por su descarnadura, que al brillo de imágenes por asuntos de oficio. Impregnado de Artaud por sus atrevimientos con las dolencias. No soporto la lucidez de la locura.
 En la desgarradura nos perforan las imágenes de Contramaestre. El poema nos clava el bisturí en el espíritu. Me restriego contra el cielo. Sintaxis sin agravio, agua por su lecho, vertiente, vertiente, incertidumbre. Vivencia y percepción adquieren su lugar en la palabra, en el verso delicado y profundo. Soy esa herida que no restaña / que sale a tomar el sol con las garzas.
Castellano por su afán, español por su hondura, Moro por su cálida, secreta ternura. La mujer, por siempre no más, reclama presencia. De lo más puro es el canto. Sé que cada vez amo más a Mi Señora / a mi genocidio de arpas / a su geografía gótica / a su pulso de sirena.
 Para Ortega Carmona “El poema único de La Torre de Babel es el personal monumento al yo lírico”. Entiende el desvelo de la propia existencia. Escribe: “El pensamiento se hace lírica.” Agrega: “El recuerdo bíblico, símbolo de la dispersión se convierte en atalaya de clarificaciones internas. Aquí está el poeta entero, en la TORRE, -hospitalizado de amores-, desde cuyas almenas, las de su espíritu, se contempla toda la realidad del mundo y del hombre cruzando las troneras íntimas.” De toda certidumbre, Ortega afirma: El poeta “es el contemplador y el drama de sí mismo.”
Poesía evocadora de futuros. La Torre de Babel es cántico, desorbitado enamoramiento, hendidura en el corazón: Vengo oloroso a boñiga del infierno. / He transplantado el llano y la montaña / con su manantial / a la sala de cuidados intensivos.
Poesía que es necesario someter, en todo tiempo, a cuidados intensivos, no vaya a ser que nos asalte y nos duela por el resto de nuestros días.

Tanatorio (1993)

He aquí al poeta en la busca de los aires infinitos, de la mordedura definitiva. Camino de la plenitud se encuentra con el vacío. Se interroga. Indaga adentro. Sacude las ramas del “'árbol de la muerte.” Siente la muerte en carne propia. Es Achab. Ilaria es. Combatiente en la batalla: huesos marchitos / en mi carne que salta del planeta / Lápida errante / corazón maltrecho / escudo borroso / Artillería del alma / que apunta hacia / la nada. Apunta hacia la diana del poeta: La tierra y el sueño del olvido nunca te serán leves. Siente cercana la hora del exilio definitivo: Amor sin final amor en temperatura alquímica / y aguas profundas donde encontramos nuestros restos.
Ilaria es a las puertas del templo: El mármol palidece bajo el sueno / y oculta tu pesar de niña arropada por la muerte. Reclama: De nada sirvió la plegaria al Cristo Negro / ni el grave sonido de vitral del armonio / ni la altura vertiginosa del campanario que precipitó tu alma al cielo / y las sombras oscuras a la tierra Ay del señor que ansía retener en piedra sueño o vida / el sonido de tus alas.
Fui testigo en Lucca de su devoción por Ilaria. Inclinado ante ella lo encontré a las puertas del templo: Carlos, luego de acariciar a Ilaria, como si piel y carne de mujer, se largó en protestas por los millares y millares de amantes que han besado sus labios hasta convertirlos en imagen leporina. Para mitigar su pena me llevó hasta el justo lugar de un banco, testigo de la contemplación y los ardientes suspiros del Dante por Beatriz. A semejanza de otros millares de millares tomamos asiento y alzamos la mirada hacia el desolado balcón. En el camino me aseguró que Beatriz estaba de blanco detrás de la cortina. Doy por cierto que la vio tan desnuda como la mujer primavera de Boticelli. Algún lírico descreído me reprochará que me valga de la ausencia de Contramaestre
Gastón Baquero, “un otoño y Madrid, 1991”, escribió una “Entrada al Tanatorio del Contramaestre”: “Caminante que llegaste aquí por la esperanza de no entrar jamás al tanatorio, oye lo que te digo: un venezolano loco de siempre por Señora Poesía, hermano mayor de Madame Locura y sobrina de la esposa de Orfeo, un venezolano llamado Carlos como el Baudelaire alabado, te ofrece la ocasión, única quizás para tu vida, de ensayar o entretenerte para entrar sin amargura al tanatorio que nos espera. (…) A este hombre lo que le importa es que los poetas y la poesía tengan en cada cual raíces, verticales enterramientos en el magma, en la subterraneidad profunda de las raíces, de los vasos comunicadores del telus a las palabras filtradas y depuradas en el alma. (…) Describe y muestra el tanatorio sin rejuegos macabros, sin jugueteo con la pervertida hetaira. Pienso que Carlos Contramaestre logra dar una versión moderna, escueta reencarnación sin ropaje, de El Bardo Thödal, el del libro Tibetano de los Muertos. O quizás más cerca todavía de nosotros, reencarna el Chilan del Moan del libro Maya de los Muertos. Da lo mismo. A mí su cara me recuerda la del Escriba Sentado del Louvre, burócrata por fuera y por dentro. Poeta, es decir, portero amical, no cancerbero. (…) Las puertas del tanatorio quedan abiertas. No trepidar, amigos: ¡vuelvan caras! Fortalézcanse los músculos del alma para recorrer, con gran luz en el puño, la Casa donde fijo nos esperan”. He aquí a un poeta en torno a un poeta.
Es de Eugenio Montejo la reflexión: “Tanatorio no es un poemario que encare su profundo tema con vacilantes sollozos: sus palabras contraponen a la fatal certidumbre de nuestra futura desaparición el rasgo de lúcida valentía de quien, lejos de resignarse, la rechaza: ‘Contra la Muerte/ esta ráfaga de rosas cálidas/ (…) Me rebelo como los ángeles caídos/ empuño la espada flamígera’ Desde la óptica de las predilecciones artísticas contemporáneas, en que muchas manifestaciones se complacen en escamotear la confrontación con lo trágico y lo terrible, en tanto que resaltan otros signos más ligeros cuando no insustanciales, este Tanatorio de Carlos Contramaestre se sale del fácil juego y nos aporta la verdad de sus palabras, sin imponerse ninguna estirada gravedad, ‘sin rejuegos macabros’, como dice el prologuista, sino con la honda palpitación de quien trata de ver más allá de lo aparente y se consustancia con las invisibles raíces que nos sustentan (…)”.
Guillermo CenicerosCon el título Celebración de la Fatalidad (Revista Imagen, Nº 100, marzo-abril, 1995) Gonzalo Ramírez Quintero escribe un artículo de encendidos elogios: “La oscuridad padecida: Tanatorio es uno de los mejores libros de poesía publicados en Venezuela en los últimos tiempos. Dicho así, esta afirmación puede parecer un tanto rotunda. Pero ocurre que Carlos Contramaestre ha alcanzado -en estos poemas- un grado de intensidad y nitidez verbales poco comunes. Y diría algo más: transmite -en un alto grado de condensación- una experiencia espiritual. (…) La muerte como estado: Pocos libros como Tanatorio han logrado acercarse a una exploración tan riesgosa de la muerte como estado. Es por eso que este libro logra comunicar a la par que un extremado sacudimiento expresivo, una lucidez tan inusual. La muerte se transmuta poéticamente en una toma de conciencia del ser. Es, literalmente, un salto al vacío. Por eso resulta tan conmovedor. Es un llegar hasta el fondo de la experiencia de la muerte. (…)  Contramaestre tiene una noción exigente del hecho poético. Por eso Tanatorio resulta tan contrastante con lo que bajo el rótulo de “poesía” se publica hoy en Venezuela. No hay facilidad enTanatorio: aquí la poesía brilla con una luz genuina por aterradora. (…)”
 Volvamos a Ortega Carmona: “Aquí se mira directamente a la muerte en sus cuencos. Aquí la muerte es simplemente, la muerte. El poeta la revela en las oposiciones radicales de lo existente y de lo posible, como hacía Sócrates en su conversación fedoniana. Nada espera de ella ni contra ella. Como nada se espera del vacío en sí mismo, primer concepto filosófico de nuestra cultura (Hesíodo, Teogonía, 116).
En Tanatorio, hacen presencia las mortificaciones del olvido -territorio inasible. La tierra y el sueno del olvido nunca te serían leves. Escuchamos las voces del alma en pena -sombras melancólicas. Son nuestras las ilusiones de un amor sin final, de temperatura alquímica. El poeta transita -y nosotros con él- los corredores de la muerte -pesadilla interminable. Pero no nos permite lugar a la aflicción. Aún así, es de noche funeral la memoria, trampas del sentimiento, escaramuzas del humor. Todo un arte en Contramaestre el guiño de ojo a la hora suprema y el hervor de los recuerdos.

Poemas inéditos

En el prólogo a una recopilación con el titulo Los poemas inéditos de Carlos Contramaestre, Vanessa Sánchez escribe: “La poesía que se aferra al instante y se vincula, en su génesis y divulgación, a un lugar publico es propia de la vanguardia. La atmósfera de los bares y cafés enmarcaron muchas de las creaciones de futuristas y dadaistas; dispusieron el entorno de recitales y exhibiciones. La poesía que sale del libro, o no llega a entrar en él, para hacerse objeto de intercambio, para mancillarse con el mundo, es la que pareciera cifrarse en los frágiles papeles de Contramaestre: lejos de anaqueles de biblioteca y espacios académicos, su poesía no teme ya profanarse con el entorno más inmediato y vulgar del creador, pero tampoco abandona su carácter de expresión personal. Sigue traduciendo los signos más incoherentes del poeta en el tiempo irrepetible de un entorno impersonal, transitado y móvil, el del bar. La muerte, la metamorfosis de la materia, el amor y los derrumbes que le son propios, se encuentran lejos del aislamiento que tradicionalmente rodearía al bardo y al médium; lo sagrado se sitúa en las cercanías, el poeta lo plasma secretamente confinado entre los comensales, el humo y las copas que podrían engañar al observador. La poesía mancillada sigue viva, toma una vida distinta en el abismo más estrecho de la ciudad; Isidore Ducasse y Arthur Rimbaud se hacen presencias cercanas, conjuradas por el poeta”.
 Vanessa Sánchez encuentra en los Poemas inéditos –muchos de ellos incluidos por Aray en esta Antología- “lo esencial de la poesía de Contramaestre.” Apreciación que compartimos. El verbo crece, se desparrama, se alimenta del desparpajo, no admite mesura. Creador sin camisa de fuerza -tantas veces lo abordó la locura-, por si mismo educado para el delirio. Carlos lacera a la memoria, la desnuda y palpa sin pudor, la desangra y liba hasta la borrachera del espíritu. Punza el lugar de sus delirios, bóveda profunda. No todos albergan un dragón oscuro en la memoria. He aquí al hechicero, con la serpiente del génesis anudada a su cuello. Por delectación del abandono y sus tristuras pone en nuestra boca el pezón izquierdo de alguna mujer inventada por el sueño, acaso primavera, soledad inventada para que nos amargue la ilusión del paraíso. Luego, luego decimos no son sólo suyos los demonios.
Poemas escritos a lo largo del tiempo de fundación poética. Según Vanessa -seguramente confirmado por Maria Eugenia Sánchez, viuda de Contramaestre- “datan del periodo comprendido entre 1986 y 1995”. Poemas conservados hasta el ocultamiento, Contramaestre penetra a fondo en los vericuetos del corazón. ¿Tendría en mientes publicarlo? Poeta y capitán del delirio, al igual que aquel desmesurado en la búsqueda de la Ballena Blanca. Descarnados versos, implacables metidos en la vida, con un cuchillo clavado en el lado izquierdo y una espada “flamígera” asentándola a la vida y a la muerte. La palabra se desborda. También los sentimientos, los recuerdos de infancia, las tropelías de siempre. Cruzan bares, alcobas, enigmas, calles de infortunios, desenfrenos, aturdimientos de toda especie. Mujeres de apasionada extremadura: Maruja, verbigracia: Socióloga egresada de selvas sabias / esclava de nigromantes teóricos. Noche profunda: Me entrego a ti en trozos de desastre / y cataclismo sin racionamiento previo. Testimonia la locura: Este vino que escancio en / tu nombre magnifica nuestra / ilusión, nos adormece y/ despierta. Hoy vi la / carne nuestra expuesta en / una vidriera, estaba llena /de nieves y cojines con / calefacción. y me vi nos / vimos desnudos expuestos al / escarnio en un público / que nada entendía, / que dos sudamericanos / eran parte de la publicidad / para una vida silenciosa y onírica / perfectamente comercial. Hay otras que disfrazaron el encanto, ligeras como el asombro, cuellos de Eros en las atribuladas manos del artista. En sus versos aletean. Descúbralas el lector. Hágalas suyas por pura complicidad con el poeta.
  Porque lo exige su pasión de vida, reconoce que al amor ofreció todo y nada inútilmente. Aún así quedaron pruebas irrefutables de sus cuitas. No hay materia de olvido. Es de poeta y demiurgo las madejas oníricas, darle forma al hilo, disponer del tiempo como si fuera cuerpo de mujer, caldero del amor: batalla interminable.
Todo el amor, María Eugenia: soy libre te lo juro para amarte en cualquier acantilado. El otoño se desmemoria en ti amor mío / para sobrevivirnos en el tiempo. Guardo mi distancia amorosa en ti / postulado irrebatible para seguir viviendo / o muriendo entre tus brazos dúctiles. Maria Eugenia, corazón náufrago, por el apasionado canto rescatada: Estás aquí o allí dentro de mi tristeza.
Por ella deambula y se reclama, desconsolado: Ofrecí todo y nada inútilmente / La casa de piedra que construimos / se sigue derrumbando a pedazos dentro de mí. Ay del alma amontonada: Hoy sólo me queda una plomada / un viejo nivel un teodolito oxidado / y unos planos tercos como la vida.
El amor es un problema de cielo y tierra / es un problema de carne imaginativa y dolorosa… Acude al énfasis: El amor es la atadura con el universo
Hay algo más: Contramaestre regresa al cordón umbilical, perseguido, torturado por los sueños, cuando comienza a sentir magro el cuerpo, cuando inicia, como los ángeles, preparación de nube.  Maximina al final de los días:

Se que tú inventaste la noche para reconciliarnos
en la casa con palmas benditas y rezos
encalados sonando pájaros que salían de tus árboles
en nevadas donde encendías tu alma generosa
y repartías como miel pan de año y un sordo dolor
que no querías comunicarnos
si no teníamos alpargatas y algún día estrenaríamos
piyamas y calzoncillos gold medal
Preferías oír las comedias las radio novelas que ponerte
a llorar sobre los pasos del viento
o sobre nuestra ignorancia que trataste que superáramos
era preferible vagar correr por el mundo desnudo
como nos habías parido sin conocimientos
el aprendizaje se hace entre los barcos el camino
y un navío que nunca faltó
los consejos que dabas para que no los escucháramos
porque nosotros éramos igual de tercos
y fíjate donde estás bajo tierra en un paraje solitario
que no conozco y no quiero ver [deseo conocer]

Pareciera llegada la hora de hacer balance:

… no tengo país, no tengo nube
océano si, fantasmas si
que se pintan la boca y el culo
nostalgia de no sé qué dios
de no sé qué noches
de no sé qué ángeles
cuartetos piélagos.
Rimas que no domino
besos que no di
que si di.

El amor no concede tregua. Es tenaz. Alimenta su imaginación con muslos celestes y pechos de dulce leche. Siempre Boticelli, umbral de vida. Ahora mismo lo envidio perseguido por la nostalgia de Dios, en el fragor del gineceo, sumido en pelvis angelicales, preso de ardientes desvaríos.
 Cuánto de muerte y de resurrección, cuánto de fiesta trágica, de visiones melancólicas, de hueso y víscera. Del poeta el alarido, sin otro destinatario que la muerte y la congoja. ¿Juicio final acaso? ¿Desdoro del amante? ¿Olor de flores mustias? Fatal olor.
No es Contramaestre poeta de alucinaciones. Es, simplemente, un hacedor de vida, dador de estaciones siderales y abriles de fiestas orgiásticas y océanos de lágrimas, pues es sustancia el sexo indomable y las lágrimas sin fin, los susurros de no me olvides y cuanta hartura, finalmente, alberga “el lado oscuro del corazón”. Navegación cuyo destino es el naufragio. Ay de sus tinieblas y del duro precio del olvido.
Contramaestre poeta, por visión y por modo de vida, por escritura. (Que la vida la dejamos en el camino o queda en la memoria hasta que los recuerdos fenecen. Adiós, memoria, que dejarás de ser tal con el último sobreviviente, a menos que surja un albacea – cronista que urda historia de los balleneros de El Techo, sin las pretensiones, claro, del Ismael que contara la furiosa y tenaz aventura del Capitán Achab y sus no menos furiosos balleneros, inscripto en la eternidad por Melville en Moby Dick).
Sí, Carlos Contramaestre era un poeta. Lo fue en vida, lo es para siempre en sus libros. Asumámoslo a plenitud. Entienda el lector que el joven letrado de Salamanca, médico de profesión, no era tan extraviado como se supuso ni tan profanador de tumbas, como se dijo, por la inusitada provocación de la necrofilia. Resulta que el pintor con la enseña de Archimboldo, no era tan pintor como poeta -y de la mejor estirpe castellana. De manera que Contramaestre si era pintor como se pinta, pero, esencialmente, poeta de alto rango y excelencia.
Contramaestre, navegante ballenero, articulado al Capitán Achab, protestatario, secreto cultor de Francisco de Quevedo, cómplice permanente de Estebanillo González, alquimista del cada día, sagrada comunión de cuerpo y alma con los fulgores, incertidumbres y desgarraduras del amor, sabio burlador, sacrílego desde los primeros días de la Pensión Ardiente, Allighiere de vita nova, nos deja a la intemperie, en el hondón del vacío luego de sacramentar todas sus irreverencias y extravíos, toda su exaltación de la poesía.
Existes, desmesurado Magma, arponadura del deseo, ballena del infierno, respiración oceánica, hechicero por los siglos y los siglos. Amén.
Poeta como eres, muy adentro del fuego, muy lejos de las podredumbres de ayer, tu palabra, tu gestión de vida, tu asunción de nuestro tiempo como si fuera la eternidad nos reclama a cada instante… ¡Es del carajo, Carlos!
Edmundo Aray (Venezuela, 1936). Poeta, ensayista, crítico de cine. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: La hija de Raghú (1957), Nadie quiere descansar (1961), Tierra Roja, Tierra Negra (1968), Cambio de soles (1969), Libro de héroes (1971), Cantata del Monte Sagrado (1983). Fue uno de los integrantes del grupo El Techo de la Ballena. Contacto: edmundoaray@yahoo.com.mx. Página ilustrada con obras del artista Guillermo Ceniceros (México).

El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânicabajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que  posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins.

Nenhum comentário:

Postar um comentário