Poe era el Poeta. Una rara y compulsiva relación con la literatura lo unía a la realidad. Él mismo creyó que en Estados Unidos del siglo XIX, era posible creer en la literatura como un seño de vida, como una profesión de fe y como una garantía de existencia en medio de un industrialismo en ascenso. Más en el caso de Poe, podríamos aplicar esta bella frase de Rilke, “por que lo bello no es más que el comienzo de lo terrible…”, este hombre huérfano busco esa condición estética por excelencia, la aspiración a la poesía, la formulación de un código racional de entender el descenso a los infiernos, las claves del “Nunca más” de un cuervo. Ese hombre que confió en su arte, su medio nunca le permitió poder desarrollarlo en condiciones óptimas. Un desventurado como decía Baudelaire, su medio siempre le fue hostil. Poe desheredado de su padrastro, a penas paso una breve temporada en la Universidad, dedicado a escribir para pequeños periódicos y a deambular por garitos y descubrir las soledades en los licores del alma más que en las botellas. Buscó indagar en la oscuridad mientras bebía sorbos de luz en una extraña relación entre la ciencia y el misticismo, entre la matemática y los ciclos melancólicos.
En un texto donde manifiesta ese profundo respeto por la ciencia, en EUREKA, habla de Kepler y las conjeturas de las leyes y sus movimientos, entonces él así mismo se abroga el derecho de hacer postulados para su propia creación, como si fuera un demiurgo inventándose su magia personal. “La convicción que surge de esas inducciones o deducciones cuyos procesos son tan oscuros que escapan a nuestra ciencia, eluden nuestra razón o desafían nuestra capacidad de expresión” , no es más que un preludio hechizante de otra realidad, un surrealismo en ciernes o de una búsqueda de imantada condición de lo deslumbrante en medio del fatigoso material de lo cotidiano, para hacer aparecer otros mundos, que siempre estarán en este, como lo diría Pauwels en sus búsquedas con el retorno de los brujos. Esto no es más que un llamado a la imaginación a la exaltada capacidad creativa que busca hacer del pozo oscuro, del gato negro y de la casa desvencijada, un laboratorio de sensaciones, una conversación con la alteridad del mundo.
La realidad que transita Poe no es la ciencia en el sentido exacto, es una fuerza intuitiva, una mirada penetrante sobre el submundo del mundo. Poe es esencialmente un Poeta… Una capacidad de viajar en las pasadillas, como lo haría el pintor Henry Fuseli (1757-1827) donde yeguas, gnomos o pequeños diablos se posan sobre una bella mujer que languidece sobra la atmósfera enrarecida del sopor del sueño.
Poe, restablece en la narrativa un encuentro con el mundo de los excesos, algo no buscado originalmente, la relación de los deseos de lo truculento, de la avidez por lo prohibido, una pulsión que atrae y repulsa entre el sexo y la muerte, entre los licores perfumados de la noche y la búsqueda de racionalizar lo desconocido. El encuentro con la narrativa, su mejor peso literario, se da por una urgente necesidad de establecerse como escritor, por ganar unos dólares, por encontrar un lugar donde escribir sus enormes dimensiones imaginarias.
Es como encontrar un gato en una biblioteca, el maullido de una antigua selva mental, algo que nos previene de en una página nueva. Con Poe el mundo cotidiano, la prosaica y brutal existencia de oficios diarios, la higienizada materia de nuestras tareas, entra en una corrupción revolucionaria de los sentidos, se altera el orden, se mueve el piso. Literalmente movernos la baldosa o sacarnos de quicio, la teja corrida (el pensamiento) y el piso deslizante ( el sentido de realidad) es una manera de crear, de proponer nuevas maneras de comprender nuestro entorno: una estética de una rara belleza, una sensación pendular, la oscilación de lo que va y lo que viene, la huida y el regreso, pero un péndulo que en la narrativa de Poe, siempre esta pendiendo de un hilo que poco a poco se va rompiendo, se desgasta y se tensa, haciendo que todo parezca tan frágil y a la vez tan eternamente débil.
El Lago de la casa Usher siempre quiso devorarlo, en enigmático Augusto Dupin estuvo siempre tras su pista, Legrand adivinaba que el escarabajo estaba en su mente, la momia habla en su dialogo infinito con las momias de nuestras angustias, por eso Allamistakeo, desde una Egipto remoto establece contacto con el presente en un macabro recordarnos lo efímero de nuestras arrogancias.
Poe se hermana y se hace cercano a esa literatura que establece un diálogo entre fuerzas contrarias, ciencia y magia, la religiosidad con los ojos abiertos y la duda con la angustia oscura. Desde William Blake, casi antecesor de su noche vigilante, pasando por el Frankenstein de Mary Shelley (1818), y las novelas de Matthew Lewis (El monje), William Beckford y Ann Radcliffe. Los novelistas góticos modernos, como Angela Carter, Patrick McGrath y Toni Morrison son muy apreciados, y el gótico continúa influenciando el cine y la televisión -desde obras clásicas como Nosferatu (1922) hasta Buffy Cazavampiros (1997-2002)- y a artistas visuales como Glenn Brown y los hermanos Chapman. En literatura su huella esta en su gran mentor y traductor Baudeliere, quién lo dio a conocer en Francia y que lo propuso como un código estético de donde bebieron de sus alcoholes posteriormente muchos grandes escritores. Mallarmé escribe un poema sobre la Tumba de Poe, Valery hace su Señor Teste, como una geometría donde todos los elementos son postulados de una serie de axiomas resultados de una imaginación ordenadora y fascinante, un señor cerebro que obtura todas las operaciones del espíritu. Pues bien Poe, en su ensayo sobre el cómo escribió el poema del Cuervo, habla de esa estructura que une lo espiritual con una matemática de la composición, una idea que integra el yo creador en el componente de su propia creación, algo que llevado al extremo es la punta de un nihilismo aterrador. La idea de ordenar la gelatinosa existencia, de formular el concepto rector, la insignia gestativa de la invención artística, hasta encontrar una forma de nadar en el cacumen de la entelequia, para abandonar el ruin ruido exterior, la anécdota de la novela miserable de la vida, esos lloriqueos y esas fabulaciones sobre pasiones estranguladas en destellos miserables de humanos estupidizados por la rutina y las simplificaciones aplanadores de la existencia. Pues bien, Valery hace suyo esa estética que Poe insinuaba y trataba de balbucear.
Más que decir de la herencia otorgada desde Los crímenes de la calle Morgue, con la trasformación de la novela negra y la novela policial. Nuestro detective Sherlock Colmes y su elemental Watson, de Arthur Conan Doyle, el padre Brown de Chesterton, para luego pasar al folletín de Ágata Christie y las novelas de Graham Greene, todos ellos heredaros de Dupín, de la noches de lluvia y de las conjeturas sobre el más mínimo detalle.
Julio Verne toca la única novela de Poe, una demencial historia de canibalismos, de sueños y de trampas, donde un aventurero sale a la mar en un buque donde pululan ratas, historias de náufragos, pesadillas y silencios. Estamos hablando de la novela Las aventuras de Gordon Pym y de la continuación que hace Verne con su La esfinge de los Hielos” ambos escritores de un autodidactismo científico bastante sorprendente. Más esta rara novela se convierte en tema para los surrealistas, para los viajeros de lo onírico, para las capacitados para fantasear, recordando raros relatos como los de Jeremías N. Reynolds en el Pacífico y en el Polo Sur, o el tema de Cleridge, El viaje del viejo marinero. Robert Louis Stevenson retoma estos enigmáticos viajes, H. P. Lovecraft admira este extraño relato que es como un disparo en el ritmo sanguíneo del relato, un torrente que no para, que deja sin aliento y que no deja al lector abandonar fácilmente el texto.
Julio Cortázar hace de Poe una traducción muy bella, y lo pone ante nuestros ojos con su indiscutible talento. Poe deja sus uñas de gato en la piel y en la memoria, Borges tiene bellas páginas sobre este autor, Rubén Darío no deja de llamarlo a su casa mental y lo realza como el lúdano perfumado de la literatura, más crítica la forma cruenta como fue vejado y apabullado por la crítica de su propio país, por periodistas envidiosos y por la mala saña que se tira cuando se trata de vilipendiar a un genio.
Honrar su memoria es hacer un encuentro con sus libros, no sólo sobre su literatura y sus obras, es a la vez hace una invitación para reconocer en otros autores sus influencias y sus marcas. En buena hora saludar a este gato del libro, a este péndulo del tiempo de lo imaginario y tomar del dulce alcohol de sus hechizantes letras. Poe no deja de ser de nuestra estirpe sedienta, un ser que estuvo bajo las señales de la dificultad, un perdedor en vida, un hálito de mala suerte condenando su sombra entre la taberna y las envidias feraces que crecen como semillas sobre sus huesos, después de ser arrojado a la cuneta del olvido. Más él suele despertar de esas empalizadas, sale de los muros, se muestra entre el polvoriento paso de una calle oscura a una habitación de palpitantes lámparas. Saca su mano, su intensa mano de escribiente, la mano de un ser que creyó profundamente en su tarea, que no se dejó demesticar por nadie, la que se abstuvo de intervenir en politiquerías y en camorras literarias, la que le costó la muerte en una contienda electoral donde a él nunca le importo intervenir y de la cual sus opositores quisieron ridiculizarlo haciéndolo aparecer como un borrachito vulgar.
Poe no dejará de maullar en nuestro oído, de hacer sonidos desde una esquina del alma, de saltarnos las quimeras, de asuzar las pesadillas, de hacernos sentir el peso humanamente humano de su palabra contra el tedio viciado de las rutinas diarias.
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Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1959). Escritor y ensayista. Fundador de Taller de Luna, grupo de escritores de la Universidad Nacional. Cofundador de la Revista Punto Seguido, de la ciudad de Medellín, Colombia. Coordina un espacio en la Radio Universitaria sobre poesía y música. Dirige la Fonoteca de la Universidad Nacional, sede de Medellín. Inédito en libro. Contacto:lfcuarta@gmail.com. Página ilustrada con obras del artista Carlos Colombino (Paraguay).
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