AP | Otto, creo que para ubicar la conversación, sería
muy esclarecedor que nos cuentes, cómo fueron tus primeros escarceos artísticos,
en tu natal Cañas, Guanacaste.
OA | El pueblo donde crecí fue un laboratorio de
imágenes, de paisajes violentos, con pleitos al estilo “Viejo Oeste”, con
machetes, cuchillos y pistolas. Existía una realidad parecida a la que veía en
el cine. Muy temprano comencé a pintar y a dibujar. También construí inventos y
artefactos de madera. A los 15 años empecé a pintar una serie de cuadros sobre
masonite y madera con tendencias abstractas y de Action Paint donde
incluía poemas. Eso fue producto de unas exposiciones de arte que llegaron a
exponerse en el vestíbulo del cine de mis abuelos. Pese a las contradicciones
en que vivía, no puedo olvidar el encantamiento con las personas. Al lado de mi
casa habitaba Chilo Ramírez, que vendía un venado (en partes) antes de irse a
cazarlo, para no desperdiciar, ya que en ese tiempo no había refrigeradoras.
Frente a la casa vivía don “Goyo caite”, apodado de ese modo porque usaba
sandalias de cuero llamadas caite. Tenía una marimba enorme y tocaba en ciertas
tardes inolvidables. Al lado de su casa vivía otro músico que tocaba saxofón y
después comprendí que aquella música era jazz. Sin salir del caserío encuentro
temas y personajes profundos. Ese puede ser un ejemplo de la personalidad
perdida del ser humano. Es asombroso que todos esos hogares desaparecieran con
sus contextos.
AP | Después de esa iniciación te trasladas a San
José, con más precisión a la UCR (Universidad de Costa Rica), para estudiar
periodismo, sin dejar de lado la pintura. Del campo a la ciudad, el cambio,
¿cómo lo percibiste?
OA | Tenía gran inquietud por conocer a los artistas
de entonces; mucha curiosidad por saber hasta dónde tenía habilidad como
artista. Me llama la atención el hecho de que en ese tiempo si uno no tenía
mucha destreza como retratista quería decir que no era un buen artista.
Dibujaba inventando, pero si me tocaba retratar a alguien carecía de la
academia para hacerlo. Me di cuenta que todo estaba errado, los principios no
eran los correctos. Tal vez por eso rechacé al principio la academia, aparte de
lo que representa con todas sus cegueras. ¿Cómo podía convencer a mi familia de
que al estudiar arte iba a vivir con dignidad? Lo curioso fue que no estudié
Ciencias de la Comunicación por no estudiar Arte, sino porque me interesaban
las comunicaciones, y yo escribía poemas y cuentos. Además, en la secundaria
había tenido alguna experiencia con el periodismo.
El cambio me permitió escoger lo que quería, dentro de aquella
incertidumbre. Empecé por coincidencia a trabajar en el recién fundado
Semanario Universidad, rodeado de un gran equipo y de una gran inteligencia.
Eso para mí representó un gran reto, tomando en cuenta las lagunas que tenía
como estudiante de área rural y del mundo en general. De la noche a la mañana
alguien me habrá iluminado porque tuve fuerzas para afrontarlo y ponerme al
día. Existía una gran expectativa y el país estaba en efervescencia. Recordemos
que estábamos en 1970, época de grandes rebeldías estudiantiles y del gran movimiento
popular contra “Alcoa”, una compañía multinacional. De la experiencia obtuve
amplia conciencia social y mucha literatura. Entrevisté a grandes intelectuales
de la época, con muchos de ellos conservo una acentuada amistad.
Entre los primeros artistas que conocí recuerdo a Gerardo González, Rafa
Fernández, Alberto Moreno, Chino Morales, Chalo Morales, Rafael Ángel García,
Fernando Carballo y Fernando Castro, entre otros. En las febriles sesiones de
trabajo que ensayé con el pintor Gerardo González había una energía que no
había experimentado antes. Aquello hizo que me interesara de nuevo por la
pintura y el dibujo. Esos años de principios de los setenta, estaban llenos de
arte social, de arte y mensaje, de compromiso con la sociedad. Con Alberto Moreno
tuve una revelación del “Arte Objetual”, cuando utilizó modelos
tridimensionales y una teoría llamada Vitas.
AP | Pronto das otro salto cuántico: de San José a
Barcelona. ¿Tu aprendizaje, tu visión de mundo?
OA | Era la primera vez que salía del país por una
gran estadía. Había recibido una beca taller por nueve meses y podía escoger a
donde ir. Pensé en Barcelona porque tenía mar y muchas editoriales. Era la
época dorada del boom de la literatura latinoamericana. Decidí
ir en barco hasta España. Por medio de cartas de recomendación hice los
contactos con la compañía naviera y obtuve un descuento por hacer una
exposición durante la travesía en el Atlántico. El viaje fue de lo más
inolvidable. Hay muchas cosas que no deseo recordar, aunque este viaje era una
formidable puerta a la experiencia y al disfrute de cierta primeriza madurez.
Mi idea era estudiar arte, diseño y comunicaciones, y exponer. Todavía
no sabía lo que era competir en el medio catalán, ni lo difícil que era vivir
con 90 dólares al mes, que por cierto, algunas veces se atrasaron hasta por
tres meses. Me ocurrieron muchas cosas, las que ocurren a esa edad, viajando,
pintando, dibujando, haciéndote preguntas, y dándote respuestas que eran
equivocadas… En Barcelona vive mi hija Sira, de mi primer matrimonio.
Llegó un momento en que tuve conciencia que mi futuro no estaba allí,
eso era parte de una preparación y me regresé a América, propiamente a Costa
Rica, después de divorciarme.
AP | En Cataluña tuviste mucha relación con otros
artistas latinoamericanos y catalanes que en su momento tendrán gran
importancia en el ámbito de la cultura y el arte. Pepe Donoso, Enrique Lihn,
Óscar Collazos, Jorge Edwards, Moreno-Durán, entre otros… ¿Podrías narrar cómo
fue ese período y su influencia en tu trabajo?
OA | En Barcelona comencé conociendo escritores más
que pintores. En aquel tiempo existían y existen algunos artistas como Tápies o
Miró que ensombrecían a los nuevos artistas. El mundo del arte estaba manejado
por las galerías privadas. Los únicos que vendían eran los grandes maestros,
desde Dalí hasta los históricos. Los catalanes no compraban a nadie que no
fuera de allí, dentro del mercado propio. Eso era normal en una ciudad que
tenía una dinámica tradicional y cerrada.
Yo fui padrino de boda de Óscar Collazos, cuando se casó con la
escritora Nuria Amat, el otro padrino era el pintor Antonio Saura. Nuria es
hermana del pintor Frederick Amat. También soy compadre de Óscar. Mi relación
con Óscar llegó a tal punto que, cuando conocía otros escritores colombianos,
sabía diferenciarlos si eran de la costa o bogotanos. También tuve mucha
relación con escritores y poetas chilenos. Algunos han fallecido como Enrique
Lihn. Íbamos a publicar un libro en Barcelona, con sus poemas y mis dibujos. A
Mauricio Wacquez, que escribió sobre mi trabajo plástico; Jorge Edwards, que
recién llegaba de publicar Persona Non Grata. En ese ámbito conocí
a Pepe Donoso y su esposa Pilar y a un grupo de familiares y amigos, que
constituían en aquel entonces el bastión de la resistencia chilena en el
exilio.
Barcelona tiene una calle pintoresca que se llama Las Ramblas. Allí se
camina y se toma café. En alguna de aquellas tertulias conocí a varios
escritores latinoamericanos con quienes hice mucha amistad. Me acuerdo muy bien
de dos insignes escritores colombianos, muy inteligentes, que manejaban la
letra menuda de la literatura. Aportaban mucha información y algunos libros
publicados. Ellos son Óscar Collazos y Rafael Humberto Moreno-Durán. A través
de ellos aprendí lo que era la picardía en la literatura y mucha historia de su
país. Recuerdo –en el invierno– cuando llegaban con grandes ojeras después de
leer intensos textos que me recomendaban o estaban en boga, como Budenbroks de
Thomas Mann, que tenía más de mil páginas, las obras completas de Herman Hesse,
Peter Handke. Rafael Humberto Moreno–Durán recitaba párrafos completos de
memoria de algunos, y luego Óscar Collazos los continuaba. Era un guión que no
se había preparado de antemano. La espontaneidad maravillaba a los presentes por
el conocimiento literario de ambos. De todas mis amistades de esos años guardo
un especial aprecio para estos dos escritores colombianos.
AP | De esa fase es la gestación de tu libro Diabólica (JRS
Editor de Barcelona), configurado de textos y dibujos, el cual contiene un
pórtico de Óscar Collazos. ¿Podrías agregar algo más al respecto?
OA | Hubo una época en que estábamos alucinados con
los cambios sociales y los contrastes políticos. Vivir la ciudad de Barcelona
de aquellos tiempos era moverse alrededor de Las Ramblas y el Barrio Gótico. Le
pedí a Collazos que escribiera la introducción de mi libro Diabólica. Con
anterioridad, él había escrito un texto muy interesante llamado en alemán “Die
Methapher des grauens”, que había sido publicado en el catálogo de mi
exposición en la Mattegalerie de Berna, Suiza, en 1975. Este ensayo también se
publicó en Guatemala el mismo año. Estaba claro que Óscar conocía el mundo al
que aludía: una figuración que va desvaneciéndose, de igual modo que el
texto-poema. Curiosamente, en la actualidad, este libro se vende en un portal
de libros antiguos en Internet.
AP | Por esos mismos años te integraste al movimiento
del Arte Conceptual, o Idea Arte, en boga desde
mediados de los años sesenta, con referentes como Ludwig Wittgenstein, Ad
Reinhard, Joseph Beuys, Richard Serra, Francesc Torres, Robert Morris, entre
otros. ¿Cómo fue ese encuentro?
OA | En esos 10 años que tenía de confrontar mi obra
con los movimientos europeos, había llamado mi atención los trabajos
conceptuales de Joan Brossa, Robert Morris, Josep Beuys, Richard Serra,
Francesc Torres, y del mismo Antoni Tápies. Existe una extensa lista de nombres
de primer nivel. Pero no llegué solamente por eso, sino por la afinidad y
medios para exponer nuevas propuestas. He sido pintor, dibujante, poeta, y
el Arte Conceptual me permitía ser multifacético o
interdisciplinario. Lo que importaba era la idea, no el producto de la idea. En
este sentido, mi literatura evoluciona a otro plano. Como en mis libros
“Diabólica” y “Sin ansias para morir”, que reflejan la claustrofobia e
incredulidad de nuestro tiempo.
La visión que tiene uno de sus orígenes se amplía desde la perspectiva
de otra cultura. La experiencia de varias bienales de Venecia me abrieron al
principio de los ochenta la visión de un mundo ilimitado. De ninguna manera
puedo olvidar a grandes artistas catalanes como Joan Brossa y a muchos de mi
tiempo, como el chileno Ernesto Fontecilla, un creador excelente, o a otros más
jóvenes como Miguel Rasero, Josep Artigau, Guinovart, José Ocaña, Miquel
Barceló, el cual muy pronto tuvo reconocimiento mundial.
AP | Me parece que a partir de ahí se te abre una
enorme senda para la experimentación en tu obra posterior. ¿Fue como un
alumbramiento?
OA | En 1980 empiezo con video-arte e instalaciones.
La verdad es que después de mucho tiempo pienso que estaba relacionado con una
manera de pensar, que respondía a la “actitud”. Me acuerdo que en los ochenta
había regresado de una larga estadía en Barcelona y tenía un propósito con mi
trabajo. En ese entonces no tenía una conciencia clara de que estaba abriendo
un camino hacia el Arte Conceptual. Era una actitud conmigo mismo, y con el
desarrollo y el frenesí de la última juventud.
AP | ¿Cómo descubriste ese nuevo lenguaje? ¿De qué
manera se desarrolló en tu creación?
OA | El camino que se emprende con la experimentación
mental y física no es en vano, porque es el material que uno va a utilizar
posteriormente. Esta actitud es lo que define cierto origen en los nuevos
creadores, y los de siempre.
Me explico: los lenguajes están definidos con los tiempos actuales. El
desarrollo del video-arte en nuestro país es normal porque responde a los
tiempos de medios de comunicación. Eso hizo que tuviera razón en haber escogido
una carrera relacionada con la comunicación. Igualmente sucedió con las
“instalaciones”, a las que reconocí como mis juegos con los portales de navidad
y las vitrinas de las tiendas. Puedo decir que afortunadamente mis viajes y
experiencias fueron esponjas para mis ideas, no un rechazo por no compartirlas
y hacerlas mías. Eso sucede con mucha gente, que no tolera que pinchen sus
emociones, que no se abren a los choques del arte y a los nuevos medios de
expresión.
AP | De vuelta en San José, con un entusiasmo
notable, participas en charlas, conferencias, publicaciones, videos,
exposiciones y muchas muestras de Arte Conceptual. Fuiste como un abanderado,
un misionero, un artista avanzado. Abundantes veces he conversado con artistas
chapines, salvadoreños, nicas, panameños y por supuesto ticos que te consideran
como el artista que “introdujo” en Centroamérica el Arte Conceptual y las
instalaciones. ¿Qué opinión te merecen estas afirmaciones?
OA | Ahora me doy cuenta que todo eso requería un
gran esfuerzo, porque no se contaba con los medios actuales. Filmar un video
era cargar un equipo muy pesado, había que movilizarse de un extremo a otro de
la ciudad para la realización y edición final. Era muy normal que la gente no
entendiera lo que uno hacía, pero a veces costaba aceptarlo. El tiempo me dio
una respuesta bastante clara de aquellos jóvenes y no tan jóvenes escépticos,
porque el desarrollo del arte vino en la misma vía, en la que se defendía la
posición conceptual, el desarrollo de la idea y la utilización de nuevos medios
audiovisuales e instalativos.
Creía en el principio de todo cuento literario, que hay que darle a la
gente un elemento que lo recuerde, que su memoria lo incluya para
identificarlo. Eso utilicé con los trompos, con las mesas, y un largo etcétera.
Todavía encuentro espectadores que me dicen que se recuerdan de los trompos,
pero difícilmente de lo que se trataba. Hace exactamente 25 años de eso, y lo
sigo haciendo, en este siglo nuevo: Jícaras–Chorreadores de
café–maíz–arroz–tortillas.
AP | Abstracción, Arte Conceptual, literatura, imagen
visual, son los módulos que ajustan el universo Apuyano… ¿Cómo te las ingenias
para que en tu trabajo integral haya equilibrio y moderación? Te imagino en tu
taller, el ordenador encendido, las brochas impregnadas de pintura, la cámara
de video a punto de ser disparada… La tela llena de pigmentos colocada en la
pared. Las ideas desasosegadas…
OA | Mi interés por el proceso radica en la relación
que se establece entre los medios de expresión. La idea continúa siendo el
motor de la obra. En mi reciente exposición “La Gotería”, trabajé al mismo
tiempo las pinturas de gran formato, el video-arte y la instalación. Me
interesé en que la unidad tuviese una misma experimentación. El espectador
podía vivir un proceso creativo, una experiencia virtual y encadenar, para sí
mismo, muchas instancias sobre la reflexión de nuestro mundo. Las instalaciones
tienen que llevar un riguroso proceso mental, porque es la manera de
representación filosófica más eficaz que existe. Muchos artistas jóvenes entienden
lo que es sintetizar los tiempos vertiginosos actuales por la representación
misma. Esto es grandioso, que una forma de expresión permita acceder al artista
a comunicar su idea y viceversa de una manera accesible y económica.
Cuando los artistas nos dejamos seducir por algo, es porque creemos en
ello; cuando encontramos nuestro rechazo es porque estamos equivocados y nos
perdemos lo desconocido.
Arte en proceso es una metáfora de nuestro tiempo. A pesar de que la
tecnología es acelerada para imprimir un texto, es igualmente proporcional la
manera en que se hace arcaica. Es como si a más velocidad más pasa el tiempo.
Creo que los teoremas se están cumpliendo a medias y ya hay espacio para
no creer en ciertos “dogmas”.
AP | Tus instalaciones siempre dan que hablar:
“paraguas, mesas, objetos, ruedas de madera, yute, bambú, cabuya”… Llama la
atención ver esos gigantescos mecanismos que diseñas, compuestos de jícaras
pintadas, bambú con textura conformada de arena de playa… Es como un retorno
constante al omphalos. Recuerdo una de tus exposiciones, “Viaje al
origen”. Esa constante siempre estará presente en tu creación. Para el lector
de Agulha
Revista de Cultura será muy interesante conocer ¿cómo y cuándo
descubriste que todos esos objetos “matéricos” podrían convertirse en montajes,
instalaciones animadas?
OA | Las referencias de mi trabajo multimedia son las
mismas. Individualmente el escritor remite a los elementos que identifican el
mundo de su narración. La memoria del artista funciona como el mecanismo que
señala cuáles objetos son simbólicos, o pueden ser semantizados. Descubrí que a
pesar de haber borrado muchas experiencias táctiles y aromáticas en la selva y
la pampa que me rodeaba, de niño tenía la sensación de un lenguaje que se abría
a mis ojos y no entendía que eso era la magia, no Disneyworld y los cuentos de
castillos y princesas. La materia es un lenguaje en sí, por eso me ha servido
para identificarme con ello.
La identificación con cierta materia me lleva a la reflexión de mi
contexto. También la utilizo para que el espectador pueda identificarla.
Muchos de los objetos que recuerdo están incluso relacionados con el
miedo debido a mi sensibilidad primitiva, por decir un estado de alucinación
con las atmósferas de los grandes cuartos, donde guardaban sacos de arroz y
sorgo y albardas llenas de mecates arrollados. No puedo olvidar las filas de
“coyundas” y de aperos y el temido pellón, que era una albarda de fiestas,
llenas de mechones de pelo negro. Creo que ha sido y es la recreación de una
atmósfera lo que siempre me interesa, la puesta en escena de una situación.
AP | En la I Bienal de Lima, año 1995, participaste
con una instalación llamada “Transformación del rostro”. Ese montaje nos remite
de nuevo a los orígenes, a lo multiétnico.
OA | Un montaje que llamé “Transformación del rostro”
para la I Bienal de Lima, en 1995, se componía de muchas piezas e integraciones
que respondían a lo que era mi personalidad étnica, mis orígenes. El rostro de
dos metros por dos metros estaba conformado con ábacos, con sonajeras
precolombinas, con objetos naturales que simulaban nariz y orejas, ojos de
troncos desgarrados de su piel, barcos que hablaban de la inmigración china,
tambores que atestiguaban los orígenes indígenas y negros. El concepto era la
representación del clásico autorretrato. Estaba claro que era la composición de
lo que era el mismo artista y además virtual; que pudieran meterse dentro del
espacio donde estaba el cerebro o detrás de las orejas. A mí me convencía el
sentido del humor del montaje, a la vez a lo que el nombre aludía: “No se trata
de buscar una identidad sino que son varias”.
AP | Con las instalaciones de las jícaras has
obtenido reconocimientos nacionales e internacionales, has viajado con ellas
por diversos países.
OA | He tenido inolvidables experiencias trasladando
cajas de jícaras a Vall David, a la Fondation Derouin en Canadá, en Nueva York
y en varias ciudades de Suecia, lo mismo que en Suramérica. En Suecia realicé
una instalación en un contenedor que era trasladado a varias ciudades, coincidiendo
en Estocolmo, con otros artistas representantes de todos los continentes. Yo
participé representando a América Latina.
AP | Otto, no podemos pasar por alto otra de tus
facetas, la que se conecta con el arte contemporáneo, la “acción en vivo”.
Recuerdo una vez que construiste en el Parque Nacional un “gigantesco tobogán…”
OA | Uno de los medios en que la comunicación
artística se hace complementaria de la percepción es la “acción en vivo”. El
público necesita ver algo más que la puesta en escena de cuadros en una pared.
Utilizo la “acción en vivo” porque me interesa crear una atmósfera y una mejor
comprensión del público que observa. Los “performances”, que son acciones en
vivo, establecen una importancia en la espontaneidad y lo irrepetible de la misma,
porque siempre son resultados distintos, esto caracteriza que lo “dicho” es una
obra única, en un momento dado.
La instalación con “acción en vivo” del Parque Nacional, al lado del
Monumento Nacional tenía el propósito de representar los colores de la Bandera
de nuestro país. Construí andamios que funcionaran como un tobogán y desde lo
alto de cinco metros, vacié galones de pintura espesa con los colores patrios;
al final, abajo todo se convertía en una materia oleaginosa del color de la
sangre. Eso tenía otro significado, porque trascendía el concepto de acción y
se convertía en revelación de una actitud pacifista, antimilitarista y porque
la bandera nació con este movimiento ya que fue tejida por doña Pacífica
Fernández. Este concepto de “deslizamiento” lo hice por primera vez, en
pequeño, en 1980, en la Galería Ciento de Barcelona, España. La segunda puesta,
que es a la que te refieres se realizó en 1986. Por esas mismas fechas, en el
parque España, en Costa Rica, posterior a una conferencia sobre Arte Conceptual,
hice otra “acción en vivo”. Monté un “chorreador de café” de dos metros de
largo, y al pie del mismo, alrededor de trescientas personas, degustaron la
bebida.
La acción en vivo es un momento, es algo que ocurre en el instante, me
encanta porque queda en la memoria, en la experiencia, en la participación de
los demás.
AP | En tu trabajo, poesía, pintura, dibujo,
fotografía, instalación, no tienen inicio ni final. ¿Cómo definirías este
proceso vital?
OA | Muchas veces el tema determina el medio que
utilizo. Algunas veces permite ser “explorado” junto con la poesía. Como
artista multimedia siempre me ha interesado este proceso creativo que abarca la
totalidad de mi obra. Aún no he podido ver reunido todo el trabajo, porque
muchas exposiciones incluyen un libro que sale posteriormente o un video-arte.
Siempre considero de mucho rigor a los medios que utilizo, por la calidad que
se tiene que alcanzar. No uso medios que no domino. Todo artista revela su
personalidad al mostrarse públicamente, por eso debe haber mucha escuela, mucho
taller. No encuentro conflicto en la praxis, aunque debo confesar que muchas
veces, hace años, la misma mediocridad que me rodeaba y me rodea todavía,
terminaba por convencerme de que el camino era otro, que no era ni más ni menos,
que el concepto decimonónico del arte, y ciertos prejuicios, sobre nuestra
“pequeñez-light cultural”. Hay gente que piensa que no tenemos derecho a ser
contemporáneos y a formar parte de la vanguardia. Es notorio que cuando me
sumerjo en distintos campos, percibo el rechazo de los que están allí, porque
se consideran los únicos con derecho. Me daba cuenta de eso cuando me decían
que no era un buen dibujante porque pintaba; que no era buen pintor porque
esculpía; o peor aún que no podía ser video-artista, escritor o poeta. Después
de muchos años, en que mi trabajo se ha mantenido vigente, han logrado
comprender la actitud armónica y multifacética y que no se trata de habilidad
de la mano sino de la mente.
AP | La abstracción en tu pintura es un elemento que
vincula tu sello personal y tu estilo. Retornemos a una vieja polémica: ¿Es por
los ancestros precolombinos que el país tiene sobresalientes artistas
abstractos?, ¿o a qué tribuyes a que se deba este fenómeno?
OA | Creo que es el contexto natural y cultural el
que afecta. Por ejemplo, México es una extensa área que responde a eso, a la
influencia de la cultura precolombina. Algo debe haber de genético, y desde
luego que existe un desarrollo heredado directamente de los mayas, aztecas y
otros. La capacidad creativa de un pueblo está ligada a sus ancestros. Existen
regiones en el mundo que se distinguen en eso. Fíjate que muchas veces
consideran esa heredad como la que define el mexicanismo o lo europeo. Algo
debe haber que lo hace tener una personalidad. Eso puede leerse desde un
carácter histórico, porque el arte contemporáneo se va pareciendo a un todo. Es
normal que los artistas argentinos, como los centroamericanos coincidan en
Nueva York o Madrid, pero la mayoría vuelve y decide permanecer cerca de su
afinidad familiar. El mundo actual es una dinámica loca que no tiene sentido
del tiempo. No se permite recordar el ayer, y para cuando decidimos hacer un
análisis, se convierte en historia que no interesa. El artista siempre va a ser
el transgresor, el impugnador, de su tiempo.
AP | Hace pocos meses, salió al mercado tu libro de
cuentos: Donde terminan los círculos (Ediciones Andrómeda),
ahí está presente una vez más la ciudad de Cañas (La Villa de las
Cañafístulas). Este es un tema recurrente en toda tu obra. El volumen tiene
mucho de autobiográfico, por esas páginas desfilan: los mitos, los paisajes
rememorados, la saga familiar. A veces lo real deja de ser real.
OA | En mi literatura, después de varios libros
publicados e inéditos, puede encontrarse que existe un pueblo llamado la Villa
de las Cañafístulas donde ocurren los sucesos que conforman un mundo o un
espacio: el de mi memoria y el de la imaginación. El producto de mi trabajo es
la experiencia de ser artista pintor y dibujante, escultor y escritor o
instalador. El producto de todo eso es la capacidad que uno adquiere para crear
o construir algo. El rigor que el mundo actual exige a un artista es el de
conocer los medios que existen y le son afines en sus ideas. Un artista no
puede estar desligado de todo el proceso creativo. Tiene que ser un lector,
haber desarrollado su sensibilidad. Muchas de las obras interesantes vienen de
que el creador era un trapecista y pudo de esa manera hacer su performance,
o un bailarín que desencadena en la danza todo su mundo pictórico. Por eso a
veces sale un libro muy interesante, porque era un médico quien lo hizo, de esa
manera nadie más podía dominar con profundidad el tema. ¿Qué hay detrás de los
autores? Eso es interesante para los estudiosos o filólogos.
“Donde terminan los círculos” es una continuación de “Memoria
hechizada”, ambos terminan siendo la misma fuente y referencia del mundo que ha
sido afín a mi vida. En “Donde terminan los círculos” aparecen algunos cuentos
fantásticos, algunos mitos, como el de los indígenas que se llevó Colón a
España o anécdotas de la colonia española en Guanacaste, mi provincia. Aparecen
referencias al tema de la migración china, de la que formo parte. Otro cuento,
llamado “La feria fantástica”, pone en entredicho el concepto de la normalidad,
en un lugar donde todos son anormales, y donde se privilegian los casos
extraños y raros.
En mis últimos libros el tema recurrente a mi niñez desaparece, excepto
la alucinación de los personajes y el entorno, que se hace más transparente y surrealista.
En “Las dudas que nos empujaban en la noche”, que será publicado por Euned,
hay tres relatos largos donde me alejo de la Villa de las Cañafístulas, pero el
entorno de la memoria lo hace ser “el lugar olvidado y entrañable”. Los
paisajes del mundo conocido se convierten en la puesta en escena; en cierto
sentido se vuelve una metáfora del intento por no perder lo que estamos
acostumbrados a perder: la incredulidad y el asombro. Tengo preparadas dos
novelas cortas donde repaso mi experiencia como hijo de inmigrantes chinos y
otra en que el protagonista es multifacético: artista pintor y escultor,
escritor y músico que tarde, antes de ocultarse, se da cuenta que lo múltiple
era lo unitario, que lo disímil era igual a lo que estaba escribiendo.
Para mí la creatividad es un espacio multiplicador, cada nuevo intento
de ir más allá me proyecta igualmente a continuar la inercia de lo armónico;
curiosamente me hace regresar a los principios esenciales que es lo poético y
la síntesis. Si miro más atrás puedo verme como el mismo niño lleno de sueños
que sólo estaban en mi mente.
OTTO APUY | Nace el 31 de julio de 1949, en Cañas,
Guanacaste. Costa Rica. En 1970 se traslada a la capital para realizar estudios
de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Costa Rica-1970-1974 y de
artes plásticas en Barcelona en 1974, donde reside hasta 1985, año que regresa
a Costa Rica. Ha participado en cursos y seminarios de estudio. Escribe
en revistas y periódicos, dicta conferencias en el país y el extranjero. Artista
conceptual, multifacético: escritor y escultor, pintor y dibujante, instalador,
videoartista.
***
Agulha Revista de Cultura # 47. Setembro de 2005.
Página ilustrada com obras de Otto Apuy (Costa Rica), artista convidado desta
edição.
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