Tal vez el rock argentino sea el mejor de
América Latina por el rigor con que asumieron su destino: ser la encarnación de
una propuesta que logró unir al desenfado con la invención lírica, a la
tradición cosmopolita con las contradicciones de la herencia, a la furia
política y social con la lucidez. Mataderos raciales, estimas hipertrofiadas,
desprecio, serpientes sorprendidas por insolaciones mediúmnicas.
Y entre este rock argentino y Juan
Calzadilla, puntualizo en éste, al igual que en aquél, la argumentación ácida,
precisa, inconforme y bufonesca. Por ello quizás en ambos confluyen la
tentación y el desafío, los silbidos salvajes, el ladrido de los sonámbulos.
Este libro, de extrema rebeldía, está tocado por la ira y la vergüenza. A la
manera de un sistema nervioso que denuncia, critica y cuestiona, pero que
también elabora un espacio como custodia del sentido. Escribir, entonces, es
entender, es crear desde la palpitante exaltación que nos constituye, y desde
múltiples escenografías desmontar la farsa apasionante de la comedia humana y
con esa burla como cómplice que pareciera comprometer al lector con quién sabe
qué cosa que abunda en estos textos, con la fiel mordacidad que no entrega las
armas jamás. (La atención, aquí, es un animal peligroso.)
Para hablar de esta obra (de este Ecólogo
de día feriado) sería recomendable tener cerca la mirada arquitectónica,
esa que puede detenerse a observar estructuras fragmentarias en las capas
geológicas del universo artificial, allí donde la ecología no es más que materia
inequívoca del arte dramático, medio ambiente para los maniquíes y los espejos,
las vitrinas y las alcantarillas sospechosas. Una arquitectura matemática
habría que agregar aunque redunde, no hecha para el tiempo, para las ideas
arcaicas de la memoria estética. En este libro, sobre todo, nadie es inocente y
la sentencia vale y cobra cuerpo a cualquier hora.
Además, Juan Calzadilla es un caso difícil.
Hablo de dificultad no por lo poco tratable, que lo es en mucho, sino por el
trabajo que exige, por la laboriosa, paradójica y concisa interpelación que su
lectura pone en marcha. Me gustaría, por ejemplo, escribir lo que digo sobre su
poesía con una sucesión cercenada de puntos, de caídas repentinas en las
frases, de ruegos y ruidos entrecortados. El puñal, en su escritura, no es un
invitado metafórico más. Agarra cancha, se acomoda en el diván luminoso del
margen, en la extravagancia sugestiva de los difuntos, de los infinitos rumores
del subsuelo, en esa incómoda franja de la inteligencia que pule y hiere, que
no le deja a la tranquilidad un noble mar de recuerdos. Quiero decir, su poesía
me cuesta y me seduce. Costo por lo que tiene de anti, de contra, de negativa,
de batracio. Me vuelvo a explicar: no deseo para mí, para la manera de
relacionarme con los versos, lo que él entiende ni lo que concentran sus
palabras en la noche del espíritu. Pero sus palabras me resultan diálogos
indispensables en el viaje a la conciencia.
Entre tanto, uno pudiera pensar la función
que ocupa la “naturaleza” en este libro. Y creo que ella no posee mayor
consistencia entre los argumentos sucesivos que la desplazan por carecer de
cuerpo protagónico y su presencia inestable le otorga mayor fuerza a la voz del
soliloquio urbano. Existe, sí, la contundencia de lo social, de lo histórico,
de lo cultural, donde la visión se afinca con esmero y desvelo. Por ejemplo,
ese follaje que vemos moverse cuando el viento lo pone a hablar, no es más que
la forma de una percepción cifrada que custodia sus intereses. Hablamos
entonces de los reinos impuros de las urbes prosaicas y la naturaleza se parece
a una alegoría del extrañamiento en las señales electrónicas del mundo actual y
nadie la reclama ni aspira a encontrarse con ella en el semen sagrado de una
venta por departamentos donde todo está en rebaja. La modernidad, pareciera
decirnos esta poesía, ha sido el fin de los ríos, de los árboles, de la memoria
(así nombra a ésta en uno de sus poemas: “Memoria, te nombraré de última, / ah
viejo reloj estropeado”). Ni cosmos, ni cielo ni la sombra líquida de los
amantes en los dibujos mitológicos de la filosofía hindú. Nos hemos quedado sin
la lluvia, sin el duelo del cuerpo al despedirse de un profundo bosque de
aguas. Laberinto de ecos amargos y despiadados y la abstracción es ley, le
sustrae al mundo las sustancias románticas y no hay color que se salve, salvo
el blanco y el negro, no como juego de oposiciones, sino como planos donde lo
individual no pareciera ser más que un punto serial en la modernidad burguesa
que aquí se ve patas arriba por un ecólogo que posee instrumentos eficaces para
exponer, con la paciencia de un naturalista sin objeto, el absurdo de un
universo, el nuestro, donde después de leer estos apretados diarios de un
viajero, sabemos que el propósito de forjarse la gente el despropósito de ser
personalidades respetables es tan ridículo como la ingenuidad:
En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos
y hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.
Comprendo que esto no es usual en un entierro
ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto
–cuando él es el centro de la atención–
debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo
Añicos y pulsaciones,
restos e intensidad, polvo pensante que se reparte en diminutas porosidades, en
trozos, en pedazos, en pólipos. Cada voz, cada palabra, inscribe su distancia
como por arte refinado del combate. Esta poesía, esta jauría, nacida desde la
violencia a la que cabal y psíquicamente expresa, sabe más y sabe menos de lo
que se propone, pero está allí, con la extraviada precipitación de los
vocablos, con la dislocada paciencia para astillar el rompecabezas, para
minuciosamente construir un festín residual, y preciso. Y es consistente el
poeta: le encanta la interrogación que hace con su presencia una figura filosa,
aguda, punzante. Y además, revólver en mano, sonríe. Arma su lanceolado
laboratorio frente a los ojos de la fiebre; ante la densa oscuridad, él, sus
páginas, para oponerse a las ruines razones de los románticos y acabar de un
trancazo con la seguidilla de la inspirada confianza, de la retahíla
bienhechora.
Escepticismo, ironía, distancia. No cree en
mucho, al parecer, pero sentencia desde la observación escatológica (de éskhatos,
último, relativo a los muertos), desde una mirada estrábica, siempre con un ojo
en el submundo, y con el otro hace del mundo una metálica proliferación de
situaciones que no deben dejarse pasar. Su contención golpea y es intenso su
despliegue de refractantes identidades, las que traman su razonado delirio.
Callo y leo, me demoro en los ángeles
rasgados y regados por el piso, por la ciudad de los soles ciegos, de los
epitafios proyectados en las vallas publicitarias. Aquí la vanidad se ve
escudriñada por un ojo implacable. Aquí el grito, el disparo, la parábola, las
contradicciones, las paradojas ascéticas de las rebeliones prolongadas.
Esta “antología personal de Juan
Calzadilla”, hay que decirlo, ha podido ser seleccionada por el autor mismo
pero sin que fuera necesariamente personal, ya que somos varios cada uno de
nosotros, se sabe, y las que más saben, como está demostrado, son aquellas
voces que no llevan nuestro nombre pero hablan a cada instante por nosotros sin
pedirnos permiso ni siquiera para ladrarle a quien sea en plena calle mientras
los otros nos reprochan. Así, esta antología es personal porque la escriben
varios de los que en el poeta habitan, y a entender por la variada forma de
registrar la experiencia y ese título que tiene algo de festivo a pesar de
remitirnos al ámbito de lo burocrático, Ecólogo de día feriado, me
resulta probable pensar que los muchos Calzadillas que aquí se exponen
organizaron este libro con satisfacción por lo menos, no vaya a ser que se
molesten si uno les menciona aquí la palabra alegría.
La actualidad de su registro poético ha
sido recibida y celebrada con mucha dedicación en Colombia, Argentina, Brasil,
países donde la audiencia de buenos lectores de su poesía es cada vez mayor. Y
quiero refrendar en estas palabras mi admiración por este maestro generoso e
iconoclasta que ha sido para muchos un paradigma diamantino del riesgo, siempre
difícil, de vivir y escribir con la mayor autenticidad. Un pedagogo
presocrático y virtual, permisivo y solidario que con saludable humor nos
recibe en las puertas del cielo y el infierno, en el espejismo y la errancia, a
nosotros, los últimos de la fila, a los que muy pocas veces salimos en la foto
por una razón que desconocemos.
Me gustaría decirte, Juan: veo en tus
grabados de la psique y de la neurosis que nuestras ciudades reescriben a
través de los mediadores de la (des)composición reflexiva y constantemente
creadora, que los giros y un estado de coma que me llevan de persona en persona
a echar mi cable a tierra, son mi forma de darte las gracias de lector por la
música contemporánea y jeroglífica de tus poemas, éstos que deseo le lleguen
pronto a mucha gente joven que podrá encontrar aquí la rebeldía suficiente para
continuar encaramándose con osadía y desafío en los techos, en los dichos y en
los hechos, y tal como su intuición les indica, reinventar lo humano y lo
divino como única y legítima tarea:
Deberíamos atrevernos a narrar con lujo
de detalles todo lo que nos pasa por la
mente
en una especie de diario donde nada real
sucede.
De este modo le ahorraríamos a la memoria
tener que venir a auxiliarnos con un
discurso
torpe y lleno de ambigüedades
después de que los hechos ya han pasado
o no sucedieron.
No importa que nos equivoquemos
o que, exagerando la nota, lo que
testimoniemos
resulte ser, como en el caso de los poetas
la obra de un gran embustero.
Después de todo no se escribe
sino sobre lo que uno imagina. Así
lo que imaginemos sea lo único
que en nuestras perras vidas
nos ha pasado.
*****
Organização a cargo de Floriano
Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidado | Juan Calzadilla (Venezuela, 1931)
Agradecimentos: Beira Lisboa,
César Seco, Franklin Fernández y Juan Calzadilla
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o
projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto
original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio
Simões.
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