JC | Usted ha declarado que fue
Octavio Paz quien la obligó a escribir. ¿De qué manera empezó a escribir y
publicar?
BV | Octavio Paz, exactamente, no
me obligó a escribir poesía. Empecé, en realidad, mucho antes de conocerlo. Un
día, en la Universidad de San Marcos, donde estudiaba, Sebastián Salazar Bondy
me preguntó no sé por qué razón si escribía poesía. Le respondí que sí, que
tenía algunos textos. Sebastián interesado me dijo: «¿Me los puede enseñar?».
Fue muy curioso que me hablara de usted, porque era apenas un par de años mayor
que yo. Le respondí que sí y al otro día le llevé un poema.
JC | Luego de leerlo me habló de un
poeta que nunca había escuchado, un uruguayo llamado Julio Herrera y Reissig,
de corte modernista. Me dijo que tenía mucha influencia de Herrera. Pero yo en
mi vida lo había leído. Alberto Escobar recuerda a Salazar Bondy como un gran
promotor cultural. ¿A usted la alentó a escribir y a interesarse por la
literatura?
BV | Sebastián, sobre todo, me hizo
un gran favor: me enseñó a leer poesía. Me acercó mucho, en primer lugar, a la
poesía de Moro, Adán y Westphalen. Al mismo tiempo, gracias a él, entablé
amistad con Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren. Juntos conformaríamos un
grupo dentro de lo que se denominaría Generación del 50, que es una generación
muy amplia donde hay muy buenos poetas.
Al grupo que conformaba la crítica lo tildó de
poetas puristas, lo que me parece una tontería, porque la poesía es una sola.
De la misma forma respondo cuando me preguntan si hay poesía femenina: «La
poesía es una sola, la buena, la que funciona». También, gracias a Sebastián,
leí a Rimbaud, Lautréamont y Breton. Fue en esa época que mi gusto poético se
empezó a formar.
JC | ¿Llegaron a conocer
personalmente a Moro, Adán y Westphalen?
BV | Sí, a ellos los conocimos en
la peña Pancho Fierro, un local muy frecuentado por escritores, pintores y
músicos. Una de las propietarias era Celia Bustamante, que fue esposa de José
María Arguedas. Un día Sebastián me llevó a la peña. Era un lugar curioso,
porque allí se reunía gente de todas las generaciones: Sabogal, Moro, Adán,
Westphalen, Szyszlo, con quien me casé después.
JC | ¿Y no frecuentaba el Palermo,
que era punto de reunión para los miembros de la Generación del 50?
BV | Ahí casi no iba. Al Palermo
acudía, más bien, el grupo de Alejandro Romualdo, Wáshington Delgado, Francisco
Bendezú, que son un poquito más jóvenes que yo. Alguna vez habré ido al
Palermo, pero no era el local que frecuentaba mi grupo. Más bien íbamos también
al bar Zela de la plaza San Martín, donde estaban pintores como Sérvulo
Gutierrez, Cristina Gálvez, Ricardo Sánchez.
JC | Después de terminar sus
estudios universitarios usted viaja a París. ¿Cómo desarrolló su actividad
cultural en Francia?
BV | El mismo día que me casé con
Szyszlo, en 1949, viajamos juntos a París, donde vivimos durante algunos años.
Al llegar encontramos a Eielson, José Bresciani y Enrique Peña Barrenechea,
quien nos presentó a Octavio Paz. Curiosamente ambos tenían el mismo cargo en
las secretarías de sus embajadas. Peña en la del Perú y Paz en la embajada de
México. Enrique nos presentó a Octavio e hicimos una amistad estupenda. Pero
también conocimos a Julio Cortázar, quien fue muy amigo nuestro.
JC | Julio Ramón Ribeyro contó
alguna vez que fue conserje del hotel donde se alojaron ustedes.
BV | Es verdad, pasé una temporada
en ese hotel, que quedaba en la rue de l’Harpe. Aunque fue una temporada muy
pequeña, recuerdo bien a Julio Ramón como a un joven muy silencioso, discreto y
apartado. Él, en esa época, me parece que no formaba parte de ningún círculo
intelectual o artístico. Pero a Julio Ramón ya lo había conocido en Lima,
porque él en un momento vivió cerca de mi casa. Una de sus hermanas, Mercedes,
era compañera de clases de mi hermana Nelly.
JC | Se dice que el surrealismo ha
ejercido una influencia en su obra. ¿Cómo fue su contacto con esta corriente
literaria?
BV | Las lecturas surrealistas la
tuvimos en grupo a través de Moro, Westphalen y Manuel Moreno Jimeno, quien
tenía revistas surrealistas formidables. No sé cómo las conseguía, pero tenía
una bibliografía espléndida del surrealismo. Ya cuando llegamos a París
compramos todos los documentos surrealistas.
A través de Westphalen no solo conocimos el
surrealismo, sino también autores como Henry Miller, que era un novelista
censurado en los Estados Unidos y no traducido al español ni editado en inglés.
Es decir, Westphalen nos ponía muy al día. Nosotros lo íbamos a visitar a su
casa.
JC | Es muy curioso que Westpahlen,
Eielson y usted, que son conocidos como poetas puristas, tengan un rechazo a la
publicidad.
BV | Ah, sí, hay una especie de
alejamiento. Westphalen y Eielson no son poetas que gusten de las lecturas en
público, de ser reconocidos, pero creo que es una actitud natural. Otro caso es
Eguren, que era una persona muy discreta y que tenía un grupo muy reducido de
amigos. Martín Adán y César Moro son otros ejemplos.
JC | ¿Usted visitaba con frecuencia
a Moro en su casa de Barranco?
BV | Claro que sí, fui muy amiga
suya. Cuando él volvió de México estuvimos muy cercanos, lo quería muchísimo.
Fui a visitarle en el Instituto de Neoplásicas, que quedaba en Alfonso Ugarte,
hasta su muerte. Los médicos no sabían qué tenía. Luego se supo que tuvo una
úlcera en el estómago, algo que hoy es simple de detectar y curar.
JC | Usted ha nombrado algunas
lecturas del grupo, pero no ha mencionado a Vallejo. ¿Qué opinaban de Vallejo?
¿Cómo lo consideraban?
BV | A Vallejo lo considero siempre
como lo que es: el gran genio de la lengua de este siglo, un poeta
extraordinario. Pero pienso que nos apartábamos de Vallejo por una cosa
preventiva. Porque Vallejo que es un poeta que tiene tal poder, tal fuerza y es
tan personal que todo poeta joven parece anémico a su lado. Además copiar a
Vallejo, seguir a Vallejo es muy difícil, son muy pocos los que lo han logrado.
JC | Otra amistad sobre la que
quisiera preguntar es la que mantiene con Vargas Llosa, quien le ha dedicado su
pieza teatral La señorita de Tacna (1981).
BV | Con Mario tengo, en efecto,
una amistad muy estrecha, es una persona a la que quiero mucho. Szyszlo y yo lo
conocimos antes de que se fuera a Europa, muy jovencito. Una vez nos visitó con
Luis Loayza, porque estaba haciendo un libro sobre César Moro, que fue su
profesor en el Leoncio Prado. Después lo conocí mejor a través de Abelardo
Oquendo, cuando editábamos con Westphalen la revista Amaru, una revista que
tuvo muy buen nivel.
Una vez Abelardo y Mario, que colaboraba con la
revista, fueron a visitarme a la oficina del centro de Lima donde trabajaba. A
partir de ahí entablamos una buena amistad. Aunque Mario ha tenido un periplo
político muy complicado y está fuera del país, mi afecto siempre es
inalterable. No lo he acompañado, es verdad, en su aventura política, pero es
porque soy muy reacia a todo asunto político. Tengo la impresión que los
escritores e intelectuales siempre tienen mucho que perder en ese terreno.
JC | Usted publicó su primer
poemario con un prólogo de Octavio Paz. ¿Cómo se animó él en hacerle el
prólogo?
BV | Hacía tiempo que Szyszlo y yo
no veíamos a Octavio hasta que viajamos de vacaciones a México. Ahí, por
coincidencia, Octavio también había vuelto de alguno de sus viajes como
diplomático. Nos encontramos luego de cinco o seis años y me preguntó: «¿Has
escrito algo?». Yo le dije que tenía algunas cosas.
Bastante entusiasmado y generoso me dijo: «Pero hay
que hacer ya un libro». Le contesté que tenía muy pocos poemas, y él me
respondió que de todas maneras había que publicarlos.
Era 1959. Le dejé mis poemas y volví a Washington,
donde entonces vivía. Al poco tiempo, me escribió pidiéndome más poemas. Se los
envié y, de repente, me llegó el libro, mi primer libro. Fue publicado en una
serie que Octavio dirigía en Veracruz, con un prólogo que jamás le pedí. Él
editó el libro, escogió el nombre y le hizo el prólogo.
El libro originalmente se iba a llamar Puerto Supe, que es el título de uno de
mis poemas. Pero Octavio me dijo: «Ese es un título muy feo». Yo le respondí:
«Pero ese puerto existe». Entonces él dijo: «Ese es un buen nombre». De manera
que se tituló así: Ese puerto
existe.
JC | Llama mucho la atención que
usted publique dos nuevos poemarios y dos antologías en un mismo año. Desde Canto villano (1986), que recoge toda su poesía
hasta esa fecha, no se tenía nada suyo. ¿Qué ocurrió para lograr esta
confluencia?
BV | Había dejado de publicar
libros hace mucho tiempo, es cierto, pero algunos poemas aparecieron en
revistas. Es algo que sucedió de pronto. Lo que precipitó que publicara Ejercicios materiales fue que tenía escrito El libro de
barro, que es posterior. Pensé que primero debía aparecer Ejercicios
materiales, porque cierra una forma de expresión de mi trabajo. En cambio, con
El libro de barro se inicia otro tipo de discurso.
JC | ¿Las antologías que han
aparecido en Caracas y Barcelona fueron preparadas por usted?
BV | Sí. El año pasado, cuando
viajé a Caracas para ser jurado de un premio de poesía, advertí que casi no
habían libros míos en librerías. Sin embargo, había gente que se interesaba en
mi obra porque habían leído poemas míos en antologías o porque tenía algunas
referencias.
Fue luego de participar en un recital que me
propusieron editarme un libro. Pero los dos poemarios estaban ya comprometidos:
uno con Jaime Campodónico en Lima y otro con Ediciones del Tapir en Madrid.
Entonces se me ocurrió sugerir que recogieran toda mi prosa poética. Eso fue lo
que hicieron. El caso de la antología que ha aparecido en Barcelona fue a
través de un pedido por escrito.
JC | Es evidente que El libro de
barro tiene un estilo más sencillo que sus anteriores poemarios. Es más
sencillo, por ejemplo, que el lenguaje utilizado en el poema «Valses».
BV | Sí, tiene esa característica.
«Valses» es un poema barroco y está lleno de elementos. Creo que esto tiene que
ver con la edad. Hubo un momento en que ya no quise usar ciertas herramientas
para hacer poesía porque se estaban convirtiendo en una retórica dentro de mi
obra. El emplear siempre determinados elementos me estaban limitando.
Por eso, El libro de barro es un libro de libertad.
No lo inicié para hacer de él un libro de poemas. Lo escribí como unas notas de
impresión frente al mar. Comencé a escribir la primera página un día y, poco a
poco, cada noche, anotaba algo mientras contemplaba el mar desde mi balcón.
Venía como algo natural. No es un diario sino poemas muy espontáneos que no
tienen intermediarios de orden puramente literario.
Creo que fui más sincera que en mis otros poemas.
Es un libro que quiero mucho y que es mi proyecto futuro, porque creo que le
voy a añadir siempre algunos textos entre la primera y la última página. El
libro que en un principio iba a publicar en Madrid tenía cuatro textos menos,
pero incluí cuatro a último momento. Tengo incluso unas cuantas páginas que
podrían ser incluidas en una futura edición.
JC | El poemario Valses y otras falsas confesiones (1972)
¿es acaso un homenaje a su madre, que es compositora de valses?
BV | No, se piensa equivocadamente
que está dedicado a mi madre. «Valses» es un poema dedicado a Lima. Cuando, en
uno de los últimos versos, digo: «Madre sin lágrimas» me refiero a Lima. Es un
poema que escribí en Nueva York recordando Lima, recordando el Perú. Pienso que
los peruanos somos muy sentimentales, que es lo que trato de expresar en ese
poema. Hay un cuento de Sebastián Salazar Bondy que se titula «Soy
sentimental». Entonces, el vals criollo, que considero como una canción de
cuna, al ser escuchado en el extranjero provoca cierta nostalgia. Es un poema
que tiene un sentido lacrimoso y satírico.
JC | ¿Su madre, Serafina Quinteras,
ejerció mucha influencia en usted? ¿Quizá en sus primeras lecturas?
BV | Mi madre, que tiene 92 años,
es como se sabe compositora de valses. Pero también ha publicado libros. Ha
escrito sobre el costumbrismo y también ha hecho una antología de
costumbristas. Y ha escrito también algunos versos festivos. Uno de sus temas
es «Muñeca rota», que es un vals bastante conocido.
Ella no me inculcaba leer, porque en mi familia
había una gran libertad para elegir lo que uno quería. Pero había libros a la
mano. En mi familia, por otra parte, hay muchos que han escrito. Mi madre y mi
abuela escribían valses, una bisabuela era hermana del escritor costumbrista
José Arnaldo Márquez. Por parte de padre tengo un tío que también escribía:
Luis Varela Orbegoso, que firmaba como Clovis.
JC | Creo, por otro lado, que en su
obra se encuentra una constante búsqueda de la verdad.
BV | Pienso que soy una persona
crítica, aunque no pesimista. Trato de decirme la verdad, de buscar una verdad
que pienso que es relativa, porque lo que es verdad para mí no puede serlo para
otros. También hay una especie de preocupación por la justicia. Digamos que la
vida cotidiana, la vida social tiene máscaras. Me da la impresión de que pretendo
saber qué hay detrás de estas máscaras.
JC | Se percibe, además, una clara
tendencia a la reflexión en sus dos nuevos libros. Porque antes era más
descriptiva.
BV | Mi primera poesía es una
poesía joven, llena de elementos, muy superficial, muy artificiosa, estoy
buscando por todos lados. Hay una especie de delirium interpretativo. Todo
servía para hacer poesía: el teléfono, el árbol, el rostro de una persona.
Creía, en ese momento, que interpretar mucho, que hacer muchas metáforas era
poesía. En realidad después me he dado cuenta de que ya no me agrada ese tipo
de poesía. Puedo hacerla, pero no me interesa, porque no me siento expresada de
esa manera. Prefiero la desvergüenza y la desnudez que ahora cultivo.
JC | ¿De repente por cierto apetito
metafísico?
BV | Sin duda, creo que sí. Además
hay una cierta tendencia mística. Pienso que son reflexiones que se hace uno
cuando ha cruzado cierta edad. Creo que, como alguna vez dije, no pienso ser
una vieja niña.
JC | La soledad es otra presencia
reiterada en su poesía. En los versos del poema «Destiempo» dice: «Estréchame
las manos, / la única luz que nos queda, / no me dejes olvidada / en la cima de
la ola». ¿Usted se ha encontrado frecuentemente sola?
BV | Sí, muy sola.
JC | ¿Tal vez ha tenido muchas frustraciones?
BV | Sí, creo que sí. Pienso que
todos tenemos frustraciones, sobre todo cuando uno tiene modelos de vida
superiores. Hay, efectivamente, una incomunicación. Tal vez lo que no he podido
decirle a alguien, en algún momento de mi vida, lo puedo decir en poesía.
JC | Usted también refleja su
condición maternal, como en el poema «Casa de cuervos». Pero ¿por qué de una
manera trágica?
BV | Simplemente digo algo que es
verdad: no se puede retener a un hijo ni hacerlo correctamente a la manera de uno.
Creo, por otra parte, que los padres utilizan a sus hijos y los hijos a sus
padres de alguna manera. Estas son relaciones muy complejas, como ocurre entre
marido y mujer: siempre hay una utilización mutua.
Considero, por eso, que lo más importante, el mayor
regalo que se le puede hacer a alguien que uno ama es darle la capacidad de
elegir lo que quiera, darle libertad. Creo que ese es el sentido del poema.
Ahora, desde el punto de vista emocional y biológico, a una madre la comparo
con una casa vacía, a donde el hijo no volverá. La maternidad a mí me
transformó mucho, porque hasta antes de tener hijos era una persona muy poco
comprometida con la vida.
JC | Usted ha dicho que ha tenido
muchas frustraciones pero, en el aspecto literario, ¿cuál piensa que ha sido la
mayor?, ¿no haber escrito una novela, de pronto un libro?
BV | No, absolutamente. Me hace
mucha gracia lo que se pueda decir al respecto, porque nunca he tenido
ambiciones literarias, nunca me he sentido una escritora profesional, una poeta
o una poetisa. Para mí el escribir es un ejercicio muy útil para liberarme de
lo que me molesta mucho: de ciertos problemas o pensamientos cotidianos.
Escribir es también una manera de reflexionar, de
hablar conmigo misma, de conocerme, de conocer. A veces he escrito textos que
me han asustado. El poema «Canto villano», por ejemplo, lo tuve guardado cinco
años en un cajón porque me atemorizaba saber que había dicho esas barbaridades.
Sin embargo es un poema que ya asumí, incluso fue el nombre que le puse a un
poemario en 1978 y un volumen que recogió toda mi obra en 1986.
JC | También la presencia de Dios
es constante en sus libros, cito unos versos de El libro de barro: «La mano de
Dios es más grande que él mismo. / Su tacto enorme tañe los astros hasta el gemido».
BV | Creo que tengo una relación
con lo que podría ser Dios muy conflictiva, ya que no soy una persona creyente.
Desde niña fui demasiado crítica y observadora para creer de manera definitiva.
Pero tuve una época de misticismo como todos los niños. A los diez años uno
piensa que no es posible haber nacido para morir luego; por lo pronto se
considera un ser especial. De repente, la vida nos va enseñando y diciendo,
probando y comprobando, que vamos a envejecer, tener dolores, algunos placeres
y que vamos a morir.
Como no tengo esa facilidad para creer, porque
justamente soy muy inquisitiva en cuanto a la autenticidad y a la realidad de
las cosas... Pero claro que tengo apetito de trascendencia. No del tipo de vida
ultraterrenal luego de la muerte, no creo en el Cielo. Pero sí quisiera que
nuestro tránsito por aquí no fuese tan inútil, que sirviese para algo, que
ayudase a alguien. Esa es la preocupación que tengo y que no se satisface con
la religión. Por eso es que un tema constante en mi poesía es esa especie de
destino, de azar que nos hace estar aquí.
BV | No, no les tengo temor. Lo que
pasa es que los miro de frente, los denuncio y hablo con ellos. A mí me
encantaría, como hay poetas viejos que lo hacen, escribir poemas de amor, a un
amor posible en el futuro. Pero no puedo escribir sobre eso. Es decir, lo puedo
escribir, pero no me sentiría expresada si lo hago, esas experiencias ya las
tuve.
No niego que puedan suceder esas cosas, que un
señor de ochenta años se enamore y pueda escribir los poemas de amor más
encendidos, como lo hizo Borges. A mí, desgraciadamente, no me sucede, ojalá me
sucediera. No, mi asunto no es ese. El mío es una conversación conmigo misma,
para ver si en algún momento descubro en mí algún destello, algo que sea más
sólido, algo que pertenezca a toda esa especie de cosas que se me van de las
manos todo el tiempo.
JC | Por las imágenes que ofrece en
su obra, parece que hay algún influjo de la pintura, ¿no le parece?
BV | Sí, posiblemente. A mí más que
la poesía me gusta la pintura. Cuando viajo, por ejemplo, casi siempre visito
museos. En verdad, en Lima hay pintores interesantes y buenos, pero ver la gran
pintura es una maravilla. No piense que me siento una pintora frustrada. No,
para nada, porque como estuve casada con un pintor por muchos años, siempre
pensé que era suficiente con un pintor en la familia. Con él hice el
aprendizaje del ojo del pintor, juntos aprendimos a apreciar la pintura.
JC | Para terminar, ¿por qué tiene
fama de no conceder entrevistas?
BV | Porque, en realidad, no me
gusta darlas. Soy una persona, además, que no se considera un personaje
literario. No soy un escritor o una escritora que se siente como tal. Soy
alguien que de pronto resulta que publica algunos libritos y que tiene la
suerte de contar con amigos que se interesan en su poesía.
Pero, en fin, por acumulación de años, creo que
estoy en algún sitio dentro del panorama de la literatura peruana o
latinoamericana. La verdad, no tengo mucho convencimiento de que sea esa
persona que los demás creen que soy. Por eso pienso que, cada vez que doy
entrevistas, daré un mal examen, que voy a decir alguna barbaridad. Y no quiero
cometer esas imprudencias.
NOTA
Esta entrevista se publicó en dos partes, en el Diario La República, suplemento
«Domingo». Lima, 15 y 22 de mayo de 1994.
Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Fernando de Szyszlo (Peru, 1925)
Agradecimentos: Hildebrando Perez Grande
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
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coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
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