terça-feira, 4 de julho de 2017

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Leonora Carrington y surrealismo novelado, por Elena Poniatowska


Sin duda, el Surrealismo constituyó en Europa el movimiento más definitorio de la vanguardia histórica del siglo XX, fundador de una de las vertientes más ricas de la modernidad. Haciendo uso del legado órfico y onírico del ser humano, y usando los recursos del humor y del juego, el Surrealismo se abrió paso haciendo una acerba crítica de su tiempo en Occidente. Su campo de acción cubrió la literatura y la pintura principalmente, pero también el cine y la fotografía, aunque quizá su principal aporte fue un cambio en la actitud vital, en una subversión radical de la conciencia y en la manera de abordar la existencia para intentar promover, transformarla. A esta actitud contestataria le dieron el nombre de revolución surrealista, que cruzaría luego varias fronteras geográficas, encontrando émulos en varios países de América, incluyendo a Estados Unidos y América Latina: México, Argentina, Chile, Perú, Colombia o Venezuela, que se vieron pronto marcados por su influjo revolucionario, reflejado en distintas artes.
La poesía de Paul Éluard, Jules Supervielle o André Breton; la pintura de Ives Tanguy o Max Ernst, los performances de Man Ray, Jean Cocteau o Marcel Duchamp; los manifiestos de André Breton o las posiciones políticas de Louis Aragon, son solo unos pocos ejemplos de la vasta resonancia que ejerció el Surrealismo en el estamento cultural de Occidente. Otro de los rasgos del Surrealismo fue su actitud grupal, el saber dirimir y asumir sus ideas colectivamente como movimiento  transformador,  aunque  después  sufriera  sus  naturales diásporas o divisiones internas, en cuanto se puso en contacto con la compleja realidad política y social de su tiempo. Octavio Paz (México), Emilio Adolfo Westphalen y César Moro (Perú), Juan Sánchez Peláez (Venezuela), Gonzalo Arango (Colombia), Alfredo Gangotena (Ecuador), Aimé Cesaire (Haití), Oliverio Girondo y Aldo Pellegrini (Argentina), Gonzalo Rojas y Braulio Arenas (Chile), Fayad Jamis (Cuba), son algunos de los poetas que acusaron este eco. El más completo repertorio de poetas surrealistas traducidos al castellano lo realizó en su momento el poeta argentino Aldo Pellegrini, en su célebre Antología de la poesía surrealista. Y luego el poeta rumano Stefan Baciu completó una importante antología y estudio de nuestros surrealistas en su Antología de la poesía surrealista latinoamericana. En cuanto a artistas plásticos, basten los nombres de Roberto Matta (Chile), Wifredo Lam (Cuba), Héctor Poleo (Venezuela) o Frida Kahlo y Remedios Varo (México) para ilustrar momentos clave del movimiento en América. Para quienes nos iniciamos en la escritura en los años 70 del siglo XX en Venezuela, el Surrealismo nos abría un nuevo horizonte de posibilidades con elementos absurdos, lúdicos, humorísticos y liberadores, que retaban a todo tipo de preconcepciones románticas, realistas, modernistas o clasicistas.
Uno de los ejemplos más claros del Surrealismo se advierte en la figura de la artista y escritora Leonora Carrington, proveniente de una acomodada familia inglesa. Carrington recibió una educación formal muy completa en su país natal, rodeada de sus seres queridos. Desde su niñez mostró su rebeldía, y gracias a sus lecturas y apreciable inteligencia, pudo situarse más allá de las convenciones, valorando la propia libertad por encima de todo. Poco a poco, Leonora Carrington revela sus cualidades artísticas en literatura y pintura, combinándolas con su pasión por los viajes y la aventura, lo cual la llevó a compartir varios escenarios culturales en Inglaterra, Francia, Alemania y España, hasta desembocar en México, donde fijó su residencia final, desarrollando allí una obra peculiar, caracterizada por una fuerza simbólica donde los animales, los sueños y las visiones tuvieron preeminencia. Su vida describió, así, un apasionante itinerario, que es justamente el que desarrolla la escritora mexicana de origen francés Elena Poniatowska en su novela Leonora (Editorial Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2011, Barcelona, España, Primera reimpresión en Venezuela, 2011).
Estamos, de entrada, ante una vasta investigación sobre la vida de esta artista. Luego, Poniatowska ha empleado aquí toda su destreza periodística para imprimir agilidad a una prosa que sorprende también por su capacidad poética. Un proyecto ambicioso, ciertamente, y prolijo (vertido en 508 páginas), por lo omniabarcante, pero la vida de la pintora es tan apasionante, que concluimos con placer la lectura de la novela; aunque, preciso es decirlo, la obra se resiente a veces de demasiadas reiteraciones, lo cual la hace semejarse a una crónica, a una suerte de periodismo novelado, lo cual no debe restarle méritos literarios, aunque a veces la sintamos sobrecargada de referencias anecdóticas. Mirando al final la bibliografía y los agradecimientos de la autora, nos cercioramos de ello.
Los primeros capítulos son ciertamente estimulantes, y los que incuban la personalidad de la pintora, desde su infancia en Crookhey Hall (Inglaterra) y hasta el capítulo 6, asistimos a relatos familiares sobre Venecia, lecturas, las clases de literatura francesa e inglesa recibidas por la joven, hasta su decisión de irse sola a Londres contra la voluntad de su padre, Harold Carrington. Ahí comienza la aventura, la peripecia que la llevará a encontrarse más adelante con el artista alemán Max Ernst, contando ella 20años y él 44 años. Se produce así la primera revelación surrealista y dadaísta, de la mano de Ernst y de Man Ray, guiados a su vez por las obras de Apollinaire y Lautréamont, esencias para ellos del ideal surrealista, de la llamada revolución permanente.
De ahí en adelante, el crescendo de encuentros y experiencias es incesante. En orden cronológico, la escritora expone desde encuentros fortuitos hasta momentos de revelación poética, hilándolos a través de diálogos sorprendentes. Leonora comienza a escribir y pintar, se llena de vivencias y amistades, entre ellas de la fotógrafa Lee Miller o la pintora Eillen Agar, procurando “no estar demasiado alerta, pues la conciencia inhibe”. Aparecen desde Ferdinand Lop, poeta callejero, hasta el gran pope André Breton, quienes forman parte de este “torbellino surrealista”, entendiendo que la rebeldía es un valor moral y que una mente atormentada es creativa. Aquí entran en escena artistas de todas las nacionalidades y estilos: Antonin Artaud, Benjamin Peret, Salvador Dalí (carroña oportunista, según Paul Éluard), el rumano Victor Brauer y el español Oscar Domínguez, el mexicano Renato Leduc, Dora Maar, Leonor Gini o Peggy Guggenheim. Después seguirán los encuentros y desencuentros conyugales con la esposa de Max Ernst en Aurenche, los chismes, las escenas de celos, comidas, drogas, vinos, paseos, diálogos. Todo se convierte en material literario o artístico para Leonora, y esa es la pista que sigue Poniatowska, hasta fundirse ambas en una sola voz y lograr ese punto de degustación lectora. Como nota curiosa, la novela aparece por vez primera en el año 2011, el mismo en que fallece en México la pintora a los 94 años.
La novela se halla plena de frases maravillosas como: “Yo soy inglesa y mis bienamados soberanos son murciélagos”, o “El hombre que yo amo tiene obligaciones genitales con otra”; también: “La novia del viento es una planta sin raíces castigada por el aire y a la que todos pisotean o rompen”. En Leonora Carrington existe una permanente voluntad de metamorfosis, encauzada a través de la vida animal, tanto en obra como en vida; por ejemplo, la fijación con los caballos es notable, lo cual se aprecia en el desenvolvimiento de esta novela. Por ejemplo, al inicio del capítulo 17 leemos: Leonora y Max encuentran una granja del siglo XVI, recargan su cuerpo en el piso de piedra, en la cama de piedra, en los muros de piedra, el sol incendia sus vientres. Max, que antes respondía: “Siempre he sido feliz por desafío”, ahora es humildemente feliz. Su intimidad es felina, ama a Leonora como gato, conoce cada milímetro de su cuerpo, la araña, la lame, diferencian sus olores, el del cabello, el de la piel, el del paladar, el de la lengua, el de las lágrimas.

—Soy tan dichosa que creo que algo horrible va a suceder –dice Leonora.
— ¿Y si nos quedáramos aquí para siempre? –sugiere Max.

Leonora recoge a un perro y a una gata cargada que da a luz siete gatitos, y los cuida como si ella los hubiera parido. Max decide esculpirlos al lado de una mujer que levanta un pescado en brazos.
Al acaecer la Segunda Guerra Mundial, esta determina el curso de los acontecimientos: rupturas, luchas, heridas, huidas. El pavor producido por la atrocidad de la guerra les marca, y es entonces cuando el Surrealismo más les otorga sentido a sus vidas. Viene la etapa española de nuestros artistas en Madrid y Santander; aparecen los doctores Luis y Mariano Morales, y el doctor Martínez Alonso, quienes alivian la salud de Leonora cuando las enfermedades y desequilibrios mentales la acechan, y ha de ser recluida en un sanatorio. Después le es enviada desde Inglaterra una acompañante llamada Nanny para cuidarla, cosa que le produce un disgusto enorme. En todos estos elementos, Leonora ve nuevos motivos de inspiración (recordemos que los sueños son parte de la terapia psicoanalítica de Sigmund Freud) guiada por sus poderosos instintos estéticos, ligados al concepto de automatismo psíquico propio del Surrealismo. De hecho, cuando en el manicomio se le permite a Leonora “vivir en la sección donde los locos tienen mayor libertad”, Nanny le advierte que se trata de un lugar peligroso. Leonora aborrece la droga llamada Cardiazol y, por supuesto, los shocks electrónicos que le procuran. Es increíble cómo puede una persona pasar de la felicidad y de la plenitud más puras a la infelicidad y al horror, por obra de la guerra. Por cierto, Abajo (En bas) se titula uno de sus relatos más estremecedores, basado en este hecho, considerado como su autobiografía.
Una vez superada la pesadilla del psiquiátrico, se abre un nuevo compás de liberación en la vida de Leonora Carrington. Estamos en el año 1941, cuando marcha a Madrid. Al llegar allí en compañía de Fray Asegurado, su cuidador, se encuentra con el escritor Renato Leduc para compartir vinos. En este capítulo 28, Elena Poniatowska realiza construcciones poéticas realmente logradas. A la mesa de un restaurante en Madrid, Leonora sabe que “su familia ha decidido mandarla a Sudáfrica, a un sanatorio donde será muy feliz”. Ella se niega. Sus argumentos son excepcionales. Veamos: “Le ruega a la corte celestial que el café tenga una puerta trasera”. O: “Creo que en otra vida fui nube”. También: “Negra cabellera, negra, negra/ negros sus ojos, negros como la fama de una suegra”.
El encuentro con Renato Leduc en Lisboa es sencillamente delicioso. A partir de aquí se percibe la presencia de Peggy Guggenheim, reaparecen Max Ernst y André Breton, el mundo del dinero de los yanquis, representado en este caso por la millonaria galerista Peggy en Nueva York, y su respectivo séquito. Se retoman poco a poco los valores estéticos y aparece entonces México como patria de la pintora, donde Renato Leduc vuelve a adquirir protagonismo. Allí, en la llamada Casa Azul de la Colonia Cuauhtémoc –también llamada la embajada– se reinicia esta aventura de Leonora Carrington. Aquí acuden entre otros Francisco Zendejas, Juan Arvizu el compositor, Diego Rivera, Rodolfo Gaona, Remedios Varo,  Kati Horna, César Moro, Xavier Villaurrutia, Álvaro Obregón, Edward James. Se suman otros nombres capitales en la cultura del siglo XX, que el lector seguramente identificará y celebrará por la manera sutil y natural con que están referidos.
En este enorme proceso estético del Surrealismo, seguimos asistiendo a la metamorfosis de los caballos y de la propia Leonora: caballo, yegua, poni, burro, hipódromo, equitación (véase el Capítulo 37, “Tanguito”). Después nace su primer hijo. Poniatowska escribe:

Cuando le ponen en brazos una cosa enrojecida, un pedazo diminuto que late y abre la boca, Leonora se queda pasmada. Su corazón nunca ha latido tan fuerte.
—Es su hijo –le dice la mujer de blanco. —Tómelo.
— ¿Cómo?
—Póngalo sobre su pecho.
El niño es el peso más bello.

Al niño le ponen por nombre Harold Gabriel. Nace después Pablo. Ambos protagonizan nuevos momentos en la vida de Leonora. Siguen insistentes referencias a la gran artista Remedios Varo, y a un hermano suyo que vive en Caracas.
La lectura de esta obra me ha deparado un placer especial, habida cuenta de mi admiración hacia la obra de Carrington, tanto plástica como literaria. En mi juventud llegué a leer los cuentos surrealistas de La dama oval, ilustrados con unos grabados de Max Ernst y publicados por la Editorial Era de México, que me impresionaron. Luego en una edición de Tusquets en España, dedicada al Surrealismo, leí En bas. Años después, leí su novela La trompetilla acústica, publicada por Monte Ávila Editores en Caracas, traducida por el novelista venezolano Renato Rodríguez, que viene a ser a su vez un homenaje de uno de nuestros grandes narradores a la obra de la escritora. Renato Rodríguez me confesó varias veces su admiración personal hacia Leonora y su tocayo Renato Leduc, a quienes conoció en México en los años 60, en una de sus interminables andanzas por el mundo. Renato Leduc es un escritor raro y fascinante, autor de poemas, cuentos y novelas que no se asemejan a las de nadie más, un verdadero arbitrario de la literatura, aparte de ser “el hombre más informado de México” y dueño de una conversación fascinante; adivino que solo comparable a la de nuestro Renato Rodríguez. La novela me impresionó, por lo distinto de su trama de las novelas tradicionales. Es la historia de una mujer anciana que, estando en una residencia de descanso, descubre una trompetilla que le da sentido a su vida; la autora teje desde su lugar historias íntimas y personales extraordinarias. Su prosa, rica, plástica, poética, musical, tiene el poder encantatorio de abrirse hacia lo interno, hacia los estados mentales límite y las elucubraciones surreales.
Por último está Max Ernst, a quien considero el artista surrealista más grande de todos. Su mundo onírico, sus cuadros y personajes me han seguido toda la vida, desde mi primer libro de poemas Narración del doble, donde le dediqué un poema y me hice fotografiar con un cuadro suyo en el pecho; sus obras han ilustrado varios libros míos y uno de mi padre, y es a mi entender un verdadero vidente. Inventor del frotagge y de otras técnicas y elementos de la pintura visionaria, es máximo heredero de pintores metafísicos como Giorgio de Chirico y Paul Delvaux. La pintura de Leonora Carrington ya la había apreciado también desde joven en revistas y libros de arte, y la convertí de inmediato en uno de los íconos de mi panteón personal de artistas femeninas, al lado de Susan Sontag, Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Edith Warthon, Clarice Lispector, Emily Dickinson, Emily Brontë, Lillian Hellman, Violeta Parra, María Félix, Mary Shelley, Silvia Plath, Eunice Odio, Susana Bombal, Hanni Ossott y Teresa de la Parra.
Después de seguir los pasos de Leonora Carrington a través de la magnífica lectura de Elena Poniatowska, no puedo menos que agradecerle esta especie de proeza de periodismo literario, este recuento formidable que debe haberle costado años de trabajo, y es a la vez el homenaje de una mujer mexicana a otra que dio su vida por el arte. Con esta novela, Elena Poniatowska ha ingresado a la red universal de mujeres que se han dedicado al arte literario como a una de las mejores maneras de imprimirle un sentido al hecho de existir.


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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN (Venezuela, 1950). Narrador, poeta y ensayista. Libros más recientes: Consuelo para moribundos y otros microrrelatos (2012), Hombre mirando al sur. Tributo al jazz (2014), Gustavo Pereira. Los cuatro horizontes de una poética (2014), y Solárium (2015). Contacto: gjimenezemen@gmail.com. Página ilustrada com obras de Tita do Rêgo Silva (Brasil), artista convidada desta edição.

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● ÍNDICE # 99

EDITORIAL | A pronúncia esquecida da realidade

ALICIA LLARENA | Agustín Espinosa: Lancelot 28º - 7º

CARLOS OLIVA MENDOZA | Erotismo, pornografía y felicidad

ESTER FRIDMAN | Quer a humanidade ser livre?

FLORIANO MARTINS | Valdir Rocha e o mito transfigurado

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Leonora Carrington y surrealismo novelado, por Elena Poniatowska

JORGE ANTHONIO E SILVA | A poética na esquizofrenia

MARIA LÚCIA DAL FARRA | Gilka Machado, a maldita

PEGGY VON MAYER | Volver la mirada a Ninfa Santos

RIMA DE VALLBONA | Indicios matriarcales en las comunidades chorotegas

SOFÍA RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ | Homenaje a Max Rojas

VIVIANE DE SANTANA PAULO | Tita do Rêgo Silva e o mundo fantástico, faceiro e colorido da xilogravura

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Agulha Revista de Cultura
Número 99 | Junho de 2017
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