ARMANDO ROJAS GUARDIA | Miguel Márquez y a carne de la idea

He aquí un libro singular. Su sola presencia bastaría para que nos percatáramos de que una sólida generación literaria se abre camino entre nosotros. Miguel Márquez apunta con voz propia en el contrapunto poético de esta generación. Cosas por decir, su primer poemario, apenas se tiene ascendientes en la historia de la lírica venezolana de las últimas décadas; a lo sumo, tal vez la poesía “filosófica” de Alfredo Silva Estrada sea la única herencia a considerar en tal sentido.

La contradicción insensata del veredicto con que un jurado miope y torpe pretendió, al mismo tiempo que la premiaba, rebajar la calidad de esta obra, no logra oscurecer la evidencia: se trata de un libro francamente maduro. Y es perfectamente defendible adelantar desde ahora mismo la tesis de que se trata de uno de los poemarios más importantes publicados en el país en nuestros tiempos.

¿Cuál es el eje del contenido del libro? Señalaríamos, en primer lugar, que en Cosas por decir encontramos un tipo de poesía que podríamos llamar “conceptual”; es decir: se trata de un discurso lírico más apoyado en la idea que en la sensorialidad e, incluso, en la plasticidad de la imaginación pura. Desde luego que, como en toda poesía, en este libro de Miguel hay imágenes; pero éstas son ante todo dibujos de la idea. Dos ejemplos:

LUZ

Traerla sin tropiezos

para pensarla a solas

LÁMPARA

Flor de lo árido

despistando a los cuervos

Sí. La poesía más como conocimiento que como mero juego intraverbal o como simple festín de un imaginario. Quizá solo algunos de los poemas del Enrique Mujica de Ejercicios para el olvido se emparentan a los de Miguel en este intento de “sensorializar” el concepto, de dotar a este de una especie de sensitividad que empiece por hablar ante todo a los nervios y a los sentidos, encarnando —haciendo carne— la idea.

Esta característica basta para separar a Miguel Márquez de la legión de poetas que en nuestro medio utilizan el poema breve como un simple recurso de la facilidad. En Cosas por decir el poema breve funciona como tal por una radical necesidad del mismo texto, cuyo contenido apunta hacia una delgadez epistemológica por la que pueda pasar, como un hilo levísimo por el ojo de una aguja, una nueva manera de entender el mundo, un relámpago de la definición poética del objeto, un escalofrío de la comprensión estética de la cosa. Los poemas breves de Miguel lo son porque sí, como los de Ungaretti. En el marco de nuestra generación, sólo los de Edda Armas poseen tal perfecta y milimétrica estructura, como la de un flash de la inteligencia.

Hay otras dos notas que sirven para singularizar la poética que inaugura el libro de Miguel. La primera es la preocupación geométrica, es decir, la imantación de la categoría del espacio (y no tanto de la del tiempo) que alguna vez señalé en la poesía de Silva Estrada. Poemas como “El billar”, “Reflejo de una caja” y “El ocho” exponen esta geometrización con la que el poeta concibe el espacio de las relaciones internas de los elementos que conforman el dibujo mental de estos tres asuntos poéticos. Como si atendiera aquí más a la estática que a la dinámica de la realidad.

Por último, señalaríamos que la segunda es una obsesión por la gestualidad, por la productividad estética que contiene el diseño igualmente mental del gesto. Así, los poemas en los que Miguel explora especialmente el gesto como figura —en sentido aristotélico— y casi como arquetipo ontológico culminan en el dedicado a Sonia Sanoja: la danza del ser, la gestualidad del espíritu.

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Página ilustrada com obras de Benito Mieses (Venezuela, 1958), artista convidado desta edição.

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Agulha Revista de Cultura

Número 110 | Abril de 2018

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