sábado, 1 de junho de 2019

ANDRÉS MORA | André Breton: las defecciones surrealistas


I. CONTRA LA VIDA DISCURSIVA

Poco o en nada se transige con lo que causa aversión. Un orden de cosas que constriñe la vida, una realidad que formula experiencias que pocos viven es un orden litigioso: se le reprueba con renuencia por ultrasofista. Se trata, en parte, de un orden discursivo ajeno a toda experiencia; luego, negarlo supone retirar toda confianza en sus valores, aquello que hasta la fecha los sustenta simplemente porque los encarna. Para Breton esos valores los encarnaba la literatura y eran reprobables: Apollinaire, Valéry, Gide, Cocteau, Barrès, France, Claudel, entre otros.
Al estallar La Gran Guerra la suspicacia ante las letras crece. Varios hablan: la conflagración demanda enrolarse. Un nacionalismo exacerbado bajo la idea de naciones redentoras promueve un gran entusiasmo. Apollinaire (sin obviar la concesión de nacionalidad a soldados extranjeros voluntarios) va al frente. No sorprendía a Breton que Apollinaire no se sustrajera a la oquedad patriótica que infatuaba a otros; mas era banal en quien llevó la divisa del Avant garde la sed de reconocimiento y consagración oficiales en la época, además de portar ostentosamente la medalla de la Legión de Honor (Polizzotti 2009: 53). En Calligrammes (1918) la visión heroica y el canto de lid eran estultos para Breton; su entusiasmo conformismo oficial (1970: 29). Fue la conferencia dada en el Théâtre de la vieux Colombie sobre “L’Esprit nouveau et les poètes en 1918”,  lo que patentizó que lo que Apollinaire resaltaba como espíritu nuevo en poesía y arte era anticuado.
Esta clase de militancia sería rechazada. Apoyar o exaltar la guerra era una forma de servilismo indignante: no se subordina la poesía en función de Francia y la guerra (Péret 1965: 75). Mas los casos eran recurrentes: Péguy, Claudel. Luego, poco ético era para éstos que aquellos que disentían sin coartada alguna confabularan. Moral era propalar el alistamiento, o el honor que dignificaba France en Sur  la voie glorieuse (1915), o Ce que disent nos morts (1916). Salvo Roman Rolland, recuerda Breton, con sus panfletos antibélicos Au-dessus de la mêlée (1914),  el chovinismo estaba justificado. Para 1919 solo repulsa suscitaba la guerra en el grupo protosurrealista: su fin acusaba retomar con obsecuencia la misma existencia regresiva que la había generado.
En el Traité du style (1928) Aragon reiteró la posición del grupo ante valores que juzgaba deyectos (patria, ejército): “J’ai bien l’honneur chez moi, dans ce livre, à cette place, de dire que très sciemment je conchie l’armée française dans sa totalité” (1996: 236). Mas al enjuiciar estas bases sociales remitía a los escribanos, es decir, escritores abanderados y portavoces. En 1924 Claudel es acusado por haber creado “una reacción en cadena de fervor militar” (Balakian 1971: 40). Una obra como Mort aux vaches et au champ d’honneur (1928) de Péret embestía contra esos valores. Aun bajo condiciones contrarias, la poesía de circunstancias era injustificable. Los que en la Resistencia, bajo el gobierno de Vichy, insuflaban en otros confianza incondicional en la patria, Dios y Stalin en nombre del honor, fueron vejados por Péret en Le déshonneur des poètes (1945) (Bradu, 1998: 52). Desde la intrusión francesa en la guerra del Rif contra Marruecos en 1925 hasta la campaña colonizadora de Argelia en 1960, el dictamen contra la política nacionalista fue caústico.
Fue importante, en este sentido, el juicio simbólico contra Maurice Barrès el 13 de mayo de 1921: tras la guerra había sustituido un ideal de libertad por una posición conservadora antidreyffussista; proclamaba un desprecio xenofóbico contra los alemanes. En L’affaire Barrès, “Acte d’accusatión”, se le imputó corrupción de la mente (era presidente de la Ligue des Patriotes). Lo que el grupo no pasaba era su traición a la libertad, el arrebato por la bandera tricolor. El simulacro judicial se tomó con seriedad; el mismo escritor asistió a algunas sesiones y luego se suplantó con un muñeco. Lejos de una representación polemista el juicio denunciaba lo que Breton y Aragon consideraban desvío intelectual (Breton 1988: 413).
Para el grupo lo que subyacía a las palabras honor, servicio, orgullo patrio era deleznable. Por ello, los valores del orden profano (racional y preceptivo) fueron transgredidos con igual violencia. Alguien que cabalmente los representaba era Claudel. Su posición de poeta-diplomático francés era poéticamente antitética, situación que se hacía más molesta por su fervor religioso, el cual lo forzó a presentar una imagen devota de Rimbaud y ocultar material de éste que la contrariara: ocultó la foto de un Rimbaud negro en África por juzgarla pagana (Polizzotti 2009: 106). Mientras Breton, Aragon y Soupault publicaban material inédito del poeta, Les mains de Jeanne-Marie y Un cœur sous une soutane, Claudel, considerándolo un “mystique à l’état sauvage” (Starkie 2007: 307), se opuso a su divulgación pues defendía la conversión de éste en el lecho de muerte (Breton 1970: 98). Claudel, católico ortodoxo, comparaba las Illuminations (1886) con textos piadosos. Era honesto al afirmar que la obra del poeta inspiró su conversión al revelarle lo sobrenatural; iba lejos al traslapar su sentido en favor de un fideísmo personal. Como embajador se vanaglorió de su servicio patriótico en la primera guerra: compra de tocino en Sudamérica para el ejército nacional: “J’ai fait gagner à mon pays deux cents millions” (Nadeau, 1948: 36). Mas Claudel era un político ínclito y bardo oficial. Años luego, tras novedades formales en su poesía, pasaba por vanguardista. Tampoco aceptaba el grupo, políticamente, que un drama pietista como L’Annonce faite à Marie se presentase en la URSS para instruir a los obreros (Breton 1992: 418).
Para Claudel el surrealismo carecía de fundamento: era “pédérastique” (Nadeau 1948: 36). Para Breton la posibilidad de una avenencia religiosa era imposible: despreciaba su fundamento exógeno. En este sentido, las lecturas católicas de Rimbaud y Lautréamont, la interpretación cristiana de Sade –refutadas en A la niche les glapis seurs de dieu! (1948) –  eran actos de infamia. Un sostén metafísico era un efugio: “chercher le réconfort dans une croyance me semble vulgaire. Il est indigne de supposer un remède à la souffrance morale” (Breton, 1988: 194). Era la mendacidad que veía allí lo que significó la condena del discurso religioso por juzgarlo impostura. Para Breton la mayor iniquidad contra la libertad era la moral cristiana (Camus 1953: 199); luego, que toda proyección suprasensible fuese nihilista. Para Breton la libertad empezaba por rehusar el deísmo: “J’ai toujours parié contre Dieu et le peu que j’ai gagné au monde n’est pour moi que le gain de ce pari” (1965: 23). Tampoco podía Claudel cambiar su juicio ante la virulencia de Artaud contra el “pope, chien” (1976b: 41), o de Péret: Vierge Marie/ sur qui je pisse/ après l’amour/ Je vous encule/ je vous dévore/ comme un cochon” (1987: 171-94).
El banquete del 2 de julio de 1925 en honor del poeta Saint-Pol Roux fue un incidente que evidenció que la incompatibilidad entre los valores sociales y el surrealismo era infranqueable. Asistían la generación post-simbolista y los surrealistas. A la reserva de los primeros ante la actividad de éstos se sumaban dos escándalos: esa mañana, la petición de censura contra Francia en el Rif y el apoyo a la revuelta de los Riffs; un día antes, la publicación de la “Lettre ouverte à M. Paul Claudel Ambassadeur de France au Japon” en la que se le improperaba. El grupo depositó copias de ésta en las sillas de los comensales. Este episodio es parte de los disturbios provocados por los surrealistas. Más allá del incidente, su sentido está en el distanciamiento palmario de éstos ante una tradición intelectual que no podía conciliar con su sentir. En la Lettre Claudel se tachó de cerdo. En la cena la escritora Rachilde, fiel a Claudel, lanzó un comentario antigermano; Breton lo tomó como una ofensa contra Ernst; al parecer le arrojó una servilleta a la cara. Se azuzó a los invitados denigrando a Francia. En la pelea Leiris asomó a la ventana gritando a una multitud injurias contra ésta; desafiado a repetirlo bajó a la calle donde fue vapuleado como en la estación de policía. Días después Rachilde dijo “haber recibido un puntapié en el estómago por parte de un ‘alemán alto’” (Polizzotti 2009: 236). Al anfitrión se le dio otro banquete. Los surrealistas no se invitaron.
Rehusar el sentir general acarrea perder su consentimiento. La única adhesión incondicional que aceptó Breton fue su sentir, en las antípodas de aquél. El revolver de Vaché apuntando al techo en el estreno del drama de Apollinaire Les mamelles de Tirésias el 24 de junio de 1917 fue un aviso iniciático: la elección por el camino de ruptura con su época (Breton 1970: 31). También que evitar lo subversivo no favorecería esa elección.
Lo inaceptable que Breton vio en la literatura no recaía en obras. No negó los méritos poéticos de Apollinaire. Era la actitud literaria. Éste, Barrès, Claudel representaban, de una u otra forma, actitudes improcedentes. Tampoco la literatura conjuraba la vida: especulaba, presumía de introspección, diseccionaba el mundo  contenida en los límites de la reflexión: su mundo no rebasaba la vida discursiva; no era vital en tanto claudicaba bajo valores sociales. “La vie –medita en Nadja (1928)– es autre que ce qu’on écrit” (1988: 689). Luego, existía un punto en que lo que entrañaba la palabra littérature trocaba en repudio. Ante todo si encarnaba en hombres socialmente consagrados, aquellos que versaban sobre obra de arte o se ufanaban de vocación. Este es el fallo de Artaud en Le Pèse-nerfs (1925): “Toute l’écriture est de la cochonnerie” (1976a: 100).
El lugar de esa vocación era el de Valéry y Gide. Para Breton la imagen admirable de Valéry se había encumbrado por una leyenda: aquel quien nota que su obra, alcanzando un punto culminante, le ha superado (1970: 20). Había escrito La soirée avec Monsieur Teste (1895) guardando silencio por 20 años. Para Breton M. Teste no era otro que Valéry. Pero en 1916 al publicar La jeune parque su imagen se opacó; el nombramiento en la Academia Francesa, la publicación de poemas de corte clásico lo desmitificaron.[1] Este nombramiento representaba para el surrealismo la adhesión institucional: el apremio por salvar un lugar póstumo en las letras; ante todo, una forma de adulación encubierta de la burocracia social. Si la adherencia de Valéry desengañó, la profesionalidad de Gide más. La preocupación constante por el prestigio y divulgación de su obra delataban un carácter venal. Para el grupo, Gide vivía alampado por escribir: ser leído, traducido, comentado a partir de una abundancia apoyada en el estilo turgente (Breton 1989: 19). Breton desestimaba el gesto proclive a la Academia. En consecuencia, se denigraban en pos de la oficialidad. Breton no cedió. Los ofrecimientos meritorios, en tanto sustentados por un medio impugnable, reafirmaban la díada literatura-burguesía. Un escritor que se preocupaba por su imagen era desacreditado por los surrealistas. Tras la aparición del Traité du style, en el que Aragon aludía directamente a Valéry y Gide, ambos procuraron evitar la publicación al señalar su desmérito ante la sociedad.
En 1924 moría Anatole France. Con su muerte el grupo rompió con el sentir público. France era eminente, se le veneraba: por ello su deceso se recibió con anatemas. El patriotismo, su envestidura en la Academia, el Nobel, los bestsellers sumaban lo que esquivaba el grupo. La publicación Un cadavre, el panfleto Avez-vous déjà giflé un mort? de Aragon fueron considerados como actos sacrílegos (Lottman 2003: 133). Lo que Breton firmaba era una ruptura: sabía que la muerte de France –no sólo por lo que irónicamente nombraba su apellido–, la estima con la que Francia honró sus exequias, eran un blanco para revelar a esa sociedad que el pensamiento tipo France debía inhumarse como su autor.
Si France era odiado como autoridad, “l’innommable M. Cocteau” lo era por trivialidad poética (Breton 1992: 474) (tampoco encubrían Breton y Éluard cierta homofobia). Se le tachaba de farolón de salones, petimetre: un esnobismo de turno. La fama de Cocteau en la alta sociedad, su cercanía a mecenas, lo hacían más frívolo. Según Éluard, los surrealistas siempre “lo abatirían como una bestia maloliente” (Lottman 2003: 64). Cocteau era, en suma, una Persona non grata más cuando se veía como chef d’ecole (Williams 2008: 76). Actos como el de Péret –llamaba a la madre del poeta avisándole que había muerto– reflejan un alto desprecio; ante todo, el impulso neurótico de Desnos quien llevó un cuchillo a un banquete para atacarlo (Polizzotti 2009: 188). La animosidad de Breton no cedió. Entre auto-lástima y firmeza Cocteau asumía ser el poeta más odiado de su tiempo (Williams 2008: 9).
Las invectivas surrealistas contra la literatura fueron tajantes. Porque la poesía, para Breton, era escatimada en tanto se redujera a la inanidad y venalidad librescas. En la rue de la Fontaine Breton escribía: ante el movimiento de la existencia no quería sustraer de la mente la duda sobre la inercia literaria. Ante el hundimiento de la sociedad la ficción se denunciaba estéril. Era letra muerta. Muchas personas, escribiesen o no, llevaban una vida discursiva. Tampoco el destino humano se vive como ficción. Dice Bataille en L’apprenti sorcier (1938) “Mais personne ne s’aperçoit qu’il est désespérant de devenir politicien, écrivain ou savant. Il est donc impossible de remédier à l’insuffisance qui diminue celui qui renonce à devenir un homme entier pour n’être plus qu’une des fonctions de la société humaine” (1970: 523). En 1926 alrededor de 40 nombres constituían el grupo surrealista. Entre ellos: Aragon, Arp, Artaud, Crevel, Desnos, Éluard, Ernst, Leiris, Masson, Miró, Naville, Péret, Prévert, Queneau, Soupault, Tanguy y Man Ray. Para Breton el surrealismo sería juzgado moralmente por su acción histórica: aunque la elección de esa acción política se volcase de igual forma contra sus miembros.

II. PROBATURAS

En 1925 convenir con la revolución no significaba necesariamente fe en ella. La révolution surréaliste era subversiva, luego, políticamente problemática. La ambivalencia de la revista favorecía las críticas: sus declaraciones restaban credibilidad al leerse como anarquismo o sabotaje literario. Tampoco era indudable que el interés político superara la libertad de sus miembros como para desplazarla por un acatamiento colectivo. Mas para Breton esa libertad era indisputable como su responsabilidad moral. En suma, veía que sin unidad política el grupo sería preterido por la revolución: reducido a literatura. En 1925 la revolución rusa simbolizaba algo inefable; no afectaba que se ignorase lo que ocurría allí. Se creía que una nueva revolución advendría. La revuelta espartana alemana en 1919 podía ser una promesa. Era posible erradicar el mal social; luego, creer que la moral comunista concomitaba con el surrealismo.
Esta resolución imponía límites. No era el surrealismo una coartada literaria para el beneficio personal. Escribían Breton y Aragon: “Il n’est pas admissible que la pensé soit aux ordres de l’argent” (1988: 922). En efecto, la sumisión de un hombre ante dádivas pecuniarias favorecía el equívoco moral al desmeritarlos políticamente. Para la izquierda no era posible conciliar el espectáculo de las clases privilegiadas con la realidad revolucionaria. En 1926 Miró y Ernst colaboraban en los Ballets rusos de Diaghilev, famosos por el esnobismo de su público. El hecho que su promotor pasara por ruso blanco los hacía más frívolos. L’Humanité, periódico oficial comunista, señaló, como prueba del modo de vida surrealista, cómo eran “‘achetés’ par la plus vile forme de mercantilisme artistique” (Bonnet 1988: 1710). En “Protestation” Aragon y Breton reconvinieron a los pintores. La atmosfera política era conflictiva, distraer a las clases que se presumía rebatir no la mejoraba.
Durante 1925 Breton se acerca a grupos de izquierda, Philosophies, Correspondance de Paul Nougé y Camille Goemans en Bélgica y Clarté de Marcel Fourrier. La respuesta surrealista a la represión en Polonia, el proceso rumano contra la revuelta de los campesinos, la carta a Hungría para liberar a Mátyás Rákosi, no suponen crédito político para Barbuse, director de L’Humanité, en tanto Breton no deponga la autonomía surrealista por la incondicionalidad revolucionaria. Las exigencias que confronta Breton escinden el grupo. Naville es el primero en optar por el partido comunista francés (P.C.F.). En La révolution et les intellectuels. Que peuvent faire les surrealistes? (1926) indicaba dos caminos: la insurrección interior o la facticidad del marxismo, aceptando que aquélla no bastaba como revolución: poco o nada espera el proletario de la poesía (1975: 76-77). Era estólida para Breton la reserva de Clarté, Barbuse y Naville entre realidad interior y exterior, era error suponer de la actitud surrealista una contemplativa: no se discrimina un afuera o un adentro en la rebeldía. En suma, el surrealismo no renunciaba a una “sommation” mental permanente (1992: 282). Para Breton no era viable una revolución del mundo sin la transformación a priori de la pobreza mental. Las causas de la miseria, respondía en Légitime défense (1926), no eran solo exógenas: no se erradican con salarios. Si los juicios comunistas de Barbuse eran escrupulosos, sus demandas literarias ante el grupo suscitaron la reprensión. Señaló Breton el cretinismo de L’Humanité luego de recordarle que no tenía tiempo para escribir cuentos propagandistas; menos aun en mérito a aquel cuyas demandas tenían como guía poetas ultras como Claudel y Cocteau. El P.C. tomó Légitime défense como una ofensa.
Una moral por encima de la de Lenin no era grata a los dirigentes del partido. No se daba relevancia a la petición del grupo de un lugar autónomo en éste cuando no existía ninguno con prerrogativas. Era una petición fuera de lugar. Por lo demás, el P.C. se resentía: al atacar a un miembro oficial Breton sabía que toda divergencia ideológica en el grupo se opondría en su contra. Ante la presión externa solo un acuerdo interno atestiguaba irreprochabilidad: los que se arrogaban el nombre de surrealistas desatendiendo la crisis social debían irse. Así, Baron fue el primero. La propensión teatral de Vitrac lo excluyó. En noviembre de 1926 Artaud dio cuenta de la apertura del Théâtre Alfred Jarry con Vitrac y su posición de actor de cine. Se retiró voluntariamente. El 27 la exclusión de Soupault es unánime: desaprobaba la elección política; el grupo desaprobó que malgastara su talento en la prensa y novelas como Le bon apôtre (1923) y Le Cœur d'or (1927) delatanto su interés literario (Breton 1988: 928). En marzo de 1927 su biografía de Lautréamont agravó la delación: había confundido a Ducasse con un agitador blanquista homónimo. En Lautréamont envers et contre tout Éluard, Aragon y Breton atacaron el error: no era posible diseccionarlo para los folios literarios (944).
Para el grupo las primeras disidencias señalaban un camino accidentado. Se lo asumía, se lo desafiaba con vehemencia aunque el sentir de Artaud en A la grande nuit ou le bluff surréaliste (1927) insinuara su oscuridad. Pero la juventud puede desairar la incertidumbre; tampoco quiere saber de necesidades que presagian su evanescencia.

III. LAS DISENSIONES

La respuesta de Breton a los comunistas en Légitime défense revelaba dos frentes de disputa: por un lado, la poesía surrealista abría un abismo ante la literatura que el partido elegía como revolucionaria; por el otro, que esa poesía, eligiéndose revolucionaria, no transigía con la burguesía literaria. Ambas posiciones se volvían encrucijadas: André Breton no concebía la poesía sin rebelión. Así, se vio que los presupuestos surrealistas eran altos al obstruir el camino de sus miembros. Se despreciaron las novelas de France, cualquier clase de comercio artístico: en 1926 Aragon tenía 1500 páginas manuscritas de una novela, La défense de l’infini. El grupo no lo comprendía. Tuvo que quemarla (Solà 2014:14).
Con doblez inocua Paulhan, redactor-jefe de La Nouvelle Revue Française, refirió los incidentes literarios del grupo: un pleito en contra de la literatura con medios literarios. Breton no bromeaba con ello. Replicó llamándolo “francés lameculos”.
El redactor lo tomó como ofensa contra la NRF retándolo a duelo sin lograrlo. “Ahora todo el mundo –comunicó públicamente– sabe cuánta cobardía se esconde detrás de la violencia y la mierda de ese individuo” (Polizzotti 2009: 281). Ya fueran medios literarios o no Breton no concilió con cuentos, dramas ni novelas.
El 14 de enero de 1928 Artaud llevaba a escena un drama en el Théâtre Alfred Jarry. Había protegido todo el tiempo el nombre del autor. El día de estreno Breton y Aragon asistieron con suspicacia –en el teatro se rumoraba que eran los autores–. Breton lo identificó: Partage de Midi (1905) de  Claudel. Al finalizar la pieza Artaud salió al escenario descubriéndola al público como obra del “ambassadeur de France aux États-Unis [...] infâme traître” (Artaud 1961: 317). La actitud de Artaud ante el teatro burgués lo acercó de nuevo a Breton pero supuso la ruptura con su editor Paulhan: la presentación se consideró como un crudo irrespeto para un autor y un texto. El 2 de febrero el grupo lo respaldaba contra la première del film La Coquille et le clergyman: el guión de Artaud había sido alterado por la directora Germaine Dulac. Insultada por Desnos la mujer se desvaneció y los surrealistas fueron expulsados (Artaud 1961: 311).
Artaud reafirmaba su posición. Por ello no era fácil comprender qué circunstancias lo llevaban a contrarrestar sus acciones. Financiado por la embajada de Suecia en París, Artaud montaba el 2 de junio para el embajador y la realeza suecos Songe (1901) de Strindberg. La noche del estreno la irrupción surrealista amenazaba un escándalo. Confrontado por Breton, Artaud optó por interrumpir la obra: “‘Strindberg est un révolté, tout comme Jarry, comme Lautréamont, comme Breton, comme moi. Nous représentons cette pièce en tant que vomissement contre sa patrie, contre toutes les patries, contre la société!’” (Grossman, 2006: 31). La realeza se retiró. La advertencia del grupo ante una nueva representación rompió la tregua. El 9 de junio Artaud recurrió a la ley mas los surrealistas habían ocupado el teatro. La intervención policiaca terminó en pelea; desenmascarados por Artaud entre el público, Breton, Sadoul y Unik fueron arrestados.
La lucha surrealista contra la literatura no franqueaba las diferencias con el partido. Entonces la resolución de afiliación de Aragon, Éluard, Péret, Unik y Breton en Au grand jour (1927) se presentó como prueba de fe en el comunismo. Pero las interpelaciones que afrontó Breton ante el comité de evaluación no fueron mejores que lo que se le asignó: un reporte sobre la producción de carbón en la Italia fascista no le competía. En suma, se rezagaba el surrealismo. Si la afiliación implicó sacar de circulación Légitime défense, la declaración de Au grand jour era un fracaso: Breton no volvió a las sesiones y renunciaron. Puede decirse que el viaje de Naville a Rusia fue augural. Al regresar, su sentir cambió. En noviembre de 1927 Trotski había sido expulsado. Naville, primero en afiliarse, fue expulsado del partido por desviacionismo: era el primero en optar por Trotski. Breton, que no desistía ante el P.C.F., no intuyó el apoyo de Naville al trotskista Victor Serge. Naville dejó el grupo. Como otros frente al comunismo estatal, Breton desatendió lo que había percatado Naville en la URSS (Polizzotti 2009: 294).
Esta crisis sugiere a Breton como salida un comité de acción independiente afín con la acción oficial. La reunión se propuso para el 11 de marzo de 1929 y reunió 57 invitados, entre ellos Le grand jeu cuyos miembros rehusaron presentarse individualmente. Quizá por cierta reticencia a éste, Breton exigió, antes de discutir el exilio de Trotski, una respuesta moral por parte de aquéllos: Roger Vailland, uno de ellos, había publicado un elogio a Chiappe, prefecto de policía fascista de París. La revelación pública recayó sobre el grupo; Vailland se disculpó sin salvar la deshonra ni la ruptura con sus amigos. Indignado, amenazó a Breton de muerte (Breton 1970: 152). El incidente causó el fracaso del comité. Desnos, Leiris, Prévert y Roland Tual retiraron su apoyo separándose de Breton. Aunque desconfiara de toda veleidad pseudo-revolucionaria Breton agravaba su suspicacia cuando recaían sobre sus juicios los trastornos de su vida privada. Que el surrealista Max Morise, amante de su esposa, presidiera el comité lo lesionaba. En este sentido, la ruptura con éste y Queneau, cuñado de Breton, fueron evidentes. Su desazón empeoró al ver que Baron, Vitrac, Desnos, Leiris, Masson, Prévert, Queneau y Morise parecieron reunirse entorno a Bataille y su revista Documents:  Bataille, renuente al comité, era virulento con su idealismo. En septiembre, Breton volcó su indignación con inquina contra los disidentes en el  Second manifeste: aquellos que bifurcaban revolución y poesía optando por una. Por inclinación política: Naville, Baron y Francis Gérard (luego agente de Trotski). Por vocación literaria: Artaud, Jean Carrive, Joseph Delteil, Georges Limbour, Soupault, Vitrac y Desnos. André Masson había disentido de su lugar como pintor en Surréalisme et la peinture (1925); esta discordancia terminó en ruptura. En forma abrupta André Boiffard fue expulsado tras fotografiar a Simone Breton. Mas la denostación de éstos contra Breton fue una colisión incisiva. La imagen del adalid coronado de espinas en Un cadavre (1930), enjuiciado por sus discípulos en el tono clerical que odiaba, favorecería el dicterio de sus enemigos.[2]
Breton lamentaría el exabrupto del Second manifeste, mas no flaqueó en sus juicios. Para 1930, 20 participantes habían partido. Pero las lecturas de Marx, Engels y Lenin lo habían reafirmado en contra de un sistema que rehuía su quiebra con efugios fascistas. El grupo recibió apoyo extranjero: Goemans, Nougé, Marco Ristitch, Maxime Alexandre, Buñuel, Char, Dalí, Sadoul, Tanguy, Thirion, Tzara y Unik se adherían a éste. Los nuevos miembros asumían “la fatalité révolutionnaire” (Breton 1988: 832).

IV. ENEMIGO MÍO

Cuando las condiciones inicuas de la existencia empeoran, lo que se oponía contra ellas puede claudicar. La resistencia que se afirmaba como negación de un estado de cosas intolerables languidece; simplemente, la coacción que impone ese estado de cosas se sobrepone.  Es común que esa coacción se traduzca como necesidad, es decir, la aceptación de aquello que desdeñaba la insubordinación absoluta: emplazamiento social, garantes materiales. Entonces, algo se ha roto en el movimiento hacia esas necesidades. En 1930 los surrealistas pasaban los 30 años. Pero la libertad no es una veleidad: lo que afirmó Breton en “La confession dédaigneuse” (1924) no lo revocaría: “Absolument incapable de prendre mon parti du sort qui m’est fait, atteint dans ma conscience la plus haute par le déni de justice […] je me garde d’adopter mon existence aux conditions dérisoires, icibas, de toute existence” (1988: 193).
La crisis del tercer decenio era aciaga. El colapso de Wall Street el 24 de octubre de 1929 auguró pánico. El 5 de enero de 1930 Stalin colectivizaba toda la tierra de U.R.S.S.; las granjas pasaban al control del partido. En marzo de 1933 Hitler gobernaba por nuevo decreto anulando la república de Weimar. En ambos casos la estructura social es sustituida por un estado cefálico centralizado: todas las organizaciones sindicales, agrícolas, educativas y culturales están supeditadas al partido. Para 1933 se calculan 6 millones de desempleados en Alemania. Cuando los términos derecha-izquierda recrudecen la elección política es irrecusable. Se estaba, diría Sartre, “condamné à être libre”: no librarse de elegir en un medio confinante (1946: 37). Podía luego esta elección liarse con una necesidad: ello es, la duda del propio devenir sin sostén. Pero esta duda no amortiguó el radicalismo de Breton con una salvaguarda.
Para Breton el suicidio de Maiakovski en abril de 1930 reveló muchas cosas: la rebelión puede desplomarse ante el peso de su imposibilidad. Su revolución en pro del proletariado no pudo anular la censura estalinista. “Mi trabajo fundamental –lee el 25 de marzo en “Veinte años de trabajo” – es la injuria, el sarcasmo contra todo lo que me parece injusto y que hay que combatir” (1974: 106). Porque evitar esa injuria supone, en cierto modo, un asentimiento de lo preceptivo. Mas aquello que le parecía injusto podían ser creencias morales del proletariado. Este era el caso surrealista. El 28 de noviembre se estrenó L’Âge d’or. Su contenido se juzgó ominoso: se abusaba de una mujer en el castillo de Les 120 journées de Sodome incitados por Jesús. El 30 de julio se publicaban los n.os 3-4 de Le Surréalisme au service de la Révolution (SASDLR). El tono político era sobrio mas no desligado de la deferencia a Sade y el “Rêverie” de Dalí. El PC señaló éste como perversión pornográfica freudiana. El 3 de diciembre grupos de ultraderecha, Camelots du Roi, Jeunesses Patriotiques, atacaron el cine de L’Âge d’or destruyendo el proyector. Se confiscaron las cintas y la prohibición se extendió por 50 años (Buñuel 1987: 140). Las reacciones frente a la impugnación de valores apodícticos milenarios revelaba el reverso de la revolución: su moral era sexualmente timorata.
Dos semanas antes del estreno de L’Âge d’or Aragon y Sadoul llegaban a Rusia. Las referencias de Elsa Triolet, pareja de aquél y hermana de la exnovia de Maiakovski, facilitaron un acceso al partido. Por primera vez un surrealista hablaba en la Conferencia Internacional de Escritores Proletarios y Revolucionarios. En Kharkov Breton vio la posibilidad de unificar una posición. Del 6 al 15 de noviembre Aragon y Sadoul asistieron siendo aceptado el juicio surrealista contra Barbuse y su periódico Le monde, como de su elección para presidir el congreso. Se les nombró delegados franceses. El 9 y 12 Aragon publicaba en el periódico oficial Littérature de la révolution mondiale; el 15 es nombrado miembro de la comisión de control de la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios. Mas el éxito de Aragon era condicional: el surrealismo era un movimiento de élite intelectual pequeño-burguesa ajeno a la ideología proletaria. El 1º de diciembre ambos firman la condena de los “errores” del Second manifeste du surréalisme, ello es, el freudismo y la ideología contrarrevolucionaria: trotskismo. Los debates en Kharkov terminaron con Barbuse como director de Littérature de la révolution mondiale (Bonnet 1992: 1292). Tuvo que titubear Breton para querer abdicar de lo que nunca abjuró. El 15 de enero de 1931 presentó su dimisión de SASDLR. La letra colectiva de Éluard, Dalí, Unik y Thirion le demandaba seguir. De nuevo el malestar social y el personal colisionan. Breton se divorciaba; su pobreza era crónica, vendía parte de su colección de estatuas para cubrir los gastos de la revista. La aclaración de Aragon en ésta ante el grupo, “Le Surréalisme et le Devenir révolutionnaire” –al tiempo que el P.C. quiere derogar su adhesión por participar en la misma–, no puede encubrir más la hostilidad del P.C. ni la reserva de Aragon. Es el cargo de incitación al asesinato en su poema Front Rouge, publicado en Littérature de la révolution mondiale, lo que lo desobliga de un lado. La penalización del proceso le daría 4 años de cárcel. Las 300 firmas de “L’Affaire Aragon” en su defensa es visto por el P.C. como una estrategia política de los surrealistas. En marzo de 1932 Breton redacta la defensa de Aragon; éste la aprueba con la reserva de omitir una nota en la que Breton divulga información privada que le había comunicado sobre las objeciones que recibió del P.C. por su participación en la revista respecto al onanismo de Dalí en “Rêverie”. Breton accedió a quitarla, pero cuando Misère de la poésie se publicó llevaba la nota recriminatoria sobre la “publication pornographique”: “‘vous ne cherchez qu’à compliquer les rapports si simples et si sains de l’homme et de la femme’” (Breton 1992: 23). El 10 de marzo Aragon se desentendía con el texto; escribía anónimamente en L’Humanité: “Notre camarade Aragon nous fait savoir qu’il est absolument étranger à la parution d’une brochure intitulée: Misère de la poésie” (Bonnet 1992: 1300). Aragon transitaba de la surrealidad a las novelas comunistas de Le monde réel. Aun en mayo del 68 debía traslapar su obra surrealista.
La elección de Aragon provocó la escisión. Char, Crevel, Dalí, Éluard, Ernst, Péret, Tanguy, Thirion y Tzara decretaron el Fin de “L’Affaire Aragon” llamándolo Paillasse! El 23 de marzo Éluard expide un “Certificat”, una clase de inhumación por arribismo para quien citara de Lautréamont:  “Toute l’eau de la mer ne suffirait pas à laver une tache de sang intellectuelle” (1968: 833-35). Sadoul, Unik y Alexandre, miembros del PC, apoyaron a Aragon. Tampoco Buñuel apoyaba una revolución que chocaba con el partido. En marzo los 4 dejaron el grupo.[3]

V. LOS AÑOS INCENDIARIOS

El 5 de enero de 1932 L’Humanité anunciaba, tras los acuerdos en Rusia, la creación de la Association des Écrivains et Artistes Révolutionnaires (A.É.A.R.) con exclusión de los surrealistas. De nuevo Breton solicita su inscripción, lograda a final de año, y sobreviene un revés: los n.os 5 y 6 de SASDLR publicados el 15 de mayo de 1933 la revocan: una carta del filósofo Ferdinand Alquié a Breton refiere la falsedad sistemática de la U.R.S.S. La A.É.A.R. da a Breton un ultimátum: una palinodia o la expulsión. No respondió ni se presentó a la comisión de control. El 1º de julio se declara unánime su expulsión y la de los surrealistas por calumnia contra la Unión Soviética (Bonnet 1992: 40).
En el momento en que el totalitarismo se robustecía, la reacción de Breton ante la Unión Soviética no era una salida: rechazaba sin ambages la democracia burguesa como la igualdad sistematizada de Stalin; luego, su actitud se revelaba marginal por su displicencia contra éste: en 1934, revolucionariamente, la contraparte ante las vicisitudes nefastas que se cernían sobre Europa estaba en el Este. La crisis económica presagiaba, ya la caída del capitalismo para los rojos, ya la señal perentoria de instaurar un régimen fascista. El 6 de febrero la sedición de 60.000 profascistas precipita la renuncia de Dadalier; pero en abril Breton reafirma su oposición ante Stalin en el panfleto La planète sans visa contra la medida del gobierno francés de expulsar a Trotski, retirando el asilo político. Por otro lado, la crisis social no lesiona su interés por las actividades surrealistas, a diferencia de las inquietudes de Char, Crevel y Tzara. En efecto, el cierre de SASDLR, incapaz de autofinanciarse, y la indisposición ante el P.C. señalaron un eclipse en las acciones de Breton. Su participación en Minotaure –“objeto mundano y burgués por excelencia” (Buñuel 1987: 165) – y su escrito “La grande actualité poétique” indignaron a Tzara: reiteraba la crítica ante los sucesos en U.R.S.S. Tzara, más involucrado con el comunismo, invitó a Char, Crevel y Éluard a colisionar contra Breton; Éluard rompió con Tzara pero no erradicó las dudas. En diciembre de 1934 los tres abandonaron el grupo (Polizzotti 2009: 402). Ese año la fascinación de Dalí por Hitler confirmaba un juicio postergado. Breton se contradecía: la admiración por Dalí había soslayado su inclinación por el catolicismo, la aristocracia y su posición apolítica. El 25 de enero de 1934 Dalí salvó la expulsión retractándose.[4] Con todo, las excentricidades de Dalí se afirmaban como provocación. Si había cedido, su fama le advertía de la independencia de un movimiento del que se veía como encarnación.
Puede decirse que a partir de 1934 la celeridad de los acontecimientos históricos coincidió con un vaivén vertiginoso de adhesiones-disidencias en el grupo. Llegaban: Maurice Heine, Maurice Henry, Hugnet, Marcel Jean, Pastoureau, los artistas extranjeros Bellmer, Brauner, Domínguez, Hérold, Paalen, el grupo checo liderado por Nezval. Tras una década los que permanecían parecían familiarizarse: Arp, Éluard, Ernst, Péret, Tanguy, Ray. Otros disentían con su líder o cerraban un ciclo. Luego de 4 años de amistad Giacometti y Breton chocaron tras digresiones ideológicas. Breton juzgó el fin utilitario de sus últimas obras figurativas. “Everything I have done now –respondió Giacometti– has been no more than masturbation” (Lord 1997: 154) (en 1926 una regresión artística similar agrió el trato con Chirico).  En 1934 Caillois apenas se vinculó cuando disentía: no compartía lo maravilloso mistérico de Breton. Éste no aceptaba la disección del misterio para desocultar su mecanismo cuando la ausencia de magia en la vida se debía a actitudes epistémicas. Cuando Caillois quiso abrir un fríjol que saltaba (un parásito encerrado dentro de éste) Breton lo increpó (Balakian 1971: 376).
Ante el avance fascista se abre, entre el 20 y 25 de junio de 1935, el Congrès international des écrivains pour la défense de la culture patrocinado por la A.É.A.R. El 20 de abril Breton se vincula. Días después el grupo recibía un ataque del periodista estalinista Ilya Ehrenbourg: era ruin que burgueses preocupados por dotes y herencias publicaran como Surréalisme au service de la révolution la “basura” que los poseía: pederastia y sueños (Polizzotti 2009: 408). En junio una contingencia lo llevó a toparse con el grupo en la calle. Breton y Péret lo abofetearon. Se desató un problema. El comité del Congrès rehusó dar la palabra a los surrealistas; si la petición se desatendía la comisión soviética se retiraba: Ehrenbourg era miembro del comité. En vísperas del congreso Crevel, cercano a la delegación, intentó anular la decisión. Ni Breton se disculpó ni Ehrenbourg cedió. El 18 de junio Crevel se suicidó.
Por respeto a Crevel el comité cambió de parecer. El 21 de mayo Éluard leyó la conferencia de Breton. Si el Congrès alertó o no ante el fascismo si marcó la ruptura definitiva del surrealismo y el comunismo. Breton vería en el pacto rusofrancés de mayo una estrategia estalinista para el rearme. En Du temps que les surréalistes avaient raison señaló el enmascaramiento de la “défense de la culture” bajo el régimen soviético (1992: 460). Con los Juicios de Moscú la difidencia se hizo flagrante: eran abyectos y Stalin no distaba de Hitler y Mussolini. En 1936 se condenaba a muerte a Trotski. Luego, la izquierda se volvía febril: como fuere justificaba las purgas contra los intrigantes de la revolución. A medida que las circunstancias eran más lóbregas Breton optó por Trotski y Éluard por el comunismo. A finales de 1936 éste empezaba a publicar en L’Humanité, primer órgano estalinista. Al contrario, el viaje a México en 1938 aseveró el respeto de Breton por Trotski. Se había acordado la organización de la Fédération Internationale de l’Art Révolutionnaire Indépendant (F.I.A.R.I.). Éluard también eligió en su ausencia. Cuando Breton le escribió al ver uno de sus poemas en Commune no respondió. La ruptura desató la aversión de Breton. Ante la medida de no volver a verlo, Hugnet abandonó el grupo. Arp, Ernst y Ray, en desacuerdo con Breton, optaron por irse (Polizzotti 2009: 456). Finalmente, en enero de 1939 la prevención de Dalí ante la F.I.A.R.I. significó la ruptura oficial. El 12 del mismo mes la ruptura entre Rivera y Trotski anunciaba el fracaso de la misma.
A mediados de 1939 eran menos de 12 los surrealistas (algunos partían al exilio): Bellmer, Brauner, Domínguez, Heine, Henry, Hérold, Marcel Jean, Pastoureau, el doctor Pierre Mabille y miembros más recientes como Matta y Seligmann. Los veteranos, Péret y Tanguy. Masson se reintegraba. Entonces advino la guerra. El 21 de agosto era asesinado Trotski. En 1940 moría Heine. En cierta forma, la conflagración epilogaba una sensibilidad particular. Al partir al exilio Breton ignoraba que la búsqueda surrealista había terminado.

VI. ÚLTIMO SURREALISTA

En 1945 el largo intervalo de la guerra señaló cierta aprensión ante el pensamiento de entreguerras. En rigor, incompatibilidad con la sensibilidad surrealista. Para quienes vivieron la Resistencia el exilio de Breton lo hacía extraño: las inquietudes de la posguerra eran otras; la surrealidad era inverosímil frente a la libertad impávida de Sartre ante la existencia. Aragon, Éluard, Char, Sadoul y Tzara eran hostiles al surrealismo. Para Sartre los surrealistas eran “écrivains bourgeois” (Hubert 1999: 32), para Camus “nihilistes de salon” (1051). Al regresar, Breton se reunió con sus compañeros de preguerra. Masson y Seligmann habían roto con Breton en Norteamérica. Thirion era ahora gaullista. Paalen y Domínguez abandonaron el grupo. Como fuere, Breton continuó pertinaz en no desmentirse: no salvó la ruptura con antiguos miembros a pesar de herirlo moralmente.
En 21 de julio de 1948 el pintor Arshile Gorky se suicidó. En Norteamérica había conocido a Breton y Matta. Un accidente lo privó de pintar al paralizarle el brazo. Luego se le diagnosticó cáncer anal; el hecho que su amigo Matta fuera amante de su esposa sulfuró a Breton. El sadismo sexual que Matta justificara no era ajeno al culto de Sade pero Breton lo inculpó. Para Brauner se trataba de un prejuicio moral burgués; opuesto a la denuncia contra su amigo fue excluido con él (Hubert 1999: 37). La pérdida de Brauner infringió una derrota moral a Breton. Pero entendía que los vínculos afectivos no están por encima de los ideológicos.
El rigor de Breton se volcó contra él en 1951. Su amigo Michel Carrouges conferenciaría el 12 de febrero sobre el fin del surrealismo en el Centre Catholique des Intellectuels. Pastoureau y Marcel Jean propusieron el boicot. El silencio de Breton se tradujo como anuencia, pero cuando escuchó de éstos los insultos proferidos a Carrouges reprobó la intervención. Para ambos Breton traicionaba sus preceptos: era inexcusable su defensa del católico Carrouges. Por primera vez se vio enjuiciado. Por lealtad a Breton el 19 de marzo el grupo excluyó a Pastoureau y Jean sin apelación. (Hubert 1999: 1449). Ambos entregaron a Breton pruebas sobre Carrouges: había negado escribir manuales de instrucción religiosa pero lo hacía. Se fueron con ellos Hérold y Henry. Este episodio revelaba cierta quiebra moral en Breton: los pleitos eran lo que vulgarmente subsistía del movimiento. A medida que decrecía la actividad se sumaban miembros que no creaban, que la traducían como pendencia: ninguna obra surgió que alcanzase la altura de las de Camus, Sartre o Beauvoir. En este sentido, el juicio de la nueva generación contra Ernst en junio de 1954 (frecuentaba el grupo desde 1950) corroboraba el cansancio de Breton: se le honraba con el Bienal de Venecia el cual le significó un alivio tras años de penuria. Breton se opuso a la expulsión de su antiguo amigo pero tuvo que resignarse (Strong 1997: 254). La muerte súbita de Mabille en 1952, la de Tanguy en 1955 lo dejaban aislado. Entonces quedó Péret.
La pobreza material, la vida errática no insuflaron en Péret un sentimiento de demisión. Si el abatimiento que imponen estas cosas repliega la rebeldía, entonces desaparece la libertad que pervivía pese a ellas. Luego, Péret opuso a las demandas del orden social una libertad que solo se fortificaba como intransigencia: porque si los valores de ese orden permean la propia libertad la desfiguran. Esta intransigencia lo ligó a Breton, de ahí el respeto mutuo que los unía. La confesión de Breton en L’amour fou (1937) pudo ser de ambos:

L’assez grande misère qui avait été et reste la mienne, pour quelques jours faisait trêve. Cette misère, je n’étais d’ailleurs pas braqué contre elle: J’acceptais s’avoir à payer la rançon de mon non-esclavage à vie, d’acquitter le droit que je m’étais donné une fois pour toutes de n’exprimer d’autres idées que les miennes  (1992: 779).

En 1982 evocaba Buñuel: “Benjamin Péret era para mí el poeta surrealista por excelencia: libertad total […] Péret era un surrealista en estado natural, puro de todo compromiso, y, casi siempre, muy pobre” (1987: 132). Era claro para Péret que el camino por el que optó le exigía impavidez: infravalorar lo que se suele buscar, lo que demanda, de una u otra forma, un medio pecuniario. Al final de su vida Péret respondía en una ficha bibliográfica para escritores:

Condecoraciones: Ninguna.
Parentescos con personalidades: Ninguno.
Residencia de veraneo: Ninguna.
Automóvil (marca y potencia): Ninguno.
Distracciones: insultar a los curas.
Colecciones: Ninguna.
Acontecimientos en su carrera: No hay tal carrera, pero…
Premios, distinciones (con fechas): Ninguno.
Señas particulares: Odia a los curas, los policías, los estalinistas y los comerciantes.
Firma: Benjamin Péret (Bradu, 1998: 13-14).

VII. CONCLUSIÓN

Al devenir la historia algunas confusiones pueden aclararse. La izquierda revolucionaria era conservadora: una revolución sin imaginación fundada en la realidad, luego, una visión parcial de la existencia. Al requerir consignas el proselitismo que desató se tornó propaganda: el compromiso se tradujo como literatura pedagógica, demagogia de un arte popular masificado. El contenidismo de su programa intelectual justificó la censura de verdades humanas vedadas por un pudor instructivo. Si varios exsurrealistas favorecieron el realismo socialista Breton no pudo: la revolución oficial que se dilató durante el siglo XX se fundaba en una realidad hermética, y su “hombre nuevo” era atávico. Para Breton si la revolución –en sentido vital–  no es un juego no cambia nada; porque poesía y revolución son indisociables en la medida que la imaginación conjura lo revolucionario. Breton subestimó que lo que lo llevó al PC implicaba lo que despreciaba. Lo que le era alienación era pilar del marxismo: trabajo. Subestimó que el marxismo instaba por la sumisión de lo irracional porque lo despreciaba. 
Por otro lado, el carácter de Breton puede despertar hoy una interrogación sobre la existencia humana. En parte ésta es infidelidad. Muchas decisiones en la vida son transitorias: están sujetas a la permanencia del cambio. Pero este cambio puede contrariar en un individuo su personalidad si ésta es maleable: las circunstancias inversas que lo acorralan le convierten en un ser estacional. Entonces, ¿qué expone la personalidad en circunstancias aviesas?
Si la negación a encubrir o ceder ante un estado de cosas inicuas y vulgares persevera, esa negación descubre, ante el asentimiento silente de otros, la intransigencia como dignidad. Porque la actitud incólume que no transige con ello solo prevalece considerando un deber el rechazo de lo inaceptable. Entonces la intransigencia es moral en tanto no es medianía de carácter, en la medida que contraria la conducta epidérmica, es decir, la proclividad que lleva a un ser humano a desdecirse forzado por las circunstancias que transmutan imprevistamente su posición. Por un lado Breton erró al sumar a su posición la de otros, lo que causó heridas indelebles.[5] Por el otro, representa el caso extraño de un ser humano que evitó toda defección.[6] Las palabras de Sartre en su vejez pueden serle apropiadas: “En mi vida he cometido una multitud de faltas  […] pero en el fondo, cada vez que he cometido una falta, ha sido por no ser bastante radical” (1977: 104). En sus últimos años concluía Breton:

Aunque la vida me ha infligido, como a cualquier otro, alguna derrota, para mí lo esencial es que no he transigido en las tres causas que abracé desde el principio y que son la poesía, el amor y la libertad. Esto suponía la pervivencia de cierto estado de gracia. Estas tres causas no me han dado ningún desengaño. Mi único orgullo sería no haber dejado de ser indigno de ellas (1989: 200).


BIBLIOGRAFIA
ARAGON, L. (1996): Traité du style, Gallimard, col. L’imaginaire.
ARAGON, L. (2012): Œuvres complètes V, Paris, Gallimard.
ARTAUD, A. (1961): Œuvres complètes III, Paris, Gallimard.
ARTAUD, A. ((1976a): Œuvres complètes I, Paris, Gallimard.
ARTAUD, A. (1976b): Œuvres complètes I -Textes surréalistes, Paris, Gallimard.
BALAKIAN, A. (1971): André Breton mago del surrealismo, Caracas, Monte Ávila.
BATAILLE, G. (1970): Œuvres complètes I, Paris, Gallimard.
BONNET, M. (1988): “Notes et variantes”, en Breton Œuvres complètes I, Paris, Gallimard.
BONNET, M. (1992): “Notes et variantes”, en Breton Œuvres complètes II, Paris, Gallimard.
BUÑUEL, L. (1987): Mi último suspiro, Barcelona, Plaza & Janés.
BRADU, F. (1998): Benjamin Péret y México, México, Aldus.
BRETON, A. (1965): Le surréalisme et la peinture, Paris, Gallimard.
BRETON, A. (1970): Puntos de vista y manifestaciones, Barcelona, Barral.
BRETON, A. (1988): Œuvres complètes I, Paris, Gallimard.
BRETON, A. (1989): Magia cotidiana, Paris, Fundamentos.
BRETON, A. (1992): Œuvres complètes II, Paris, Gallimard.
CAMUS, A. (1953): El hombre rebelde, Buenos Aires, Losada.
ÉLUARD, P. (1968): Œuvres complètes II, Paris, Gallimard.
GROSSMAN, É. (2006): Antonin Artaud. Un insurgé du corps, Paris, Gallimard.
HUBERT, É. A. (1999): “Notes et variantes” en Breton Œuvres complètes III, Paris, Gallimard.
LORD, J. (1997): Giacometti: A Biography, New York,  Farrar, Straus and Giroux.
LOTTMAN, H. R. (2003): El París de Man Ray, Barcelona, Tusquets.
MAIAKOVSKI, V. (1974): Poesía y Revolución, Barcelona, Península.
AGUER, M. (2004): “L’inconditionnalité surréaliste de Salvador Dalí en débat”, L'Avenç, 292.
NAVILLE, P. (1975): La révolution et les intellectuels, Paris, Gallimard, col. “Idées”.
NADEAU, M. (1948): Documents surréalistes-Histoire du surréalisme, Paris, Éditions du seuil.
PÉRET, B. (1965): “Le déshonneur des poètes” precedido de “La parole est à Péret”, Paris, Jean Jacques Pauvert.
PÉRET, B. (1987): Les rouilles encagées, en Œuvres complètes IV, Paris, José Corti.
POLIZZOTTI, M. (2009): Revolución de la mente, la vida de André Breton, México, F.C.E.
SARTRE, J. P. (1946): L’existentialisme est un humanisme, Paris, Nagel.
SARTRE, J. P. (1977): Autorretrato a los setenta años, Buenos Aires, Losada.
SOLÀ SOLÉ, P. (2014): Louis Aragon y España, España, Edicions Universitat de Lleida.
STARKIE, E. (2007): Arthur Rimbaud una biografía, Madrid, Siruela.
STRONG, B. E. (1997): The poetic avant-garde: the groups of Borges, Auden and Breton, Illinois, Northwestern University Press.
WILLIAMS, J. S. (2008): Jean Cocteau, London, Reaktion Books.


*****

EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidada: Dorothea Tanning (Estados Unidos, 1910-2012)


Agulha Revista de Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 135 | Junho de 2019
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2019






[1] Breton vendió su correspondencia con Valéry cuando éste se posesionó (Strong, 1997: 254).
[2] Libelo publicado el 15 de enero. Firmantes: Baron, Boiffard, Desnos, Leiris, Limbour, Morise, Prévert, Queneau, Vitrac. Otros, el dadaísta Ribemont-Dessaignes, Bataille y Carpentier. La apertura del bar Maldoror por Desnos significó otra provocación al macular ese nombre. El 14 de febrero el grupo atacó el bar terminando enfrentado con los comensales.
[3] En diciembre de 1931 Valentin fue excluido tras la decepción del filme À nous la liberté. En “Un film commercial” Char y Éluard juzgan éste como contrarrevolucionario (Buñuel 1987: 134).
[4] Dalí acordaba: “je prends l’engagement de couper court à la propagande hitlérienne que je passe pour mener dans divers milieux”; “A bas Hitler! Vive Lénine!”. Mas el 2 de febrero continuó con la exposición de L’énigme de Guillaume Tell (aparecía Lenin con las nalgas deformadas) en el Salon des Indépendants del Grand Palais de París, centro oficial de arte para el grupo (Aguer 2004: s.p.).
[5] “Je n'ai jamais rien fait de ma vie qui m'ait coûté plus cher. Rompre ainsi avec l'ami de toute ma jeunesse ne m'a pas été seulement affreux pour quelques jours. C'est une blessure que je me suis faite, et qui ne s'est jamais cicatrisée” (Aragon, 2012: 310).
[6] Decía Soupault en 1967: ‘“Ce qui me surprenait et qui provoquait mon admiration c'est qu'il voulait, envers et contre tous, rester fidèle à lui-même. André Breton à dixhuit ans et à soixante-huit ans, n'était pas tellement différent ”’ (Strong, 1997: 254).

Nenhum comentário:

Postar um comentário