quinta-feira, 15 de outubro de 2020

BERTA LUCÍA ESTRADA | La mujer en los salones literarios


 


E
l primer salón literario fue creado por la Marquesa de Rambouillet (1588-1665), políglota y poseedora de una gran cultura, decidió rodearse de los grandes intelectuales de su época. En su Salón se discutía semanalmente sobre arte, literatura, filosofía, música, y por supuesto, se daban conciertos y al mismo tiempo servía de encuentro a las medias-azules, más conocidas como las preciosas, quienes habían dado lugar a una forma muy particular del uso de la lengua francesa, el Preciosismo. Los salones literarios son el origen de la Academia Francesa, creada por Richelieu (1585-1642) en el año 1635. Pero también se hablaba de política, y por supuesto, también se intrigaba.

Otra escritora de gran renombre fue Madeleine de Scudéry (1607-1701), quien dirigía su propio salón literario; tal y como ocurrió con otras escritoras, Madeleine de Scudéry publicó sus primeras obras utilizando el nombre de su hermano Georges, escritor como ella, pero inferior literariamente hablando. Posteriormente, utilizó el seudónimo de Safo y finalmente decidió publicar utilizando su verdadero nombre. Madeleine de Scudéry, es considerada como una de las grandes escritoras del siglo XVII. Como era usual en su época, en su salón literario recibía a los grandes intelectuales, artistas y músicos. Su Salón era frecuentado, básicamente, por intelectuales que apoyaban La Fronda, movimiento insurreccional en contra de la Regente Ana de Austria (1606-1646) y de Mazarino (1602-1661); regencia llevada a cabo durante los años de infancia de Luis XIV (1638-1715). Madeleine de Scudéry, fue una incondicional de "La Grande Mademoiselle", cuyo nombre verdadero era Ana María de Orléans (1627-1693), quien tenía grandes lazos con el movimiento insurrecto. Por su parte, el cardenal Mazarino (1602-1661) legó su inmensa fortuna al estado francés, y en su testamento especificó que una parte de ese dinero debía utilizarse para la fundación del Colegio de Cuatro Naciones, el cual se conocería luego con el nombre de Instituto de Francia.

Este mundo de salones literarios y de intrigas sociales y políticas, que creíamos perdido, pudo ser respirado y vivido a través del teatro. Me refiero a la obra “L’Antichambre” de Jean-Claude Brisville, llevada a las tablas en 2008 por Christophe Lidon. En ella se logra se representan los salones del siglo XVIII; especialmente el declive del salón de una famosa libertina, Madame de Deffand (1697-1780) (representada por Danièle Lebrun) y el duelo verbal que establece con su sobrina Mademoiselle de Lesspinasse (1732-1776) (representada por Sarah Biasini, la hija de Romy Shenneider) y en el medio, Charles-Jean-François Hénault D’Armorezan (1685-1770), conocido también con el nombre de “El Presidente Hénault”, un conocido hombre político de la época, siendo representado por el actor Roger Dumas.

En este siglo de mujeres de excelsa pluma encontramos a Madame de Lafayette (1634-1693), autora de La princesa de Clèves; considerada como la primera novela moderna de la literatura francesa. Esta obra se destaca por una acertada descripción psicológica de sus personajes. Y si bien sus contemporáneos reconocían sus calidades intelectuales, ella no debió haberse sentido del todo segura ya que nunca reconoció la autoría de la novela en cuestión y algunos de sus libros fueron publicados póstumamente.

En el siglo XVIII Madame de Châtelet (1706-1749), reconocida por sus aportes a la ciencia, escribió Las instituciones de la física y tradujo a Newton (1643-1727). Además, fue una mujer que osó desafiar a la sociedad de su tiempo al abandonar a su marido e irse a vivir con Voltaire (1694-1778), con quien estableció una relación afectiva, sólida y duradera. Realizaron conjuntamente varias investigaciones científicas y su salón fue visitado por los grandes intelectuales de la época. Su biblioteca llegó a albergar diez mil volúmenes y era considerada una de las más importantes de la época. Por su parte Mary Wollstonecraft (1759-1797) escribió La vindicación de los derechos de la mujer. Su hija fue la célebre Mary Shelley (1797-1851), casada con el poeta Pierce Shelly, Shelley es la autora de Frankestein, la célebre novela gótica, tantas veces llevada al cine. Mary Shelley, ejerció también como editora de la obra poética de su marido y es considerada la pionera de la crítica literaria; lo que da luces sobre su gran capacidad intelectual; pero también fue dramaturga, ensayista y biógrafa.

En cuanto a Madeleine de Scudéry se refiere, no sería la primera ni la última mujer en utilizar un nombre masculino para publicar sus obras, ni Madame de Sévigné sería la única en desconocer su propia obra. Después vendrían otras, muchas más famosas que ella, como es el caso de Georges Sand. Práctica que se dio no sólo en la literatura, sino en pintura y en música. Es el caso de Marietta Robusti (1560-1590), hija del gran pintor Tintoretto, además de ejercer el oficio paterno, la pintura, era música. Para poder viajar con su padre, y poder recorrer las cortes europeas, se disfrazaba de hombre ya que a la mujer le estaba prohibido dicho oficio. Una gran parte de la obra atribuida al Tintoretto (1518-1594), en realidad fue realizada por ella. Su caso no fue el único. La obra pictórica de varias mujeres fue firmada por los hombres. Es el caso de Judith Leyster, cuya obra ha sido atribuida a Franz Hals (1580?-1666). O el caso de Sofonisba Anguissola (1535-1625), quien es considerada como una de las representantes de la pintura más importantes del siglo XVI. Y por supuesto está Artemisia Gentileschi (1597-1654), una de las más grandes figuras del barroco italiano. Fue su padre quien la introdujo en el mundo de la pintura; él mismo reconocía que el talento de su hija era muy superior al suyo. No obstante, muchas de sus obras llevan la firma paterna. Artemisia también puede ser considerada como una pionera del feminismo, además fue la primera mujer en ser aceptada en la Academia del Arte de Florencia. No sólo vivió de su trabajo, sino que cuando su matrimonio dejó de funcionar, decidió separarse de su marido y llevar una vida completamente independiente e incluso crió sola a su hija. No hay que olvidar el terrible proceso que tuvo que afrontar luego de la violación de la que fue víctima por parte de uno de los pintores de la época, Agostino Tassi, quien era su preceptor. [1] Giovanna Garzoni (1600-1670), fue una miniaturista que gozó de gran prestigio en su época, trabajo que le sirvió para llevar una vida sin problemas económicos; al punto que pudo retirarse a la edad de 46 años. Su trabajo le valió el reconocimiento de la Academia del Arte, habiendo sido aceptada por ella como uno más de sus miembros. Y en América Latina está la gran pintora de la Escuela Quiteña Isabel de Santiago (1660?-1714), hija del pintor Miguel de Santiago (1630-1706). Su talento y maestría fueron ampliamente reconocidos por sus contemporáneos, quienes la dmiraban y respetaban hasta el punto que sus propias obras eran aceptadas para cubrir las deudas que le habían dejado su padre y su marido; por otra parte, siempre vivió de su oficio de pintora. Sin embargo, la historia de la pintura, siempre escrita por los hombres, la dejan a un lado, como si nunca hubiese existido.

En el mundo de la música encontramos a Ana Mozart (1751-1829), niña prodigio, compositora e intérprete, quien debió sacrificar su carrera, por órdenes de su progenitor, para no opacar a su hermano Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). En el siglo XIX está Fanny Mendelssohn (1805-1847), hermana del Félix Mendelssohn. Las labores de la casa y la sociedad decimonónica, que rechazaba el ascenso profesional de las pianistas y compositoras, le impidieron realizarse plenamente como intérprete del piano. El caso de Clara Schumann (1819-1896) es diferente. Alabada por Goethe (1742-1832), fue reconocida como una gran pianista y compositora, comparada incluso por sus contemporáneos con Liszt (1811-1886). Y aunque ganaba bien por su trabajo, realizaba giras por toda Europa, y su marido, Robert Schumann (1810-1856), la admiraba y estimulaba su trabajo, ella nunca fue verdaderamente consciente de sus capacidades como música y compositora. Al respecto escribió en uno de sus diarios:

 

Alguna vez creí que tenía talento creativo, pero he renunciado a esta idea; una mujer no debe desear componer. Ninguna ha sido capaz de hacerlo, así que ¿Por qué habría de esperarlo yo?

 

Escribió 66 piezas musicales, sin olvidar la producción que fue utilizada por Robert Schumann en la obra Op 37, de las 12 piezas que lo conforman, tres son de su esposa Clara.


Otro caso
fehaciente de la infamia causada a una mujer es la vida de la gran escultora Camille Claudel (1864-1943). Muchas de sus obras fueron atribuidas a Auguste Rodin (1840-1917). Camille Claudel fue su pupila, colaboradora y amante por muchos años. La tormentosa relación afectiva que tuvo con Rodin influyó sobremanera en su estabilidad mental. Esta extraordinaria escultora tuvo una vida marcada por la fatalidad. Poseedora de un gran talento, terminó su vida encerrada en un hospital psiquiátrico, alejada de los hombres que más amó: de su hermano Paul Claudel (1868-1955), a quien ella misma le auguraría un gran lugar en el mundo de las letras, y de su gran amor Auguste Rodin, el genio de las Puertas del Infierno –proyecto en el que Camille Claudel participó como ayudante-. La relación de Camille y Rodin, de Maestro y de aprendiz, pronto pasó al plano afectivo, habiéndose establecido una relación turbulenta por espacio de varios años. El trabajo y la relación terminaron abruptamente en parte porque Auguste Rodin no aceptó nunca separarse de su compañera sentimental Rose Beuret; por lo que la artista se sumergió cada vez más en su trabajo, y junto con él en una profunda soledad y una abismal depresión. Algunas de las obras que fueron atribuidas a Rodin por espacio de casi un siglo son en realidad trabajo de Camille Claudel. Incluso, una de las causas de la paranoia que la afligiría por más de treinta años, fue producto de los rumores que atribuían que gran parte de sus obras eran creación de Rodin. El excesivo amor y devoción que sentía por él se convirtieron en un odio sin atenuantes, que también fue decisivo en el deterioro mental que la aquejaría hasta el momento de su muerte. Los últimos 30 años de su vida los pasó sin hablar y sin producir ni una sola obra. Imagino que en el fondo de ella misma era un grito de dolor al ver como su libertad le había sido arrebatada por el hombre que había amado. Pero también por su madre y hermana que la consideraron una gran vergüenza para la familia, por el hecho de haber escogido la profesión de escultora, en vez de haberse casado con uno de los tantos pretendientes burgueses que la acechaban; y lo que es peor, nunca aceptaron su relación con Rodin. También se sintió abandonada por el hermano al que ella había apoyado en los inicios de su carrera literaria, pero para él, Camille significaba una seria amenaza para su otra carrera, la de diplomático. Al enclaustrarla en el horror que representaba un manicomio a comienzos del siglo XX, su familia y el mismo Rodin, creyeron callarla para siempre; pero Camille era rebelde por naturaleza, y aunque nunca más volvió a hablar, si le escribió muchas cartas a Paul suplicándole que la sacara del lugar donde estaba internada. Jamás recibió una respuesta, por lo que ella escribiría en su diario frases lacerantes como estas que transcribo:

 

Tras apoderarse de la obra realizada a lo largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto merecían ellos… En el fondo todo eso surge del cerebro diabólico de Rodin. Tenía una sola obsesión: que, una vez muerto, yo progresara como artista y lo superara; necesitaba creer que, después de muerto, seguiría teniéndome entre sus garras igual que hizo en vida. [2]

 

Y si miramos a las pintoras latinoamericanas del siglo XX, nos encontramos con Frida Khalo (1907-1954), quien verdaderamente comienza a ser admirada y respetada a partir del momento en que André Breton (1896-1966) la declara surrealista y expone sus obras en París. En Colombia, el drama lo conoce Débora Arango (1907-2005), a quien la crítica de arte Marta Traba (1930-1983) destrozara. Hace apenas 20 años que su genio ha sido reconocido, lástima que haya sido en el ocaso de su vida.

Este libro no quedaría completo sino hablara de la escritora de literatura para niños, de origen mongol, Sophie Rostoptchine, Condesa de Ségur (1799-1874). Hija del Conde Fedor Rostoptchine, gobernador de Moscú en el fatídico año de 1812, y el mismo que ideó la estrategia de incendiar la ciudad para evitar que Napoleón Bonaparte (1769-1821), junto con su ejército, se la tomara y se instalara en ella para pasar el invierno. Al no poder soportar a la intemperie la inclemencia de las bajas temperaturas moscovitas y al no poder recibir el reabastecimiento para sus tropas, fue lo que condujo a la huida desastrosa que debió emprender y que todos conocemos, lo que significó el fin de su exitosa carrera militar y el fin del imperio francés. Dicha huida cambió el rumbo de la historia, de la que él había sido el amo y señor hasta ese momento. En cuanto a la Condesa de Ségur se refiere, su carrera literaria es bastante tardía, su primer libro lo escribe a la edad de 58 años, lo que no le impedirá una exitosa carrera, puesto que a partir de 1856 se convierte en una de las autoras predilectas del público y por lo tanto de su editorial, la Biblioteca Rose Hachette, conocida hoy en día como Editorial Hachette. Su primer libro, Les nouveaux contes des fées (Los nuevos cuentos de hadas), fue el resultado de los cuentos que solía narrarles a sus nietos. Algunos de ellos relatan hechos un poco crueles, lo que significaba una ruptura completa con la literatura para niños que se conocía hasta ese momento. Dicha crueldad posiblemente fue el resultado de una infancia desafortunada y de su relación más que difícil con su madre. Es de resaltar que sus cuentos son moralistas, el bien siempre triunfa sobre el mal; por lo que el factor pedagógico es un factor muy importante en su obra.

Por su parte Georges Sand (1804-1876) entendió muy bien que para triunfar en un mundo controlado por los hombres debía apropiarse de sus códigos y de su manera de desenvolverse en el mundo social y cultural. Su verdadero nombre era Aurore Dupin, baronesa de Dudevant; no sólo adoptó un nombre masculino sino su vestimenta, y respondía tanto al nombre de señora como de señor. Esta ambivalencia le gustaba y con ella desafiaba a la sociedad mojigata de su época. Y si bien fue una reconocida escritora, “una máquina de escribir libros”, como la llamó Nietzsche (1844-1900), también incursionó en la política. Era ella quien escribía los discursos políticos de Lamartine (1790-1869), no obstante rehusó aceptar una candidatura que sus contemporáneas le propusieron; aunque consideraba que escribir era un acto legítimo para las mujeres, el ejercicio pleno de la política era, según ella, del ámbito de los hombres.

La vida de esta escritora francesa es bastante singular, aún hoy en día su comportamiento daría mucho de qué hablar dentro de los círculos sociales, donde los prejuicios y la doble moral tienen su mejor asiento. Desde muy joven se rebelaría contra los convencionalismos de su época, los cuales exigían que la mujer se limitara al desempeño de las tareas domésticas: cuidado del hogar, crianza de los hijos, esposa fiel y abnegada; y si pertenecía a la élite social, podía acceder al esparcimiento que proporcionaban las fiestas y al ocio característico de la aristocracia y de la alta burguesía del siglo XIX. Su matrimonio, como todos los matrimonios de su época, fue arreglado, y de esta unión nacieron dos hijos, y aunque siempre fueron su principal razón para vivir, tampoco fueron un escollo para realizarse como escritora y como mujer.


Georges Sand
 escandalizó al círculo social al que pertenecía de diversas formas. Primero su independencia la lleva a separarse de un marido al que no respeta ni ama, decide vivir sola con sus hijos y ejercer una profesión donde no había espacio para las mujeres, la literatura. Para subvertir aún más el orden de las cosas decide cambiar su nombre por uno masculino; y va aún más allá, decide vestirse con ropa masculina. Pero ante todo es una mujer libre que decide cuándo, cómo y a quien amar. Ama sin tapujos, sin prejuicios, es ella quien toma las decisiones, así que escoge sus amantes, pero también es ella quien decide cuándo y cómo terminar una relación. Los hombres que Georges Sand escogía, podían decir que habían sido sus amantes, no obstante ella no sería la amante de nadie; en el sentido que nunca pudieron ejercer influencia alguna sobre ella, ni lograrían menoscabar ese espíritu de independencia, de autonomía y de rebeldía que siempre la caracterizó. Se rodeó de los hombres más ilustres de su tiempo: Alfred de Musset (1810-1857), quien nunca terminaría de entender porque ella se había cansado de su relación; y su gran amor, Chopin (1810-1849), a quien ella seduciría y cortejaría de una manera completamente masculina, para no nombrar sino a dos de sus innumerables conquistas. A Chopin la unía una mezcla de sentimientos, que iban desde la pasión sexual hasta una relación un poco maternal, que la impulsaba a velar por su precaria salud. George Sand también amaba a las mujeres. Dentro de sus mejores amigos se contaba también a Liszt (1811-1886). Georges Sand escribió 70 novelas y 25 obras de teatro, y una enorme producción epistolar, cuya recopilación permitiría conocerla más íntimamente y escribir su biografía casi como si ella se la hubiese dictado a un escriba.

Pero Georges Sand no fue la única en utilizar un seudónimo masculino. En Inglaterra estaba George Eliot (1819-1880), cuyo verdadero nombre era Mary Ann Evans. Al igual que Georges Sand luchó contra la sociedad de su época, contra las costumbres victorianas y contra el puritanismo de la religión evangélica. Convivió por espacio de varios años con el periodista Georges Lewes (1817-1878), lo que generó un gran escándalo en su entorno social, ya que él estaba legítimamente casado con otra mujer. Georges Eliot rompió con todos los esquemas de la mujer decimonónica y afrontó el escándalo que ello debió suponer; es decir, la exclusión (léase repulsión). Es de anotar que si bien las mujeres de cierto nivel social eran condenadas si tenían amantes, no pasaba lo mismo con los hombres; ya que éstos podían tener una “querida” –como se decía hasta hace poco tiempo– o vivir con ella extraconyugalmente, eso los hacía más viriles, más machos, más masculinos, más hombres; es más, el hecho de tener una amante les aseguraba el éxito social.

Una escritora fuera de norma fue Jane Austen (1775-1817) autora de Orgullo y Prejuicio. Al contrario de muchas mujeres de su época su padre y su familia la apoyaron en su oficio, pero las editoriales que publicaron sus obras siempre la estafaron. Jane Austin fue reconocida y admirada en vida. Fue una mujer independiente que no quiso nunca someterse al yugo del matrimonio; y si hablo de yugo es por lo que este lazo representaba en la Inglaterra de su tiempo. Orgullo y Prejuicio ha sido llevada varias veces a la pantalla, así como la vida de su autora. Algunas corrientes feministas la ven como una de las precursoras de la emancipación femenina; mientras que varios críticos literarios la ven como una mujer austera y bastante conservadora. Orgullo y Prejuicio es una obra que ha tenido un enorme éxito en los últimos veinte años, es como si apenas ahora se descubriera su obra.

Por su parte, Charlotte Brönte (1816-1855), la autora de “Jane Eyre”, (1847), nos relata su vida y la de sus hermanas:

 

Vivíamos en un lugar alejado donde la educación había hecho pocos progresos y donde, en consecuencia, no había ninguna tentación de buscar un trato social fuera de nuestro círculo familiar; dependíamos por completo de nosotras mismas, y de los libros de estudio, en lo que toca a los placeres y las ocupaciones de la vida. [3]

 

Charlotte Brönte solía corregir el manuscrito de Jane Eyre mientras preparaba el almuerzo; situación que la llevó a rebelarse y a analizar su situación y desear ver más allá del salón familiar. Su hermana Emily Brönte (1818-1848), la más famosa de todas, escribiría la novela con la que muchas generaciones de mujeres adolescentes soñarían con su primer amor: Cumbres borrascosas (1847), llevada al cine en dos o tres versiones. Y si bien el libro de Jane Eyre tuvo un éxito inmediato, Cumbres Borrascosas no corrió con la misma suerte. Habría que esperar al siglo XX para que esta obra fuese apreciada en su justa medida. Los editores de estas dos obras sólo conocieron los nombres de las autoras cuando ya habían aceptado publicar sus libros. En cuanto al libro de poemas que Charlotte y Emily publicaron con Ana, su otra hermana, fue bajo la máscara de seudónimos, masculinos por supuesto.

En Estados Unidos estaba la recatada y solitaria Emily Dickinson (1830-1886). Nunca fue muy consciente de su talento, por lo que raras veces mostró su producción poética a las pocas personas que se ganaron su confianza y aprecio. Siempre se negó a la publicación de su obra. Sin embargo, cuatro de sus poemas fueron publicados, sin su consentimiento, en un periódico de su ciudad natal; y a instancias de la escritora Helen Hunt Jackson aceptó publicar un poema en una antología que recogía la obra de poetas anónimos. Los últimos años de su vida los pasó literalmente encerrada en su alcoba, sin tener prácticamente contacto con nadie. A la muerte de Emily, su obra fue descubierta por su hermana Lavinia. Había dejado la nada despreciable producción de 800 poesías, las cuales fueron escritas en pedazos de papel, en hojas de cuaderno sueltas y sin que las fechase; lo que ha dificultado la labor de los críticos y estudiosos para establecer cierto orden cronológico de su prolífica producción. Entre sus autores predilectos están Georges Sand, las hermanas Brönte, Lord Byron (1788-1824) y Keats (1795-1821).

Helen Hunt Jackson (1830-1885), escribió novelas, cuentos infantiles, poesía y ensayos. Fue una gran defensora de los indios, y denunció el despojo sistemático del que eran víctimas por parte del gobierno de Estados Unidos. Harriet Beecher Stowe (1811-1896), autora de más de diez libros, conocida ante todo por La cabaña del tío Tom, fue una mujer comprometida en la lucha contra la esclavitud, al punto de haber participado activamente en el tren subterráneo. Dicho “tren” era una red de activistas abolicionistas que ayudaban a los esclavos a huir al norte de los Estados Unidos y de allí los ayudaban a pasar a Canadá, donde finalmente quedaban libres.

Selma Lagerlöf (1858-1940) es otra gran escritora. Aparte de Harriet Beecher Stowe, fue la primera novelista que leí cuando contaba escasos doce o trece años; desde entonces ha ocupado un lugar importante en mis gustos literarios. En la década de 1880 comienza a publicar poemas en el periódico local y en la revista que publicaba su Iglesia; es entonces cuando recibe una invitación de la baronesa Sofía Adlersparre quien dirigía el principal movimiento feminista sueco, tal y como lo habíamos visto anteriormente. En dicha visita Sofía Adlersparre elogió su talento y le sugirió que escribiera en prosa. Selma Lagerlöf siguió sus consejos y se conviertió en la autora que hoy conocemos. Su obra cumbre, El maravilloso viaje de Nils Olgersson a través de Suecia, es el resultado de un proyecto que le fue encomendado por el Ministerio de Educación Nacional de su país, cuyo fin era realizar un manual de geografía para niños; para ese entonces Selma Lagerlöf se desempañaba como profesora. El personaje creado por ella, Nils Olgersson, se convierte en duende, y puede viajar a todo lo largo y ancho del país montado en patos salvajes. La posibilidad de volar, pero también de descender a tierra, le proporcionan a la autora una gran libertad narrativa. Su protagonista puede observar el país desde el cielo, pero también puede recorrerlo a pie si así lo desea. Esta obra era una influencia directa de El libro de la selva, de Rudyard Kipling (1865-1936); otra de las obras que he leído y releído con ansiedad. Uno de los grandes admiradores de Selma Lagerlöf fue el filósofo Karl Popper (1902-1994), quien afirmó, en alguna ocasión, que era un libro que leía al menos una vez al año. Ya desde el año de 1895 había podido dedicarse única y exclusivamente al ejercicio de la literatura, puesto que el Estado le había destinado, a perpetuidad, una suma anual considerable. En el año de 1909, Selma Lagerlöf se convierte en la primera mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura, y en 1914 entra a formar parte de la Academia Sueca. En 1922 su retrato comenzó a aparecer en los billetes de 20 coronas, honor que también había sido otrogado a Safo en la antiguedad. Escribió, igualmente, algunas obras autobiográficas, entre ellas El diario de Selma Lagerlöf. Dejó una obra bastante prolífica, y muchos de sus libros han sido llevados al cine. Es considerada una de las mejores plumas de la literatura sueca en particular, y de la literatura universal en general. Su legado literario es enorme y de una gran calidad estética.

Después de Selma Lagerlöf, ha habido otras mujeres que han ganado el Premio Nobel de Literatura: la italiana Grazia Deledda (1926), Sigrid Undset (1928) danesa, Pearl S. Buck (1938) USA, Gabriela Mistral (1945) chilena, Nelly Sachs (1966) germano-sueca, Nadine Gordimer (1991) Suráfrica, Toni Morrison (1993) USA, Wislawa Szymborska (1996) polaca, Elfriede Jelinek (2004) austriaca, Doris Lessing (2007) inglesa, Herta Müller (2009) rumano-alemana, y la canadiense Alice Munro (1931). Premio que nunca le fue otrogado ni a Virginia Woolf ni a Marguerite Yourcenar.


Por su parte, Marie de Régnie
 (1875-1963), ganadora del I Premio de Literatura de la Academia Francesa en el año de 1918, firmaba su obra con el seudónimo masculino de Gérard d’Houville. Escribía, también, crónicas parisinas para la revista Le Figaro, las cuales firmaba con el seudónimo de Flâneur (El paseante). Uno de sus pasatiempos favoritos, aparte del ejercicio de la literatura, era dormir en la mayor cantidad posible de camas de jóvenes poetas; sin embargo, su amante preferido fue Gabriel d’Annunzio (1863-1938). Y al igual que su antecesora Georges Sand, también cortejó mujeres. Entre ellas está la poeta y erudita Catherine Pozzi (1892-1934), amante de Paul Valéry (1871-1945) por espacio de diez años. Catherine Pozzi ha pasado a la historia como una de las mejores poetas francesas del siglo XX, a pesar de haber escrito sólo seis poemas verdaderamente importantes; por lo que ella habría dicho: He escrito Vale, Ave, Maya, Nova, Scolopamine, Nyx. Querría que se hiciese una plaqueta con ellos. No fue con más palabras que Safo ha atravesado el tiempo". Desde los diez años comenzó a escribir un diario personal; actividad que realizaría hasta el día de su muerte, el diario sólo fue publicado en 1987. Gérard d’Houville y Catherine Pozzi, tenían algo más en común que su amor por la literatura y por los escritores; sus padres habían sido poetas parnasianos. El padre de Gérard d’Houville había sido José María de Heredia (1842-1905) y el progenitor de Catherine Pozzi se llamaba Samuel-Jean Pozzi (1846-1918), [4] uno de los tantos amantes de Sarah Bernard (1844-1923). En 1910 es Judith Gautier (1850-1917), hija del poeta Teófilo Gautier
 (1811-1872), la escritora que gana el Premio Goncourt. La lista de importantes premios literarios ganados por mujeres continúa, pero necesitaría páginas y páginas para nombrarlas a todas.

 

NOTAS

1. La película “Artemisia”, de Agnès Merlet (1997), aunque es muy bien ambientada, termina por tergiversar la verdadera historia de la pintora. El rol de Artemisia fue interpretado por Valentina Cervi y el gran actor francés Michel Serrault interpretó a su padre, Orazio Gentileschi.

2. La vida de la artista fue llevada al cine por Bruno Nuytten (1988) y su vida fue magistralmente interpretada por Isabelle Adjani y la de Auguste Rodin por Gerard Depardieu.

3. De Riquer, Martín y José María Valverde. Historia de la literatura Universal. Editorial Planeta. S.A. – Barcelona. 2ª edición 1970. Pág 132, vol, 3.

4. Samuel-Jean Pozzi es el padre de la ginecología –uno de sus médicos asistentes fue Robert Proust (1873-1935), hermano de Marcel Proust (1871-1922)-. Pozzi, habría inspirado a Marcel Proust, para su célebre personaje Doctor Cottard en “En la búsqueda del tiempo perdido”.


 
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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 159 | outubro de 2020

Artista convidada: Mariana Palova (México, 1990)

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