sexta-feira, 30 de outubro de 2020

ENRIQUE DE SANTIAGO | Susana Wald, el puente hacia lo oculto

 


Lo mismo que el alma humana tiene sus pliegues secretos, así la catedral tiene sus
pasadizos ocultos. Su conjunto, que se extiende bajo el suelo de la iglesia, constituye la
cripta (del griego kruptos, oculto)

FULCANELLI

 

La pintura de Susana Wald, titulada En la cripta de Notre Dame, guarda relación con aquel estado en que se manifiesta el surgimiento de aquella simbología arquetípica que reside en todos nosotros, y que emerge cuando nos desprendemos de las ataduras de la consciencia o vigilia a partir del ejercicio del sueño, el delirio, el estado embrionario, o en la muerte. En este sentido la artista, posee una larga trayectoria pictórica en la cual, sus lienzos denotan una evidente carga de videncia o conexión con la otredad, además de una rica eclosión cromática sostenida por un acabado dominio –oficio– del dibujo y los elementos composicionales que dotan a una obra de aquella formalidad que la hace distinta y más elevada que el común denominador en el ámbito de lo poietico. Esto sucede porque esta artista muestra una comunión especial con el logos no manifestado, condición que la lleva continuamente en sus trabajos, a ir siempre “más allá de”, manifestando en su pintura aquello que conocemos como la universalización metafísica -donde se accede a un grado de abstracción, ya sea en el ámbito de la forma, o como una ausencia de números y de materia lógica (el eikon paradigmático).

Esta obra tiene un rasgo interesante porque conjuga una importante cantidad de elementos abstractos, con algunos elementos figurativos o reconocibles, que al yuxtaponerse y fundirse conforman una nueva realidad, y por ende en una sucesión de ideas simbólicas que surgen de su neo-morfología, y que están en absoluta concordancia con la sustancialidad arcana que ya tiene este sitio, con su historia o leyenda-mito, y el significante que se desprende de su constructo arquitectónico.


La cripta acoge lo oculto, allí reposa toda su significancia hermética, y su trascendencia, lo que le da su calidad de lugar sagrado en el ritual y la designación del misterio.

Susana en esta obra, con un manejo de la temperatura de la luz que da ciertas opacidades a ciertas figuras y al fondo, y otorga al espectador la sensación de aquel que ha ingresado y permeado un lugar sacro, un conversatorio holístico, donde se ha traspasado ese círculo que divide lo de afuera –mundano– con lo arcano. La forma dominante es la espiral, que es la de aquello que está en movimiento transformador y que por consiguiente es dador de vida, es lo fértil, que por naturaleza es femenino. Las espigas a la maniere del gótico rescatan esa antigua imagen de la fecundación – a partir de la espiga de Virgo - pero que también alude a la espada como símbolo masculino. En esta composición hay una comunión de la mujer con el hombre, para concebir la semilla renovadora que representa además el hieros gamos o matrimonio sagrado, que no sólo es una alusión al acto, si no que a la unión de lo que una vez por naturaleza estuvo en el Uno. Porque aquí está en cierta forma expresado el mito del andrógino, el de aquel ser de cuerpo hermafrodítico que mutó en una de las postreras transferencias de una raza a otra, generando la división que conocemos hasta nuestros días. Donde su consciencia como separación y transformación en algo más denso, sólo fue dada por la ayuda de los espíritus luciferinos a través del conocimiento kundalínico, cuyo receptáculo fue el cuerpo femenino que ingresa desde la parte baja de su columna.

Esta pintura es como si Susana entrara como un faro a alumbrarnos desde su intuición, y su mirada nos ofreciese un plano cercano desde el lenguaje del sentir. La obra además nos llama la atención porque contiene aspectos geométricos en toda su estructura. La pareja está dispuesta de manera de doble-pirámide formando una amplia base que toma la energía vernácula que proviene de las profundidades telúricas, y que también es bañada por las aguas del manantial que subyace bajo la cripta. Pero también las figuras componen en la posición media de dicha base, un ángulo hacia los planos abisales. Lo mismo se puede percibir en sentido inverso, lo que nos hace presentir un par de triángulos enfrentados que nos hacen referencia a la energía que asciende y la que desciende, cuya simbología también se expresa en lo que conocemos como el punto del dragón, donde se juntaban las energías cósmicas y terráqueas, y no fue casualidad que los constructores de catedrales eligieran estos lugares como punto para alzar estas edificaciones que no eran otra cosa que cajas de resonancia para aumentar la energía que allí se prodigaba. Susana, presintió esto al visitar este lugar hace un tiempo, y pese a que no bajó a la cripta, visualizó desde sus adentros, esta escena que manifiesta estos poderes.  

La artista nos está develando lo que antes se ocultaba de manera secreta para no ofender a la religión dominante. Acá se muestra con la mirada de la sabia, más bien dicho de quien recupera los dones de la niña, pues entre más cerca estamos de nuestro nacimiento, mejor vemos-percibimos, porque ya sobre los cinco años de edad esas visiones naturales se van perdiendo según nos relatan ciertos antiguos sabios. Pero ¿cómo recordar esa etapa? bueno, pues ésta es una de esas maneras… desdoblando el alma para conectarla con aquello perdido hace miles de años, me refiero a la videncia que la humanidad poseía. Así Susana se ha ido convirtiendo en una prima inter pares, [1] como lo fueron Remedios Varos, Leonora Carringnton o Dorothea Tanning por citar a algunas surrealistas que se convirtieron en maestras guías para el resto.


La catedral de Notre Dame, en alguna manera representa el laberinto –todas tenían dibujadas en el piso esta figura– y toman esta forma como fuente del viaje iniciático, por lo que la artista es como Ariadna, la que guía y empuja al alma humana a adentrarnos sin temor, para ver-saber, y volver indemnes, pero más sabios(as).

Es a partir de la expresión cromática y geométrica y su disposición simbólica dentro del plano, que ella da cuenta del derrotero a seguir en este viaje o puesta en escena en la geografía del saber. Susana muestra el conocimiento del yo olvidado o dormido por el yo-consciente, y este otro yo, es el que se encuentra con “el ojo en estado salvaje” y que se esconde para quien busca sólo con la razón. Los cuerpos, son un solo cuerpo, las formas curvas que representan el movimiento de los cuerpos esféricos no etéricos, son también uno. Parecen varios, pero son indivisibles en su música, el cuerpo está más allá de la forma física besando su condición astral, que se adentran en lo invisible que se hace visible, la energía que da forma a lo físico –lo más denso – para conocerse desde este otro plano, por lo que Susana retoma ese conocimiento llamado arquetípico que no es otro que el conocimiento akashico o astral, tal como nos lo relatan los filósofos herméticos. Las espirales en movimiento son contenedoras de la alquimia mineral, vegetal, animal, poseen colores orgánicos y vibraciones cromáticos de lo mal llamado inanimado, porque todo es movimiento, y Susana lo ha puesto tal como es, porque ella lo percibe bien, con ojos de mujer-maga. Ella siente estas volutas góticas, las siente en profundidad, con cada nota vibratoria que es amarillo, ocre, rojo, azul o violáceo, ya que sabe determinar la propiedad de cada sonido expresado dentro del silencio del reverso. La voluta, la espiral, es el permanente signo de lo que está en movimiento –lo dije anteriormente– pero que también al mismo tiempo es lo inmóvil, y por lo tanto el misterio dentro de una ilusión. Llama la atención el agua, el líquido, elemento principal en la "obra alquímica" y fundamental en toda la simbología arcaica, el agua que se renueva en "la estrella del tarot", el agua de manantial que fluye en las cavernas de las vírgenes negras, pues ciertamente en la cripta de Notre Dame, al igual que en Rouan o Chartres, el manantial quedó oculto bajo la edificación. Siempre estuvo ahí, pues allí se lavaban y bebían los peregrinos, y los constructores, sabedores de su poder mágico, mantuvieron tanto la gruta como el manantial, en la parte subterránea de la catedral.


Susana Wald logra traer el corpus simbólico que es absolutamente pertinente al espacio representado, que en este caso es la cripta de Notre Dame, pero no separa estos signos del todo virtual, sino que los enlaza con lo que está más allá, lo invisible-visible, que no sólo está contenido en la escena. Ella juega con el espacio que se abre desde el rectángulo, generado por el efecto de las espirales que en su movimiento perpetuo proyectan el ritmo más allá del cuadro, no hay finitud, porque la expansión esta asumida por las formas que prosiguen fuera de los márgenes de la obra.

 Se ve la materia rocosa en el fondo del cuadro y se ve el agua manando del fondo, dos elementos presentes en los cultos ligures que posteriormente pasarían –quizás de forma oral– a los celtas, hasta llegar a la edificación de esta construcción por parte de los cagots. [2] El circulo o los círculos y volutas presentes en la obra son la percepción de la quinta esencia planteada por los filósofos herméticos, esa es la vibración, la misma que plantea la física cuántica, cuando quarks, gluones etc. aparecen y desaparecen, en una existencia-no-existencia…lo que hace que nosotros mismos vibremos despareciendo en la no-existencia, que no es más que otra existencia en otra dimensión. La yuxtaposición de los colores y las transparencias o veladuras acentúan esta idea.

Una almendra-mística surge en el centro del cuadro, la que tiene la misma fundación simbólica de los seguidores de Isis, Inanna, Ceres o la Pachamama, que provienen de una sola cultura primigenia, y que aluden a la fuerza creadora de lo femenino, la que se conoce como el culto a la fertilidad en el neolítico, y que se perpetúa posteriormente en las culturas sumerias, egipcias o celtas, y que además poseían similitudes sígnicas, como por ejemplo el parecido de esta “almendra” con el signo egipcio anj [3] que da origen al actual signo de lo femenino. Es el signo de la diosa dadora de la vida y su compañero Osiris, en el 7º período de la evolución humana de la 5a raza. Y vuelvo a citar a Fulcanelli: "fuerza real, pero oculta, que se ejercita en secreto, que se desarrolla en la sombra, que actúa sin tregua en la profundidad de las construcciones subterráneas de la obra". Así entonces Susana ha actuado para develar el secreto, y levantarlo desde la cripta al lienzo.

 

NOTAS

1. Primera entre sus pares.

2. Minoría que habitaba en el oeste de Francia y en el norte de España. Hábiles albañiles participaron en las construcciones de las catedrales góticas.

3. El Anj es un símbolo egipcio relacionado con el renacimiento, con la diosa Isis y con su esposo Osiris. 


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 160 | novembro de 2020

Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)

Fotógrafa convidada: Dulce Ángel Vargas (México, 1981)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2020

 


 

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