domingo, 4 de outubro de 2020

FERNANDO ARRABAL | Conversa con su amigo Eugène Ionesco, en su casa parisina

 


Eugène Ionesco
.- Durante mis interminables noches un samaritano enfermero a mi vera... vela. Me cambia de costado al arrebato de mis dolores para que pueda soportarlos. Trajín que es ya todo mi peloponesco viaje nocturno.

 

Fernando Arrabal.- Viajando, viajando el “turista” griego practicaba la “autopsia”; verificaba los conocimientos que tenía “viéndolo todo con sus propios ojos”, cual hipócrates excursionista. Qué chusco pero qué significativo que al periplo por tierras desconocidas se le llamara en aquellos tiempos de Marisócrates “theoria”. Palabra que podemos relacionar, “a elección del celebrante”, con thea (observar) o con theos (dios).

 

E.I.- Mientras yo teorizo con mis dolores Rodica [1] tiene que dormir en el salón.

 

F.A.- Has engordado... quiero decir que estás menos flaco. ¿Qué lees?

 

E.I.- Acabo de terminar El misterio de la fe de Jean Guiton.

 

F.A.- Un agnóstico, como tú, ya sólo lee libros religiosos.

 

Rodica.- (que parecía ausente interviene suavemente). ¡No tan agnóstico!

 

E.I.- ¿Cuántas veces he... creído... sentir... la presencia de Dios?

 

F.A.- ¿Has tenido apariciones?

 

E.I.- En Tailandia entré en un templo con la mujer del consejero cultural de la Embajada francesa. Uno de los budas... habría un centenar... sen inclinó hacia mí y me sonrió. Más tarde la mujer del consejero me aseguró haber visto también el fenómeno. En Bucarest me levanté sofocado durante la noche. Grité a Rodica “Hay un terremoto. ¿No lo sientes?”. Al día siguiente un terremoto destruyó parte de la ciudad ocasionando muchos muertos. Muchos años después estaba paseando con un amigo en un parque de Bucarest cuando cayó derribado junto a mí un árbol. Sus hojas rozaron mi brazo derecho. Comprendí que hubiera podido morir aplastado. Meses más tarde, paseando por el mismo parque, otro árbol cayó también derribado. Esta vez a mis pies. En Portugal di a un niño que me pedía limosna cinco francos franceses... Una hora después encontré en el suelo un franco francés. Y es que a veces tengo relaciones humorísticas con Dios: el Señor había prometido el ciento por uno... pero a mí me dio el uno por cinco. Siendo más joven, en Rumanía, a media mañana lo vi todo bañado por la luz, las sábanas tendidas fuera radiantes. ¡Dios! Otro día en un pueblo de Rumanía donde Rodica iba a enseñar nos instalamos en un albergue cochambroso. Nos asomamos al balcón para ver el panorama. Cuando nos retiramos el balcón se cayó estrepitosamente. En el París de posguerra vivía angustiado, con Rodica, a causa de la enfermedad de Marie-France. [2] No podíamos hacer frente a los gastos. Salí a la calle con una cestita. De pronto encontré en el suelo 3.000 francos. Creí ver en ello la mano de Dios... Luego fui a un quiosco. Compré un periódico. Cuando volvía a casa me di cuenta de que había perdido los 3.000 francos. Hubiera podido decir como Job “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, bendito sea su nombre”. Por si fuera poco al día siguiente fui sometido a la tentación. Un amigo me regaló inesperadamente 100 francos. En una farmacia compré las medicinas. Costaban 94 francos. El dependiente creyó que le había dado mil francos y me devolvió 906 francos...

 

F.A.- Al evangelista le escandalizó que María Magdalena gastara en perfumar a Jesús trescientos denarios... quizá pensando en el hecho de que iba a ser vendido por tan sólo treinta.

 

E.I.- Algo así he soñado esta noche... Pero lo he olvidado... ¿Has soñado tú esta noche?

 


F.A.-
Soñé que estaba en el Hotel Atheneum de Londres. Me llamó por teléfono Beckett. Me extrañó porque había muerto. Le oía muy mal. Hablaba seguramente a distancia y sin coger el aparato. Por fin le vi, iba vestido con un jersey azul marino brillante. Me dijo: “Me han nombrado ministro”. Rió... y yo también. Mis carcajadas me despertaron.

 

E.I.- ¿Anotas tus sueños?

 

F.A.- En mi diario. Un conjunto de ellos los publicó André Breton bajo el título de La piedra de la locura. El otro día soñé que era el fin del mundo. Apareció Rodica y nos dijo a ti y a mí: “Tenéis que buscar un trabajo. Ya no hay editores”. Subí por una calle de Ciudad Rodrigo. En un teatro destartalado el director me pidió que recitara unos versos. Tuve miedo de fracasar. Rodica me animó... El director del teatro estaba furioso. Comprendí que me iba a arrestar. Entonces tú me dijiste: “Pide que te metan en el campo de concentración de las naranjas”.

 

E.I.- Semanas después de la muerte de Jean-Paul Sartre soñé que los dos estábamos viendo una de mis obras de teatro. Le dije: “¡Qué fracaso para mí! Ya ve, no ha venido ni un solo espectador”. J. P. Sartre me contestó: “Mire hacia arriba: el gallinero está abarrotado”. Era cierto. Le confesé: “Nunca comprendí su obra, nunca la aprecié, permítame que le pida perdón”. Sarte me miró fijamente y comentó: “Demasiado tarde”.

 

F.A.- ¿Tienes sueños premonitorios?

 

E.I.- Pasé una noche hace cerca de cuarenta años en la casa de una amiga inglesa. Mi hija, Marie-France, que era una niña, durmió en una habitación situada bajo la mía. Soñé que estaba rodeado por un corro de médicos. Les pedí que me dijeran la verdad. Uno de ellos, altivo, me informó que tenía un tumor canceroso en el cerebro. Y añadió: “Pronto se dará cuenta por sí mismo: comenzará a perder el sentido de la orientación”. Me desperté y me puse a andar por la habitación para ver si verdaderamente ya no sabía orientarme. A la mañana siguiente mi hija me dijo: “Papá, te has pasado la noche roncando”. “No es cierto, le dije. La verdad es que creí estar enfermo y pasé la noche dando vueltas en torno a mi cama”. La anfitriona intervino: “No roncaba usted. Era mi abuelo. Murió hace años en la misma habitación en que usted estaba durmiendo. En realidad no eran ronquidos lo que la niña oyó sino estertores. Se oyen siempre el día del aniversario de su muerte, como anoche”. “Sé de qué murió su abuelo, le contesté, de un tumor cerebral canceroso”. La anfitriona pasmada me preguntó: “¿Cómo ha podido adivinarlo?”.

 

F.A.- Al viaje que me convidas por tus recuerdos y tus sueños también los griegos le hubieran llamado “theoria”. En el siglo de Pericles esta palabra evolucionó hasta significar itinerario espiritual.

 

E.I.- Yo que ya no salgo de casa con qué facilidad viajo en mis sueños.

 

F.A.- El joven Jenofonte tenía tantas ganas de hacer un gran viaje que hizo trampas con los oráculos. Gracias a este ardid pudo alistarse, en 401, a una “brevísima” expedición en Asia. En realidad terminaría por recorrer 5.000km en dos años y de propina escribir su diario Anabasis.

 

E.I.- Mi diario desmenuzado hecho migas, Mon journal en miettes, ahora se va al fin a traducir en el país donde mi madre y yo nacimos. Los sofistas rumanos lo prohibieron ¡durante tantos años!

 

F.A.- Los sofistas, en Grecia, iban de ciudad en ciudad, de santuario en santuario, exhibiendo su arte de birlibirloque para buscar discípulos... de pago...

 

E.I.- El diablo está tan celoso de mis éxitos que me hace sufrir noche y día. Los dedos me tuerce, y me retuerce el cuerpo entero de dolor.

 


Rodica.-
Vamos, hombre, que el diablo no es dramaturgo.

 

F.A.- Se diría que el diablo existe para ti sin duda alguna pero Dios… ¡ay! ¿por qué se eclipsa cuando en la aflicción se espera su remedio aun sin llevar firma de milagro?

 

E.I.- Rezo... aunque no todas las noches. A los dieciocho años, en Rumanía, por primera vez sentí la presencia divina.

 

F.A.- Hace cuarenta y un años, ¡media vida! enceldaste en una de tus obras, Víctimas del deber, la visión que me acabas de contar, con estos resplandores: “Es una mañana de junio. Respiro un aire más ligero que el aire. Me siento más ligero que el aire. El sol se disuelve en una luz más luminosa que el sol. Lo atravieso todo. Las formas han desaparecido. Subo... Subo... Una luz que todo lo baña... Subo...”. “El Policía” positivista de tu obra, rabioso por semejante garbeo en las altura te increpa: “¿Te das cuenta de que no miras? Pero ¿qué es lo que estás viendo?... No me vas a hacer eso a mí... ¡Eh!... ¡Cabrón!”. Pero tú de pie firme continúas tu viaje: ¡Adelante con las visiones! aunque al poli se le caiga la sesera a los sótanos: “En el horizonte aparece radiante en las tinieblas... una milagrosa ciudad... un milagroso jardín...surtidores... estatuas luminosas... continentes incandescentes... sobre océanos de nieve...”.

 

E.I.- Otros viajes de ida y vuelta me llevaron, e incluso me vapulearon, de Rumanía a Francia, de la religión ortodoxa a la católica.

 

F.A.- Sin más viático que tu candor de una pieza. ¿Qué te hizo tu padre durante esta época?

 

E.I.- Mi padre y mi madrastra me odiaban. Me obligaban a permanecer sin moverme en una habitación. Ellos comían en el salón, yo en la cocina un puchero de patatas, o de “espaguetis”. ¡Con qué saña y violencia mi padre me pegaba! ¡Quería que fuera ingeniero!

 

F.A.- ¿Se te daban bien las Matemáticas?

 

E.I.- Petais nul (Nos reímos de buena gana hasta que se le extravía una lágrima. En el saco que creía roto queda agarrado el broche final). Un día me despedí de él definitivamente. Le dije con pompa y aparato: “Je vous salue... Sir”.

 

F.A.- ¿Le volviste a ver?

 

E.I.- No le volví a ver en mi vida. Fue un déspota. No sólo me pegaba a mí sino también a los criados. En mi mejor obra, Víctimas del deber, he hablado de él. Es mi única obra autobiográfica.

 

F.A.- ¿Conoció tu padre tu obra teatral?

 

E.I.- No lo creo. Murió a los sesenta y ocho años. Sin romper el silencio. Perteneció a los partidos políticos más influyentes del país desde la “Guardia de Hierro” hasta el comunista. Terminó su vida como alto funcionario de la policía estalino-rumana.

 


F.A.-
Me dijiste que era ateo.

 

E.I.- Se decía ateo... Pero el día de la muerte de su mujer, mi madre, se encerró con sus restos en el cementerio. Lloró y le pidió perdón por lo mucho que le había hecho sufrir.

 

F.A.- Precisamente en Víctimas del deber “El Policía” que encarna el papel de tu padre te dice: “Por mucho que de mi te avergonzaste, por mucho que insultes mi recuerdo... no te lo tomo en cuenta... Tus complejos... No nos vas a fastidiar con ellos... ¡Tu papá!, ¡tu mamá!... ¡la piedad filial”.

 

E.I.- La verdad es tan delicada y quebradiza como los sueños.

 

F.A.- La obra continúa arrebatándonos. Madeleine (o sea, en esta ocasión, tu madre) se desahoga por endechas ante su marido, tu padre: “Eres un ser inmundo, vil... Me has destruido...No te soporto más...”. “Me aburres”, despeja tu padre, “no comprendes nada de la vida. Aburres a todos”.

 

E.I.- En la obra soy “Choubert”, un personaje que no sabe mentir con las estrellas...

 

F.A.- ... y que saca la cara en el escenario: “Papá... Nunca nos comprendimos. ¿Puedes oírme aún? Odié tu violencia siempre, tu egoísmo... Me pegaste... Debería vengar a mi madre. Pero ¿para qué sirve la venganza? Siempre el que se venga pierde”. Y tu padre reconoce su rúbrica y confiesa: “Fui militar... Me vi obligado a participar en el exterminio de decenas de miles de soldados enemigos, de poblaciones, de mujeres, ancianos y niños... No quise tener descendencia. Intenté impedir que vinieras al mundo”. Con esta sentencia a cuestas has escrito, vivido y triunfado buscando la ternura escondida de las cosas...

 

E.I.- ... pero también he sufrido y hoy sufro sin más consuelo en mi doloroso viaje nocturno que unas manazas samaritanas que me cambian de costado.

 

NOTAS

Publicación original: La Esfera de los LibrosEl Mundo, 12 de marzo de 1994.

1. Rodica: la mujer de Ionesco.

2. Marie-France: la hija de Ionesco. 

 

***** 

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 158 | outubro de 2020

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2020


 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário