de estos pasos ausentes, no miradas,
rumor
que no oigo más en las pisadas
pero que me descubren las
distancias.
LEONARDO GUSTAVO RUIZ
La
escritura poética de Leonardo Gustavo Ruiz seguramente tiene que ver, como
mínimo, con esa particular forma de decir mientras construye las preguntas, de
atender con cuidado a la relación de las palabras y el poeta, al vínculo de la
poesía con el presente y el pasado, y a esa especie de condición suya para
ubicarse en una relación paródica, de diamante, de geometría paradójica y
lúdica con la gente y el mundo. Desde que lo conozco, y ya son nutridos los años,
es alguien que cultiva el saber con gracia, es decir, con ligereza, al hablar
de libros y autores, ideas y filósofos, temas y contextos. Ha leído y estudiado
mucho. Hablo de alguien muy elaborado en las ideas literarias y culturales. Y
el hablar con él siempre pasa por esa distinguida amabilidad que le da al buen
trato con los otros dentro de un sistema de humor muy al día, sin excluir los esporádicos
bajos fondos de la rabia y el sarcasmo.
Esta antología poética que le publicó
Monte Ávila Editores Latinoamericana, en 2007, con el título El poeta
perdido y otros textos, incluye varios libros suyos: Poemas dispersos
(1977-1998), Heráclito Caín (1998), Libro de muertos (1999), Las
proezas del solo (2001) y Fragmentos de un libro del poeta perdido (2004).
Pienso que ya es hora de hacerlo, de acercarme con el mismo interés que tengo
siempre por su poesía, por unas palabras que vienen apareciendo en estos días
con una insistencia a la que debo atender, pues quizá es un hilo que debo
entresacar porque que de algún modo extraño (como su obra) me busca y habla. Entonces,
lo que me trae a esta aventura de su decir, de su escribir, es la estela de un
contacto que inicié al escribir unas palabras para presentar un libro suyo en
Caracas, en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Las
proezas del solo, 2001) , y si no encuentro esos papeles, no olvido
que en el comentario mencioné el encanto con esos versos, donde la modalidad
del soneto era brillante y elocuente y traté de cifrar los enigmas de aquella
materia envolvente con una escritura poética como barroca que, a manera de
contrapunto lírico, era una manera poética de saludarlo y darle bienvenida a
unos poemas por completo fuera de lo común y muy actuales en su decir y en su
belleza. Hay que leerlos, pues son muchas las significaciones que seguro pueden
encontrarse allí. Fue bonito aquel momento. En la actualidad conservo ese
espíritu de entusiasmo para volver a sus páginas, cuando son cinco los libros
que reúne esta muestra de 2007, y lo que traigo de nuevo es el tiempo y las
ganas de hablar con sus poemas desde un deseo de diálogo y difusión que me
lleva a sus versos. Así que la historia está escrita: los comentarios pasan, quedan
los poemas. ¡Qué bueno!
Leonardo (1959) nació en Barinas,
capital del estado con el mismo nombre (dato curioso en un escrito sobre él, ya
que esa palabra es una ciudad y es un estado, una palabra que es una cosa y es
otra y seguro que varias cosas más). Hijo del historiador, político,
antropólogo y poeta, José Esteban Ruiz Guevara y de Carmen Tirado Villafañe. Para
afinar más el clima intelectual de la familia, es pertinente mencionar que
todas sus hermanas y hermanos también escriben: Tania es periodista, Mercedes
historiadora, Federico periodista y poeta, y el mayor, Wladimir, era un erudito
asombroso y político (como casi toda esta familia). Leonardo es el menor. Hizo
estudios de letras en la Universidad de Los Andes. Está casado con la poeta Ana
María Oviedo Palomares. Además de sus libros de poesía ha publicado varios
libros de ensayos.
Para iniciar esta lectura que quiere
dibujar algunas figuras que señalen directrices en fuga en una poesía a la que
en la actualidad encuentro muy cercana con su inédita mensajería, selecciono
con arbitrariedad una palabra que se presenta al visualizar la antología y hará
la función acá de eje temático y de imán. Se trata de la noción de pérdida que
está en la palabra que nos recibe: “perdido”, El poeta perdido y otros
textos. (Hubiese podido seleccionar “Heráclito” o “río” o ambas y haber
avanzado por la ruta de otra lectura. Algún día lo haré a ver qué pasa.)
Al revisar el índice veo que el libro
que le da título a la antología no está en su integridad en estas páginas, sino
que hay Fragmentos de un libro del poeta perdido (2004). Estos
fragmentos como unidad parcial de libro están divididos en cuatro partes: “El
polizonte”, “Casa llevada”, “Perdidas sombras de cosas,
letras, voces”, “Poeta perdido” y “El río y la carretera”. Esta estructura
llama la atención, pues este libro son fragmentos de una unidad que no está, es
decir, configuran una ausencia hasta donde es posible configurarla. Lo que le
que le da al conjunto y a los poemas el propósito de traer, recoger, atrapar,
encontrar, dibujar, develar, darle rostro a la ausencia, a lo que desapareció y
exige un esfuerzo para hacer de nuevo acto de existencia. Es la recuperación de
la memoria hasta donde esto sea posible, hasta donde llegue la voluntad de ver
y saber sobre el pasado y lo que queda de aquello que pueda ser asimilable y
útil en el presente. Se parte de algo que no está, que se quedó en el camino y
se tuvo en algún momento. Según el poeta pasó lo siguiente (lo dice en el
prólogo): “Fragmentos de un libro del poeta perdido nació como El poeta perdido en
1996. El extravío en una editorial terminó por encajarlo en la propia temática
del título; como su reconstrucción total fue imposible, logré reunirlo a
pedazos”. Entonces, lo recuperado son como los restos de un naufragio. Fragmentos
(pedazos) de un acontecimiento fundante en un origen de drama. Y no solo esto,
sino que también este drama en tanto desintegración de lo que se tiene o se
tuvo en un momento, mina y contamina a la existencia y a los libros. Dice el
poeta en el mismo lugar: “Estos Fragmentos… seguirán fragmentándose
hasta que desaparezcan aquellos rasgos que pudieron dar fisonomía, en un
momento, a una imagen demasiado borrosa del poema y del poeta”. Que es a lo
mejor a lo máximo que podamos aspirar: a ese borrón, a esa tachadura, a ese
resto.
Estos Fragmentos de un libro
del poeta perdido tiene varias secciones, y abren varias vías de averiguación.
La primera sección y la primera pregunta es por el nombre de la misma: “El
polizonte”, que, según el Diccionario panhispánico de dudas, es un
coloquialismo “con valor despectivo, «agente de policía»”. Y busqué allí el
significado porque me parece que en Venezuela lo utilizamos también para lo que
el DRAE llama “polizón”: “1. Persona que se embarca clandestinamente. Y 2.
Persona ociosa y sin destino, que anda de corrillo en corrillo”. Sin embargo,
al buscar en el Diccionario del habla actual de Venezuela (de Rocío
Núñez y Francisco Javier Pérez), ese vocablo, polizonte, no aparece. A nuestros
efectos, ese policía en despectivo nos coloca ante varios temas hipotéticos que
después veremos cómo se organizan de verdad en el texto. Hablo de la ley, de
los defensores de la ley y de los que la infringen, de los que persiguen y de
los que son perseguidos. Plano policial
y jurídico, tanto como psicológico por la culpa y el culpable, el esbirro y el
sadismo, la fuga y la persecución. Si fuese la idea de quien se embarca
clandestino en un transporte o que anda por ahí a la deriva, pues en lugar de
la marca de una ley estamos en los predios quien se desmarca de los límites de
costumbre de la geografía humana y pasa de un lado a otro, de una geografía a
otra, sin ceñirse más que por su continuo devenir, por su continua errancia. Es
alguien como al margen de la ley y sospechoso de inmediato para esta.
Luego está “Casa llevada”, sección
segunda con un título tan sugerente. La entiendo como casa llevada por las
lluvias, por el invierno, por los ríos de la memoria. Y casa que se emparenta
con el camposanto en esta sección del libro. El poeta coloca otra figura en el
mapa de esta parte, la casa, y se introduce por la ventana el sabor de la
despedida y la vivencia precisa del desamparo.
Escribe en el poema “El Carmen”:
Crecen las
tumbas al nomás recordar
el jardín de
las viejas puestas de sol,
el olor de unos
cedros en aquel cielo de agua
donde juego y
dolor son lo mismo.
Y unos versos después:
Las cartas se
hacen ilegibles en las verjas
del abandonado
cementerio El Carmen
como ecos sin voces,
y esos líquidos
pútridos dan sentido de vida
a un silencio
roto a veces
por el lánguido
suspiro de una efigie.
Esas lápidas
parecen páginas desencajadas
en el vacío
mientras
vuelves tu rostro hacia el camino
con el cigarro
aún humeante en estos labios
que nunca
pudieron decir las palabras
ya sin memoria,
sin destellos.
Teníamos lo que llamamos lo policial-jurídico
y ahora la casa como asiento, pero vista como casa en disolución, en
desintegración, en “chillidos espantosos” que también eran la infancia. El
poema tal vez como lo que se pudo hacer ante la dureza y los recuerdos. Y esos borrones,
esos pedazos, esos fragmentos, es lo que permanece. Así creo que lo escribe en
el poema “La espera”, cuando adviene, además, una presencia femenina y creadora
que al parecer los hace viables:
La casa donde
escribo es tan vieja como este poema
y en sus
alrededores los años tardan en cruzar el jardín,
¿cuántos granos
de arena?, ¿cuánta agua del río?
Mas entra, el
día menos pensado, una mujer
Y se sienta en
el borde haciendo la cama
olorosa al
velador que hace años nadie rondó
¿Cuáles versos
escribe y tacha, escribe y tacha?
Ella es sutil
en su presencia, casi una figura
vaciada de
sentido, pero sabe muy dentro de sí misma
lo intuido en
los árboles por la época de su amor
¿Cuánta tinta
ha hecho oscuro su reloj de sangre
para que ella
presienta otros pasos en las hojas?
La casa está
tranquila, ella se inclina para ver cómo
la casa está
tranquila y sola.
Pasamos al tercer grupo de poemas de
estos fragmentos y leemos el título: “Perdidas sombras de cosas, letras,
voces”. Dice el DRAE de la pérdida: “Carencia, privación de lo que se poseía.
2. f. Daño o menoscabo que se recibe en algo”. El título habla de la pérdida de
las sombras, de esas materias sutiles con las que evocamos a personas y a muy
diferentes objetos. Materias que son puentes. Si perdemos esa dimensión de
sombra es posible que no sean recuperables los objetos, las letras y las
gentes. Y si uno pierde esto pierde la luz también. O sea, entre la luz y la
sombra hay una continuidad de alma tal vez frágil, tal vez donde es preciso
hilar muy fino para que no se desprendan entre sí, para que no se caotice la
cosa, la cosa interior que nos alumbra y preserva bajo el alero de la
interioridad. Es una zona de riesgo. De alto riesgo. En uno de los primeros
poemas de la antología escribe el poeta:
La sombra es,
para el otro, cuerpo.
La sombra es
para el otro cuerpo.
La sombra es
para el otro.
La sombra se
para.
La sombra
separa.
La sombra se
para frente al cuerpo.
La sombra es.
La sombra es
la sombra.
Y aquí se percibe bien la atención del
poeta a las perspectivas sonoras y poéticas de las palabras. Lugares y
perspectivas, ángulos de visión y trabajo con la materia de los versos que lo
acompañan desde hace bastante con los valores de la plasticidad y de la riqueza
poliédrica de su escritura. Ruiz es un poeta enamorado de las palabras y
hechizado por las mismas. Creo que en la vida con la oralidad, uno de sus
mayores disfrutes puede que sea el juego con ellas. Y juega muy bien.
La otra sección es propiamente el “Poeta
perdido”. Un poeta puede estar perdido por varias razones: éticas,
psicológicas, metafísicas, físicas y patafísicas. Ya veremos (o no) cómo se da
en él este asunto. Lo que sí quiero agregar es que esa forma de decirlo el
poeta viene a ser como ocasión de pensarse y rehacerse a partir de la pérdida,
en contacto con la carencia de una brújula fundamental, si es que con la
palabra nos mantenemos en la ficcionalización de orbes que posibilitan una
reconciliación en el sentido y el sinsentido de la vida y la muerte. Lo que me
llama la atención es el acento de nuevo en el límite, en la franja de lo
imposible, de la orientación y la desorientación. Además, “Poeta perdido” viene
a ser una señal condensadora, metafórica, ¿de qué?
Escribe el poeta:
La poesía
desanda hacia el pasado que trae.
Aspira inventar
un tiempo al que le falta tanto
y sin embargo
se mueve,
respira por la
herida del rayo más antiguo,
enloquece, a
fuer de lucidez, a sabios y doctos,
ilumina a aquel
que solo lee un cuerpo con sus manos,
poesía que
ahonda el artificio de los aviones nocturnos
que zarpan sin
que haya niebla o pájaros,
según papel
llevado en un bolsillo
a la hora de la
muerte ¿de quién?
pero el cadáver
del escindido jamás leerá.
¿Cuántos
escriben con esta sola mano?
¿Cuántos leen
el poema con los ojos de otro?.
Y al decirlo, al hablar de partes, al
hablar de estos poemas en esta parte del libro como lo que quedó de una unidad
perdida, estamos hablando también de que hay o hubo algo o está siendo todavía
de los que estas palabras son testimonio. Se da cuenta de una experiencia.
Escuchemos el epígrafe de la poeta Enriqueta Arvelo Larriva que parece dar
pistas:
Regresar al
punto donde comienzan los caminos.
Convivir con
los signos, con los presentires,
con los
horóscopos.
Y ajustarse de
nuevo el alma.
Sabia la poeta… Sabía mucho. Hasta donde
es razonable suponer, pienso que no es en demasía imaginar una experiencia de
renacimiento en ese regresar del que habla la poeta hacia un punto de origen,
un punto de comienzo envuelto entre signos y presentimientos donde, ella dice,
junto a los horóscopos, o sea, junto a ciertas líneas de la vida que pueden
leerse por los datos justamente de las coordenadas del nacer, uno ajusta de
nuevo los desórdenes del alma, se reajusta de alguna manera por la vía de los
actos, de lo que sucede, de lo que permite un tal arreglo del alma consigo
después de los desequilibrios. Y para esto hay que regresar, andar hacia atrás,
en dirección “al punto donde comienzan los caminos”. En este sentido, asistimos
a una doble tarea: recuperación y reinvención. Hacer del regreso al pasado el
patrimonio de una transformación que tiene la mira en no seguir tal cual por
donde se iba y en precipitar las modificaciones verbales que le permitan al
alma continuar. Se trata, quizás, de preservar el alma, y ajustarse de nuevo en
esa forma (de ver y sentir, de hablar y escribir) que requiere un esfuerzo
específico.
El primer poema de estos Fragmentos…,
en la primera sección, se llama “Desde mi puerto”. Es la consideración en cuanto
a un sitio en tránsito hacia viajes probables. Escribe el poeta, entre otros
versos:
Desde mi puerto
de aguas dulces
veo venir
lanchas que soñaban
el olvido.
(…).
El segundo poema de “El polizonte” es un
poema que estimo muy valioso para seguirlo con detenimiento y encontrar una
elaboración del poema y las ideas poéticas que iluminan el camino de lectura
con lo que los versos dicen y a su vez ocultan. Se llama “Historial”. Es un
poema largo. Lo leeré por períodos tratando de encontrar momentos diferenciados
y continuidades. Es una historia, eso afirma el título. Es un recuento. Pero no
solamente es una historia. Un historial es otra cosa, es una especie de
documento sobre ese pasado, una relación de hechos en función de levantar una
causa que dé cuenta. Dice el DRAE de “historial”: “Reseña circunstanciada de
los antecedentes de algo o de alguien”. Escribe el poeta:
El bar junto al
muelle desde donde viajar
es como una
rosa que empieza
a marchitarse
entre los dedos,
arrima la
imagen de un trigal lejano.
La amapola
atrae la vista, y gira
la imaginación
con vueltas de molino
hacia el tiempo
recuperado
de la
ensoñación de unas cervezas.
Bueno, dije antes que quería seguir la
pista a estos poemas. Seguir una pista es hacer ideas de trabajo y avanzar en
la experiencia de la lectura de un libro sin un planteamiento teórico previo.
No somos críticos literarios. Ni esto es una tesis. Nos gusta y motiva la
lectura como momento para discernir en aquello que nos suscita un punto de
partida de reconocible admiración. Lo
que quiero es escuchar y hablar en torno a estos versos. No pretendo una verdad
objetiva, pues me anima lo que sucede en el encuentro con estas palabras. Un
encuentro por entero subjetivo. Es por esto la digamos “confianza” para ir de
un lado a otro. Al leerlo lo hago como un juego de alma en el diálogo por la
vía de la piel, del contacto de lector con el universo de lo que lee. Es una
experiencia donde el cuerpo está involucrado, no solo la mente. Están también
los sentimientos, los afectos: una subjetividad con lo más y menos
referenciable o precisable.
En estos versos citados de la primera
estrofa creo que pasan muchas cosas. Se refrenda la idea del viaje. Estamos en
un río del llano. Hay varias locaciones: el bar y el muelle. Elementos: una
rosa, un trigal lejano, una amapola, unas cervezas. Circunstancias interiores y
exteriores: un proceso de marchitamiento, una imagen fresca a la distancia, la
imaginación en pleno movimiento, un tiempo recuperado, un instante de
ensoñación que anuncia la atracción por las vísperas y lo marchito. Por la
ilusión y el fracaso. Como autores que se deslizan entre las palabras: Proust y
Cervantes. En busca del tiempo perdido y a lo mejor, esas aspas de la
imaginación que con amapolas tienen un aire de Quijote a la deriva en sus
amores y en sus duendes.
Hay un lugar entonces, un lugar de
interioridad bien diseñado.
Segunda estrofa:
Imágenes del
viaje aquí en esta casa
que se mueve
como barco,
casi una
metáfora de la sombra.
Casa y viaje,
caverna de otro ensueño
abierto en el
cuaderno, garrapateando
bajo el árbol
cuanto he escrito al dorso
de un sobre ensalivado
en el arroyo.
Lo que veo aquí es al poeta mientras lee
lo que va escribiendo. Interpreta lo que escribe y dice que se trata de un
viaje y de un viaje interior. Sucede en una casa, una casa-barco, una casa de
bar y barco y especifica: “casi una metáfora de la sombra”. Qué importante,
pues a este efecto de oscurana se le convierte o es compañía a la que hay que
cuidar porque, nada menos, es metáfora de la casa y el viaje que testimonia en
sus poemas. Y dice, a consecuencia de lo que venía diciendo:
viaje al fondo
de la sangre
diseñando los
mapas de una casa.
No está de más preguntar por ese viaje
al origen y ese particular gerundio del “diseñando”, pues pudiera entenderse
que en ese extremo de la sangre están las líneas de ese horóscopo del destino y
el carácter. O bien que al ir a ese fondo se podrán otra vez rediseñar los
mapas. Tal vez las dos son trenzas hermanas.
Tercera estrofa:
El extranjero
sabe ausente
el gesto de la
amante. Busca entonces
otra sombra que
le siga,
la voz de una
lengua que le hable,’
la mirada de la
Otra no menos ausente.
Sabe fugaces
las caricias
apagándose las
voces, los susurros,
ciegas y
huidizas las miradas.
Si nos mantenemos en la idea de que todo
viaje también es un exilio, de alguna manera el que lo hace encarna la figura
del extranjero para aquellos adonde llega y para él en cuanto a lo que descubre
como nuevo y en relación a aquello que abandona y lleva a cuestas. El tema es
que hay un terreno diferente y constata una ausencia específica, la del “gesto
de la amante”. Y ante esa falta busca otra sombra, otra lengua, porque no hay
gesto ni mirada de esa Otra en mayúscula que se ha ido y está vinculada a la
piel, a las caricias, los susurros, a miradas huidizas que son ciegas.
Extranjero quizás desde esa mítica distancia que queda tan a lo lejos. El
asunto es que quien anda vaga solo, solo con las letras de la ausencia, solo
con la sombra de una amante que no tiene.
Cuarta estrofa y uno versos más:
Dios, algún
dios, habita estos confines,
crea desde los
rincones el mundo.
Si no existiera
habría que hurgar más adentro
para hallar el
maná en las alacenas vacías.
El vacío está
lleno de vacío
en el lugar de
Nadie donde mediovivimos.
Si hay un dios,
sigamos buscando
por los
rincones hasta desaparecer.
Claro que es complejo lo que pasa y lo
que no pasa, y lo que no se puede pasar por alto. Lo que pasa es complejo porque
convoca a Dios a estar presente. El trazo de las líneas demarcadoras del
circuito, el que da el alma al alma. Ese que crea el mundo, que le da forma y
figura, geografía de cuerpo al cuerpo. Antes se hablaba de un cosmos. Ya no
damos para tanto, pero Dios, aunque muerto, es el mismo que viste y calza, es
un ápice y una garantía, porque si no existe acá hay que seguir buscando,
porque “El vacío está lleno de vacío” y alguien tiene que poner el fin y el
principio. No todo puede ser un caos. Un mediovivir entre cero mata ceros. Dice
el poeta en una escritura ya no sujeta a la distribución estrófica, sino a las
urgencias metafóricas, que:
Nadie se
ausenta ¿de dónde?,
de una tierra
prohibida, la pequeña
parcela virtual
que nos contiene.
Qué trío de versos, pues hay una marca que
señala la “tierra prohibida”, y al mismo tiempo, con ese principio hay algo que
viene también como por ejercicio de la misma: esa parcela virtual que nos
contiene con el dibujo del terreno y los límites de las diferentes geografías,
aquellas líneas de arquitectura existencial, de arreglos para poder estar.
Continúa:
No hemos muerto
en el tiempo
si hay
gusanos.
No hemos
fracasado
si hay
dolor.
No hemos
partido nunca si arribamos
a la tierra de
Nadie
¿para qué?.
¿Será que el que mucho niega mucho
afirma y sí estamos muertos por las evidencias, y hay fracaso en tanto dolor, y
el viaje no se hace y no se ha hecho porque no se parte nunca, porque no se
sale de allí y solo se da vueltas en círculos sobre el eje de una tierra de
Nadie? Oigamos:
Me devuelvo
hacia delante.
La ruta de los
ojos no te engaña.
La línea, el
horizonte de la mano,
destina tal vez
lo no deseado,
pero allí está
la oscuridad
como una
especie de salida.
Me
devuelvo
a soñarte aun a
tientas, terrón de Nadie.
Y volvemos a Enriqueta Arvelo Larriva y a
esas líneas de la mano donde se escribe el destino, y apunta el poeta que tal
vez lo que espera es el destino de lo no deseado, la realización tupida de la
oscuridad como salida, un regresar hacia el futuro y dejar atrás lo que es
preferible que se quede allá. No salir tanto y mejor acaso entregarse a los
sueños desde el terrón que le corresponde. Y sigue:
El extranjero
sigue aquí, mezclado
con el barro y
Nadie allá
nostálgico,
el poeta y su exilio sempiternos,
simultáneos.
Estas cursivas no sé de dónde vienen,
pero pueden estar cerca de los versos de un poeta que Leonardo conoce bien y de
un cantante que le puso voz y música a un amargo exilio. Hablo de Luis Cernuda
y Paco Ibáñez. El poema: “Un español habla de su tierra” (dice el poeta de Ocnos
en algún momento: “Caínes sempiternos, / de todo me arrancaron. / Me dejan el
destierro”).
Regreso al poema “Historial” y lo recién
citado antes acentúa la condición de exilio permanente en el poeta y la
instalación de la nostalgia. Pasemos a los versos siguientes:
Catalejo,
minúsculo instrumento
de lo grande.
Ningún poema lava sangres.
¿Será que introduce elementos para
pensar en la función de la escritura del poema? Es posible. La imagen del
catalejo como propia de la condición óptica del verso ya es bastante. Todo un
instrumento de visualización, de formalización, de acabado en el
descubrimiento. Por otro lado, esa sangre del poema, esa sangre que el poema no
lava, esa herida abierta que no cesa, que no se cura. Agrega el poeta:
Pasa esta tarde
como un silencio
en la
acera, forastero
con la
extrañeza de todos en los labios,
sabor amargo,
dulce, tan lejano.
Bebe vino nuevo
en odres viejos,
Cata el agua
salobre de otras cráteras.
La voz del
extranjero pregunta ya lo mismo
“Y su respuesta me traspasó la cabeza
como el agua atraviesa un
tamiz”.
Bellos versos estos que cita en cursivas
el poeta y que me vienen con un aire bíblico que no ubico. Lo que sí reitera el
poema es lo forastero, la extrañeza, lo amargo y dulce de la experiencia y un
enigmático beber en odres viejos, que sí es bíblico y bien localizable. Creo
que andamos por los predios del libro sagrado para darle paisaje de fondo a una
condición atávica. Y continuamos:
Esta tierra del
extraño, qué es,
este desierto,
esta montaña nevada,
esta llanura
pelada, estos arrozales,
eriales,
baldíos, qué son,
tendidos
eléctricos, vías férreas,
caminos
empedrados cómo son,
estaquella
tierra donde todo es lo mismo.
¿Adónde vamos
sino en idéntica dirección
o a ninguna
parte, al sol,
al azimut, al
cenit, al abismo?
¿hacia arriba o
hacia abajo?
¿el río del
extranjero viene, va?
¿remonta acaso
el mar los riachuelos del monte
donde
no nací?
Extraña esta tierra del extraño, poblada
de preguntas en torno a aquello que le rodea con una sequía de proverbio y esa
falta evidente de respuestas, esa acústica en la nada. El tema es que se está
en ese momento sin saber de qué se trata. El viaje, sí, pero adónde, ¿a ninguna
parte?, ¿hacia el norte o el sur? Por aquí se pierde horizonte en tanto se
pierde la brújula. ¿El horizonte del polizonte? Quién sabe. Y me pregunto,
¿cuál es la epifanía que puede surgir en este desierto metafísico? Luego dice
entre paréntesis:
(Por poco
tiempo sigue el gato
al que huye,
enemigo del laberinto
que no aguante
un cerrarse de once puertas
en despedida,
que no oye
la guitarra del
final en la taberna
como hilo del
olvido. El gato
que no arranca
las páginas
lanzadas a
canales y torrenteras
en pos de lo no
escrito –inolvidable–
como un salto
mortal).
Así es, un salto de acróbata que me
recuerda al Zaratustra de Nietzsche viendo al equilibrista cuando “había comenzado
su tarea: había salido de una pequeña puerta y caminaba sobre la cuerda, la
cual estaba tendida entre dos torres, colgando sobre el mercado y el pueblo.
Mas cuando se encontraba justo en la mitad de su camino, la pequeña puerta
volvió a abrirse y un compañero de oficio vestido de muchos colores, igual que
un bufón, saltó fuera y marchó con rápidos pasos detrás del primero. «Sigue
adelante, cojitranco, gritó su terrible voz, sigue adelante, ¡holgazán,
impostor, cara de tísico! ¡Que no te haga cosquillas con mi talón! ¿Qué haces
aquí entre torres?»”. Es así, grandes preguntas entre grandes abismos y la
tarea de avanzar en el aire sobre una cuerda que es tal vez la cuerda del poema
y de un poeta que no concuerda con la vida. Están también el gato (ojos, mirada,
inteligencia, agilidad de movimientos de equilibrista sabio), el laberinto,
como corresponde, la guitarra que suena en una taberna como la sabe rasgar el
olvido.
Tierra misteriosa la del poema y la de
la experiencia interior. Tierra que se anota en el desenvolvimiento, la
muestra, la geografía del poema en su vertiente dolorosa (por su despedida de
enigma) y en la de dar la bienvenida con lo único que tiene: los poemas.
Escribe Leonardo:
Difícil es
elegir el lugar imposible,
por más que
esté en el tiempo florido
el polvo
disperso de la esfera;
difícil elegir
el momento de llegar
adonde Nadie
sabe.
Y sin embargo,
estas palabras…
Foráneo, forastero,
fuereño con un diario de hojas secas,
abatido por dudas, por olvidos,
garrapateados en la penumbra,
extraño renovado en un hotel
del extrarradio, con una panorámica
de humo negro, de camiones grotescos,
retraído ante vaharadas de angustia
y cerveza,
enroscando medusas, espaguetti,
maniatando el deseo, esa bestia.
Que es como decir la casa arde en estas
cursivas que queman, porque aquí ya habla Nadie, Nadie tiene voz para sonar de
eco en el momento de la ausencia, de la carencia. El salto mortal que no se
empina sobre el desafío. Esa tierra donde todo es lo mismo y los odres son
viejos. Habla Nadie entonces y abre las puertas del oráculo para decir lo que
tiene que decir al orante desgraciado y le pega en la cara las hojas secas, el
diario abatido por la lengua, por el encono, por la duda y el olvido donde
Nadie reina y no cede un milímetro de su ancho territorio. Oh, el Señor de la
caverna, el Señor del abismo agarra una pala y toma lo que le pertenece con ese
humo negro y los camiones grotescos de su cofradía. El deseo, esa bestia, ya
está en su sitio, en su celda.
Y dice el poema en la estrofa final:
¿Adónde va, de
dónde viene el polizonte?
Al perdón y al
olvido de la furia del pasado
en que las
oscuras aguas ansiaba,
de los que
ninguno ha de salvarse
ni estancias
del silencio
ni debajo del
cielo más apartado.
¿Adónde va
furtivo el impostor
sino a la
tierra prometida –ese espejo
de otra
identidad allende el tiempo?
Los lugares le
son desconocidos.
Los sitios de
llegada no le esperan.
La novia no le
aguarda allá en el puerto.
Los ojos del
malecón no le ven.
¿Adónde
entonces va, de dónde viene?
Qué buen final abierto al tiempo de la
lectura y a los regresos posibles para encauzar de algún modo lo que veníamos
haciendo con los versos y que en este momento vemos o palpamos obstáculos, como
el de que efectivamente “polizonte”, en ciertos circuitos de Venezuela, es una
palabra para hablar del “furtivo impostor” y de su viaje camuflado por
identidad desconocida. Polizonte, porque el tema es la identidad, el pasar
agachado en la aduana sin decir quién vive ni quién va. Es como pasar agachado con
una muerte en vida, con una vida bajo figura de muerte. La identidad aquí se
inventa y transmuta como por arte. Aquí como que, si no en balde, casi como en
balde, como sin destino y sin respuesta, está alguien atravesado por el pico de
las preguntas, por no decir atragantado y desolado en medio del desorden. Eso
es lo que tenemos como resto, lo que queda en preguntas enunciado. No se sabe
de dónde viene ni adónde va. Es una estación de tránsito el poema sin un destino
conocido. Un boleto abierto a ningún lado. Más adelante, el poema
“Propiedades”, le dará otras vueltas:
la palabra
indecible rompe el silencio:
instaura
el espacio
sagrado del poema,
la palabra del
poeta con sus signos ganados
a un orden que
es el cosmos.
Y esta es la epifanía en la vida del
poeta: su escritura.
En la sección “Casa llevada”, hay un
cambio importante, se atenúan las interrogantes de origen o destino, la
identidad y el sinsentido, el yo y el otro, las polaridades enfrentadas, y un
tono más arraigado, “a ras de música” y cariño, de nostalgia y recuerdos, de
lírica y sentimiento, allana los conflictos con una mirada al parecer más
integrada desde el comienzo de los tiempos. Es como una canción. Estas
modificaciones, estas diferencias las explica bastante bien el mismo Leonardo
al decir en el prólogo de la antología unas palabras que hay que tener muy en
cuenta para navegar mejor en este río que tiene diversos raudales: “Los libros
se van formando de la reunión, a veces arbitraria, de poemas; pero un libro de
libros, hecho antología personal, retrotrae la diversidad de momentos en que
aquellos fueron concebidos y labrados. La verdadera identidad del poeta es esa
especie de capa o máscara de momentos en que sus versos se reconocen como
diversos, casi como ajenos porque, entre otras cosas, el poeta va cambiando sus
respuestas –o sus interrogaciones– frente al rayo, la ciudad y a la muerte. Si
alguien está seguro de seguir cambiando hasta el último hálito de vida, ese es el
poeta. Por ello, reunir libros de poesía escrita por uno mismo es constatar la
existencia de las distintas personas que han buscado aflorar disfrazadas de
palabras en el momento de cada poema y de cada libro”. Y esto se cumple a cabalidad
en esta antología de Leonardo Gustavo Ruiz, donde no pocas veces me ha venido a
la mente un verso de Jorge Luis Borges cuando habla de, en “Mateo XXV, 30”,
entre la suma infinita de acontecimientos con los que ha contado un poeta para
decir lo que hay que decir, que contó también con “días más populosos que
Balzac”. Es decir, con un amplio espectro de lo humano. Ese abanico de espejos
uno lo observa en estas páginas donde cambian los enfoques, los tonos y las
maneras (por ejemplo, el muy bello y logrado libro Las proezas del solo, escrito
en sonetos y sextinas).
En este sentido, creo que lo mejor es
invitar a la lectura de estos poemas, de estos libros que dan fe de una
dimensión poética que en lo particular admiro por la intensidad de sus
preguntas y respuestas, elucubraciones y versificaciones ficcionales sobre la
vida y la escritura. Es una poesía que me entusiasma y hace sentir bien con sus
investigaciones y hallazgos. Siempre, esto hay que decirlo, el poeta está
sumergido a pleno sol y a plena luna en el compromiso de lo que dice. Y esto lo
celebro y también se siente en el sistema eléctrico de sus emociones.
Para finalizar esta lectura voy a
seleccionar y comentar algunos versos de la tercera parte de los fragmentos, la
que lleva por título: “Perdidas sombras de cosas, letras, voces”. Son muy significativos los dos títulos de
entrada: “Personaje/Poema” y “Simulaciones”. Juego de apariencias, de máscaras,
de personas, actores, guiones, personajes. Contradicciones: “Las cosas no
parecen lo que son”, y en el mismo poema: “todas las cosas le parecen lo que no
son”. Entre sones y no sones hay una pared desnuda, digo, una referencialidad
desprendida, alterada, afectada en lo más íntimo. Lo que es. ¿Qué es lo que es
además del teatro? Como si fueran ecos las cosas. Como si las cosas fueran
ecos. El aire de la ausencia hace sonidos. El vacío suena. Y el poeta entonces
con las letras ve cómo despiertan micromundos que estaban como a su espera. Y
escribe:
Perdidas de
todo posible contexto, algunas letras
se me acercan
como seres, cosas reales,
urdimbres de
hablas insólitas
para aludir al
sinsentido.
La ele sube al
piso de mi cuarto hasta el cielo.
la be es una
persona desnuda en un estanque
mientras la
zeta raya en el horizonte de papel.
(…)
Es como si las palabras se distanciaran
de las cosas, al punto en que las letras se autonomizan y crean relaciones
espaciales y musicales entre ellas que distan cada vez más de los significados
al uso, de las personalidades al uso, y es el desuso el que toma la partida en
las manos como un jugador que lanza la apuesta en el repique astral de las
ballenas.
Es otra lógica la que sale del agua
entre “Algunas letras perdidas del poeta perdido”. Ya sobran los nombres
propios. Y así vamos buscando una clave
hipotética en un libro virtual que a lo mejor no existe. Una señal de
entendimiento, un signo de los acuerdos que conserve algo de clarividencia, de
videncia clara. Y a lo mejor lo óptimo está en no encontrar nada que soporte y
sea distinto a las palabras y repasar con atención los toques de preguntas en
estos versos interrogantes y acuciosos, que andan haciendo laberintos como lo
más apropiado para decir: “Esto soy, esto es el mundo, esto el poema”.
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ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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