Nacido en La Habana en 1954, y
graduado en el Instituto Superior de Arte en 1982, su trabajo reconoce en la colisión
de sentimientos encontrados la energía suficiente para ponerlos a dialogar, y sustraer
de ese intercambio la esencia de una acción creativa. De esa manera la esperanza,
la ilusión, la utopía, y el entusiasmo, se las tienen que ver con el desencanto,
la desilusión, la desesperanza, y la distopía. Un puntual campo de batalla en el
que ha sido determinante el empuje de una insondable capacidad lúdica.
Muchas de sus piezas son metáforas
que exigen lecturas profundas, ya que interviene un lenguaje simbólico donde ocurre
la constante traslación de significados de un contexto hacia otro. En los aciertos
de dichas traslaciones parece afianzar su rango conceptual; la capacidad, y por
qué no, la necesidad de expresar, de convertir dicha expresión en una poética cuyos
códigos logran un personalismo que seduce al espectador.
Abordamos un recorrido de casi
cuatro décadas, tiempo que contiene momentos dramáticos en la historia de un país.
En su gesto no hay cómo separar una cosa de la otra; porque esa complicidad que
se establece entre lo personal y lo colectivo, es lo que conforma un espacio narrativo
apto para captar a profundidad la naturaleza de cada uno de los fenómenos.
Rememoremos el Ángel Ramírez de
la década de los ochenta, cuando el grabado le sirvió de soporte para concretar
la mayoría de sus piezas, en un tiempo donde el humor, la ironía, la parodia, y
el desenfado predominaban en ellas. Durante todo ese trayecto sobresale por la capacidad
de preocuparse mucho más por legitimar en lo que cree, que por figurar en algún
de tipo de clasificación, o rango otorgado por los críticos. Dicha postura parece
haberle conferido una serie de libertades que no dejan de influir en las constantes
evoluciones de su trabajo.
Una zona de dicha pintura se acopla
a los desechos, les ofrece la posibilidad de adquirir una nueva vitalidad. En esa
conjunción se desatan relaciones insospechadas, que le permiten crear personajes
icónicos capaces de remitir a diversos estados de ánimo y atmósferas. En buena lid
logra conciliar sus inquietudes éticas y conceptuales con aquello que tradicionalmente
identificamos como belleza; sobre todo me refiero a piezas que con frecuencia fusionan
varios lenguajes (pintura, escultura, instalación, y grabado). En ese sentido me
gustaría destacar algunas como: Solar La Batalla
(2004) Ada y Eva (2005), y Lo que le cuelga (2012).
Desde ese quehacer ocurre un descubrimiento de la materia que
desemboca en agudas reflexiones. Procesos que proyectan una estética que no discrimina,
e incorpora el flujo de lo desactivado. Objetos que han perdido parte de su utilidad,
y pertenecen a una pureza que, como nunca antes, se puede explotar. Es la materia
que va quedando a los márgenes (otra vez la riqueza de las periferias), la que detecta
y consigue integrar a una nueva versión de los acontecimientos.
En el empaste de los más disimiles
elementos consigue esa contundencia que nos recuerda la energía de creadores de
la magnitud de Ansel Keifer: él como ellos posee el don de renovarnos, de alguna
manera, el significado de la palabra paisaje, teniendo este un referente inapelable
en el plano de lo real, y alcanzando la magia de lo sólido, que sometido a la intensidad
de las ideas consigue una liquidez absolutamente poética.
Acercarse a cada una de las fases
del descubrimiento de dicha materia es un ejercicio de lucidez para poder explorar,
sin muchos equívocos, las paredes interiores de un circuito social que fue prometido
de un modo, y se ha concretado de una manera casi totalmente opuesta, generando
en su zona pensante, disturbios tan sutiles que aún no parecen dañar a la estructura.
En sus obsesiones, las figuras
medievales encuentran una contemporaneidad sorprendente, el halo opresivo que de
una forma u otra sugieren, se nos vuelve familiar y vigente. Ese episodio medieval
es una especie de réplica con la que excava en algunas incidencias que podrían sorprendernos
en cualquier momento. Junto a estos símbolos más visibles, introduce otros que lidian
en un mismo espacio de significación, entre ellos encontramos la barba, que poseen
no por casualidad, muchos de sus personajes, y que él parece relacionarla con el tiempo, ese que transcurre indiscriminadamente y a
su paso nos deja una alarma contundente.
La entrada en el siglo
XXI, y sobre todo en su segunda década marcan transformaciones notables en la faena
de Ramírez, su testimonio sobre la isla se ajusta a las nuevas circunstancias por
las que esta atraviesa. Los temas y enfoques se descentralizan de forma bastante
visible, y si antes las figuras del poder y otros fantasmas eran los mayores protagonistas,
ahora “la gente de a pie” va saturando
de una manera u otra los escenarios que fabrica su mente. En este tiempo ha seguido
abrazado, con mucho fervor a lo matérico; y a través del laberinto construido a
partir de la redención que aporta la memoria, nos convida a interpretar con cautela
cada acontecimiento, a descubrir en qué punto estamos situados en relación con la
marea, y sus abruptas rebeliones.
Sello de familia (2012)
es un punto de esplendor en este nuevo estado de ánimo y de creación; a
pesar de todo lo que se ha dicho y se ha escuchado, el individuo existe y se manifiesta
por encima de cualquier sublimación del ente colectivo. En dicho sentido esta es
una obra puntual y dinámica (compuesta por veintiuna piezas de pequeño formato),
que indica hacia la diversidad, una explosión que se manifiesta en nuestro día y
nos ayuda a comprender mejor el porqué de las cosas.
Hay velas y tengo cocos (2012) es una creación que ejemplifica muy bien un momento crucial y reciente
dentro de la obra de Ángel Ramírez, por su extraordinaria capacidad de captar el
viraje de una época y sus connotaciones en la vida nacional. Este escueto pregón
transformado en un estampido de visualidad resume e ilustra el trasiego de una economía
informal a través de la cual salvan el pellejo cada día un número notable de personas. Así confirma categóricamente que todo se vende, esa es la ley;
todo se transforma en mercancía. Ese intercambio cínico viene siendo la mugre de
este tiempo, la costra, y a la vez lo inevitable; y a través de dicho síntoma aprovecha
para referirse a los cambios que se generan en la ciudad en la que habita y también
en toda la isla.
Esquinas de La Habana, metamorfoseadas,
(Aguacate o Teniente Rey (2014); En Malecón y lealtad hay situación (2014);
xilografías que han podido recolectar toda la fluidez en sus contradicciones, y
arrendarla para unas imágenes que se empeñan en resaltar lo impredecible, lo que
te toca como una aparición, y te convida a percibir aquello que tiende a volverse
retórico, por el efecto de la cotidianidad, como una suerte de epifanía.
La apropiación de las flores como
el elemento que le sirve para fabricar cada nueva metáfora ocurre deliberadamente
a partir de la obra Son para la corona (2012),
seguidas entre otras por: De noche y ciego,
siego (2012); Traigo de papel las flores
(2012); A la una, a las dos, a las tres (2012);
Fin de la utopía (2017) y Flores al sol (2017). En este caso el trillado
lenguaje de las flores y su simbología sufren un notable cambio en la acción de
comunicar; adquieren un altar atípico para que funcionen desde su reverso y a contragolpe,
un sitio en el que también va anclar la incertidumbre. Flores tomando el pulso del
tiempo, más vinculadas a los contenidos que a las formas. No son festivas, tampoco
se puede asegurar que sean fúnebres, más bien están detenidas, congeladas por varias
circunstancias, decididas a mostrarse en ese limbo desde el que no renuncian a identificarse
como margaritas, geranios, o tulipanes según sea el caso.
Es un momento en el que lo que parecía que iba a ser claro y definido, se enturbia e indefine; una especie de niebla a la que se interpone la luz meridiana que nos toca y que por demás sigue siendo inapelable. Así podemos definir el escenario en el que contemplamos y podemos dialogar con este artista, en verdad un singular demiurgo que en algún momento de cada jornada se asoma a la amplia ventana de su taller, lo cual ratifica que está bien ubicado en el presente, desde donde experimenta las cosas humanas a las que un ser de su rango no puede estar ajeno.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 177 | agosto de 2021
Curadoria: Reina María Rodríguez (Cuba, 1952)
Artista convidado: Ángel Ramírez (Cuba, 1954)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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