terça-feira, 29 de novembro de 2022

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Armando Romero, movimiento y quietud de la poesía

 


Armando Romero nació en Cali, Colombia, en 1944, fue uno de los miembros más jóvenes del grupo nadaísta, junto con Jan Arb, hermano de otro de los miembros fundadores más activos, Jotamario Arbeláez. Más que un movimiento estético fue una reacción al conservadurismo cultural en su país y a la violencia que bañaba en sangre uno de los territorios más verdes del continente. Esta conversación tuvo lugar en Cincinnati, donde es profesor de Literatura en la universidad de dicha ciudad estadounidense desde hace ya varias décadas, y desde donde continúa realizando viajes a distintos lugares del planeta. Poeta, narrador, ensayista y traductor, Armando Romero cosecha ya importantes reconocimientos a su obra literaria. La charla comienza en el relato de una cruenta violencia que marcó su infancia y cómo el amor familiar lo puso a salvo de esa vorágine sangrienta. Luego vino su incorporación efímera a las filas nadaístas y después el inicio de una búsqueda en otras tierras.

 

JAL | ¿En qué momento de la vida se te reveló o descubriste el significado de la poesía y cómo fue que te percataste de tu necesidad y de tu capacidad de hacerla?

 

AR | Tú sabes mejor que nadie, José Ángel, que todo lo que tiene que ver o se relaciona con la poesía navega o transita por aguas o tierras muy extrañas, indescifrables. Tal vez es el hecho mismo de que esté compuesta esencialmente de lo más intrínseco a la condición humana como es el lenguaje, y todavía más allá, la palabra. Es así que la poesía nos viene por esa necesidad que tenemos de niños de aislar la palabra de sus contenidos semánticos y convertirla en objeto de juego. A mí me gustaba jugar así con las palabras cuando era niño, pero no por sus significados sino por su condición objetal. He ahí el origen de esta pasión que ha consumido mi vida por completo. Ahora bien, la posibilidad de convertir ese objeto lúdico en algo poético, siguiendo las normas de una tradición milenaria, sólo viene a mí ya pasada mi adolescencia, y esto es algo que se desprende de mi intención de ser un narrador. Ese deslizamiento de la prosa a la poesía ya se anuncia en el primer cuento que escribí, el cual se titulaba “Cuando se sigue subiendo no se piensa en nada más”. Yo creo con Lautréamont que “la poesía debe ser hecha por todos”, pero eso no quiere decir que todo el mundo puede ser un poeta. ¿Es uno un poeta? ¿Ha alcanzado la poesía? Creo que son preguntas muy difíciles de contestar al llegar a una edad como la mía, cuando toda la vida ha sido solo poner palabras sobre un papel.

 

JAL | ¿Qué representa en tu obra la tradición lírica colombiana y la noción de vanguardias y rupturas en América Latina?

 

AR | Yo no he sido muy fiel a la tradición lírica colombiana, aunque no tengo palabras negativas con respecto a ella. Con algunas excepciones, la tradición poética colombiana ha sido muy conservadora, lo cual ha dado como resultado excelentes poetas, valga el caso de Aurelio Arturo o Fernando Charry Lara. En mi caso personal siempre quise entrar a la poesía a través de una puerta que se abre al vacío, y algunas veces creo haberlo logrado, otras no. Es el riesgo de navegar por la poesía como si fuese un río que nos tienta con sus meandros, los cuales no podemos eludir porque los sabemos parte del mismo torrente. Es el viaje, me digo, y hago de nuevo la maleta.

Si no hubiese existido el surrealismo yo hubiera tenido que inventarlo para salvarme de la tradición colombiana, es lo que he pensado a veces. Tal vez peque de exagerado, pero soy hijo de las vanguardias. Creo que he nacido en varios sitios muchos años antes, aunque no pueda quitarme de encima la realidad de haber nacido en un barrio pobre, en una casa pobre de una ciudad pobre, en un continente pobre. Y sin embargo allí, por esas calles pobres de Cali, caminé de la mano de Huidobro, de Vallejo, de Paz, y fui a bailar con mis amigos Apollinaire, Cendrars, Artaud, Eliot, Pound y demás. Era la década de los años 60, y ya la fiesta de romper con todo se extendía por América Latina. Era muy bella la francachela, pero después algunos se cansaron, y yo seguí rompiendo hasta el día de hoy, sin remedio. Debo añadir, sin embargo, que sólo creo en las vanguardias como libertad, incluso la libertad de ser conservador y tradicional algunas veces.

 

JAL | ¿Ha influido en algo la poesía de Estados Unidos en tu obra anterior o en tu concepción actual de los rumbos de la literatura y la poesía?

 

AR | Sí, pero no creo ser una excepción en el mundo latinoamericano, ya que a pesar de la influencia europea en América Latina, la poesía de los Estados Unidos ha sido el contacto humano más profundo que hemos tenido con este país, o multitud de países como deberíamos catalogarlo. Desde muy temprano descubrí a Eliot, Pound, Wallace Stevens, Emily Dickinson, Marianne Moore, para no olvidar al Whitman que nos llegó de la mano de León Felipe. Esto fue al comienzo de los años sesenta, y por supuesto en lecturas de traducciones al español. Un poco más tarde, pero también en los 60, recibí el impacto de la obra de los Beatniks y con ellos el descubrimiento de la música del “blues”. Digo la música porque la letra de estas canciones no la podía atrapar. Un amigo, poeta estadounidense, y el libro de Leroy Jones sobre los “blues”, fueron los que me introdujeron en este mundo encantador, doloroso y alegre a la vez. Años después, cuando pasé una temporada larga en este país, de 1971 a 1972, y luego de estudiar inglés, empecé a ver más de cerca la poesía norteamericana y esta presencia se tornó más sólida. Algo de esto se puede sentir si se lee mi novela “La rueda de Chicago”.


Siempre he pensado que si Poe influye a Baudelaire para arrancar con la poesía moderna, y Laforgue le da las claves conversacionales a Eliot, entonces los que del imaginismo pasamos al surrealismo de la mano de Pound y de Breton, podemos trasegar también libremente con Apollinaire y Cendrars, Girondo o Borges, sin importarnos a qué “movimientos” pertenecemos. La poesía entra a la casa sin abrir la puerta.

 

JAL | Se habla mucho de la influencia beatnik en los movimientos vanguardistas latinoamericanos de los años sesenta ¿cuál es tu opinión al respecto?

 

AR | Sí, se habla mucho de esa presencia, pero reflexionemos. Aullido, de Ginsberg, se publica en 1955, los beatniks surgen en 1958 con una proyección desde San Francisco hacia Nueva York, y la obra de Jack Kerouac empieza a darse a conocer en América Latina a comienzos de los años sesenta. De tal modo que ambos movimientos, el de los beatniks y la vanguardia latinoamericana, serían casi simultáneos y hay en todo caso lazos de afinidad, por supuesto. En cuanto al nadaísmo, me parece que en Gonzalo Arango hace mella sobre todo la filosofía existencialista francesa, de ahí la importancia de la palabra “nada”, de ese nihilismo, de esa negación que envuelve el sentido de su pensamiento y de sus acciones. Son dos rebeliones con distintos motivos, la de ellos, los beatniks, es una rebelión de individualidades, mientras que el nadaísmo es una rebelión colectiva contra un estado de cosas, el status quo impuesto por las oligarquías y los poderes de facto, contra la violencia. En ese momento, salvo Amílcar Osorio y Elmo Valencia, ninguno entre nosotros hablaba inglés, así que era difícil tener acceso a la literatura beatnik directamente. Pero sí recuerdo que en algún momento llegó a nuestras manos un ejemplar de Aullido. Éramos, por otro lado, muchachos muy incultos que nos fuimos preparando gracias al estímulo de unos a otros, pero ninguno tenía una carrera universitaria. Así que era imposible más adelante, a mediados de los sesenta, no estar de acuerdo con los beatniks, pero no creo en su influencia directa en el nadaísmo inicial.

 

JAL | ¿Por qué se dice que el nadaísmo era en sí un movimiento disruptivo y violento?

 

AR | Era una acción violenta contra la violencia. Es decir, su expresión tenía que ver con violentar las conciencias, con sacudir esquemas sociales y mentales que promovían la inamovilidad y el odio, la visión pacata de la vida. La violencia del nadaísmo se basaba en el escándalo y en la transgresión desde la provincia como una respuesta contra el centralismo bogotano, contra el canon oficial de la poesía colombiana que mantenía inmutable y en un pedestal al modernismo de Guillermo Valencia, por ejemplo. El nadaísmo no nace como un movimiento estético o ideológico, sino vital, existencialista. Poco a poco, en la marcha, se convierte en una aspiración literaria. Muchos de los miembros fundadores no eran escritores ni intelectuales, venían de los bajos fondos, algunos habían salido de prisión. De esos sólo recuerdo a uno con aprecio, al loco Lalinde. Cuando yo me incorporo ese movimiento vitalista ya había adquirido tintes de movimiento literario, pero antes de eso sólo era acaso un impulso existencial.

 

JAL | ¿Y las mujeres nadaístas?

 

AR | Salvo Fanny Buitrago, no había más al principio del nadaísmo. Ella mantenía cierta distancia por miedo a ese grupo inicial. Yo aún alcancé a conocer parte de esa base social que poco a poco se depuraría y se decantaría por lo literario. Yo era muy joven, el consumo de drogas y la presencia de homosexuales era algo corriente, que de una u otra manera me incomodaban. No por prejuicios o porque me acosaran, sino porque las conversaciones giraban mucho en torno a las experiencias carcelarias, a situaciones degradantes, como si se tratase de una novela de José Revueltas. Y eso, claro, provocaba temor. Sin embargo, Fanny, quien era y es una magnífica prosista, se fue alejando cada vez más del nadaísmo, hasta que hoy en día no aparece en las antologías. Es una lástima, pero yo entiendo muy bien su sentido de libertad. Más tarde aparecen otras mujeres, también valiosas como Patricia Ariza, pero yo ya no tengo ningún contacto con ellas.

 

JAL | ¿Cómo es tu recuerdo de Gonzalo Arango?

 

AR | Tengo a Gonzalo en la memoria dividido en dos partes, una muy dulce y otra un tanto amarga. El primer Gonzalo que conocí era sumamente amable, muy querido, me trataba con mucho cariño y me llamaba “Armandito”, pues era yo muy joven. Me parecía un personaje tierno, delicado, con unos ojos claros que miraban de manera muy directa. Uno sentía que era auténtico, que era una figura real. No obstante, era muy difícil entender ciertas posiciones intelectuales de él. Con el tiempo descubrí que muchos de esos recovecos y retorcimientos venían de su vida, de relaciones secretas que él mantenía con mujeres de la alta sociedad, ligadas al poder y a círculos del gobierno. Amoríos que ponían en riesgo su vida y la nuestra, pero que él no nos confesaba. Entonces modificaba constantemente sus planes y sus posiciones, sus estrategias, pues evitaba conflictos y situaciones de riesgo que impidieran, por otro lado, su acceso a tales placeres y beneficios. No entendíamos nada y nos quedaba un mal sabor de boca.


Luego yo me fui por un viaje a Sudamérica y a mi regreso, Gonzalo me llamó emocionado para hablar de mi aventura. Pero me pidió que me trasladara a Bogotá para que yo le diera un golpe de estado al Nadaísmo. Me dijo: “Armandito, yo quiero que tú me destrones. Únete a Jan Arb y comiencen con los más jóvenes la destrucción de mi imagen bajo la consigna de nuevas ideas que traes del Cono Sur. Yo te ayudaré y te diré cómo hacerlo”. Me quedé helado, sin saber qué responder, me levanté de la mesa y le dije, “esto es una mierda, quédate con tu nadaísmo, no me interesa”. Gonzalo me presentaba una cara de profunda tristeza. ¿Qué es lo que se proponía, qué buscaba realmente? Nunca lo supe y nunca quise comentarlo con mis amigos nadaístas, como Jotamario, hasta pasados muchos años. Hacia finales de los años sesenta yo ya no pude resistir más y me fui de Colombia.

 

JAL | Bogotá y Caracas, dos ciudades capitales de dos países que te marcaron. ¿Qué significan en tu biografía?

 

AR | Bogotá es desconocida para mí, realmente. Si pienso que me marcó es de una manera muy especial. Tal vez porque era el centro, la meta de una conquista que para mí nunca representó una victoria. Es tal vez una derrota. Creo que es una ciudad que estuvo más cerca de grandes capitales como México y Buenos Aires que de la provincia colombiana, de mi pueblerina Cali. La conozco sólo como turista, no tuve la oportunidad de vivirla. Aunque pasé largas temporadas allí. Caracas sí, la conozco íntegramente porque viví allí siete años y me integré a su espíritu tropical, cercano a Cali. Los últimos tres años los pasé con Constantina, mi esposa, pero alejado de los círculos literarios y más cerca de los artistas plásticos, pues durante un buen tiempo hice crítica de pintura. Yo advertía que Venezuela se deslizaba ya hacia una crisis social y cultural y poco a poco se me hacía más difícil vivir allí, pero gracias a la compañía de Constantina pude permanecer ese tiempo. Años antes había viajado por Centroamérica y después casi un año en México, en la capital, aunque recorrí casi todo el país. Finalmente me vine a los Estados Unidos donde vivo desde hace ya muchos años. También viví en Buenos Aires y puedo decir que la conozco más que Bogotá, la siento más cercana. Allí pude frecuentar a los poetas de Poesía Buenos Aires, la cual fue una experiencia maravillosa, inolvidable. Fui y soy un viajero, a diferencia del resto del grupo nadaísta que fueron lo contrario, se quedaron en casa. Ahora Jotamario viaja mucho por las invitaciones a encuentros de escritores, pero es algo reciente, casi todos ellos optaron por vivir en Colombia, un país que desde esta perspectiva me es un tanto lejano, casi fantasmal.

 

JAL | ¿Qué significa Grecia para ti?

 

AR | La vivo como una Colombia sin violencia, es una utopía personal; no es porque los griegos sean como los colombianos ni el paisaje corresponda al de mi país, pero la he vivido como una utopía personal, como una experiencia de carácter místico donde lo estético deviene religión. Una ocasión estaba con un amigo pintor, en su casa, que se encuentra en la parte más alta de una isla desde donde se ve a la distancia el Peloponeso y las islas que lo bordean. De pronto me pregunta mi amigo “Armando ¿qué ves con tanta atención?” No quise responderle porque yo sólo veía belleza, pero él me insistía para que le diera una respuesta clara. Pero no era posible, es como si te preguntan ¿qué es poesía? Ante mi silencio porfiado él comenzó a gritarme, “Geometría, Armando, geometría”. Y sí, justo en ese momento comencé a ver ángulos y líneas, circunferencias. “Esto es Euclides, me insistía”. Fue como una revelación del paisaje y de la historia. Allí en esa multitud de islas nacieron hombres, genios, que supieron ver la realidad desde otra perspectiva, aprendieron a ver el mundo y a pensarlo. Grecia es para mí la belleza, la geometría de lo invisible, la patria idealizada, sin violencia.

 

JAL | Allí conociste o te reencontraste con el poeta Hugo Gutiérrez Vega, quien era entonces embajador de México en Grecia ¿Cómo fue ese encuentro?

 

AR | Sí, en 1991, pasé un año en Grecia con mi familia, y allí conocí a Hugo, quien de inmediato me ofreció su amistad. Yo sabía muy poco de él y de su poesía. Pero su presencia fue una experiencia extraordinaria. Con su gentileza, su erudición y una memoria privilegiada hacía que las conversaciones fueran interminables y gozosas. Era, me parecía, un alumno dilecto de Alfonso Reyes. Un día los invitamos a cenar a él y Lucinda, su esposa. Nosotros vivíamos en un barrio del centro de Atenas, un barrio obrero, Petralona, muy interesante y salimos a buscar algo especial para ellos. Pasamos a comprar vino y únicamente encontramos vino griego, que nos gustaba mucho, pero en la residencia de Hugo siempre había vinos de importación. No era fácil conseguir fuera de las Embajadas productos internacionales, pues Grecia era entonces un país pobre y fuera de la Comunidad Económica Europea. Pasamos por un café que tenía una terraza cerca de la Acrópolis a beber algo. Cuando me dirigía hacia los baños observé en la parte alta de unos estantes varias botellas que me recordaron las de un vino chileno que yo había probado alguna vez. Le pregunté a la dueña si las vendían y me respondió afirmativamente. Llamó a alguien para que las bajara y al limpiarlas aparecieron en efecto palabras en español. La sorpresa fue que era vino mexicano. Era insólito. Me contó que su hijo las había traído de Baja California hacía algunos años y nunca las abrieron, se quedaron allí olvidadas. Compramos tres botellas y llevamos de reserva otras tres de vino griego por si el vino mexicano estuviese avinagrado o fuera de pésima calidad. Pero ya estaba resuelto el regalo especial para nuestros invitados. Si no servían, al menos sería una nota graciosa. Cuando se las pusimos en la mesa se quedaron encantados y con mucha ilusión, pero con poca confianza, abrimos la primera. Hugo fue el primero en degustar. Lo mirábamos con expectación tras la breve ceremonia del olfateo, el movimiento en giros de la copa y los primeros sorbos. “Es uno de los mejores vinos que he probado”, exclamó con éxtasis. Todos bebimos nuestras copas y en efecto el vino era extraordinario. Fue una noche maravillosa. Al día siguiente Hugo fue con el chofer de la Embajada y compraron todas las botellas de ese vino mexicano que allí habíamos descubierto. Durante ese año fui testigo de la gestión del poeta y del embajador que se vinculaba con mucha avidez con los intelectuales y artistas griegos y apoyaba con entusiasmo a los traductores mexicanos que allí llegaban y establecían también vínculos con los escritores griegos.

 

JAL | Tu obra lírica parece moverse esencialmente en tres ámbitos de la conciencia o digamos tres constantes temáticas: la violencia cruda y la perplejidad que genera; la migración, la mudanza, la ruptura de fronteras y la lucidez que surge de ese desplazamiento, y la espiritualidad de los monasterios y los retiros de carácter místicos, que no enseña el camino de la contemplación y la paz. ¿Qué los une y diferencia? ¿Hay otros ámbitos que valga la pena destacar?

 

AR | Hay una respuesta totalizadora para esta pregunta tuya, y esta respuesta es muy ambigua como todo lo que tiene que ver con lo indescifrable: Movimiento y quietud. Yo abrí los ojos a la violencia desde mi infancia. No era la violencia del sol en el trópico ni los embates que nos daba la naturaleza en general. Era la violencia sin razón, absurda, que venía de los mismos seres que se llamaban mis compatriotas (palabra que nunca me ha gustado, la verdad). Una violencia que te hacía dudar de las palabras “seres humanos”. Y esta violencia nos congelaba en la pobreza, a mis padres, a mis hermanos, a mí. Era el mundo de la inmovilidad porque no podíamos salir de esos círculos del infierno. Los unos matando a los otros, los gritos de los que iban a morir en las calles oscuras, nocturnas. La primera parte de mi novela “Un día entre las cruces” es una clara muestra de esta realidad. En esta novela yo señalo tres grupos a los que afecta la violencia: el de los niños, el de los jóvenes y el de los adultos. Son tres visiones de esta realidad atroz, donde la presencia de los niños es preámbulo para toda la novela. Esto también se presenta con claridad en mis poemas.


Me parece muy apropiado que tú una lucidez con desplazamiento. Yo aprendí a ver mi realidad cuando salí de Colombia, y esto no ha cambiado a pesar de los tantos años de mi ausencia del país. Yo no creo tener un espíritu combativo como el de mis antiguos amigos del nadaísmo. Más bien mi verbo preferido ha sido “huir”. Tal vez por esto aparece, como si viniera de un siempre inalcanzable, mi afecto por los monasterios. No soy religioso, pero el monasterio es un sitio de escape, aunque nunca he vivido en un monasterio. Los he visitado, especialmente los del Monte Athos en Grecia, pero por cortas temporadas. Los míos son más bien monasterios que me acompañan en la imaginación, producto de los sueños y sus realidades. He aquí un fenómeno extraño porque se creyera que soy místico o que busco contemplación y paz. No, y aunque estos estados anímicos no me son contrarios, no soy místico, lo que encuentro allí es como un punto de partida para detener el tropel de las ideas, las imágenes que me acompañan, y ponerlas a jugar en sentido especular con las imágenes de santos o santas, de las formas de reverencia a Dios, de la arquitectura, de la geografía, del tiempo dentro de esos monasterios que más que sitio de encuentros son sitios de búsqueda. Son lugares donde las coordenadas de movilidad y quietud se encuentran. Y todo esto se repite en mi pasión por las islas, en mi necesidad de estar rodeado de agua por todas partes. Como puedes ver, José Ángel, no tengo una gran vocación de compromiso con la sociedad, tal vez con mi escritura sí.

 

JAL | ¿Cómo evitar que la poesía se convierta en un discurso narrativo y cómo impedir que la narrativa se vuelque en un regodeo lírico? Pregunto esto porque te mueves libremente entre ambos discursos y sensibilidades.

 

AR | Empecé a escribir como narrador. Mi primer cuento, como ya lo dije antes, se llamaba “Cuando se sigue subiendo no se piensa en nada más”. Este cuento me permitió ser admitido dentro de los nadaístas, o por lo menos, que me prestaran atención. Pero si analizas este título podrás ver que tiene ya una carga poética. Entonces la frontera, o ese deslizarse de la prosa a la poesía y viceversa es inherente a mí, no es algo buscado. Muchos de mis poemas son muy narrativos, así como la mayoría de mis cuentos buscan un efecto poético. Es una forma del viaje, diferentes paisajes, un mismo ser. Todo esto está ligado a mi necesidad de experimentación, de forzar la prosa, especialmente en mis cuentos, a formas experimentales donde prima el lenguaje. Sin embargo, en mis novelas soy un tanto más tradicional, y la línea que va de mis primeros poemas a los últimos que he escrito, es decir desde El poeta de vidrio a El color del Egeo, tiene saltos hacia adelante o hacia atrás en cuanto a tradición y cambio. No puedo estar en el mismo sitio mucho tiempo, y las ideas de ser conservador o revolucionario dependen de mi estado de ánimo, de la realidad del poema o de la prosa. Por ejemplo, cuando se tradujo parte de El color del Egeo al griego, los críticos lo compararon con la poesía de los poetas griegos de la primera parte del siglo XX. Una poesía que no se escribe más en Grecia, y que los poetas griegos ven como conservadora, antigua. Por lo contrario, cuando apareció mi antología en francés L’arbre digital en París, que contiene muchos poemas de mis primeras épocas, la crítica la vio con ojos cercanos a la experimentación vanguardista, contemporánea, actual. Lo bueno de esto es que muchos de mis lectores entienden estos saltos.

 

JAL | Así como nutres tu escritura de diversas fuentes escriturales, poesía, ensayo, narrativa y las pones en práctica ¿hay alguna o algunas disciplinas artísticas o técnicas que empates con tu quehacer literario? Me refiero a la música, la pintura, la arquitectura, el cine, la ciencia, la fotografía, la ingeniería, por dar algunos ejemplos.

 

AR | No, al parecer soy completamente inútil para poner en práctica algo que no tenga palabras, que no esté basado en el lenguaje. Esto no quiere decir que no frecuente varias de estas disciplinas, y que bajo la forma de palabras me acompañen, las recree en mis poemas o en mis prosas. La música está allí desde el jazz y el blues hasta los maestros barrocos pasando por la música popular del Caribe. Referencias, títulos, poemas enteros, cuentos, se pueden encontrar en mi obra relacionados con la música, y así también con la arquitectura. Ésta es fundamental en la construcción de muchos de mis cuentos o mis novelas. La trilogía de mis novelas, Un día entre las cruces, La rueda de Chicago y La piel por la piel” se basa en la presencia definitiva de tres ciudades, Cali, Chicago y Mérida (Venezuela). También tengo un libro de poemas dedicado a Venecia y otro al Monte Athos. En todos ellos la arquitectura está en un primer plano. Así, en general, me nutro de muchas disciplinas. La pintura me es fundamental así como dentro de las ciencias, la geometría.

 

JAL | De los premios internacionales que has recibido ¿cuáles son los más significativos y por qué?

 

AR | A mí no se me pegan mucho los premios como a otros escritores. Tal vez porque soy un poco inmune a ellos, mis anticuerpos trabajan constantemente en este respecto. De los pocos que he recibido quizás el premio a mi novela Cajambre, en Pola de Siero, en España, es el que más me ha gustado obtener. Y esto se debe a que lo considero un premio honesto, donde el jurado no tuvo que obedecer a grupos literarios, camarillas, editoriales, sino a su propia visión de la obra. Como dato curioso tengo que decirte que todos los premios que he recibido son internacionales, nunca recibí un premio en Colombia. Y esto no sé si me duele o me llena de satisfacción, y tal vez sea esta disyuntiva la que mejor dice de mi relación con este país.

 

JAL | De la experiencia mística ¿qué es lo que más provecho te deja para la escritura?

 

AR | Si algo tengo de místico es porque he hecho de la poesía un camino y un estar para la libertad y el amor, siguiendo la tradición surrealista. También porque tengo muchos pies metidos dentro del mundo medieval, en especial del arte fantástico religioso. Más allá, la mística como correligionaria del erotismo es algo que se perfila en mis poemas. Porque la mística para mí está al alcance de la mano, no en un otro dónde sino en un acá.

 

 

 


JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural. Realizó estudios de maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue codirector de la revista Alforja, es coordinador general de Publicaciones de la Universidad Intercontinental y director general de la revista La Otra. Fue subdirector de Literatura, Artes Plásticas y Artes Escénicas, Director de Vinculación Cultural y Coordinador de Vinculación Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México, de 2001 a diciembre de 2005. Ha sido jurado de numerosos concursos nacionales e internacionales de literatura, y de las becas que otorga el Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes y la Fundación para las Letras Mexicanas, en diversas ediciones (2004, 2006).

 

 


SARA SAUDKOVÁ (República Tcheca, 1967). Fotógrafa e escritora. Sara Saudková fotografa principalmente nus. Do ponto de vista técnico, são principalmente fotos clássicas em preto e branco tiradas em médio formato. Seu trabalho inicial foi influenciado pelo trabalho de Jan Saudek, com quem – como ela diz – aprendeu, porque melhor escola não há. Gradualmente, ela encontrou seu próprio estilo muito distinto. Dedica-se exclusivamente à criação livre – com fotografias encenadas documenta relações entre homens e mulheres – despedidas e esperas e entre: amor, saudade ou solidão. Suas fotos são bem lúdicas, com uma carga erótica. Saudková também escreve livros. Publicou Midnight Fairy Tales, para crianças, bem como o livro autobiográfico Ta zrzavá, Sweaty Back, sobre a crise de um homem de meia-idade bem-sucedido e um romance policial sombrio, Chuva. Nelas, trata de relacionamentos dramáticos, tramas sofisticadas e histórias emocionantes. Ele escreve sua prosa em uma linguagem viva. Sara é nossa artista convidada, a quem agradeço, pois desde nosso primeiro encontro foi muito generosa e simpática.

 


 


Agulha Revista de Cultura

Número 218 | novembro de 2022

Artista convidada: Sara Saudkovà (República Tcheca, 1967) 

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS

ARC Edições © 2022

 






                


 

∞ contatos

Rua Poeta Sidney Neto 143 Fortaleza CE 60811-480 BRASIL

floriano.agulha@gmail.com

https://www.instagram.com/floriano.agulha/

https://www.linkedin.com/in/floriano-martins-23b8b611b/

 

  

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário