Tu voz de corteza de árbol me esconde.
CARMEN VERDE
AROCHA
Es poeta,
ensayista, editora y personal docente de la Universidad Metropolitana y de la
Universidad Católica Andrés Bello. Además, dirige la editorial Eclepsidra,
sólida iniciativa que cuenta en el presente con un equipo formado por Luis
Gerardo Mármol y Rafael González García. Con fuerte arraigo, el sello se creó
por integrantes del taller literario de Rafael Arráiz Lucca, impartido entre 1989
y 1994 por el entonces director de Monte Ávila Editores. No es una contingencia
menor; define el propósito de dar continuidad a un semillero fecundo, que
refuerza enlaces con la tradición y preserva su interferencia estabilizadora.
En el amplio catálogo de títulos, iniciado en 1994 con una antología del grupo
fundador, están teselas esenciales del mosaico lírico de Venezuela y apuestas
emergentes que añaden brotes al deslumbramiento escritural. El neologismo
“eclepsidra” fusiona, según palabras de la poeta, la semántica habitual del
reloj, como medida exacta, y la noción de permanencia en lo transitorio a
través del lenguaje, montón poblado de arenas múltiples. Se adoptó como acogida
plural del grupo formado por Martha Kornblith, Israel Centeno, Luis Gerardo
Mármol, Abraham Abraham, María Milagros Pérez, José Luis Ochoa, Iván Crespo,
Fernando Escorcia, Miguel Ángel de Lima y Carmen Verde Arocha, que eligen como
sede de su compromiso literario la Casa de la Poesía Pérez Bonalde. A esa
promoción germinal no tardarán en sumarse las vocaciones de Graciela Bonnet y
Carmelo Chillida.
Fecha inolvidable
en el devenir de Carmen Verde Arocha es el año 1994. La escritora integra
poemas en la muestra colectiva Vitrales de Alejandría. Antología. Grupo
Eclepsidra, difunde composiciones en revistas epocales, y publica su inicio
personal Magdalena en Ginebra. Para el poeta y crítico Santos López esta aurora
representa la infancia como edad del sueño. El libro es un canto directo que
recupera el eco de los pasos interiores, donde se fusionan experiencia y
conocimiento. El viaje vivencial es una búsqueda de luz; personifica si se me
permite el paralelismo, el impulso asignado a María Magdalena en la predicación
de Jesús de Nazaret. Si el pasado es un lugar desapacible, con tacto de frío,
hay que hacer del ahora una consumación; asumir tareas de redención y
transcendencia a través del sentir amoroso. La vivencia perdida despierta en
las palabras, sale del laberinto umbrío para aflorar a la luz y descubrir su
razón de ser.
El recurso
cultural del título sirve como velado reflejo del enunciado autobiográfico. El
personaje histórico sobrevuela fuera de su ámbito natural, en una ubicación
geográfica extraña, acaso para recalcar que es una cartografía imaginaria, una
fabulación de la propia experiencia vital, ya que el largo poema está repleto
de imágenes recuperadas de la infancia en Guaicoco.
Frente a la
habitual consideración de la niñez como paréntesis celebratorio, en Magdalena
en Ginebra se anula la percepción del paraíso perdido, refugio de protección e
inocencia. Los trazos rescatados son acuarelas de un marco acre y desolado,
proclive a lo traumático. Solo el abrazo convierte el presente en resurrección
y albergue, en pulsión capaz de abrir para la noche un hueco de silencio.
El poemario se
reeditaría con versión definitiva en México, en 1997. Ese mismo año abre la
ventana su entrega Cuira. El libro debe su nombre a un elemento central del
paisaje de infancia, las aguas inquietas del Cuira: “El Cuira es un río que
está lleno de amor y de historias de hombres que mascan tabaco…” El breve
poemario integra textos en verso y prosa. Componen un sondeo afectivo de la
figura paterna como estatua totémica de autoridad y distancia, a veces
impasible frente al frío infantil y la soledad; pero también un rastreo en la
cartografía del recuerdo, entrevista con la mirada inquieta de los días niños,
cuando imaginación y realidad son espacios que solapan líneas. Entrelazados con
el coloquialismo de la evocación, se hilvanan abundantes elementos de la
tradición cristiana: el alma como intruso interior que resguarda sentimientos
de culpa y arrepentimiento, el arcángel Gabriel, Cristo o la cadencia
ceremonial del culto religioso.
El poema cobija
el andén silencioso de la memoria. Los recuerdos están repletos de incisiones
visuales. Se multiplican para componer una larga historia fragmentada, un soliloquio
que entremezcla en su ovillo una imaginería religiosa muy amplia. Esa
ambientación, para ser comprendida, más allá del onirismo, necesita esos datos
verbales que proporciona la voz directa. Así, leemos en el poema VIII: “El
recuerdo de María Silva / es duro en el sueño; / de niña ella me leía el libro
del Apocalipsis. / Yo anhelaba abrazar el hábito / para salvarme de la bestia”.
Son datos que justifican el ambiente de pesadilla de algunos sueños, el
convento como refugio salvador, o el rumor de la vida eclesial, solemne y
ceremonioso; todo hilvanado, como un sueño intenso, que convierte la razón en
fluir obsesivo. En ese cauce está latente la presencia de un erotismo evidente
que concluye la infancia y aloja el ideario infantil en un reducto extraño de
soledad: “¿Dónde reúne el arroz mi madre? / Ella durmió mientras transcurría la
infancia. / No se dio cuenta / cuando nos pusieron el pedazo de rabia / en las
piernas”.
En los poemas de
Mieles, libro de 2003, se incrementa la carga simbólica. No es difícil asociar
la palabra miel con la ofrenda más íntima de lo femenino. El ser interior de
quien se debate entre la celebración del cuerpo y la intemperie de lo
transitorio. En el poemario sobresalen algunas composiciones de gran fuerza
expresiva, como “La concubina”. Su personaje adquiere carácter de arquetipo. Es
la mujer, identidad frágil que se reafirma entre la desolación y el placer.
De la misma
manera en el poemario se establece una genealogía de encuentros: como si la
miel, transpirada en la piel de cada yo, recorriese generaciones y esperas,
fuese manando desde la abuela a la madre y desde el regazo materno a la niña
que descubre un día un hueco de miel en la conciencia de ser.
Para Santos
López: “Al leer Mieles somos testigos del encuentro amoroso entre la sabiduría
y el conocimiento intuitivo; el cual queda trasfigurado por medio de los
oficios que evocan el agua y el fuego”.
Estos cuatro
libros son quehaceres que dan solidez e impacto al afán de escritura, y
refuerzan la presencia en propuestas como El coro de las voces solitarias, de
Rafael Arráiz Lucca, estudio diacrónico publicado en 2002.
Ese largo
trayecto se recopila en 2005, en el sello Monte Ávila Editores Latinoamérica,
con un prólogo del poeta Santos López. El liminar de Mieles. Poesía reunida
(2005) atribuye al verbo lírico un enfoque onírico. Los poemas alojan un cúmulo
de sueños por lo que “el despertar implica el desprendimiento interior del
ser”. Queda en el lenguaje lo profundo, preservado con la calidez del misterio,
a resguardo de lo perecedero. Santos López aleja el impulso de la razón,
siempre proclive a instrumentalizar el poema desde el objetivismo. Esta
perspectiva enmarca el arte en la intuición frente a la materia consciente, que
aliña elementos aleatorios como la plenitud y el desconsuelo, el extravío o la
afinidad natural con el entorno. El sueño es anterior a la palabra, habita
dentro, enriquece y aproxima a lo numinoso.
Tras un activo
silencio, llega en 2015 En el jardín de Kori. De nuevo el río inaugura el cauce
argumental y abre una estela reflexiva sobre las coordenadas amorosas. Son
savia nutricia en el declinar inexorable del vivir. El amor cobija un soporte
existencial, aunque sus formas imiten el cansancio de un lobo agotado. Al cabo,
lo ideal está marcado siempre por la carencia; es una campana sin badajo que la
voluntad construye con barro y que nunca supera su estructura primaria.
En lo formal, El
jardín de Kori anticipa algunas características de Canción gótica como la
inclusión de versiones distintas en torno a una propuesta argumental.
Antes de iniciar
la lectura del poemario Canción gótica, última entrega de Carmen Verde Arocha,
pretendo explorar la íntima clave que mantienen el título y los contenidos
poéticos del libro. Ese umbral me hace recordar que el sustantivo gótico
expresa un estilo artístico aristocrático que culmina el arte medieval de
catedrales y monasterios en la Baja Edad Media francesa. Su expansión por toda
Europa abre cauce a una estética que bifurca trayectos hasta el ahora. Promueve
una amalgama de cualidades semánticas. Lo gótico se asocia a esa belleza oscura
que fusiona el deseo y lo inalcanzable, que marca el impulso no satisfecho y
que hace de la sensibilidad una vertiente de espiritualidad y conocimiento, de
desnudez afectiva frente a una realidad que rechaza y oprime.
Los poemas son
variaciones nacidas a la sombra de los días. Cultivan el singular enigma de lo
inaprensible. Dan voz a sensaciones y abren en cada boca las posibilidades del
deseo. No se trata de una mirada enunciativa que deja en los sentidos los
contornos plásticos del entorno. Profundizan en un diálogo de acercamiento
hacia el otro, mientras perciben la extensión de un cielo inacabado. Esa
circunstancia adquiere un carácter simbólico; el paraíso está por hacer, es una
lluvia que humedece la voluntad y pone frío al empeño de ser.
Como en otros
títulos de Carmen Verde Archa –pienso en Cuira, aunque con otro registro en la
evocación- el poema “La risa del río” asocia la transparencia del cauce y su
continua mutación como una escapada hacia el mar abierto, como un empeño de
ahuyentar la tristeza desde la plenitud del abrazo; es el encuentro germinal
del cuerpo, aunque la cosecha esté por crecer y ser vida.
Los que
identifiquen la poética con una declaración de intenciones o un mero ejercicio
de persuasión teórica quedarán desconcertados en las dos versiones de “Amarillos”,
subtituladas Primera versión de una poética; son composiciones donde el
discurso se fragmenta en imágenes en torno al propio conocimiento del yo, como
si fuese una invocación que hace del color áureo un núcleo explorado por las
palabras, pero que sigue conservando su misterio.
La poesía es
invocación, rezo coral, un mantra reiterado contra la incertidumbre que aspira
a superar la finitud y hace aflorar las pulsiones internas del deseo. Desde las
palabras, lo transitorio se hace raíz y permanencia, crea en la identidad la
sensación de un destino cumplido. De ese modo el devenir biográfico alcanza una
estación de llegada, que supera lo circunstancial, como sucede en los versos de
“Tú me estás viendo”.
La poesía es una
pregunta cuya respuesta es otra pregunta. Desde esa certeza paradójica Canción
gótica no convierte el magma interno del deseo en una puerta de contornos
precisos por donde salir al día sino en un tanteo, una premonición que mantiene
intacto su misterio, que muestra en su búsqueda perspectivas diversas, líneas
de incertidumbre porque “La casa de la concubina, grande y espaciosa / no tiene
nada que envidiarle al monasterio / Una casa que caída varias veces / luego
vuelve a edificarse / ¿Qué es lo impuro?” José Ángel Valente afirmó en su
ideario estético que solo se llega a ser escritor cuando se mantiene una
relación carnal con las palabras. Tal vez esta respuesta explique casi todo el
tejido verbal de la poeta venezolana. O tal vez no; así que es bueno que nos lo
confirmen desde su interioridad, vitalista y sin límites, las voces naturales
del poema.
Bibliografía
básica
Arráiz Lucca, Rafael, El coro de las voces
solitarias. Una historia de la poesía venezolana, Caracas: Editorial
Eclepsidra, 2003.
Verde Arocha, Carmen. Canción Gótica. Caracas:
Ediciones Gisela Cappellin, 2017.
Verde Arocha, Carmen. En el jardín de Kori. Caracas:
Editorial Eclepsidra, 2015.
Verde Arocha,
Carmen. Mieles. Poesía reunida.
Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2005.
NOTA
Publicación
original: José Luis Morante. “Contornos poéticos de Carmen Verde Arocha». En:
Crátera. Revista de crítica y poesía contemporánea. Valencia-España. N° 6.
Catarroja/ Primavera 2019. Reproducción autorizada por el autor.
DESMOND MORRIS (Reino Unido, 1928). Sus grandes pasiones son los animales y el arte. Es zoólogo, con doctorado en Oxford, etólogo, pintor surrealista y experto en sociobiología humana. Ha publicado 48 artículos científicos, escrito 80 libros y ha sido traducido a 43 idiomas. Entre 1956 y 1998, presentó más de 700 programas de televisión. También pintó más de 3400 cuadros y presentó 60 exposiciones individuales. (Fuente: U.Porto) Uno de sus libros más destacados es The Naked Ape (1967), además de ser conocido por su programa de televisión Zoo Time, en la década de 1960, en ITV.
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