En esta aterradora traslación del útero al sepulcro, que se
acostumbra llamar vida, colmada de miserias,
duelos,
mentiras, decepciones, traiciones, pestilencias
y
catástrofes; en este desierto del mundo a
la vez tórrido y
helado, en este retroceso eterno de toda justicia,
¿qué
sería del ser humano sin esta luz que es el arte?
LEON
BLOY
Quizá
cuando cientos de miles en el siglo XXI comenzaban a creerse casi inmortales, en
2020 el miedo abrazó al planeta con una pandemia no anunciada: el COVID-19. La vida,
es decir, nuestra vida fue más frágil que nunca durante semanas y luego meses, largos
meses. Se debatió entre la duda, la incredulidad y el temor, este último fue creciendo
día tras día. Los hechos, una vez más, rebasaban. Los medios de comunicación y las
redes sociales colaboraron a informar y, en ocasiones, a inquietar.
En
los noticieros hubo todo tipo de datos y de incertidumbres, aciertos y desaciertos.
Era previsible porque todo era nuevo, todo. Algunos empezaron a resguardarse y si
salían era con mascarillas y diversas protecciones. Al volver, se lavaban las manos
hasta enrojecerlas, desinfectaban los billetes y todo lo adquirido en cualquier
tienda. Otros salían a la calle en una especie de reto, con la más absoluta impunidad,
sin distancia, sin cubrebocas, se besaban en la calle, a la salida del metro, se
tallaban los ojos, tosían o estornudaban con desparpajo. De cualquier forma, todos
se acostaban con temores y así despertaban.
Con
mayor frecuencia, se volteaban los ojos a los medios de comunicación, a internet
y, en muchos casos, a los libros. Se leyó o releyó La peste de Albert Camus
o El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez o La enfermedad
y sus metáforas de Susan Sontag o Ensayo sobre la ceguera de José Saramago
o Diario del año de la peste de Daniel Defoe o La Biblia o Muerte
en Venecia de Thomas Mann, entre muchos otros. Es importante señalar que la
adaptación de esta obra de Mann al cine en 1971, bajo la dirección de Luchino Visconti,
es memorable y fue preciso para muchos volverla a ver. La coyuntura casi lo exigía.
Acabábamos de ver en televisión, periódicos o redes sociales las callejuelas de
Venecia y su Plaza de San Marcos dolorosamente vacías. La muerte rondaba, como siempre,
pero se le veía más cerca.
Se habla con frecuencia del miedo a lo desconocido; entonces,
se hablaba en concreto del miedo a una enfermedad desconocida. “La enfermedad nos
hace sentir repugnancia de la muerte y queremos sanar, lo que es una manera de querer
vivir… Todo enfermo es un prisionero”, afirma Marguerite Yourcenar. La prisión era
el hartazgo, pero era mayor el miedo. Había una emergencia sanitaria.
Y aunque Friedrich Nietzsche afirmó que “Lo que
caracteriza al conjunto del mundo es, desde toda la eternidad, el caos”, en medio
del caos, la vida se empezó a “organizar”. La burocracia, las empresas, los mercados,
los transportes, el área académica, todo y todos se tenían que adaptar. Al principio
no se sabía cómo salvar el semestre o el año escolar.
A pesar de que había “organización” diversos espacios se fueron
desmoronando: papelerías, farmacias independientes, pequeñas empresas, tiendas de
convivencia; algunos restaurantes austeros resistieron y se generalizó el servicio
a domicilio. El WhatsApp empezó a tener una fuerza inusitada. El llamado
home office se convirtió con cierta rapidez en una opción. Las clases por
zoom eran una moneda de dos caras: algunos alumnos tenían abierta su cámara
y otros no, pero participaban y otros… La clase terminaba y 3 o 4 no se desconectaban,
se les hablaba, se les informaba que la sesión había concluido y no contestaban,
quizá estaban en el quinto sueño. Entre colegas había quejas telefónicas y hombros
digitales para llorar.
En la Ciudad de México, en junio de 2020, hubo un temblor de
7.5 grados a las 10:30 de la mañana. Todas las personas salieron de sus departamentos,
de sus casas y casi todas olvidaron el cubrebocas. El temor en esta zona telúrica
es agudo. Unos segundos después, las redes sociales se inundaron de fotos, videos,
bromas… sí, bromas y memes. Uno muy famoso fue el de un joven que en lugar de cubrebocas
traía un pan sobre la boca*. Otros, con diversas figuras decían: “Covid,
quédense en casa. Temblor, salgan de casa”. Unos más, ya anunciaban la arena del
Sahara, que también llegó. La creatividad se desbordó. Esto fue a partir de un fenómeno
natural, pero la creatividad ya inundaba de diversas formas casi todas las naciones.
Como una necesidad, se buscaban y encontraban apuestas por recrear la realidad incluso
de manera jocosa para atenuar un poco la tragedia, ya que las cifras de muertos
se incrementaban día tras día. La muerte acechaba. La frase “Polvo eres y en polvo
te convertirás” era algo más que una cruz en la frente.
“Sólo tenemos un recurso con la muerte: hacer arte antes de que
ocurra”, aseveró el poeta francés René Char. Había que ponerse a trabajar. De diferentes
partes del país iniciaron las solicitudes a narradores y poetas para leer y grabar.
En México se cree que cuando una
persona tiene un gran susto, el pan llamado bolillo (una especie de baguette) ayuda
a aligerarlo. “Recoge la bilis”, dicen.
Se organizaron lecturas con motivo de homenajes a escritores
e incluso se montaron obras y se realizaron conciertos por medio de varias plataformas,
así como encuentros de creadores por zoom.
Imposible olvidar a las personas de tocaban diversos instrumentos
y cantaban desde sus balcones o se tomaban un café de balcón a balcón. Internet,
sin duda, fue un aliado. Uno se volvía a encontrar, nos volvíamos a ver con los
conocidos y amigos, aunque fuera en pantallas. Escuchábamos palabras más allá del
ámbito familiar. Hubo quienes hicieron diarios de pandemia en redes sociales; también
se solicitaron poemas o testimonios o cuentos para antologías sobre el tema o se
participaba en comités editoriales o como miembros de jurados de diversas disciplinas.
A
la par, todos los correos que llegaban con cualquier tipo de petición o información
iniciaban, palabras más, palabras menos: deseo que usted y su familia se encuentren
en perfecto estado de salud. Al mismo tiempo, recibíamos noticias de amigos, familiares,
conocidos, vecinos, colegas que estaban contagiados, se estaban muriendo o habían
muerto. Por desgracia, varios nombres de la agenda se hacían humo. Hubo días en
que abrir redes sociales, por diciembre de 2020 y enero de 2021 era ver un obituario.
Paul Valéry aseveró: “Nosotras, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”.
La
rapidez con que la emergencia sanitaria avanzaba consiguió que en todos los continentes
apareciera -una vez más- la necesidad de crear y recrear su mundo, a pesar de que
el mundo de alguna manera se quebraba. Con una inmediatez sorprendente, en marzo
de 2020, los publicistas Emma Calvo, Irene Llorca y José Guerrero crearon por medio
de Instagram el Museo de Arte del Coronavirus (The Covid Art Museum) y recopilaron
obras de artistas de más de 50 países. A la fecha, entre fotografías, dibujos, videos,
collages, imágenes de obras clásicas “actualizadas” de acuerdo con el desarrollo
de la crisis sanitaria, tiene más de 500 obras. Como es obvio, el acervo es 100%
virtual.
Es
una experiencia extraordinaria entrar a este mundo intangible, pero real. Según
datos de la UNESCO, de alrededor de 95 mil museos que hay en el planeta, durante
la pandemia, se cerraron unos 85,000 con los costos de todo lo que eso implicó.
Sin embargo, el mundo virtual fue la salvación de miles o millones. Se habló mucho
de que en el confinamiento los seres humanos advirtieron que podían vivir sin muchas
cosas, pero no podían evitar ver cine, escuchar música, leer, ver videos de danza
o “visitar” museos. Sí, en 2020 había otras opciones de “salir al exterior”, aunque
fuera a través de una pantalla.
Entrar
al Covid Art Museum es fabuloso. Una gran experiencia descubrir la imaginación
trasladada sólo a imágenes. Se aprecian los cubrebocas que asemejan las olas y el
mar, guantes de diversos tipos, termómetros o jeringas alucinantes como las que
hieren la versión de san Sebastián mártir, quien por cierto es el patrono contra
la peste y otras epidemias.
Es
muy interesante observar al pintor Salvador Dalí con cubrebocas; la magia es que
sus bigotes traspasan la tela. La Gioconda, en versiones inimaginables, aparece
con cubrebocas, con los brazos llenos de papel sanitario, con mascarilla o recibiendo
la vacuna. La mexicana Frida Kahlo usa un cubrebocas que reproduce su pintura “Las
dos Fridas”. Hay también una obra hecha con flores, pero a su lado hay botellas
de cloro y otro tipo de desinfectantes; aparece también un servilletero que se convierten
en “cubreboqueros”.
Un
empaque semiabierto remite al de los condones, pero no muestra un condón sino un
cubrebocas doblado. En “El nacimiento de Venus” de Boticelli, ella aparece con tapabocas
casi transparente y en otro diseño se aprecia con un hisopo dentro de la nariz para
la prueba Covid; a la Mona Lisa le ocurre lo mismo. Y se puede apreciar al David
con ropa protectora, mascarilla y ligeramente encorvado o a la Estatua de la Libertad
con cubrebocas al igual que “La joven de la perla” de Johannes Vermeer trastocada
por la mascarilla y además el tapabocas. Y en el imaginario colectivo, René Magritte
con “Los amantes” estuvo más presente que nunca.
Arte
inspirado en la pandemia a partir de otras obras y muchas nuevas a partir de sorpresas
y pesares. Fotografías y videos de capitales del mundo, entre marzo y abril de 2020,
como Viena, Moscú, Estambul, Nueva Delhi, diversas de América Latina o la soledad
de la Plaza Mayor en Madrid o la de San Marcos en Venecia, caracterizadas por desbordarse
de turistas y que, en aquellos días, ya se comentó, mostraban un vacío angustiante,
ojalá irrepetible.
El
fotógrafo español Manuel Ballester, por medio de la tecnología, decidió poner en
cuarentena a personajes de cuadros emblemáticos y mostrarlos sin gente, como La
última cena de Leonardo da Vinci o de El jardín de las delicias de El
Bosco o Las meninas de Velázquez, por mencionar algunos. Además, les cambia
el nombre; por ejemplo, a “El jardín de las delicias” le llama “El jardín deshabitado”.
Realmente es impactante ver los cuadros “vacíos”, es decir, sin nadie. Imposible
no mencionar otro giro al respecto, el de los personajes famosos de cuadros clásicos
“escapándose” de las pinturas que los han tenido presos por décadas o siglos, para
tener amoríos con los del cuadro de enfrente o de al lado. Muy promovidas en redes
sociales. Todas las que se apreciaron en esos meses fueron memorables.
Por
supuesto, también hay películas, documentales, obras musicales y muchos jóvenes
y no tan jóvenes, ya en la segunda ola, iniciaron los conciertos vía diversas plataformas,
incluso con un módico cobro de por medio. Los músicos, los bailarines, los actores,
los cantantes fueron muy golpeados económicamente por la pandemia. Es preciso subrayarlo.
Y
un día, llegó la vacuna y hasta a la Mona Lisa y a la Venus de Boticelli se la pusieron,
como ya se comentó. Era el momento de dudas, pero también de esperanza. La producción
artística había disminuido en su forma habitual. Se hizo lo que se pudo y eso ya
fue un logro. Es obvio que no toda la producción artística se hace sobre la marcha.
Muchas obras no se producen en el momento porque, generalmente, se tienen que dejar
reposar las emociones o asimilar las vivencias o entender los acontecimientos. En
muchas ocasiones, es precisa la investigación e ir al lugar de los hechos; “levantar
imagen” le llaman.
En principio, mucha gente podría pensar que un virus no es objeto
poético ni fuente de inspiración para los artistas. No obstante, a través de la
historia los desastres, las guerras, los desamores, los terremotos, los huracanes,
etcétera han sido fuente de inspiración en todas las bellas artes.
LA MEMORIA
TRATA DE LLAMARNOS LA ATENCIÓN
La memoria deambula por la tierra en esta
era
de pandemia y de miedo.
Susurra historia de pasadas plagas,
nos hace acordar de holocaustos
y genocidios, nos dice que esto también pasará.
La memoria trata de llamarnos la atención
con libros, canciones, figuras,
incluso con humor, nos asegura
que el contacto amistoso
que hoy extrañamos
mañana va a seguir ahí.
Pero la memoria también está exhausta,
vapuleada por el asedio de
mensajes ambivalentes, libros de historia
con capítulos que faltan,
noticias tendenciosas
y escribas autoproclamados.
Ella insiste en que es tan oportuna como la
ciencia
y la esperanza, trata de ocupar su lugar
en la mesa de expertos,
nos hace verla como lo que es
en un momento en que sabe
que se la necesita como nunca.
Escuchemos el llamado de la memoria. Pidamos
a nuestros ancianos que nos cuenten sus cuentos
de hazañas y dolor,
de bondad y relevancia.
Ella va a darles la mano
si ustedes le dan la suya.
ESTRELLAS DE
MAR SOBRE UNA PLAYA: UNA FÁBULA PARA EL 2020
Pienso en una historia que Bárbara
contaba siempre, acerca de un hombre en una playa salpicada de miles de estrellas
de mar. Él las iba recogiendo una por una, y las arrojaba de vuelta al agua. Otro
hombre que pasaba (parece que en esas historias siempre son hombres los que aparecen)
se detuvo, se quedó mirando un rato y después dijo: nunca las vas a poder devolver
a todas. ¿Cree que lo que hace importa de verdad? El primer hombre recogió otra
estrella, la lanzó a las olas y le respondió: A esa le importa.
Pienso en esa historia ahora, en
el contexto del COVID-19, la plaga que enferma y mata gente en todo el mundo. Oí
que, tanto los que creen en la ciencia como los cristianos y demás fundamentalistas,
sugieren que es un sacrificio. La tierra está limpiándose la super población, librándose
del excedente humano, por así decirlo. Los fundamentalistas cambiarían la palabra
Tierra por Dios.
Lo que me lleva al siguiente pensamiento:
incluso si no podemos salvar a todos los que se enferman, tenemos que hacer lo posible
por proteger a tantos como se pueda. Tal vez no les importe a todos, pero seguro
a ese le va a importar.
El caso Randall es uno entre otros cientos o miles que han tenido
la necesidad de transformar su experiencia, su visión, su desconsuelo en palabras.
Ideas y experiencias a corto plazo, quizá a mediano, porque a largo es difícil concretar
lo que puede producirse. Quizá los que se arriesgaron en plena pandemia (aún no
ha terminado) con tonos de desenfado o humor, traen a la memoria el fragmento del
poema “Muerte sin fin" de José Gorostiza:
(Baile)
(fragmento)
Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora,
con su ojo lánguido.
¡Anda, putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!
En México, en febrero de 2023, según cifras oficiales, se estima
que ha habido 347,041 defunciones; alrededor de 7,780,334 casos positivos; 6,687,704
recuperados y 26, 855 casos activos. La consigna fue: “Quédese en casa. Si puede,
quédese en casa”. Prever qué viene es complejo. Se decía que la gente iba a cambiar.
Lo escuchamos por todos los medios. Algunas y algunos no lo creímos. Hoy en día,
en la cotidianidad, constatamos que la gente no cambió ni siquiera luego de haber
tenido duelos intensos o aparentemente intensos, como las viudas, los viudos, los
huérfanos niños o adultos. Aunque, a veces, sí se cambia para mal. Quizá lo más
importante son las personas salvadas por algún ser humano, como las estrellas de
mar, según el poema de Randall. Y de una u otra manera muchos aprendimos a volar
en el encierro y ya lo hacemos desde diversas ramas. Ojalá el vuelo continúe en
libertad.
Bibliográficas
Antaki,
Ikram. Celebrar el pensamiento. Joaquín Mortiz. México, 1999.
Bartra,
Agustí. Antología poética de la muerte. Pax-México. México, 1967.
Camus,
Albert. La peste. Ediciones Sol 90. Buenos Aires, 2003.
Defoe,
Daniel. Diario del año de la peste. Seix Barral. Barcelona, 1969.
La
Biblia. Ediciones
Paulinas. España, 1992.
García
Márquez, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. Diana. México, 1985.
Mann,
Thomas. Muerte en Venecia. Seix Barral. México, 1966.
Saramago, José. Ensayo
sobre la ceguera.
Santillana Ediciones. México, 2010.
Sontag,
Susan. La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas. Santillana
Ediciones. España, 2005.
Filmográficas
Visconti,
Luchino. Muerte en Venecia. (Adaptación de la obra homónima de Thomas Mann).
Reparto: Dirk Bogarde, Silvana Mangano y Björn Andrésen. Italia, 1971.
Electrónicas
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