SEDUCCIÓN SURREALISTA | Ciudad Trujillo 1941. Puerta a la América hospitalaria para aquellos que navegan desde Europa escapando al asedio nazi y fascista. Punto de tránsito de transterrados que irían a parar a México, Venezuela, Argentina, Puerto Rico, Norteamérica. Refugio circunstancial o definitivo de varios miles de derrotados del bando republicano, desgarrados por la guerra civil de aquella heroica España defendida por brigadas internacionales solidarias, cantada por poetas de la estatura de Neruda (España en el corazón). Posada de perseguidos por razones de raza, pensamiento o militancia política. Artistas de las vanguardias se dieron cita en esta media ínsula, revolucionada en su momento por la presencia de una masa crítica de alto nivel (hoy se diría “de clase mundial”) que gravitó poderosamente en el ámbito de la cultura. Desatando las fuerzas del intelecto, explosionando en onda expansiva la potencia del arte en todas sus vertientes.
Lugar esta villa del Ozama del encuentro entre el médico psiquiatra, poeta, escritor y teórico francés André Breton, el papa negro del surrealismo nacido en Tinchebray en 1896, y Eugenio Fernández Granell, músico, pintor y escritor surrealista español, para mayor seña gallego nacido en La Coruña en 1912. Uno de 45, otro de 29 años. Ambos hombres de izquierda. Militantes revolucionarios. Disidentes del stalinismo que en 1940 con su vara larga alcanzó mortalmente a Trotsky en México, a golpe de picana alpina. La presencia de Breton en la capital dominicana –acompañado por su esposa e hija– fue un acontecimiento cultural, en especial para los poetas y artistas nucleados en torno a la revista Poesía Sorprendida, cuya conducción encabezaban Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón, Freddy Gatón Arce, el chileno Alberto Baeza Flores, con la presencia del ángel catalizador de Granell, quien aportaba las viñetas de ilustración de sus páginas.
Integrado activamente a la vida dominicana, el multifacético Granell colaboraba como columnista en el diario La Nación, realizando crítica de arte y literatura. Escribía igualmente en las publicaciones de los republicanos españoles Ágora y Democracia. Junto a otros refugiados formaba parte del elenco de la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por el músico madrileño Enrique Casal Chapí –nieto de Ruperto Chapí, autor de La revoltosa y de otras zarzuelas decimonónicas. Integrado como docente a la Escuela Nacional de Bellas Artes que conducía su amigo el escultor español Manolo Pascual, tuvo tiempo para organizar el Teatro Guiñol que funcionó en el Instituto Escuela, según nos relatan Guillermina Medrano y José Ignacio Cruz en Experiencia de una Maestra Republicana. Así como para exponer su obra pictórica en individuales y colectivas.
En España, Granell había militado en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que agrupó a varios núcleos marxistas independientes de los dictados de Stalin y del Partido Comunista Español, entre ellos trotskistas. Participó en la defensa de Madrid y dirigió la revista El Combatiente Rojo, colaborando en otras publicaciones como POUM. Antes de arribar a Ciudad Trujillo, como tantos refugiados republicanos, pasó por Francia, vía de escape y primer lugar de acogida controlado, donde operaron varios campos de concentración para estos fines.
Breton había estudiado medicina, movilizado militarmente durante la Primera Guerra Mundial, ocasión en la que laboró en hospitales y se familiarizó con la obra psicoanalítica de Freud y sus experimentos con la denominada escritura automática (libre de los controles conscientes que el proceso de socialización establece como cánones regulatorios en la conducta de los individuos, al internalizar éstos normas sociales y valores culturales). Esta aproximación se traduciría en módulo de escritura entre los surrealistas, para dejar fluir libremente los sentimientos alojados en el subconsciente, sin ataduras morales y represiones racionalistas. Fruto de este hallazgo es la obra Los campos magnéticos publicada en 1920 junto a Philippe Soupault. En esos días estuvo Breton vinculado con el escritor rumano naturalizado galo Tristán Tzara, impulsor del dadaísmo. Junto al poeta Louis Aragon y a Soupault funda la revista Littérature.
En 1924 aparece el primer Manifiesto Surrealista, integrándose en torno a sus postulados un grupo de escritores y artistas, entre ellos el poeta Paul Éluard (esposo de Gala, la musa y compañera definitiva de Salvador Dalí), el escritor suicida René Crevel, el etnógrafo Michel Leiris, los poetas Robert Desnos y Benjamin Péret. Breton definiría el surrealismo así: “Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.” Un verdadero impacto provocador, alejado de convencionalismos burgueses, tendrá la nueva religión instaurada por Breton y sus amigos, con precursores estéticos como el poeta, dramaturgo y narrador Guillaume Apollinaire o el más remoto pintor Hieronymus Bosch, El Bosco, toda una placentera y surrealista imaginería onírica plasmada en su tríptico El Jardin de las Delicias que figura en El Prado.
Al movimiento, cuyas tertulias se verificaban en el Café Cyrano, se unirían pintores como Dalí, Miró, Magritte y Picasso. Cineastas como Luis Buñuel, quien junto a Dalí, producirían el film Un Perro Andaluz, y mantendría la marca surrealista en sus filmes más personales a lo largo de una fecunda carrera. Una buena parte de estos surrealistas militaría en el movimiento comunista, con sus apegos y desapegos dialécticos. Otros romperían lanzas contra lo que entendían una restricción al desempeño libertario y creativo. Un corset ideológico.
El contacto dominicano entre el ícono Breton y el inquieto Granell produjo una corriente de simpatía instantánea. Un poderoso imán cautivante se cruzó entre el galo más maduro y el poliédrico joven gallego. Ambos lanzados al Atlántico como Colones buscadores de nuevos horizontes, expulsados por el infortunio de la guerra en Europa. Breton censurado en la publicación de sus obras por el gobierno de Vichy. El español introduciría al francés en los círculos intelectuales y lo entrevistaría para La Nación.
“Hemos conversado con André Breton en la terraza del hotel Palace. André Breton es un hombre bien conocido en los medios intelectuales y artísticos del mundo entero. Director de la revista de arte Minotauro, su fama mundial ha corrido pareja con su positivo valor intelectual. Breton es el máximo exponente del surrealismo. Amigo de Picasso en Europa, de Diego Rivera en América, hemos creído interesante dar a nuestros lectores sus puntos de vista sobre cuestiones de evidente interés en la actualidad agitada del mundo intelectual, preso hoy entre las ruedas dentadas de la guerra.
“La señora Breton y su hija le acompañan. Han hecho la dura travesía desde Marsella con el excepcional pintor cubano Lam. Breton nos mostró uno de sus lienzos. Nos manifestó su admiración por el pintor de la vecina república y no nos ocultó que Lam es, entre los pintores jóvenes, el más estimado de Picasso.
“– Señor Breton, ¿cuáles fueron sus actividades intelectuales durante el año último? – Hasta el mes de agosto de 1940 yo estaba movilizado como médico–jefe de una escuela de pilotaje. Durante un año, apenas pude pulsar las reacciones que se dibujaban en los espíritus, a causa de una guerra largo tiempo indecisa y que, de la parte francesa, parecía conducirse sin condiciones contra la corriente. Mi experiencia de la guerra anterior me enseñó que la consciencia en tales
períodos pierde casi todos sus derechos, y que el criterio de salud intelectual se mueve en medio de una extrema desconfianza respecto a todo sistema de información y de exaltación fundado en las necesidades de la propaganda.
“Mientras en Inglaterra no siempre es abolido el derecho de discusión, nunca se insistirá bastante sobre el hecho de que Francia, al entrar en guerra, organizó sin pérdida de tiempo el aplastamiento de toda idea libre. Sólo las voces a priori, de acuerdo, muchas de ellas sencillamente serviles, pudieron hacerse oír. Con pocos gastos se obtuvo una pretendida unanimidad. Podía esperarse, a pesar de todo, cierta resistencia por parte de escritores tales como Gide y Valéry, que pasaban hasta entonces por ser los portavoces de la cultura francesa. Su silencio o sus tentativas de diversión parecen equivaler a una renuncia. Tal situación empeoró después de la derrota militar.
“Permítame un ejemplo personal: dos obras mías fueron sometidas a la censura. La primera, una Antología del humor negro (se trata de Swift a nuestros días, por Lichtenberg, Quincey, Huysmans, Jarry, Kafka, etc). Del humor que no hace reír, sino estremecerse, tratado como medio, para el Yo, de sobrepasar los traumatismos del mundo exterior). Esta obra fue prohibida. El otro libro, un poema titulado Fata Morgana, ilustrado por Lam, que se desarrolla por entero al margen de la actualidad, me fue devuelto con la siguiente indicación: Diferido hasta la conclusión definitiva de la paz. El editor inquirió las causas de semejante rigor. Se le respondió: No nos proponga usted obras de autores que son la negación del espíritu de la reconstrucción nacional. No es preciso decir que tal reconstrucción, operada en el marco de la no independencia, la considero un señuelo, y que los recientes acuerdos robustecen aún más esta opinión.”
Como algo absolutamente surrealista, en la entrevista Breton rindió reconocimiento a Trujillo en estos términos: “Me siento feliz al testimoniar que la República Dominicana es actualmente la esperanza de todos los que, como yo, aspiran a reencontrar lo que consideran su razón de ser, algunos de los cuales, en territorio francés, no se hallan fuera de peligro.” Una tirada de toalla realista, dado el cuadro nada surrealista, de una dictadura hospitalaria.
LOS GRANELL DE BRETON | El primer encuentro entre el zar del surrealismo André Breton y el pintor surrealista y dínamo cultural multifacético Eugenio Fernández Granell tuvo lugar en Ciudad Trujillo en 1941. Ocasión en que éste le entrevistó para el matutino La Nación, en el cual colaboraban periodistas refugiados españoles como el canario Elfidio Alonso –quien en 1934 dirigiera con una orientación republicana el diario madrileño ABC, autor de Un europeo en el Caribe publicado en 1943– y el diputado galleguista Ramón Suárez Picallo, al igual que lo hacían filosos caricaturistas como Toni, seudónimo del artista valenciano Antonio Bernad Gonzálvez, también permeado por las influencias estéticas del surrealismo. El segundo contacto del “tercer tipo” entre estos dos personajes de leyenda se verificó cinco años más tarde en el mismo escenario, cuando Breton regresó a la isla y celebró, rodeado de poetas sorprendidos, artistas e intelectuales que le admiraban, su 50 aniversario. Acunado por Franklin Mieses Burgos, Lebrón Saviñón, Gatón Arce, Manuel Valerio, Manuel Llanes, Fernández Spencer, Hernández Ortega.
En el 41 vino Breton acompañado de su hija Aube y su esposa Jacqueline Lamba. Una pintora francesa musa inspiradora de su encendida obra poética quien intimaría con Frida Kahlo cuando la pareja visitó México y trabó amistad con Diego Rivera. En esa oportunidad Breton conocería al exiliado Trotsky –amparado por los Rivera-Kahlo–, quien reforzaría sus posiciones anti estalinistas. Esta amistad mexicana perduraría. Las relaciones Kahlo/Lamba fueron más allá, al ésta, ya desposada de Breton, cobijarse diez meses en México en 1946 junto a la artista azteca. En ese año el Papa del surrealismo llegó por segunda vez a Ciudad Trujillo con consorte nueva, la chilena Elisa Bindhoff que franqueó su comunicación en español, a quien conoció durante su estancia en New York en compañía de Marcel Duchamp. Escoltado por su amigo el pintor cubano Wilfredo Lam, ilustrador de su obra Fata Morgana. Una celebridad relacionada luego en París con nuestro Silvano Lora y con mi profesor hace casi medio siglo de “Introducción a la Historia”, Hugo Tolentino DIAP, Breton y Lam pasaban una temporada en Haití, invitados por las autoridades vecinas.
En marzo del 41 un Breton hostilizado en la Europa bajo la sombra nazi se había embarcado en Marsella junto a esposa e hija rumbo a América. En el barco iban el reputado antropólogo de ancestros judíos Claude Levi-Strauss –uno de los íconos de la antropología estructuralista autor de Tristes Tropiques, quien había realizado investigaciones etnográficas en Brasil–, el pintor Lam y su esposa, así como el escritor ruso militante trotskista Victor Serge. Una mezcla bastante surrealista que quedó embelesada con el verdor de las Antillas al arribar a Martinica, donde Breton fue internado por las autoridades coloniales francesas en un antiguo leprocomio. Liberado, permaneció bajo vigilancia policial en la isla, dada su fichada “peligrosidad”.
A Breton y Lam se sumaría en Martinica el pintor surrealista André Masson, quien quedó deslumbrado por el paisaje desbordante de naturaleza fresca, virginal y matinal, que se presentaba ante sus ojos asombrados. Un tupido follaje selvático que exploraron los amigos surrealistas. Una experiencia de contacto con lo real maravilloso novelado por Alejo Carpentier. Reencuentro superlativo con la huella que esta realidad dejó en Gauguin en 1877.
Como nos refiere el poeta, ensayista y artista plástico cubano Carlos M. Luis, en un texto sobre el impacto ejercido por Haití y Martinica en la producción surrealista, al hablar de esta última, motivo de una obra colectiva de Breton, Masson y otros editada en 1948: “Martinique Charmeuse de Serpents contiene los elementos primordiales con los cuales los surrealistas habrían de identificarse erótica y mágicamente con la naturaleza americana. En uno de sus textos titulado “Antille”, Masson poetiza: ‘En el cielo de tu frente el grito del flamboyán/En el césped de tus labios la lengua arrancada del hibisco/En el cálido campo de tu vientre los cañaverales coronados de sabor/En las verduras agujereadas tus ojos de luciérnagas/A tus mamas la fineza del mango/Tus plátanos para tus nietas/ El árbol de pan para todos los tuyos/ Y el manzanillo para la bestia atrapada’.”
La amistad que se fraguó entre Breton y Granell trascendió lo episódico, los encuentros dominicanos del 41 y el 46. Entre ambos se mantuvo una fluida correspondencia y colaboración. Breton se estableció en New York durante los años de la guerra, fecundando círculos intelectuales y publicaciones periódicas, con el ojo puesto siempre en la plástica que le apasionaba. Regresando a París al término de la guerra, donde promovió una gran exposición internacional del arte surrealista en la que figuró Granell. Este a su vez, al cerrarse el “interludio de tolerancia” de la dictadura de Trujillo, fijó residencia en 1947 en Guatemala, refugio revolucionario bajo los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz. Allí, como en Ciudad Trujillo donde presentó sus primeras individuales, trabajó arduamente la pintura y expuso el producto de su obra artística. Laboró en La Voz de Guatemala y multiplicó su quehacer intelectual logrando resonancia. Al parecer sus posiciones libertarias, reacias al estalinismo, le fueron granjeando antipatías entre los más fanatizados con la línea dura del movimiento comunista.
Tras una estancia productiva en la tierra del quetzal –símbolo mismo de libertad–, el inquieto Granell tuvo que esconderse para evitar quedar atrapado por el acoso del estalinismo. Su comunicación angustiada con Breton así lo confirma, quien se mantuvo en esos días atento a las incidencias para manifestarse en solidaridad pública con su amigo y mover la opinión de figuras internacionales de prestigio. Luego de esos momentos difíciles, abandona en 1950 Guatemala. El rector Jaime Benítez –un hombre al que los dominicanos deben gratitud por su solidaridad con la causa de la libertad y la democracia en nuestro país– abrió las puertas de la Universidad de Puerto Rico al talento versátil de Granell, como antes lo había hecho con tantos otros intelectuales españoles refugiados de la guerra civil, cuya cima lo fue el poeta Juan Ramón Jiménez, Nobel de Literatura. Allí estuvo hasta 1956 cuando enrumbó hacia New York –otro de los beneficiarios mayores de la diáspora iluminada española y europea.
En esa urbe –la maravillosa ciudad gótica de Batman– Granell enseñó literatura española en Brooklyn College. Estudió sociología en la New School for Social Research y se doctoró en 1967 con la tesis “El Guernica de Picasso. El final de una era española”. Jubilándose como docente en 1985, año en que se trasladó a Madrid junto a su esposa Amparo, a la que había conocido en París en 1939. Granell, nacido en La Coruña en 1912, falleció en Madrid en el 2001. No sin antes ocuparse de valorizar su obra pictórica y literaria, de publicar sus ensayos y testimonios de una vida fecunda, casi nonagenaria. Tuvo tiempo Granell para organizar en 1995 una fundación en Santiago de Compostela, depositaria de la rica colección del artista consistente en óleos, esculturas, dibujos, y collages. Así como de obras de Miró, Lam, Caballero, Copley, Rodríguez Luna, Duchamp, Steinberg, Abela, Césariny. Y al igual que Neruda, de objetos coleccionados por el artista en su periplo existencial por tierras diversas.
La amistad Breton–Granell, en especial la admiración que le profesaba el segundo al primero, quedó patentizada en ensayos y artículos sobre el surrealismo, en una obra homenaje al maestro escrita por el gallego, Isla Cofre Mítico, publicada en Puerto Rico en 1951. Y lo más importante, en el trabajo pictórico, iniciando con un “óleo sobre cartón de pequeño formato donde espectros esquizofrénicos se destacan sobre el horizonte de un fondo azul”, como consignan Emmanuel Guigon y Georges Sebbag en un texto sobre esta relación en el plano de la plástica. De “mutua seducción intelectual, artística y moral” ha sido calificado este entronque evidenciado en correspondencia cruzada entre 1946-1961. En el 2009 el Museo de Bellas Artes de Santander, con el auxilio del galerista madrileño Guillermo de Osma, expuso “Los Granell de Breton. Sueños de amistad”. Una muestra de 41 dibujos a tinta y 4 óleos que el artista gallego le dedicara al padre del movimiento. Acompañada de la correspondencia y otros materiales alusivos al nexo.
He podido ver y rever estos trabajos de Granell, la mayor parte fechada entre los 40 y los 50. Con las dedicatorias a Breton y en algunos casos a los Breton o a Elisa, la esposa. Nada mejor para poder apreciar el influjo que tuvieron estas Antillas en la obra del coruñés. El deslumbramiento telúrico, aún esquematizado en el entramado de los códigos surrealistas y en la perspectiva original de Granell. Un sueño que merece soñarse, máxime cuando Antilla en Granell es sinónimo de Santo Domingo, la tierra que le acogió con entusiasmo, como a otros de los suyos, que también son nuestros.
José del Castillo Pichardo (República Dominicana, 1947). Sociólogo, historiador y ensayista. Dirigió el Museo del Hombre Dominicano. Ha publicado El Bolero, Visiones y Perfiles de una Pasión Dominicana (con M. Veloz M. y P. Delgado M., 2005 y 2009), Ensayos de Sociología Dominicana (1981 y 1984), y Antología del Merengue (1988, 1989 y 1991). Artículo publicado en dos partes, en el Diario Libre (Santo Domingo, días 03 y 10 de diciembre 2011). Contacto: jmdelcastillopichardo@hotmail.com. Página ilustrada con obras de Unica Zürn (Alemania), artista invitada de esta edición de ARC.
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