En la obra plástica de Roberto Matta (Santiago de Chile, 1911- Civitavechia, Italia, 2002) es necesario distinguir no diversas épocas creativas, sino interpretaciones distintas, tanto las que en cierta forma son apoyadas por él mismo como – y sobre todo – las interpretaciones hechas desde dentro de la pintura. Quizá la concepción más conocida, y que tuvo más influencia en sus primeros años, es el surrealismo, donde se consagró como un pintor que ocupaba un lugar importante, no sólo un lugar, dentro de la gran corriente artística surrealista: en rigor, esto es sumamente discutible y el propio Matta manifestó en múltiples ocasiones su inconformidad. Afirma Matta: “Lo que hoy llamamos arte no es más que el reflejo de una situación espantosa. Todo el mundo se extraña de todo. El mercado del arte se ha vuelto como el mercado de la carne. Es la Villette. La obra es el sudor, las lágrimas, la sangre, la propia mierda del artista”.
Roberto Matta pertenece a una generación de pintores latinoamericanos que, en una cierta y arbitraria necesidad histórica, se incorporan al proceso de varios desarrollos artísticos, que en algunos casos se remontan a tiempos prehispánicos y, en cierto modo, se derivan de las influencias del arte europeo. Entre ellos hay que mencionar a Wifredo Lam, Rufino Tamayo, Pedro Figari, Marcelo Bonevardi, por mencionar algunos cuya presencia pictórica se dio antes del ascenso de la guerra fría y su exigencia política normativa que sobrepasara los límites de los hechos reales, y cuya influencia es decisiva en diversos campos estéticos de generaciones posteriores.
Pintores abstractos, surrealistas, neosurrealistas, académicos, neoacadémicos, geométricos, cinéticos, ópticos y de múltiples corrientes que serían inclasificables. De esta manera, la voluntad creadora consistía en darse a conocer, lo cual era casi imposible en Sudamérica y, en especial, en Chile. El estadio de desarrollo social y la diferenciación de estamentos fue, pues, un modelo que impedía abrir la brecha a los sudamericanos, entre ellos a Roberto Matta, quien en 1931 ya contaba con el título de arquitecto, y que para el artista no representaba una opción legítima de sus preocupaciones artísticas. Es el caso de Matta. Sus aportaciones a la segunda generación de surrealistas fueron fundamentales, tanto como su contribución a la transformación del surrealismo, cuando el movimiento parecía haber llegado a un punto muerto.
En 1933 rompe con su familia y viaja a París, donde es invitado a trabajar con Le Corbusier durante dos años. En 1937, gracias a una carta de recomendación de Federico García Lorca, consiguió que Salvador Dalí le presentara a André Breton, con lo que Matta se incorporó al movimiento surrealista y, más tarde, con Yves Tanguy y Gordon Onslow-Ford, se convierte en uno de los principales precursores del automatismo. En esos años, Matta no sólo publicó artículos en la revista Minotaure, como “Matemática sensible-arquitectura del tiempo”, sino que fue uno de los principales ilustradores del libro fetiche de los surrealistas, Los cantos de Maldoror. Instalado ya en Nueva York, hizo amistad y se relacionó con pintores y artistas neoyorquinos, como Esteban Vicente, Franz Kline, Williem de Kooning, Philip Guston, Mark Rothko, y especialmente con Robert Motherwell, William Baziotes, Jackson Pollock… Sobre todo, Arshile Gorky fue fundamental para comprender las respectivas trayectorias de aquellos jóvenes americanos y el nacimiento del nuevo estilo que iba a dar la vuelta al mundo, el expresionismo abstracto. Gorky y Pollock fueron quizá los dos que más se beneficiaron de la influencia de Matta. La amistad del primero con Matta despertó en el pintor armenio un aspecto suyo que había ignorado hasta entonces, el lado emocional del sentimiento, y de la imaginación. Pollock compensó la fuerte influencia de la obra de Matta y de los surrealistas con su pasión desbordada por los espacios del oeste americano.
Con la perspectiva de los años, por la indudable relevancia que llegó a tener el movimiento surrealista, y por la forma como influyó el destino creativo de quienes participaron en el movimiento, las palabras expresadas entonces por su líder, André Breton, han resultado, como afirma Lourdes Andrade, verdaderas, pese a las encendidas polémicas levantadas por su causa. Estuvo presente en todas las publicaciones y las exposiciones del grupo, a pesar de que en 1948 fue expulsado, algo que le afectó profundamente aunque nunca dejó de ser un crítico intenso de la política y de la sociedad de su tiempo. Dice Breton: “El valor de esas aptitudes naturales debe depender completamente, por supuesto, en qué tiene que ofrecer la persona que las muestra, ya que, después de todo, uno puede dar solamente lo que posee. La riqueza de Matta consiste en el hecho de que, a partir de sus primeros trabajos en adelante, ha sido maestro”.
El subconsciente, por ejemplo, es una de esas revelaciones que aparecen en la obra de Matta y que nos pone en contacto con profundos registros psicológicos a los que sólo él tiene acceso, con los que sólo él se encuentra familiarizado, y a través de los cuales debe, en ocasiones, guiar al espectador, revelarse las verdades que ahí se encuentran. Roberto Matta, creador del tiempo. Diálogo que se entabla con la imaginación. Enigma exquisito. Percibir y liberarse. Aparte de la originalidad del concepto y de la justificación teórica y explicaciones dadas, hay el valor de la ejecución técnica. Nadie que analice el proceso de las obras de Matta, o que simplemente las descubra, dejará de percibir la seguridad con que el artista logra lo que se propone. Las cualidades generales que definen la pintura de Matta son: el intenso valor expresivo de los espacios que, en cada obra, se fraccionan en campos de intensidad diferente; el frecuente o casi constante empleo de imaginación surrealista y la incisión como medios para obtener elementos lineales y estructurales; la riqueza de texturas, nunca obtenidas por técnicas procedistas, sino íntimamente ligadas al clima espiritual de las imágenes a las que corresponden.
La geometría de Matta trasciende sentidos. Expresión inequívoca: libertad del mundo y del arte. Modulación de líneas, masas, matices; transición de formas y colores. Determinación de lo concreto. Sensación que guarda prodigios precolombinos. Invención de lenguajes. Como nota estilística, he de observar la tendencia a la restricción cromática que se limita en muchas ocasiones al verde, negro, blanco o gris y sus combinaciones, o a la monocromía de su matiz intenso, como el rojo, azul o amarillo. En analogía con esta austeridad en el color, el estilo de Matta se muestra siempre contenido, hermético, casi indescifrable; a la vez, rechaza toda expresión exagerada. En su arte lo puramente pictórico predomina siempre sobre lo simbólico. Así como en la mente del poeta los estados de ánimo se transforman en versos, en Matta aparecen bajo el aspecto de imágenes plásticas, cuyos trazos, texturas y colores corresponden a los movimientos del espíritu surrealista. Secundariamente, el artista integra en estas formulaciones su pensamiento; esto es, Matta reconstruye lo que atrajo su atención, perteneciendo al mundo de lo visual.
Aunque el mismo Matta me contradice, con respecto a la articulación del surrealismo: “En aquellos años del surrealismo todo era muy literario. Al principio yo era más técnico, ya que venía de la arquitectura. Me era difícil aclararlo. Pronunciar la palabra “ciencia” era signo de incompatibilidad intelectual agravada de ignominia moral. De hecho, mi exclusión del surrealismo estaba formulada en esos términos. Marcel Duchamp no la firmó, tampoco Brauner. Ya nadie me hablaba… Soy incapaz de adherir, era amigo de los surrealistas así como lo era de los comunistas, sin ser jamás del partido. Yo no sé formar parte… Primero, cuando llegué a París, no existía el grupo surrealista. Todo estaba disperso, algunos agrupados en torno a Breton, otros junto a Eluard o Aragon, otros se acercaron a Artaud. Nosotros no éramos más que cuatro o cinco junto a Breton: Ubac, unos jóvenes belgas, Dalí y yo… Sin ninguna atadura. No éramos de nadie. Por mi parte, sólo pertenezco, y vagamente, a mis costumbres, a mi casa”.
En los años ochenta y noventa la evolución de Matta es constante, lo conduce a una agrupación de los factores de expresión emotiva. Recuerdo con asombro algunas de sus obras: Sexecursions, L’homme descend du signe, Les plaisirs de la présence, La plaisance du plaisir, Aux âmes, citoyens, Soit la soie en soi… Estos cuadros contraponen amplios espacios libres, con frecuencia lúgubres, como zonas muertas, a otras áreas de excitada textura, de fuerte violencia rítmica contraída hasta la furia. Otras imágenes profundizan en un inédito equilibrio entre la composición y la descomposición, o se dirigen hacia el hallazgo de imágenes desconocidas. Múltiples imágenes con bolsas de materia, franjas, personajes que pueblan los espacios, que aparecen junto a otros con incisiones semejantes a signos antiguos. La intensidad es corregida muchas veces por un anhelo de simplicidad y ello no va en detrimento de su efecto, sino que le otorga un mayor refinamiento. En estos últimos años, Matta prosigue la contención y explosividad del color, intercalando esa dualidad en un matiz intenso y vibrante que se sobrepone a lo textual, pero que al mismo tiempo Matta somete a su imperio estético.
Hay una serie de cuadros, como Edulis (1942), Children’s fear of idols II (1944), Sun dice (1947), que nos revelan esta posibilidad del quiebre psicológico del que Matta hablar. Ahora bien, partiendo de aquí, su obra está determinada en un plano más profundo, que es el sublime, y donde los objetos que rodean al cuadro están proyectados desde todo tipo de fantasías, de materia luminosa. En el fondo, las obras de Matta se inclinan hacia una contención espacial; es decir, la proyección del artista mismo en sus pinturas. Con Roberto Matta atravesé los caminos del arte moderno, palabra que flota en la memoria, que se convierte en obsesión constante. Él afirma que “la pintura es un llamado, una vocación que comienza cuando no la esperas”. Provocación de dualidades. Mitología del instante. Creación y destrucción. Matta me impresiona, me sacude. Símbolo que libera y atrapa ante una presencia desconocida, abstracta, universal, abismal. Pero es icono del arte moderno, estética que niega y escapa a la expresión de sí misma.
Esta es la historia de su universo: proyectos que son un solo proyecto en continua transformación. Como señala Octavio Paz, habría que interpretar y reinterpretar esta obra una y otra vez. En su obra se materializa esa “conciliación entre surrealismo y abstracción”, que constituyó para Roberto Matta uno de los mayores atractivos de la pintura. Es ahí donde los signos tienen sentido y son registrados en nuevos puntos de partida. La pintura de Matta es y será una exploración por la geología, la geografía y astronomía anímicas que son el espacio imantado de su pintura, en un territorio mágico lleno de su fantasía.
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Miguel Angel Muñoz (México, 1972). Poeta, historiador y crítico de arte. Es autor de los libros de ensayo: La imaginación del instante: signos de José Luis Cuevas (2001), Materia y pintura: aproximaciones a la obra de Albert Ràfols-Casamada (2002), y Travesías (2004). Es director de la revista literaria Tinta Seca. Contacto: miguelamunozpalos@prodigy.net.mx. Página ilustrada con obras del artista Roberto Matta (Chile).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
quarta-feira, 19 de novembro de 2014
Roberto Matta: la arquitectura de la emoción | Miguel Ángel Muñoz
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