quarta-feira, 27 de janeiro de 2016

OSCAR GONZÁLEZ | De la estética o antiestética del Dadaísmo: Kurt Schwitters y Francis Picabia


Quizá uno de los movimientos de arte más interesantes y sin duda, de los más desconocidos y menos "asimilado", en todo sentido ha sido el movimiento Dada -1916-1920-. Es su condición y su característica de escándalo, de incitación y de provocación rebelde contra todo, lo que puede causar su ocultamiento; pero a muchos artistas esta revolución artística les ha sido fundamental y de ella han extraído nuevas formas y nuevos estilos para sus obras. Dada no era solamente la destrucción por la destrucción, sino que como resultado de la Guerra del 14, los ideales y los sueños habían sido destruidos y exterminados. La razón se hizo sinrazón, la esperanza se hizo desesperanza irrevocable en el destino del hombre. La exaltación de la ciencia y su poder quedaron demostrados.
Era el momento decisivo y determinante para comenzar lo nuevo, y la intención no bastaba, había que ir más allá de lo establecido, de lo condicionado y de la demostración racionalista y positivista del mundo y del arte, por ello mismo había que instaurar una manera nueva de construir sobre la base de la destrucción del orden anterior. Y por eso mismo había que rechazar el pasado e invocar el presente sin restricciones y sin miedo; de ese modo se mezclaron sin más explicación: impresionismo, cubismo, futurismo que llevaron inevitablemente hacia el Dadaísmo.
Este intento de Dada es el que procuraremos mostrar, por medio de las obras y de los textos de Picabia y de Schiwtters, dándole relevancia al momento histórico que lo determinó y que lo hace formarse y revelarse, con las características de un movimiento estético o antiestético. Haremos en consecuencia un trayecto histórico de lo que allí ocurrió y cómo ocurrió, y de las obras y antiobras que se proyectaron e intervinieron en la modernidad de manera muy evidente, dado sus poderosos elementos de ironía y de Umor -Vaché- que lo poseyeron. El hilo de la historia, es lo que Dadá también de una forma u otra continúa, muy en contra, inclusive de los mismos Dadaistas. Como lo decía Tristán Tzara: "Dada ha intentado, no tanto destruir el arte y la literatura, como la idea que de ellos existía" (1973).
Dentro de la perspectiva, desde la cual abordaremos lo relacionado con el movimiento Dadaísta y con la intención de probar, de manera muy particular y especial, hallar los hilos imantados que conectaron este movimiento con los movimientos modernos, y la poderosa incidencia que ha tenido en ellos, es necesario decir que haremos unas indicaciones sobre la historia y en relación con las reflexiones y construcciones estéticas, que llevaron a Francis Picabia y a Kurt Schwitters a hacerse a una antiestética que los caracterizó de manera determinante y decisiva, en su tiempo y que a la vez les impulsa a hacerse también a una estética muy personal.
En el sentido de lo antiestético, es esencial decir que para nosotros lo antiestético está apoyado en la tesis del artista Luis Felipe Noé: "Lo antiestético es lo que no cae dentro de los supuestos de un determinado orden" (1988). Lo estético, entonces sería aquello que se concreta desde y sobre el idealismo del arte, contra la cual hace su intento de derribamiento el Dadaísmo. Destruir, y destruir todo aquello que no estuviera dentro del nuevo orden que se buscaba instaurar. Por eso mismo entonces, en esta tarea era absolutamente irrevocable ser radical, intolerante y no tener medida del deseo y de la exaltación. Este movimiento, más que nada es un movimiento de la exaltación, más que de la destrucción por la destrucción del "orden establecido", como muchos teóricos e historiadores lo proponen y lo presentan. Es más que una incitación hacia tener la tensión de una posición irreverente, insolente e irracional, como una forma más también de lo racional, que se realiza y se proyecta en otro sentido, en un sentido de exceso. Es pues, una razón que se mezcla lucidamente con la sinrazón, es un sentido que se combina con el sin-sentido.
Y es así como el Dadaísmo de Kurt Schwitters (1887-1948), Hannover; y el Dadaísmo de Francis Picabia (1879-1953), París; son para nosotros, una manera de indicarnos una metódica que proviene de una exaltación de sí mismos, que sin duda, ha tenido que ver con el Dada, y que para ellos obviamente era una forma de vivir su momento histórico, con todo el instinto y toda la "concentración de las necesidades" de estar en él, de intervenir decididamente en él. No había como exonerarse o eximirse de llenarse de todo lo que ocurría allí. Distribución del caos y la turbulencia, del escándalo y de la ironía.
Esa nueva estética es la que proviene entonces de Nietzsche, de Rimbaud, de Ensor o Münch, en quienes ya estaba concentrado y condensando todo el sentido de lo nuevo, la revelación de un estilo que ya no consideraría realizable el sueño tranquilo y cómodo, sino la oscuridad y la desesperación, la crueldad y la aniquilación: el expresionismo.
La realidad había terminado con todo; la Guerra del 14 había sido totalitaria y destructiva. No había quedado nada del hombre. Todo tenía que comenzar de nuevo, hacerse de nuevo: la razón, la historia, la estética, el arte. Es en este sentido como entonces lo que tenía que hacerse devendría de lo más extraño, de lo más raro y de lo más insólito. De allí, era de donde podía extraerse lo nuevo.
Como lo dice Picabia: "La poesía, la pintura, tal como yo las he vivido, son una existencia voluntaria en medio del hielo, la búsqueda de todo aquello que ha sido proscrito por el orden establecido. Yo no rechazo un ideal, me limito a ponerme en guardia frente a él. En la afirmación de la vida, en la voluntad de vivir, ahí es donde he creído reconocer el hilo conductor que lleva al arte." (1986). Lo mismo ocurre con Schwitters, que intenta todas las formas, que interviene y media con todos los estilos, que extiende sobre las cosas el poder de sus percepciones y la estructura sensible de sus sensaciones. Es un observador irreductible, todo lo mide, lo lleva a una exactitud en sus construcciones que son realmente maravillosas, los Merz; lo musical. Nada se le queda por examinar, por excavar, y como lo dice Hans Ritcher: "Hacia todo (…) con una vivacidad de instinto y de espíritu y una intensidad que no decaía nunca." (1973.
De tal modo que lo que aquí observamos es el cómo de una decisión totalmente clara y sin oscuridades, llena de intención, como ha de ser la decisión del artista, y tanto Picabia como Schwitters así lo probaron y lo demostraron. Habiendo sí, es necesario decirlo, unas condiciones que lo propiciaron, como las que ya hemos indicado. De la nada había que construir lo nuevo y condenar con la misma decisión aquello que hasta ese momento había sido un obstáculo para realmente acceder al verdadero arte, que para ellos tendía a estar fundido y fusionado con la vida, la vida verdaderamente vivida.
Por eso hallamos que instinto e intensidad serán para Schwitters los medios básicos para ello. Exaltación y asombro. Y para Picabia serían el movimiento de sí y la rebeldía contra sí, para intervenir todo aquello que la modernidad le incitaba, excediéndose en lo que más le fascinaba excederse: el consumo y su otro sentido, la consumación de la vida, como resultado de una decisión inalienable.
Dada lleva a todo eso, quizá a mucho más, pero también como se participaba y se intervenía en el movimiento, ni Picabia ni Schwitters se adhirieron totalmente. Eran más o menos unos "outsiders" dentro del movimiento, cuyos principios y condiciones provenían siempre de Tzara, de Huelsenbeck o de Hausmann; quienes eran los dadaistas mayores, si podemos decirlo de esa manera.
Picabia entonces, es aquel artista que hace un trayecto muy interesante entre todos los movimientos de la modernidad, le interesa todo, le atrae todo y le imanta todo. No hay forma, no hay estilo en el que no incursione o el que no domine; está preparado para abordarlo todo, sin condicionamientos y sin inhibiciones, como un "Caravanserail" (1973), como un "Hebdomeros" (1977). Todo hay que probarlo; su estética es pues la de un hedonismo mayúsculo. Irreverente y obsesivo. De esta manera lo describe Marcel Duchamp: "La carrera de Picabia es una serie caleidoscópica de experiencias artísticas, apenas unidas entre sí en su apariencia externa, pero caracterizadas todas ellas al amparo de una fuerte personalidad (…). Picabia, terriblemente prolífico, pertenece a esta categoría de artistas que poseen la herramienta perfecta: una imaginación incansable" (1978). Picabia quiere tener dominio sobre sí mismo, y ese dominio incondicional sobre sí mismo es el medio que le hace orientarse hacia lo desconocido. No lo teme y quiere más bien vivir en esa temperatura de lo indecible. Formas que prueba, sensaciones que lo extenúan, lo excitan y que de la misma manera, por la conciencia del instante, las abandona sin problema y sin melancolía. Hay que abandonarlo todo, para poder ser.
No tiene, entonces Picabia una estética determinada. Podríamos decir que la estética es él, su exaltación. Y que su antiestética es la rebeldía sin concesiones que instala sobre la realidad. Insurrección de sí y de los sentidos, para hallar lo nuevo, para conocerlo. Dada le realizó en ese sentido, puesto que Dada era lo que él era: anti-todo. No obstante el carácter destructivo de Dada, lo que Picabia hace dentro de él es fortalecer el carácter de su estética crítica y sensible; ya que lo destructivo de Dada era también, una manera de construcción de otro orden, establecido ó no, era otro orden, como ha quedado demostrado históricamente.
La insistencia y la obsesión de Picabia por las estructuras de movimiento y las condiciones de la técnica, su evolución y su desarrollo, siempre le inquietaron; esto es muy evidente en cuadros como: "Voilá la femme" (1915); "Parade amoureuse", "L'enfant carburateur" y en la "Novia"; estos tres de 1917; que ilustran con exactitud hacia donde se movían los intereses artísticos de Picabia; cuál y cómo era la insistencia de su estética por estos elementos nuevos y sorprendentes, que ya habían sido tratados por el Futurismo mismo en 1909. Esto hace que Picabia se muestre en todo momento moderno, y la vez extrayendo de ese momento todo lo que tenía de más necesario para él, para su propósito artístico. Extraía de esa realidad, de esa historia y de esa modernidad lo que le era más propicio y perturbador.
Schwitters mantendrá sin duda, unas relaciones muy controversiales y contradictorias con Dada, por su misma formación y por su misma manera instintiva de acercamiento a la realidad. No es, ya lo hemos dicho, una adhesión total, si no con prevenciones concretas y que él mismo no ocultaba, como lo indicaba G. Hugnet: "Schwitters se une a dada pero dada no siempre le quiere. En Berlín le rechazan. Su actitud apolítica, dictada más por la prudencia burguesa que por una repulsa fundamentada, irrita hasta tal punto a Huelsenbeck y Hausmann que estos declaran inmediatamente que Schwitters no ha pasado por la iniciación dadaísta" (1973). Es contundente la transparencia con que este hecho se haría siempre inocultable por Schwitters, que entonces lleva cada vez más al extremo todo lo que sería, en nuestra consideración, lo que para él era y sería toda su vida Dada. Queremos decir: Schwitters hace su Dadaísmo y por eso hacia 1924 promoverá el "movimiento" Merz. E inventa esta serie de construcciones, dándoles un carácter muy de él. Este, su Dadaísmo es lo que queda de una posición irrevocable y radical, como era él, en todo lo que hacía. Queda dicho que los dadaistas mayores, consideraban necesaria y esencial, lo que ellos llamaban, a la manera hermética, una "iniciación" y que por ello mismo, Schwitters no podía ser Dada, o sea un iniciado en el movimiento, tal y como lo revela Evola, en uno de sus ensayos más luminosos titulado: "L'Art Abstrait et le Dadaisme" (1982). ¿No sería entonces esa la vía dadaísta: iniciación y revolución de todas las formas y medidas racionales y positivistas para la vida y para el arte?
Los collages de Schwitters son construidos y formados, instalados y ensamblados con todo aquello que él encuentra, donde este y haciendo lo que esté, está preparado para el encuentro, para hallar cosas de toda índole y naturaleza. No le interesa para nada, sino el poder de revelación que esas cosas tienen para él, lo que ellas le dicen y lo que les posee de secreto, inaccesible. Schwitters hace del encuentro con las cosas una mística que se desencadena de su sensibilidad exacerbada de la observación. Extrema metódica de la observación, que se apoya, si es que tiene apoyo en el azar.
El azar es el principio liberador y tentador, él que llama a las cosas y las posee. Inmerso en el deseo de hallarlas, Schwitters se da una estética de la catharsis, y por eso mismo libre y liberado puede introducir, las cosas en sus cuadros, en sus telas, eso son sus collages. Lo cual podemos observar en "Merzbil (Le Psychatre) (1919); "Merz 94 (Tache verte)" (1920) o en "Merz (Construction) de 1921. Todo esto, aunque parezca absurdo, esta contenido con una simetría extraordinaria. Es resultado de la contención de la rebeldía contra la realidad excremencial; por eso la ironiza, para hacerla más hermosa y trascendental. Excrecencias a las que él les concede un nuevo poder de irradiación. Tal vez como lo decía O. Mandelstam: "He llegado a tal punto que, en el oficio de la palabra, sólo aprecio las costras, sólo excrecencias." (1995). Es allí, de donde es necesario iniciar otra vez el trayecto de la creación y darle el peso y la condición que ella necesita para uno mismo. Tocar lo intocable, en las cosas mismas, en su abyección y exaltarlas.
Todo se le proporciona para hacer estas "instalaciones", que para nosotros, no tienen equivalente en la historia del arte; porque él extraía de su momento y realidad lo que ya nadie podría conocer y nadie podría encontrar después. Es su estética y su antiestética. Schwitters tiene una tensión que se realiza allí, en el instante mismo en que el azar instintivo lo lleva hacia las cosas, lo imanta y ellas irradian un nuevo sentido, que no tenían y que nunca tendrían de no ser por él.
Este azar, es más que nada el azar que conoce quizá por lo que Hans Arp le indica y le dice. Para Arp, es muy importante el azar, porque este es la exactitud y la concreción no instrumental de lo insólito.
Las "tablas" de Schwitters son -como en "Breite Schnurchel" (1923)- exhumaciones de tablas que ya no estaban en la realidad, que él inscribe de nuevo en ella y las exhibe con ironía y humor. Decía: "Lo eterno es lo que más dura." Y siento, que hay una inmensa coincidencia con lo que nos dice la artista María Teresa Hincapié, a propósito de su performance "Una cosa es una cosa": "El instante es la eternidad." (2002).
Schwitters nos muestra, que la decisión de acercarse a su historia y construirla, con base al dominio de sus percepciones y de sus sentidos que poseen las cosas, les dan vida y les dan sentido, hace comunicable aquello que siendo un instante, no se extravía y se quiebra, sino que cada vez adquiere y alcanza más duración y condensación. Es la duración lo que es el instante, parafraseando, entonces a Bachelard. Y el artista cualquiera que sea, tiene esa intención, la de durar en lo sublime del instante. Tal como lo expresa Tzara: "El artista nuevo protesta: ya no pinta (reproducción simbólica e ilusionista) sino que crea directamente en piedra, madera, fierro, estaño, organismos locomotores a los que puede voltear a cualquier lado el viento límpido de la sensación momentánea." (1983). La dimensión del sí mismo, que es aquella, que sin extenderse libera y alcanza la conciencia de sí, que es la que le hace devenir como artista. La sensación es una estructura y es allí donde se revelan los instantes más intensos.
Dada ha sido una tendencia artística -contra el arte mismo- que involucro con o sin su consentimiento a muchos artistas que decidieron libremente adherirse a ella, sin someterse, eso sí, como Picabia y Schwitters a la "ortodoxia" dadaísta, sino que invirtieron la perspectiva, para poder desde allí, sobre esos principios hacer lo que ellos querían hacer y realizar entonces, de manera consecuente su tentativa. Dada dio cabida a todos, los más raros, los más extraños y los más ortodoxos. Dada hizo del escándalo su esencia, pero también hizo de su postura una estética, que hoy todavía se mantiene intacta y se proyecta sobre nuestra otra modernidad.



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Oscar González. Ensayista, crítico de arte y literatura colombiano. Ha publicado La ciudad soñada (1999), Pincel de hierba (2000) y Trompeta de Mercurio, del libro y la lectura (2001). Contato: ojgonzal@eafit.edu.co. Página ilustrada com obras de Francis Picabia (França, 1879-1953).






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