Cayó la cortina de tinieblas y
nos separa.
César Moro
ha muerto.
Ha muerto
aquí —en Lima— en una Lima que lo desconociera y que él reconocía un poco menos
cada día.
César,
perdóname, no puedo…No puedo hablar de ti como de un muerto. César, vives en
mí. Te has llevado el sol, la luz; me has dejado en la noche en que escribo…
Eras el sol, la luz; lo sigues siendo y lo seguirás siendo mientras te llore,
mientras te busque, a cada esquina de las calles, al norte y al levante de la
ciudad mortal de tu ausencia…
César,
Aurora. La noche es para mí. Eres el día. Mis ojos están ciegos de tu muerte, y
no te ven. Te volverán a ver. La culpa es mía.
César
¡escucha! Me he quedado ciego, sordo. Pero tú ves y oyes… Perdóname si hablo
solo: tanto hemos hablado en siete años ¿te acuerdas? César, estamos solos,
como siempre. Los demás no entienden, ¡no importa! Empiezan a hablar de ti
porque has muerto; ya confunden las fechas y los hechos: no perdamos el tiempo
—¡el tiempo pasa!— en discutir con ellos, ¿para qué? Ya te encuentran nombre,
categoría, escuela: es su costumbre, pero escapas de ellos y te ríes de los
nombres, de las categorías, de las escuelas. Eres libre, como siempre lo has
sido en vida.
¡El hombre
más libre de tu tierra!
Poesía en ti
era pureza. Pureza: amor. Amor: libertad.
Poesía,
fuego. Poesía, juego. Juego hasta la muerte, como el amor. Poesía, llama. “Llama
de amor viva”. Siempreviva. Y la muerte… ¡César! la muerte, muerta.
¡El poeta
más poeta del Perú!
Muchos
escriben y confunden la poesía con los poemas, publicarlos, y luego escribir
más, publicar más. ¡Hay una plétora de poetas en el Perú! En las antologías, en
las revistas, en los libros. En los ficheros, en los salones, en los congresos.
Odiabas la
feria literaria, la habladuría literaria. Odiabas a los poetas, esos poetas.
Eras Poeta, el Poeta. Has muerto de serlo; César, hay muy pocos poetas en el
Perú. Poetas porque sí, poetas en la vida y en la muerte, poetas en el alba y
en el crepúsculo, poetas en el cuerpo y en el alma, poetas en la sabiduría y en
el dolor, poetas en las rosas y en el cielo. ¡Tú! Los demás, no existen: sólo
hablan…
César, tú lo
has dicho, el 25 de diciembre de 1950 cuando murió en México «uno de los más
grandes poetas de la lengua española» y tu amigo, Xavier Villaurrutia:
“Su vida fue
vertiginosa, limpia, cristalina. Su obra, marmórea, reflejó obsesionante el ala
de obsidiana”. La vida de Xavier, y la tuya, César. La obra de Xavier, y la
tuya, casi inédita, dispersa…
“Difícil
será volver a encontrar en el mundo tal elfo azul —eres tú quien hablas siempre
de Xavier, y proféticamente de ti mismo— tal elfo azul, color, alegría de la
vida, bondad y, reunido al elfo, el nocturno creador de la poesía impecable y
funeraria”.
Como Xavier,
has muerto. Y aquí estamos todos, tus amigos, tus poquísimos amigos, los de
Lima, los de París, los de México (en la mañana misma de tu muerte, dos cartas
llegaron de México, de Agustín y de Remedios), algunos otros. Aquí estamos con
tu madre, con tu hermano.
Aquí estoy,
César. Tu amistad no siempre fue fácil ¡tanto mejor! Has sido el amigo más
amigo, porque has sido el que más exigías: no admitías que hubiera amistad
alguna sin pasión.
La pasión de
toda tu vida, César. La pasión de todos tus actos, de todas tus palabras, de
todos tus sueños, de todos tus deseos: ¡la pasión de todas tus pasiones! Has
muerto porque amabas la vida con pasión, has muerto de pasión, cuando los otros
viven sólo de interés, arribistas, traidores, prostitutos, los paniaguados de
las letras.
Has muerto
porque amabas la vida juventud, la vida sol, la vida mar, la vida belleza, la
vida Proust, la vida Baudelaire, la vida un rostro, la vida un amigo, la vida
un desconocido, la vida una taza china, la vida una pierna, la vida una isla
como tortuga adormilada en la niebla. Has muerto porque querías vivir en un
Perú de mitos y leyendas, en una playa de aves tutelares o en un parque de
ficus y palmeras, o en una casa de quincha, de rejas, de balcones. Pero los
niños matan a las aves en Barranco, los hombres arrancan los árboles y
derrumban las viejas casonas…
Solías
repetir ¿recuerdas? Una frase de un amigo tuyo, mexicano: “Somos los últimos
sobrevivientes del siglo XIX”. Añorabas el ocio, el silencio, un mundo con
remansos de paz, de hermosura y de pereza. Te tocó vivir en el mundo de los
altoparlantes y de la bulla, de Hollywood y de la bomba atómica, el mundo de
Sartre, de la fealdad y de la arquitectura funcional, el mundo de la prisa, de
la prensa amarilla, de las novelas radiales, entre criollos, vividores y
rateros.
Has
aguantado mucho, ya no podías. ¿Qué podían los médicos, César, contra tu mal? ¿Qué
podíamos nosotros, Margot, Dolores, yo, los demás, cuando la carga del mundo te
agobiaba? ¿Qué podíamos contra la vejez idiota de nuestra época?
¡Con qué
pasión, César! ¡Cuánto has sufrido! Día tras día te he acompañado en tu pasión…
¡Con qué horror, noche tras noche! Siete años…
¡César, has
muerto! Perdóname. Estamos solos, más solos que nunca, cada cual solo: la
pantalla de la muerte nos separa. César, me oyes, pero no me contestas…
Escribo, escribo… Es inútil… Trato de embriagarme de tu recuerdo, pero me falta
ahora tu presencia: tú me ves, pero yo no te veo; ha muerto tu mirada, ha
muerto tu voz, han muerto tus manos, todo tu cuerpo ha muerto… Perdóname.
Pienso en ti y pienso en nosotros, pienso en mí: hemos estado juntos tanto
tiempo, aquí, en todas partes ¿qué haré?
Me dejas
solo, César. Perdóname.
César, tú,
César, nuestro Rey Moro, en el reino inextinguible de la soledad y del amor…
*****
EDIÇÃO COMEMORATIVA |
CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidada: Leila
Ferraz (Brasil, 1944)
Agulha Revista de Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 131 | Abril de 2019
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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