quarta-feira, 23 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Amelia Denis de Icaza

JAVIER ALVARADO | Amelia Denis de Icaza con sus aves anconeras y las huellas en el cerro

 


Hablar de Amelia Denis de Icaza es hablar de raíces y de patriotismo. Digo de raíces porque si bien la metáfora cabe para llegar a lo profundo e Íntimo del credo palabrario de un poeta también sirve para deletrear una mujer de savias fuertes. Suele afirmarse en muchos casos que los poetas son los testigos de la historia de una nación o de un continente. La presencia de un Rubén Darío y la transformación de la Lengua al igual que el giro estilístico que dio Lezama Lima y sus pequeños arroyos y afluentes (de los cuales habla William Ospina, afirmando que Darío fue un gran río que convocó estas transformaciones) ayudaron a cimentar la gran patria del lenguaje expresional de América. Si Alonso de Ercilla y su Araucana recogen las primeras piedras de la colonización de Chile, José Joaquín de Olmedo y su Batalla de Ayacucho y Andrés Bello y su Zona Tórrida atestiguan una época o un efluvio convulsionado de la historia, los poemas de una mujer panameña atestiguan períodos, personajes, invasiones territoriales y hasta el devenir de algunos sucesos. Nació y creció en una Panamá independizada de España y unida a la Gran Colombia, mientras se resolvían asuntos limítrofes y se jugaban las cartas por la construcción de una ruta interoceánica. Le tocó ser testigo de la construcción del Ferrocarril, el Canal Francés, del Incidente de la Tajada de la Sandía, la Guerra de los Mil días y de la ocupación norteamericana. ¿Cómo se habrá sentido aquella niña, aquella mujer escribiendo versos, mientras las señoritas distinguidas (como ella) tenían que saber cocinar, bordar, criar niños y prepararse para el matrimonio?

Me comentaba una poeta mexicana en medio de una plaza en Santiago de Chile, a unos cuantos kilómetros del fin del mundo, con un viento frío y con un viento fuerte (como una novela de Miguel Ángel Asturias), mientras hablábamos del machismo imperante en muchos países latinoamericanos; que la literatura mexicana había dado una de las más grandes lecciones al machismo de su país:

 

Para los machistas debe ser un gran golpe, que la más grande poeta de México es Sor Juana Inés de la Cruz.

 

Acompañamos su juicio entre risas y otras anécdotas curiosas y con nombres de poetas que son verdaderas pruebas de espíritus gigantes que aletean con poesía. Repasaba hace unos días la increíble historia de rechazo de una Gabriela Mistral (lapidada por sus compañeras de clases luego de ser acusada de ladrona por robar un puñado de hojas y que según Gonzalo Rojas; “Huidobro dijo no, Borges dijo no, De Rokha casi no y a la cual yo siempre dije Si. Si, si y siempre si, Gabriela” y que luego se alzaría con un Premio Nobel de Literatura, una Delmira Agustini asesinada por su esposo, pero infinitamente recordada, una Juana de Ibarbourou y sus inagotables Lenguas de Diamante, en Cuba una Dulce María Loynaz y su Carta a Tutankamon, en Costa Rica Eunice Odio, en El Salvador Claudia Lars y así podemos repasar la Historia de la Literatura enumerando nombres y obras de mujeres. De hecho, una poeta argentina, me comentó bajo la bruma helada de Quetzaltenango:

 

Che, en mi país parece ser que las que escriben mejor, son las mujeres.

 

Luego de haberme mencionado a Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, Amelia Biaggioni, Juana Binogzzi y Mirta Rosemberg como referentes de la poesía de su país. Obviamente estas opiniones son muy subjetivas y otros temas como el machismo tienden a la polémica; lo que sí es innegable es la presencia luminosa de la mujer en la poesía de América Latina y esto ya es un argumento más que probado. ¿Quién no reconoce los versos

 

Me desordeno, amor, me desordeno

Cuando voy a tu boca, demorada

Y casi sin saber, casi por nada

Te toco con la punta de mi seno.

 

El soneto erótico de Carilda Oliver Labra de Cuba y qué uruguayo no ve en las calles de Montevideo sobre alguna pared “Nosotros nos enamoramos con los poemas de Idea, la gran Idea Vilariño.

Hace unos años, la poeta mexicana Leticia Luna me contactó pues venía recorriendo junto a otras poetas, una fallecida antes de la edición del proyecto, todos los países de América para una Antología llamada Pícaras, Místicas y Rebeldes (Trilogía Poética de las Mujeres en Hispanoamérica). En aquella ocasión logramos reunirnos en casa de Moravia Ochoa y Leticia pudo hacer la última entrevista internacional a nuestra Elsie Alvarado de Ricord. Estuvieron allí poetas de otras generaciones y Elsie (así siempre quiso que la llamara, pues detestaba que la nombraran doctora, profesora, etc-) rememoró los nombres de Zoraida Díaz (primera mujer que publica un libro de poemas, Nieblas del Alma), Nicole Garay, María Olimpia de Obaldía, Stella Sierra (primera ganadora del Premio Ricardo Miró), Esther Maria Osses, Rosa Elvira Álvarez, Bertalicia Peralta, Giovanna Benedetti, Consuelo Tomás, entre otras). Y por supuesto, existió una mujer, existió una poetisa. Existió una mujer y una poetisa llamada Amelia. A-me-lia Amelia Denis de Icaza.

¿Qué panameño no recuerda su Poema al Cerro Ancón? Mirando al cerro, “mudo atalaya del tranquilo mar” o quien no la reconoce en las fotografías de antaño en blanco y negro con su cabellera, su traje de matrona y su camafeo o al verla impasible, en su piedra de lírica estatua al lado de la iglesia de Santa Ana, ¿buscando su cerro?

Amelia hizo su entrega a la poesía desde sus primeros años en 1836, año en que nace, se inaugura la primera escuela elemental de niñas. Se cuenta que con doce años de edad enseñó unos versos al poeta de la Flor del Espíritu Santo, Tomás Martin Feuillet, cuando éste visitó la casa de don Saturnino Denis y de doña Carmen Durán de Denis. Luego de la muerte de su padre viaja por varios países de Centroamérica (donde conoce y se hace amiga de tertulias de Rubén Darío), aunque se confiesa admiradora de los románticos, a quienes se une en su escritura. Luego de permanecer por varios años fuera de Panamá regresa a su patria y decide ir de paseo por el cerro Ancón, pero un soldado estadounidense le prohíbe la entrada y luego averigua lo que ocurre: “ya existe una zona del canal custodiada por soldados norteamericanos”; atribulada por encontrar un territorio dentro de otro, escribe el conocido Poema al Cerro Ancón:

 

Ya no guardas las huellas de mis pasos

Ya no eres mío idolatrado Ancón

Que ya el destino desató los lazos

Que a tus faldas formó mi corazón.

 

El cerro es un amante perdido, una pérdida, que ardan las pérdidas como dice Gamoneda, y a la cual su pluma se une en luto:

 

Centinela avanzado, por tu duelo
lleva mi lira un lazo de crespón;
tu ángel custodio remontose al cielo…
¡ya no eres mío, idolatrado Ancón!

 

De los poetas surgen mitos y leyendas, muy de niño, recuerdo a alguna compañera de clases, decirme que Amelia al no gustarle lo que había escrito rompe la hoja de papel y la arroja al cesto de la basura; una hermana se da cuenta de lo ocurrido y empata los trozos y cuando Amelia regresa encuentra la hoja sobre la mesa y su hermana sólo le dice: “Termínala”. ¿Mito o realidad? Los poetas son asumidos por su pueblo, en una amorosa entrega.

Cierta vez leí una entrevista hecha a Carlos Francisco Changmarin donde él consideraba que era Amelia Denis de Icaza y no su sobrino Ricardo Miró, la poeta de la nacionalidad, pues con sus poemas al Cerro Ancón y a Victoriano Lorenzo, denunciaba y vaticinaba la gran serie de sucesos que habrían de ocurrir en nuestra patria.

El poema A la muerte de Victoriano Lorenzo es una elegía al primer guerrillero de América, traicionado en nuestro suelo y fusilado en la actual Plaza de Francia en el paseo de las Bóvedas:

 

Atado! y ¿para qué? si es una víctima
que paso a paso a su calvario va
lo lleva hasta el banquillo la república
y con ella en el alma a morir va.

Y ni el invierno con sus noches lúgubres
detuvo nunca su carrera audaz.
Como el león de los bosques en América
ni dio cuartel ni lo pidió jamás.

 

Así como Miró tiene su poema Patria, desde una celda de caracol hasta las vastedades panameñas; Amelia también tiene su poema Patria. Miró escribió su poema estando en Barcelona, Amelia en algún otro país. Recuerdo lo que me dijo una hermana de la poeta chiricana Rosa Elvira Álvarez, de lo que ésta le decía en sus cartas y llamadas telefónicas:

 

De tanto extrañar a Panamá ya tengo el corazón en forma de istmo.

 

Así lo confirmaba la poetisa de Nostalgia y creo que los poetas asumimos esa nostalgia fuera de la patria y el corazón se torna entonces una S acostada, con nueve provincias, comarcas indígenas y con esplendorosos archipiélagos en el Pacífico y en el Mar Caribe.

La hablante lírica se une al llanto de la patria:

 

¡Oh Patria! yo he sufrido contigo en tus dolores,
tus luchas amargaron mis noches y mis días,
de lejos he escuchado tus hórridos clamores
enviándote mi espíritu sus hondas simpatías

 

Nuevamente la referencia a las montañas y a los cerros:

 

¿Qué has hecho de tu gloria, mi pueblo tan querido,
y cuál será la suerte, pregúntome yo a solas,
de aquellas mis montañas donde formé mi nido,
de mis doradas playas besadas por las olas.

 

Haciendo alusión a la Guerra de los Mil Días y al conflicto armado con Colombia:

 

Qué triste, sí, que triste la fratricida guerra,
y allá en mi suelo ístmico, el drama sin segundo,
y el grito de exterminio lanzado en esa tierra,
en el hermoso puente por donde cruza el mundo.

Aquel mi pobre pueblo, tan noble, tan valiente,
tan grande en esa lucha y en desigual batalla,
y aquella triste historia de Calidonia el puente,
sembrado de cadáveres por la infernal metralla.

 

Asume el papel de madre, madre de la patria y de madre de la poesía panameña:

 

Dejad ¡Oh Ser Supremo! que el Istmo siempre viva,
con el trabajo honrado y la virtud por guía,
que no sea su esperanza, cual sombra fugitiva,
ni su soñada gloria como la flor de un día.

 

Y en Dejad que pasen les deja con lengua de acanto y de laurel a los poetas:

 

El poeta lucha, sin luchar, qué haría?
sin lucha y resistencia, no hay victoria
ni el corazón del bardo sangraría
para teñir los lauros de su gloria.

 

Mi encuentro con la poetisa se inició en las aulas escolares; pero no fue hasta un día caluroso de un mes que no recuerdo, que decidí adentrarme en Salsipuedes y llegar hasta un puesto de libros viejos y encontrar allí la edición facsimilar de las Hojas Secas (la primera se imprimió en León, Nicaragua en 1927 y la segunda en 1980, en las ediciones de la Revista Lotería). ¿Por qué Hojas Secas? Hay herbolarios de hojas secas y guardan una belleza parduzca que deleita los ojos. Un árbol perenne cuyas hojas no se desintegran, pero su poesía es la de las hojas verdes. Encuentro en dicha edición un prólogo de Zoraida Díaz, donde describe:

 

Fue aquella época amable de galantería y de arrojo, de serenatas y trovadores y escalas de seda: de jinetes que, como a la antigua usanza española, se jugaban la vida por un rojo clavel prendido en el negror de una cabellera; época de oro en que florecieron los talentos de Federico Escobar; Emilio Briceño y el mulato Urriola de quien apenas si queda algún recuerdo. Doña Amelia cantaba las bellezas de su tierra y de su época, y sus cantos resonaban en medio del aplauso de los suyos, porque todos sentían en el fondo del alma la misma emoción que palpitaban en las estrofas de la poetisa.

 

 Un concurso literario hoy día lleva su nombre, un corregimiento en el Distrito de San Miguelito le honra y sus poemas son recitados por generaciones infantiles y de todas las edades. Entonces existió una mujer y una poetisa, existe Amelia Denis de Icaza, Amelia; si guardamos las huellas de tus pasos y ahí estará gravitando sobre el cerro y como retoma Zoraida Díaz, también denunciando una presencia extranjera:

 

sueña que divisa aún la cumbre del cerro amado, medio perdida entre la niebla, y que escucha el dulce trinar de las aves anconeras que ella conoció y amó y que aún no han aprendido a cantar sus amores en inglés.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

 

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