BERTA LUCÍA ESTRADA | Sobre Sor Juana Inés de la Cruz
Su primer ingreso
monacal lo hace en la orden de las Carmelitas Descalzas, pero su salud no soportó
su ascetismo extremo por lo que pronto cayó enferma, debiendo abandonar dicha comunidad.
Una vez recuperada ingresó a la orden de las Jerónimas, a la que perteneció por
el resto de su vida. Al igual que Eloísa sufrió una persecución acérrima por parte
de uno de los representantes de la Iglesia. En su caso, la persecución fue realizada
por su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, quien llegó incluso a prohibirle
que escribiese, ya que consideraba que no era un oficio apto para la mujer. Por
otra parte desaprobaba la enorme acogida que Sor Juana tenía dentro de la sociedad
de su tiempo al ser reconocida como una verdadera intelectual. La postura del religioso
fue rechazada por la Virreina Marquesa de la Laguna, quien fue una de las más fervientes
seguidoras de Sor Juana. Incluso se ha especulado mucho sobre la verdadera relación
que habría habido entre las dos. Algunos de los versos de las endechas reales de
Sor Juana dicen así:
Divina Lysi mía
Perdona si me atrevo
a
llamarte así, cuando
Aun de ser tuya el nombre no merezco
… Así, cuando yo mía
Te
llamo, no pretendo
que juzguen que eres mía,
Sino sólo que yo ser tuya quiero.
Ahora bien, ¿Cómo
explicar un tono tan mundano y una relación tan cercana entre una mujer de alta
alcurnia y una religiosa? Para ello habría que tener en cuenta que la vida monacal
del siglo XVII difería mucho de lo que había sido en los siglos inmediatamente anteriores.
El monasterio de las Jerónimas, al no ser de clausura, gozaba de una gran libertad
en cuanto a la vida de las monjas se refiere. La tradición monacal española era
bastante diferente a la de los otros países europeos; así que la vida en un convento
podía equipararse muchas veces a la vida de la corte. La gente entraba y salía;
las monjas recibían visitas constantemente, y muchas de ellas estaban lejos de seguir
una vida de retiro espiritual como hoy en día lo concebimos. Teniendo en cuenta
este precepto es fácil entender que las mujeres de alcurnia, o procedentes de familias
adineradas, aunque vivieran dentro del claustro, su vida poco difería de las costumbres
que habían llevado antes de tomar los hábitos.
Un monasterio,
como el de las Jerónimas, estaba francamente jerarquizado. Por un lado, estaban
las monjas que venían de “noble cuna” y por el otro las monjas que carecían de apellidos
nobles o burgueses y que por lo tanto no aportaban dote en el momento de tomar los
hábitos. Estas monjas debían entonces pagar su estadía en el convento con el trabajo
manual. Es decir, los oficios que tenían que ver con la cocina, el aseo, la costura,
entre otros. Una prueba fehaciente de la vida monacal a la que hago referencia es
el monasterio de Santa Catalina de Siena en Arequipa, Perú. Este monasterio en realidad
fue construido como una inmensa ciudadela, con una superficie de 20.426 m2. Hoy
en día se visita y el turista puede pasear por sus calles y conocer los apartamentos
privados, algunos de los cuales aún conservan los muebles originales, su recorrido
puede durar hasta un día entero. Y si bien su vida era de clausura, las religiosas,
provenientes de las familias más adineradas de la ciudad, vivían rodeadas de doncellas
y de seglares que estaban a su servicio. En el caso del convento de Sor Juana, la
vida en comunidad, propiamente dicha, era incluso mínima, ya que las monjas adineradas
contaban con apartamentos donde vivían con sus criadas, y allí recibían a todas
las personas que deseasen frecuentarlas; y ese era el caso de Sor Juana. Por otra
parte, no hay que olvidar que ella como las otras religiosas de alcurnia pagaban
dotes para ser aceptadas en la comunidad.
La vida de Sor Juana fue durante años bastante mundana y correspondía a la
vida de la corte que se llevaba en México en el siglo XVII, cuyas costumbres estaban
insertas en la tradición monacal española, a la que se hizo referencia recientemente.
Respuesta
a Sor Filotea de la Cruz
En 1650 el predicador
Antonio Vieira había lanzado en Lisboa un sermón, que luego se conocería como Sermón
del Mandato. Cuatro décadas después, y en el retiro del convento, Sor Juana hizo
un análisis crítico de dicha prédica, con tanta brillantez que se le solicitó escribiese
los argumentos con los cuales refutaba el pensamiento de Viera. Su artículo llegó
a manos del obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien lo publicó con
el nombre de Carta atenagórica y al mismo tiempo publicó una carta escrita por él
mismo, pero firmada con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz. En la cual hacía
una crítica mordaz a la autora de la Carta Atenagórica y ponía en duda el que fuese
una mujer la autora del artículo en cuestión. En otras palabras, la Carta de Sor
Filotea de la Cruz ponía en duda los postulados filosóficos de Sor Juana. Pero,
sobre todo, pretendía imponerle los temas que debía abordar, lo cual es lógico imaginar
que éstos debían ser sagrados y alejarse por completo de los temas profanos. Según
estudiosos de la obra de Sor Juana, y de su siglo, el obispo Manuel Fernández de
Santa Cruz, si bien admiraba a Sor Juana, deseaba ante todo que ella siguiese sus
consejos. Una prueba que corrobora la admiración que sentía por ella es una frase
escrita en una misiva que le envió el 25 de noviembre de 1690:
quien leyere su apología de usted no podrá
negar que cortó la pluma más delgada que ambos y que pudiera lograrse de verse impugnado
de una mujer que es honra de su sexo.
Con esta afirmación
el obispo reconoce la supremacía intelectual de Sor Juana. Pero más adelante le
dice:
ciencia que no alumbra para salvarse, Dios,
que todo lo sabe, lo califica por necedad… Lástima es que un tan grande entendimiento
de tal manera se abata a las rateras noticias de la tierra, que no desea penetrar
lo que hay en el cielo; y ya que se humilla al suelo, que no baje más abajo, considerando
lo que pasa en el Infierno. Y si gustare algunas veces de inteligencias dulces y
tiernas, aplique su entendimiento al Monte Calvario donde viendo finezas del Redentor
e ingratitudes del redimido, hallará gran campo para ponderar excesos de un amor
infinito y para formar apologías no sin lágrimas contra una ingratitud que llegue
a lo sumo. O que útilmente, otras veces, se engolfara de ese rico galeón de su ingenio
de V. Md, en la alta mar de las perfecciones divinas. [Sor
Juana Inés de la Cruz. Lírica. Introducción,
comentarios y notas de Raquel Asún. Bruguera.
1ª edición. 1983.]
Este párrafo
es claro en cuanto a la opinión que tenía Manuel Fernández de Santa Cruz con respecto
a la obra profana de Sor Juana; puesto que consideraba que ella debería dedicarse
únicamente al ensalzamiento de Dios y al olvido de las cosas terrenales.
Como era de esperarse
Sor Juana publica Respuesta a Sor Filotea, en la cual hace una profunda e inteligente
defensa de la mujer y de su actividad intelectual. En otras palabras, Sor Juana
hace una reflexión de su condición de mujer, de intelectual, de religiosa y de su
derecho al análisis y al libre ejercicio de su labor como escritora. Todo ello con
un lenguaje modesto, que debe entenderse por ser una carta dirigida a un superior
eclesiástico. No hay que olvidar que en la época de Sor Juana la Inquisición estaba
en su máximo apogeo. La respuesta a Sor Filotea es no sólo una hermosa reflexión
sobre su propia condición de mujer y de intelectual, sino que es una explicación
que se da a sí misma de su propia opción de vida. Octavio Paz lo entendió más que
cualquier otro al afirmar que su verdadera pasión no había sido la literatura sino
la búsqueda permanente del conocimiento, de la sabiduría. Pienso que si Virginia
Woolf hubiese conocido la obra de Sor Juana otra habría sido su visión en Una habitación
propia; y lo digo ya que Sor Juana entendió muy bien la necesidad del silencio,
de la soledad y de un espacio privado para el ejercicio intelectual. Pero dejemos
que sea Sor Juana quien nos lo explique:
El escribir nunca ha sido dictamen propio,
sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis (vosotros
me obligasteis). Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos,
y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo
amor a la verdad) es que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente
y poderosa la inclinación hacia las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido
muchas– ni propias reflejas –que he hecho no pocas– han bastado a que deje de seguir
este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe porqué y para qué; y
sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento, dejando sólo lo que
baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos en una mujer; y aún
hay quien diga que daña. Sabe también Su Majestad que no consiguiendo esto, he intentado
sepultar con mi nombre mi entendimiento, y sacrificárselo sólo a quien me lo dio;
y que no por otro motivo me entré en religión, no obstante que al desembarazo y
quietud que pedía mi estudiosa intención y eran repugnantes, los ejercicios y compañía
de una comunidad; y después, en ella sabe el Señor, y lo sabe en el mundo quien
sólo lo debió saber, lo que intenté en orden a esconder mi nombre, y que no me lo
permitió, diciendo que era tentación; y si sería.
Y más adelante
agrega:
…el leer públicamente en las cátedras y predicar
en los púlpitos no lícito a las mujeres; pero que el estudiar, escribir y enseñar
privadamente no sólo les es lícito, pero muy provechoso y útil; claro está que esto
no se debe entender con todas, sino con aquellas a quienes hubiere Dios dotado de
especial virtud y prudencia y que fueran muy provectas y eruditas y tuvieren el
talento y requisitos necesarios para tan sagrado empleo. Y esto es tan justo que
no sólo a las mujeres, que por ser tan ineptas están tenidas, sino a los hombres,
que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación
de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles
y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos sectarios
y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que estudian para ignorar,
especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de
novedades en la ley (que es quien las rehúsa); y así hasta que por decir lo que
nadie ha dicho dicen una herejía, no están contentos.
Con la Respuesta
a Sor Filotea, Sor Juana surge como una gran pensadora de la condición femenina.
Podría decirse, incluso, que es la primera feminista del Nuevo Mundo, heredera de
muchas otras mujeres, como ella misma lo reconoce en la carta en cuestión:
Veo adorar por diosa de la ciencia a una
mujer como Minerva, hija del primer Júpiter y maestra de toda la sabiduría de Atenas.
Veo una Pola Argentaria, que ayudó a Lucano, su marido, a escribir la gran Batalla
Farsálica. Veo a la hija del divino Tiresias más docta que su padre. Veo a una Cenobia,
reina de los palmirenos, tan sabia como valerosa. A una Arete, hija de Aristipo,
doctísima. A una Nicostrata, inventora de las letras latinas y eruditísima en las
griegas. A una Aspasia Milesia que enseñó filosofía y retórica y fue maestra del
filósofo Pericles. A una Hispasia, que enseñó astrología y leyó mucho tiempo en
Alejandría. A una Leoncia, griega, que escribió contra el filósofo Teofrasto y le
convenció.
Y la lista continúa.
Pocas mujeres, hoy en día, son capaces de reconocer una tradición femenina tan rica;
como pocas son capaces de enfrentarse al mundo masculino y a las reglas que lo rigen.
La respuesta a Sor Filotea, es, en realidad, un curso de gran erudición sobre la
condición femenina y sobre la sumisión ancestral que han querido imponernos nuestros
homólogos masculinos. Por otra parte, es importante señalar que Sor Juana entiende
muy bien el papel de la educación en la mujer y su consecuente influencia en la
sociedad de su época. Es por ello que hace énfasis en la preparación de la mujer,
de lo contrario sabe que la tarea de un cambio sería en vano. Sabe que a la mujer
no hay que admirarla por el simple hecho de serlo, sino que hay que admirarla en
la medida en que sus capacidades intelectuales así se lo permitan; tal y como sostuviera
en su tiempo Hrotsvitha de Gandersheim.
Sor Juana murió
muy joven, víctima de una epidemia que azotó México. Sin embargo, a la hora de su
muerte nos había dejado un legado inconmensurable, difícilmente emulable por cualquier
otro intelectual. Respuesta a Sor filotea sigue siendo de gran actualidad, es una
obra atemporal, que no puede circunscribirse tampoco a un espacio determinado. He
ahí su verdadera universalidad. Sor Juana Inés de la Cruz gozó de un gran reconocimiento
en vida, al punto que en España fue durante siglos la autora más publicada. Recibió
los nombres de El fénix de América y La décima musa. Su pluma es excelsa, su inteligencia
aguda y su sapiencia infinita. Pocas autoras, incluyendo sus homólogos masculinos,
pueden preciarse de un purismo del lenguaje y de una estética literaria tan extraordinariamente
bien lograda. Su herencia literaria se compone de varios géneros: lírica: endechas,
villancicos, romances, glosas, sonetos; incursionó en la prosa y en la dramaturgia;
y en cada género supo hacer gala de un estilo brillante, fiel reflejo de su profunda
erudición y de su genio sin límites. Si Eloísa había iluminado el Viejo Mundo en
el siglo XII, Sor Juana iluminó el Nuevo en el XVII. Una vez más, estas dos grandes
mujeres se cruzaban en el camino, para mostrarnos cuán larga e importante es la
tarea de la búsqueda del conocimiento y de la creación literaria.
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