MIGUEL ÁNGEL ZAPATA | Antonio Cisneros y la metáfora de la experiencia
MAZ | La ciudad es uno de los temas principales en tu poesía. Este
tópico se puede notar nítidamente en Como
higuera en un campo de golf (1972); El Libro de Dios y de los húngaros (1978) y en tus libros más recientes: Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981) y Monólogo de la casta Susana y otros
poemas (1986). En el primero que cito
haces una suerte de crónica de tus viajes por Europa con vistas de las ciudades
que descubres. Ahí se describe la arquitectura y tus experiencias urbanas: nostalgia,
amor, horror, y fascinación.
AC | Yo soy un hombre eminentemente urbano. Alguna vez dije algo
así como “me cago en los pajaritos”, y en general cuando hay gente de buena voluntad
que me quiere tentar con viajes a las montañas o a descubrir los paisajes insondables,
rechazo la invitación y me carcajeo. Soy eminentemente urbano. Nací en una ciudad
y en general no me gusta vivir en ciudades que tengan menos de un millón de habitantes.
A la larga, mis libros de poesía son una suerte de crónicas de viaje, como dices.
Pero estas crónicas de las ciudades europeas no indican una predilección por estas
ciudades. He vivido años en Londres, entonces aparece Londres, en Niza, y aparece
Niza, en Berlín, en Budapest mucho tiempo y así van apareciendo estas ciudades.
Esa es la razón de ser de su presencia. Si yo hubiese vivido en ciudades sudamericanas
también hubieran aparecido esas ciudades.
MAZ | Robert Lowell rememoraba Boston y su arquitectura, tú lo haces
con Lima en “Crónica de Lima” y las referencias a Miraflores y Punta Negra dan cuenta
de estos lugares míticos en tu vida. Y cuando viajas tus recuerdos son nostálgicos
y hasta a veces dolorosos por el amor a tu ciudad.
AC | Asi es. Mis poemas son el testimonio del lugar donde vivo.
Tú me hablas de Robert Lowell y de las raíces y lo que para él significaba Boston.
La crónica de mi vida es una afirmación mía y de mis antepasados. Y es también la
razón de ser de las innumerables referencias que hago de mi ciudad. Mi ciudad y
el mar de mi ciudad están presentes: yo soy un hombre marino. Tanto al nivel del
Distrito donde nací y vivo que es Miraflores: vivo exactamente a sesenta metros
del malecón. Es como Punta Negra, el lugar de veraneo donde pasé gran parte de mi
infancia, mi adolescencia, y mi juventud, que como tú bien dices, en momentos adquiere
caracteres míticos en mi poesía. Últimamente no voy a Punta Negra porque me da flojera.
Las referencias nostálgicas a Lima son muchas. Desde mi estadía europea, en gran
medida, el recuerdo de Lima es doloroso y amoroso, como un ventarrón. Tal es el
caso de las “Tres Eglogas” donde hay vidrio molido creo (y en este momento no recuerdo
bien mi obra) pero sospecho que en este instante tú las vas a tener más clara que
yo. Pero en fin, siempre está esa cosa dolorosa y amorosa en la “Crónica de Lima”
que no la escribí en Lima sino en Londres. La distancia es un elemento que convoca
a la nostalgia y a la afirmación.
MAZ | La poesía narrativa es crucial y necesaria para tus descripciones.
AC | Buena parte de mi poesía está hecha a base de elementos que
se dieron en la poesía de los sesenta y setenta. Lógicamente la poesía narrativa
tiene lugares, y situaciones históricas que son elementos que acompañan buena parte
de toda mi obra.
MAZ | En el poema “Naturaleza muerta en Innsbrucker Strasse” (1986)
ironizas el mundo de la postmodernidad...
AC | Ya desde “Kensington, primera crónica” (1968) ironizaba la
Inglaterra de los años sesenta. Por un lado estaba la certeza histórica de un reino,
y por otro lado un poco el zafarrancho y la novelería de “haga el amor y no la guerra.”
Un poco la indumentaria estrafalaria y lo comercial del mundo hippie. Han pasado
casi treinta años y mi perspectiva del mundo moderno no ha cambiado tanto, es una
forma de recuperar mi identidad el diferenciarme de ese mundo. Claro, el mundo berlinés
que me rodeaba en “Naturaleza” no es el mismo de mis experiencias inglesas, ni las
expectativas son las mismas. Ya no aparece la historia de un reino, y ya no hay
la supuesta revolución de las flores. Como tú dices estamos en un mundo postmoderno,
el mundo individualista, el mundo de sálvese quien pueda, es el mundo de la exageración
del clásico live longer and better. Y bueno, un fumador como yo que descree demasiado
de la comida vegetariana, que no cree para nada en el body building obsesivo, tiene
sus maneras de comentar, defenderse e ironizar esa sociedad.
MAZ | Tu familia está presente a lo largo de toda tu obra, forman
parte del corpus esencial de varios de tus mejores poemas.
AC | Nombro a mi familia: el nacimiento de mi hija, la referencia
a la tribu permanente que hago tiene una razón de ser definitiva. Yo no soy un hombre
de partido, yo no soy un hombre que cree en las grandes ideas, soy de una naturaleza
profundamente escéptica y siempre lo he sido. Inclusive cuando mi apuesta era a
un socialismo radical, siempre estuvo cargada de escepticismo. No tienes más que
revisar “La crónica de Chapi, 1965” que no es un canto a la guerrilla, aunque haya
simpatía. Pero todo esto no ayudará y no resucitará, de ningún modo, ni volverá
a salvar a los hombres de la tierra. Yo nunca he creído en las grandes cosas, lo
que me ata es la tribu, mi familia inmediata. Por eso mi familia inmediata está
presente por todos lados, desparramada en mi vida. Sea mi hijo Diego del que me
separé tres años porque me largué a Europa. Sea mi hija Soledad que nace un día
y celebro su nacimiento. Sean mis abuelos reales o hipotéticos, mis padres lo mismo.
El amor por mi mujer y anteriormente el amor de mis mujeres. Todo eso forma parte
de mi obra, no solamente como un canto de celebración a la alegría o al amor filial,
o el amor paterno, o la celebración general de la vida, sino también a mi vida de
enredos. Yo soy un hombre que trabaja en su casa. Yo tengo que convivir con las
toallas mojadas, con los teléfonos que no contestan, con los discos compactos tirados
en la sala. Y aunque te parezca broma yo puedo escribir un poema, contestar el teléfono,
y llamar la atención a una de mis hijas, todo a la vez. Entonces la vida cotidiana
no sólo es una celebración, la vida familiar es una vida de convivencia permanente,
a veces angustiante y torturante, pero siempre, claro, capitaneada por el amor.
MAZ | Tienes muy poca poesía amorosa, y cuando la escribes lo que
haces es ironizar al amor y sus experiencias. ¿Es acaso poesía anti-amorosa?
AC | Es cierto que yo tengo muy poca poesía amorosa, quizás lo
mío es más bien “el amor en vivo.” Lo que si tengo es una gran cantidad de poesía
antiamorosa –como dices– o didáctica, como el clásico “Para hacer el amor”, que
no es un poema de amor, sino instrucciones cómo hacer el amor físico. No sé bien
por qué lo hago, pero probablemente toda mi vida he tenido miedo de las posibilidades
terribles del melodrama que te da la intensidad del momento amoroso. No hay diferencia
entre los boleros, los tangos, y lo que tú puedas decir cuando estás enamorado.
Inclusive los Veinte poemas de Neruda,
tan celebrados, y que a mí me parecen tan cursis y menos interesantes que los boleros
de los ranchos. Será por eso que me defiendo, y prefiero dedicarme a la parte oscura,
irónica o burlona del amor.
MAZ | Has viajado mucho, comenta algo de estos viajes y sus intensidades...
AC | Viajo mucho cuando me invitan. Yo no tengo plata. He viajado
siempre a congresos, recitales, también como periodista porque soy periodista profesional.
He dado muchas vueltas al mundo en mi vida. También he vivido como parte de esos
viajes eventuales muchos años fuera. Siempre he trabajado como profesor universitario
en la mayoría de los casos. Aunque en la época de Inglaterra (fue mi primer viaje
largo), cinco años fuera, alternaba el oficio de lava platos con el oficio de profesor
universitario. En la época de Niza alternaba el oficio de guía de turistas con la
de profesor universitario. He viajado mucho y dependo de las invitaciones o las
ofertas de trabajo. Últimamente viajo menos, y hasta a veces estoy rechazando invitaciones,
o escojo entre dos o tres las que más me interesan o no escojo ninguna de las tres.
Podría sonar tonto pero para un tipo que se ha pasado la vida viajando supongo que
debe ser un problema, que en un momento dado ya te aburra viajar.
MAZ | Hablando de ciudades: el poema “Colinas de Berkeley” ¿lo escribiste
en casa de Pepe Durand? (Y de paso celebro su memoria de buen amigo, gran escritor,
y “criollazo” de cepa).
AC | Pepe Durand era mi vecino y mi amigo, y era el peruano más
conocido de Berkeley. Lo raro es que esos dos poemas, uno sobre Austin y el otro
sobre Berkeley son los únicos que escribí en seis meses y un poco más que viví fundamentalmente
en la región del norte de California: San Francisco, Berkeley, y un par de meses
en Nueva York. Pero a pesar de todo ese tiempo los Estados Unidos es el país que
menos poesía me ha dado, y hay países que conozco más superficialmente con los que
me siento más ligado y les tengo mayor afecto. Por ejemplo, tengo hasta siete poemas
holandeses, de todas las temporadas muy breves que he pasado allí. No sé por qué
extraña razón Estados Unidos me ha dado tan pocos poemas. ¿Por qué Estados Unidos
no aparece en mi poesía? No lo sé. Es un país al que siento muy cercano, un país
que conozco muy bien, especialmente su cultura. En general, un latinoamericano,
que no haya estado en Estados Unidos no sabe cómo es ese país. El noventa por ciento
de la gente que viaja por primera vez a Miami o Chicago, o donde sea, se asombran
de ver que Estados Unidos es exactamente como se lo imaginaban a través de las películas:
los “hot dogs”, y los “snack bars.”
MAZ | Lima es tu ciudad, y parece que a estas alturas te quedarás
ahí siempre, ¿no?
AC | Sigo escribiendo y publicando en Lima y nunca he pensado en
salir para vivir fuera permanentemente. Yo tengo cincuenta y un años, soy un hombre
casado, tengo una hija en la universidad, tengo un economista egresado, tengo una
hija en el colegio, y ya no soy un muchacho que puede dar vueltas por el mundo.
Mi familia no forma parte de mi equipaje, de mis maletas. Yo para viajar tendría
que ser en condiciones muy especiales. Ya no estoy para ir a comedores estudiantiles
o para dormir en “sleeping bags “. Puedo hacer viajes cortos pero instalarme en
otra latitud sería imposible.
MAZ | Hagamos un poco de historia acerca de tus libros, desde los
comienzos en los sesenta, hasta los últimos, y de esa constancia en la escritura,
esa continuidad y fidelidad para con la poesía.
AC | Bueno, en realidad yo escribo y publico eventualmente poesía
desde hace más de treinta años. Entonces, por más que hay algo así como un estilo,
algo que identifique la obra mía y no de otra persona, obviamente en tanto tiempo
hay no sólo constantes sino también variantes. Creo que cuando uno empieza a escribir,
y podría remitirme al primer pequeño poemario o plaquette que saqué en el año 61
que se llamó Destierro, allí había
una gran necesidad de decir cosas, una desvergonzada vocación por ser poeta, pero
uno no las tiene todas consigo al comienzo. Creo que el ideal de cualquier creador
es expresar creativamente lo que quiere y no solamente lo que puede. Yo me atrevería
a decirte que el primer librito es correcto, está bien hecho, es simpático, me conmueve
a la distancia de los años, pero en realidad es un pequeño gran lugar común, por
esa misma razón; porque todavía no están afinados todos los recursos expresivos,
uno más que decir lo que quiere termina diciendo sólo lo que puede. Sin embargo
es el primer librito que no tiene mayor trascendencia, y que en su momento recibió
creo una sola crítica, de un amigo, además un coetáneo, Julio Ortega, nada menos
que en el entonces existente diario “La Tribuna”, que era clandestino, no por política
como creerían sino por su circulación que era mínima y nadie lo conocía. Pero el
publicar el primer libro significa un acto fundamental en la vida, que es un acto
supremo de desvergüenza. Después ya estás hecho. Después de que ya publicas tu primer
libro, de algún modo te vas a someter al juicio de los demás y al de ti mismo, es
entonces a partir de eso que el ser poeta se convierte en un acto público, por lo
tanto de una manera relativa en un acto profesional. Luego de Destierro al año siguiente publiqué otra plaquette también
de muy pocas páginas que se llamó David. Eso sí es más interesante, porque ahí, con todas
las ingenuidades que pueda tener si es que las tiene, planteo algo que después engordándolo,
enriqueciéndolo, o engordado y enriquecido por la vida, va a terminar en otros libros
que son un poco más conocidos y que de algún modo se identifican un poco más con
mi estilo poético. David parte del
personaje de la Biblia: David, y por lo tanto tiene ya una especia de trama, de
historia, algo que va a tenerse que ver ligado, ya en este momento, a lo que se
dió en llamar en la década del sesenta: poesía narrativa. Por otro lado, este contar
la historia del rey David, desde una perspectiva poética, también significaba una
opción ideológica, porque era contar no la historia aparente del personaje bíblico,
sino la que yo suponía en ese momento, que era la historia real, la historia social,
y para poder narrar esa historia paralela, según yo la verdadera, la no dicha, entonces,
uno de los recursos que voy a empezar a utilizar, es una cosa que después ha sido
comentada como muy característica, es la ironía. De algún modo en David está la actitud narrativa, la actitud histórica,
la actitud irónica. Eso, dos años después, en el año 64 va a aparecer en Comentarios Reales. Este libro, de algún
modo, parte de una actitud similar, pero más local por un lado, y más ambiciosa
por otro. El título mismo ya lo indica, nos damos cuenta que estamos parodiando
el título del Inca Garcilaso de la Vega. No sé si así fue exactamente, pero creo
que en ese tiempo se me ocurrió explicarle a un reportero, que Los Comentarios Reales de Garcilaso eran de los reyes, y los míos eran
de la realidad (juego de palabras que permite el castellano). Pero en fin, juego
de palabras aparte, eso quiso ser una revisión de la historia del Perú, desde el
lado de los pobres, desde el lado de los anónimos, desde el lado de las tropas y
no de los generales, desde el lado de los muertos y no de las efemérides famosas.
El libro es ambicioso y curiosamente es uno de los libros hasta hace poco, por
lo menos, más recordado. A mí personalmente el libro no me gusta mucho. Pasados
los años, me parece justamente que su delito fundamental era ser muy ambicioso,
querer meter los períodos de la Historia del Perú, que van desde los pre-incas hasta
la edad contemporánea, hasta inclusive hay un poema de homenaje a Javier Heraud
dentro del libro. Hay poemas logrados y hay otros que simplemente son rellenos para
poder dar cuenta de todos los períodos de la Historia del Perú. En todo caso creo
que a veces soy exageradamente duro con el libro, pero como digo, insisto, la paradoja
es que ese libro que gustó a mucha gente, es el que menos me gusta a mi.
De alli ya cambia la cosa, ya ése es el último año que yo estoy en Lima. Me
voy a Ayacucho un año, y ya en el año 66 me voy a Europa, a Inglaterra, a diferencia
de las gentes que me precedieron, que iban a España, donde no había problemas con
el idioma, y por el otro lado, se suponía que continuaban estudios de Lingüística
y Literatura, no sé, de Letras en general. Yo me fui a Londres, porque Londres era
para mí en ese momento fundamentalmente los Beatles y los Rolling Stones, y fue
una época muy importante en mi vida.
MAZ | ¿Cómo te decidiste a enviar el manuscrito a Casa de las Américas?
AC | Yo no lo envié a Casa de las Américas, en realidad yo lo llevé.
En ese año, 1968, me parece, no recuerdo bien, o a fines del 67, creo que yo viajo
a La Habana, al congreso cultural, un congreso mundial que hicieron, muy importante
en esa época, donde fueron entre otros, Bertrand Russell, Sartre, la época donde
Cuba estaba en el “top” digamos de la popularidad mundial, y yo llevé ya mecanografiado
lo que iba a ser el libro, pero lo llevé no con intención de presentarme, sino de
enseñarlo a otros escritores de valía que iban a estar presentes allí. Recuerdo
que se lo llevé a Mario Benedetti, el uruguayo, que en esa época trabajaba en Casa
de las Américas, o en el Instituto de Investigación de Literatura Americana, para
que lo viera. Él se entusiasmó, y me dijo que era muy bueno, y me sugirió que le
sacara copias y lo presentara. Bueno, así fue. Ahora después de ese libro van a
pasar una serie de cosas: mi divorcio, mi vida cada vez más inestable, más complicada,
diversas mujeres, diversas relaciones inestables, cambios de casa, mudanzas, en
fin; lo que había sido originalmente una nueva riqueza, que es el salto de la provincia
a Londres, que en ese momento era la capital del mundo, era entonces abrirme al
mundo, ver cosas distintas, y darme cuenta que no todo estaba dividido solamente
en la lucha de clases, o en la izquierda y la derecha, sino que habían mucho más
alegrías y tristezas, que no provenían necesariamente del análisis político inmediato.
En fin, eso fue muy enriquecedor, pero pasados los años Europa también se convirtió
en un elemento de desgaste, y de la riqueza como oposición al esquematismo elemental
provinciano previo pasé al caos, y eso es lo que de algún modo refleja Como higuera
en un campo de golf, que aparece el año 72. Ese es un libro que yo le tengo mucho
cariño, porque de algún modo le tengo mucho cariño al poeta que escribió ese libro,
en su momento, y lo veo a una distancia enorme ahora, no tan enorme pero a una gran
distancia. Es un libro muy desgarrador, lleno de culpas, de problemas, de frustraciones.
MAZ | Los personajes son reales en el libro, ¿no?
AC | Todo existe. Generalmente nombraba a gente con sus nombres
y apellidos. Es un libro al que yo quiero mucho, y por otro lado, si bien no deslumbró
como Canto, si lo vemos bien -además es el más voluminoso que he escrito- tiene
muchos poemas muy muy bien logrados. Lo que pasa es que Canto… abre algo, y este
libro, de algún modo, es una suma y síntesis de diversos estilos, pero todos de
alguna forma en su plenitud retórica. Poco tiempo después salió Agua que no has de beber.
MAZ | Tengo curiosidad por el primer poema de Como higuera en un campo de golf, por
los sonidos que brotan en sus juegos y lo audible. A veces me pregunto si el haber
estado conviviendo con otros idiomas te hizo escribirlo.
AC | Ah, te refieres a “Un chancho hincha sus pulmones bajo un
gran limonero”. Es uno de los típicos poemas que salen completos ya, que salen en
limpio, además es muy chiquito, pero lo que había era una pequeña audacia “pop”
digamos, el jugar con sonidos. En general sí creo que hay una permeabilidad de los
diversos idiomas, pero eso se vería más bien en otro tipo de cosas, por ejemplo
en Canto, hay una construcción, en un poema que se llama “El ahi”, el arcoiris,
me acuerdo que dice algo así: “buena cosa el ahi” etc, que claro es castellano,
pero no es realmente tradición castellana, es “a good thing” lo que estamos diciendo.
Hay pequeños elementos, juegos con otros idiomas que intercalé allí, en Como higuera,
hay un poema, donde van mezclados mis versos con una canción de Leonard Cohen: “Susan
takes you down to her place near the river...” Y después en el libro anterior Canto,
hay todo un juego con la publicidad que había de unos cigarrillos habanos: “caballerros
y señorritas”, “buenos días”, qué sé yo, y “La bamba y olé”, todos los lugares comunes
de lo “hispanic”. Todo esto no son más que recursos del lenguaje, supongo que para
hacer la cosa más rica, más comunicativa o más divertida.
MAZ | ¿Ponías antes más preocupación que ahora por la fonación en
tu lenguaje, por su simple ritmo?
AC | De ningún modo, eso está muy al margen, yo creo que las cosas
se deben de hacer bien, valga la perogrullada. Creo que se debe de escribir bien,
y que todos los recursos posibles del lenguaje son válidos, pero de ningún modo,
ni antes ni en ese momento, ni después ni ahora, para mí nunca ha sido fundamental
el lenguaje en sí mismo, si por ejemplo pensamos en los concretistas brasileños
que no me gustan nada, que me parecen aburridos y tontos en realidad.
MAZ | ¿Y los poemas que se te quedaron entre Canto y Como higuera?
AC | Entre ambos libros se me quedaron unos veinte poemas o veinticinco,
que eran en realidad bastante flojos, por eso no entraron en ningún libro, y tampoco
entraron en el siguiente; además correspondían a un período que no era ni chicha
ni limonada, sin embargo como yo gané el premio Casa de las Américas, que en esa
época era sumamente prestigioso, y era probablemente el más importante en lengua
castellana que teníamos. No había el “Rómulo Gallegos”, ni el “Príncipe de Asturias”,
y en poesía no había uno en todo caso, entonces a algún editor, buena persona, se
le ocurrió sacar otro libro mío de lo que tuviera, por eso es que yo armé Agua que
no has de beber. Es un libro que aparece después de Canto… con muchos poemas escritos
antes, los corregí un poco, pero en general es un libro deleznable, creo, salvo
un poema: “Para hacer el amor”, que es uno de los poemas claves en todas las lecturas
públicas, en los recitales casi siempre lo leo porque tiene una enorme recepción,
ahora; el poema no es tampoco tan bueno, lo que pasa es que es bueno para lecturas
públicas que no es lo mismo una cosa con la otra. Pero en fin, a ése siempre le
va bien, es de cajón en los recitales.
Después ya pasan los años y ya no publico hasta... me voy a Hungría, vivo allí
entre el 74 y 75. En Hungría no escribo, ahí más bien tendría que ver, creo a posteriori,
con lo que tú mencionabas, lo del idioma y lo audible. El idioma húngaro sí era
para mí un no–idioma. Cuando digo un no–idioma, quiero decir definitivamente un
idioma que no me comunicaba nada. Por ejemplo puedo yo no saber alemán (ahora sé
un poco pero en esa época no sabía), pero sin embargo en mis incursiones que tenía
en las ciudades alemanas o en Viena que estaba muy cerca de Budapest, yo veía los
carteles, los encabezados del periódico, nombres de hoteles, restaurantes, y algo
me decían; pero en húngaro no hay esa posibilidad, puesto que en húngaro ni siquiera
la palabra “hotel”, “restaurante” tenía alguna referencia.
MAZ | ¿Tal vez fue la razón de que no escribieras?
AC | Supongo que fue por eso que no escribí, me la pasé dos años
sin escribir, pero de vez en cuando hacía anotaciones en papelitos, en cajetillas,
en boletos de tranvía, y muchos de esos papelitos los fui metiendo en una caja de
zapatos. Entonces va a tener que pasar hasta el 78 en que saco el Libro de Dios y de los húngaros. Es un
libro que lo he escrito si no me equivoco en los tres meses finales del 77, pero
escrito en base a todos mis papelitos que estaban guardados en cajas de zapatos
desde 1975.
Nunca he escrito así, es primera vez que parto de un montón de notitas, la mitad
ya no entendía qué querían decir, ni sabía a qué se referían, pero otros sí me evocaban
cosas. Entonces volví a reconstruir mi crónica de Budapest tres años después. Esa
es una cosa muy particular. Ese libro también se corresponde con un proceso de reconversión
que yo sufro en Hungría, que es, de un modo, el regreso a la fe, a las fes, a las
feses, aunque creo que no existe en castellano “feses” supongo, pero no importa;
a las fes, puesto que después de ese período tan golpeado, tan caótico que voy a
pasar en los últimos años en Francia, y un par de años en el Perú a mi vuelta, antes
de volver a embarcarme hacia Hungría, no solamente había descubierto que el mundo
no era blanco y negro como en mi militante juventud, digamos del año 64, sino que
en realidad había perdido toda coherencia, entonces yo no tenía, ningún tipo de
convicción ni política, ni religiosa ni social, ni humanista prácticamente. Es en
Hungría curiosamente que yo recupero la fe cristiana, mediante un acto de revelación
que es inefable por lo tanto no se puede transmitir, nada más digo que fue revelación
y punto, lo cual está testimoniado en uno de los pocos poemas que yo he escrito
directo en mi vida, casi como dictados por otra voz, que es el primer poema del
libro: “Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado”, que es un poema
de reconversión, muy intenso, uno de los poemas más lindos que yo he escrito, y
que curiosamente no lo he corregido, ya que los poemas generalmente los trabajo,
no tanto hasta dejarlos como un bistec apanado, pero los trabajo, y éste no, éste
salió, ése es el único testimonio de la revelación.
MAZ | ¿El poema lo escribiste a mano directamente?
AC | Sí, yo escribo a mano, el poema me salió directo como dictado.
Fíjate, vine de la misa, una misa a la que iba después de quince años en mi vida
que no entraba a una iglesia, y salió el poema.
MAZ | ¿Era la misa en castellano?
AC | Era en húngaro. El poema es lo único que puede transmitir
lo inefable. Yo sentía profundamente la reconciliación con Cristo, y aunque hablaran
en húngaro, aunque ni siquiera sabía cómo se llamaba la iglesia ni de qué se trataba.
El título se lo puse después. Fue una relación muy directa, muy especial, irrepetible,
única. Todo esto de algún modo va a estar en El libro de Dios y de los húngaros,
pero además corresponde a otro período de mi vida, que es mi nuevo matrimonio, el
nacimiento de otra hija, y se establece una especie de período de armonía en mi
vida, que con altibajos, lo mantengo hasta ahora. Este libro es testimonio de eso.
Es uno de los libros más transparentes y tersos que he escrito. Me gusta mucho,
y bueno, es mi vida, mi vuelta a la fe, a la armonía, y una crónica de Hungría,
que al fin y al cabo mi poesía siempre es crónica de algo. Podríamos decir que Canto
es una crónica de Inglaterra, y Como higuera es una crónica de Francia. Mis libros
de poesía son también libros de viaje al mismo tiempo.
De allí van a pasar años, hasta el 81 que publico La crónica del Niño Jesús de Chilca,
libro distinto e igual a los anteriores. Distinto porque lo planteo como una crónica
pero usando unos métodos relativamente antropológicos, de trabajo de campo. Esto
pretende ser la historia de la comunidad de Chilca durante medio siglo, comunidad
costeña del desierto, a cien kilómetros al sur de Lima. Y para esto conversé con
muchos de los viejos del lugar, y por eso es que el libro tiene muchas de las frases
del lenguaje popular, como se dice entre los pescadores y los campesinos de la región
de Chilca, y es que la historia es contada por un señor que ya se murió, don Fortunato
Rueda, que era cojo y le decían “el cojo Rueda”. Es un libro distinto en ese sentido,
pero nos remite a la intención de Comentarios del año 64, que es también fabricar
todo un mundo sobre una cosa peruana, teniendo en cuenta que aquí no caigo en el
pecado de codicia y ambición de Comentarios, sino que está mucho más restringido
a un solo período, a una sola región que yo conocía muy bien.
MAZ | ¿Cómo hiciste las averiguaciones en Chilca?
AC | Con una docena de cervezas salen veinte frases maravillosas.
Apuntando frases como la que comienza el poema de mi hermano: “Mi padre ya no lo
tenía de su reino”.
MAZ | Frases populares riquísimas, aparte de la cerveza peruana...
AC | Sí, y además (de la cerveza, claro) frases muy bonitas. No
se trata de la jerga por la jerga, y eso le da al libro un tono antiguo, casi bíblico
otra vez.
MAZ | ¿Y la muerte del Niño Jesús?
AC | Ah sí, la muerte del Niño Jesús que es el patrono de la comunidad,
es la muerte de la comunidad al mismo tiempo, en otras palabras, dentro de la hermandad
del Niño, está la solidaridad, la fraternidad y la sobrevivencia.
MAZ | ¿Y el último poema, tiene que ver con la comunidad también?
AC | El último poema es un agregado, no tiene que ver con la comunidad
porque tiene que ver con la zona, con la región...
MAZ | ¿Los pueblos jóvenes de Lima?
AC | Sí, los pueblos jóvenes y el arenal, Chilca es un arenal también.
La ballena no es más que la versión poética de un suceso periodístico. El año 76
apareció en Conchán una ballena muerta, y nadie sabía qué hacer con la ballena muerta.
Un buen día desapareció la ballena, la gente de los alrededores se la había comido
porque simplemente necesitaba comérsela.
MAZ | Hablemos un poco de tu libro Monólogo de la casta Susana y otros poemas,
sería también crónica de Alemania entre otras cosas, ¿no?
AC | Es una crónica de Alemania del algún modo, que corresponde
al año 85 que viví en Berlín.
MAZ | El personaje, Susana, es un personaje fascinante de la Biblia
AC | Si, el personaje es fascinante. La casta Susana es uno de
los pocos casos de personajes que sufren el mal en carne propia por gusto, porque
sí, inclusive hay una parte en que Susana le dice a los viejos perversos: “Si soy
buena, justa y bella ¿por qué me odiáis?” (en la Biblia); porque ella era buena,
justa y bella. Creo que es mucho más desesperante que el caso de Job. Es la maldad
en sí misma en realidad. El otro gran personaje del libro es Goethe. Siempre se
pensó que era como una especie de poeta aristócrata y burgués, probablemente lo
era como todos los de su época, pero era un tipo de grandes pasiones y desgarramientos,
un tipo que a los 80 años pedía la mano de una joven de 14...
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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