quinta-feira, 24 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Carmen Ollé

MIGUEL-ÁNGEL ZAPATA | Carmen Ollé: Callada pero no ausente

 


El progreso en los países en vías de desarrollo es distinto al de los países desarrollados. Baudelaire y Rimbaud denigraron, en su tiempo el progreso de la capital del siglo diecinueve: París. De esta burguesía ociosa también habló Darío en sus primeros poemas de Azul… (1888). En la poesía de Carmen Ollé se rescata la voz de una mujer latinoamericana que descubre su cuerpo ante el mundo, y se desgarra ante una luz que ella sola ve en su buhardilla limeña y europea. Descubre así un nuevo elemento conflictivo con relación a la ciudad (ciudad=sociedad), que no es simplemente la oposición tradicional que invitaba a una elección, a decidir el mejor camino, ya sea de la corte o de la aldea, sino más bien la revelación de una experiencia femenina, en la cual el mal resulta fascinante y la belleza reside en lo detestable.

El 2021 se cumplirán cuarenta años de la publicación de Noches de adrenalina (Lima, 1981) de Carmen Ollé (Lima, 1947), libro que marca un nuevo comienzo en la poesía peruana y latinoamericana. En esta obra se establece una ruptura a nivel del lenguaje aportando un nuevo enfoque a los tópicos del cuerpo y la ciudad, desde la perspectiva de una escritora latinoamericana que expresa sus experiencias y visiones de ciudades como Lima y París. Siguiendo la tradición de Safo, Catulo, Cavafis, Delmira Agustini, y Georges Bataille, Ollé opta en su discurso poético por la desmesura de la pasión. Su mirada y experiencia poética no se fijan sólo en el objeto erótico deseado sino también en su propio cuerpo. Su cuerpo es el templo del amor y la cultura, un fantasma que siente al mundo en su arquitectura desgastada. Sus expresiones son el reflejo de un autoanálisis verbal y físico, y de su situación de mujer en el mundo contemporáneo. El lenguaje que utiliza para mostrarnos su cuerpo se transfigura en texturas externas (piel, boca, dientes) e internas (flujos, excremento, vaciado uterino) para contextualizar una unidad lingüística vital. Esta mirada introspectiva fisiológica se remite no sólo a los principios anatómicos sino a un contexto mucho más complejo que tiene que ver con su reflexión sobre el lenguaje poético y la cultura que la habita: en la poesía de Carmen Ollé la anatomía es textualidad.

En los poemas de Noches de adrenalina se distingue una voz que se desnuda y mira su interioridad sin prejuicios morales o sociales. En este marco, aparece la visión de la ciudad, la cual es vista a través del prisma de una mujer liberada, la cual critica a la sociedad de su tiempo como un caos donde abundan el prejuicio y el deterioro. De esta manera, se puede observar dos tipos de miradas en su obra: una que se fija en el cuerpo y la otra en las calles sucias habitadas por personajes típicos en una sociedad estragada. En una entrevista, Carmen Ollé, me dijo:

Tengo la impresión de que quien habla es una mujer latinoamericana, formada en la tradición occidental, pero que se considera marginada por esa misma cultura base de su educación sentimental. Ser latinoamericana en París y ser mujer en Lima, eran para mí como dos retos que tenía que enfrentar para sobrevivir y ser. Pero es también una mirada perversa y melancólica sobre la infancia y especialmente la adolescencia.

Durante su estancia europea, esta mujer latinoamericana va trazando su ciudad natal para desearla viva y criticar sus viejos dogmas y ciertas costumbres pasadas de moda. En “Tener 30 años” se viaja a través de la memoria. El poema presenta dos cuadros (imágenes) al mismo tiempo. Podemos ver a una mujer de treinta años que se remira el cuerpo reflexionando sobre lo que permanece y se volatiliza. El cuerpo va a funcionar como centro aparente, para luego ceder las visiones a una Lima que está presente a pesar de su exilio voluntario: “Tener 30 años no cambia nada salvo aproximarse al ataque/cardíaco o al vaciado uterino. Dolencias al margen/nuestros intestinos fluyen y cambian del ser a la nada.” En la interioridad vedada que los intestinos representan, se gesta siempre la imagen de una Lima persistente:

 

He vuelto a despertar en Lima, a ser una mujer que va

midiendo su talle en las vitrinas como muchas preocupada

por el vaivén de su culo transparente.

Lima es una ciudad como yo una utopía de mujer.

Son millas las que me separan de Lima reducidas a solo

24 horas de avión como una vida se reduce a una sola

crema o a una sola visión del paraíso.

¿Por qué describo este placer agrio al amanecer?

Tengo 30 años (la edad del stress).

Mi vagina se llena de hongos como consecuencia del

primer parto.

Este verano se repleta de espaldas tostadas en el

Mediterráneo.

El color del mar es tan verde como mi lírica

verde de bella subdesarrollada.

 

Elizabeth Wilson ha señalado que “The contemporary urban woman is both consumer and consumed”. Es decir, de acuerdo a algunas normas que rigen en la sociedad, la imagen de la mujer es vista a través de su forma de caminar, como exclusiva exterioridad, como un ser no pensante que sólo considera en el espejo la distancia entre las líneas reales de su cuerpo. La memoria en este caso no juega un papel de salvación, sino que funciona más bien como un mecanismo no deseado en el cual acecha un juez imposible de satisfacer. Incluso la acción política de las mujeres en la Universidad de San Marcos de Lima, a principios de los sesenta se comenta en relación con la rebeldía a obedecer la ortodoxia del cuerpo:

 

Margarita Elsa Sira se perdían en la avenida Venezuela

y colocaban carteles en la noche sobre paredes musgosas.

De día interrumpían las clases de metafísica con rabia

y aplaudíamos esos cabellos sudorosos y negros sobre

la espalda.

El que más se lava es el que más apesta, como los buenos

olores son testimonio de una mala conciencia

como el grito es la figura de la timidez.

 

La descripción que se hace de las muchachas no es la usual; sus aspectos contradicen lo que la moda y la sociedad considera como una visión agradable de la mujer. Así, lo repugnante se vuelve gratificante, pues adquiere el valor de la rebeldía, para el olfato y para la vista. Cuando se dice que “El que más se lava es el que más apesta” se pone en duda no solamente la necesidad del aseo diario, sino el aparente “aseo ideológico” de la falsa pulcritud político-social de un sistema. En efecto, algo que luce y huele bien, en el poema y en la vida, es sospechoso. Para este hablante, la ciudad de Lima permanece en su memoria, pero su imagen está envuelta en un ajuste de cuentas interminable, como si el estar allá (en la memoria) se volviera presente, y estar en ambos lados, en el Mediterráneo y en Lima fueran la misma cosa:

 

Pues aquí estás tú, HOTELES de madrugada, bañador

caminando en el azul metálico de una calle desierta

regresas y ventoseas en tu lecho

y otra vez aquí / allí = viento / molotov / pezuña del poli

Margarita Elsa Sira esta frase se cansa de evocarlas.

 

Los gases intestinales forman una unidad con los gases de las bombas lacrimógenas que arroja la policía en las manifestaciones universitarias de Lima, llegando a ser interiorizados y somatizados, como un tormento infernal –la memoria como una pezuña del demonio– con la que el poder represivo sigue castigando a distancia. Esta búsqueda intensa de la identidad en tierras extranjeras presenta perspectivas distintas de acuerdo a las circunstancias de la hablante. Las descripciones de París, en este sentido, no celebran ni desfallecen ante la “Ciudad Luz.” Las experiencias de esta voz son negativas y presentan un tono irónico:

 

En la Gare du Nord cerré los ojos muy fuerte.

Vi París después de un viaje largamente sentada

En la butaca del ferrocarril con la pequeña en brazos

y la torre Eiffel partida por la niebla.

¿Qué son los Campos Elíseos o la Gioconda sino el ménage

delgado a las jóvenes muchachas del tercer mundo?

Lavar pisos

refregar las estrellas.

 

En estos versos la torre Eiffel, los campos Elíseos y el Louvre producen una sensación angustiante. La hablante siente no sólo la soledad en medio de la gran ciudad, sino la relación entre el prestigio de la cultura y las labores opresivas a las que está condenada, en su doble función de mujer y de ciudadana del tercer mundo. Desde esta perspectiva, París es un lugar sin esplendor, cubierto por la niebla y la desesperación por sobrevivir en un medio que se supone “fascina” al mundo entero con su persistente neón. Una ciudad que no sorprende y cuyo paisaje es visto a través de los pisos que hay que lavar mientras las estrellas (del cielo) se ven lejanas e inalcanzables. Esto la hace decir que “un cuerpo que sufre insoportablemente exige/ al margen del sistema solar y las estrellas/ su liberación inmediata”. Ella desea ser liberada, y esta liberación es una necesidad imperativa y no puede ser aplazada. El cuerpo se manifiesta nuevamente como centro motor que pide, pero a la vez impide, su descanso en una ciudad utópica e indeseable. París va a ser censurada a lo largo del libro y hasta por momentos se llega a desear Lima, la ciudad abandonada. Algunas calles de la “Ciudad Luz” son comparadas con algunas zonas de Lima para sentir menos el exilio y el olvido: “París es una ciudad en la que pasé al azar una fiesta finita/ en los límites de una soledad llamada cortesía, / en el bulevar Saint Michel tomé un capuchino en perfecta/ nostalgia de mi ambiente esforzándome por encontrar la/ Colmena noctámbula.” La Colmena (hoy llamada “Avenida Nicolás de Piérola”) es una avenida llena de avisos luminosos, restaurantes y bares en el centro de Lima: ella desea reencontrarse con esta zona (del lenguaje y de la vida) a través de la nostalgia. Cada lugar en tierras extrañas le recuerda algún rincón de Lima. Como Antonio Cisneros, quien también buscaba la imagen de Lima en las ciudades que visitaba por Europa, la voz de Ollé trata de recuperar los lugares que recorrió en su ciudad natal: “Notre Dame fue vista mientras bebía un coñac tibio/ en la noche cené puerco dulce en restaurantes vietnamitas/ y era como volver a la calle Capón en Lima, la necesidad absurda de reencontrarnos siempre a millas de distancia/ con una vaga identidad”. A través de la comida (la vietnamita en París, y la china de la calle Capón en el distrito de Barrios Altos de Lima) enlaza dos realidades diferentes para encontrar algo que la identifique plenamente. La similaridad de los platos vietnamitas y los del barrio chino de Lima producen un grato reencuentro desde la distancia.

La estadía europea es la apoyatura social que motivó la escritura de Noches de adrenalina. Su mirada se dirigió hacia adentro (el cuerpo, sus flujos) y hacia afuera (lo europeo y la visión de Lima). Su plataforma de trabajo se escinde en dos niveles: por un lado, la descripción anatómica del cuerpo, y por el otro, el lenguaje como descarga de placer. En la poesía de Carmen Ollé la anatomía es textualidad. Esta relación busca una conciliación entre el texto y la vida, entre la pasión y los placeres, pero termina en algunos casos, en una práctica solitaria erótica al no poder poseer al texto (literario) con todos sus sabores y olores.

El placer en la poesía de Ollé no proviene exclusivamente de la relación carnal que frecuenta el roce y culmina con la penetración. También proviene de la mirada del cuerpo que llega a los límites del masoquismo. Al no tener relaciones amorosas la que habla recurre a la masturbación y piensa en la mutilación erótica de los miembros. Mientras tanto el cuerpo se petrifica en vida, no sólo por el transcurso inevitable del tiempo, sino por las rupturas escatológicas del lenguaje. Existe una necesidad de juntura con el poema –con el texto del cuerpo– para sobrevivir ante una práctica mutilada, ante lo que ella llama “el desempleo sexual”. Estas imágenes podrían ser concebidas por algunos lectores como extrañas y hasta perversas, pero Ollé reivindica la perversidad. Ella me dijo en una entrevista: “El deseo. …es también perverso, en tanto transgrede las convenciones que hacen del amor a veces un contrato económico, cuando el amor y la pasión son mucho más. Es dolor, es no temer al ridículo, es degradarse para acercarse a Dios, como lo haría la prostituta”.

Carmen Ollé escribe en Europa, y el cuerpo de su escritura se contamina con otras ciudades que la hacen cuestionar el normal funcionamiento de su cuerpo. Por eso la mirada que gira en torno al cuerpo no está separada de su visión de la ciudad, especialmente desde el estado de incomunicación en que se encuentra. Ollé encuentra respuestas, recurriendo a su interioridad fisiológica, reconociéndola como el motor que no cambia a pesar de los diferentes contornos. De tal manera el escape no es salir a caminar por las calles para escribir sobre la multitud o su contaminación y pobreza, sino redescubrir su cuerpo en medio de la soledad de las grandes ciudades. Este es el escape, la alternativa que escoge la poeta frente al desgaste y el aturdimiento de las ciudades aparentemente prósperas.

El viaje y el retorno son observados a través de los cambios del cuerpo y las ilusiones de lamente. Las preguntas ocurren cuando se está en otro lugar, cuestionando las sorpresas de los cambios naturales del tiempo. Lo único que no cambia es el acto de defecar, aunque “hoy se pierde un diente mañana un ovario”. Esta función motora interna no cambia, sino más bien señala el ritmo de la vida y su tolerancia. Y lo que prevalece, en el texto y en la vida es un nuevo comienzo, ese imaginario volver a ser en otro medio distinto, el corte de la traslación, la ruptura y la continuidad. Una de las lecturas preferidas de Ollé es Georges Bataille. Lo dice en un poema “Bataille me gusta. Es alguien que uno puede leer” (“Bataille me gusta”). Esta poeta peruana sigue la concepción de Bataille al buscar la cohesión de los distintos aspectos de la vida humana, enfocada bajo el ángulo del erotismo. Un erotismo que se amalgama no solamente con la pasión sino también con los arrebatos de la religión cristiana (Bataille, El erotismo 16-17). Carmen Ollé ausculta su cuerpo contaminado con otras formas de expresión de las sociedades donde ha vivido y anota que la mente y el cuerpo están en varios lugares a la vez, pero la ley magnética que las une es la idea de eros. Eros se interconecta siempre con el lenguaje y el quehacer de la poesía: “Una suerte de arquitectura es poseer un cuerpo completo… Debí volver a casa antes de anochecer, pero/ me detuve en un hotel para hacer el amor. / Bella palabra hacer = poiesis/ se hace un verso el amor y la caca por algo de juego/ natural…”. En este caso, hacer el amor (en un hotel, en medio de la ciudad), escribir y defecar tienen el mismo sentido creativo y sensorial. La poiesis fisiológica se acerca a la poiesis universal del éxtasis, al placer que producen estas tres actividades naturales.

En Noches de adrenalina la mirada del cuerpo produce una sensación de fascinación y placer, en contraste con las imágenes de horror que produce la ciudad con su multitud e incomunicación. La ciudad (sucia, mezquina) y eros (orgasmo, éxtasis) son temas centrales en este libro. Si bien Baudelaire podía encontrar momentos donde se maravillaba con la naturaleza en medio del caos urbano, la escritura de Ollé lo que encuentra por la mayor parte es desesperación y violencia: “en Italia roban en las estaciones de tren/ violan en Montmartre/ asaltan en el barrio chino/ París cansa…” La ciudad para ella es un “decorado de palomas tísicas”. Esta visión negativa de la ciudad encuentra su contraparte en la desnudez, la cual le permite saborear el éxtasis en la soledad de su habitación.

 

Desde que me desvestí hasta que emergí de la tina no he

tenido oportunidad de verme más que ligeramente en el espejo

No puedo sentir mi desnudez debajo de la ropa

ser cuando estoy cubierta…

semivestida me exalto

conservo por ejemplo un par de medias azules hasta la rodilla deliberadamente

impregnándome de luz…

 

La voz poética siente un arrobamiento en el cuerpo y los sentidos. Su cuerpo y alma son transportados al lugar del gozo donde los sentidos expresan satisfacción plena. Fuera de sí, la poeta percibe un traslado hacia una condición (física, espiritual) nueva; la condición del éxtasis. Willis Barnstone define el éxtasis de la siguiente manera:

 

Its force, its surprise, is in the changing of place, in the movement of one physical and spiritual condition to another, where the subject know[s] the place for the first time. It’s extraordinary. It may result in terror and outrage. Or it may be joyous and supernal. It is a change of world (22).

 

De esta manera su propio cuerpo la transporta a otro estado que revela un cambio de mundo: “semivestida me exalto”. La hablante huye de la completa desnudez, cubriendo sólo parte de su cuerpo para sentir la transformación del éxtasis. El éxtasis se manifiesta de distintas maneras: el azul que acrecienta el deseo, el espejo que dibuja el cuerpo limpio y desnudo, las palabras y el bosque, el temblor de los labios y el miedo. De esta forma se confirma que la ciudad y eros son inseparables en las imágenes de Noches de adrenalina. En “Eludir o ir tras su destino” se lee: “a pocos metros de una estación de plástico/ en pequeñas áreas mal ventiladas/ étrangère! / mujer que atraviesa un verano desolado/ y se acaricia el sexo como un espectro/ desnudo en una galería…”. El plástico representa lo superficial de la vida agitada en la gran ciudad, y la figura del espectro sugiere la imagen de una persona transformada (por la soledad y la suciedad de la ciudad) en algo deteriorado y horrible.

En la poesía de Ollé las pasiones no se tornan inconfesables, sino por el contrario buscan la cohesión del espíritu humano. Su escritura inicia un viraje drástico hacia la liberación de la palabra y su significación sensual y sexual. Su voz se recluye en la soledad de su habitación para contarnos sus deseos y experiencias: “no resisto la gente desconocida y la gente desconocida/ no me resiste”. Y en el mismo poema aflora una imagen sexual: la crema nivea sirve para que la palabra pene se sumerja/ tranquilamente en la palabra ano.” La libido está siempre presente en estos textos, y en este caso combinada con la incomunicación urbana de que tanto se quejaba Rimbaud.

La escritura de Ollé es múltiple y abierta a una sensualidad rítmica y variada. Por sus textos se observan las calles inmundas de las ciudades, los sueños de las latinoamericanas que viven en París, y las reminiscencias de Lima para encontrar una identidad definitiva. Noches de adrenalina está llena de placeres, tormentos y frustraciones, de alegrías y de nuevas posibilidades a nivel anatómico y textual. Ollé ha demostrado a través de sus poemas que ha calado hondo en la vida urbana, en su sexualidad y en la sexualidad de su tiempo; su cuerpo y los cuerpos que amó en medio del caos citadino fueron puestos en evidencia ante el mundo y sus prejuicios.

La hablante de Ollé descubre su cuerpo que es el templo del amor y de su propia cultura, un cuerpo que camina y siente el mundo en su arquitectura desgastada. Sus expresiones son el reflejo de un autoanálisis verbal y físico, y de su situación de mujer en el mundo contemporáneo.
La poesía de Ollé es un todo donde se confunden la cultura, y el proceso de socialización (de la hablante) en un medio renuente a los cambios, y que no reconoce los valores de la poesía y sus creadores. Por otro lado, el medio cultural donde se desenvuelve la voz poética (las grandes urbes como París) guarda una relación con la forma en que ella conceptualiza su cuerpo, y sus funciones reproductoras sexuales.

En estos poemas la imagen de la mujer se ubica en un contexto social en el que su posición no es respetada por el sistema imperante y su política represiva. Por eso rompe con los tabúes religiosos, con la etiqueta, la moral y sus prohibiciones más diversas. El desenfreno y la pasión de sus poemas son una vía de escape y de protesta, y la poesía es, en este caso, un medio absoluto de liberación que va más allá de la estética personal, de la trascendencia por el exceso, y se propone como un modelo de liberación. Ollé defiende la obscenidad y las pasiones extremas del deseo como partes naturales de la humanidad y critica la hipocresía de ciertos valores sociales. Los poemas se dispersan por diversos espacios que denotan una interioridad intensa, y por otro lado, una visión exterior del mundo. El cuerpo está presente: un cuerpo que anda en busca de un lugar propicio dentro de una clase media deteriorada o que no existe, buscando una luz que es la sombra de su propio cuerpo.

Octavio Paz en La otra voz (1990), señala que “la ciudad de los poetas modernos es la de la multitud, la ciudad de los anuncios luminosos, los tranvías y los autos, que cada noche se transforma en un jardín eléctrico”. Pero también dentro de este panorama descrito por Paz perviven la soledad, la muerte y el escepticismo frente al progreso. El progreso en los países en vías de desarrollo es distinto al de los países desarrollados. Baudelaire y Rimbaud denigraron, en su tiempo el progreso de la capital del siglo diecinueve: París. De esta burguesía ociosa también habló Darío en sus primeros poemas de Azul… (1888). En la poesía de Carmen Ollé se rescata la voz de una mujer latinoamericana que descubre su cuerpo ante el mundo, y se desgarra ante una luz que ella sola ve en su buhardilla limeña y europea. Descubre así un nuevo elemento conflictivo con relación a la ciudad (ciudad=sociedad), que no es simplemente la oposición tradicional que invitaba a una elección, a decidir el mejor camino, ya sea de la corte o de la aldea, sino más bien la revelación de una experiencia femenina, en la cual el mal resulta fascinante y la belleza reside en lo detestable. Ollé, no solo describe las calles de las ciudades, los edificios, o las muchachas “subdesarrolladas” fregando la metáfora de las estrellas, sino que nos transmite su ambiguo desaliento. Esta poesía no solo nos deslumbra con sus visiones de una multitud confundida, sino que penetra la cotidianidad de sus vidas: temor, desquicio, ironía, deseo, anatomía, textualidad. La que habla es una mujer que redescubre el abismo de la ciudad y de su texto, su anatomía y el cuerpo que es su textualidad exaltada.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

 

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