MIGUEL-ÁNGEL ZAPATA | Carmen Ollé: Callada pero no ausente
El 2021 se cumplirán cuarenta años de la publicación de Noches de adrenalina (Lima, 1981)
de Carmen Ollé (Lima, 1947), libro que marca un nuevo comienzo en la poesía peruana
y latinoamericana. En esta obra se establece una ruptura a nivel del lenguaje aportando
un nuevo enfoque a los tópicos del cuerpo y la ciudad, desde la perspectiva de una
escritora latinoamericana que expresa sus experiencias y visiones de ciudades como
Lima y París. Siguiendo la tradición de Safo, Catulo, Cavafis, Delmira Agustini,
y Georges Bataille, Ollé opta en su discurso poético por la desmesura de la pasión.
Su mirada y experiencia poética no se fijan sólo en el objeto erótico deseado sino
también en su propio cuerpo. Su cuerpo es el templo del amor y la cultura, un fantasma
que siente al mundo en su arquitectura desgastada. Sus expresiones son el reflejo
de un autoanálisis verbal y físico, y de su situación de mujer en el mundo contemporáneo.
El lenguaje que utiliza para mostrarnos su cuerpo se transfigura en texturas externas
(piel, boca, dientes) e internas (flujos, excremento, vaciado uterino) para contextualizar
una unidad lingüística vital. Esta mirada introspectiva fisiológica se remite no
sólo a los principios anatómicos sino a un contexto mucho más complejo que tiene
que ver con su reflexión sobre el lenguaje poético y la cultura que la habita: en
la poesía de Carmen Ollé la anatomía es textualidad.
En los poemas de Noches de
adrenalina se distingue una voz que se desnuda y mira su interioridad
sin prejuicios morales o sociales. En este marco, aparece la visión de la ciudad,
la cual es vista a través del prisma de una mujer liberada, la cual critica a la
sociedad de su tiempo como un caos donde abundan el prejuicio y el deterioro. De
esta manera, se puede observar dos tipos de miradas en su obra: una que se fija
en el cuerpo y la otra en las calles sucias habitadas por personajes típicos en
una sociedad estragada. En una entrevista, Carmen Ollé, me dijo:
Tengo la impresión de que quien habla es una mujer latinoamericana, formada
en la tradición occidental, pero que se considera marginada por esa misma cultura
base de su educación sentimental. Ser latinoamericana en París y ser mujer en Lima,
eran para mí como dos retos que tenía que enfrentar para sobrevivir y ser. Pero
es también una mirada perversa y melancólica sobre la infancia y especialmente la
adolescencia.
Durante su estancia europea, esta mujer latinoamericana va trazando su ciudad
natal para desearla viva y criticar sus viejos dogmas y ciertas costumbres pasadas
de moda. En “Tener 30 años” se viaja a través de la memoria. El poema presenta dos
cuadros (imágenes) al mismo tiempo. Podemos ver a una mujer de treinta años que
se remira el cuerpo reflexionando sobre lo que permanece y se volatiliza. El cuerpo
va a funcionar como centro aparente, para luego ceder las visiones a una Lima que
está presente a pesar de su exilio voluntario: “Tener 30 años no cambia nada salvo
aproximarse al ataque/cardíaco o al vaciado uterino. Dolencias al margen/nuestros
intestinos fluyen y cambian del ser a la nada.” En la interioridad vedada que los
intestinos representan, se gesta siempre la imagen de una Lima persistente:
He vuelto a despertar en Lima, a ser una mujer que va
midiendo su talle en las vitrinas como muchas preocupada
por el vaivén de su culo transparente.
Lima es una ciudad como yo una utopía de mujer.
Son millas las que me separan de Lima reducidas a solo
24 horas de avión como una vida se reduce a una sola
crema o a una sola visión del paraíso.
¿Por qué describo este placer agrio al amanecer?
Tengo 30 años (la edad del stress).
Mi vagina se llena de hongos como consecuencia del
primer parto.
Este verano se repleta de espaldas tostadas en el
Mediterráneo.
El color del mar es tan verde como mi lírica
verde de bella subdesarrollada.
Elizabeth Wilson ha señalado que “The contemporary urban woman is both consumer
and consumed”. Es decir, de acuerdo a algunas normas que rigen en la sociedad, la
imagen de la mujer es vista a través de su forma de caminar, como exclusiva exterioridad,
como un ser no pensante que sólo considera en el espejo la distancia entre las líneas
reales de su cuerpo. La memoria en este caso no juega un papel de salvación, sino
que funciona más bien como un mecanismo no deseado en el cual acecha un juez imposible
de satisfacer. Incluso la acción política de las mujeres en la Universidad de San
Marcos de Lima, a principios de los sesenta se comenta en relación con la rebeldía
a obedecer la ortodoxia del cuerpo:
Margarita Elsa Sira se perdían en la avenida Venezuela
y colocaban carteles en la noche sobre paredes musgosas.
De día interrumpían las clases de metafísica con rabia
y aplaudíamos esos cabellos sudorosos y negros sobre
la espalda.
El que más se lava es el que más apesta, como los buenos
olores son testimonio de una mala conciencia
como el grito es la figura de la timidez.
La descripción que se hace de las muchachas no es la usual; sus aspectos contradicen
lo que la moda y la sociedad considera como una visión agradable de la mujer. Así,
lo repugnante se vuelve gratificante, pues adquiere el valor de la rebeldía, para
el olfato y para la vista. Cuando se dice que “El que más se lava es el que más
apesta” se pone en duda no solamente la necesidad del aseo diario, sino el aparente
“aseo ideológico” de la falsa pulcritud político-social de un sistema. En efecto,
algo que luce y huele bien, en el poema y en la vida, es sospechoso. Para este hablante,
la ciudad de Lima permanece en su memoria, pero su imagen está envuelta en un ajuste
de cuentas interminable, como si el estar allá (en la memoria) se volviera presente,
y estar en ambos lados, en el Mediterráneo y en Lima fueran la misma cosa:
Pues aquí estás tú, HOTELES de madrugada, bañador
caminando en el azul metálico de una calle desierta
regresas y ventoseas en tu lecho
y otra vez aquí / allí = viento / molotov / pezuña del poli
Margarita Elsa Sira esta frase se cansa de evocarlas.
Los gases intestinales forman una unidad con los gases de las bombas lacrimógenas
que arroja la policía en las manifestaciones universitarias de Lima, llegando a
ser interiorizados y somatizados, como un tormento infernal –la memoria como una
pezuña del demonio– con la que el poder represivo sigue castigando a distancia.
Esta búsqueda intensa de la identidad en tierras extranjeras presenta perspectivas
distintas de acuerdo a las circunstancias de la hablante. Las descripciones de París,
en este sentido, no celebran ni desfallecen ante la “Ciudad Luz.” Las experiencias
de esta voz son negativas y presentan un tono irónico:
En la Gare du Nord cerré los ojos muy fuerte.
Vi París después de un viaje largamente sentada
En la butaca del ferrocarril con la pequeña en brazos
y la torre Eiffel partida por la niebla.
¿Qué son los Campos Elíseos o la Gioconda sino el ménage
delgado a las jóvenes muchachas del tercer mundo?
Lavar pisos
refregar las estrellas.
En estos versos la torre Eiffel, los campos Elíseos y el Louvre producen una
sensación angustiante. La hablante siente no sólo la soledad en medio de la gran
ciudad, sino la relación entre el prestigio de la cultura y las labores opresivas
a las que está condenada, en su doble función de mujer y de ciudadana del tercer
mundo. Desde esta perspectiva, París es un lugar sin esplendor, cubierto por la
niebla y la desesperación por sobrevivir en un medio que se supone “fascina” al
mundo entero con su persistente neón. Una ciudad que no sorprende y cuyo paisaje
es visto a través de los pisos que hay que lavar mientras las estrellas (del cielo)
se ven lejanas e inalcanzables. Esto la hace decir que “un cuerpo que sufre insoportablemente
exige/ al margen del sistema solar y las estrellas/ su liberación inmediata”. Ella
desea ser liberada, y esta liberación es una necesidad imperativa y no puede ser
aplazada. El cuerpo se manifiesta nuevamente como centro motor que pide, pero a
la vez impide, su descanso en una ciudad utópica e indeseable. París va a ser censurada
a lo largo del libro y hasta por momentos se llega a desear Lima, la ciudad abandonada.
Algunas calles de la “Ciudad Luz” son comparadas con algunas zonas de Lima para
sentir menos el exilio y el olvido: “París es una ciudad en la que pasé al azar
una fiesta finita/ en los límites de una soledad llamada cortesía, / en el bulevar
Saint Michel tomé un capuchino en perfecta/ nostalgia de mi ambiente esforzándome
por encontrar la/ Colmena noctámbula.” La Colmena (hoy llamada “Avenida Nicolás
de Piérola”) es una avenida llena de avisos luminosos, restaurantes y bares en el
centro de Lima: ella desea reencontrarse con esta zona (del lenguaje y de la vida)
a través de la nostalgia. Cada lugar en tierras extrañas le recuerda algún rincón
de Lima. Como Antonio Cisneros, quien también buscaba la imagen de Lima en las ciudades
que visitaba por Europa, la voz de Ollé trata de recuperar los lugares que recorrió
en su ciudad natal: “Notre Dame fue vista mientras bebía un coñac tibio/ en la noche
cené puerco dulce en restaurantes vietnamitas/ y era como volver a la calle Capón
en Lima, la necesidad absurda de reencontrarnos siempre a millas de distancia/ con
una vaga identidad”. A través de la comida (la vietnamita en París, y la china de
la calle Capón en el distrito de Barrios Altos de Lima) enlaza dos realidades diferentes
para encontrar algo que la identifique plenamente. La similaridad de los platos
vietnamitas y los del barrio chino de Lima producen un grato reencuentro desde la
distancia.
La estadía europea es la apoyatura social que motivó la escritura de Noches de adrenalina. Su mirada
se dirigió hacia adentro (el cuerpo, sus flujos) y hacia afuera (lo europeo y la
visión de Lima). Su plataforma de trabajo se escinde en dos niveles: por un lado,
la descripción anatómica del cuerpo, y por el otro, el lenguaje como descarga de
placer. En la poesía de Carmen Ollé la anatomía es textualidad. Esta relación busca
una conciliación entre el texto y la vida, entre la pasión y los placeres, pero
termina en algunos casos, en una práctica solitaria erótica al no poder poseer al
texto (literario) con todos sus sabores y olores.
El placer en la poesía de Ollé no proviene exclusivamente de la relación carnal
que frecuenta el roce y culmina con la penetración. También proviene de la mirada
del cuerpo que llega a los límites del masoquismo. Al no tener relaciones amorosas
la que habla recurre a la masturbación y piensa en la mutilación erótica de los
miembros. Mientras tanto el cuerpo se petrifica en vida, no sólo por el transcurso
inevitable del tiempo, sino por las rupturas escatológicas del lenguaje. Existe
una necesidad de juntura con el poema –con el texto del cuerpo– para sobrevivir
ante una práctica mutilada, ante lo que ella llama “el desempleo sexual”. Estas
imágenes podrían ser concebidas por algunos lectores como extrañas y hasta perversas,
pero Ollé reivindica la perversidad. Ella me dijo en una entrevista: “El deseo.
…es también perverso, en tanto transgrede las convenciones que hacen del amor a
veces un contrato económico, cuando el amor y la pasión son mucho más. Es dolor,
es no temer al ridículo, es degradarse para acercarse a Dios, como lo haría la prostituta”.
Carmen Ollé escribe en Europa, y el cuerpo de su escritura se contamina con
otras ciudades que la hacen cuestionar el normal funcionamiento de su cuerpo. Por
eso la mirada que gira en torno al cuerpo no está separada de su visión de la ciudad,
especialmente desde el estado de incomunicación en que se encuentra. Ollé encuentra
respuestas, recurriendo a su interioridad fisiológica, reconociéndola como el motor
que no cambia a pesar de los diferentes contornos. De tal manera el escape no es
salir a caminar por las calles para escribir sobre la multitud o su contaminación
y pobreza, sino redescubrir su cuerpo en medio de la soledad de las grandes ciudades.
Este es el escape, la alternativa que escoge la poeta frente al desgaste y el aturdimiento
de las ciudades aparentemente prósperas.
El viaje y el retorno son observados a través de los cambios del cuerpo y las
ilusiones de lamente. Las preguntas ocurren cuando se está en otro lugar, cuestionando
las sorpresas de los cambios naturales del tiempo. Lo único que no cambia es el
acto de defecar, aunque “hoy se pierde un diente mañana un ovario”. Esta función
motora interna no cambia, sino más bien señala el ritmo de la vida y su tolerancia.
Y lo que prevalece, en el texto y en la vida es un nuevo comienzo, ese imaginario
volver a ser en otro medio distinto, el corte de la traslación, la ruptura y la
continuidad. Una de las lecturas preferidas de Ollé es Georges Bataille. Lo dice
en un poema “Bataille me gusta. Es alguien que uno puede leer” (“Bataille me gusta”).
Esta poeta peruana sigue la concepción de Bataille al buscar la cohesión de los
distintos aspectos de la vida humana, enfocada bajo el ángulo del erotismo. Un erotismo
que se amalgama no solamente con la pasión sino también con los arrebatos de la
religión cristiana (Bataille, El
erotismo 16-17). Carmen Ollé ausculta su cuerpo contaminado con otras
formas de expresión de las sociedades donde ha vivido y anota que la mente y el
cuerpo están en varios lugares a la vez, pero la ley magnética que las une es la
idea de eros. Eros se interconecta siempre con el lenguaje y el quehacer de la poesía:
“Una suerte de arquitectura es poseer un cuerpo completo… Debí volver a casa antes
de anochecer, pero/ me detuve en un hotel para hacer el amor. / Bella palabra hacer
= poiesis/ se hace un verso el amor y la caca por algo de juego/ natural…”. En este
caso, hacer el amor (en un hotel, en medio de la ciudad), escribir y defecar tienen
el mismo sentido creativo y sensorial. La poiesis fisiológica se acerca a la poiesis
universal del éxtasis, al placer que producen estas tres actividades naturales.
En Noches de adrenalina
la mirada del cuerpo produce una sensación de fascinación y placer, en contraste
con las imágenes de horror que produce la ciudad con su multitud e incomunicación.
La ciudad (sucia, mezquina) y eros (orgasmo, éxtasis) son temas centrales en este
libro. Si bien Baudelaire podía encontrar momentos donde se maravillaba con la naturaleza
en medio del caos urbano, la escritura de Ollé lo que encuentra por la mayor parte
es desesperación y violencia: “en Italia roban en las estaciones de tren/ violan
en Montmartre/ asaltan en el barrio chino/ París cansa…” La ciudad para ella es
un “decorado de palomas tísicas”. Esta visión negativa de la ciudad encuentra su
contraparte en la desnudez, la cual le permite saborear el éxtasis en la soledad
de su habitación.
Desde que me desvestí hasta que emergí de la tina no he
tenido oportunidad de verme más que ligeramente en el espejo
No puedo sentir mi desnudez debajo de la ropa
ser cuando estoy cubierta…
semivestida me exalto
conservo por ejemplo un par de medias azules hasta la rodilla deliberadamente
impregnándome de luz…
La voz poética siente un arrobamiento en el cuerpo y los sentidos. Su cuerpo
y alma son transportados al lugar del gozo donde los sentidos expresan satisfacción
plena. Fuera de sí, la poeta percibe un traslado hacia una condición (física, espiritual)
nueva; la condición del éxtasis. Willis Barnstone define el
éxtasis de la siguiente manera:
Its force, its surprise,
is in the changing of place, in the movement of one physical and spiritual condition
to another, where the subject know[s] the place for the first time. It’s extraordinary.
It may result in terror and outrage. Or it may be joyous and supernal. It is a change of world (22).
De esta manera su propio cuerpo la transporta a otro estado que revela un cambio
de mundo: “semivestida me exalto”. La hablante huye de la completa desnudez, cubriendo
sólo parte de su cuerpo para sentir la transformación del éxtasis. El éxtasis se
manifiesta de distintas maneras: el azul que acrecienta el deseo, el espejo que
dibuja el cuerpo limpio y desnudo, las palabras y el bosque, el temblor de los labios
y el miedo. De esta forma se confirma que la ciudad y eros son inseparables en las
imágenes de Noches de adrenalina. En “Eludir o ir tras su destino” se lee: “a pocos
metros de una estación de plástico/ en pequeñas áreas mal ventiladas/ étrangère!
/ mujer que atraviesa un verano desolado/ y se acaricia el sexo como un espectro/
desnudo en una galería…”. El plástico representa lo superficial de la vida agitada
en la gran ciudad, y la figura del espectro sugiere la imagen de una persona transformada
(por la soledad y la suciedad de la ciudad) en algo deteriorado y horrible.
En la poesía de Ollé las pasiones no se tornan inconfesables, sino por el contrario
buscan la cohesión del espíritu humano. Su escritura inicia un viraje drástico hacia
la liberación de la palabra y su significación sensual y sexual. Su voz se recluye
en la soledad de su habitación para contarnos sus deseos y experiencias: “no resisto
la gente desconocida y la gente desconocida/ no me resiste”. Y en el mismo poema
aflora una imagen sexual: la crema nivea sirve para que la palabra pene se sumerja/
tranquilamente en la palabra ano.” La libido está siempre presente en estos textos,
y en este caso combinada con la incomunicación urbana de que tanto se quejaba Rimbaud.
La escritura de Ollé es múltiple y abierta a una sensualidad rítmica y variada.
Por sus textos se observan las calles inmundas de las ciudades, los sueños de las
latinoamericanas que viven en París, y las reminiscencias de Lima para encontrar
una identidad definitiva. Noches
de adrenalina está llena de placeres, tormentos y frustraciones, de
alegrías y de nuevas posibilidades a nivel anatómico y textual. Ollé ha demostrado
a través de sus poemas que ha calado hondo en la vida urbana, en su sexualidad y
en la sexualidad de su tiempo; su cuerpo y los cuerpos que amó en medio del caos
citadino fueron puestos en evidencia ante el mundo y sus prejuicios.
La hablante de Ollé descubre su cuerpo que es el templo del amor y de su propia
cultura, un cuerpo que camina y siente el mundo en su arquitectura desgastada. Sus
expresiones son el reflejo de un autoanálisis verbal y físico, y de su situación
de mujer en el mundo contemporáneo.
La poesía de Ollé es un todo donde se confunden la cultura, y el proceso de socialización
(de la hablante) en un medio renuente a los cambios, y que no reconoce los valores
de la poesía y sus creadores. Por otro lado, el medio cultural donde se desenvuelve
la voz poética (las grandes urbes como París) guarda una relación con la forma en
que ella conceptualiza su cuerpo, y sus funciones reproductoras sexuales.
En estos poemas la imagen de la mujer se ubica en un contexto social en el que
su posición no es respetada por el sistema imperante y su política represiva. Por
eso rompe con los tabúes religiosos, con la etiqueta, la moral y sus prohibiciones
más diversas. El desenfreno y la pasión de sus poemas son una vía de escape y de
protesta, y la poesía es, en este caso, un medio absoluto de liberación que va más
allá de la estética personal, de la trascendencia por el exceso, y se propone como
un modelo de liberación. Ollé defiende la obscenidad y las pasiones extremas del
deseo como partes naturales de la humanidad y critica la hipocresía de ciertos valores
sociales. Los poemas se dispersan por diversos espacios que denotan una interioridad
intensa, y por otro lado, una visión exterior del mundo. El cuerpo está presente:
un cuerpo que anda en busca de un lugar propicio dentro de una clase media deteriorada
o que no existe, buscando una luz que es la sombra de su propio cuerpo.
Octavio Paz en La otra voz
(1990), señala que “la ciudad de los poetas modernos es la de la multitud, la ciudad
de los anuncios luminosos, los tranvías y los autos, que cada noche se transforma
en un jardín eléctrico”. Pero también dentro de este panorama descrito por Paz perviven
la soledad, la muerte y el escepticismo frente al progreso. El progreso en los países
en vías de desarrollo es distinto al de los países desarrollados. Baudelaire y Rimbaud
denigraron, en su tiempo el progreso de la capital del siglo diecinueve: París.
De esta burguesía ociosa también habló Darío en sus primeros poemas de Azul… (1888). En la poesía de
Carmen Ollé se rescata la voz de una mujer latinoamericana que descubre su cuerpo
ante el mundo, y se desgarra ante una luz que ella sola ve en su buhardilla limeña
y europea. Descubre así un nuevo elemento conflictivo con relación a la ciudad (ciudad=sociedad),
que no es simplemente la oposición tradicional que invitaba a una elección, a decidir
el mejor camino, ya sea de la corte o de la aldea, sino más bien la revelación de
una experiencia femenina, en la cual el mal resulta fascinante y la belleza reside
en lo detestable. Ollé, no solo describe las calles de las ciudades, los edificios,
o las muchachas “subdesarrolladas” fregando la metáfora de las estrellas, sino que
nos transmite su ambiguo desaliento. Esta poesía no solo nos deslumbra con sus visiones
de una multitud confundida, sino que penetra la cotidianidad de sus vidas: temor,
desquicio, ironía, deseo, anatomía, textualidad. La que habla es una mujer que redescubre
el abismo de la ciudad y de su texto, su anatomía y el cuerpo que es su textualidad
exaltada.
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