domingo, 20 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Cintio Vitier

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Cintio Vitier: La poesía, un proyecto para la salvación del hombre

 


En su modesto despacho de La Habana, en el Centro de Estudios Martianos, que comparte con dos de sus asistentes, Cintio Vitier me recibe afable, sonriente, luciendo su guayabera verde pistache de baja tonalidad. Siempre erguida, su menuda y esbelta figura se mueve con decisión y un pudoroso ritmo que le da alegría a su estampa elegante y aséptica. Luego de conversar sobre diversos tópicos, de obsequiarme su libro Narrativa, que contiene sus novelas y sus cuentos, y Las ideas en Cuba. La filosofía en Cuba, de su padre, Medardo Vitier, doy salida a las preguntas que se me fueron acumulando desde que tuviésemos un breve intercambio epistolar cibernético, antes de recibir el premio Juan Rulfo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Llevado y traído entonces por las respuestas que él describió en su carta como “provocación o guía para completarlas”, es que busqué la ocasión de hallarme físicamente con su voz.

 

JAL | Usted ha dicho que Paradiso no es la gran novela, ni lo mejor de Lezama Lima, pero si es una obra fundamental ¿Podría explicar por qué no la ubica en la cumbre de su autor y la reconoce como muy importante, sobre todo si atendemos a la gran influencia que ha ejercido entre las nuevas generaciones de escritores cubanos?

 

CV | Yo simpatizo mucho con la novela de los poetas, cosa no muy común entre los críticos de los novelistas, que consideran al novelista como un ser profesional de la narrativa. En Cuba han aparecido novelas muy buenas escritas por poetas, pero sin duda la más importante es la de Lezama. Me parece que lo esencial de él está en su poesía, sin la cual no existiría su novela. Además la hizo ya en la madurez, como un testimonio de su pensamiento y como imagen de Cuba en absoluto, no sólo de los años que refiere.

 

JAL | ¿Qué tanta influencia cree que tuvieron los movimientos de vanguardia en la obra lezamiana y en general en el grupo Orígenes --con figuras de la talla de Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Fina García Marruz, Gastón Baquero, Octavio Smith, Julián Orbón, Cleva Solís, el padre Gastelum?

 

CV | Bueno, pienso que en Cuba, como en casi toda Hispanoamérica, hubo, como reflejo de Europa, y en especial de París, después del Modernismo y de la enorme influencia de Darío, la presencia de ideas vanguardistas. Aunque coincide en tiempo, da la casualidad que la agrupación Orígenes se formó bajo el fenómeno que Lezama llamó “el azar concurrente”, porque nos fuimos encontrando sin correspondencia de edades. Entre Lezama y algunos de nosotros como Eliseo Diego, Fina García Marruz, mi esposa, y yo, había una diferencia de diez años. Una de las características de Orígenes fue no rendirle culto a las generaciones. Para Lezama, lo importante no eran las generaciones sino el protoplasma histórico, él consideraba que debíamos aspirar a pertenecer exclusivamente a la generación de José Martí. No creo que se pueda ni se deba asociar a Orígenes con ismo alguno. Inclusive hubo por parte de Lezama un rechazo bastante subrayado hacia el surrealismo. Debemos reconocer que el surrealismo nos alimentó a todos; pero como escuela, como programa, como manifiesto, no interesó tanto. Tuvimos la presencia de las ideas del estridentismo, del dadaísmo, del cubismo, del creacionismo, etcétera. Para sintetizar, sostengo que Orígenes fue una revista y un grupo literario de vanguardia, pero no de vanguardismo.

 

JAL | Quizás haya un paralelismo y una identificación con el grupo Contemporáneos de México en su preocupación por el conocimiento, por la palabra, por una visión cosmopolita y culterana, moderna y desprejuiciada de la literatura. Además, de alguna manera coinciden cronológicamente, aunque haya cierta diferencia de años.

 

CV | No sólo desde el punto de vista cronológico. Si te das cuenta, los poetas de Orígenes, al igual que los Contemporáneos, no se parecen entre sí. Si comparamos la obra de Gastón Baquero con Lezama, nada tiene que ver una con la otra, o Baquero con el padre Gastelum, o Eliseo con Fina, no hay escrituras paralelas. Además hubo ese enfant terrible que fue Virgilio Piñera, quien estuvo siempre en contra de todo. Un poeta muy notable y quizás el dramaturgo contemporáneo más importante de Cuba.

 

JAL | ¿Cómo se fue dando el conocimiento entre ustedes?

 

CV | Por el azar concurrente. Por casualidad. Ayer comentaba con don Fernando Ríos --quien dictó una conferencia sobre María Zambrano en el Aula Magna de la Universidad de La Habana--, que en ese mismo lugar me presentó Gastón Baquero a Lezama, quien daba una conferencia sobre José Martí. Gastón sostenía ya una buena amistad con el segundo gracias a que era un gran poeta y un periodista notable. Yo tenía 16 años de edad y era la primera vez que veía a Lezama. Por cierto, Gastón se fue de Cuba a España y allá murió.

Lezama era en esa época un poeta teórico y lo que llaman los psicólogos un tímido agresivo, y lo primero que le escuché decir fue: “Quien no haya leído la Historia de los heterodoxos españoles, de don Marcelino Meléndez y Pelayo, absténgase de hablar de literatura. Él tenía una voz como de asmático y al hablar parecía ir sembrando interrogantes en su discurso. Yo no tenía idea del tema, pues apenas cumplía los 17 años y estaba por ingresar a la universidad. Ese año publiqué mi primer libro, como se ha dicho, escogido y prologado por un premio Nobel, Juan Ramón Jiménez. Me integré a una asociación universitaria, un poco al estilo de las costumbres de la universidades estadounidenses, pues estaba muy norteamericanizado nuestro medio, e invité a hacer una lectura a Lezama con Gastón y con otro poeta muy valioso que siempre nos acompañó, pero nunca perteneció a Orígenes, aunque siempre aspiró a serlo, Justo Rodríguez Santos y Mirta Aguirre, quien era miembro del Partido Comunista. Se juntó un grupo por demás heterogéneo. Lezama me escribió una carta cuando yo lo invité. Es un carta histórica. No porque me la dirige a mí, sino por las cosas que dice en la misiva. Además de darme las gracias y de indicarme el título de los poemas que iba a leer; eran los poemas más importantes de Enemigo rumor, publicado en 1942. En esa carta –bastante difundida en diversos libros y publicaciones— decía que era necesario ir pensando en lo que él llamaba una teleología insular, porque Cuba había perdido el sentido de su historia, después de ser un país con una tradición ética y poética extraordinaria en la cual habían surgido hombres de la talla de Félix Varela y José Martí. Luego vendría la intervención norteamericana y la disolución interna y muchas desgracias que nos dejaron desamparados moralmente.

Orígenes tuvo esa preocupación. Estamos hablando de 1938 o 39. Digo esto porque se ha dicho con mucha insistencia y se ha criticado injustamente que los miembros de Orígenes mostraban una gran indiferencia hacia las cuestiones sociales y sólo conversábamos de poesía. Eso fue un error. Incluso no si conoces esa edición facsimilar que hizo en México la editorial El Equilibrista, dirigida por Dieguito, bueno nosotros le decimos así a Diego García Elío, que rescató toda la colección de Orígenes en una edición muy buena. Allí se puede constatar que incluso los temas políticos no están ausentes de nuestros intereses. En una serie con muchas continuidades, titulada “Señales” y escrita por Lezama, éste llamaba la atención sobre la decadencia del país, que él calificaba como el fracaso de lo esencial político. Contra lo que muchos piensan, para Lezama lo político era fundamental. Claro, también pensábamos en la política de la poesía misma. Además, en Cuba hemos tenido la suerte de que nuestro principal poeta es nuestro principal revolucionario y político mayor. Me parece que esto es muy raro en el mundo. Algo que no es explícito, porque está en lo profundo de Orígenes, es la convicción y el hecho de que todos somos martianos, si no, no somos cubanos. Cuando el centenario de Martí, en 1953, Lezama escribió una página introductoria en un número especial de Orígenes dedicado a dicho aniversario. El texto fue titulado “Secularidad en José Martí”, y abordaba el tema desde el plano político, ético, poético.

Martí sin México no hubiese existido, porque ese país lo salvó de la angustia, de la desolación; le dio la calma necesaria. Había sufrido trabajos forzados, a los 17 años de edad, en una cadena, casi como un esclavo, en las canteras de sal y estuvo a punto de perder la vista. Luego fue deportado a España y de allí a México donde estaban esperándolo sus padres con un amigo, Manuel Antonio Mercado –por cierto, me parece que los mexicanos no le han hecho suficiente justicia--, quien más tarde sería también gran amigo y confidente de José Martí. Sin un centavo en el bolsillo, en el destierro, cargando la desolación a sus 22 o 23 años de edad, la figura de Mercado fue fundamental, pues además de ser como un hermano fue también su protector. De inmediato le consiguió trabajo en el periódico El Universal, donde escribía a diario. Decían que redactaba a chorros porque poseía el don de la prodigalidad periodística y literaria. De inmediato, Mercado lo relacionó con el medio intelectual y poético. 1875-1876, quizás fue la temporada más feliz de su vida. Entonces se sintió querido y rodeado de amigos, entre ellos el poeta Manuel Gutiérrez Nájera. También allí conoció a la que sería su esposa, cubana. Al final de esa temporada ascendió al poder Porfirio Díaz y Martí no quiso saber más de este personaje que le parecía nada tenía que ver con las Reformas de Benito Juárez y Lerdo de Tejada, a quienes admiraba profundamente. Se fue para Guatemala de donde salió cuando tomó el poder Rufino Márquez, una especie de dictador benévolo. Luego regresó a México para casarse en la Capilla del Sagrario, que está a un lado de la Catedral. Es maravilloso el barroco que hay allí.

Ella era de una clase acomodada y él vivía con muchas limitaciones, así que sufrió las incomodidades del retorno a Guatemala. Pero pasó el tiempo y un águila sobre el mar, como decimos los cubanos a partir de un verso de Martí-- y él se dio cuenta de que ella, como se lo dice a Mercado, era más madre que esposa, pues se hallaba embarazada cuando regresan a Cuba gracias a un indulto. El matrimonio comenzó a fallar. Ella pensaba que se había casado con un gran abogado, con un escritor famoso, pero él era por sobre todas las cosas un gran revolucionario, lo cual implicaba una vida errante, inestable, difícil. De cualquier manera, esa fue la época más feliz de Martí. No obstante, la relación epistolar con Mercado marca un periodo de 20 años, por cierto, publicada también por Dieguito en Ediciones el Equilibrista. Ya había sido editada en La Habana en 1946 porque los hijos de Mercado donaron a Cuba esos manuscritos. Faltaba la carta más importante, la que escribe Martí –y dejó trunca-- pocas horas antes de su muerte en combate en Los Ríos. En esa carta dejaba su testamento político, antiimperialista, una especie de mandato para los cubanos. Dice, “todo lo que he hecho y haré (porque preveía su muerte) es para evitar que Estados Unidos se apodere de Cuba --cosa que finalmente hizo--, y que esa fuerza no caiga jamás sobre nuestra América”. A la única persona a quien le dice esto, privadamente, fue a Mercado, porque no podía declarar en público sus ideas, ya que hubiera sido peor. Este era un hombre silencioso, discretísimo, parece que muy profundamente mexicano, en lo que tienen ustedes como personalidad, cortesía silenciosa, y poseedor de una modestia absoluta, no obstante que era amigo de todos los artistas, escritores e intelectuales, y que pudo haber sido más, mucho más por los cargos que ocupó durante el régimen de Porfirio Díaz. Por cierto, Martí fue cambiando su opinión de Díaz en la medida en que éste se resistió a los yanquis. Hay un especialista e investigador mexicano, pero muy amigo de Cuba, Alfonso Herrera, que escribió un libro sobre Mercado muy bueno. Una parte de las historias martianas que para nosotros son sagradas.

Con esto quiero decir que Martí reconoció su gran amor por México, tan grande como el que sentía por Cuba. Incluso le estaba más agradecido a México porque su país le había dado el presidio político y México le dio cariño, vida pública, social, intelectual, y allí se estrenó su primera obra de teatro: “Amor con amor se paga”.

 

JAL | ¿Cuáles han sido las relaciones afectivas e intelectuales que usted ha tenido con la sociedad mexicana?

 

CV | Yo he tenido la suerte de tener muchos amigos mexicanos a través de los años. En primer lugar mi padre fue muy amigo de don Alfonso Reyes –hay un libro de papá que se acaba de reeditar en Cuba y que fue publicado por primera vez en el Fondo de Cultura Económica: Las ideas en Cuba. La filosofía en Cuba—. Él estuvo en una conferencia inicial aquí en La Habana cuando se estaba fundando la UNESCO --no recuerdo las fechas—y entonces tuve la oportunidad de tratarlo, pero fue en México donde pude conocerlo más. Tengo muchas cartas y tarjetas muy afectuosas de él. Fina y yo conocimos muy de cerca a Octavio Paz. Pero eso no quiere decir que sean los únicos amigos, ni mucho menos. A Octavio Paz lo conocí en 1949, cuando él trabajaba en la Embajada de México en París. Estuve en su casa varias veces cuando aún vivía con Elena Garro. Fue una gran amistad fincada en la generosidad y en una correspondencia muy abundante.

Nunca tuve la costumbre de guardar mis cartas, de hacer copias de éstas, y entonces no se conocían las fotocopias. Digo esto porque Lezama y Carpentier lo hacían, como muchos otros escritores. Pero conservo las que me envían. Entre ellas las que Paz me mandó luego del triunfo de la Revolución Cubana, muy entusiasmado con su perspectiva, y muchas dedicadas a la lectura de mis trabajos. Después vendría un cambio de actitud política, que seguramente ustedes conocen mejor que yo. Entonces cesó la correspondencia. Yo le hice, en una de las últimas cartas, una pequeña crítica, muy respetuosa. Le decía que estaba convencido de que él no conocía bien a José Martí porque él había escrito un libro sobre el Modernismo en el que Martí figuraba como un seguidor de Rubén Darío, cuando era justamente lo contrario. Darío escribe, tras la muerte de Martí, su lamento por haber perdido a su maestro, a quien le reprocha no haber dedicado su vida exclusivamente a la poesía. Paz me respondió con una generosidad inolvidable, que sí, que era verdad, él no conocía bien a Martí y me pedía que le mandara las cosas más importantes que se habían editado. Imagínate, son 28 tomos, y nada de ello desdeñable, esenciales todos. Esa era la edición que existía entonces, ahora se hace una nueva, de 40 tomos, aquí, en el Centro de Estudios Martianos. Esta la iniciamos mi esposa y yo, y trabajamos en ello durante 10 años y luego abandonamos la tarea, pero ahora me acaban de reclutar de nuevo.

El caso es que yo no sabía exactamente qué mandarle. Entonces ocurrió la matanza de Tlatelolco y él renunció a su carrera diplomática como protesta ante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, decisión que yo considero muy digna y un gesto muy elogiable. Pero entonces perdí el contacto con él porque me parece que se fue a la India y luego a Inglaterra. El caso es que ya no supe en dónde se encontraba y perdí su ubicación. No supe más de él sino hasta cuando comenzó a hacer declaraciones contra la Revolución Cubana. Se volvió completamente en contra. Incluso también criticó fuertemente a la revolución de Nicaragua, que nosotros quisimos tanto, porque además allí estaban amigos entrañables, empezando por Ernesto Cardenal. Yo estaba muy sorprendido de ese viraje en un hombre que había estado presente en la Guerra Civil Española, que había mostrado un pensamiento izquierdista y simpatía por la Revolución Cubana. Supongo que en ese cambio de actitud influyó mucho algo en lo que no deseo profundizar para no alargarme, el llamado caso Padilla.

A él, a Paz, como a muchos otros enamorados de la revolución, les hizo mucho daño ese acontecimiento, entre ellos a Cortázar y Vargas Llosa. Pensaron que en Cuba se estaba practicando la tortura. Hay un estudio de un americano sobre la autocrítica de Padilla, estudiando lo que él llama el estilo farólico que utilizó Padilla. No quiero hablar mucho de esto porque es algo que me duele aún. Padilla fue muy amigo nuestro y murió muy desolado. No quiero decir nada en su contra, ya bastante tiene él con lo que sufrió. Pero indiscutiblemente se cometió un error político muy grave, y fue permitirle o llevarlo a la UNEAC para que dijera que él era un miserable, que sus amigos éramos unos miserables, que su mujer era una miserable. A Lezama lo dejó de postre. Allí empezó el problema de Lezama. Era un poco el estilo de los juicios stalinistas, de los juicios chinos, y el hombre quedó hecho papilla al ser obligado a decir estas cosas*. Fue un trauma para todos y eso influyó en Paz como en otros. Se pueden criticar todas las revoluciones, porque son obra humana, pero me parece que Octavio se fue más por el lado emocional.

Conocimos también bastante a Carlos Fuentes en la revista que hacía entonces, Revista Mexicana de Literatura, donde estaba Rulfo. Yo no conocí a Rulfo y nunca me percaté de que habíamos estado juntos, de que había compartido las páginas con un escritor de su altura. Pero la actitud de rechazo de Rulfo a la vida literaria hace crecer más mi admiración y simpatía por él. Pero nuestra primera amiga se llama Sor Juana Inés de la Cruz. Fina escribió un ensayo, que yo lo recomiendo -- me alegro que ella no esté presente para que no me regañe--. Está en un libro de ella, Hablar de la poesía. Lezama le dijo que era lo mejor que había escrito en su vida. Lezama era muy riguroso y no decía nada si no le gustaba suficiente o de plano hacía la crítica si le disgustaba; a nosotros, que éramos sus amigos, no nos obsequiaba con halagos si él consideraba que algo no merecía su reconocimiento.

Yo escribí un poema dedicado a Sor Juana que no me atreví a leer en Guadalajara, ahora que me dieron el premio Juan Rulfo, pero está en la antología que me publicó el Fondo de Cultura Económica.

 

JAL | En la imagen de Sor Juana, como en la de José Martí, me parece que usted imprime una importancia de carácter místico, no religioso, que es otro asunto ligado a su cristianismo, pero quizás este tema lo vierte usted como Fina en otros horizontes poéticos y culturales. ¿Qué opina al respecto?

 

CV | Sí, es verdad. Nosotros somos católicos, como seguramente sabes, y tenemos predilección por la mística cristiana. Ayer precisamente hablaba yo, con este profesor que dio la conferencia sobre María Zambrano en la Universidad de La Habana, acerca de los vínculos entre la mística cristiana y la islámica, que es muy poco conocida en América Latina pero es una parte que siempre nos ha traído mucho. El más grande poeta de lengua española para nosotros es San Juan de la Cruz, sin discusión. Y en América, Sor Juana, más allá de su fe.

 

JAL | ¿Se puede ser místico sin ser religioso, sobre todo si se le ve desde la perspectiva que usted plantea de la revolución como concepto o proyecto de la salvación del hombre?

 

CV | No nos queda más remedio. Martí, que no perteneció a ninguna iglesia, fue un cristiano sin iglesia. Hijo primogénito de españoles, de padre valenciano y madre canaria, no podía evadir la tradición católica de la que provenía. Luego reaccionó contra el Clero porque en esa época, como sabes, era absolutamente aliado del poder colonial. Era su brazo más importante. No quiere decir que todos los sacerdotes eran iguales, podemos mencionar grandes excepciones. Ustedes tuvieron a Vasco de Quiroga, nosotros a fray Bartolomé de las Casas. Pero realmente la Iglesia se portó muy mal en América y además sostuvo hasta el final el colonialismo español. Hay una cosa que se llama el Patronato Regio, que fue una disposición del papado con la cual se le daba a los reyes de España la dirección de la Iglesia en América. Imagínate, eso era pura política, puros intereses económicos. Martí fue un hombre profundamente cristiano, pura y sencillamente cristiano, tal como él lo dijo.

Incluso hay una libreta de apuntes íntimos, que por suerte se han publicado, donde aparecen comentarios de sus lecturas, de sus proyectos, de sus pensamientos más recónditos. Allí él revela: “Soy un místico más, he padecido con amor.” Y no era ninguna exageración, ninguna vanidad, porque Martí descubre el amor como energía revolucionaria --que es el título del libro que Fina va a presentar por estos días aquí en La Habana El amor como energía revolucionaria en José Martí--, cuando él vence el odio, odio legítimo por otra parte. Llegó a decir incluso que sentía piedad también por sus flageladores. Él presenció en presidio escenas horrendas con niños, ancianos, con discapacitados, con negros, campesinos, era una cosa dantesca y dolorosa. Sin embargo ese muchacho, porque era un adolescente cuando estuvo privado de su libertad, fue capaz de expresar piedad hacia sus flageladores, a quienes consideraba también víctimas de un sistema embrutecedor. No eran los españoles como tales, sino el sistema que los condicionaba a ejercer un papel y una función dentro de su lógica explotadora y colonialista. Entonces proclamó lo que fue una novedad y lo sigue siendo, la guerra sin odio, sin personalizar al enemigo de carne y hueso que tienes delante en el campo de batalla. Él estaba consciente de que los muchachos que combatían no eran otra cosa que campesinos y obreros que reclutaba el ejército imperial contra su voluntad y su conciencia. Por eso ordenaba que a los prisioneros españoles se les tratara bien y se les regresara curados y agradecidos.

La mística de Martí es una mística encarnada en la historia. Pienso que todos los grandes revolucionarios han tenido algo de místico, porque es la creencia en la posibilidad de la redención de los pueblos, de la humanidad aquí en la tierra, en la historia misma. Pero el caso de Martí me parece excepcional. ¿Conoces otro caso? ¿Sabes de algún guerrero que combata en una guerra sin odio? ¿De alguien que con enorme piedad compre armas? Bueno, está el caso de Miguel Hidalgo, que era un sacerdote y también un hombre de ideales revolucionarios.

Martí sabía una cosa, el enemigo principal no era España, que era un imperio caduco, sino Estados Unidos, que es hoy la amenaza mayor no sólo de Cuba sino de toda América Latina. Lo de Martí no fue sólo su experiencia y su presentimiento sino casi una profecía. Pero volviendo al punto, yo creo que su espiritualidad es inseparable de su acción política y revolucionaria.

Martí, además de místico y utópico --en el mejor sentido de la palabra, pues representa un concepto muy peligroso y resbaladizo, ya que la utopía parece que no se va cumplir nunca, y por ello a veces prefiero la palabra profecía-- era un hombre muy realista. Me vas a perdonar esta vanidad cubana, pero era un hombre muy completo. Y por ello alguna vez pensó en que si debe de haber superpotencias es mejor que haya varias para que se equilibren unas con otras. Una no, por favor. El le llamó la Ley Matriz. En ese tiempo no se advertía le emergencia de Estados Unidos como única superpotencia, que hoy se erige como policía y juez del mundo. En esa época Martí también admiró mucho a la nación estadounidense.

 

JAL | La memoria la ha canalizado hacia la poesía, pero también hacia la novela, ha publicado una trilogía bajo el título De Peña Pobre (De peña pobre, Los papeles de Jacinto Finalé y Rajando la leña está) y algunos cuentos (Cuentos soñados) recogidos en el volumen número cinco de sus obras completas y que concentra toda su obra narrativa (editorial Letras Cubanas, con prólogo de Francisco López Sacha). ¿Cómo ha logrado empatar su oficio de escritor entre la poesía y la narrativa?

 

CV | Eso comenzó de manera muy natural. Lezama siempre nos decía a Fina y a mí, “escriban las memorias de Orígenes”. Él siempre confió en que Orígenes iba a ser algo perdurable en la historia de Cuba, no necesariamente la revista, los poemas en sí, sino la manera de vivir la historia. Cuando él murió comencé a pensar en la idea de escribir un libro que no sabía lo que iba a ser, si un testimonio, una crónica o una novela. Como subtítulo le puse “Memorias y novela”. En la primera parte de este libro, De peña pobre, se habla mucho de la formación del grupo, de las reuniones que teníamos. Luego el libro fue creciendo y descubrí que los poetas tienen un problema, y es que siempre están metidos en el cuarto de su propia sensibilidad, están un poco encerrados en su mundo lírico. De pronto se me ofreció la posibilidad, la apertura, de ver lo que le ha pasado a los otros. Porque eso sucede con la revolución, que los otros van a tomar la palabra realmente, y nosotros, los que estamos más o menos acomodados en la vida, vamos a compartir sus problemas, la pobreza, la miseria, los padecimientos. Estas palabras pueden sonar demagógicas, porque son palabras que se usan demasiado, pero ciertamente eso fue lo que nos pasó con la revolución. Cortar caña es una experiencia tremenda. Yo me sentía literalmente morir y por eso muero literariamente en Papeles de Jacinto Finalé. La zafra fue una experiencia extenuante, devastadora, pero al mismo tiempo una experiencia mística.

A partir de ella me fue posible para escribir una novela, Los papeles de Jacinto Finalé. Al inicio era sólo un testimonio de familia, porque mi abuelo materno, José María Bolaños, había sido general de la Independencia, de la guerra que organizó Martí. Se fue pues convirtiendo en una especie de historia novelada que recoge los conflictos de la primera fase de la revolución. La tercera parte, Rajando la leña está, es un homenaje a los músicos, porque Cuba es esencialmente musical, la música es más importante que nada. Se la dedico a Alejo Carpentier, quien fue un gran conocedor de la música cubana, y a mis hijos, que son excelentes músicos.

 

JAL | ¿Qué representan para usted los Versos de la casa nueva?

 

CV | Qué extraño que me preguntes por ese libro. Mira, sucede que yo he recogido mi obra poética en tres volúmenes, Vísperas en 1953, Testimonios en 1968 y ahora se anuncia de nuevo la salida de Nupcias (1993), que recoge mi producción más reciente y que contiene ese librito, Versos de la casa nueva. Mi esposa y yo cumplimos 56 o 57 años de casados y durante cincuenta años aproximadamente vivimos en un barrio que se llama La Víbora. El caso es que nos tuvimos que mudar por razones familiares a un apartamentico cercano a este lugar (Centro de Estudios Martianos), y, obviamente, nos quedó muy reducido porque teníamos una biblioteca monstruosa, y allá contábamos con mucho espacio, incluso con patio y jardín. Uno se encariña con las calles, con su barrio. Mi primera casa la tuve en Matanzas y en el campo, en la finca de mi abuela. Allí viví hasta los 15 años de edad. Eliseo, por ejemplo, fue siempre de El Vedado.

Poco después de mudarme tuve un infarto. sabes que el paro cardíaco es la muerte. Me salvaron en el Instituto de Cardiología de La Habana. Uno de los médicos que intervino en la operación me pidió que contara lo que yo había vivido durante mi muerte parcial. En broma escribí unas décimas. Al dejar atrás una parte de mi historia quise hacerle un homenaje a la nueva casa, eso es todo, no hay más misterio. Es la nostalgia por mi antiguo barrio y la situación en mi nueva casita, a la que Fina le tiene mucha devoción.

 

JAL | Por último, ¿qué significado tiene para usted la revista de poesía Isla infinita, que hace con su nieto, luego de haber participado en la ya histórica Orígenes?

 

CV | No pretendo nada. En realidad fue una iniciativa de nuestro ministro de Cultura, Abel Prieto, que es muy buen novelista, muy lezamiano, con mucho sentido del humor. Él me preguntó que si yo podía hacer una revista de poesía y nada más que de poesía, sin política. La única condición que me puso fue que yo publicara en ella lo que me diera la gana. Digo esto porque fuera de Cuba se piensa que uno tiene siempre que observar y atender los lineamientos del Partido, de lo contrario no se puede escribir ni publicar. En Cuba ha habido cosas malas, eso no se puede ocultar, se han cometido muchos errores, algunos de los cuales se han superado y que tuvieron que ver con cierto sectarismo en el campo intelectual. Antes de la entrega del Premio Juan Rulfo muchos periodistas me pidieron que dijera a cuáles problemas en el campo de la cultura me refiero. Les respondí con dos ejemplos principalísimos: persecución a los homosexuales y a quienes ejercían la crítica. No hablo de campos de concentración, de tortura, ni de acciones monstruosas, pero de marginación y acoso, de silenciamiento. Yo creo que las revoluciones mueren más por sus vicios y errores internos antes que por los ataques de afuera. Lo que no podemos es renunciar a nuestras ilusiones, a nuestros anhelos, porque entonces estamos liquidados como pueblos y como personas.

 

NOTA DEL ENTREVISTADOR

Heberto Padilla nació en 1932. En 1968 se presentó al concurso anual de poesía de la UNEAC con el poemario Fuera de Juego, con el cual ganó el certamen. El jurado estaba integrado por: Lezama Lima, Manuel Díaz Martínez, Zacarías Tallet, César Calvo y J.M. Cohen. Los poemas fueron considerados como antiestalinistas y antirrevolucionarios por las autoridades culturales de la época. No obstante, se publicó con la inclusión de una condena por parte de la UNEAC. En 1970, Padilla había terminado una novela, supuestamente antirrevolucionaria. La noche anterior, cuando pensaba enviarla al extranjero para su publicación, fue arrestado y conducido a prisión. Después de un mes de cárcel, Padilla pidió que lo llevaran a la UNEAC para explicar voluntariamente la situación, como un ejercicio de autocrítica. Escritores e intelectuales extranjeros pedían su libertad y la mayoría pensó que se trataba de un lavado de cerebro y que era producto de la tortura. Es éste el contexto al que se refiere Cintio Vitier.



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