JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Cintio Vitier: La poesía, un proyecto para la salvación del hombre
JAL | Usted ha dicho que Paradiso no es la
gran novela, ni lo mejor de Lezama Lima, pero si es
una obra fundamental ¿Podría explicar por qué no
la ubica en la cumbre de su autor y sí la
reconoce como muy importante, sobre todo si atendemos a
la gran influencia que ha
ejercido entre las nuevas generaciones de
escritores cubanos?
CV | Yo simpatizo mucho con la novela de los poetas, cosa no muy común entre los críticos de los novelistas, que consideran al novelista como un ser profesional de la narrativa. En Cuba han aparecido novelas muy buenas escritas por poetas, pero sin duda la más importante es la
de Lezama. Me parece que lo esencial de
él está en su poesía, sin la cual no existiría su
novela. Además la
hizo ya en la madurez, como un testimonio de su pensamiento y como imagen de Cuba en
absoluto, no sólo de los años que refiere.
JAL | ¿Qué tanta influencia cree que tuvieron los movimientos de
vanguardia en la
obra lezamiana y
en general en el grupo Orígenes --con figuras de la talla de Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Fina García Marruz, Gastón Baquero, Octavio Smith, Julián Orbón, Cleva Solís, el padre Gastelum?
CV | Bueno, pienso que en Cuba, como en casi toda Hispanoamérica, hubo, como reflejo de Europa, y en especial de París, después del Modernismo y
de la enorme influencia de
Darío, la presencia de ideas vanguardistas. Aunque coincide en tiempo, da
la casualidad que la agrupación Orígenes se formó bajo el fenómeno que Lezama llamó “el azar concurrente”, porque nos fuimos encontrando sin correspondencia de
edades. Entre Lezama y algunos de
nosotros como Eliseo Diego, Fina García Marruz, mi esposa, y yo, había una diferencia de
diez años. Una de las características de Orígenes fue no rendirle culto a las generaciones. Para Lezama, lo importante no
eran las generaciones sino el
protoplasma histórico, él
consideraba que debíamos aspirar a pertenecer exclusivamente a la
generación de José Martí. No creo que se pueda ni se deba asociar a Orígenes con ismo alguno. Inclusive hubo por parte de Lezama un rechazo bastante subrayado hacia el
surrealismo. Debemos reconocer que el surrealismo nos alimentó a
todos; pero como escuela, como programa, como manifiesto, no interesó tanto. Tuvimos la presencia de las ideas del estridentismo, del dadaísmo, del cubismo, del creacionismo, etcétera. Para sintetizar, sostengo que Orígenes fue una revista y
un grupo literario de vanguardia, pero no de
vanguardismo.
JAL | Quizás haya un
paralelismo y una identificación con el
grupo Contemporáneos de
México en su preocupación por el conocimiento, por la palabra, por una visión cosmopolita y culterana, moderna y desprejuiciada de
la literatura. Además, de alguna manera coinciden cronológicamente, aunque haya cierta diferencia de años.
CV | No sólo desde el punto de vista cronológico. Si tú te
das cuenta, los poetas de
Orígenes, al igual que los Contemporáneos, no se
parecen entre sí. Si comparamos la
obra de Gastón Baquero con Lezama, nada tiene que ver una con la otra, o Baquero con el padre Gastelum, o Eliseo con Fina, no hay escrituras paralelas. Además hubo ese enfant terrible que fue Virgilio Piñera, quien estuvo siempre en
contra de todo. Un poeta muy notable y
quizás el dramaturgo contemporáneo más importante de Cuba.
JAL | ¿Cómo se fue dando el
conocimiento entre ustedes?
CV | Por el azar concurrente. Por casualidad. Ayer comentaba con don Fernando Ríos --quien dictó una conferencia sobre María Zambrano en
el Aula Magna de la
Universidad de La
Habana--, que en
ese mismo lugar me presentó Gastón Baquero a
Lezama, quien daba una conferencia sobre José Martí. Gastón sostenía ya una buena amistad con el segundo gracias a que era un gran poeta y un periodista notable. Yo tenía 16 años de
edad y era la primera vez que veía a Lezama. Por cierto, Gastón se
fue de Cuba a España y allá murió.
Lezama era en
esa época un poeta teórico y lo que llaman los psicólogos un tímido agresivo, y lo primero que le escuché decir fue: “Quien no haya leído la Historia de
los heterodoxos españoles, de don Marcelino Meléndez y Pelayo, absténgase de hablar de literatura. Él
tenía una voz como de
asmático y al hablar parecía ir sembrando interrogantes en su discurso. Yo no tenía idea del tema, pues apenas cumplía los 17 años y estaba por ingresar a la
universidad. Ese año publiqué mi primer libro, como se
ha dicho, escogido y prologado por un premio Nobel, Juan Ramón Jiménez. Me integré a una asociación universitaria, un poco al estilo de
las costumbres de
la universidades estadounidenses, pues estaba muy norteamericanizado nuestro medio, e invité a
hacer una lectura a Lezama con Gastón y
con otro poeta muy valioso que siempre nos acompañó, pero nunca perteneció a Orígenes, aunque siempre aspiró a serlo, Justo Rodríguez Santos y
Mirta Aguirre, quien era miembro del Partido Comunista. Se
juntó un grupo por demás heterogéneo. Lezama me
escribió una carta cuando yo
lo invité. Es un carta histórica. No porque me la dirige a mí, sino por las cosas que dice en
la misiva. Además de darme las gracias y
de indicarme el título de
los poemas que iba a
leer; eran los poemas más importantes de Enemigo rumor, publicado en
1942. En esa carta –bastante difundida en diversos libros y publicaciones— decía que era necesario ir pensando en lo que él llamaba una teleología insular, porque Cuba había perdido el sentido de
su historia, después de ser un país con una tradición ética y poética extraordinaria en la cual habían surgido hombres de la talla de Félix Varela y José Martí. Luego vendría la
intervención norteamericana y
la disolución interna y muchas desgracias que nos dejaron desamparados moralmente.
Orígenes tuvo esa preocupación. Estamos hablando de 1938 o
39. Digo esto porque se
ha dicho con mucha insistencia y se ha
criticado injustamente que los miembros de
Orígenes mostraban una gran indiferencia hacia las cuestiones sociales y sólo conversábamos de poesía. Eso fue un error. Incluso no sé
si conoces esa edición facsimilar que hizo en
México la editorial El Equilibrista, dirigida por Dieguito, bueno nosotros le
decimos así a Diego García Elío, que rescató toda la colección de Orígenes en
una edición muy buena. Allí se puede constatar que incluso los temas políticos no
están ausentes de
nuestros intereses. En
una serie con muchas continuidades, titulada “Señales” y
escrita por Lezama, éste llamaba la atención sobre la decadencia del país, que él
calificaba como el
fracaso de lo esencial político. Contra lo que muchos piensan, para Lezama lo político era fundamental. Claro, también pensábamos en
la política de la poesía misma. Además, en
Cuba hemos tenido la suerte de que nuestro principal poeta es
nuestro principal revolucionario y político mayor. Me parece que esto es muy raro en el
mundo. Algo que no es
explícito, porque está en lo profundo de Orígenes, es
la convicción y
el hecho de que todos somos martianos, si
no, no somos cubanos. Cuando el centenario de
Martí, en 1953, Lezama escribió una página introductoria en un número especial de Orígenes dedicado a dicho aniversario. El texto fue titulado “Secularidad en José Martí”, y abordaba el
tema desde el plano político, ético, poético.
Martí sin México no hubiese existido, porque ese país lo salvó de la angustia, de la desolación; le dio la
calma necesaria. Había sufrido trabajos forzados, a los 17
años de edad, en una cadena, casi como un esclavo, en
las canteras de sal y
estuvo a punto de perder la vista. Luego fue deportado a
España y de allí a
México donde estaban esperándolo sus padres con un
amigo, Manuel Antonio Mercado –por cierto, me parece que los mexicanos no
le han hecho suficiente justicia--, quien más tarde sería también gran amigo y confidente de José Martí. Sin un centavo en el bolsillo, en el destierro, cargando la desolación a sus 22
o 23 años de edad, la figura de
Mercado fue fundamental, pues además de ser como un hermano fue también su protector. De inmediato le
consiguió trabajo en
el periódico El Universal, donde escribía a diario. Decían que redactaba a chorros porque poseía el don de la prodigalidad periodística y literaria. De inmediato, Mercado lo relacionó con el medio intelectual y poético. 1875-1876, quizás fue la
temporada más feliz de su vida. Entonces se sintió querido y rodeado de amigos, entre ellos el poeta Manuel Gutiérrez Nájera. También allí conoció a la que sería su esposa, cubana. Al final de esa temporada ascendió al poder Porfirio Díaz y
Martí no quiso saber más de este personaje que le parecía nada tenía que ver con las Reformas de Benito Juárez y Lerdo de Tejada, a
quienes admiraba profundamente. Se fue para Guatemala de donde salió cuando tomó el poder Rufino Márquez, una especie de dictador benévolo. Luego regresó a
México para casarse en la
Capilla del Sagrario, que está a un lado de la Catedral. Es maravilloso el
barroco que hay allí.
Ella era de una clase acomodada y él
vivía con muchas limitaciones, así que sufrió las incomodidades del retorno a Guatemala. Pero pasó el tiempo y un águila sobre el mar, como decimos los cubanos – a
partir de un verso de
Martí-- y él se dio cuenta de que ella, como se
lo dice a Mercado, era más madre que esposa, pues se
hallaba embarazada cuando regresan a Cuba gracias a un
indulto. El matrimonio comenzó a
fallar. Ella pensaba que se
había casado con un gran abogado, con un
escritor famoso, pero él era por sobre todas las cosas un gran revolucionario, lo cual implicaba una vida errante, inestable, difícil. De cualquier manera, esa fue la
época más feliz de Martí. No obstante, la
relación epistolar con Mercado marca un
periodo de 20 años, por cierto, publicada también por Dieguito en
Ediciones el Equilibrista. Ya había sido editada en
La Habana en 1946 porque los hijos de
Mercado donaron a
Cuba esos manuscritos. Faltaba la
carta más importante, la que escribe Martí –y
dejó trunca-- pocas horas antes de
su muerte en combate en
Los Ríos. En esa carta dejaba su testamento político, antiimperialista, una especie de mandato para los cubanos. Dice, “todo lo
que he hecho y haré (porque preveía su
muerte) es para evitar que Estados Unidos se
apodere de Cuba --cosa que finalmente hizo--, y
que esa fuerza no caiga jamás sobre nuestra América”. A la
única persona a
quien le dice esto, privadamente, fue a Mercado, porque no podía declarar en público sus ideas, ya
que hubiera sido peor. Este era un hombre silencioso, discretísimo, parece que muy profundamente mexicano, en lo
que tienen ustedes como personalidad, cortesía silenciosa, y
poseedor de una modestia absoluta, no obstante que era amigo de
todos los artistas, escritores e
intelectuales, y que pudo haber sido más, mucho más por los cargos que ocupó durante el régimen de
Porfirio Díaz. Por cierto, Martí fue cambiando su opinión de Díaz en
la medida en que éste se resistió a
los yanquis. Hay un especialista e investigador mexicano, pero muy amigo de Cuba, Alfonso Herrera, que escribió un libro sobre Mercado muy bueno. Una parte de
las historias martianas que para nosotros son sagradas.
Con esto quiero decir que Martí reconoció su
gran amor por México, tan grande como el
que sentía por Cuba. Incluso le estaba más agradecido a México porque su país le había dado el presidio político y México le
dio cariño, vida pública, social, intelectual, y allí se estrenó su
primera obra de teatro: “Amor con amor se
paga”.
JAL | ¿Cuáles han sido las relaciones afectivas e intelectuales que usted ha tenido con la sociedad mexicana?
CV | Yo he tenido la suerte de tener muchos amigos mexicanos a
través de los años. En
primer lugar mi padre fue muy amigo de
don Alfonso Reyes –hay un
libro de papá que se
acaba de reeditar en Cuba y que fue publicado por primera vez en el
Fondo de Cultura Económica: Las ideas en Cuba. La filosofía en
Cuba—. Él estuvo en una conferencia inicial aquí en
La Habana cuando se estaba fundando la UNESCO --no recuerdo las fechas—y entonces tuve la oportunidad de
tratarlo, pero fue en México donde pude conocerlo más. Tengo muchas cartas y tarjetas muy afectuosas de él. Fina y yo
conocimos muy de
cerca a Octavio Paz. Pero eso no quiere decir que sean los únicos amigos, ni mucho menos. A Octavio Paz lo conocí en
1949, cuando él trabajaba en
la Embajada de México en
París. Estuve en
su casa varias veces cuando aún vivía con Elena Garro. Fue una gran amistad fincada en la
generosidad y en
una correspondencia muy abundante.
Nunca tuve la
costumbre de guardar mis cartas, de hacer copias de éstas, y
entonces no se conocían las fotocopias. Digo esto porque Lezama y
Carpentier lo hacían, como muchos otros escritores. Pero sí
conservo las que me envían. Entre ellas las que Paz me
mandó luego del triunfo de
la Revolución Cubana, muy entusiasmado con su perspectiva, y
muchas dedicadas a
la lectura de mis trabajos. Después vendría un
cambio de actitud política, que seguramente ustedes conocen mejor que yo. Entonces cesó la
correspondencia. Yo le
hice, en una de las últimas cartas, una pequeña crítica, muy respetuosa. Le decía que estaba convencido de que él
no conocía bien a José Martí porque él
había escrito un
libro sobre el Modernismo en
el que Martí figuraba como un seguidor de
Rubén Darío, cuando era justamente lo contrario. Darío escribe, tras la
muerte de Martí, su lamento por haber perdido a su maestro, a quien le
reprocha no haber dedicado su
vida exclusivamente a
la poesía. Paz me respondió con una generosidad inolvidable, que sí, que era verdad, él no conocía bien a Martí y me pedía que le mandara las cosas más importantes que se
habían editado. Imagínate, son 28 tomos, y nada de
ello desdeñable, esenciales todos. Esa era la edición que existía entonces, ahora se hace una nueva, de 40
tomos, aquí, en el Centro de Estudios Martianos. Esta la iniciamos mi esposa y
yo, y trabajamos en ello durante 10 años y luego abandonamos la tarea, pero ahora me acaban de reclutar de
nuevo.
El caso es que yo
no sabía exactamente qué mandarle. Entonces ocurrió la
matanza de Tlatelolco y él
renunció a su carrera diplomática como protesta ante el gobierno de
Gustavo Díaz Ordaz, decisión que yo considero muy digna y un
gesto muy elogiable. Pero entonces perdí el contacto con él porque me parece que se fue a
la India y luego a
Inglaterra. El caso es que ya
no supe en dónde se
encontraba y perdí su ubicación. No supe más de él sino hasta cuando comenzó a hacer declaraciones contra la Revolución Cubana. Se volvió completamente en contra. Incluso también criticó fuertemente a la
revolución de Nicaragua, que nosotros quisimos tanto, porque además allí estaban amigos entrañables, empezando por Ernesto Cardenal. Yo
estaba muy sorprendido de ese viraje en un
hombre que había estado presente en la Guerra Civil Española, que había mostrado un
pensamiento izquierdista y
simpatía por la Revolución Cubana. Supongo que en
ese cambio de actitud influyó mucho algo en
lo que no deseo profundizar para no alargarme, el llamado caso Padilla.
A él, a Paz, como a muchos otros enamorados de la
revolución, les hizo mucho daño ese acontecimiento, entre ellos a Cortázar y
Vargas Llosa. Pensaron que en Cuba se estaba practicando la tortura. Hay un estudio de
un americano sobre la autocrítica de Padilla, estudiando lo que él
llama el estilo farólico que utilizó Padilla. No
quiero hablar mucho de esto porque es algo que me duele aún. Padilla fue muy amigo nuestro y
murió muy desolado. No quiero decir nada en
su contra, ya bastante tiene él con lo
que sufrió. Pero indiscutiblemente se
cometió un error político muy grave, y fue permitirle o llevarlo a la UNEAC para que dijera que él era un miserable, que sus amigos éramos unos miserables, que su mujer era una miserable. A
Lezama lo dejó de postre. Allí empezó el
problema de Lezama. Era un
poco el estilo de los juicios stalinistas, de
los juicios chinos, y el
hombre quedó hecho papilla al
ser obligado a decir estas cosas*. Fue un trauma para todos y eso influyó en Paz como en otros. Se pueden criticar todas las revoluciones, porque son obra humana, pero me
parece que Octavio se fue más por el
lado emocional.
Conocimos también bastante a Carlos Fuentes en la revista que hacía entonces, Revista Mexicana de
Literatura, donde estaba Rulfo. Yo no
conocí a Rulfo y nunca me percaté de
que habíamos estado juntos, de
que había compartido las páginas con un escritor de su altura. Pero la actitud de rechazo de
Rulfo a la vida literaria hace crecer más mi admiración y
simpatía por él. Pero nuestra primera amiga se
llama Sor Juana Inés de
la Cruz. Fina escribió un
ensayo, que yo lo recomiendo -- me alegro que ella no
esté presente para que no me
regañe--. Está en
un libro de ella, Hablar de la poesía. Lezama le dijo que era lo
mejor que había escrito en
su vida. Lezama era muy riguroso y no
decía nada si no le
gustaba suficiente o
de plano hacía la crítica si le disgustaba; a nosotros, que éramos sus amigos, no nos obsequiaba con halagos si
él consideraba que algo no merecía su reconocimiento.
Yo escribí un
poema dedicado a
Sor Juana que no me
atreví a leer en Guadalajara, ahora que me
dieron el premio Juan Rulfo, pero está en
la antología que me publicó el Fondo de
Cultura Económica.
JAL | En la imagen de Sor Juana, como en
la de José Martí, me
parece que usted imprime una importancia de carácter místico, no religioso, que es otro asunto ligado a
su cristianismo, pero quizás este tema lo vierte usted como Fina en
otros horizontes poéticos y culturales. ¿Qué opina al respecto?
CV | Sí, es verdad. Nosotros somos católicos, como seguramente sabes, y tenemos predilección por la
mística cristiana. Ayer precisamente hablaba yo, con este profesor que dio la
conferencia sobre María Zambrano en la
Universidad de La
Habana, acerca de
los vínculos entre la mística cristiana y la
islámica, que es
muy poco conocida en América Latina pero es
una parte que siempre nos ha traído mucho. El más grande poeta de lengua española para nosotros es San Juan de la Cruz, sin discusión. Y
en América, Sor Juana, más allá de su
fe.
JAL | ¿Se puede ser místico sin ser religioso, sobre todo si se
le ve desde la perspectiva que usted plantea de la revolución como concepto o
proyecto de la salvación del hombre?
CV | No nos queda más remedio. Martí, que no
perteneció a ninguna iglesia, fue un cristiano sin iglesia. Hijo primogénito de españoles, de
padre valenciano y
madre canaria, no
podía evadir la tradición católica de la que provenía. Luego reaccionó contra el Clero porque en esa época, como tú
sabes, era absolutamente aliado del poder colonial. Era su brazo más importante. No quiere decir que todos los sacerdotes eran iguales, podemos mencionar grandes excepciones. Ustedes tuvieron a Vasco de Quiroga, nosotros a fray Bartolomé de las Casas. Pero realmente la
Iglesia se portó muy mal en América y
además sostuvo hasta el final el
colonialismo español. Hay una cosa que se llama el
Patronato Regio, que fue una disposición del papado con la cual se
le daba a los reyes de España la
dirección de la Iglesia en
América. Imagínate, eso era pura política, puros intereses económicos. Martí fue un
hombre profundamente cristiano, pura y sencillamente cristiano, tal como él lo dijo.
Incluso hay una libreta de apuntes íntimos, que por suerte se han publicado, donde aparecen comentarios de sus lecturas, de sus proyectos, de sus pensamientos más recónditos. Allí él revela: “Soy un místico más, he padecido con amor.” Y
no era ninguna exageración, ninguna vanidad, porque Martí descubre el amor como energía revolucionaria --que es el
título del libro que Fina va a presentar por estos días aquí en La
Habana El amor como energía revolucionaria en José Martí--, cuando él
vence el odio, odio legítimo por otra parte. Llegó a decir incluso que sentía piedad también por sus flageladores. Él
presenció en presidio escenas horrendas con niños, ancianos, con discapacitados, con negros, campesinos, era una cosa dantesca y dolorosa. Sin embargo ese muchacho, porque era un
adolescente cuando estuvo privado de su
libertad, fue capaz de expresar piedad hacia sus flageladores, a quienes consideraba también víctimas de
un sistema embrutecedor. No eran los españoles como tales, sino el
sistema que los condicionaba a
ejercer un papel y una función dentro de
su lógica explotadora y colonialista. Entonces proclamó lo
que fue una novedad y
lo sigue siendo, la guerra sin odio, sin personalizar al enemigo de carne y
hueso que tienes delante en
el campo de batalla. Él
estaba consciente de
que los muchachos que combatían no eran otra cosa que campesinos y obreros que reclutaba el ejército imperial contra su
voluntad y su conciencia. Por eso ordenaba que a los prisioneros españoles se les tratara bien y
se les regresara curados y
agradecidos.
La mística de
Martí es una mística encarnada en la historia. Pienso que todos los grandes revolucionarios han tenido algo de místico, porque es la creencia en la posibilidad de la redención de los pueblos, de la humanidad aquí en la
tierra, en la historia misma. Pero el caso de Martí me
parece excepcional. ¿Conoces otro caso? ¿Sabes de algún guerrero que combata en
una guerra sin odio? ¿De alguien que con enorme piedad compre armas? Bueno, está el caso de
Miguel Hidalgo, que era un sacerdote y también un
hombre de ideales revolucionarios.
Martí sabía una cosa, el enemigo principal no era España, que era un imperio caduco, sino Estados Unidos, que es hoy la amenaza mayor no sólo de
Cuba sino de toda América Latina. Lo de
Martí no fue sólo su
experiencia y su
presentimiento sino casi una profecía. Pero volviendo al punto, yo creo que su espiritualidad es
inseparable de su
acción política y
revolucionaria.
Martí, además de
místico y utópico --en el
mejor sentido de
la palabra, pues representa un
concepto muy peligroso y resbaladizo, ya que la
utopía parece que no se va
cumplir nunca, y
por ello a veces prefiero la palabra profecía-- era un hombre muy realista. Me
vas a perdonar esta vanidad cubana, pero era un hombre muy completo. Y por ello alguna vez pensó en que si debe de
haber superpotencias es
mejor que haya varias para que se equilibren unas con otras. Una no, por favor. El le
llamó la Ley Matriz. En
ese tiempo no se advertía le emergencia de
Estados Unidos como única superpotencia, que hoy se erige como policía y
juez del mundo. En esa época Martí también admiró mucho a
la nación estadounidense.
JAL | La memoria la
ha canalizado hacia la poesía, pero también hacia la
novela, ha publicado una trilogía bajo el título De Peña Pobre (De peña pobre, Los papeles de Jacinto Finalé y Rajando la leña está) y algunos cuentos (Cuentos soñados) recogidos en el volumen número cinco de
sus obras completas y que concentra toda su
obra narrativa (editorial Letras Cubanas, con prólogo de Francisco López Sacha). ¿Cómo ha logrado empatar su oficio de
escritor entre la
poesía y la narrativa?
CV | Eso comenzó de
manera muy natural. Lezama siempre nos decía a
Fina y a mí, “escriban las memorias de
Orígenes”. Él siempre confió en que Orígenes iba a
ser algo perdurable en la
historia de Cuba, no necesariamente la revista, los poemas en sí, sino la manera de vivir la
historia. Cuando él
murió comencé a
pensar en la idea de
escribir un libro que no
sabía lo que iba a
ser, si un testimonio, una crónica o una novela. Como subtítulo le puse “Memorias y novela”. En
la primera parte de este libro, De peña pobre, se habla mucho de la
formación del grupo, de las reuniones que teníamos. Luego el libro fue creciendo y descubrí que los poetas tienen un problema, y es que siempre están metidos en el cuarto de su propia sensibilidad, están un
poco encerrados en
su mundo lírico. De pronto se me ofreció la posibilidad, la
apertura, de ver lo que le ha pasado a los otros. Porque eso sucede con la revolución, que los otros van a tomar la palabra realmente, y nosotros, los que estamos más o menos acomodados en la vida, vamos a compartir sus problemas, la
pobreza, la miseria, los padecimientos. Estas palabras pueden sonar demagógicas, porque son palabras que se usan demasiado, pero ciertamente eso fue lo que nos pasó con la revolución. Cortar caña es una experiencia tremenda. Yo
me sentía literalmente morir y
por eso muero literariamente en
Papeles de Jacinto Finalé. La zafra fue una experiencia extenuante, devastadora, pero al mismo tiempo una experiencia mística.
A partir de ella me
fue posible para escribir una novela, Los papeles de Jacinto Finalé. Al inicio era sólo un testimonio de familia, porque mi abuelo materno, José María Bolaños, había sido general de la Independencia, de la guerra que organizó Martí. Se fue pues convirtiendo en una especie de historia novelada que recoge los conflictos de
la primera fase de la
revolución. La tercera parte, Rajando la
leña está, es
un homenaje a los músicos, porque Cuba es
esencialmente musical, la
música es más importante que nada. Se la
dedico a Alejo Carpentier, quien fue un gran conocedor de la
música cubana, y
a mis hijos, que son excelentes músicos.
JAL | ¿Qué representan para usted los Versos de la casa nueva?
CV | Qué extraño que me preguntes por ese libro. Mira, sucede que yo
he recogido mi obra poética en tres volúmenes, Vísperas en 1953, Testimonios en 1968 y ahora se
anuncia de nuevo la salida de Nupcias (1993), que recoge mi
producción más reciente y que contiene ese librito, Versos de la casa nueva. Mi esposa y yo cumplimos 56 o 57
años de casados y durante cincuenta años aproximadamente vivimos en un
barrio que se llama La
Víbora. El caso es que nos tuvimos que mudar por razones familiares a un
apartamentico cercano a
este lugar (Centro de Estudios Martianos), y, obviamente, nos quedó muy reducido porque teníamos una biblioteca monstruosa, y allá contábamos con mucho espacio, incluso con patio y jardín. Uno se encariña con las calles, con su barrio. Mi
primera casa la tuve en
Matanzas y en el campo, en la finca de mi abuela. Allí viví hasta los 15 años de edad. Eliseo, por ejemplo, fue siempre de El
Vedado.
Poco después de
mudarme tuve un infarto. Tú
sabes que el paro cardíaco es la muerte. Me salvaron en
el Instituto de Cardiología de
La Habana. Uno de los médicos que intervino en la operación me pidió que contara lo que yo había vivido durante mi muerte parcial. En broma escribí unas décimas. Al dejar atrás una parte de
mi historia quise hacerle un
homenaje a la nueva casa, eso es todo, no hay más misterio. Es la
nostalgia por mi
antiguo barrio y
la situación en mi nueva casita, a la
que Fina le tiene mucha devoción.
JAL | Por último, ¿qué significado tiene para usted la revista de poesía Isla infinita, que hace con su
nieto, luego de haber participado en la ya
histórica Orígenes?
CV | No pretendo nada. En realidad fue una iniciativa de
nuestro ministro de
Cultura, Abel Prieto, que es muy buen novelista, muy lezamiano, con mucho sentido del humor. Él me preguntó que si yo
podía hacer una revista de
poesía y nada más que de poesía, sin política. La única condición que me
puso fue que yo publicara en ella lo
que me diera la gana. Digo esto porque fuera de Cuba se piensa que uno tiene siempre que observar y
atender los lineamientos del Partido, de lo contrario no se puede escribir ni publicar. En Cuba ha
habido cosas malas, eso no
se puede ocultar, se han cometido muchos errores, algunos de los cuales se han superado y que tuvieron que ver con cierto sectarismo en el campo intelectual. Antes de
la entrega del Premio Juan Rulfo muchos periodistas me pidieron que dijera a cuáles problemas en el
campo de la cultura me
refiero. Les respondí con dos ejemplos principalísimos: persecución a los homosexuales y a quienes ejercían la
crítica. No hablo de campos de concentración, de
tortura, ni de acciones monstruosas, pero sí de
marginación y acoso, de silenciamiento. Yo
creo que las revoluciones mueren más por sus vicios y errores internos antes que por los ataques de afuera. Lo
que no podemos es renunciar a nuestras ilusiones, a nuestros anhelos, porque entonces estamos liquidados como pueblos y como personas.
NOTA DEL ENTREVISTADOR
Heberto Padilla nació en 1932. En 1968 se
presentó al concurso anual de
poesía de la UNEAC con el poemario Fuera de Juego, con el cual ganó el certamen. El
jurado estaba integrado por: Lezama Lima, Manuel Díaz Martínez, Zacarías Tallet, César Calvo y J.M. Cohen. Los poemas fueron considerados como antiestalinistas y antirrevolucionarios por las autoridades culturales de la época. No obstante, se
publicó con la inclusión de
una condena por parte de
la UNEAC. En 1970, Padilla había terminado una novela, supuestamente antirrevolucionaria. La
noche anterior, cuando pensaba enviarla al
extranjero para su
publicación, fue arrestado y conducido a
prisión. Después de
un mes de cárcel, Padilla pidió que lo
llevaran a la UNEAC para explicar voluntariamente la
situación, como un
ejercicio de autocrítica. Escritores e
intelectuales extranjeros pedían su libertad y
la mayoría pensó que se
trataba de un lavado de
cerebro y que era producto de la tortura. Es éste el
contexto al que se refiere Cintio Vitier.
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Curadoria & design: Floriano Martins
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Fortaleza CE Brasil 2021
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