VÍCTOR TOLEDO | Retorno de Enriqueta Ochoa
Durante mis últimos años en la Ciudad de México, cultivamos
gran amistad, la frecuentaba mucho: para los poetas jóvenes que éramos entonces
fue una dulcísima madre cósmica, llenándonos de suavidad, consejos y misterio, apoyándonos,
leyendo nuestros versos (una noche inolvidable me contó cómo vio a dios, otra me
reveló su pasión por Milosz, el viejo Oscar Lubicz, tío, si no equivoco, del otro
gran Milosz, contemporáneo Czeslaw. También amaba a Rilke casi tan profundamente
como Marina Tsvietáieva).
Enriqueta no era una poeta muy conocida, a pesar de
haber sido seleccionada, en 1959, por ejemplo, por Simón Latino en la Antología
de la poesía sexual, de Rubén Darío a hoy, célebre colección bonaerence de poesía
universal “Cuadernillos de Poesía”, junto a Aleixandre, Neruda, Bandeira, Rojas,
Mistral, Vallejo, entre otros, y Paz, Sabines, Chumacero, Rebolledo, Castellanos,
Diaz Mirón, González Martínez (Enrique), Novo (entre los mexicanos) con este soberbio
poema:
REPROCHE
Desarráigame ahora que un viento de sepulcros
me golpea en las arterias.
Desarráigame ahora.
Yo luche a tempestad de gritos en el vientre,
y te dije que no, que no, que no;
que en mí no dispersaras el polvo de otro polvo,
que no abrieras conmigo más rutas a la sangre,
mas mi voz fue enterrada por campanas de duelo
y espigada mi forma entre la piel y el suelo.
Tempestades de fuego conformaron mis venas,
leches trémulas de luna nutrieron mi epidermis
y un volante de furias fué timón de mi pecho.
Y yo siempre te dije que no, que no, que no;
que en mí no dispersaras el polvo de otro polvo,
y no hincaras más soles en el río de mis venas.
Latino refiere que Enriqueta “Pertenece a la más joven
generación de poetas mexicanos, habiendo publicado su primer libro Las urgencias
de un dios, en 1950... inició su carrera literaria (en San Luis Potosí) publicando
poemas en donde el reclamo de la carne y un desesperado amor parecían conducirla
hacía Dios, como puerto final de su aventura, fue así que escribió poesía religiosa
que, según entendemos, ha abandonado luego. Hoy reside en la capital azteca, en
donde ha codirigido la revista Metáfora, excelente grupo de jóvenes guerrilleros
de la poesía nueva, que ha dado a la poesía mexicana un impulso certero. Enriqueta
Ochoa es hondamente sincera en su poesía: tiene cosas que decir y sabe decirlas,
poniendo en sus versos una fuerza vital poco usual en las mujeres.”
Enriqueta –sus primeros versos antologados datan de
1947- es contemporánea de Rosario Castellanos, de Sabines, de Rubén Bonifaz Nuño
y de su “antípoda” y vecino en Xalapa: Ramón Rodríguez, irónico filósofo, irreverente
“ateo”, intemporal demonio tazmaniaco.
Hasta 1968 había reunido sus poemas en Las vírgenes
terrestres. La contraportada de Retorno de Electra (Lecturas Mexicanas) dice: “fuera
de círculos muy reducidos su nombre es apenas conocido. Esto no se debe a que su
poesía no
alcance la brillantez y la profundidad de sus contemporáneos
y de los poetas más jóvenes, sino a que Enriqueta Ochoa ha vivido recluida en sí
misma, entregada a su profesión de maestra, esquivando la publicidad y rehuyendo
la autopromoción”. Como una verdadera poeta, como (el) Mistral, lleno de aromas.
Para mi, Enriqueta es mayor poeta (no poetisa como define
Mandelshtam: “el poeta va más allá de su sexo e ideología”) que Rosario Castellanos,
jamás ha abandonado su religiosidad: el verdadero misticismo (su parangón erótico-místico
estaría en Pasternak y Tsvietáieva, más que en Axmátova -como refiere Mario Raúl
Guzmán. Veánse los grandes poemas a Magdalena de estos dos eslavos). Precede a Elsa
Cross (más intelectual y menos sensual) y a Gloria Gervitz, por decir algunos ejemplos
notables.
Dos años antes de mi viaje de estudios a Rusia, gracias,
entre otras cosas –y qué bueno-, a que un paisano suyo palindromista llegó a la
Secretaria de Educación Pública, empezaron sus reconocimientos tan larga e injustamente
esperados: un Homenaje Nacional de Bellas Artes (1988), su inclusión en Lecturas
Mexicanas (2ª. Serie, N° 72), la fundación del Premio Nacional de Poesía que lleva
su nombre, además de su ingreso al Sistema Nacional de Creadores.
Entre sus estudiosos se cuentan el citado Guzmán: “Enriqueta
Ochoa, lectora asidua y enfermiza de la Biblia, y de las escrituras sagradas de
otras tradiciones religiosas, buceadora en las aguas excéntricas de los místicos
españoles, es como un telar obstinado en tejer teofanías y luego como una gacela
temblando en una zanja”, y el magnífico investigador de la poesía mexicana Samuel
Gordon: “Equidistante de lo religioso y lo profano, es sin duda, poeta de lo sagrado.
Este acceder a la divinidad por la palabra –atribuidos también a místicos y oficiantes-
es algo inaprehensible aunque inexplicablemente nítido en su obra, porque se ha
purificado en el dolor y en la intensidad, para ascender y acceder luego a la verdad
más despiadada (...) rodeada por el grupo generacional que más poetas conversacionales
dio a la literatura mexicana (...) parece inclasificable entre ellos. A pesar de
practicar ella misma muchos de los usos y tonos coloquiales que caracterizan a esa
poesía, su viaje es otro, su lenguaje que interroga a Dios ausente incide en otras
profundidades (...) Abra sus libros en cualquier parte y hallará la palabra divina”
Hace unos meses con la poeta rusa Ludmila Biurikova
me mandó una presentación que yo había escrito, antes del mencionado viaje, para
su libro Bajo el oro pequeño de los trigos (poesía reunida, Universidad de Chapingo,
1984). Ahora, con algunas correcciones, la entrego para su publicación:
En la poesía de Enriqueta Ochoa vibran los tonos y las
maneras de pulsar el instrumento cantor, de Santa Teresa –más que San Juan de la
Cruz-, de Lubicz Milosz (al que le une su misticismo y hermetismo modernos, poesía
que incorpora los elementos de la cotidianidad de nuestro tiempo: los hábitat modernos,
las urbes nuevas: la modernidad). Vibra, además, en Retorno de Electra, la forma
de expresión (en la metaforización, en el erotismo fundido con la naturaleza) de
Pablo Neruda. De los místicos españoles, las formas de sentir y unirse sensualmente
a Dios: mujer-alma, espiritualidad erótica: Cosmos. La resonancia bíblica, tan unida
a ella, es también Biblia personal, como la Biblia de Lutero, la Biblia de Enriqueta,
pues la poeta se consuela con la creación y se ilumina con la re-creación.
En menor cantidad, hay ecos de Vallejo o de Sabines.
La primera etapa de su poesía es de grandeza y rebeldía.
La etapa actual es grandeza y serenidad: a pesar de previstas e imprevistas tormentas
eléctricas.
¡Qué difícil es la situación de la mujer mexicana, aún
hoy día! Calculemos la época en la que Enriqueta contaba con dieciocho años: la
mujer sólo sujeta a valerse de su belleza física, a ser sólo la falsa virtud de
una impuesta y supuesta pureza, a tener una expresión prohibida, a no poder pronunciar
el verbo de su definición: su condición de mujer, de ser. Estar condenada a un estereotipo,
un ente abstracto y sumiso. Enriqueta reclama su propia condición humana, la belleza
de ella reside, sobre todo, en su esbelta altura espiritual, en la soledad azul
de su inteligencia. Al hombre le fue asignada la conquista, la lucha amorosa por
estos medios, en tanto la sociedad lo prohíbe y oculta a la mujer: esta es la vanguardia
de Las urgencias de un Dios.
Y como ya Enriqueta alcanza el misticismo con gran precocidad,
es una arrebatada más cercana: lo erótico real no está desarraigado de su erotismo
místico, lo cual es más completo.
Ahora Enriqueta cohabita con Dios, porque Dios habita
en ella, o llega para habitarla, pues la búsqueda de Él es la necesidad de expresar
esta experiencia por medio de la palabra. Dios es “silencio” hay que “nombrarlo”.
Es naufragio del sufrimiento más tenebroso: Enriqueta vio el centro de la tormenta,
el ojo luminoso del divino: “Días nuevos”: “Salpicada de lluvia florece la resurrección,
/ mientras, desde aquí, presos en el siglo XX, /miramos fascinados a través de las
rendijas, la hermosura venidera”.
Ochoa es una de las grandes poetas mexicanas por la
profundidad de sus hallazgos en la sencillez del agua clara de la verdadera palabra,
la más alta: donde el aparente vacío está lleno de contenido, donde transparente,
incolora, inodora, insabora, el agua, en apariencia es Dios, allí están contenidos
todos los signos de la creación y es de donde surge ésta.
Enriqueta sabe que la soledad no existe realmente puesto
que tampoco existe la nada, así dice Chang Tsai e Ivan Malinowsky sobre la verdadera
naturaleza de las cosas:
Cuando se sabe que/el gran vacío está lleno de chi/entonces
se comprende/que no existe la nada. El espacio está colmado/de materia viva/y nosotros
tomamos parte /en esta danza/y es por eso que el miedo/a la soledad/carece por completo
de fundamento./“Mi aldea es tan grande/que la lluvia no puede/caer en ella”/dijo
el piel roja/“porque la lluvia /también es mi aldea”.
Este es el pensamiento místico y mágico que estalla,
que está ya, con más certeza ahora en Enriqueta: ecuanimidad del Ser, la esperanza
que esplende su futuro.
Para Gorostiza en Muerte sin fin, Dios es el vacío,
la informidad, insustancialidad, el sueño falso del vaso de agua. Falso porque Dios
no puede finalmente desprender de sí mismo a sus criaturas que sueña. Estas no pueden
independizarse, en la impotencia de Dios, así que no son realmente auténticas: Si
Dios deja de pensar o soñar-pensar, sus criaturas dejan de existir y su destino
es una infinita soledad.
Enriqueta intuye que de ese vacío surgen todas las cosas,
que es sustancial, tiene un sentido, no está hueco, a fin de cuentas es aparente:
no es que el “vacío siga ganando terreno”: el vacío es el terreno, la lluviosa aldea,
nunca está vacío.
Pero la palabra es primordial en nuestro ser, es la
concretización, realización del pensamiento, esencia del ser, con la que Dios nos
piensa y lo pensamos, nos forja y lo forjamos, así en “El deshollinador”, de Ochoa:
En mi centro amanecía Dios
Con su diamante de agua ensimismada,
Derramándola allí donde la yerba azul del verbo
Sin cercos corría limpia
Escalando hasta el borde de los labios.
Pero redonda es la vida
Y en sus ruedas sorpresivas
Llegó de improviso el medio día.
El verano galopó hasta quemar la luz tierna del valle.
Anhelante se hizo el aliento,
Confuso el horizonte.
El canto conmovido era un cristal vibrante.
La luz se fue cayendo a pedazos.
Aturdidas, las palabras
Subieron desde el fondo de la sangre.
Jamás las recibió el papel.
Más tarde, el deshollinador
Las encontró atascadas en la boca del tiro.
En Enriqueta el enardecido Espíritu aletea protegiendo
el panal de la hermosura para que no muera su reina la palabra, no deje de manar
la miel de la colmena (“La palabra”).
La palabra es la permanencia de Dios, la realización
de su existencia en nosotros, en la poeta madura.
Como parte del uni-verso-dios somos el mismo. Dios nos
piensa y al hacerlo nos realiza cuando lo nombramos, así lo realizamos. “Somos el
espejo que se mira en el universo”, su conciencia, parte de ella.
Humilde y convencida de que su verso es un otorgamiento
divino, sus poemas son una gran batalla por nombrar a Dios: por otorgarle la palabra,
por revelarle el verbo: el que se torna carne, el mundo, la vida, la muerte, el
tiempo, que sólo es verbo. ¿Y no es esto la esencia de la Biblia?
Puesto que estamos en la trampa deliciosa del ser, es
decir, de la eternidad, de lo inefable asediado por el nombre: el terreno de la
más alta catedral: la poesía, el pulsar el ritmo de los ritmos que Enriqueta siempre
in-tentó valientemente. Las neuronas en nuestro cerebro –que tienen forma de estrella-
coinciden con el número de astros en el universo.
Mujer visionaria, revolucionaria a los 18 años, se ha
ido desprendiendo más y más de sí, de su acendrada intimidad, esto es tan difícil
para la mayoría de los poetas: aquí por sus cerradas circunstancias sociales de
mujer, que tuvo que librar primero. Ya es ejemplo de desprendimiento interior, de
mayor entrega de su condición humana en los poemas de 67 y 78:
LLAMA LAS COSAS POR SU NOMBRE
...y sin embargo, allá vas,
a sentarte en el lomo del mundo
picándole las costillas para hacerlo tu amigo;
y ayunas y lloras con impertinencia,
soñando que el hombre es el amigo del hombre.
Y el mundo se restriega contra el filo de las bayonetas
Y te arroja por la barda como a un niño bastardo
Y por la borda también al negro, al blanco, al amarillo...
Todo es cuestión de orden
Lo dice el perfume alto de los pinos.
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Curadoria & design: Floriano Martins
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