domingo, 20 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Gonzalo Escudero

FILOTEO SAMANIEGO | Estudio sobre Gonzalo Escudero

 


Los comienzos del siglo XX significan para el mundo un cambio fundamental en el estilo de vida, en las costumbres, en las comunicaciones. Ya nada queda por descubrir y las distancias se han acortado hasta llegar a la simultaneidad de la acción universal, gracias al telégrafo, la aviación, la radio. Europa, enriquecida por la noble circunstancia de la revolución liberal y del nuevo colonialismo, orientado hacia África y Asia, culmina su bonanza en los que se ha dado en llamar la “bella época”. Sin embargo, ya las rivalidades políticas y comerciales, el deseo de poder de las grandes potencias, los nacionalismos, se traducen en la iniciación de conflictos como la guerra ruso-japonesa y franco-prusiana.

América Latina, continente sin rumbo, ha pasado el siglo XIX consolidando su independencia de las antiguas colonias españolas y portuguesas, en el primer cuarto de la centuria, pero todavía uno de esos países, Cuba, no ha logrado independizarse sino dos años antes del siglo XX. Ya para entonces se establecen distancias insalvables entre el desarrollo de los Estados Unidos y el resto del continente.

En general, los estados independientes aún son repúblicas inciertas, llenas de conflictos internos, con territorios en discusión, zarpazos de unos a otros, una situación económica desastrosa que nace de las deudas provenientes de las luchas libertarias, lo que significa que todo posible desarrollo económico está vigilado y entorpecido por los países acreedores, Inglaterra y Francia, principalmente, que han garantizado los pagos de las deudas pendientes con bloqueos de aduanas y de rentas, hipotecas de territorios y fijación de precios de los productos básicos, limitados éstos, generalmente, a monocultivos incipientes.

Por otro lado, si los americanos han tomado las riendas del poder civil y expulsado a los colonizadores, nada ha cambiado en la estructura social y económica de cada cual. Cada país mantiene las riquezas en poder de unos pocos, el sistema feudal permanece intacto y las grandes mayorías populares, ante todo campesinas, siguen al servicio de los nuevos amos, ahora fortalecidos con el control político del país.

En lo que toca al Ecuador, todos estos factores se presentan agravados: la deuda de la independencia, el feudalismo de las clases pudientes, el analfabetismo, la incomunicación.

Dividida absurdamente por los dos ramales de la Cordillera de los andes, de norte a sur, ha debido adaptar la vida nacional a esta forzosa disposición topográfica en la que sobreviven, aisladas, las tres regiones del país: la costa tropical, productora de los únicos productos exportables, - cacao, tagua, sombreros de paja toquilla; el primero de éstos, el cacao, se convierte en casi absoluto monocultivo y única fuente de recursos financieros extremos-; la Sierra, alta y fría, empobrecida por la erosión, entregada en manos de veinte familias terratenientes, perpetuadas en el poder económico desde hace tres siglos; y en fin, el enorme Oriente Amazónico, selva virgen extendida en las orillas de los afluentes del Gran Río.

Se ha dicho, con justeza, que la independencia fue “el último día de despotismo y el primero de lo mismo”. En este panorama sombrío aparecen raras luces de gobernantes ilustrados: Vicente Rocafuerte, de ideas ampliamente liberales y de recia personalidad; Urbina, que suprime la existencia legal de la esclavitud; el tirano Gabriel García Moreno, consolidador de la nación ecuatoriana, preocupado por dotar al país de caminos, educación y ciencia, pero obcecado por un fanatismo limitado, causa de su final asesinato.

El fin de siglo llega, de ese modo y en esas circunstancias; mas ya, consecuencia de la lucha contra la tiranía garciana, comienzan las primeras intentonas de sublevación liberal, las que seguirán hasta la guerra civil. Un personaje de enormes dimensiones continentales, Eloy Alfaro, será el caudillo de tal transformación en el Ecuador, y su recia personalidad influirá en Colombia, Venezuela y en toda Centroamérica. Fue su voz la primera en reclamar a España la independencia de Cuba. Lanzó sus tropas de montubios costeños contra el gobierno conservador y contó con el apoyo de la nueva oligarquía, la de los exportadores de Guayaquil, para iniciar una lucha de poder contra la oligarquía terrateniente de la Sierra. Triunfaron, en fin, sus tropas en 1895, y con él se inició el cambio del Estado conservador en Estado laico.

Pero las transformaciones tomaron todavía dos o tres lustros para consolidarse en la legislación y en la vida del país. Y esos lustros se enlutaron con las luchas internas sostenidas por los liberales de diferentes fracciones, hasta que, derrotado el caudillo, terminó también asesinado y arrastrado por las calles de Quito. Alfaro, que había impulsado el ferrocarril hasta la capital del Ecuador, que había logrado, por primera vez, una comunicación definitiva entre la Costa y la Sierra, no pudo contemplar su obra acabada y dejó un Ecuador radicalizado, dividido hasta en sus últimas consecuencias entre un anticlericalismo liberal y ateo, sostenido por la plutocracia comercial y financiera del puerto y un subsistente y poderoso conservadorismo gamonal y clerical. Los “curuchupas” (lamecuras), serán la expresión del antiguo pensamiento, mientras el liberalismo proclamará la división entre la Iglesia y el Estado, expropiará los bienes del clero, instaurará el matrimonio civil y la educación laica. Mas, ya en el poder, la oligarquía económica costeña no tendrá la menor preocupación por reformas, recuperación del campesinado, salud o educación de las grandes mayorías; una enorme población indígena, preponderante en el esquema demográfico del país, no recibirá ninguna atención de las clases exportadoras fortalecidas por la revolución liberal y por el mercado internacional, casi exclusivo, del cacao.

El país entero iba a continuar, pues, en una total contradicción agravada por la batalla ideológica y política de comienzos de siglo. En cada ciudad y en cada familia se presentaban situaciones de irreconciliable adversidad, causa fundamental del desconcierto político y mental.

 

***

 

América, en general, y a pesar de este panorama negativo, comienza a hablar con voz propia. En este primer siglo, libre de tutorías coloniales, escritores y artistas han tratado de romper una estructura espiritual circunscrita, casi exclusivamente, al servicio de la Corte española y la religión de la Metrópoli.

Un fuerte movimiento nacionalista, civilista, romántico, ha dado lugar a la aparición de novelistas, pintores y poetas más humanistas. Toda la influencia de la Europa romántica y naturalista ha llegado, aún con mucho retardo a las bibliotecas y a las escuelas de arte. Y aunque con manifiesto sabor en influencia de franceses, ingleses o norteamericanos, los escritores de América son ya de cuño diferente: José Martí, Jorge Isaac, Juan Montalvo, Juan León Mera y tantos otros, tienen ya un lenguaje propio y los unos y los otros se leen se comentan, se imitan, se critican.

Para los albores de nuestro siglo ya, y con fuerza determinante, han llegado los libros de simbolistas y parnasianos. “Los Americanos” como mantiene Guillermo de Torre en su “Estudio preliminar a la poesía de Reissig”, ya intentan ser los primeros en las nuevas formas del lenguaje castellano: “cuando, por fin, se efectúa el transplante simbolista a nuestra lengua, no toma el camino peninsular, se hace por una ruta americana”. Gustan los nuevos escritores, del “concepto de poesía pura, aislada voluntad de expresión original visible, rebuscas idiomáticas”, según el mismo de Torre. Mas, aun cuando es evidente esa atracción, tiene menos peso y poder de influencia. España comenta entusiasmada la obra de Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique González Martínez, Leopoldo Lugones, y la de los que los seguirán en esta transformación novedosa, sonora y rica, que América impone en la lengua castellana. Julio Herrera y Reissig, Carlos Sabat Ercasty, Porfirio Barba Jacob, José Asunción Silva, serán algunos de los símbolos de las nuevas tendencias. Sin embargo, para el propio Torre, no gusta la denominación de simbolistas, por lo que nuestros poetas prefieren llamarse modernistas pues su salto es audaz y violento, del romanticismo del siglo XIX a las formas novedosas y libres de los finales de esta centuria y al espíritu del siglo XX.

El Ecuador no estuvo aislado de esta transformación. Mezclados al cambio filosófico que significa el liberalismo, y fuertemente impresionados por los simbolistas franceses y los modernistas americanos, jóvenes deseosos de llegar a los nuevos conceptos y a las nuevas costumbres sigue, fielmente, lo que predican Moreas, Baudelaire, Varlaine, Rimbaud. Raúl Andrade los bautizó como “generación decapitada”, y con esto quiso significar no sólo los caminos de la poesía de Ernesto Noboa, Humberto Fierro, Arturo Borja y Medardo Ángel Silva, sino que daba a entender que aquella brillante generación sufrió del desencanto por el pasado y de que su decisión de abrir caminos hacia el futuro terminó en una lamentable frustración espiritual.

 

***

 

El siglo XX se inaugura, para el Ecuador, al menos, con esta voluntad transformadora en todos los campos de vida.

Escudero nace en 1903 y un año, antes o después, llegan, le anteceden o siguen, Augusto Arias, Jorge Carrera Andrade, Alfredo Gangotena, Miguel Ángel León, Abel Romero Castillo, Eduardo Samaniego, César Andrade y Cordero. Como acertadamente cita Benjamín Carrión, “todos esos nuevos escritores eran los anunciadores de una nueva sensibilidad”. Esa sensibilidad tenía que ser, por contagio, por ambiente, radicalmente opuesta a cualquier forma que recordase el pasado.

Escudero nació de familia liberal. Su padre fue militante activo de ese partido, y además ateo y radical. Manuel Eduardo Escudero y toda su familia se identificaron, por tradición, dentro del camino anticlerical, y la influencia de la madre cristiana no cambió nada: las ideas y la formación de este núcleo familiar se fortalecieron y completaron con otros auténticos y probados liberales, amigos y miembros de la familia, los Andrade, los Moscoso, los Moncayo. He de insistir en este aspecto y señalarlo, porque, luego, en un análisis posterior del desarrollo de la vida y de la poesía de Gonzalo Escudero, se repetirá, acaso como contrapunto de grandeza, la presencia de Dios, hasta el extremo de creer que, en el poeta, esta idea de ser supremo nunca llegó a suprimirse y que de él hizo una constante inalterada, tal vez hasta necesidad filosófica, hasta sus últimos momentos de vida. Por lo pronto me quedaré con el joven que crece dentro del ambiente familiar ya descrito.

Gonzalo Escudero cursó sus primeros años en un establecimiento cuyo director, el padre Pedro Pablo Borja, fraile notable por su inteligencia, autoridad y dureza disciplinaria, enseñó las primeras letras a muchos de los que serían después notables personajes en la vida del país. En sus métodos de educación se incluían azotainas, palmetas y canceles, como formas normales de castigo.

Habría que preguntarse por qué el padre liberal puso al hijo en manos del riguroso clérigo y la respuesta sería la de la cercanía de la casa familiar y de la escuela, apenas a unos 150 metros de distancia. Situada en una de las más tradicionales calles del Quito antiguo, de aquellas que trepan por la “Cuesta del Suspiro” hacia la loma de San Juan, la vieja casona de familia incluía patio amplio, gradas de piedra, desniveles propios de la accidentada topografía quiteña, corredores asoleados, ventanas panorámicas sobre la totalidad de Quito colonial, árboles de magnolias, macetas de geranios y techos de teja rojiza. “El patio de tu casa/piedra y candela blanca/, sol inquilino y árbol” (“Carta a mi padre muerto” – “Altanoche”). En ella crecieron los seis hijos de don Manuel Escudero y Doña Elina Moscoso.

Cuántos notables personajes circularon por esa casa: los nombres de Abelardo y Julio Moncayo; de Roberto, Julio y Carlos Andrade; de Enrique Escudero, serían suficientes como para conformar una nómina activa del levantamiento civil anticonservador, en la Capital ecuatoriana, y de los nuevos rumbos de la patria liberal.

Para la secundaria Escudero ingresará al Colegio Nacional Mejía, brillante institución en la que actuaban, como profesores, los más importantes librepensadores de la época. Además, ese plantel era como el frente de choque, opuesto a la educación, igualmente de calidad, del colegio de los Jesuitas. Los estudiantes aprendían, en uno u otros planteles, a luchas por caminos diferentes, ya que los preceptores y maestros preparaban, en cada uno, a los hombres públicos del futuro y sembraban ideas radicalmente distintas, hasta el extremo de inventarse motes despectivos o insultantes: curuchupas, comecuras, masones, eran los calificativos de la vida cotidiana y representaban posiciones irreconciliables y rígidas.

En 1920, Escudero pasa, una vez graduado de bachiller, a la Universidad Central; ingresa a la Facultad de Jurisprudencia, Abogado y Licenciado en Ciencias Sociales. Ya para entonces, cumplida su preparación, Escudero inicia una carrera pública brillante: Subsecretario de Gobierno, Secretario de la cámara del Senado; Profesor de Lógica y Teoría del Conocimiento en la Facultar de Pedagogía y Letras; de Filosofía e Historia del Derecho, y de Derecho Internacional Público. Desde 1931 parte su carrera diplomática y actúa como Primer Secretario y Encargado de Negocios en Francia, Estados Unidos, Panamá y Argentina. Asciende a Ministro, con misiones en México y Uruguay y en 1945 es nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario: en Perú, por dos ocasiones, en Francia y la Organización de Estados Americanos, Argentina, Colombia, Brasil y Bélgica. También actúa como Representante Permanente ante la UNESCO. A esta actividad se suma la concurrencia a más de una veintena de conferencias internacionales y a misiones y comisiones especiales, innumerables, hasta cuando, en 1964, es nombrado Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador.

También figura en la vida interna del país y es diputado en la Asamblea Constitucional de 1928 y como Primer Senador Suplente, en 1930. abundan, en fin, condecoraciones y membresías: miembro de la Academia Ecuatoriana de Derecho Internacional, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de la Sociedad Jurídico Literaria; fundador de la casa de la Cultura Ecuatoriana y del Grupo América, y, en fin, miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

 

***

 

Muchos se preguntarán ¿En qué momento Escudero pudo haber entrado en los caminos de la poesía? Desde su primera juventud el sentimiento poético le fue congénito, arraigado. El propio poeta dice: “Cuando he escrito poesía y aquello me aconteció desde mi remota infancia, con frecuencia olvidé, sin saberlo, a la razón lógica en el desván de las cosas inútiles y me entregué al estremecido oleaje de la palabra, tan sólo seducido por la sorpresa del hallazgo o deslumbrado por el destello de la invención”. “Más nunca pude saber, a pesar de la lupa de aumento con que miraba y examinaba el poema acabado, qué brújula infatigable me había conducido en esta pequeña y grande odisea”. Sus amigos se sintieron atraídos y embelesados por la poesía y toda esa generación espléndida de intelectuales ecuatorianos, cada cual, en distintas profesiones, médicos, ingenieros, juristas, matemáticos, agricultores o simples burócratas, dedicó lo mejor de su vida a la creación estética.

En el Ecuador, como en el resto de América Latina, el hombre, el ciudadano, están obligados a repartir su tiempo y sus posibilidades y a servir al país en diversos campos, porque la juventud, y más aún la juventud de principios de siglo, estaba destinada a dirigir todos los aspectos de la vida nacional. No cabía, ni cabe aún ahora, una excesiva especialización. A veces, un profesional tiene que ejercer funciones extrañas a su oficio; pero no hay otro remedio porque aquellos que, entonces, llegaban a culminar una carrera, eran pocos, indispensables, necesarios y los gobiernos los ubicaban en cuanta área emprendían y en cuanto plan de desarrollo dictaban.

Fue ésa, también, la suerte del poeta; además, nadie podía vivir de la literatura, y menos aún de la poesía. Decía, este infatigable impulsador de culturas que fue Benjamín Carrión, y no hace muchos años, que en el Ecuador todos somos inéditos. En efecto, los periódicos circulaban en unos pocos miles de ejemplares y los libros se hacían en ediciones de 200 o 300. Ser publicado era un simple honor o suerte o gasto del interesado, y aparecer en u diario constituía una generosa actitud del Director y no un trabajo intelectual al que correspondían derechos de autor o contratos permanentes. Vale la pena mencionar esta circunstancia y recordar la vida incierta de Gangotena, metido en los campos de las matemáticas; de Jorge Carrera Andrade, sin profesión alguna; del propio Escudero, diplomático de larga carrera, y de tantos oros que hacen poesía sin haber tenido tiempo para dedicarse enteramente a ella.

 

***

 

Por otro lado, el Ecuador de la primera mitad del siglo XX continúa por un camino tortuoso e incierto: el liberalismo inicial no tuvo camino fácil y a poco de instalado en el poder, entró en luchas intestinas de inusitada violencia dentro de las que las fracciones y divisiones internas no estuvieron exentas de traiciones, rencores y crímenes. Si bien se había consolidado, el poder liberal no encontró la fórmula apropiada de la unidad. A pesar de ello, de las luchas fratricidas, en cinco lustros logró transformar la legislación y las costumbres correspondientes a un estado laico. Para conseguir esos objetivos iniciales, los liberales debieron pasar por combates sangrientos, como aquellos de Huigra, Naranjito y Yaguachi. Siguieron a estas batallas circunstancias de trágicas consecuencias en todos los aspectos: el martirio político del General Eloy Alfaro y de sus más próximos asistentes y familiares; el asesinato de Julio Andrade; la revolución montonera del General Concha, hechos que se agravan con la acción destructora de una enfermedad, la “escoba de la bruja”, que terminó con las plantaciones y el monocultivo cacaotero y acentuó el ya intenso regionalismo, el aislamiento de las regiones, la íngrima pobreza del país, el analfabetismo dominante y mayoritario, que dieron razón lógica a la iniciación del socialismo y del sindicalismo ecuatorianos, en cuyos primeros pasos se llegó incuso hasta al sacrificio popular en las calles de guayaquil, en Noviembre de 1922.

 

***

 

Desde este panorama es fácil comprender cómo la juventud laica y liberal pasó a aceptar, sin intermediarios filosóficos, las ideas socialistas y a hablar en nombre de la humanidad y de la solidaridad proletaria: al mismo tiempo, y desde los años 20, los escritores se pusieron, en su mayoría del lado del obrero y del campesino, en especial el grupo de la llamada “generación del año 30”, acaso la que, con mayor peso, va a imponer un pensamiento literario capaz de salir de las fronteras provincianas del Ecuador: precedidos por Fernando Chávez y Luis a. Martínez, el cuento y la novela indigenista se imponen como el grupo de escritores más brillantes, actuando de unísono o por líneas paralelas. Leopoldo Benítez, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert, Alfredo Pareja Diezcanseco, Demetrio Aguilera Malta, en Guayaquil; Manuel María Muñoz, César Andrade Cordero y Alfonso cuesta, en Cuenca; Jorge Icaza, Humberto Salvador, Jorge Fernández, en Quito; son los nombres fundamentales a los que seguirán, posteriormente, Ángel Felicísimo Rojas, Pedro Jorge Vera, Pablo Palacio, Alejandro Carrión, Arturo Montesinos, José Alfredo Llerena, Adalberto Ortiz. Todos ellos están emparentados por el mismo objetivo de denuncia de la explotación de los campesinos en Costa y Sierra. Por primera vez, y ciertamente favorecidos por los movimientos de solidaridad socialista en el mundo, aparecen del éxito internacional de la novela “Huasipungo”, de Jorge Icaza. En esta situación conflictiva del país, sacudido en todos sus niveles sociales y humanos, cuando ya el obrero, el campesino, el intelectual y el artista actúan, por decirlo así, en la calle, redactan manifiestos, exhiben carteles y participan, sin tregua en un activismo incontenible; cuando el periodista pasa a ser orientador de las ideas que defiende y el político debe pelear a rajatabla para lograr la aprobación del Código del Trabajo, la creación del Seguro Social, la reivindicación permanente de los derechos laborales, cabe preguntarse ¿qué hacía una poesía esteticista y puramente formal dentro de un ambiente tan convulsionado que hasta la pintura entra sin análisis y resueltamente en la intención de protestas y reclamo?

Y he de responder que el poeta, los poetas del Ecuador, no han terminado aún la búsqueda de un nuevo lenguaje: los tres exponentes fundamentales de la generación de comienzos de siglo, intentan una poesía todavía entusiasmada por la transformación formal, por el lenguaje musical, por la profundidad filosófica ; su lucha es contra los restos del romanticismo, contra un clasicismo poderoso, todavía atado a la gran literatura del siglo XXI y a sus máximos exponentes: Olmedo Rocafuerte, Mera y Montalvo; y en fin, por la ola simbolista de la “generación de los decapitados”. En la nueva línea están: la exaltación verbal del verso de escudero; el preciosismo lírico, repleto de juegos metafóricos, de Jorge Carrera Andrade, y el pensamiento hondo; cartesiano y deslumbrante de Alfredo Gangotena. Distintos caminos seguirán estas tres cumbres de nuestro modernismo y en sus obras aparecerán, claras, las huellas de los estudios y actividades que orientaron a cada cual; mas es idéntica la disposición anímica que los conduce por los caminos plásticos de la poesía pura: Carrera Andrade buscará los signos de la naturaleza, exaltará las cosas mínimas, entrará en la esencia del país y de los mundos que ha de visitar. Su enorme estructura de samurai se confundía con un rostro y una manera asiáticos en los que fácilmente se reconocía la raigambre mestiza americana. Andaba cercano a Reverdi, a Juan Ramón Jiménez, a los “Aikay” japoneses. Por su parte, el ingeniero Gangotena preferirá una poesía sabia, científica, encuadrada en expresiones de admirable grandeza. Este espíritu racionalista y su pasión por las matemáticas y la física, se expresarán en un “lenguaje de campanas”, como lo definía Max Jacob, en el que estarán presentes lo telúrico de los Andes, la voz de los ancestros y una angustia existencial que da, a su masa poética, fuerza de canto y epopeya.

Escudero, en cambio, tratará de hacer del idioma, y más exactamente, de la palabra, el gran material de su poesía. Confiesa así que nació poeta, y que, desde sus mocedades, 11 a 12 años, ya estaban presentes en él, Fray Luis de Góngora, Valery y Mallarmé como sus metas ideales. Esta pasión formal no le alejaba del juego filosófico y de temas concretos y obsesivos como la mujer, dios, la muerte, el poder telúrico.

Los tres personajes respondían, sin embargo, a características propias y a comportamientos individuales definidos. Hubo, sobre todo en Escudero y Carrera Andrade, cierta voluntad de penetrar al ambiente americano y las circunstancias político sociales que lo rodeaban. Además, obligados viajeros ambos, por su oficio diplomático, tratarán de contagiarse con el mundo. Aunque aquello fuese en forma pasajera, esporádica, y se concentrase, en Escudero, fundamentalmente, en dos de sus libros: “Hélices de Huracán y de sol” y “Altanoche”, no significa una tendencia permanente sino un compromiso ocasional y temporal. En el primero de los libros mencionados, el poeta busca una definición plástica de la geografía americana: es franca y poderosa la expresión, a la vez que altisonante y desatada, la de su poema “Hombre de América”, y acaso le cabe, a éste, el título de libro total. Es poema de creación, de violencia natural y bastan unas pocas expresiones para decirnos lo que quiso el poeta:

 

¡Hombre de América!,

Hombre torrente y cataclismo,

con una mordedura de

llamas en el pecho.

¡Naciste de una piedra que

rodaba al abismo

y eres un ventisquero

con dos garras de helecho!

 

***

 

Hombre vertical, hombre

fahir, dolmen y grito,

arrebol, piedra, flama

seísmos, vórtice y ola,

si tú puedes hacer piafar

al infinito

con las bengalas ígneas

de una mirada sol.

 

En la misma línea están sus poemas “Pleamar de piedras” y “Los Huracanes”:

 

Tierra mía eres lo que yo soy,

Agua, metal y flama.

Lo que yo soy

 

***

 

El seísmo,

carrusel de la muerte concéntrica.

 

En cambio, en “Altanoche”, ya ve el drama de la conquista y del mestizaje y mira al indio, dueño auténtico de los páramos y de las tierras frías, acosado por las presiones del mestizaje, del proceso colonial y de la todavía actual tristeza del habitante autóctono:

 

¡América, tierra negra con alas!

 

***

 

Naufragio de los bosques pretéritos

que oyeron el primer arcabuzazo

a los hombres blancos.

 

***

 

El rondador, el rondador

es el viento

la raza

la distancia

la desgarradura de la cordillera

el zodíaco del sol ebrio.

 

***

 

 “Altanoche”, su libro de 1947 es casi una crónica vital. El viaje vuelve motivo de poemas alusivos, de impresiones resumidas en metáforas. Escudero, que mantiene la intención puramente formal, escoge, esta vez, temas de viaje, realidades concretas, expresiones de rebeldía política, aproximaciones a la poesía urbana, presencias de personajes universales, elementos del a vida actual, sitios geográficos, para llegar, al fin, al poema coloquial y doméstico en sus “Cartas a mi padre muerto” y “Romance del hijo”. Emplea preferentemente el romance, pero ensaya, asimismo, el verso libre. Escribe este espléndido poemario en París, Nueva York, Quito, Buenos Aires y Montevideo y se ve claramente que esta obra es la del viajero por muchos caminos del mundo. Alusiones a los sitios visitados:

 

¿Quién dijo que en Nueva

York hay estrellas?

Esta es mi cordillera.

Riscos de rascacielos.

 

Manhattan hembra

Entre los brazos líquidos

De dos ríos grumetes

Y el ombligo púrpura de Broadway.

 

***

 

Dientes exploradores

en el Congo de tus cabellos.

 

***

 

Cataratas del Niágara

de tu grito en el viento

(poema “Cuaderno de Nueva York en llamas”)

 

***

 

¿En cuántas Groenlandias

se congelaron nuestros deseos?

Hay tantos golfos en las mozas.

 

Por otro lado, se aproxima a las sorpresas de la técnica contemporánea y habla de trimotores, autogiros, grúas, bicicletas, sismógrafos, fonógrafos, fútbol y limusina. Quiere ser, por decir así, testigo fiel de lo que ha visto y de los asombros que cada día nos depara la técnica, más aún teniendo en cuenta que la preparación de “Altanoche” es simultánea con el desarrollo de la segunda gran guerra y su inaudito proceso destructor.

Los biógrafos y críticos de Escudero aportan algo más a los datos oficiales que trae la adjunta hoja de servicios, cuyo carácter referencial algo añade a los elementos de ubicación de Escudero y su poesía.

Es normal que se conozcan las múltiples actividades del escritor como las de diplomático, catedrático, estudioso internacionalista, que fue este iluster poeta. Franklin y Leonardo Barriga, así como Hernán Rodríguez Castelló completan estos detalles que no dejan de ser interesantes. Señalan los Barriga la pertenencia de Escudero al Partido Socialista Ecuatoriano, su trabajo de periodista en “El día” y “La tierra”; Rodríguez Castello va más allá y nos cuenta que escribió sus primeros poemas a los nueve años; que en 1916 realizó su primera aventura editorial, la revista “Crepúsculo”, en cooperación con Augusto Arias y Jorge Carrera Andrade; que luego, en el instituto nacional mejía, participó en la publicación de otra revista, “La Idea”, entre 1917 y 1920; que sus “Poemas del Arte” ganaron, en 1918, un certamen intercolegial y que luego “Las Parábolas Olímpicas”, fueron premiadas en unos Juegos Florales Universitarios. Añadiría que colaboró activamente, allá por 1921, en la revista “Vida intelectual” en la que intervinieron importantes escritores ecuatorianos. En esta revista se incluyen poemas menos conocidos como “Pentecostés”, “Claridad”, “Desnudez, “Inmovilidad”, “El Éxodo”, y como presentación de los mismo, el comentario que, sobre el joven ecuatoriano expresa el mexicano Adriano Mendoza. En este corto prefacio confiesa el crítico que encuentra “un colorido hipnótico de expresión”; que Escudero “rasga el velo de la mediocridad con su maravillosa fuerza lírica”, y que hay en “sus diecisiete primaveras, – estamos en 1921 – vibraciones – de un horizonte complejo”.

Mendoza transcribe el examen que, sobre la personalidad del Quiteño hace J. J. Pino Ycaza, quien anticipa que “la figura diabólica de este altísimo poeta… cuyos fulgores medianos apagan una claridad difusa que viene de otros cielos y que trae en su seno empalidecida luz de múltiples estrellas que habrán de esmaltar su nuevo zodíaco en un día muy lejano que se anuncia”.

En fin, vale la pena mencionar lo que dice, de Escudero, Alejandro Carrión, en su presentación de “Poesía”, editada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana: “los que lo conocemos de toda la vida sabemos que él es, principalmente, un poeta no “nada menos que un poeta” – que ya es tanto –, sino por sobre todo, un poeta”. Valga la pena, en fin, citar la mínima biografía que logra realizar Carrión, en su presentación de “Poesía”, editada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana: “los que lo conocemos de toda la vida sabemos que él es, principalmente un poeta, no “nada más que un poeta” – que ya es tanto – sino por sobre todo, un poeta”. Valga la pena, en fin, citar la mínima biografía que logra realizar Carrión y que, sin entrar en el detalle de lo cotidiano, del acontecer histórico, o de la precisión cronológica, resume admirablemente la personalidad y la obra que se estudia: “EL Escudero cambiante, que va desde la violencia de las páginas de “Hélices de Huracán y de Sol” hasta las serenas y limpias, sabias páginas de “Materia del Ángel” y “Autorretrato” no es un Escudero nuevo a cada libro sino el mismo Escudero de siempre, detenido al borde de la eternidad, de pie en el umbral de la muerte, en contacto con las fuerzas profundas de la vida. Su periplo en la conquista total de la palabra no muda su esencia. Su viaje a la pureza, hacia la serenidad, desde la adolescencia huracanada, hasta esa madurez de mármol griego, dentro de cuya armonía de medidas inefables arde la llama de la pasión humana, ha sido cumplido mientras conquistaba y domaba la palabra, convirtiéndola de ama suya que era en la sierva que es hoy: pero su esencia, allá dentro, sigue siendo la misma”.

En el fondo, los claroscuros de la vida personal no alteran la unidad del hombre que, desde la infancia misma, hasta el día de la muerte súbita se mantiene leal a su camino poético y llega al final de la vida terrena con el último papel, los últimos versos y los últimos hálitos y pensamientos.

Más importante y definitiva es, por supuesto, la correlación que el propio Escudero hace de su oficio, cuando en uno de sus ensayos (“Ars Poética” – Autoexégesis”) afirma que el poeta es el hombre hecho para la suprema peripecia porque su sola e inmaterial herramienta es la palabra desecha de su envoltura profana y liberada, por tanto, de los grilletes que le imponen sus habituales carceleros”. “En el hombre - añade - por axiomático designio, su caudal de expresión es a la vez su patrimonio conciencial con todo el laberinto de sus vivencias inextricables. Admite que, en el menester de la poesía “Hay cierto sabor a narcisismo” y hace esta confesión al revisar la propia obra. Comprueba, tras esta revisión: “nunca se puede saber, a pesar de la lupa de aumento con que miraba y examinaba el poema acabado, qué brújula infalible me había conducido en esta pequeña grande odisea, ni por qué cedía al capricho de escoger esta ruta y no otra”.

La escogió y creyó en la necesidad de encuadrarla dentro de líneas formales, de exaltación fundamental de la palabra, y hay que reconocer, alejándose, en la mayoría de los casos, de los problemas sociales y humanos de su tiempo, así como de cualquier intención racionalista: “los franceses, dice, dominados por una geométrica mente cartesiana, no son grandes poetas por el exceso de su razón, a diferencia de los ingleses menos racionalistas… pero mejores poetas por obra de una superioridad emocional y afectiva”. Y para situarse, sin lugar a dudas, en su ubicación, y luego de enaltecer, sin embargo, a “dos magnos poetas franceses, verdaderamente tales como lo fueron Villon y Baudelaire, en toda su grandeza insular y solitaria”. Parte de una excepcional reafirmación de si “linaje poético” y dice que la poesía es “consanguínea”, como lo ha manifestado reiteradamente la crítica ajena, en ciertas fisonomías, con la de tres poetas a los que profesa “una honda admiración: el libérrimo y grande Luis de Góngora y Argote que, desde el cielo bruñido por la luz meridiana del siglo de oro español, inventa fórmulas esotéricas de poesía pura que son válidas para todo tiempo y toda latitud geográfica; Stephane Mallarmé, en cuya poesía de niebla se contiene la entraña cabalística del simbolismo y el prometeico Paul Valery que roba a los dioses la centella del firmamento en busca de lo inasible: el ideal apolínico de una belleza a la par clásica por el equilibrio y la mesura con la que está forjada, y a la par insurgente, en cuanto se rebela contra su propia perfección, devorada por una fáustica sed de vencimiento y perennidad”.

Alto aprecio demuestra, en esta confesión, de su poesía y sus fórmulas de expresión estética, y no tiene reparo en confesar su vanidad, aunque pida, por ello comprensión a los demás: “Al insinuar este triple parentesco reconocido por la opinión de los demás, reclamo la indulgencia de quienes me leyeran en todo lo que ello podría parecer, sin serlo, un pecado real de inmodestia”. El citado ensayo de autocrítica da, además, a conocer las recetas de una poesía deleitosa, hasta “madurar una forma peculiar extraída de la gloriosa e inagotable cantera de la lengua castellana, exhumando en algunas ocasiones los vestigios sepultados de las voces arcaicas, o llegando al extremo febril del neologismo de propia factura o agotando el inventario de los modelos métricos que circularon como deslumbrantes monedas en la poesía del siglo de oro español”.

Admirable recuento, el que hace luego, de su largo camino en el arte, tan largo casi como la vida del poeta, y en el que cree que es “fácil advertir que el último libro proviene en derecha genealogía del primero, y aún más, se podría afirmar que el último no ha abolido esa como litúrgica pasión de la forma que se enseñorea en aquel; para terminar, luego de este estricto y hondo análisis, con el reconocimiento de que la poesía le ha sido base de perpetuo desasosiego y de angustia, de inapetencia, de desesperada voluntad de llegar a comprobar que queda todo por hacerse: “contemplando mi obra desde mi actual perspectiva, puedo afirmar con cierto escepticismo melancólico que toda poesía es un perpetuo recomienzo de algo que no nunca está ni acabado ni saciado”. Ha situado ahí la historia de una obra, la ha definido con mayor claridad, la ha encuadrado en el marco de una vida que se dedica totalmente al quehacer poético, pero haciendo de esa biografía noble el relato de una existencia total que se inicia en la génesis y el nacimiento pasa por el amor y la exaltación, y llega, en lento proceso de preparación, a la seguridad y fatalidad de la muerte. Afirma escudero que su poesía “es el presagio en la linde agónica que es mitad vida y mitad muerte”, y que encuentra en algunos de sus poemas “un reflujo de aguas agoreras”: “La voz se ha adelgazado como el arpegio muriente de una melodía y todo mi arte poético se ha ensombrecido en la umbría de un lamento que es a la vez remembranza del deleite compungido”. “Introducción a la muerte” parece ser y “es, por antonomasia, suyo (mío) con todo el privilegio de su (mi) afección”. Numerosa y espléndida es la respuesta que la crítica dio a la obra de Escudero. Cada cual, por camino diferente, legó a la esencia de la intención, a la exaltación de los prodigios verbales del artista, y aun convencimiento general de que, difícilmente, en la lengua castellana, se habían conseguido logros plásticos comparables a los del poeta ecuatoriano. Isaac Barrera, Galo René Pérez, Miguel Sánchez Astudillo, Francisco Granizo, ponderaron el “sibaritismo verbal”, la “liturgia en un nirvana de belleza” (Sánchez Astudillo) hasta llegar a un solo y final resultado: “sonido; antes de palabra y de verbo, sonido ¡música! Música antes de la sílaba, música viniendo del sonido genético…, música de la tierra, del todo, del uno” (Granizo). Unanimidad de juicios que sólo se comprende porque la obra no admite otra manera de verla y oírla, como la vemos y oímos, en la primera lectura o en la última revisión de esos portentosos cincuenta años de poesía.

 


§§§§§

 


 


 





 


 


 





 


 


 




 


 

§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário