KEISELIM A. MONTÁS | La poesía de José Gustavo Melara
La función del poeta es escribir: su numen es la vida, su materia prima es la palabra, su instrumento es el verso y su meta es el poema. Estamos ante un poemario, una colección de poemas, de la autoría del salvadoreño José Gustavo Melara, que afirma irrevocablemente la vocación de poeta su autor. Esta colección es representativa de varias décadas en las que Melara ha ido cumpliendo su función sin cuestionamiento, y como reafirmación de esa constancia lo ha hecho “sin prisa, pero sin pausa”. Si asumimos que su numen le dio materia prima e instrumento, y que con estos fue ejerciendo su función; es justo deducir que una colección de poemas sea el fruto natural de tal labor. Y sí, a simple vista, parece una progresión lógica: de poeta a colección de poemas. Pero lo que afirma la vocación de Melara no es que haya producido una colección de poemas, sino que tengamos en nuestras manos esta colección de poemas, este poemario.
Este poemario es novísimo y antiquísimo, pues
no puede ser de otra propiedad dicotómica lo que muere y renace, lo que desaparece
y aparece, lo que se escribió antes y después del Diluvio; lo que comenzó a escribirse
antes y terminó de escribirse después de las aguas. Melara recibe su numen de la
vida a través de los libros, siempre lo ha hecho, y libros ha tenido por millares.
También ha tenido palabras, muchas, muchas palabras (y en dos idiomas), y verso
a verso, a través de los años, fue creciendo el fruto natural de su función de poeta
hasta acumular cientos de poemas. Como buen padre, sus poemas estaban cuidados y
preservados en papel, en disco duro y en un segundo disco duro (como contingencia).
Pero, el 9 de septiembre de 2013 comenzó a llover en el estado de Colorado, y para
el día 12 había caído en Bouder 9 pulgadas de lluvia, para el día 15 había caído
15 pulgadas de agua: un Diluvio. Con la lluvia, Melara fue a hacer otra vez su papel
de padre, y por 60 horas continuas puso sacos de arena y desvío el agua, lo mejor
que pudo, para proteger la casa de su hija; al regresar a su casa, todo su haber
estaba bajo agua (incluyendo libros, poemas en papel y discos duros). Del desastre
me contó: “El agua no tuvo piedad y se los llevó todos, magia poética, al mar: 'Nuestras
vidas son los ríos…'“.
Gran parte de los poemas de esta colección fueron
compuestos hace tiempo y son los que lograron salvarse del diluvio (pues quién sabe
cómo ni porqué, habían terminado en la oficina de Melara); otros fueron re-escrito
de borrones (quizás de la memoria) y otros son producto del quehacer desde las aguas.
De ahí que este poemario contenga el fruto de la función de escribir, reescribir
y seguir escribiendo, y por ende el mismo consagre y afirme
la vocación de Melara y nos haga afortunados
al tenerlo en nuestras manos.
El poemario entero está anclado en la larga tradición lírica
de nuestro idioma, tanto así, que algunos de los poemas parecerían hoy ser anacrónicos;
hay romances y cantos, pero cuidado ya que la incorporación y el dominio de la tradición
no significa que los textos sean tradicionales. Melara usa y reinventa la forma,
juega con la métrica y, en ocasiones, mantiene un claro hilo narrativo dentro del
poema y, aunque no todas las veces denotativamente, todos los poemas tienen una
“historia” detrás o una sutil innovación [decir “dealgúnmodo” como una sola palabra
para evocar la presencia de un río en un verso que no permite que los textos sean
clasificados como anacrónicos. Y Melara va más allá y, por igual, nos ofrece textos
escritos en el nuevo idioma adquirido al asentarse en los Estados Unidos a la edad
de catorce años (idioma que Melara domina a perfección). Basta una mirada a los versos de un poema como Protean Hands: “A mute hand in the balcony –a will from
a fresh fountain– / waves as if in a piano, fresh it runs / through a crescendo”, para notar cómo el lenguaje fluye, sin reservas, en imágenes que como pinceladas
nos demuestran la facilidad del poeta con el idioma.
Quiero destacar ciertas características
que hacen que este poemario, como ya apunté, sea novísimo y antiquísimo como
propiedad denotativa de lo que desaparece y aparece, de lo que se escribió antes
y después del Diluvio, estando afincado en nuestra sólida tradición poética. Aquí
lo antiguo da paso a lo nuevo de suerte tal que podemos recorrer el poemario como
en una especie de antífona. El uso de romances, cantos o cantares pasa a introducir
neologismos como son los Cantazares, junto
a la evocación de poetas y otras artes (Juan Ramón Jiménez, la música y composiciones
de Mozart, la arquitectura) nos ofrece viabilidad al mundo; el tratamiento gráfico
de los versos, como forma creativa de la disposición de las palabras en el poema,
nos conlleva inevitablemente a Huidobro, como en el poema Mitología urbana:
Este
vestigio de humedad
rezuma una gota
de luciérnaga.
El díptero roza
el cristal de la ventana
mientras tú viertes
una costumbre
en voces calladas.
Tenemos el uso de los neologismos, y los textos
mismos escritos en inglés como son evidencia del presente; la invocación del gran
maestro José Kozer, tanto como la intimidad de la temática de los poemas, que abarca
desde querencias geográficas hasta familiares y amigos, son evidencia de actualidad,
presencia y experiencia de vida del poeta. De
ahí que un poema nos cuente una historia como lo hace Diluvio en sus versos: “un chorro de lluvia sube, sube,
/ toca el armario, desarma el silencio, / arremete sin voz, / crepita en la soledad
de unos libros / –caminantes de la madera sin memoria, / astillada, reumática hasta
el centro, / atropellada ahora por ese géiser / apócrifo.”…
Y, por último, destaco el acercamiento al mundo
presente y sus atrocidades (la vida y la muerte), como en los versos del Requiem I Confutatis, donde prescindiendo
de signos de puntuación, el poeta logar denotar la irrealidad, incertidumbre y desesperación
de un acto como el perpetuado el 11 de septiembre, 2001, dejándolo cuan testimonio
de la conciencia clara de que, a fin de cuentas, “nuestras
vidas son los ríos que van a dar a la mar…” y por ende, el poeta —a pesar de la
vida y sus diluvios— tiene que cumplir y cumple su función de escribir.
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