LUIS MELGAR BRISUETA | En lo cultural izquierda y derecha son reaccionarias: conversando con José Roberto Cea
José Roberto Cea: escritor salvadoreño; ha publicado, entre otros, los siguientes trabajos de narrtiva y poesía. Los días enemigos (1965), Todo el códice (1967), Mester de picardía (1977), Los herederos de farabundo (1981), Pocas y buenas (1986), Los pies sobre la tierra de preseas (1992), Cantar de los cantares y otros boleros (1994). También ha publicado ensayos sobre historia de las artes plásticas (De la pintura en el Salvador, 1987) y del teatro (Teatro en y de una comarca centroamericana, 1993). Dirige la Editorial Canoa Editore.
LMB | Roberto, buena parte de tu obra ha estado enfilada a la utopia socialista.
Ahora, dado el cambio operado en nuestro país, ¿sigue tu obra teniendo validez?
JRC | Con ésta serían varias las utopías que han finalizado y no han finalizado:
la de Tomás Moro, la de los prehispánicos, la de la eterna juventud, la de El Dorado,
la de Bolívar: la de unir a Nuestra América.
Nosotros seguimos con todas esas utopías. Yo creo que finalizó un escalón
en la búsqueda de la felicidad para el hombre, y en ese marco de referencia mi obra
sigue manteniendo el espíritu de la utopía. Por supuesto que terminó un lenguaje
para ella. Mi obra tiene validez porque no plantea su utopía solamente desde los
manuales marxólogos sino desde la identidad nacional. Frente a la globalización
en la cual estamos involucrados todos, tenemos que defender el proceso de la identidad
nacional. Y si revisamos mi obra en retrospectiva podemos ver que ya en Los días
enemigos (San Salvador, 1965), uno de mis primeros libros, se da la búsqueda de
lo nacional, de los giros lingüísticos de Mesoamérica, según los vivimos y los sentimos
los salvadoreños.
Esa misma manifestación se puede señalar en un libro bastante vital, Todo el códice (1967), publicado en Madrid
por el Instituto de Cultura Hispánica. Ahí planteó el rescate de lo prehispánico,
de los vestigios que nos tocaron. No quería solamente hacer una arqueología poética
o emocional sino rescatar el espíritu que todavía hay. Continuó esa búsqueda en
Misa mitin (Buenos Aires, 1977), que trata
del sincretismo de lo cristiano con lo prehispánico en la actualidad nuestra.
Otra tendencia en el seguimiento de la identidad nacional es la que empieza
con el Mester de picardía (Buenos Aires
1977) y culmina con el Cantar de cantares
y otros boleros (SanSalvador,1994). A la par del vestigio prehispánico y del
sincretismo religioso, está la cotidianidad, la picaresca, el habla nuestra.
Creo que terminó una etapa errada que nos llevó a la unilateralidad del materialismo
histórico – dialéctico pero no ha terminado esa utopía de sentido creador, sin burocracias,
que busca la felicidad del hombre en una identidad rica, no dogmática. Por eso a
veinticinco años de la primera publicación de Mester de picardía, ha hecho ya seis
ediciones (cuatro en Argentina, dos en El Salvador), y el libro sigue fresco. Me
hablaron de la Dirección de Publicaciones, que quieren hacer la edición de Todo
el códice porque han encontrado que es un libro que plantea lo nuestro...
Acabo de terminar una pieza de teatro que se llama El paraíso no es un huerto
cerrado, justamente tratando la nueva utopía. La búsqueda de ella siempre va a ser
y es válida si la planteamos desde nuestras propias esencias, desde lo que queremos
como creadores, porque somos la historia misma en cuanto que la tratamos de hacer
con todos.
LMB | Háblanos de tu recorrido por diversos géneros. Algunos críticos han dicho
que Cea-poeta invade a Cea-narrador, a Cea-dramaturgo, restándoles especificidad
a los relatos o a los dramas. ¿Cómo te ves a ti mismo en uno y otro género, y qué
opinión te merece aquella crítica?
JRC | No creo yo que sea realmente una cuestión tan disyuntiva para mí, porque
la fuerza es justamente la poesía, no solamente porque esté hecha en verso sino
como hecho creador, prístino, de borbollón; no como una técnica del verso en relación
con la prosa, porque también, como lo señalaba Elliot, hay poemas que no son poesía
y hay prosa que sí es poesía. Y en la tradición española tenemos a García Lorca
que hizo un teatro fundamentalmente poético. M.A. Asturias hizo poesía en Hombres
de Maíz, y para el italiano Giuseppe Bellini es un libro raro: poema novelado o
novela poemática; algo así hizo Miguel Ángel Espino en El Salvador con casi toda
su obra.
Creo que lo que tú dices está bien señalado, pero para mí no hay ningún problema.
Mi idea fundamental, sea en prosa, en teatro, en ensayo o en historia, es captar
la atención del lector, buscarle todos los rumbos, comunicarme con él en forma un
tanto despeinada, sin corbata, con una expresión fresca, espontánea, aunque sin
homenaje al espontaneísmo, porque luego viene el trabajo de chapear al arbolito.
Yo le busco al lector su verdadero sentimiento, para que goce... También para eso
son los experimentos y toda la literatura es experimental.
LMB | Después del relativo fracaso del proyecto socialista, algunos intelectuales
y escritores salvadoreños han calificado la poética del compromiso como algo bobo,
un “adefesio premoderno”, algo que ha quedado ya fuera de época. ¿Sigues tú reivindicando
el sentido del compromiso que tu generación inauguró o has desistido de él o propones
un nuevo compromiso para esta época de posguerra?
JRC | Nosotros tenemos el mismo compromiso. El escritor es la mala conciencia de
la sociedad. Y nuestro compromiso moral, ético, es seguir siendo esa mala conciencia.
Lo dijo Miguel Ángel Asturias: “El poeta es una conducta moral”, aunque él cumplió
sólo hasta una etapa, y por eso después Roque Dalton lo criticó. Francisco Gavidia
cumplió su deber moral hasta un punto, porque después se complicó con el gobierno,
sobre todo en la mejor etapa, durante el régimen de Francisco Menéndez, cuando Rubén
Darío estuvo aquí. Salarrué cumplió con su compromiso moral cuando la matanza de
1932; él escribió sobre los campesinos que estaban matando, como podemos ver en
Cuentos de barro, Trasmayo y Catleya luna.
Claro, nuestra ética no va a funcionar para los que nada más buscan las primeras
planas de los periódicos, las “vedettes” culturales. En estos momentos vemos que
las necesidades y los problemas por los cuales se desató la guerra civil, ahí están
todavía: los bajos salarios siempre a la cola de la inflación, siguen los conflictos
laborales, siempre hay descontento, hay huelgas, están otra vez las marchas, la
delincuencia sigue atacando, y nuevamente están volcando el ejército a las calles.
Se ha firmado la paz, y no hay paz. Se firmó la paz para reconstruir el país, pero
los sectores oscurantistas no quieren que se reconstruya. Después de los acuerdos
de paz mucha gente decía borrón y cuenta nueva; pero, ¿por qué borrón y cuenta nueva,
a cuenta de qué? No, entonces, tenemos material para continuar siendo la mala conciencia
de la sociedad; y necesitamos otra vez de la utopía, y debemos seguir planteando
la literatura como un hecho social, como una categoría de conocimiento y de comunicación
de todos los salvadoreños y con todo el mundo, pero no con los mismos discursos
de los años sesentas o setentas.
Hay todo un sistema propagandístico de que aquí se acabó la utopía y que
ya no hay nada que hacer.
¡Naranjas! Siempre hay que hacer; pero debemos buscar nuevos mecanismos.
Para los que fueron a integrar comisiones de paz y a defender los intereses de este
sistema injusto; para los que quieren estar siempre en la televisión, en la radio,
en las primeras planas de los periódicos, ya no hay nada que hacer. Nosotros no
queremos eso, sino continuar una obra que verdaderamente se identifique con la salvadoreñidad
porque esta necesidad todavía persiste. Mientras tengamos energía poética, energía
aglutinadora, estaremos incorporando los nuevos lenguajes de los salvatruchos, que
están ahí porque son nuestra realidad. Por eso necesitamos otra utopía, una utopía
nacional, sin perder de vista la solidaridad internacional, la interrelación, y
teniendo también ojo con la neodependencia. Tenemos que ser lúcidos para no creer
en los cantos de sirena de que toda ha cambiado porque ha habido un poco de modernización
en algunos medios informativos, en algunos estratos sociales y en algunas instituciones
de gobierno. ¡No es cierto! Han cambiado algunas relaciones, algo se ha avanzado,
ciertamente; por ejemplo, ya no nos persiguen porque cargamos libros. Pero ahí están
los mismos problemas económicos, sociales y políticos. Y si un medio de comunicación
los plantea con claridad, no recibe publicidad ni propaganda para mantenerse.
LMB | Con la creación del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, CONCULTURA,
el gobierno parece haber satisfecho a algunos sectores. En cambio, de parte de la
Izquierda nacional no parece haber habido acierto en la organización del trabajo
cultural. En línea gruesa, ¿cuál es tu diagnóstico de nuestra actual coyuntura cultural?
JRC | En la izquierda se han hecho varios intentos de organización que han fracasado,
primero por la gran dosis de individualismo que tenemos los creadores, sean de tal
o cual signo, y además por la carga de ideologización, porque estuvieron muy influenciados
por visiones partidarias inmediatistas. No se planteó una política cultural de largo
alcance. Y ésta debe ser parte de un Proyecto de Nación. El gobierno lo que está
haciendo con CONCULTURA es repetir viejos esquemas de trabajo, sin salir de lo coyuntural,
como por ejemplo darles medallas a tales o cuales artistas cuando se acercan las
elecciones. Pero no hay proyectos reales. Otro ejemplo: en estos momentos hay un
seminario de danza organizado por el gobierno y otras entidades; pero ¿dónde están
ahí los de las comunidades que conservan sus propias danzas y sus propios dramas,
cómo son los historiantes, los de “El tigre y el venado”, “Los emplumados de Cacaopera”
o los de “La procesión de las palmas” de Panchimalco?
A mí me han llamado los de CONCULTURA y me han dicho: “Vé qué nos presentás
para el Museo del Teatro Nacional y ver de dónde sacamos el dinero”, cuando tenía
que haber sido al revés: “Mirá aquí está esta cantidad de dinero para que veamos
cómo se puede hacer el Museo del Teatro Nacional”. Pero aún así yo lo hubiese pensado
porque creo que debemos trabajar en equipo, como lo hacíamos en la Universidad en
los años 60, cuando lo de “La pájara pinta"(*). Ahí están los libros que trabajamos
en equipo, y hoy eso hace falta en los sectores de izquierda, para que podamos causar
presencia ante esta problemática de desculturización de los medios audiovisuales,
que están manipulando la cultura.
LMB | ¿Cómo valoras la producción literaria de los últimos años? ¿Hay fuertes novedades,
nombres recién puestos de relieve, obras de impacto?
JRC | Bueno, yo creo que eso es bien huidizo, pero vamos a ver si en esta guinda
agarramos algo. En el periodo de la guerra, teníamos una literatura hecha en las
montañas, testimonial o de ficción; otras que se hacía "en Ía retaguardia del
enemigo”, y una más en la diáspora: tres expresiones, las tres interesantes porque
estaban manifestando el mismo fenómeno de diferentes maneras. Y, por otro lado,
estaban los que siempre están alrededor de las estructuras gubernamentales, que
tuvieron que llegar a tocar la realidad inmediata porque ésta los tocó, los desbordó,
y así salió un libro como los Sonetos penitenciarios, de David Escobar Galindo,
o algunos poemas de Ricardo Lindo.
Entre los de la montana hubo una cantidad de libros que tuvimos la suerte
de ir conociendo cuando los compañeros bajaban acá, como los del finado Alfonso
Hernández, literatura con valor testimonial y con cierto valor estético. Con los
acuerdos de paz esta literatura hizo explosión y hubo muchas publicaciones y hasta
hubo una eclosión con la literatura de la diáspora. Pero después, de un par de años
como que ha habido un poco de decantación, hay menos espontaneísmo.
Entre los más jóvenes que hicieron literatura acá en la ciudad, está Otoniel
Guevara, que tiene cierto valor pero necesita ahondar más, ganar más oficio, y Jorge
Vargas Méndez, que tiene buena visión pero requiere mayor profundidad.
Entre los de mayor experiencia han publicado Miguel Huezo Misco y Horacio
Castellanos Moya, uno representante de la montaña y otro de la diáspora, los dos
con oficio. Felizmente en esta etapa los trabajadores de Diario Latino tomaron el
periódico y lograron montar un suplemento bastante aceptable que empezó a publicar
sin mucha calidad, sin mucho recorte, pero que era un testimonio de lo que se estaba
produciendo adentro y en el extranjero.
Entre los viejos escritores, Claribel Alegría sigue siendo muy epidérmica,
realmente no cala; Manlio tiene una buena presencia en la narrativa, y Roberto Armijo
en el teatro. Por mi lado, publiqué Pocas y buenas, en 1986, y Los herederos de
Farabundo, en 1987. Y los ensayos: De la pintura en El Salvador (1986), y Teatro
en y de una Comarca Centroamericana (1993). Tratan desde la época prehispánica.
Hay dos o tres nombres más: Luis Alvarenga tiene mucho entusiasmo, anda haciendo
entrevistas, estudia letras y eso le puede servir para afincarse. Otro que ha hecho
sus cosas es Francisco Andrés Escobar, muy cuidadoso, sigue publicando en el periódico
Orientación, del arzobispado. Bueno es Mauricio Marquina, casi no publica, pero
lo leo, intercambiamos experiencias.
Por lo demás, el ambiente sigue siendo inhóspito y ha carcomido a mucha gente,
como a Rafael Mendoza y a Ricardo Castro Rivas, que han sido absorbidos por la publicidad.
A grosso modo, este es el panorama: no es tan desolador pero tampoco es muy entusiasta.
Indudablemente puede ser injusto esto que digo, porque estamos hablando a vuela-lengua
y no a vuela-pluma.
LMB | Para concluir, Roberto, ¿cuál es tu pronóstico acerca del que hacer literario
en el marco político nacional e internacional?
JRC | Creo que la lucha de los creadores y de los investigadores, ya sea en cine,
fotografía, pintura, música, teatro, debe seguir siendo buscar la utopía. El ochenta
por ciento de la economía mundial lo controlan los grandes polos de desarrollo,
o sea el primer mundo; y el veinte por ciento restante nos lo vamos a disputar los
del Tercer Mundo o los del sur. Si no partimos de eso, nuestros proyectos culturales
no se van a desarrollar, porque no son valores bursátiles para ningún sector dominante
de ninguna parte del mundo; porque lo económico sigue siendo el marco de referencia,
tal como lo descubrió Marx, que dicen que ya está acabado pero ya vamos a ver que
no porque va a resucitar él día menos pensado del año dos mil, y por eso seguimos
en la búsqueda de la utopía, desde Adán...
Los políticos no se dan cuenta de que para la inserción de este país en la
globalización, necesitamos un proyecto de identidad cultural. Debemos plantear esta
problemática con lucidez y ganarle la batalla a los políticos: nosotros somos vitales
porque estamos buscando la vida para todos. En lo cultural, los políticos de izquierda
o de derecha son reaccionarios, igualitos de reaccionarios; no entienden porque
la cultura es subversiva y no están planteando la real utopía. Por eso sus proyectos
culturales han fracasado, porque les dan un enfoque militar o partidario inmediatista.
Esos esquemas ya no funcionan. Los políticos tienen que cambiar su visión
y respetar la libertad de creación. Ese fue uno de los problemas fundamentales en
la Unión Soviética: se peleó por la libertad y después no había libertad de creación.
Los políticos no ven la creación cultural y la investigación cultural como un aporte
al verdadero encuentro de la felicidad del hombre, y por esos los partidos están
en crisis, han perdido credibilidad. Por ejemplo, la Policía Nacional Civil, PNC,
sigue golpeando a los huelguistas como lo hacían los regímenes anteriores. De este
modo no podrán los políticos de derecha solucionar los problemas sociales. La izquierda
sigue también con sus esquemas tradicionales y no está ganando la confianza de la
gente.
Nosotros los intelectuales debemos ser partícipes, con los políticos, es
decir lo que sea necesario decir. Si no lo logramos, esto va a seguir igual. Hay
políticos, de izquierda o de derecha, que le tienen envidia al artista, al creador
cultural. ¿Por qué? Ellos sienten que les disputan las masas, el mensaje del creador
se multiplica al buscar el sentimiento de las gentes.
Como una referencia histórica, comparemos qué pasaba en el Imperio Romano
en tiempos de Séneca: ¿Quién miraba su teatro? Sólo un grupito. ¿Y qué se miraba
en la plaza? Pan y circo, los gladiadores. Pero, ¿Qué estudiamos hoy del Imperio
Romano, el pan y circo o a Séneca? El pan y circo que recibe nuestra gente es la
televisión, son los medios masivos de comunicación. Ahí no calan nuestras expresiones,
no cuajan, ellos no nos dejan pasar. Pero como no estamos pidiéndole peras al olmo,
pues tenemos que hacer nuestros propios perales, y dejar los olmos donde están.
El pan y circo siempre ha existido para toda esa masa que han domesticado
y que la siguen manipulando. Pero de esa masa salen gentes con pensamiento propio,
con visión creadora. Nosotros venimos de esa masa y no nos da miedo esa masa, porque
sabemos que se trata de un proceso dialéctico que no termina, aunque algunos lo
nieguen; y porque nosotros buscamos una comunicación esencial que le devuelva a
la gente su propia expresión... y por ahí vamos.
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