domingo, 20 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | José Kozer

JACQUELINE GOLDBERG | José Kozer: el oficio de furtivarse

 


José Kozer, uno de los poetas más prolíficos y singulares de la literatura judeolatinoamericana, estuvo en Venezuela como invitado especial de la XI Semana Internacional de la Poesía de Caracas, que organiza la Casa de la Poesía Juan Antonio Pérez Bonalde, este año en homenaje al extraordinario poeta venezolano Eugenio Montejo. Nacido en Cuba en 1940, residenciado en Nueva York desde 1960 y en Florida desde su jubilación de Queens College en 1997, Kozer revela una muy íntima relación con la cotidianidad de su mundo judío, donde las escrituras sagradas, la presencia cubana y los riscos de la memoria familiar se tensan en un verbo avasallante, abrasador, mestizo, alucinado, siempre empeñado en asomarse al mundo desde las más limítrofes cornisas del lenguaje. Autor de numerosos títulos, define su trabajo poético desde un judaísmo heredado y a la vez forjado en la palabra misma. Un mediodía de estos, con el verdor del Ávila seduciéndolo y el sonsonete de unos mangos cayendo sin prisa, brindó a NMI una muy especial conversa.

El próximo 15 de septiembre, cuando el pueblo judío celebre Rosh HaShaná, la llegada del nuevo año 5765, José Kozer habrá escrito casi igual número de poemas que años se cuentan desde la creación del mundo. Pero a partir del momento en que el poeta cubano bocetee su texto número 5765 —lleva estricta cuenta— y hasta el día de su muerte, escribirá tan sólo un poema al año. Al menos eso prometió al crítico mexicano Jacobo Sefamí en un acto público celebrado en la Universidad de California. Pero Kozer, vicioso como es de las palabras, ha encontrado ya el ardid para revertir el compromiso: escribirá un único poema al año, pero fragmentado en 365 partes.

El reto impuesto por Sefamí —autor de De la imaginación poética, publicado por Monte Avila Editores en 1996—, lejos de ser el juego de un amigo perverso, constituye una severa crítica a la poesía de José Kozer, tantas veces tildada de supernumeraria, barroca, fulgurante, excesiva, heredera del verbo frondoso de José Lezama Lima.

Si bien es cierto que el trabajo poético de Kozer no es hueso fácil de roer, una vez se penetra en él las palabras suceden como una oralidad materna, cálida, milenaria; y se comprende que este poeta es, ante todo, un antropólogo del lenguaje, un maratonista verbal, un disidente de la parquedad y, sin lugar a dudas, uno de los más vigorosos escritores latinoamericanos contemporáneos.

Verlo leer sus propios poemas permite entender un poco más la necesidad de Kozer de derramarse en una palabra polifónica y danzarina. Mientras lee, sus manos son un auténtico espectáculo: su gesticulación inquieta es puntual ante cada sonido, cada pausa, cada giro de su seductora voz. Se toca el pecho, la cabeza, da golpes sobre la mesa, como si la palabra careciera de cuerpo y necesitara de sus enormes y ágiles dedos para forjar mundos en el aire. Kozer tiene una explicación muy sencilla a su necesidad de escribir al menos un poema por día: “Yo creo que el acto creador tiene dos vertientes: una del que va a escribir, otra la del que simplemente escribe. Y yo hace ya muchos años que no me propongo escribir, escribo. De joven tuve una voluntad de escribir, quería hacer un poema; desde hace más de veinticinco años me ocurre que escribo. Más que un oficio es una respiración y una naturaleza propia. Tal como el corazón late, el riñón purifica y el sistema digestivo necesita excretar, mi cuerpo poético —y es un cuerpo— de la forma más natural y constante excreta o regurgita poesía. Es así de sencillo”.

José Kozer recuerda haber dicho que es judío desde muy niño, sin zozobras: “Me han preguntado si lo digo a la defensiva, pero no: ser judío forma parte de mi ser y de mi identidad. Creo que esta ausencia de dificultad en decir que soy judío viene, en parte, porque Cuba es un país sin tradición antisemita y el pueblo cubano acogió con generosidad a la comunidad judía. Por otra parte, desde que empecé hace años a hacer prácticas budistas, soy lo que en Estados Unidos llaman un jubu, un jewish budist. Y no tengo ninguna dificultad en la doble práctica. Me siento muy integrado interiormente a mi judaísmo, así como a mi nacionalidad cubana y a esta nueva vertiente en mi vida, que es la presencia budista. Sin embargo, confieso que en mi soledad, al hacer ciertas prácticas de introspección a través de una plegaria sánscrita, no me ocurre lo mismo que cuando digo la oración judía del Schemá Israel, que me toca tan profundamente y mucho más que cualquier otra cosa, hasta un extremo de que la utilizo menos porque me desgarra ante la muerte, ante la dificultad de la muerte. En ese sentido, creo que el substrato judío es el más hondo, el más primario, el que habita más a fondo en mí”.

Hijo de inmigrantes checoslovacos y polacos que llegaron a La Habana huyendo del antisemitismo que arrasaba Europa, Kozer se crió en una atmósfera muy particular, entre un padre sastre profundamente ateo y un abuelo religioso —fundador de la primera sinagoga ashkenazí cubana—; en un hogar muy asimilado, donde no había práctica judía pero estaba muy claro de que los Kozer eran judíos. Aprendió yiddish, hebreo, hizo su Bar Mitzvah, rezó y se colocó todas las mañanas, entre los 13 y los 16 años, sus filacterias: “En casa oí decir muchas veces que papá era el más judío de la familia y, sin embargo, era ateo. Y aquello que parecía una contradicción en el fondo no lo era, porque en última instancia el judío, cuando no es fanático, es sumamente abierto. Pero fue mi abuelo materno, que está enterrado en Cuba, quien me marcó profundamente por su espiritualidad y pese a ser un judío ortodoxo, por su modo abierto de ver las cosas, nunca impuso, siempre expuso, como diría Paul Celan de la poesía. A mí eso me tranquilizó muchísimo y pude participar de una forma muy natural de toda la tradición judía. Fue ese abuelo quien me guió en la lectura de la Torá durante mi Bar Mitzvá, pues mi padre no entraba a una sinagoga. Eso fue muy doloroso. Y el día que falleció mi abuelo, cuando yo tenía 16 años, ese día no necesité más ponerme las filacterias. Cuando salí de Cuba en 1960 me llevé muy pocas cosas: unos doce o catorce libros y mi bolsa con las filacterias. Siempre dije a mi mujer, Guadalupe: si yo muero antes que tú, quiero ser cremado junto a mis filacterias y enterrado en Cuba. Sé que la cremación es lo menos judío que puedo hacer en mi muerte, pero soy un pecador”.

El poeta confiesa que su profundo judaísmo de hoy no es el de otrora. En su adolescencia, la rebeldía lo encauzó por otros derroteros: “En casa se hablaba siempre de los campos de concentración y llegó un momento en que aquello fue tan retórico por parte de mi madre, que me molestaba, aunque sabía que mi padre había perdido parte de su familia en el Holocausto. En algún momento manifesté esa molestia y eso me marginó mucho de mi madre y un poco de la comunidad. Además, desde niño he sido un voraz lector —hoy leo ocho horas al día— y la comunidad no era lectora y me fui distanciando de mis amigos. Y cuando salí de Cuba me ocurrió que me volqué al mundo norteamericano, me casé en primeras nupcias con una judía, que fue un desastre, y me alejé mucho del judaísmo en ese punto de mi vida”.

Kozer había empezado a escribir en Cuba, pero al salir abandonó la poesía por ocho años. Y fue el poeta chileno Nicanor Parra quien contribuyó a que recuperara su lengua, su poesía y parte de su judaísmo: “Tenía unos 28 años de edad. Vivía en inglés, solo leía inglés. Era profesor de Lengua y Literatura en Queen College en Nueva York. Y fui perdiendo el castellano. Y con 28 años me hice amigo de Nicanor Parra y conversábamos mucho y un día me dice: qué cosa curiosa que siendo judío nunca tocas el tema judío. Me quedé un poco consternado ante su comentario y le dije que nunca lo había pensado. En ese punto, porque soy una persona muy reactiva, empecé a escribir poemas judíos, fue una cosa instantánea. Durante años, entre otras cosas, porque soy un poeta de muchos registros y movimientos laterales, empecé a hacer una poesía muy judía. Me volví un lector muy asiduo del Viejo y del Nuevo Testamento y esa lectura cada vez me conmovía más. Mis primeros libros fueron entonces muy judíos: Un judío de números y Letras y Tomaron posesión en las ciudades. Este último título, que siempre pretenden corregirme cambiándome la preposición en por de, lo titulé así porque los judíos no toman posesión de las ciudades sino en las ciudades, no somos invasores sino que estando dentro de la ciudad, amorosamente, tomamos posesión en las cosas, que es muy distinto y ahí la preposición es fundamental”.

Kozer no busca excusas para confesar que lo judío, además de una presencia fundamental en su vida espiritual es ya un recurso literario que utiliza a conciencia: “Claro que es un estilo, un recurso literario, pero es una verdad profunda, una ceguera más, un no saber más. De modo que cuando el poema toma en mí esa vertiente o entra en una referencialidad judía siempre me noto la conmoción interior, siempre me noto que en ese punto el hábito de hacer poesía, que en mí ya es tan largo, se conmociona de nuevo. Hay algo ahí, que me pasa también con lo cubano y quizá me pase menos con otras cosas, porque soy un poeta a veces muy irónico, muy de burla, jacarandoso, muy rabelesiano. Pero con la cosa judía y con el trauma de lo cubano siempre la conmoción es muy profunda, y algo me ocurre en ese momento del acto poético en que todo se vuelve arduo, y a veces físicamente lloro en el momento de la escritura. Y para una persona que ha escrito miles y miles de poemas como yo, llorar ya es raro… En realidad no tengo mayor conciencia de estar utilizando un punto de vista judío, pero de lo que sí tengo conciencia es de que me conmueve poéticamente la figura de Moisés, de la vieja Sara pariendo en su ancianidad, Jacob luchando con el ángel. Son imágenes muy profundas que luego han pasado al registro poético y no sé exactamente si lo que me mueve es lo judío o lo poético. Me parece que es una simbiosis de ambas cosas y que lo judío se encausa por lo poético y lo poético por lo judío al mismo tiempo. No veo otra manera de expresarlo o tratar de entenderlo. Es confuso, es misterioso.

“En mis últimos poemas, por ejemplo, varias veces he notado que hablo de la religión judía, la cristiana y la budista; y aparecen las figuras de Jehová, Cristo y Buda, y cada una está perfectamente delineada en el poema. Esta mañana escribí un poema sobre el valle de Caracas, que me ha impresionado muchísimo, y se convirtió en el valle de Josafat, que es la muerte. En un momento dado, los cuatro evangelistas del Nuevo Testamento entran en el poema. Y fui al Nuevo Testamento, lo abrí al azar y tomé un versículo y lo fui integrando al poema. Y todo aquello se iba conjugando con la mayor naturalidad, forjando la propia respiración del texto, sin mayor contratiempo. “Tengo una dificultad con toda la poesía actual y es que me es muy difícil ver con claridad una cierta poesía que me parece muy trillada, muy banal y a veces cuando es buena cae en momentos muy falaces, flojos. Y esto me molesta mucho. En la poesía de muchos poetas latinoamericanos de origen judío veo esto bastante. La poesía es un rigor, una disciplina y una rigidez abierta. Esto hay que llevarlo desde una dificultad. No se puede vender barato este asunto. Uno no está buscando el aplauso sino la verdad o una forma de la verdad. Uno está hurgando casi como un topo a ciegas en un soterrado mundo de desconocimiento, donde las raíces son muy extrañas. Y no es posible estar haciendo poemitas baratos al Estado de Israel, o a la religión, o a mi mamá que cocinaba latkes. La cosa es mucho más compleja”.

Marina Tsvetáieva dijo alguna vez que “todos los poetas son judíos” y José Kozer mencionó hace algunos años en un encuentro de cubanos en el exilio celebrado en Madrid, que “todos los cubanos ahora son judíos”. Esa bifurcación dolorosa, que habla de la condición milenaria de los hijos de Abraham como seres trasvasados, desterrados, no está ausente en Kozer, quien la sufre por partida doble: como judío y como cubano: “Exiliarse siempre es dolor, pero hay la capacidad camaleónica, más no hipócrita, de readaptarse constantemente. El exilio para mí no es doloroso sino lo natural, casi como que me lo esperaba. Llegué a Estados Unidos con veinte años, no sabía inglés y al otro día ya estaba trabajando. “En mi poesía última, uno de los elementos que recurren es el tema del escabullirse, que es el tema de furtivarse, un hermoso cubanismo. Y lo entendí muy bien desde niño. El judío está siempre escabulléndose, un poco temeroso de la realidad. Lo furtivo, que además está en San Juan de la Cruz que era de origen judío, tiene que ver con integrar fuerzas contrarias para entrar en una neutralidad que te permita ser un ser indeterminado e insignificante. Y yo que tengo un ego grande y que vengo de una tradición muy prepotente, machista, de primogénito de la familia, he tenido que luchar mucho con mi interioridad para ir reduciendo ese ego y entrar en una especie de zona furtiva, donde no quiero ser nadie especial, sino uno más, un miembro de la comunidad. “Nací en Cuba y me siento muy cubano; mis padres vinieron a Cuba no siendo cubanos; me fui de Cuba con veinte años; mis hijas nacieron en Estados Unidos, no son cubanas y no tienen nada que ver con Cuba. Yo soy primera y última generación de cubanos. Y esto le ocurre a muy pocas personas en el mundo. Ser primera y última generación de algo sólo le ocurre a un judío. “En la tienda de mi padre había una trastienda mágica, muy compleja, donde se cocinaba su pequeña industria de sastre y donde yo veía esa cosa tan extraña que era la convivencia de mi padre judío, que hablaba un castellano muy macarrónico, muy malo y sus empleados que eran unos cubanazos típicos. Era un diálogo de dos idiomas, pero muy amoroso, se entendían perfectamente bien. A mí como que me iluminaba mucho toda esa vida de trastienda, que es esa vida segunda que lleva el judío, de escabullido”. Lo diaspórico también se traduce, inevitablemente, en marginación, pero en el caso de Kozer no por judío, sino por cubano disidente: “Yo espero no ser sólo un poeta judío o sólo un poeta cubano. Porque si no soy un poeta provinciano. Mandelstaham es un poeta judiísimo y es un poeta ruso, pero lo que Mandelstam es, ante todo, es un poeta universal. Claro, hay unos estamentos y a medida que uno va subiendo el aire se enrarece más, la dificultad es mayor. En broma dijo un crítico cubano sobre mi poesía que el problema con Kozer es que no es nuestro poeta nacional: Kozer es nuestro poeta internacional. “A estas alturas pienso que el problema es de quien me discrimina, no mío. Hay que saber separar la poesía de la política. Ezra Pound y T.S. Elliot fueron grandes antisemitas, y son poetas seminales del siglo XX. Yo distingo la grandeza de su poesía de su antisemitismo. Asimismo, creo que si mi poesía tiene un valor —no soy quien para decirlo— y si alguien no está de acuerdo con mi visión política, eso no debe ser razón para que no haya diálogo. A veces me sorprende tanto la invitación como la no invitación a eventos literarios. A veces se invita a gente tan deleznable como poeta cuando hay otros valores tan importantes en este momento de Latinoamérica a quienes no se invita. Todo esto son juegos políticos, de interés, de rastacueros”.

Tras años renuente a volver a Cuba, Kozer estuvo en la isla por primera vez desde su exilio entre el 7 y el 14 de febrero del año 2002 para presentar No buscan reflejarse, una antología de su poesía. En ese momento, el poeta tenía la esperanza de aportar un grano de arena a la reconciliación política con tantos artistas exilados. Incluso al regresar a Florida instó a varios poetas compatriotas a publicar en Cuba, pensando que se trataba de un momento esperanzador: “Pero pasó el tiempo y esa esperanza se frustró en el momento en que el gobierno cubano optó por fusilar a esos tres jóvenes que trataron de escapar de la isla. Con una pena carcelaria era más que suficiente; esa decisión me pareció excesiva e inhumana. Para mí era la gota que rebasaba el vaso y otra vez el proceso cubano se interrumpía. No creo que se haya abortado de todos modos, la historia es larga, las cosas cambiarán”.

Ese retorno a Cuba fue también el regreso a las raíces, a los lugares de la infancia y el dolor: “Desde que regresé de La Habana, hasta el día de hoy, todas las mañanas, todas, he escrito un poema. Y no lo entiendo. ¿Qué ocurrió? ¿Qué cable se me cruzó en aquel momento? No sé. En ese regreso padecí mucho al ver el país, su desgarramiento; padecí mucho al ver la casa donde me crié, la casa de donde me marché, los sitios donde anduve. Todo eso me hizo sufrir, pero lo único que me hizo llorar fue ver la casa de mi abuelo Isaac Katz, el judío ortodoxo. Cuando entré a esa casa —y ahora se me vuelven a saltar las lágrimas— no me pude contener. Fue el único momento en que sentí una conmoción que es milenaria”. En la entrada de la biblioteca del Patronato de La Habana hay un poema de Kozer en homenaje al intelectual Marcus Matterin, traductor de José Martí al yiddish, quien fue una suerte de Lezama Lima judío. El propio Marcus Matterín pidió que colocaran ese poema. Y ahí está como pequeña —y quizá, por lo pronto, inocua— muestra de cuán judío y latinoamericano es Kozer, más allá de los regímenes del horror, el tiempo y la memoria.

 


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§ Conexão Hispânica §

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