RIGOBERTO RODRÍGUEZ ENTENZA | Kenny Rodríguez: otro trazado
lírico en la “aldea global”
El término “aldea global” es un constructo que se sostiene gracias a fundamentos de apariencia lógica; pero en su círculo no se incorporan muchas áreas de la realidad. En ese afán de formular paradigmas, dígase cánones; porque se suele olvidar algo sencillo y natural, como el agua: la vida es más intensa y frondosa que dos palabras, sobre todo cuando ellas dejan en la orilla difusa, doliente, ciertas zonas espirituales e intentan definir límites intransitables, es decir, trampas. En ese perímetro representativo, muchos condimentos esenciales no respiran con la misma intensidad el aire contenido en el globo. Si hablamos de una forma del conocimiento tan vasta y diversa como la creación literaria, en particular de la lírica, debemos afrontarlo con la certeza de que hallaremos lo inesperado.
La lírica hispanoamericana
es conocida en sus potenciales lectores por las voces canónicas; pero hay también
otras afluencias y es necesario poner bajo el cenital a quienes merecen un sitio
en ese escenario, porque son frutos “redondos y frescos”, como diría Pedro Salinas
(1891-1951), y ofrecen nuevos y hermosos matices. Lo que en varios países es tratado
como “estudios regionales” puede aportar, con mucho, a ese libro inmenso que configura
la literatura de América Latina.
Si se toma por caso
esa orgía comunicativa que es internet, y si se es prudente en el criterio de selección,
entre mucha hojarasca también es visible un conjunto creado con suficiente rigor.
No se
puede soslayar el murmullo
de profundo arraigo que pervive al margen de lo instituido por los centros de poder
intelectual y sus moldes establecidos. Gracias a las nuevas dimensiones de lo comunicativo
es posible dilucidar cómo se van incorporando otros modos de hacer, con sus modulaciones,
aullidos, con su ansia de hallar representaciones propias en el bosque de ideas
y formas que la poesía suma. Es ya una perogrullada que en esa zona espiritual que
llamamos “otredad” hay una música que busca incesantemente su interlocutor.
XV
Yo me subí a los trece años
y llegue a odiar los rieles
y el tren.
[…]
La autora de estos versos
(Kenny Rodríguez, El Salvador 1969)1 es una entre esa hornada – numerosísima – de
voces que apuestan a la capacidad representativa de la palabra, a sus infinitas
posibilidades de mutación. En América Latina hay una tradición literaria que ha
madurado su discurso. Desde las raíces culturales euroafricanas supo erigir un corpus
auténtico, capaz de representar su memoria, desde los símbolos.
Para una persona medianamente
informada del quehacer literario de mediados del siglo XX en adelante, hasta el
alba del XXI, son afines – verbigracia – autores que ya pertenecen al canon; como
los argentinos Jorge Luis Borges (1899-1986) y Julio Cortázar (19141984); el mejicano
Octavio Paz (1914-1918); los venezolanos Andrés Eloy Blanco (1897-1955) y Ramón
Palomares (1935); los nicaragüenses Rubén Darío (1867-1916), Ernesto Cardenal (1925-)
y José Coronel Urtecho (1906); los chilenos Vicente Huidobro (1893-1948), Pablo
Neruda (1904-1973) y Nicanor Parra (19142014);
el uruguayo Mario Benedetti (1920-2009);
los cubanos José Martí (1853-1895), Nicolás Guillén (1902-1989), Dulce María Loynaz
(1902-1989), José Lezama Lima (1910-1976), Eliseo Diego (1920-1994) y Fina García
Marruz (1923), por solo citar de memoria algunos de los nombres que por rutina de
lectura se ponen a mano.
Pero para quienes se
abren paso en los escenarios de la ciudad letrada, si solo se apela a los nombres
de los que en algunos medios literarios llaman “vacas sagradas”, cuesta sostener
un intercambio sólido; no solo para colocarse – eso forma parte de las metas del
oficio –, sino para dialogar y buscar sitio en los espacios de intercambio y para
comprender a cabalidad los rasgos de los discursos nacionales y sus aportes a la
literatura latinoamericana.
La dispersión y la poca
profesionalidad de la mayoría de las publicaciones periódicas han dejado un mar
de textos en cuya extensión no es fácil hallar la palabra fiel ni la calma de lo
bien digerido. Por eso es preciso disponer notas sobre particulares que tienen como
fin proponer nombres y obras que ayudarían a organizar el conjunto de cada literatura
para una mejor lectura, de la realidad y de la lírica de pueblos como El Salvador,
donde un poeta de la talla de Roque Dalton (1935-1975) anuncia la altura humana
de sus semejantes desde una lengua de pasiones y rabias. Pero donde hay otros exponentes,
como Otoniel Guevara (1967), Amílcar
Colocho (1965-1990),
Leyla Patricia Quintana (1967-1991), Jorge Canales (1957) Lya Ayala (1973), Alberto
López Serrano, (1983) y Luis Borja (1985) – solo cito algunos nombres –, que dan
fe de una obra colectiva de discursos coherentes con el tiempo que cantan y diversos,
por eso mismo, exaltables, como la fronda de lo humano.
Describir la curiosidad
que despiertan poetas de “ciertas” zonas de la lírica escrita en lengua hispana
es abrir un camino y dejar que sobre él fluya el río de la memoria, los senderos
transparentes donde se revelan maneras de SER/PENSAR, como parte de una cosmogonía
que opera desde los símbolos y mediante ellos configura una producción de nuevas
dimensiones humanas.
[…]
Si reí entonces
no fue la sonrisa limpia
que me nace de los ojos
yo creía vivir
y completaba cuadernos
y me imaginaba que un decapitado
era una coincidencia absurda
en mi paseo.
Cada país urde sus propias
madejas; pero no falta en ninguno el matiz de la indagación el lo que se anhela:
“Ser o no ser” diría Williams Shakespeare (1564-1616). Con un pasado de colonización,
de exterminio, dictaduras, desapariciones y otros actos bárbaros que ha desarrollado
la “civilización” occidental en estas tierras del sur, la lírica de estas regiones
también está marcada por un constante contrapunteo en las relaciones de poder y
con la reubicación constante de los conceptos de dichos nexos y funciones sociales.
Pero en todo ello no ha faltado la vocación de resistencia que se heredó de quienes
desde la marginalidad evocaron la intensidad de la naturaleza y de mayores o menores
grados enunciativos se buscaron en el verbo para renacer como la palabra.
De tal manera, leer
a una mujer que traza su dibujo más hondo con/en la palabra, como Kenny Rodríguez,
es servirle de caverna a aquel grito que lanzaron los ancestros, cuando los barcos
empezaron a hincar estas tierras que ahora sirven de escenario a otro relato humano.
Sus textos contenidos
en Libro Secreto (2011) o Cárcel de mujeres (2011) son testimonio de
una visión ontológica que va desde el sujeto hacia sus dimensiones plurales. Cada
vez que se refiere a sí misma se busca una explosión de significados que ocupa un
espacio social de dimensiones mayores, pues las mutaciones de sí misma le permiten
enunciados de gran alcance humano.
Soñé y soñé y seguí soñando
el descabezado de mi infancia
no pude más jugar a las muñecas
que se les cae la cabeza, mamá
y me da miedo.
Sin ansiedad por lo
“pulcro”, ni en los contenidos ni en la forma, Rodríguez concentra su discurso en
la sinceridad y en las “sonoridades difíciles” que José Martí ponía como condimento
ineludible, pues sin esas músicas la verdad no sería tal. Por eso pudiera el lector
encontrarse con premios reales que parecen obra de la literariedad; pero eso solo
ocurriría si se ignorara u olvidara – eso sería peor – la historia bárbara de Latinoamérica
y en particular de un país como El Salvador, sumido en una guerra que devoró al
menos dos generaciones.
[…]
y me imaginaba que un decapitado
era una coincidencia absurda
en mi paseo.
Pero escale mi conciencia
y la encontré tan triste
y reconstruí cada escena
grabadas desde mi niñez
cementerio negro y profundo
muerte en cada piedra
muerte en cada rincón
muerte muerte muerte.
[…]
La obra lírica de Kenny
Rodríguez vibra sin más oropeles que su entramado sociocultural y su articulación
en la lengua; pero como nada contextual es arbitrario, a su condición de sujeto
subalterno, ubicado en regiones sociopolíticas desfavorecidas, debe agregarse su
condición de mujer, asediada por un machismo que en América Latina ha dibujado cicatrices
de una costura demasiado ancha para no ponerse como premisa al justipreciar un suceso
cultural.
[…]
De vos, ni un solo gesto queda
tan sólo el pincel de tu recuerdo
que te dibuja en mi soledad,
ya no volveré a tus labios
ni a tu almohada piedra de volcán.
[…]
en punto del disparo
con profundo amor
a mis compañeros
y el odio más temido
a la implacable ave de rapiña
enemiga del futuro, del amor
y nuestra lucha.
[…]
Es quizá esa misma condición,
de mujer y madre, la que lleva a la guerrillera a detenerse y escribir textos de
resonancias que horadan, para bien, la sensibilidad humana.
[…]
También tuve un primo
que jugó a las mujeres
con mi cuerpo,
[…]
En Niño en medio del
combate, se repite una constante que subyace en la obra de la autora y viene de
la mejor tradición hispana: la fabulación. Se proyecta una fábula donde lo anecdótico
se sobrepone a su propia expresión para ir hacia connotaciones que se “fugan” de
la palabra y la enaltecen. Una pequeña historia, colocada con precisión, sin ir
hacia una tropología ardua, logra en cambio transgredir sus límites aparentes y
ubica a quien lee en una encrucijada ética que solo tiene una lectura: los niños,
como parte débil de los conflictos bélicos, representan esa gran inocencia, esa
gran masa que no se reconoce el “lugar equivocado” porque está en su lugar y otros
han equivocado el camino para llegar hasta ese sitio donde la palabra muerte ha
de ser repetida tres veces.
[…]
Tu pequeño corazón
no comprende argumentos
[…]
Tras esta búsqueda de
su propia existencia, en los centros de cada círculo que se abre y regresa en esa
imagen dúctil, la humanidad de Kenny Rodríguez borda su espíritu en la memoria,
para luego dejarnos una idílica visión del futuro. Con lo áspero de los días y con
la ternura de sus sueños, fue ubicando pautas y en cada una de ellas dejó una muestra
de fe en el verbo que no solo expresa, pues, además, construye. La identidad texto-sujeto
es un signo de grados esenciales; pero no porque lo informativo sea primario y quede
en esa intención sino porque logra evocarse a sí misma y a su entorno y porque desde
allí logra una puesta de luz que humana el verso. Cuando advierte “Te regalo mi
presencia,/ en ella el amanecer”// hay más que un aviso, hay una cosmovisión, un
sentido en el que la poesía es significado de la integridad de los días que se vivirán
cuando esa palabra encuentre el otro ser que está en medio del diálogo entre el
sujeto y sus interlocutores imaginados. Ellas y ellos han de lidiar con ese pasado
para disfrutar el universo sensorial que prevalece en los textos y en cuyo conjunto
no falta el eros, tamizado y convertido en una palabra siempre nueva, dotada del
sutil encanto del arte, aún cuando haya necesidad de enunciar con ardor y desgarramiento.
Para ello la autora sentencia “a sombra de mis piernas,/ sin más vino/…”. Con ello
devela un cosmos que labra los laberintos humanos, con todos los tajos que han cercenado
su existencia; pero sin dejar a un lado la certeza de un espacio nuevo, un tejido
donde las puntadas de la libertad dibujan los anhelos con hilos de la luz.
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§ Conexão Hispânica §
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ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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