JAIME EDUARDO JARAMILLO JIMÉNEZ | Las edades del hombre, en la obra poética de León Darío Gil
En esta
reseña-ensayo proponemos una clave de lectura para Antología de papel que tiene como hilo conductor la manera en que
el poeta recrea (provisto de un lirismo cotidiano y un penetrante sentido de la
observación), aquello que los antiguos denominaban las “edades del hombre”: su
infancia, adolescencia, edad madura, vejez y muerte.
Podemos
señalar que existe un trasfondo vivencial, una expresión autobiográfica, en
esta selección poética. Constituyen etapas y momentos de su vida, evocadas y
transfiguradas literariamente por el autor. Calles y paisajes urbanos, personajes
y situaciones inconfundibles, objetos y recuerdos, transitan por sus poemas
revestidos con la verdad de la vida y la verdad del arte. Es la trasmutación en
la palabra lírica, de experiencias, reflexiones y percepciones que han hecho
parte de una singular trayectoria existencial, aún abierta.
Si
retomamos este ciclo cronológico, se puede advertir, en primer término, cómo
León Darío refigura y describe vívidamente el mundo y las gentes de su vida
infantil, transcurrida en Caramanta y Manizales. Escribía el novelista Marcel
Proust, sobre el periodo de la infancia, que este constituía de modo
arquetípico: “La vida, la vida verdadera, la vida verdaderamente vivida.” En el
mundo infantil de Gil Ramírez, los sucesos más cotidianos, sus sentimientos más
profundos y, como decía el cantor: “las cosas simples que nos da la vida”, se
transmutan y aquilatan mediante la “linterna mágica” de su poesía.
Así, el
niño maravillado asiste, de la mano de su padre, al Circo, espacio encantado y lúdico dentro del cual él escucha,
observa y se sorprende con:
Las carcajadas anchas que desatan los payasos,
los tigres de bengala,
los delirantes tiradores de cuchillos,
los tragafuegos, los tragaespadas,
la emoción, el miedo y el asombro,
los adivinadores poseídos de poderes,
los magos
contraviniendo la lógica esencial del universo.
También en
sus suscitadoras evocaciones infantiles, nuestro autor rememora los años
escolares, recreando imágenes de su “familia grande”, esa primera ventana
al mundo donde irrumpen sus condiscípulos,
amigos de estudio y de pilatunas, así como sus primeros e imborrables amores y
sus maestros y maestras, queridos y,
en ocasiones, temidos. En sus años escolares, este niño singular transcurría:
Cargado de malos pensamientos,
buenos amigos,
de maldades inocuas, de curiosidades precursoras,
de juegos que existían o inventados…
En Antología de papel, como en un genuino
universo poético, se nos presentan nuevas perspectivas y miradas, sobre
nosotros mismos y acerca aquello que nos rodea. En un capítulo de su libro: Seres y cosas, la linterna escrutadora
del poeta pone nuestra atención sobre objetos y realidades generalmente
inadvertidas o asumidos por nosotros de manera puramente instrumental. En el
poema Los bolsillos, el autor
advierte de estos adminículos indispensables, que:
Fueron las bodegas sin fondo de la infancia,
bodegas de bolas, de trompos, de figuras…
Y viene
entonces esa difusa y difícil transición que nos conduce desde el niño que
fuimos, al adolescente que se asoma con curiosidad y picardía al mundo, a los
otros, al aprendizaje del amor.
Me pegaron el
alma a la vida con el beso primero que me pegaron en la boca.
“Canto y
cuento es la poesía”, escribía don Antonio Machado. Los poemas del libro aquí
comentado pueden apreciarse como pequeños relatos, casi costumbristas, pero
enriquecidos con el ritmo y las imágenes propias de la buena escritura lírica.
Necesario es afirmar, asimismo, que León Darío no es un poeta “puro” sino,
afortunadamente, mestizo, interdisciplinario. Es y ha sido sociólogo e
investigador social y estos estimables oficios, que hacen parte de su
trayectoria vital y de su identidad, han coadyuvado a desarrollar esa atención
entrañable suya hacia lo más cotidiano e inadvertido u olvidado por otras
personas.
Algunos de
los más memorables poemas de este texto apreciable, son aquellos en que su
autor nos cuenta de sus años de adolescencia y de juventud, en las décadas de
los sesenta y setenta, del siglo que nos antecedió. Eran años de rebeldías y
romanticismos, tiempos aventureros, muchas veces transgresores y
turbulentos, pero siempre revestidos en
Gil Ramírez de una búsqueda honda y honesta por alcanzar su verdad, su voz más genuina, para así compartirla con sus amigos
y amigas, con sus lectores y, más ampliamente, con su prójimo. “Lograr ser uno –escribe- cuesta toda la vida.”
Viviendo
en “la ciudad”, en su Manizales entrañable, León Darío nos relata momentos de
su adolescencia, desarrollados entre la escuela, los amigos, algunos lugares
alternativos y la omnipresencia de las mujeres. Recuerda:
Unos rumbos que buscaban la escuela
Un pucho al escondido de Dios
Una bicicleta de ruidos y sin frenos
Una oscuridad y un frenesí logrando una caricia.
Al vivir,
gozar y trasegar por caminos, pueblos y ciudades de la región “paisa”, en sus
años mozos (sin ser por ello regionalista, ni falto de crítica hacia gentes y
costumbres de su comarca), el poeta y narrador nos invita a entrar al bar
“Buenos Aires”. Recordemos que las cantinas y los bares (antes, y en los
tiempos de la adolescencia y primera juventud de León Darío), eran lugares
semiocultos, mirados, por unos, con deseo y, por otros, con reprobación, pero,
al final de las cosas, socialmente tolerados, aunque fuesen vedados a las
mujeres “decentes” y a los niños. Constituían espacios, por excelencia, de la
sociabilidad masculina, territorios acogedores para la conversa interminable,
acompañada por los infaltables “guaros”, la cerveza o el ron. Estimulados por
estas y otras bebidas “espirituosas”, sus asistentes podían expresar a sus
amigos y contertulios, las confidencias del alma, las más íntimas alegrías y
ambiciones en la vida, al tiempo que les era posible quejarse de las “tusas”,
del “mal de amores”.
Cinco mesas pensativas
Ronroneando en el mostrador un gato
Al lado de la procesión de discos
una vela que vela un San Martín ahumado.
Y en este
bar arquetípico, no podían faltar los entrañables y tradicionales tangos, en
los molidos acetatos escuchados en las radiolas y tocadiscos, con sus voces
queridas y sus orquestas inolvidables. Como en la célebre canción, allí se
estaba, “a media luz”. Desfilaban por estos lugares unos inconfundibles
personajes, las “coperas” y “mujeres de la vida” (aceptadas a regañadientes,
por la sociedad “decente”), que solían acompañar, a su manera, ese mundo de
hombres. Sobre este bar, vívidamente evocado, nuestro escritor dice:
Desde las once del día echando tangos a la calle
hasta la hora que cierra
Lo atiende La Mona
tres veces viuda por cosas de celos
y otro chance le sobra a su larga hermosura
(…)
Desde hace 5 años, de su puño y letra
le tiene colgado un aviso: SE VENDE.
A Dios le rogamos que nunca lo logre.
“Cómo se
pasa la vida…tan callando”. Llegamos así a los años de ser adultos, como solía
decirse entonces, de “volverse un hombre”. De este modo, los amores -y, como en
la música escuchada en bares y cantinas, los desamores- constituyen una
poderosa vivencia que se asoma en diversos momentos de su vida, para expresarse
en la creación poética de nuestro autor.
En qué lugar de uno
-no lo encuentro-
quedará el olvido?
(…)
Quiero guardar allá
la entereza desnuda de tu cuerpo
hundido en la cavidad avarienta del espejo.
Y,
asimismo, frasea:
Te imaginas sin nosotros las esquinas
Y de qué, sin nosotros, se ocuparía la noche…
Los
bolsillos de pantalones y sacos, se transforman en el transcurso de la vida
para guardar nuevos objetos y recuerdos:
Su ministerio es guardar (…)
todo lo que cabe en sus costuras:
un lapicero, la cédula, los puchos, las monedas,
el número secreto y arrugado de un teléfono,
la foto de ella, de otra, la del hijo…
León Darío
avizora el momento de su vejez, esperando que ella no le arrebate su autonomía,
su permanente actividad y lucidez. Expresa esta esperanza razonable en su
característico lenguaje lírico, plástico y desenfadado:
Ojalá que los años me enseñen a morir
pero sin quitarme que pueda amarrarme los zapatos.
(…)
Los antojos nunca ni jamás me los prohíban.
Que me acuerde todavía
dónde carajos fue que dejé las llaves.
Gil
Ramírez ha sido, por sobre todo, un lector y un escritor, un modelador de
palabras, sobre todo en su dicción poética. Sobre esa etapa de la existencia,
agrega:
Que me cambien la caligrafía, no importa,
pero que nunca los años me resten la escritura.
Que me dejen leer, les ruego, hasta el fin de mis días.
Y vendrá
el final. “Somos arrendatarios de la muerte / cae el diluvio universal del
tiempo / como una torre se derrumba todo”, cantaba Eduardo Carranza en su
estremecedora Epístola mortal. La
vida y la muerte, el inevitable ocaso, la finitud, el adiós. Y canta, desde su
voz más visceral, León Darío Gil:
Vienen de donde vengo
para donde van, voy.
Sobre otras las mías
y sobre las mías
otras huellas que desharán el olvido,
delatarán que pasé…
(…)
…Perseguidos por el olvido, ir
hacia la única verdad, la otra orilla:
la impostergable muerte.
En otro
poema suyo, nos regala una visión despojada y profunda sobre nuestra
trayectoria vital. En Así de sencillo,
escribe:
Nace como cualquiera
crece como cualquiera
vive como cualquiera
como cualquiera muere.
El autor
de este libro singular, suele expresar en sus conversaciones y en su obra
escrita una filosofía muy personal e inconfundible, que no es libresca sino
extraída de sus decantadas experiencias y sus agudas reflexiones.
Vivo a mi modo, como a mi modo pienso, como a mi modo
visto,
como a mi modo rezo, como a mi modo maldigo,
como a mi modo extraño,
como a mi modo escribo, como a mi modo siento y siento
que te quiero.
“Genio y
figura, hasta la sepultura.” El escritor, poeta, gestor cultural, investigador
social, hijo, amante y amigo, en fin, el hombre todo, ha buscado ser coherente
con sus convicciones y su sentir más profundos, aceptando sí, los cambios de la
vida, el devenir del mundo, pero sin plegarse pasivamente a ellos. Expresa León
Darío en Antología de papel,
recreación lírica de personas, vivencias y creencias entrañables:
Como el que he vivido, el tiempo que me resta me lo voy a
tomar conmigo y aquí, sin pasante y en una copa sencilla.
El
presente texto, escrito por un buen amigo y atento lector de León Darío, desea
conversar y brindar, con otra copa sencilla, por este libro memorable.
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